sábado, 24 de septiembre de 2011

El enigmático Apocalipsis de Juan

por oldcivilizations
 
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El  supuesto autor de la Revelación se dice que fue amigo personal y discípulo de Jesús. Juan (no confundirlo con Juan el Bautista),  parece haber sido el discípulo más influyente de Jesús, y uno de los más antiguos textos bíblicos atribuidos a él, el Libro de Juan, parece transmitir la fuerte inclinación mística de los partidarios de Jesús y de la antigua iglesia cristiana. Por esta y otras razones, el nombre de Juan ha sido importante para los cristianos y para innumerables organizaciones místicas. Quizás no es sorprendente entonces que el nombre de Juan haya sido escogido para comunicar el último y enigmático Apocalipsis de la Biblia. La Revelación de San Juan o el libro del Apocalipsis es el quinto y último trabajo atribuido a Juan y es el último libro del Nuevo Testamento. Es conocido como Apocalipsis por el título que al principio se da a este libro  y en algunos círculos protestantes simplemente como Revelación. Por su género literario, es considerado por la mayoría de los eruditos el único libro del Nuevo Testamento de carácter exclusivamente profético. El Apocalipsis quizás sea el escrito más rico en simbología de toda la Biblia. La cantidad de símbolos, eventos y procesos complica la tarea de interpretar la totalidad de la revelación y como tal, ha sido objeto de numerosas investigaciones, interpretaciones y debate a lo largo de la historia.

El autor se identifica a sí mismo dentro del libro como Juan, discípulo de Jesucristo,y en condición de desterrado en la isla de Patmos (en el mar Egeo) por ser testigo de Jesús. La coincidencia de este nombre con el de Juan el Evangelista y el autor de otros escritos del Nuevo Testamento es en gran parte la razón por la cual se atribuye el libro de manera tradicional al apóstol San Juan, a quien se le atribuyen también el cuarto Evangelio y tres cartas. Sin embargo en el Apocalipsis, el autor sólo menciona su nombre, sin identificarse nunca como el apóstol Juan de los Evangelios. Cabe mencionar que se atribuye a todo el que sigue las doctrinas de Jesús el carácter de discípulo. Pero no necesariamente todo discípulo conoció a Jesús en persona. De cualquier manera, las investigaciones modernas suelen agrupar los escritos atribuidos a Juan y algunas llegan a afirmar que pertenecen a una comunidad denominada juanina. Esta postura no indicaría necesariamente la autoría directa del apóstol Juan, pero sí que una comunidad ya sea fundada por él, o fuertemente influenciada por él, sería la que generaría estos documentos. Así, aunque Juan no hubiera escrito de puño y letra el Apocalipsis, sería como si lo hubiera hecho a través de esta comunidad. Además, asignar como autor de las obras a un personaje de renombre es común en la tradición de la literatura apocalíptica, no para darle un crédito extra a la obra, sino porque de hecho el autor verdadero se identifica plenamente con el personaje que se marca como autor de la obra. Los documentos sobre la autoría tradicional del Evangelio tienen ciertos puntos débiles que han sido explotados por los críticos. Ireneo es acusado de hacer a Papías de Hierápolis un discípulo de Juan el Apóstol para dar soporte a sus propias teorías.
San Ireneo, educado en Esmirna, fue discípulo de la San Policarpo, obispo de aquella ciudad, quién a su vez se dice fue discípulo del Apóstol San Juan. En el año 177 era presbítero en Lyon (Francia), y poco después ocupó la sede episcopal de dicha ciudad.  Las obras literarias de San Ireneo le han valido la dignidad de figurar prominentemente entre los Padres de la Iglesia, ya que sus escritos no sólo sirvieron para poner los cimientos de la teología cristiana, sino también para exponer y refutar los errores de los gnósticos y salvar así a la fe católica del grave peligro que corrió de contaminarse y corromperse por las insidiosas doctrinas de aquellos herejes. Recibió la palma del martirio, según se cuenta, alrededor del año 200. Eusebio mostró luego que Papías en realidad fue discípulo de Juan el Presbítero. Pero incluso Eusebio no escapa a la crítica. Sus citas a Juan el Presbítero parecen motivadas por sus argumentos con respecto a la autoría del Apocalipsis. Las memorias de Ireneo sobre el testimonio de Policarpo son memorias poco sólidas y carecen de claridad. Por ejemplo, cita las relaciones de Policarpo y “Juan”, pero nunca específica de qué Juan se trata.

El Evangelio de Juan declara explícitamente que fue escrito por el “discípulo amado por Jesús“, por lo que se ha hecho un gran esfuerzo para determinar de qué persona se podría tratar. Tradicionalmente es identificado como Juan el Apóstol, ya que de otra manera, uno de los más importantes apóstoles de los otros Evangelios no sería mencionado dentro del cuarto evangelio. Sin embargo, algunos críticos han sugerido algunas otras posibilidades. Filson y Sanders sugieren a Lázaro, ya que en el libro de Juan se  indica explícitamente que Jesús lo “amaba”, y esto está indicado en el Evangelio secreto de Marcos. Sin embargo, el hecho de que Lázaro no sea mencionado en el ministerio de Galilea, y que no haya una tradición amplia sobre la actividad apostólica de Lázaro luego de la muerte de Jesús, deja esta teoría en duda. Parker sugiere que este discípulo podría ser Juan Marcos; sin embargo, los Hechos de los Apóstoles indican que Juan Marcos era muy joven y llegado posteriormente a ser discípulo. J. Colson sugiere que “Juan” era un sacerdote de Jerusalén, explicando así la mentalidad sacerdotal que se advierte en el cuarto evangelio. R. Schnackenburg sugiere que “Juan” probablemente era un residente desconocido de Jerusalén que se encontraba dentro del círculo de amigos de Jesús.
El Evangelio de Felipe y el Evangelio de María Magdalena identifican a María Magdalena como la discípula que Jesús amaba, conexión analizada por Esther de Boer y hecha notoria en la obra de ficción El código Da Vinci, de Dan Brown. Finalmente, algunos autores, como Loisy, Bultmann y Hans-Martin Schenke, ven a “Juan” como una creación puramente simbólica, un pseudónimo utilizado por un grupo de autores. Además de las dudas sobre la identificación del “discípulo a quien Jesús amaba” con el apóstol Juan, también queda la cuestión de si este apóstol fue el autor de los textos. Se han dado varias objeciones a la autoría de Juan el Apóstol. Primero que nada, el Evangelio de Juan es un relato de alto nivel  intelectual sobre la vida de Jesús, lo que requiere un muy buen nivel de educación y conocimientos. Pero los Evangelios Sinópticos están de acuerdo en que Juan era un pescador, quien seguramente no tendría mucha educación. El término evangelios sinópticos es utilizado para hacer referencia a tres de los evangelios canónicos, en concreto los de Mateo, Marcos y Lucas, entre los cuales existen grandes afinidades.  Contra esta objeción, se puede notar que Juan no era un pescador asalariado, sino alguien que podría tener su propio barco, y por tanto podría tener acceso a suficientes ingresos para pagarse una educación. Sin embargo, los Hechos de los Apóstoles se refieren a Juan como “iletrado“.

Una segunda objeción a la autoría de Juan el Apóstol está en la importancia dada a las tradiciones de Jerusalén, lo que sería inusual para un galileo. La respuesta usualmente dada a esta objeción es que el conocimiento de Jerusalén mostrado en el texto no es más que lo que un peregrino anual podría saber. El interés de Juan por Jerusalén parece ser totalmente dependiente de su interés en Jesús. Finalmente, se objeta que el “discípulo al que Jesús amaba” no es mencionado antes de la Última Cena, así que este discípulo no podría haber sido un testigo visual de los primeros eventos del Evangelio. Sin embargo, la tradición ha identificado a este discípulo con el discípulo sin nombre del primer capítulo. La estructura del Evangelio también explica parcialmente la “desaparición” de los discípulos del centro de acción. Los primeros doce capítulos, el “Libro de los Signos”, hablan de la prédica y milagros de Jesús a los judíos, mientras que el relato de la Última Cena se concentra en su relación particular con sus discípulos.
La posibilidad de una autoría colectiva del cuarto Evangelio se basa en diferencias estilísticas y de discurso narrativo. En particular, el capítulo 21 es muy diferente estilísticamente del cuerpo principal del Evangelio, y se piensa que podría ser una adición posterior. R.E. Brown (1970) distingue cuatro etapas de desarrollo: la tradición conectada directamente con el apóstol, una edición parcial de sus discípulos, una síntesis hecha por el apóstol y las adiciones del editor final. Muchos críticos fechan la escritura del Evangelio en los últimos cuatro o cinco años del primer siglo, aunque como ya se ha dicho, algunos eligen incluso una fecha muy posterior, típicamente en la época de Ireneo. Si este fuera el caso, y si el “discípulo amado” y autor hubiese sido Juan el Apóstol u otro seguidor de Jesús, debería haber tenido unos 90 años en la fecha de la composición, lo que sería una edad muy avanzada para el siglo I, cuando las esperanzas de vida eran mucho más cortas. Por otro lado, si en realidad vivió hasta tal edad, se explicaría entonces la tradición sacada de Juan 21, de que muchos creían que Jesús había dicho que el “discípulo amado” nunca moriría.

Tal como hemos dicho, históricamente se considera que el Apocalipsis fue escrito a finales del siglo I o principios del siglo II (aunque otros historiadores lo ubican en distintas fechas de toda la segunda mitad del siglo I), cuando las persecuciones romanas contra los cristianos se hicieron más cruentas, en tiempos del emperador Domiciano (que fue César del imperio romano a fines del siglo I). Este, como algunos otros emperadores, exigían (ya sea por simple vanidad o como estrategia de coerción a sus súbditos) que sus estatuas fueran adoradas a lo largo de todo el imperio, cosa que los cristianos se negaban a hacer por motivos religiosos: los Césares se autoproclamaban ‘Señor de Señores’, además de ‘hijos de Dios’, títulos que los cristianos reservan exclusivamente para Jesucristo. Por ello, el Apocalipsis conllevaría también un trasfondo histórico que haría referencias múltiples a estas persecuciones y a los consejos que el autor daría a sus lectores, cristianos, de mantenerse en la fe para soportar las angustias, poniendo la esperanza final de la nueva Jerusalén como premio seguro para los que se mantuvieran firmes.
La siguiente es una lista (incompleta) de algunas fechas importantes a tener en cuenta en el contexto histórico de la escritura del Apocalipsis: Década de los años 30: muerte (y resurrección para los cristianos) de Jesús;  Años 60: probables fechas de las muertes de los apóstoles Simón Pedro y Pablo de Tarso. Persecución de los cristianos bajo el emperador Nerón;  70 – 73: destrucción por parte de los romanos del templo de Jerusalén, expulsión de los judíos de Jerusalén; Luego del año 73: los conflictos crecen entre cristianos y judíos. Para los años 90, en que probablemente fue escrito el Apocalipsis, la separación es casi completa; 81 – 96: Domiciano es emperador de Roma. Impone con fuerza el culto divinizante al emperador. Las persecuciones de cristianos se acrecientan. El Apocalipsis es considerado uno de los libros más controvertidos y difíciles de la Biblia, por la multiplicidad de posibles interpretaciones en los significados de nombres, eventos y símbolos que se narran. La admisión de este texto en el canon bíblico del Nuevo Testamento no fue nada fácil, ya que  la polémica entre los Padres de la Iglesia respecto a la canonicidad del Apocalipsis duró varios siglos.

Al final del siglo II el Apocalipsis fue reconocido por los representantes de las iglesias principales como una obra genuina del apóstol Juan. En Asia, Melitón, obispo de Sardes, reconoció el Apocalipsis de Juan y escribió un comentario sobre él (Eusebio de Cesarea, Historia Eclesiástica, IV, 26). En la Galia, Ireneo de Lyon creía firmemente en su autoridad divina y apostólica. En África, Tertuliano citó frecuentemente el Apocalipsis sin dudas aparentes sobre su autenticidad. Quinto Septimio Florente Tertuliano, más comúnmente conocido como Tertuliano (160 –  220) fue un líder de la Iglesia y un prolífico escritor durante la segunda parte del siglo segundo y primera parte del tercero. Nació, vivió y murió en Cartago, en el actual Túnez. En Roma, el obispo Hipólito asignó su autoría al apóstol Juan, y el Fragmento Muratoriano lo enumera junto con las otras escrituras canónicas. La Vetus Latina contenía el Apocalipsis. En Alejandría, Clemente y Orígenes creían sin vacilación en su autoría joánica. Orígenes aceptaba el Apocalipsis como inspirado, y lo catalogaba como parte del Homologoumena. Atanasio, obispo de Alejandría, lo reconoció plenamente en su carta pascual 39 en el año 367.
En occidente, el libro fue definitivamente aceptado por el decreto del papa Dámaso I, en el año 382, confirmado luego en los concilios de Hipona (en el 393) y de Cartago (en el 397), junto con todos los demás escritos del Nuevo Testamento. En oriente, fue incluido en el canon después de mucha polémica (que se prolongó hasta el siglo IX) aunque es el único libro del Nuevo Testamento que no es leído como parte de la liturgia en la Iglesia Ortodoxa. Algunos, como el romano Cayo, a principios del siglo III rechazaron el Apocalipsis por fomentar el milenarismo. El antagonista más importante de la autoridad del Apocalipsis fue Dionisio, obispo de Alejandría, discípulo de Orígenes. Él no se oponía a la idea de que Cerinto fuese el autor del Apocalipsis como se puede leer en su obra “Sobre las promesas”: “Esta es la doctrina que enseñaba Cerinto: el reino de Cristo será terrenal. Y como amaba el cuerpo y era del todo carnal, imaginaba que iba a encontrar aquellas satisfacciones a las que anhelaba, las del vientre y del bajo vientre, es decir del comer, del beber, del matrimonio: en medio de fiestas, sacrificios e inmolaciones de víctimas sagradas, mediante lo cual intentó hacer más aceptables tales tesis”.
 
Cerinto fue un líder de una secta de finales del siglo I o principios del siglo II, una ramificación de los Ebionitas, corriente del cristianismo primitivo es el nombre con el que eran conocidas algunas comunidades cristianas primitivas que se mantenían fieles a la ley mosaica, similar al Gnosticismo en algunos aspectos, interesante porque muestra el amplio rango de conclusiones a las que podían llegarse a partir de la vida y enseñanzas de Jesús. Cerinto es recordado en la historia primitiva de la Iglesia cristiana por haber sido un Heresiarca, o sea un líder herético de una secta. Se cree que fue contemporáneo de San Juan quien escribió el cuarto Evangelio contra él y sus enseñanzas. Se desconocen las fechas de su nacimiento y muerte. En la provincia romana de Asia fundó una escuela. Ninguno de los escritos de Cerinto han sobrevivido y, en realidad, es muy poco probable que alguna vez hubieran sido muy diseminados. Como es usual, se pueden interpretar sus enseñanzas sólo a través de lo que reportaban sus enemigos ortodoxos.
El recuento más temprano sobre Cerinto lo da Ireneo en su refutación del Gnosticismo, Adversus haereses,  escrito alrededor del año 170. De acuerdo con Ireneo, Cerinto, un hombre educado en la sabiduría de los Egipcios, decía tener inspiración angélica. Enseñó que el mundo visible y los cielos no fueron hechos por un ser supremo, sino por un poder menor (el Demiurgo) distinto de él. No Yahveh sino los ángeles hicieron el mundo y le dieron sus leyes. Estos ángeles-creadores no conocían la existencia de Dios. La ley judía se volvía entonces sagrada y esencial para la salvación. Cerinto distinguió entre el hombre Jesús y el Cristo. Negó el nacimiento sobrenatural de Jesús, haciéndolo hijo de José y María, y distinguiéndolo de Cristo, que descendió sobre él en el bautismo y lo dejó de nuevo en su crucifixión. También se decía que Cerinto enseñó que Jesús será levantado de entre los muertos en el Último Día, cuando todos los hombres se levantarán con Él. En ese sentido, era similar a un ebionita en su cristología, pero gnóstico en su doctrina de la creación. Cerinto creía en un milenio feliz que sería realizado en la tierra antes de la resurrección y en el reinado espiritual de Dios en el cielo. De acuerdo con Ireneo, Policarpo de Esmirna contaba la historia de que San Juan el Divino, en particular, se decía que temía tanto a Cerinto que una vez huyó de un baño cuando se enteró que Cerinto estaba dentro, gritando “¡Huyamos, antes de que el edificio se venga abajo; pues Cerinto, el enemigo de la verdad, está adentro!”. Entre las enseñanzas de Cerinto, que eran opuestas a las de los apóstoles y otros padres de la Iglesia, podemos señalar el de una deidad menor que creó el mundo físico; Jesús el hombre y “Cristo” el espíritu divino no eran el mismo; Justificación por las obras, en particular la observancia ceremonial del Judaísmo

Cerinto podría haber sido el supuesto receptor del Apócrifo de Santiago (codex I, texto 2 de los Manuscritos de Nag Hammadi), aunque el nombre escrito ahí es casi ilegible. Algunos Padres de la Iglesia detractores del libro conocido como Apocalipsis de San Juan atribuían la autoría del mismo a Cerinto, debido principalmente a la semejanza doctrinal entre sus enseñanzas y la época del Milenio descrita en el libro. Otro discípulo de Orígenes, Eusebio de Cesarea discrepaba de su maestro alejandrino al rechazar el Apocalipsis como escrito bíblico, aunque se vio obligado a reconocer su casi universal aceptación. En “Historia Eclesiástica”  afirmó lo siguiente: “El Apocalipsis es aceptado por algunos entre los libros canónicos, pero otros lo rechazan”.  Cirilo de Jerusalén no lo nombró entre los libros canónicos; tampoco aparece en la lista del Sínodo de Laodicea, o en la de Gregorio de Nacianzo. Otro argumento en contra de la paternidad apostólica del libro es su omisión de la versión Peshita, la Vulgata siria,  en arameo. En el siglo IV, san Juan Crisóstomo y otros obispos argumentaban contra la inclusión de este libro en el canon del Nuevo Testamento, sobre todo debido a las dificultades que planteaba su interpretación y el peligro latente que podía entrañar.
En el siglo IX, fue incluido junto con el Apocalipsis de Pedro entre los libros discutidos en la Stichometría de san Nicéforo, patriarca de Constantinopla. Martín Lutero consideraba que el Apocalipsisno es ni apostólico ni profético“, y decía que “Cristo no se enseña ni se sabe de él aquí“. La lectura del libro del Apocalipsis se puede hacer en varios niveles:literal, simbólico, por su género literario, en el contexto histórico en que fue escrito, por el mensaje de fondo del que habla, etc. Antoine François Prévost (1697 – 1763), más conocido por su título eclesiástico de Abbé Prévost, fue un novelista, historiador y traductor francés. Según Prévost es necesario comprender todos estos niveles para entender el libro del Apocalipsis y para evitar interpretarlo solamente desde la perspectiva de actitudes de los movimientos apocalípticos que se centran únicamente en el terror que causaría un supuesto fin del mundo. Una lectura literal del libro puede dejar distintas impresiones en el lector, pero es importante no quedarse solamente en este nivel, sino profundizar más para una mejor comprensión.

El nivel de género literario es muy importante, pues permite ubicar al Apocalipsis dentro del contexto de otros libros, tanto bíblicos como no bíblicos, que con una estructura o simbología similar puedan dar luz para entender lo que el autor del libro en realidad haya querido decir al escribirlo. El Apocalipsis de Juan pertenece de hecho al género Apocalíptico, aunque presenta algunas características que lo diferencian del resto de la literatura apocalíptica. El nivel histórico permite también ubicar la época del autor, junto con las crisis y sucesos que podrían haber influido en la escritura tanto del libro en general, como de ciertos pasajes particulares. A nivel simbólico es posible entender también lo que para el autor representarían los numerosos símbolos que aparecen en el libro. Es importante no olvidar que, en último término, el libro es un escrito cristiano, y que como tal, lleva implícito el mensaje que se encuentra en los Evangelios, centrado en la figura de Jesucristo. Igualmente, se pueden incluir análisis que contemplen la estructura desde el punto de vista del idioma griego en que fue escrito el libro.
Según  el escritor, teólogo y apologista católico Scott Hahn, básicamente existen cuatro escuelas interpretativas del contenido del Apocalipsis, a saber: Preterista, que subraya el cumplimiento de las profecías del Apocalipsis durante el siglo I. Tiende a identificar a los personajes del libro con personajes históricos de la época del siglo I. Idealista, que ve al Apocalipsis como una alegoría del combate espiritual entre el bien y el mal que debe tener todo fiel. Futurista, que conlleva la identificación de los personajes del Apocalipsis con distintos personajes que han surgido a lo largo de la historia humana, como la identificación de las Bestias del Apocalipsis con Napoleón Bonaparte, Hitler o Stalin, etc. Historicista, que sostiene que el Apocalipsis expone el plan maestro de Dios para la historia, de principio a fin, incluyendo la historia particular de la Iglesia. Para Hahn, todas estas escuelas tienen su razón de ser y su parte de veracidad, y aunque dicho autor favorece ante todo la visión preterista, no rechaza del todo ninguna de las otras escuelas.

Según Ugo Vanni, jesuita y profesor de exégesis del Nuevo Testamento del Pontificio Instituto Bíblico y de la Universidad Gregoriana, desde esta misma perspectiva el mensaje de todo el libro del Apocalipsis puede actualizarse a la época de cualquier creyente cristiano, o más bien de cualquier comunidad de creyentes cristianos (pues todas las citas del libro están siempre dirigidas a un grupo de gente, no a alguien aislado). Y así desde la perspectiva preterista, la Babilonia que podría haber representado para el autor la Roma perdida, una ciudad dominadora, consumista, pagana, podría representar hoy en día un sin número de situaciones particulares similares, pero teniendo cuidado de discernir adecuadamente cuáles son esas situaciones y de no llevar la interpretación al extremo de la identificación. Es decir, en una especie de perspectiva futurista pero sin rayar en la identificación, evitando pensar que el Apocalipsis hubiera sido escrito explícitamente para “predecir” los hechos de alguna época y nada más.
Además, se pueden reconocer muchas otras escuelas de interpretación del Apocalipsis, como la visión esotérica y la propia de Iglesias como la Católica, la Ortodoxa oriental, la Anglicana o la Mormona, algunas de las cuales incluyen elementos de las otras escuelas (de las anteriormente citadas y las de otras Iglesias), pero se encuentran bien definidas en sus doctrinas y por eso se diferencian. En primer lugar, se puede ver al Apocalipsis como compuesto por cuatro partes: Introducción y Cartas a las Iglesias, que es el contenido de la salutación dirigida a una jurisdicción eclesiástica y representa una comunicación oficial de un dirigente. Siguiendo el ejemplo de otros libros de la época, su distribución es local y luego de su inclusión en el canon, es distribuido a toda la Iglesia. Como si fuera una epístola (pero sin serlo), se podría reconocer aquí a los destinatarios del libro. El Cordero y los Siete Sellos y Trompetas incluye  muchos símbolos que hacen alusión a la liturgia cristiana primitiva, y para Prévost es también una forma de definirse frente al judaísmo. El Dragón y el combate  es la historia que se vuelca en un combate cósmico para explicar el sentido de la historia, y a la vez también simboliza, según Prévost,  el enfrentamiento de los primeros cristianos con el imperio romano. La Nueva Jerusalén es como una despedida al final del libro, en que se menciona la esperanza que guía a todo el libro.

El libro del Apocalipsis presenta también secciones bien diferenciadas, en las que los símbolos cambian entre una y otra, aunque conservando un mensaje principal idéntico de esperanza: Introducción y Presentación presenta la visión de todo el libro e introduce la siguiente sección (el mensaje a las Iglesias) como venido de parte de un “…hombre de larga túnica, cuyos cabellos eran blancos. En su mano tenía siete estrellas y de su boca salía una espada de doble filo…”, en referencia a Cristo resucitado. El mensaje a las Iglesias es una serie de evaluaciones, buenas y malas, a siete comunidades, que terminan con un reto y la inspiración para vencer. Las comunidades tienen una relación específica en la época del autor. Las Teofanías de Dios se presenta como un conjunto de símbolos que representan la majestad de Dios, haciendo alusión a las teofanías más importantes del Antiguo Testamento: la zarza ardiente, el monte Sinaí, la vocación de Isaías y la extraña visión de Ezequiel en el río Quebar. El Cordero se presenta, en contraste pero en unidad con la sección anterior, la humildad y poder del Cordero (Cristo), como el único que es capaz de entender al principio el designio de Dios y por lo tanto de abrir el libro de los siete sellos.
Los Siete Sellos abunda los símbolos numéricos y cromáticos. La sección comienza con la famosa descripción de los Cuatro Jinetes del Apocalipsis, que llevan numerosas plagas a la humanidad. Durante la apertura de cada sello, se desarrollan también las visiones de cataclismos naturales, que concluyen con el Juicio Final. Las Siete Trompetas explica que con la apertura del séptimo sello, comienza el desarrollo de un nuevo simbolismo numérico de catástrofes anunciadas por 7 trompetas, y el surgimiento de una primera Bestia que guerrea con dos Testigos. El Dragón y las Bestias  expone que después, en un cambio en el hilo de la historia, se narra el surgimiento del Dragón que combate con una Mujer que da a luz a un Niño. Después, el Dragón convoca a dos Bestias que lo sirven. Los Vencedores explica como entran en escena los que serán vencedores del Dragón y las Bestias. Aunque en esta parte no se indica aún que los venzan, sí se indica que están de parte del Cordero, y que de hecho éste los dirige, dispuestos a vencer. Las Siete Copas,  de nuevo con un simbolismo numérico, trata sobre catástrofes, y la batalla final que comienza con la reunión de los ejércitos en un lugar llamado Armagedón.

La Prostituta y la caída de Babilonia explica la entrada en escena de la Prostituta (denominada Gran Babilonia), que está sostenida por las Bestias y el Dragón. Entra entonces en escena Cristo montado en un caballo blanco, la Gran Prostituta es vencida y las Bestias son capturadas y echadas al lago de fuego. La Derrota menciona que el Dragón queda encerrado por mil años luego de su derrota y que al final volverá a salir reuniendo a todas las naciones representadas por Gog y Magog para ser vencido de nuevo, esta vez de manera definitiva. La nueva Jerusalén es como una visión que concluye con esperanza: la tierra y el cielo son hechos de nuevo, Jerusalén, como símbolo de la ciudad de Dios, es toda la Tierra donde ahora Dios habita directamente en medio de todos los hombres. El libro, y por lo tanto la Biblia cristiana concluyen con una bendición y una petición en que apremian a Jesús a volver pronto.
El libro del Apocalipsis contiene series del mágico número 7 a lo largo de todo su corpus. Las más notorias se encuentran por la relación que guardan entre sí los tres septenarios de sellos, trompetas y copas. El septenario de los sellos se da conforme el Cordero va abriendo uno a uno los sellos de un libro que nadie podía abrir excepto él. Antes de romper los sellos la visión se encuentra en el cielo, con las teofanías de Dios y el Cordero y la alegría que causa que éste sea capaz de abrir el libro. Los primeros cuatro sellos originan a los jinetes del Apocalipsis. Los sellos 5 y 6 originan cataclismos. Después del sexto sello se da una visión de esperanza (los 144.000 que se salvaran) y con el séptimo sello comienza el siguiente septenario: las trompetas, y con ellas en realidad todo el resto del libro que concluye con la visión final de la Nueva Jerusalén. El septenario de las trompetas comienza con una visión celeste de esperanza (básicamente los mismos 144.000 que vienen antes del séptimo sello y que coincide con la primera trompeta), después se tocan las trompetas, acompañadas de cataclismos. Luego de la sexta trompeta, viene una visión de esperanza (el ángel y el librito, los dos testigos). Al tocarse la séptima trompeta, hay un cántico de victoria.

El septenario de las copas aparece un poco después. De nuevo, comienza con una visión celeste de esperanza (de los Vencedores). Después las copas se derraman, acompañadas de cataclismos. Luego de la sexta copa, aunque sumergido en un ambiente de derrota, viene una promesa de esperanza. La conclusión de este septenario, luego de derramar la séptima copa comienza con la presentación de la Prostituta de Babilonia, pero nótese que inmediatamente comienza su declive, que desemboca en la visión gloriosa del final del libro. Así pues, los tres septenarios más importantes del Apocalipsis tienen aproximadamente la misma estructura: una visión celeste que es preludio de la esperanza, una serie de cataclismos terrestres, luego del sexto símbolo hay un interludio de esperanza y al finalizar el séptimo símbolo hay un triunfo total de salvación para los elegidos. Otros septenarios del libro, algunos un tanto velados, se encuentran en las iglesias a las que se dirige el autor. En este contexto, también se puede analizar la estructura del Apocalipsis de acuerdo a septenarios.
Conjuntando el significado de la diversa simbología del Apocalipsis, se pueden encontrar dentro del mismo una variedad de personajes y figuras frecuentemente analizadas y estudiadas. Además del libro, del Arca de la Alianza y de los componentes de los septenarios (los 7 sellos, las 7 trompetas y las 7 copas), en orden de aparición algunas de las figuras del Apocalipsis son: Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis, en que la imagen de caballos viene desde el libro de Zacarías, en donde se establece que son enviados por Dios. Montando cada uno un caballo con un color característico, estos jinetes llevan plagas a toda la humanidad, recordando que el número 4 representa a toda la Creación, por lo que las plagas se extenderían entonces por toda la Tierra. Recordando el significado de los colores, la interpretación más común de lo que cada jinete representa, según Prevost y Vanni,  sería la siguiente: Caballo rojo, representa la guerra; Caballo negro, representa la hambruna y la pobreza; Caballo verde o amarillo, representa la muerte o la enfermedad; Caballo blanco, representa para algunos la muerte, por el hecho de que vence siempre, pero para otros, por el color, por el hecho de que porta una corona y por el hecho de que los cristianos no creen que la muerte sea invencible, representaría más bien a Cristo (o a un jinete en su representación), haciendo referencia también a otra parte del libro, en donde vuelve a aparecer el caballo blanco, con Cristo montándolo.

En los 144.000, hay que notar primero que 144.000 = 12 x 12 x 1000, es decir, recordando el significado de los números, una gran cantidad (1000), multiplicada por la totalidad (al cuadrado, es decir, todavía más grande) del pueblo de Dios. Esta cifra puede interpretarse literalmente a partir del libro del Apocalipsis como el número de las personas que quedarían salvadas al final. Pero leyendo más adelante, se puede leer lo siguiente: “…vi luego también una multitud que nadie podía contar, de toda nación, raza y lengua…” , lo que se puede interpretar también como el hecho de que el número 144.000 no sería exacto ni literal, sino solamente representativo. El total de 144.000 se da por la suma de doce mil miembros de cada tribu del pueblo de Israel. Según Prévost existe una curiosidad en este listado de las tribus, que no aparece en cualquier otro listado de las tribus de Israel en toda la Biblia. En primer lugar aparece la tribu de Judá, como sería lógico para quien tiene claro la procedencia del Mesías según las profecías del Antiguo Testamento. Después viene la tribu de Rubén, que siendo hermano mayor de Judá no prevaleció. Por otra parte no aparece la tribu de Dan, que en otros listados sí aparece, y sí aparece la de Manasés, que en otros listados no aparece. Y después, la parte más extraña, si se recuerda que las tribus de Israel están asociadas a los 12 hijos de Jacob, y que este tuvo sus doce hijos a partir de varias esposas: dos esclavas y dos no esclavas. Por lo general, uno esperaría, como de hecho sucede en los otros listados, que primero se enlisten los hijos de las esposas no esclavas, y por último los de las esclavas. En el listado del Apocalipsis, después de mencionar a Judá y Rubén, se enlistan primero las tribus de los hijos de las esclavas y al final el resto.
La Bestia y su número  es uno de los símbolos más famosos del libro del Apocalipsis. El número seiscientos sesenta y seis se suele identificar con el Diablo (aunque aquí el Dragón del Apocalipsis es representativo del mismo) o con el Anticristo. En el Apocalipsis sin embargo, únicamente se menciona esta cifra una sola vez, para decir que es el número de la Bestia que sirve al Dragón. Y después se le asocia con la marca de la Bestia que llevarían todos aquellos que sirvan al Dragón y a la Bestia. Hay que recordar primero que el significado del número 6 es de imperfección (por faltarle una unidad para la perfección del número 7), y el número 666 representaría entonces una imperfección llevada hasta el extremo. Hay autores que, buscando identificar el número 666 con un personaje histórico de la época en que fue escrito el libro, intentan encontrar un juego numérico (conocido como gematría) con las letras del alfabeto griego (idioma en que fue escrito el libro) que pudiera dar la equivalencia para reconocer con este número a la principal Bestia del Apocalipsis. Estos juegos eran comunes a la época de la escritura del Apocalipsis, y se han encontrado vestigios de ellos también en otros escritos. Se asigna a cada letra (alfa, beta, gamma,…, psi, omega) un número: las primeras del 1 al 10 (excepto el 6), luego de diez en diez hasta el 80, luego el 100 y de cien en cien hasta el 800.

Una palabra o frase conocida tenía entonces un número asociado al sumar las cifras equivalentes a cada letra; el inverso de este juego consiste en dar un número (como es el caso del 666 del Apocalipsis) y tratar de identificar qué palabra o frase cumple también con estas características. Siguiendo este juego numérico, se puede llegar a concluir que el número representaría a Domiciano, que persiguió a los cristianos en la época de la escritura del Apocalipsis, o en general a los Césares romanos que se autoproclamaban dioses y que exigían a sus súbditos que así fueran adoradas sus estatuas. Algunas investigaciones también concluyen que el número 666 dado en este pasaje del Apocalipsis es erróneo, ya que existen algunas versiones del libro que datan del siglo II o III y que tienen como número de la Bestia al seiscientos dieciséis (y con el cual a través de los mismos juegos numéricos se podría relacionar a varios Césares romanos, por ejemplo Calígula, emperador romano caracterizado por su crueldad). Igualmente que con otros símbolos del Apocalipsis, hay muchas otras interpretaciones que identifican a la Bestia con personajes de distinta índole a lo largo de la historia (y que a través de otros juegos ingeniosos reconocen al 666 apocalíptico con ellos). Hay incluso interpretaciones que identifican al 666 con fechas. Otros manejan la posibilidad de identificar a la Bestia a la que históricamente se referiría el autor del Apocalipsis, con el emperador Nerón, que para la época de la redacción del libro, aún dejaría un recuerdo de las torturas y persecuciones de su época. Tomando la frase ‘Nerón César’, en hebreo o en griego, considerando únicamente las consonantes y tomando números de acuerdo a una numeración del alfabeto hebreo, similar a la anterior, la suma daría de nuevo el famoso número 666. Es más, si se toma la frase ‘Nerón César’, pero no en griego sino en latín, el número resultante es el 616.
Dentro del libro del Apocalipsis se menciona que una primera Bestia mata a dos Testigos de Dios en una ciudad (los cuales, por cierto, luego de muertos curiosamente  siguen hablando). La descripción de dos testigos va de acuerdo con la ley judía que establece que sólo se acepta el testimonio de dos testigos. Algunos han querido reconocer en estos dos Testigos a los apóstoles Pedro y Pablo, muertos durante la época de Nerón. Sin embargo, en el Apocalipsis no se reconoce que esta primera Bestia sea la misma que la del número 666. Para Hahn los dos testigos representan al profeta Elías y a Moisés, personajes en quienes a su vez se personificaría toda la Ley y los Profetas del Antiguo Testamento. Otra interpretación que se da a los dos Testigos es que corresponden a Elías y al enigmático  Enoc, debido a que en toda la historia que relata la Biblia estos dos personajes no han muerto: Elías fue llevado en un carro de fuego, y Enoc: “Caminó pues Enoc con Dios, y desapareció, porque le llevó Dios”. Debido a que todo hombre debe morir, y estos dos personajes no han muerto, se presume que el evento relatado en el Apocalipsis sería el tiempo de la muerte de ellos.

La ramera de Babilonia sobre la bestia de siete cabezas puede verse en una pintura rusa del siglo XIX. Para Prévost, en Babilonia y la prostituta, podría verse la alusión política que en la época de la escritura del libro, el autor haría de sus enemigos. Antes de nada, debe recordarse que para los judíos la ciudad de Babilonia representa el exilio, luego de que los babilonios exiliaron a la élite de la sociedad judía de Jerusalén en el año 587 a. C. Igualmente, significa para ellos la perversión de las costumbres judías, que se fueron mezclando con elementos de idolatría en esa ciudad, pecado fuertemente condenado por ellos. Así pues, Babilonia representa tanto el poder dominador extranjero, como la idolatría. Por eso en el Apocalipsis (igual que en otros libros del Nuevo Testamento), Babilonia se suele identificar  con la Roma imperial que perseguía a los cristianos y que les exigía idolatrar al César como un dios. De hecho en el Apocalipsis, en la descripción de Babilonia con sus siete montes, podría reconocerse a la ciudad de Roma. La prostituta del Apocalipsis tendría entonces el mismo significado de perversión, idolatría y desenfreno característicos de la alta sociedad romana de ese entonces. Por otra parte, otros identifican a Babilonia con la Jerusalén de los judíos (que igualmente tiene siete montes), y que contrasta fuertemente con la Nueva Jerusalén del final del libro. Por ejemplo,  Hahn, que centra gran parte de su interpretación de las catástrofes del Apocalipsis en una analogía con la caída de Jerusalén en el año 70.  Existen muchas otras, interpretaciones sobre la identidad de esta ciudad calificada de perversa, desde el papado, hasta una pléyade de ciudades y personalidades según se han presentado a lo largo de la historia.
Otro tema significativo es el de la Mujer vestida de sol y el Niño. Y es muy sorprendente  que la Virgen de Guadalupe se asemeja a la mujer del  Apocalipsis en sus características: La mujer revestida del sol, la luna bajos sus pies y en la cabeza una corona de doce estrellas aparece en el Apocalipsis como la que engendra al Niño que el Dragón quiere combatir. Este niño es ‘raptado’ al cielo para después reinar, así que el Dragón se vuelca a combatir contra la Mujer y luego contra el resto de su descendencia. Para Prévost la clave para reconocer a la Mujer se encuentra primero en reconocer al Niño. Desde una perspectiva que considera al Apocalipsis como completamente cristocéntrico, se puede interpretar entonces que el Niño representaría efectivamente a Cristo. Desde una perspectiva de la mariología, se vería en esta Mujer un símbolo de la Virgen María. Sin embargo, son muchos los grupos cristianos (de diversas Iglesias, incluidos algunos católicos), que interpretan en este símbolo al pueblo de Dios, que antes del nacimiento de Jesús representaría al Israel fiel y después a los cristianos. Incluso la postura mariana, no dejando atrás el hecho de que la Mujer sería efectivamente María, lo hace siempre desde la perspectiva eclesiológica, de comunidad.

Tal como hemos dicho, la descripción de la Mujer es muy parecida a la imagen de la Virgen de Guadalupe, quien está tapando el sol (pues se ven los rayos amarillos desde atrás) y está encima de la luna, y en su cabeza hay un manto con varias estrellas (que no son exactamente 12); esta imagen también es muy parecida a lo descrito en el Apocalipsis, “Pero se le dieron a la mujer las dos alas del águila grande para que volara al desierto, a su lugar; allí será mantenida lejos del dragón por un tiempo, dos tiempos y la mitad de un tiempo.”: en la imagen hay un ángel llevando la luna, además de que la persona a la que se le apareció la Virgen de Guadalupe se llamaba Juan Diego Cuauhtlatoatzin, nombre que significa “águila que habla“, y el viaje al desierto se podría entonces referir al proceso de reevangelización desde América a España. Pueden existir más semejanzas con respecto a la Virgen de Guadalupe, sin embargo esto no significa que la mujer del Apocalipsis sea ella. Para algunas corrientes protestantes el niño representaría a una sección minoritaria de la Iglesia que sería arrebatada al cielo antes de que comiencen los juicios del Apocalipsis, mientras que la gran mayoría de la cristiandad se quedaría en la tierra a sufrir la persecución, y ellos serían el resto de sus hijos.
La Nueva Jerusalén, presente en los últimos dos capítulos del Apocalipsis, se encuentra para muchos dentro de los mejores descritos, detallados y bellos del Nuevo Testamento. Con una triple recurrencia, el autor habla de la salvación de Dios al final de los tiempos. Primero con la nueva Jerusalén propiamente dicha, que desciende del cielo a la Tierra (¿una nave espacial?). Después con las bodas del Cordero y su Esposa (¿la Iglesia?). Por último con una visión que recuerda a los primeros capítulos del Génesis (el primer libro en la Biblia), hablando de ríos y árboles que dan fruto eterno. Para Prévost esta parte tendría características escatológicas (tratado de las realidades últimas:(muerte, el juicio final, el infierno y la gloria o cielo, y de las teorías apocalípticas religiosas: la escatología cristiana, el milenarismo y los movimientos apocalípticos), mientras que el resto sería sólo un reflejo de los conflictos que la comunidad cristiana del autor estarían viviendo en su época y de la esperanza puesta en Dios a través de Cristo muerto y resucitado en que esos conflictos no prevalecerían y también serían vencidos tarde o temprano.Hay otra curiosidad relativa tanto a la nueva Jerusalén (que simboliza a la ciudad santa) y a Babilonia (que simboliza a la ciudad perversa): Aparece un lamento por la Babilonia destruida y también aparece la descripción de la nueva Jerusalén. Se puede notar que ambos pasajes son paralelos e inversos, es decir, que las descripciones de lamentación y de sentido negativo dadas a Babilonia, aparecen revertidas, en sentido de gozo y alegría para Jerusalén.

Algunos escritores creen que la Revelación fue escrita por Juan mientras estaba viviendo exiliado en la isla griega de Patmos, muchos años después de la crucifixión de Cristo. Otros están convencidos que el discípulo Juan no fue el autor de la Revelación,  porque no fue descubierta hasta después de 200 años de la vida de Juan. Según escribió Joseph Free en su libro “Arqueología e Historia Bíblica”, las cualidades lingüísticas de la Revelación son inferiores en muchos aspectos al Libro de Juan. Se discute que si la Revelación fue escrita cinco años después que el Libro de Juan por la misma  persona, la Revelación debería ser lingüísticamente igual o superior a la obra anterior. Otro punto es que la Revelación contiene expresiones del lenguaje hebreo que no habían sido usadas en anteriores escrituras de Juan. Por otra parte, importantes similitudes entre la Revelación han sido notadas con otros libros de Juan, especialmente en la repetición de ciertas palabras y frases. Cualquiera que sea el verdadero autor de la Revelación, el impacto de este trabajo ha  sido muy grande.
La Revelación es el relato en primera persona del extraño encuentro del autor con un extraño personaje que piensa es Jesús. Durante un período de uno o dos días, el autor también encuentra un número excepcional de criaturas que le señalan imágenes de futuros sucesos espantosos. Aquellas criaturas le anunciaron al autor que Satanás (el Anti-Cristo) tomaría posesión del mundo. Esto sería seguido por la Batalla Final del Armagedón durante la cual los ángeles de Dios lucharían con las fuerzas de Satanás. La Batalla Final provocaría el destierro de Satanás de la sociedad humana y el regreso triunfante (Segunda Venida) de Jesús para reinar en la Tierra por un milenio. El libro de la Revelación está escrito en una forma realmente intrigante, lleno de un simbolismo complejo e imaginativo. Motivado porque las imágenes reveladas a Juan eran símbolos, la Revelación puede usarse para predecir un inminente “Fin del Mundo” en casi cualquier época histórica. La profecía está construida de forma tal que los símbolos pueden ser interpretados para representar cualquiera de los eventos históricos que suceden en el tiempo que uno vive. Esto es lo que se ha hecho precisamente con la Revelación desde que apareció y todavía hoy se está haciendo.

La pregunta es, ¿qué causó las extrañas visiones del autor? ¿Era muy imaginativo? ¿Estaba bajo el efecto de sustancias alucinógenas? ¿O era algo más? En realidad Dante Alighieri más tarde parece haberse inspirado en la Revelación cuando escribió “La Divina Comedia”. El autor parece suficientemente sincero como para descartar el engaño. La forma sencilla de su narración tiende a eliminar la locura como respuesta. La cuestión es que analizando el texto de la Revelación, descubrimos algunas cosas bastante curiosas. Parece que el autor realmente había sido drogado y, mientras permanecía en este estado, le fueron señaladas imágenes en un libro por individuos que vestían extraños trajes y que montaron una ceremonia para el autor. Veamos  los pasajes de la Revelación que sugieren esto. Juan comienza su historia hablándonos que él se encontraba orando. En una descripción adicional, parece que estaba realizando un ritual al aire libre durante las horas diurnas. Repentinamente, una voz grave resonó detrás. La voz le ordenó escribir todo lo que viese y oyese, y enviar el mensaje a las siete iglesias cristianas en Asia. Juan se dio la vuelta para ver quién era el que le estaba hablando y, he aquí  que percibió lo que creyó ser un misterioso candelabro de siete velas.
Parado en medio del candelabro estaba una persona, que el autor describió así: “… una persona que se parecía al Hijo del hombre (Jesús), cubierto con una prenda hasta los pies, y  portando alrededor de su pecho una faja dorada. Su cabeza y sus cabellos eran blancos como lana, tan blancos como la nieve; y sus ojos eran como lenguas de fuego. Y sus pies eran como plata fina, como si ardieran en un horno; y su voz era como el sonido de un río caudaloso. Y él llevaba en su  mano derecha siete estrellas; y salía de su boca una espada aguda de doble filo; y su apariencia era como el sol brillante en su resplandor. Y cuando lo miré, caí a sus pies como muerto. Y él puso su mano derecha sobre mí…”. Hay una gran semejanza entre este “nuevo” Jesús y los “ángeles” astronautas de las antiguas historias bíblicas. El profeta Ezequiel, por ejemplo,  también tuvo encuentros con extraños visitantes con pies plateados incandescentes. El pasaje anterior de la Revelación sugiere que el Jesús de Juan puede haber llevado un traje de una sola pieza que se extendía desde el cuello hasta los pies y que era plateado, y portando botas plateadas. La cabeza de la criatura fue descrita “tan blanca como la lana, tan blanca como la nieve”, indicando algún  tipo de casco protector.

La afirmación de Juan que esta criatura tenía una voz  “como el sonido de un río caudaloso”, es decir, como un ruido sordo y ensordecedor, es también una reminiscencia de los ángeles de Ezequiel y pudo haber sido causado por el estruendo de máquinas cercanas o por amplificación electrónica de la voz de la criatura. La “espada de doble filo” surgiendo de la boca de la criatura sugiere fácilmente  un micrófono o tubo respiratorio. Después que Juan recuperó su compostura, el presunto “Jesús’ le ordenó escribir las misivas que tenía que enviar a varias iglesias cristianas. Aquellas cartas constituyen los primeros tres capítulos de la Revelación. La fase más interesante de la experiencia de Juan comienza en el capítulo 4: “ … tuve una visión , y vi una puerta abierta en  el cielo, y la voz aquella primera que había oído como de trompeta me hablaba y decía: sube acá y te mostraré las cosas que han de acaecer después de éstas. Al instante fui arrebatado en espíritu, y vi un trono colocado en medio del cielo, y sobre el trono, uno sentado. El que estaba sentado parecía semejante a la piedra de jaspe y a la sardónica, y el arco iris que rodeaba   el trono parecía semejante a una esmeralda. Alrededor del trono vi otros veinticuatro tronos, y sobre los tronos estaban sentados veinticuatro ancianos, vestidos de vestiduras blancas y con coronas de oro sobre sus cabezas. Y salían del trono relámpagos y  voces, y truenos, y siete lámparas de fuego ardían delante del trono, que eran los siete espíritus de Dios. Y delante del trono había como un mar de vidrio semejante al cristal, y en medio del trono y en rededor de él, cuatro vivientes, llenos de ojos por delante y por detrás“. En la extraña descripción  se puede ver cómo el autor es conducido a través de la puerta de algo parecido a una nave espacial y se encuentra frente a frente con sus ocupantes. Pero es el relato de alguien incapaz de comprender lo que está viendo, que le parece una aparición celestial.
La cita contiene dos elementos especialmente interesantes, primero: Juan dice que una voz desde arriba sonaba como una trompeta conversando con él. Esto sugiere una voz hablando a través de un altavoz. Segundo: los “relámpagos y truenos y voces” emitidas desde el “trono” sugieren que el trono tenía algún tipo de pantalla con imágenes y sonido. Un humano actual muy bien podría describir la misma experiencia de esta manera: “Yo fui invitado a entrar en una nave espacial. Allí encontré a la tripulación en sus asientos, con trajes blancos y cascos. Ellos tenían una pantalla como de televisión“. La presencia de siete lámparas y siete candelabros indica tal vez que se había preparado un ritual para el autor. El ritual estaba repleto de trajes, efectos teatrales y de sonido, diseñados posiblemente para impresionar profundamente al autor del mensaje. Esto fue lo que sucedió cuando Juan señaló el primer pergamino: “Vi a la derecha del que estaba sentado en el trono un libro escrito por dentro y por fuera, sellado con siete sellos. Vi un ángel poderoso, que pregonaba a grandes voces: ¿Quién será digno de abrir el libro y soltar sus sellos? Y nadie podía, ni en  el cielo, ni en la tierra, ni debajo de la tierra, abrir el libro ni verlo. Yo lloraba mucho, porque ninguno era hallado digno de abrirlo y verlo. Pero uno de los ancianos me dijo: no llores, mira que ha vencido el león de la tribu de Judá, la raíz de David, para abrir el libro y sus siete sellos. Vi en medio del trono y de los cuatro vivientes, y en medio de los ancianos, un Cordero, que estaba en pie como degollado, que tenía siete cuernos y siete ojos, que son los siete espíritus de Dios enviados a toda la tierra.Vino y tomó el libro de la diestra del que estaba sentado en el trono.Y cuando lo hubo tomado, los cuatro vivientes y los veinticuatro ancianos cayeron delante del Cordero, teniendo cada uno su cítara y copas de oro llenas de perfumes, que son las oraciones de los santos. Cantaron un cántico nuevo, que decía: Digno eres de tomar el libro y abrir sus sellos, porque fuiste degollado y con tu sangre has comprado para Dios, hombre de toda tribu, lengua, pueblo y nación. Y los hiciste para nuestro Dios, reino y sacerdotes, y reinan sobre la tierra. Vi y oí la voz de muchos ángeles en rededor del trono, y de los vivientes, y de los ancianos; y era su número de miríadas de miríadas y millares de millares. Que decían a grandes voces: Digno es el Cordero, que ha sido degollado, de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fortaleza, el honor, la gloria y la bendición. Y todas las criaturas que existen en el cielo, y sobre la tierra y debajo de la tierra, y en el mar, y todo cuanto hay en ellos oí que decían: Al que está sentado en el trono y al Cordero, la bendición, el honor, el imperio y la gloria por los siglos de los siglos. Y los cuatro vivientes respondieron: Amén. Y los ancianos cayeron de hinojos y adoraron”.
                                                                                            
Muchos cristianos creen que el pequeño rollo ofrecido a Juan era un documento real, cuyo contenido el autor mágicamente aprendió comiéndose el rollo. Podríamos sospechar  que el rollo era parecido a un pergamino, pero conteniendo algún  tipo de alucinógenos. Esto parece confirmarlo el testimonio de Juan de que tenía sabor dulce pero causaba una reacción amarga en el estómago. Curiosamente, una experiencia casi idéntica fue relatada por Ezequiel: “Miré y vi que se tendía hacia mí una mano (del Ángel) que tenía un rollo. Lo desenvolvió ante mí y vi que estaba escrito por delante y por detrás, y lo que en él estaba escrito eran lamentaciones, elegías y ayes. Y me dijo: Hijo de hombre, come eso que tienes delante, come ese rollo, y habla luego a la casa de Israel. Yo abrí la boca e hízome él comer el rollo, diciendo: Hijo de hombre, llena tu vientre e hincha tus entrañas de este rollo que te presento. Yo lo comí y me supo a mieles. Luego me dijo: Hijo de hombre, ve, llégate a la casa de Israel y háblale mis palabras”. Mucha gente cree que Juan realmente vio los acontecimientos históricos futuros que profetizó en la Revelación. Pero diferentes investigadores han señalado que las “visiones” del futuro de Juan eran simplemente imágenes, tal vez holográficas. Esto es especialmente evidente en la “visión” por Juan de la Criatura con siete cabezas y diez cuernos: “Vi como salía del mar una bestia, que tenía diez cuernos y siete cabezas, y sobre los cuernos diez diademas, y sobre las cabezas nombres de blasfemia”. El hecho de que la frase real (nombres de blasfemia) estuviese escrita sobre las cabezas de esta criatura indica  que Juan estaba viendo tal vez una imagen con texto, como vemos en las noticias de la televisión.
No cabe ninguna duda que, como literatura, el Libro de la Revelación es un trabajo apasionante. ¿Está relatando tal vez la intervención de los “dioses” de la antigüedad mostrando lo que podría volver a suceder a la Humanidad, tal como en el pasado sucedió con las civilizaciones atlantes y de Mu?  ¿Nos está indicando que las catástrofes apocalípticas son realmente causadas por seres extraterrestres? La profecía hecha en la Revelación ha sido realizada otras veces en la historia de la Humanidad, incluyendo alguna catástrofe global seguida de la “Segunda Venida”. En el pasado, creemos que ninguna de ellas ha traído mil años de paz ni la salvación espiritual. Pero lo que sí se ha hecho es  poner las bases para una próxima catástrofe. Hoy, teniendo la espada de Damocles de un arsenal nuclear y de armas biológicas, quizás es tiempo de reevaluar la utilidad de la creencia  en el Apocalipsis antes de que el mundo sea destruido en otra “batalla final”. Sí,  la salvación espiritual y un milenio en paz son objetivos deseables y largamente esperados, pero no tendría que haber necesidad de un Armagedón para lograrlos.

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