sábado, 24 de septiembre de 2016

¿Que es el Real Arco ?


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¿Que es el Real Arco ?

por el E.Comp. Roy A. Wells, GDCA,
Escriba E. Domatic Chapter of Instruction N�177
= A.Q.C. vol.LXXVIII, 1965. (Condensación)

Esta nota está dirigida al Hermano para quien el Real Arco es desconocido, o para quien este Grado Supremo le ha sido presentado como un grado superfluo o de escaso interés para él.

Aún cuando se haya escrito profusamente sobre el Real Arco, para tal Hermano la información al respecto ha sido un tema relegado. Los Maestros Masones están continuamente llegando a un punto en sus carreras Masónicas en el que se preguntan: “¿Por qué el Real Arco?” o “¿Qué es el Grado del Real Arco?”, o aún “¿Qué tiene que ver con la Masonería Simbólica?”. Su desarrollo Masónico se ve estimulado o interrumpido de acuerdo con las respuestas que recibe. Si el tema surge con Hermanos que en un sentido Masónico están ilustrados al respecto, quien se pregunta, naturalmente se beneficiará de la orientación e instrucción.

Sin embargo, con frecuencia las preguntas podrían estarán dirigidas a aquellos que no están bien preparados para responder adecuadamente y cuyas limitaciones pueden producir a su vez una permanente influencia adversa en quien podría haber encontrado en el Real Arco una inspiración Masónica completa o tal vez un sendero hacia ella.

Una corta respuesta a estas preguntas sería que el Grado del Real Arco es la consumación del Tercer Grado, lo cual es una subestimación. El Real Arco es por cierto la progresión natural en la Francmasonería que provee la obtención de los “auténticos secretos”, a continuación del otorgamiento de ciertos secretos substitutivos, y como tal, forma realmente una parte integral de la Masonería Simbólica Inglesa.

La Masonería Simbólica se relaciona con las circunstancias de la construcción del Templo del Rey Salomón, el primer lugar fijo de veneración al Dios de Israel, y el lugar donde se depositó el Arca de la Alianza luego de la peregrinación por el desierto. En esta era se dijo: “Él construirá una Casa en mi Nombre y Yo estableceré el trono de su Reino por siempre”. Para el Masón el significado de este enunciado es que él mismo deberá levantar una superestructura, “perfecta en sus partes y honorable para el constructor”.

La Historia Bíblica nos informa que poco después de la muerte del Rey Salomón se produjo una rebelión y las Doce Tribus se dividieron en dos Reinos. Diez de las tribus constituyeron Israel en el Norte, en tanto que las otras dos formaron Judá en el Sud. Las diez tribus del Norte desaparecieron cuando fueron tomadas en cautiverio por Sargon, Rey de Asiria. Judá, sin embargo retuvo su identidad como Reino tributario, al principio bajo la dominación de Egipto, y más tarde bajo Babilonia.

Como consecuencia de una falta de pago del tributo a Babilonia, la ciudad de Jerusalén y el Templo fueron destruidos por Nabucodonosor, Rey de Babilonia. El entonces Rey de Judá, Joacim, junto con la gente prominente de su Reino fueron conducidos en cautiverio a Babilonia. Sólo aquellos de las clases bajas fueron dejados para labrar el suelo. Judá como nación sobrevivió durante este período de cautiverio, y cuando Babilonia cayó ante sus conquistadores Persas, los cautivos fueron alentados a retornar a su tierra natal.

La Masonería del Real Arco, trata del retorno a Jerusalén de los cautivos sobrevivientes y de sus descendientes. Su tema principal está centrado en la remoción de escombros del sitio del Templo para preparar el terreno para los cimientos del Segundo Templo. En esta etapa, se nos narra como, y en que circunstancias especiales, se recuperan los “auténticos secretos”.

Leemos en las escrituras del profeta Haggeo que el Segundo Templo no era nada tan importante, pero lo que si era importante, fue el comentario: “La Gloria de aquesta casa postrera será mayor que la de la primera”. De esta declaración se infiere que en el lugar del esplendor material del Templo de Salomón, surgiría un desarrollo espiritual que inspiraría ideas más elevadas del Dios de Israel.

Antig�edad del Real Arco

La primera referencia impresa a la Masonería del Real Arco aparece en Dublín (Irlanda) en 1743, en un diario conteniendo un informe de …“el Real Arco llevado en procesión por dos Excelentes Masones”.

No hay certidumbre acerca de si se estaba refiriendo al grado del Real Arco, pero en mi opinión probablemente fue así. En 1744, fue publicado por Dassigny un artículo titulado “Un Estudio Serio e Imparcial sobre la Causa de la Decadencia Actual de la Francmasonería en el Reino de Irlanda”. El mismo contenía referencia al grado del Real Arco, pero Dassigny no lo aceptó y pensó que era un fraude. Sin embargo, muy poco tiempo después estaba prosperando. Laurence Dermott, el segundo Gran Secretario de los “Antiguos”, fue siempre un entusiasta del Real Arco, al que describió como “la raíz, corazón y médula de la Masonería”.

El más antiguo registro escrito del Real Arco data de 1741, pero de ninguna manera esto implica que se haya originado en ese año; es imposible señalar una fecha, y decir que fue en ese año que nació el Real Arco. Es sin embargo obvio que un grado similar a nuestro Real Arco se presupone derivado del ritual del Maestro Masón, y una hipótesis aceptable es que los secretos esenciales del Real Arco correspondieron a la Veneratura y eran conferidos al V.M., no en su instalación sino al concluir el año de su mandato, y que eran cierto tipo de recompensa que se le acordaba por servicios prestados a la Orden, al desempeñar eficientemente los onerosos deberes de V. Maestro de una Logia.

Aquello que se perdió

El Maestro Masón que está ansioso por realizar un progreso diario en conocimiento Masónico, el masón inquisitivo, se ha preguntado sin duda por qué una leyenda que ilustra una pérdida omite incluir la secuencia complementaria de una recuperación; por qué la pérdida de los “verdaderos secretos” es resuelta aparentemente por la adopción permanente de ciertos secretos substitutivos, y qué relación estos secretos substitutivos tendrían con aquellos que se perdieron.

El tema del nacimiento, la vida y su madurez, la muerte y la resurrección -o esperanza de supervivencia en mansiones inmortales- está claro sin duda, pero ciertas frases en el ritual de la Orden indican que el tema aun no ha terminado dentro de la Masonería Simbólica. Es razonable asumir que el Maestro Masón ha especulado con el hecho de que la intención en la Ceremonia de Apertura es “buscar aquello que se perdió”, sin embargo, en la Ceremonia de Clausura de ese grado siempre hay una referencia admitiendo un fracaso en dicha búsqueda.

Luego, el V.M. declara que los secretos substitutivos que le han sido regularmente comunicados, son sancionados y confirmados con su aprobación “hasta que el tiempo o las circunstancias restituyan los verdaderos”.

Tal vez se haya reflexionado sobre la respuesta que se le dio a ciertos rufianes cuando demandaron una información específica del Gran Maestre, quien les dijo que sin el consentimiento y la cooperación de sus dos colegas, no podría ni habría de divulgar los detalles que ellos le requerían. “La paciencia y el trabajo asiduo le darán derecho al Masón digno a su debido tiempo, a su participación de esos secretos”. ¿Cuándo es “debido tiempo”, y como se convierte uno en un “Masón digno” de respecto y de participar?

El intento de obtener los legítimos secretos, sin el debido derecho a ellos, o como diríamos hoy, el intento de conseguir algo a cambio de nada, es una tragedia que parecería suscitar varias situaciones maduras para el cuestionamiento. Los recopiladores antiguos del ritual posiblemente decidieron que aquí había un punto de fractura que podría proveer un elemento de satisfacción para algunos Masones. De cualquier modo eso es exactamente lo que ha ocurrido y por cierto esto ha demostrado ser de alta conveniencia para muchos miembros.

En cuanto al Maestro Masón que se ha detenido a “pensar en estas cosas” -el verdadero Masón Especulativo- , el Real Arco, o para darle su título completo, la Orden de Masones del Real Arco, espera recompensarle hasta el límite de su propia capacidad o aptitud.

¿Debo ingresar?

El Candidato para Iniciación a la Masonería afirma entre otras cosas que su confianza está depositada en Dios, que es inducido por un ansia genuina de conocimiento y por un sincero deseo de convertirse en más útil en el servicio de sus semejantes.

Como Candidato para el Real Arco, deberá presentarse “con un deseo de perfeccionarse en la Masonería y de dedicar ese perfeccionamiento a la Gloria de Dios y al bien de la humanidad”.

Tal deseo de perfeccionamiento sólo puede manifestarse si durante el período de su carrera en la Orden hasta ese momento, se ha estimulado y alimentado su interés en la Masonería por sus proponentes, los Oficiales de la logia y los Preceptores de la Logia de Instrucción, todos aquellos cuyo deber hacia el aspirante es obvio, pero que alguna vez podemos perder de vista.

Si la Logia de Instrucción es tan sólo una “Logia de Ensayos” sin la levadura de la instrucción, la parte ritual de la Francmasonería se convierte en el punto focal y domina sobre todos los otros aspectos. Si la agenda de la Logia no contiene otra cosa que sucesivas ceremonias, se transforma en muy poco más que un vehículo para conseguir habilidad en el ritual y dicción perfecta.

Todos aceptamos que la Francmasonería es “un sistema de moralidad velado en la alegoría e ilustrado por símbolos”. Esto requiere de algún esfuerzo para comprender no tanto lo que el ritual expresa, sino lo que nos conduce a hacer.

Si realizamos la internalización de que la Francmasonería por cierto nos provee las herramientas, pero que la elección de las mismas y la manera de usarlas reside totalmente en nosotros, siendo así, la edificación del “Templo dentro de nosotros mismos” ya ha comenzado.

La búsqueda de “Aquello que se perdió” -la Palabra Perdida- comenzó realmente en un sentido bíblico cuando Adán cayó en desgracia y legó a la humanidad ésta perpetua búsqueda.

Cuando los constructores del Primer Templo en Jerusalén se desviaron del verdadero culto, el mito bíblico se convirtió en realidad. Sin embargo, la Palabra permaneció en ese mismo lugar y al contar la manera de su redescubrimiento y el reconocimiento al privilegio para aquellos que lo hicieron posible, el Real Arco muestra exactamente cuál es para todos nosotros la verdadera esencia de la Masonería.

Cuando uno se encuentra en la búsqueda, el Compañerismo del Real Arco debe sin duda ser recibido con beneplácito.

En otras épocas el ingreso a un Capítulo Real Arco estaba limitado a aquellos que ya habían ocupado la Veneratura de una Logia. En la actualidad todo Maestro Masón con una antig�edad de más de cuatro semanas es elegible, pero los tronos de los tres Principales están restringidos a aquellos que hayan sido instalados como Venerables Maestros de una Logia. Sin embargo, dentro del Capítulo existen otros cargos a los cuales el Maestro Masón puede tener acceso después de haber sido exaltado en el Real Arco.

El Masón entusiasta hallará en el Santo Real Arco mucho de lo que estuvo buscando desde su tercer grado, y además de la gran enseñanza simbólica y de la imponente ceremonia, encontrará que entre los miembros del Capítulo se encuentran los más activos adherentes de la Francmasonería.

La Masonería del Real Arco no es en absoluto excluyente, competitiva, ni incompatible con ninguno de los Grados del Escocísmo, y prueba de ello es que tantos Hermanos estén actuando simultáneamente en ambos cuerpos masónicos.

Publicación preparada por la Editorial “Miscelánea Masónica”�y autorizada por el Supremo Gran Capítulo de Masones del Real Arco de la Argentina.

Fuente: argentina.royalarch.tripod.com


Sal y azufre

La Cámara de Reflexión
Sal y azufre

Una vasija de sal y una de azufre se hallan además sobre la mesa, junto con el pan y el agua. Aunque la primera sea habitualmente conocida como condimento, su asociación simbólica con el segundo no deja de parecer algo extraña y misteriosa. ¿Qué significan, pues, estos dos nuevos elementos, esta nueva pareja hermética que se une a la anterior?

Se trata de un nuevo tema de meditación que se presenta al candidato, sobre los medios y elementos con los cuales debe prepararse para una nueva Vida alumbrada por la Verdad y hecha activa y fecunda con la práctica de la Virtud, a la que se refieren el Azufre y la Sal en su acepción más elevada.

Como tal, indica el primero la Energía Activa, que se hace la Fuerza Universal, el principio creador y la electricidad vital que producen y animan todo crecimiento, expansión, independencia e irradiación. Mientras la segunda es el principio atractivo que constituye el magnetismo vital, la fuerza conservadora y fecunda que inclina a la estabilidad y produce toda maduración, la capacidad asimilativa que tiende hacia la cristalización, el principio de resistencia y la reacción centrípeta que se opone a la acción activa de la fuerza centrífuga.

Así pues, de la misma manera que en el pan y el agua hemos visto los dos aspectos de la Sustancia cósmica y vital, en estos dos nuevos elementos tenemos los dos aspectos o polaridades de la Energía Universal, dirigido el primero de adentro hacia fuera, apareciendo exteriormente como derecho (o dextroso), y el segundo de afuera hacia adentro, manifestándose como izquierdo (o sinistrorso).

Son, respectivamente, rajas y tamas �los dos primeros gunas (o cualidades esenciales) de la filosofía india-, y el impulso activo que produce todo cambio y variación, y engendra en el hombre el entusiasmo y el amor a la actividad, el deseo y la pasión; y la tendencia pasiva hacia la inercia y estabilidad es enemiga de todo cambio y variación, produciendo en nuestro carácter firmeza y persistencia, y con su dominio en la mente, la ignorancia, la inconsciencia y el sentido de la materialidad, que nos atan a las necesidades y preocupaciones exteriores y los instintos destinados para proteger la vida en sus primeras etapas.

El primero nos impulsa constantemente hacia arriba y hacia delante, nos anima y nos ahínca en todos nuestros pasos, nos da el ardor, la iniciativa, el espíritu de conquista, la voluntad y capacidad de satisfacer nuestros deseos y conseguir el objeto de nuestras aspiraciones; pero nos da también la inquietud, la inconstancia y el amor de los cambios y novedades, la impulsividad que nos inclina hacia acciones inconsideradas, haciéndonos recoger frutos maduros y perder los mejores y más deseables resultados de nuestros esfuerzos.

El segundo es aquel que nos refrena y desalienta; nos hace recoger en nosotros mismos, nos da el temor y la reflexión, nos hace abrazar y establecer igualmente en el error y en la verdad, en los hábitos viciosos y virtuosos; nos hace fieles y perseverantes, firmes en nuestra voluntad y tenaces en nuestros esfuerzos; nos da la capacidad de atraer aquello para lo cual estamos interiormente sintonizados con nuestros deseos, pensamientos, convicciones y aspiraciones. Nos da la desilusión y el discernimiento, nos aleja de los cambios y de toda acción irreflexiva, pero también de todo progreso, esfuerzo y superación.

Son las dos columnas o tendencias que se hallan constantemente a nuestro lado, en cada uno de nuestros pasos sobre el camino de la existencia, y nuestra felicidad, paz y progreso efectivo estriban en nuestra capacidad de mantener en cada momento un justo y perfecto equilibrio entre estas tendencias opuestas, conservándonos a igual distancia de la una como de la otra, sin dejar que ninguna de las dos adquiera un predominio indebido sobre nosotros, sino que obren en perfecta armonía y nos dé cada cual sus mejores cualidades: el ardor irreflexivo y la paciencia iluminada, el entusiasmo perseverante y la serenidad inalterable, el esfuerzo vigilante y la firmeza incansable, que también simbolizan, sobre la pared del cuarto, el gallo y la clepsidra.
Lavagnini

PUBLICADAS POR COSMOXENUS ABBIF

jueves, 22 de septiembre de 2016

El Filósofo Desconocido Louis-Claude de Saint-Martin

Louis-Claude de Saint-Martin
El Filósofo Desconocido
Louis-Claude de Saint-Martin

Llamado “El Filósofo Desconocido”, pseudónimo que adoptara en sus escritos, nació en Amboise (Francia), el 18 de Enero de 1743, en el seno de una familia de la nobleza. Fue educado por su padre con la gravedad de costumbres de la época y por su madrastra -pues su madre había fallecido a poco de darle luz-, con ternuras tales que esta impresión sería decisiva en el futuro para todos sus afectos.
Ellas le harían amar a Dios y a los hombres con gran pureza, y su recuerdo sería siempre gratísimo al filósofo en todas las fases de su vida.
Habrá siempre una mujer santamente amada en cada una de las etapas a recorrer.
Su corazón, así dispuesto por el amor, recibió desde las primeras lecturas hechas a la edad en que despuntaba su inteligencia, una impresión y tendencias más decisivas todavía, más internas y más místicas. El libro de Abbadie, “El arte de conocerse a si mismo”, le inició en ese conjunto de estudios de sí mismo y de meditaciones sobre el tipo divino de todas las perfecciones, que sería la gran obra de toda su vida.
Físicamente preparado para los grandes vuelos espirituales, tenía un organismo muy delicado, pero indudablemente predispuesto a la vida del espíritu. A éste respecto dice en su “Mi retrato histórico y filosófico”: “cambié de piel siete veces durante mi niñez, y no se si a causa de éstos accidentes debo tener tan poco de astral”.
Poco se sabe de sus primeros años escolares. Por complacer a su padre y al protector de su familia, el duque de Choiseul, sigue la carrera de derecho, “pero preferiría dedicarse a las bases naturales de la justicia, que a las reglas de la jurisprudencia, cuyo estudio le repugnaba”, afirma su biógrafo M. Gence.
Esto se explica pues a los 18 años ya conocía a los filósofos de moda: Montesquieu, Voltaire y Rousseau, y cuando se ha tomado el hábito de aprender de leyes y costumbres con tales maestros es lógico suponer que Louis-Claude de Saint-Martin oiría con frialdad la palabra de simples profesores de jurisprudencia. En cuanto a la repugnancia que sentía por los códigos y tradiciones de la costumbre aplicadas a la justicia, se explica también por su carácter eminentemente espiritualista.
No obstante continúa sus estudios y se recibe de abogado y siempre por complacencia hacia su padre ingresa en la Magistratura, carrera que abandona seis meses después, a despecho de las perspectivas que ella le deparaba, ya que con la protección del duque de Choiseul le hubiera resultado fácil suceder a un tío suyo que desempeñaba por aquél entonces un puesto de Consejero de Estado.
Ingresa a la carrera de las armas, pese a que detestaba la guerra, no para hacerse una posición o distinguirse en forma llamativa, sino para poder ocuparse de sus estudios favoritos, la religión y la filosofía, evadiéndose así de las doctrinas materialistas de su época que llenaban de alarma su alma tierna y piadosa.
Gracias a la protección del duque de Choiseul, ingresa como subteniente en el regimiento de Foix, que se encontraba de guarnición en Burdeos, aún cuando no tenía instrucción militar alguna.
En aquella ciudad encontró el alimento que su alma pedía: el conocimiento.
En efecto; encuentra allí a uno de esos hombres extraordinarios, Gran Hierofante de iniciaciones secretas: Martines de Pasqualis, portugués de origen israelita, que desde el año 1754 iniciaba adeptos en varias ciudades de Francia, sobre todo en París, Burdeos y Lyon.
Al parecer ninguno de sus alumnos logró el conocimiento total de sus secretos, pues el mismo Louis-Claude de Saint-Martin, que debió ser uno de sus más ilustres discípulos, manifestaba que el Maestro no los encontró suficientemente adelantados como para darles a conocer el supremo secreto.
En esta escuela Martines de Pascualis ofrecía un conjunto de enseñanzas y simbolismos que unidos a ciertos actos de teurgia, obras y plegarias, formaban una especie de culto que permitía ponerse en contacto con las Entidades Superiores.
A este respecto, Louis-Claude de Saint-Martin diría 25 años después que la Sabiduría Divina se sirve de Agentes y Virtudes para hacer conocer el Verbo en nuestro interior, entendiendo por estas palabras a potencias intermediarias entre Dios y el hombre, para lo cual eran condiciones indispensables una gran pureza de cuerpo y de imaginación.
Estos intermediarios serían necesarios hasta tanto el hombre completara el ciclo de evolución, al terminar el cual sería igual a Dios y se uniría a El.
Louis-Claude de Saint-Martin prosigue estos estudios esotéricos en Burdeos desde 1766, y bien pronto despierta en él el deseo de hablar al gran público y de actuar fuertemente sobre las masas.
Siguiendo los deberes de su profesión abandona Burdeos en 1768 para estar de guarnición en Lorient y Longwy, año en el que también su Maestro se traslada a Lyon y París, donde funda nuevas logias.
Esta separación es posiblemente la causa de que Louis-Claude de Saint-Martin abandone la carrera de las armas en 1771, determinación grave en su caso pues implica el bastarse a sí mismo careciendo de medios de fortuna y corriendo el riesgo de disgustar a su padre, lo que felizmente al parecer no sucedió.
Su vocación está ya perfectamente establecida. Él será un Director de almas. De lo alto viene el mandato y su vida se dedicará por entero a ello y a su propio perfeccionamiento.
Se traslada a París, donde bien pronto se pone en contacto con los alumnos de Martines de Pasqualis: el conde D’Hauterive, la marquesa de la Croix, Cazotte y el abate Fournié.
Con los dos primeros persistirá la amistad durante toda la vida por la gran afinidad en sus aspiraciones y especialmente con el conde D’Hauterive, con el que se encuentra desde 1774 en Lyon, ciudad a la que se traslada Louis-Claude de Saint-Martin y en la que Martines de Pasqualis había fundado la Logia de la Beneficencia. En ella siguió un curso de estudios y en compañía de D’Hauterive durante tres años se dedicaron a experimentaciones tendientes a entrar en contacto con los Seres Superiores y lograr el conocimiento físico de la “Causa activa e inteligente”, nombre con que se conocía en esa escuela teúrgica al Verbo, la palabra o el Hijo de Dios.
Por esta época, o sea cercano ya a los treinta años de edad, Saint Martin era ya muy bien recibido en el gran mundo. Se le describe como dueño de una figura expresiva y noble gesto, lleno de distinción y reserva. Su porte anunciaba a la vez el deseo de agradar y el de dar algo. Bien pronto fue muy conocido y buscado en todas partes con gran interés.
Le tocaba actuar en el seno de una sociedad muy mezclada, poco seria y mundana, en la que el rol a desempeñar fue considerable desde el principio.
Nacido en el mundo y amándolo, siempre alegre y espiritual cuando le convenía serlo y habitualmente teósofo grave y humilde con apariencia de inspirado, él gozaba de toda la deferencia que semejante actitud otorga en la sociedad femenina.
Su doctrina, completamente opuesta a la filosofía superficial que reinaba en aquellos días, era justamente la llamada a golpear en los espíritus preparados a oír la gran verdad.
Y mientras iba cumpliendo su misión de director de almas en tan abigarrada sociedad, fructificaban los viejos estudios en largas meditaciones que culminarían en 1775 con la publicación de su obra “De los errores y de la Verdad” publicada en Lyon, con el pseudónimo de El Filósofo Desconocido.
Este libro, refutación de las teorías materialistas en boga en esa época, muestra que la gran fuerza que se manifiesta en el Universo y que le guía, su causa activa, es la Palabra Divina, el Logos o el Verbo. Es por el Verbo, por el Hijo de Dios, que el mundo material fue creado, como así también el mundo espiritual. El Verbo es la unidad de todos los poderes morales o físicos. Es por él, o tal vez emanado de él, que se tiene todo cuanto existe.
Esto último, la teoría de la emanación, provocó la ira de sus adversarios, pero sus amigos, viendo en él un audaz y poderoso campeón del espiritualismo que el siglo quería o parecía considerar como definitivamente perdido, se agruparon a su alrededor con gran deferencia. Este debut parecía revelador de un escritor profundo, y aunque en ese entonces Martines de Pasqualis vivía entre ellos, nada publicaba y por el contrario pasaba enteramente desapercibido. Esto trajo posiblemente la confusión de atribuir a Louis-Claude de Saint-Martin la fundación de la escuela de los Martinistas en Alemania y otros países del Norte, lo que al parecer no fue así, pues se trataba de un conglomerado de logias y santuarios que adoptaron las teorías secretas de Martines de Pasqualis más que las de su discípulo.
Louis-Claude de Saint-Martin fracasó, al parecer, como fundador y en realidad la escuela de los Martinistas debió llamarse Martinesistas para distinguirla de los discípulos de Louis-Claude de Saint-Martin.
No era una obra externa su verdadera misión, sino la ya mencionada de director de almas, a punto tal que de sus escritos y correspondencia íntima se deduce claramente que aparte de su labor de propio perfeccionamiento, era su labor de misionero de la Gran Obra que le estaba encomendada. Y a ella se dedicó lleno de ardor, rico en fuertes convicciones, gozando con prudencia de una juventud bien gobernada, empujado por el éxito y muy bien recibido aún donde no lograba su objetivo o sea la dirección del alma, siendo su propaganda activísima en el gran mundo.
Tenía contacto con innumerables personas en muchas localidades de Francia y en todas ellas existían grupos que efectuaban experimentos psíquicos y de mediumnidad. No era éste el fuerte de Louis-Claude de Saint-Martin y aunque reconocía la realidad de ciertos resultados, prefería su papel de enseñante, que le daba muchas satisfacciones y en algunos casos admirables resultados.
Buscaba sus discípulos entre las personalidades más destacadas en la época, ya fueran hombres de ciencia como el astrónomo Lalande que no lo comprendió, o el Cardenal de Richelieu con quién mantuvo varias entrevistas, pero al que por fin debió abandonar debido a su edad y sordera.
Al duque de Orleans, que se haría celebre pocos años más tarde por la revolución, también lo desechó, pese a que ya en ese entonces era el exponente más elevado de las nuevas ideas que iban a cambiar la faz de Francia.
No se apegaba a los hombres; sólo buscaba las almas que necesitaban su dirección.
En 1778, ya en sus 35 años de vida, se traslada a Tolosa, donde por dos veces su corazón parece querer traicionarlo y apegarse afectivamente, a punto de pensar en el matrimonio. Pero poco tiempo después consideraba ambas experiencias como verdaderas pruebas, de las que había sacado como consecuencia que no había nada en la tierra que pudiera apegarlo y alejarlo de su misión.
Pocos meses permaneció en esta localidad, retornando a París, ciudad a la que llamaba su purgatorio.

El Filósofo Desconocido

Louis-Claude de Saint-Martin es el enlace entre las logias místicas de la pre-revolución francesa y las logias sociales de la época liberal.
Hacia fin del siglo XVIII Francia estaba llena de logias masónicas fundadas por Cagliostro y, cercanas a París, en Versailles, Martines de Pasqualis había fundado las que posteriormente se denominarían de los Filaleteos y Orades Profes. Louis-Claude de Saint-Martin, que espiritualmente se sentía alejado de la masonería, tampoco pudo ponerse en contacto con éstas últimas, pues al parecer se dedicaban a experimentos de alquimia, lo que chocaba a su espíritu amigo de un misticismo puro.
Es en esta época, que corresponde también al alejamiento de su Maestro en viaje a Santo Domingo donde moriría, y en la que Louis-Claude de Saint-Martin es, si no el sucesor reconocido por lo menos el principal iniciador de la doctrina de la escuela, cuando se diferencia la nueva era en que entra. En efecto, dejando a un lado todo el ceremonial y experimentaciones teúrgicas, Louis-Claude de Saint-Martin busca resultados superiores, mediante el recogimiento, la meditación, la oración, que lleven a la unión con Dios.
A este apostolado dedica su existencia entera y a ese fin busca las almas en el gran mundo, los grandes escritores y los hombres de ciencia, convencido de que su palabra directa ganará con más facilidad las almas que con cualquier otro método, ya que tiene a Dios en su ayuda.
No es vanidoso al pensar así; por el contrario, es tan humilde que llega a la timidez y comprende y sabe que necesita tener quién le estimule para dar de sí todo lo que puede. Éste fue el gran mérito de la Marquesa de Chabanais, mujer eminente y a la que siempre estuvo muy agradecido por tener el raro privilegio de ayudar a su espíritu dándole el impulso necesario para elevarlo a mayores alturas.
Es en esta época cuando también toma la dirección espiritual de la Duquesa de Borbón, hermana del Duque de Orleans y madre del Duque de Enghien, del que fue amigo, protegido y huésped habitual cuando habitaba en París.
Sus relaciones abarcan los nombres más famosos de la época. Pasa 15 días en el castillo del duque de Bouillon, donde tiene oportunidad de conocer a Madame Dubarry, a la que aún se trataba como princesa favorita pese a que su reinado hubiese pasado. El duque de Bouillon fue, al parecer, un discípulo dispuesto a las enseñanzas de Louis-Claude de Saint-Martin, lo que es de hacer notar ya que era uno de los pocos amigos bien recibido por el rey Luis XV.
Dice Matter: “Es ésta tal vez la mejor época de su vida. ¡Maravilla ver un gentilhombre de pequeña nobleza y de fortuna mediocre, un simple oficial, sin duda muy estudioso, pero escritor poco conocido aún, desempeñar un rol tan considerable en tan gran número de familias de las mejores del país, llevado tan sólo de sus grandes aspiraciones y de su piedad poco madurada aún!”.
"En general se le escucha con singularidad, pero no se le secunda. Pareciera que en medio de esa sociedad tan sensual, escéptica y materialista, todos desearan luz, pero una luz dulce y agradable, y al encontrarse con una forma algo austera, tal como la presentaba en su primer libro, la rechazaban".
Exigido por sus discípulos a exponer en forma aún más clara su doctrina, publica en 1782 el “Cuadro natural de las relaciones que existen entre Dios, el hombre y el universo”, manifestando en el mismo que las cosas deben ser explicadas mediante la constitución del hombre y no el hombre por las cosas.
Agrega que nuestras facultades internas y escondidas son las verdaderas causas de las obras externas, y así también en el Universo son las potencias internas las verdaderas causas de todo cuanto se manifiesta en el exterior. Lejos de querer ocultar a nuestros ojos las verdades fecundas y luminosas que son el alimento de la inteligencia humana, Dios las ha escrito en todo lo que nos rodea. Las ha escrito en la fuerza viva de los elementos, en el orden y la armonía de todos los fenómenos del mundo, pero aún mucho más claramente en aquello que forma la característica distintiva del hombre. Por lo tanto, estudiar la verdadera naturaleza del hombre y deducir de los resultados que surjan de este estudio la ciencia del conjunto de las cosas, apreciarlas a los rayos de la luz más pura, ése debe ser el gran objetivo del filósofo.
Como el anterior, este libro es poco claro en muchas de sus expresiones, posiblemente debido a las exigencias del secreto comprometido en la escuela de Martines de Pasqualis.
Si bien la crítica poco se ocupó de este nuevo libro, él le valió ser considerado por los Martinesistas como el sucesor natural de su fundador, invitándolo a reunírseles para terminar conjuntamente la obra. Los trabajos de esta Sociedad eran aparentemente conciliar las ideas de Swedenborg con las de Martines de Pasqualis, pero, al parecer, secretamente perseguían fines políticos y el descubrimiento de algunos de los grandes misterios, entre ellos, la piedra filosofal. Louis-Claude de Saint-Martin que bregaba por un espiritualismo puro y que miraba con cierto recelo las operaciones teúrgicas, rechazó la invitación y se dedicó con más ahínco a buscar sus discípulos entre el gran mundo que frecuentaba y entre los sabios de la época.
Él sabía que no se domina sino desde arriba y por ello afinaba su puntería en alto. No pretendía marchar a la cabeza de los sabios, pero sabiendo que no se puede influir a la opinión pública sin éstas, comprendiendo que ésta se gobierna por medio de ellos, deseaba llegar al gran público con los sabios.
Había entre todos un cuerpo ilustre que parecía ir a la cabeza del movimiento filosófico de la época: La Academia de Berlín en la que Mendelsohn, Bailly y Kant habían animado los concursos por medio de sus escritos.
A pedido de Federico el Grande, en 1776, la Academia había planteado una grave pregunta, a saber: “Si es útil engañar al pueblo”, y había repartido el premio entre dos concurrentes que habían enviado conclusiones enteramente opuestas, una de las cuales sostenía audazmente que hay ocasiones en que conviene dejar al pueblo en el error. Las repercusiones de este debate habían sido inmensas, y posiblemente Saint Martin soñaba con una publicidad semejante.
Por lo tanto, al proponer la Academia de Berlín un concurso sobre el tema “Cual es la mejor manera de llamar a la razón a las naciones salvajes o civilizadas que se encuentran libradas a los errores y supersticiones de todo género”, encontró Louis-Claude de Saint-Martin la oportunidad de ocuparse de uno de los errores que a su juicio era el más grave de la época: la substitución de la razón divina por la humana.
Trató la cuestión con toda la profundidad y la importancia que le daba su punto de vista iluminado. Deseaba introducir en el mundo, bajo un ilustre pabellón, la gran doctrina que le preocupaba, la de la profunda ruptura que tenía alejada a la Humanidad de las primitivas relaciones con su Creador.
Su escrito trataba al comienzo de dar una clara definición de la razón y demostrar que para someter a ella a los hombres hay que llevarlos a la condición y a la ciencia primitiva de la especie humana. Esta ciencia fue durante mucho tiempo transmitida secretamente de santuario en santuario, de escuela en escuela, y establecía fuertemente esa espiritualidad que diferencia al hombre de la bestia.
Agregaba que lo que le falta al hombre cuando llega a la tierra para cumplir la ley común de su especie es el conocimiento de un lazo tranquilizador que lo una con la fuente de donde emanó, mediante relaciones evidentes y positivas, y concluía manifestando que los únicos conocimientos que tendrán sobre nosotros sus derechos asegurados son las luces que logremos sobre nuestras primitivas relaciones, y que es en nosotros mismos donde debemos encontrar la clave de esta ciencia, que son los rayos de luz divina que iluminan nuestro interior. Haced reconocer esa divina irradiación, esa relación primitiva entre el hombre y Dios, y se habrá resuelto el problema, barriendo del seno de la Humanidad los errores que cubren la verdad y vueltos a la razón los pueblos que están librados a la superstición. Pero para ello hace falta que aquéllos que deben guiarlos se iluminen los primeros. Mientras se mire a la naturaleza y al hombre como seres aislados, haciendo abstracción del único principio que vivifica a ambos, no se conseguirá otra cosa que desfigurarlos de más en más, engañando a aquellos a quienes se desea enseñar a definirlos.
Pero aunque se adoptara este punto de vista, no habría que imaginarse que un hombre tenga el poder de hacer mucho en favor de otro, pues “así como un árbol no necesita de otro para crecer y dar sus frutos dado que él lleva en sí mismo todo lo necesario para ello, asimismo, cada hombre lleva en sí mismo la forma de cumplir su cometido sin pedir prestado a otro”.
Terminaba con este apóstrofe: “Si el hombre no remonta por sí mismo hasta esta clave universal, nadie sobre la tierra vendrá a depositarla en su mano, y creeré haber respondido en la mejor forma posible si he logrado convenceros de que el hombre no puede responderos”.
Sus contemporáneos juzgaron que no era una respuesta ajustada a la pregunta formulada, a lo que repuso Louis-Claude de Saint-Martin que no había sido su intención dar una contestación en el sentido del racionalismo dominante y que lo que ofrecía era un manifiesto.
Por entonces se planteó en Francia la cuestión del magnetismo de Mesmer ante la Academia de Ciencias de Paris, y habiendo sido designado Bailly entre los miembros de la comisión encargada de la investigación, se apersonó a él con el objeto de combatir las prevenciones que suponía Louis-Claude de Saint-Martin en él, pues aunque no era entusiasta de los descubrimientos de Mesmer a los que miraba como un conjunto de fenómenos magnéticos y sonambúlicos que pertenecían a un orden de cosas inferior, consideraba que eran materia digna de estudio.
No pudo vencer las prevenciones de Bailly, y al juzgar en una de sus cartas la memoria presentada por éste, su juicio fue completamente despectivo, ya que demostraron en el hombre de ciencia poco espíritu investigador y verdaderamente científico.
Estos dos fracasos no influyeron en él y trasladándose a Lyon, continuó en 1785 su obra externa de dirección de almas, y la interna del propio perfeccionamiento.
De Lyon se dirigió a Inglaterra donde tuvo oportunidad de conocer a William Law, ministro anglicano de intenso misticismo con el que tuvo gran amistad. Con el conde de Divonne formaron un terceto de fraternidad mística. En poco tiempo estaba en contacto con la mejor sociedad. Conocía de antemano a la marquesa de Coislin, esposa del embajador francés, la que posiblemente lo introdujo en el gran mundo en el que tuvo oportunidad de dedicarse a su tarea predilecta de propagandista místico, tarea en la que no tenía preferencias especiales pues, durante su estadía en Inglaterra, ocurrió que encontró mayor cantidad de adeptos entre los rusos que entre los ingleses, citando como buenos teósofos al príncipe Alexis Galitzin y a M. Thieman.
Pocos meses más tarde partió rumbo a Italia, país que visitaba por segunda vez, encontrándose en Roma en el otoño de 1787.
Frecuentó también allí el gran mundo, entre el cual varios cardenales, duques y príncipes y es de suponer, pese a que nada se sabe al respecto, que todas esas vinculaciones sólo servían para la búsqueda continua de adeptos.
En junio de 1788 se encuentra en Estrasburgo, ciudad en la que permaneció tres años y a la que se trasladó posiblemente en su deseo de estudiar a fondo las doctrinas de Boehme, que tanta influencia tendrían sobre él posteriormente.
Esta ciudad era la cuna de las experiencias de Mesmer y acababa de ser el teatro de las iniciaciones tan famosas y curaciones milagrosas del conde Cagliostro. Era una ciudad libre e imperial, que se caracterizaba por ser de amplia y cordial hospitalidad, donde se codeaba la juventud aristocrática de Rusia, Alemania y Escandinavia, con la de Francia y un Metternich con Galitzin y Narbonne.
Allí se encontró con una de sus dilectas discípulas: la princesa de Borbón, a la que sacrificaba gustoso horas de recogimiento que tanto amaba; pero lo que es más, encontró una nueva fuente de espiritualidad que le abrieron el filósofo Rodolfo Salzmann y una dama, madame de Boecklin, al iniciarlo en el estudio del iluminado Jaques Boehme decidiéndolo a que aprendiera el alemán, ya que las traducciones inglesas y francesas no podían darle ninguna idea de cuanto encerraban los originales.
Con madame de Boecklin, Salzmann, el mayor de los Meyer, el barón de Razenried, madame Westermann y otra persona cuyo nombre no menciona, formaron un grupo muy unido, al que seguramente se acercaron muchísimos más. Pero de todos ellos es Madame Boecklin a quien Louis-Claude de Saint-Martin gusta de atribuir el más fecundo suceso en su vida de estudios: el conocimiento de la doctrina del teósofo Jacobo Boheme. Y así como puso a este filósofo por encima de todos sus maestros, así también puso a Madame de Boecklin por sobre todas sus amigas.
Por todo esto Estrasburgo se transforma en su paraíso; y por la tragedia que atravesaría Francia, París sería su purgatorio.
Madame de Boecklin tuvo el privilegio de exaltar la espiritualidad de Louis-Claude de Saint-Martin en tal forma cual nadie supo hacerlo hasta entonces. Los tres años que Louis-Claude de Saint-Martin pasó en Estrasburgo son decisivos en su vida, pues desarrollaron considerablemente su capacidad en materia científica, histórica, filosófica y crítica.
Conoce, a poco de estar en ella, a un sobrino de Swedenborg llamado Silferhielm en circunstancias en que aún Louis-Claude de Saint-Martin continuaba los estudios sobre el visionario sueco y, aconsejado por él, escribe una nueva obra titulada “El nuevo hombre”.
Algo más tarde, y deseoso de desviar a su amiga la Princesa de Borbón de ciertas prácticas que la perjudicaban, escribió otro libro que tituló “Ecce Homo”, en el que se hace referencia a las falsas misiones y falsas manifestaciones, indicando con esos nombres la clarividencia y las curas maravillosas del magnetismo por una parte y las apariciones de los elementales que se valen de ellas para llevarnos por un camino equivocado, por la otra.
La estadía de Louis-Claude de Saint-Martin en Estrasburgo resultó de enorme importancia, pues al profundizar los estudios sobre Boehme su espíritu se desenvolvió aún más, ya que en ese ambiente de libre discusión adquirió nuevas disciplinas de estudio y mayor amplitud de miras, y pudo así, alejado del drama que se gestaba en Europa, comparar sus ideas y las de sus maestros con las de los filósofos contemporáneos, con Kant a la cabeza.
En 1791 Louis-Claude de Saint-Martin, llamado por su padre que se encontraba gravemente enfermo, debe abandonar Estrasburgo para trasladarse a Amboise, su infierno, como él lo llamaba. Infierno de hielo, pues la indiferencia del ambiente hacia el ideal que él profesa le provoca un gran sufrimiento. Es ésta una de las pruebas más terribles que debe soportar pues al alejamiento de sus amigos y sobre todo de Madame de Boecklin, debe agregar la soledad espiritual en que se encuentra. Pasados algunos meses, ya en 1792, comprende que es una nueva prueba a la que es sometido y se resigna.
La publicación de las dos obras antes mencionadas le lleva varias veces a París en ese año en el que también comienza la correspondencia con su amigo Kirchberger de Liebisdorf, que le serviría de gran consuelo y al mismo tiempo obraría sobre él como impulso hacia nuevos estudios místicos y la continuación e intensificación de los estudios sobre los escritos de Boehme.
Este noble, miembro del Consejo soberano de Berna y de varias comisiones cantonales y municipales, hombre de mucho espíritu, muy instruido y de viva curiosidad, que sentía hacia Louis-Claude de Saint-Martin una sincera admiración, significó para éste el mejor de sus discípulos, y la correspondencia que con él cambiaba era uno de sus asuntos al que atribuía la mayor importancia.
Serviría también de gran distracción y le ayudaría a olvidar los años dichosos pasados en Estrasburgo, los que contrastaban aún más con los tiempos dificilísimos que transcurrían. Francia se debatía en el terror y pese a ello jamás Louis-Claude de Saint-Martin tuvo el menor pensamiento de abandonar su país. “Se le pinta dueño de una impasibilidad estoica, con una plena confianza en la protección divina, calmo y radiante, viendo la mano de la Providencia caer pesadamente sobre la dinastía y el país, sobre las instituciones envejecidas, pueblo y jefes enceguecidos” (Matter).
“Esperando siempre en nombre de esas leyes eternas cuyo estudio había preferido al de la jurisprudencia vulgar, la mirada elevada hacia un horizonte superior y desde un plano muy distinto al de la multitud, atravesó los años de la revolución, profundamente emocionado, pero sin la menor turbación. Meditaba los mismos problemas, proseguía con la misma misión y conservaba las mismas amistades” (Matter).
“Mientras que otros filósofos, gentes de letras y hombres de Estado y de guerra daban la espalda con espanto a los acontecimientos, plenos de terror, él no veía más que principios que no debían ser confundidos con accidentes” (Matter).
En 1793 dos golpes rudos le esperan: la muerte de su padre, que le afecta no obstante ser esperada, y la del rey de Francia, que lo había hecho Caballero de San Luis por manos del Príncipe de Montbarey en 1789.
Para culminar, en ese año, su correspondencia con Estrasburgo aparece como sospechosa a las autoridades, y con la más grande de las penas y a fin de evitarle trastornos a su amiga la condesa de Boecklin debe suprimir lo que era tan caro a su alma.
Después de pasar una temporada en el castillo de la Princesa de Borbón, regresa a Amboise por asuntos relacionados con la sucesión de su padre. Es éste un lugar de calma comparado con la tormenta que ruge en París, ciudad a la que no podía regresar en virtud del decreto sobre las castas privilegiadas que le afectaba personalmente por haber nacido noble. En Amboise es querido y se le asigna la misión de catalogar los libros y manuscritos retirados de las casas eclesiásticas suprimidas por ley. Acepta esa labor como si se tratase de una misión importante y aprovechable para su espíritu, y no se equivocó, pues le proporcionó goces deliciosos a su corazón como cuando leyó la vida de la hermana Margarita del Santo Sacramento, al comprobar el magnífico desarrollo espiritual por ella logrado.
Su trabajo fue tan bien apreciado por las autoridades que se le designó representante del distrito ante la escuela Normal, cargo que también aceptó, ya que como ciudadano estaba siempre dispuesto a prestar apoyo al país “mientras no se trate de juzgar o matar los seres humanos”.
Se trataba de que ciudadanos eminentes de cada distrito hicieran una especie de entrenamiento en la escuela Normal a fin de darse una idea del tipo de instrucción que se deseaba generalizar entre el pueblo, y una vez adquirida esta experiencia dichas personas serían las indicadas para formar los futuros instructores.
Louis-Claude de Saint-Martin tiene en esa época más de 51 años y pese a que le choca un poco la misión desde ciertos puntos de vista, acepta en el convencimiento de “que todo está ligado en nuestra gran revolución en la que se me da la oportunidad de ver la mano de la Providencia; de tal modo nada hay de pequeño para mí y aunque no fuese más que un grano de arena en el vasto edificio que Dios prepara a las naciones, no debo hacer resistencia cuando se me llama”. “El principal motivo de mi aceptación”, prosigue diciendo Louis-Claude de Saint-Martin en una carta a su amigo Liebisdorf, “es el pensar que con la ayuda de Dios puedo esperar que con mi presencia y mis plegarias, llegue a detener una parte de los obstáculos que el enemigo de todo lo bueno ha de sembrar en esta gran carrera de la enseñanza que va a abrirse y de la que puede depender la felicidad de tantas generaciones”.
“Esta idea me resulta consoladora y aún cuando no consiguiera desviar más que una sola gota del veneno que ese enemigo tratará de echar sobre la raíz misma de ese árbol que ha de cubrir de sombra todo mi país me sentiría culpable de retroceder”.
No hay duda que una de sus esperanzas era poder hacer proselitismo hacia el ideal de su vida entre los dos a tres mil profesores con los que iba a encontrarse en la escuela, pero su mejor provecho de esta experiencia fue la adquisición de una filosofía metódica que le serviría más tarde para poder servirse de ella contra aquellos que se habían encargado de enseñársela.
Pocas oportunidades tuvo en la Escuela Normal de hablar ante los demás miembros; sólo dos o tres veces y cuando más 5 ó 6 minutos en cada caso. Pero él dejaba todo en manos de la Providencia e insensiblemente iba adquiriendo gran gusto a la discusión metódica, que pudo poner en práctica en lo que se llamaría “La Batalla Garat”, discusión mantenida con el entonces ministro de justicia, ministro del interior y comisario general de la instrucción pública, Garat, que desempeñaba el cargo de profesor de análisis del entendimiento humano, en la Escuela Normal, y con el que mantuvo un debate que hizo sensación tratando de establecer la existencia en el hombre de un sentido moral y la distinción entre las sensaciones y el conocimiento.
Todas sus ilusiones puestas en la Escuela Normal fracasaron, y ésta se disolvió en 1795, sin haber alcanzado los objetivos propuestos.
Habituado ya a discurrir con método filosófico y siguiendo las inspiraciones de su conciencia, deseoso de llevar a los debates propios de la época palabras de espiritualidad dedicadas a demostrar que la finalidad de la vida y la salud del cuerpo social está en las vías espirituales, publicó su “Carta a un amigo sobre la Revolución Francesa” en 1795, seguida por “Claridad sobre la asociación humana” en 1797, y un tercer libro en 1798 titulado “Cuales son las instituciones más apropiadas para fundar la moral de un pueblo”.
El fondo de estas publicaciones es el siguiente: aún cuando simpatizando con las causas profundas y justificables del movimiento revolucionario, Louis-Claude de Saint-Martin propone principios que los organismos de la revolución estaban lejos de admitir. No se detiene Louis-Claude de Saint-Martin en la forma exterior de los gobiernos, ya sean republicanos, monárquicos, aristocráticos o mixtos; busca más profundamente las condiciones de una asociación legítima y ellas le parecen posibles de subsistir bajo todas las formas políticas. Él desecha una idea muy corriente en aquella época que la asociación está fundada en la necesidad de garantirse mutuamente el goce de la propiedad y demás ventajas materiales que de ella dependen, y busca el origen de esta asociación en un pensamiento que debe ser sabio, profundo, justo, fértil y bondadoso; este origen es ante todo providencial. A los ojos de Louis-Claude de Saint-Martin, el hombre ha descendido de un estado superior a una situación en la que se encuentra rodeado de tinieblas y miserias; todos sus esfuerzos actuales deben tender a levantarse de esa caída y todo el trabajo de la Providencia no tiene otro objeto que facilitarle esa tarea.
Por lo tanto las diversas asociaciones humanas deben constituirse con la misma finalidad y sostenerse dentro de ese mismo espíritu, bajo pena de ser desaprobadas por la sabiduría divina.
Su gran objetivo, su Gran Obra era, sin embargo, siempre la misma: estudiar la vida espiritual del hombre tomado en su perfección ideal o más bien en su primitiva naturaleza; tomarlo en las relaciones puras con la causa primera del mundo espiritual, y enseñarle a aquellos que tienen orejas para oír el arte de llevarlos a esa perfección.
Era ese, a su juicio, el único estudio que realmente merecía toda la atención de los hombres y como a su parecer Boehme era el mejor maestro en esa ciencia, continuamente volvía su atención a los escritos del gran místico alemán. Estos estudios le llevaron a la conclusión de que ambas escuelas, la de Boehme y la de Martines de Pasqualis se completaban a la perfección.
Por entonces había podido reanudar su correspondencia con Madame de Boecklin, y continuaba siempre la de su gran amigo y discípulo Liebisdorf.
Su situación económica era bastante difícil, no obstante lo cual continuaba siendo generoso y manteniéndose siempre sereno, confiado en los designios de la Providencia.
El 7 de febrero de 1799 pierde a su amigo Liebisdorf, cuya desaparición deja en el alma de Louis-Claude de Saint-Martin un vacío irremplazable, y su único consuelo es siempre volver a los escritos de Boehme, de quién traduce tres obras, a saber: “La Aurora Naciente”, “La Triple Vida” y “Los Tres Principios”.
En 1800 publica un volumen titulado “El espíritu de las cosas” en el que el autor busca la razón más profunda de las cosas que llaman nuestra atención, ya sea en la naturaleza como en las costumbres, etc. La idea fue sugerida por una obra de Boehme titulada “Signatura Rerum”.
En 1802 publica un libro titulado “El Ministerio del Hombre - Espíritu”, en el que exhorta al hombre a comprender mejor el poder espiritual de que es depositario y a emplearlo en la liberación de la Humanidad y de la naturaleza.
Ya en 1803 comienza a sentir los mismos síntomas de la enfermedad que llevara a la tumba su padre. El no teme a la muerte y llama a su enfermedad “spleen”, aclarando que no es el “spleen” inglés que hace ver todo negro y triste, pues el de él, por el contrario, tanto interior como exteriormente lo vuelve todo color de rosa.
Un ataque de apoplejía puso dulce fin a una dulce existencia, dejándole aún algunos minutos para orar y dirigir emotivas palabras a sus amigos que acudieron de inmediato.
Les exhortó a vivir en fraternal unión y con la confianza puesta en Dios, y pronunciando estas palabras, expiró el místico a quién M. de Maistre llamara “el más instruido, sabio y elegante de los filósofos”.
Dice su biógrafo Matter: “Podía cerrarse su carrera; había visto las cosas más grandes que puedan verse en tiempo alguno; había pasado serenamente por duras pruebas y había cumplido grandes trabajos. Ni la gloria del mundo ni la fortuna le habían pertenecido en vida y a sus ojos nada hubieran significado. Pero había gustado los más profundos y dulces de los gozos; amado de Dios y de los hombres, había amado mucho él también y siempre esperó más del porvenir que del presente”.
Amó su obra y no esperó nunca el pago en la tierra. Así lo decía con propias palabras: “No es en la audiencia donde los defensores oficiales reciben el salario correspondiente a los pleitos; es fuera de la audiencia y después que ha terminado”. “Esa es mi historia y así también es mi resignación de no ser pagado en este bajo mundo”.
En su libro titulado “Retrato”, expresaba: “No he tenido más que una sola idea y me propongo conservarla hasta la tumba, y es que mi última hora es el más ardiente de mis deseos y la más dulce de mis esperanzas”.
He aquí el código moral de Louis-Claude de Saint-Martin mediante cuyas reglas el alma llega a unirse con su Creador:
1a.- Tú eres hombre y por tanto no olvides jamás que representas la dignidad humana. Respeta y haz respetar la nobleza; es ésta tu misión más general y alta sobre la tierra.
2a.- Es dentro de ti mismo, en la luz que ilumina tu ser, imagen de Dios y no en los libros que no son otra cosa que las imágenes del hombre, donde encontrarás las reglas que deben guiar tu vida.
3a.- Vela sobre esta luz interna y no permitas que se disipe en vanas palabras. Quien vela severamente sobre su palabra, vela sobre sus pensamientos; quien vela sobre su pensamiento, vela sobre sus afectos, y quien vela así, gobierna bien su mente.
4a.- Quien se gobierna bien se deja llevar por Aquél que todo lo guía y nuestra alma es llevada así hasta la meta final del perfeccionamiento mediante la purificación que da el dolor y la fortaleza que otorga el combate incesante, etapa por etapa.
5a.- Él nos hace triunfar en el seno mismo de las tentaciones y por medio de ellas. Son las tentaciones el medio más vivo que tiene Dios para guiarnos, pues sucumbimos a ellas cuando nos guía el espíritu mundano, y nos alejamos cuando es el espíritu divino el que nos guía.

FUE ASÍ FORMO NACIÓ EL MARTINISMO.

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FUE ASÍ FORMO NACIÓ EL MARTINISMO.

Saint Martain tuvo contado con el llamado “Agente Desconocido” de quien recibía enseñanzas de las que quedaba extraordinariamente impresionado. En esa época escribe su primer “Libro de Errores y de Verdad”; firmó este libro con el seudónimo de “El Filósofo Desconocido” y su obra fue muy comentada en los círculos de los iluminados. Su tesis era que, mediante el conocimiento de su propia naturaleza, el hombre puede obtener el conocimiento de su creador y de toda su creación; como también los fundamentos de las Leyes del Universo. Saint Martaín fue un iluminado y deseaba ardientemente compartir los conocimientos recibidos; pero sólo a aquellos que estuvieran preparados para recibirlos y comprenderlos. A lo largo de su vida pudo encontrar lecciones ocultas que lo guiaban hacia la perfección y consolidación de su ideal.
Otro de sus libros fue “El Escenario Natural” que habla sobre la relación entre la Naturaleza, el hombre y Dios”. Saint Martain fue enemigo del ateísmo y del materialismo en todas sus manifestaciones, los que eran muy comunes en la Europa de esa época. Muchos le empezaron a llamar el Filósofo Desconocido y su característica predominante era la de unir el conocimiento del mundo invisible con el de la mente. Las enseñanzas de Saint Martain se difundieron a partir del año 1785 en Francia, Inglaterra y Rusia preferentemente. En Londres conoció a Law, apodado el místico y también M. Belz, el famoso clarividente; más tarde se hizo amigo de Zinovoew y del príncipe Galitzne quien introdujo el Martinismo en Rusia.
Es necesario recordar que esta escuela fue muy perseguida, especialmente en Rusia, debido a la ignorancia de sus metas y doctrinas, y a las conductas erradas de algunos Martinistas que habían recibido las enseñanzas de Saint Martain. Con respecto a la influencia de la Revolución Francesa, Saint Martain planteaba que la estructura social, cualquiera que ella fuese, no puede ser perdurable si ésta sólo satisface el orgullo y los intereses personales de los individuos, y no está basada en el conocimiento trascendental del ser humano, de acuerdo a las leyes divinas que deben operar en todo orden. Un legislador debe tener una profunda comprensión de la naturaleza íntima de cada persona; de lo contrario tarde o temprano terminarán en graves errores, como lo fue la Revolución Francesa. En el ensayo “El Cocodrilo “, Saint Martain describe la lucha entre las fuerzas del bien y del mal.
Muestra como a través de las cosas sagradas se escapaba el mal, el que tiene un espacio y tiempo que puede ser muy bien reconocido por señales evidentes que no pueden confundirse. El bien y las cosas sagradas siempre saldrán victoriosos sobre el mal; pero, para lograrlo debe existir un combate permanente. Las doctrinas de Saint Martain se esparcieron rápidamente por todo el mundo, bajo el nombre de orden martinista. Él estaba convencido que la mejor modalidad de trabajo era la iniciación individual. Cada miembro era cuidadosamente elegido y se le iniciaba en los principios de la orden. El iniciador le daba los trabajos a realizar, los que estaban de acuerdo con su particular modo de ser y su desarrollo o ritmo. El camino en este sentido era más largo, pero a la vez más seguro; la doctrina permanecía pura e inalterable ganando fuerza y expresión. En su escrito “Nuevas Revelaciones”, explica la relación entre el ser humano y su Creador; con esto el poder ilimitado y la libre determinación. Estos rasgos, aunque llevan consigo reflejos de Dios pueden trabajar en perfecta concordancia con las leyes universales, acercándose a la anhelada felicidad. Estas mismas facultades, pueden interrumpir la unión con el Creador y someter al ser humano a una vida común sin trascendencia. Sin embargo, el ser humano puede desarrollar sus aptitudes para elevar su nivel de vida. Saint Martain consideraba la unidad como lo esencial de le cual todo emana.
Así, todo ser humano en cualquier plano nivel de evolución esta expuesto a la primera causa, que es la unidad: así como los rayos solares que aunque viajan muy lejos siempre mantienen su unidad con la luz, central que emana del Sol. Saint Martain planteaba el deseo de unir en el nombre del amor y considera vital la hermandad en la vida social de los humanos. Consideraba que la igualdad era una constante matemática; un resultado del orden y la armonía. Sus fundamentos esenciales se basaban en considerar la hermandad como factor de amor que regula las relaciones humanas entre la justicia, la caridad, la fortaleza y la debilidad. La maldad la explotación y la tiranía no pueden permanecer a la luz del amor fraternal. Un símbolo en la doctrina de Saint Martain es el círculo y los rayos que interfiere. Su constante relación entre la circunferencia de un círculo y los rayos, está expresada en términos matemáticos por la letra N; ya sea porque las dimensiones del círculo sean de milímetros o de millones de kilómetros. Se puede decir entonces, que las circunferencias de los círculos tienen una relación equitativa entre ellos. Lo mismo ocurre con el ser humano, la circunferencia es su bien; la luz es el límite que el ser humano no puede quebrantar.
La luz o la superficie descrita por su rayo en su revolución alrededor del centro, es su área de responsabilidad que según aumenta la circunferencia el círculo también lo hace; y así como crecen los derechos del hombre, crecen también en proporción sus responsabilidades. La imposición de responsabilidades se enfrenta con oposición, por lo cual no puede haber conciliación entre la justicia y la caridad; sin embargo, será todo posible si se fundamenta la hermandad en el altruismo y la solidaridad. La libertad está basada en el cumplimiento de la ley. Ningún ser humano puede transgredir la ley sin, recibir como consecuencia de este acto una pena, aunque no sea consciente de ello. El ser humano debe ser consciente de sus derechos y responsabilidades como alma viviente, sólo cumpliendo con estos preceptos, podrá ser realmente libre y cumplir con su tener que ser en la vida. El anhelo de todo martinista es ayudar a lograr la unidad de toda la humanidad.
Saint Martain fue un profundo pensador con raíces cristianas y deseaba ardientemente construir bases absolutas para una nueva humanidad, basada en el amor a Cristo, cual debía guiar toda la vida del ser humano. Para la Orden Martinista es la Caballería Cristiana, uno de sus miembros debe estar dispuesto a trabajar. Consigo mismo en forma interna y pasar por todas las etapas de un renacimiento espiritual cada vez más profundo, hasta el punto de alcanzar el nacimiento del Cristo interno. La principal responsabilidad de cada miembro de la orden es la de servir a la humanidad en forma completa y perfecta, sacrificando su propia individualidad personal en bien de los demás. El Martinismo anuncia el advenimiento de Cristo en cada ser humano para la redención de la humanidad.
La orden marinista estuvo asociada a la Federación universal de Órdenes Secretas Iniciáticas “FUDOSI”. El lema de los martinistas elegido por el Filósofo Desconocido (…)

“La única iniciación que yo recomiendo y busco con gran pasión de mi alma, es que podamos encontrar el corazón
de la divinidad e inducirlo a que entre en nosotros.
Así seremos perfeccionados y nos uniremos a la obra del creador para la eternidad”.

No existe otra forma de obtener esta iniciación si no se hace un trabajo interno, real y profundo en lo personal.Con respecto a la obra de Saint Martain, Honoré de Balsac fue martinista e iniciado por Henri de Latouche, al que reconoce como gran iniciado, también se relacionó con el príncipe Galitzine de Rusia quien ayudó a la difusión del Martinismo.Aún se distingue la influencia de Saint Martain. Atacó duramente el catolicismo.

En la actualidad el Martinismo ha vuelto a encontrar la vía inferior, el camino de la unidad por el espíritu y corazón. La base de la iniciación martinista es el desarrollo del amor (caritas).Los fundamentos de la filosofía del “Filósofo Desconocido “, están basados esencialmente sobre las teorías de los egipcios y de la escuela pitagórica. Contiene en sus simbolismos la clave que abre el mundo de los misterios de la creación, el que es secreto inefable, incomunicable y únicamente comprensible a los verdaderos adeptos.Estos trabajos no profanan los misterios del velo de Isis con imprudentes revelaciones.

El iniciado que es digno y que está versado en la historia del hermetismo, de sus doctrinas, de sus ritos, de sus ceremonias y de sus jeroglíficos, puede penetrar la secreta y real significación de los símbolos ofrecidos a la meditación del hombre o mujer de deseo.

Los Martinistas se dejan entrever, pero no al simple curioso; es una escuela de alto hermetismo que se descubre a muy pocas personas, prefiriendo la calidad a la cantidad.Estanislao de Guaita en sus recordados discursos, desarrolló la doctrina de que la iniciación es el resultado de una enseñanza; pero que en ella existe un crecimiento personal que es fundamental. Cualquier poder conocido por la naturaleza o la sociedad, debe desarrollarse para ser útil; además, debe adaptarse a la función de aquellos que ha de beneficiar, es decir, el martinismo es flexible adaptable a la realidad en la que se va a desenvolver, sea que este determinada por las personas, por los pueblos o condiciones de ellos y las circunstancias en que se encuentre.

Al parecer, en los primeros años del Martinismo se les conoció como la Escuela de los Filósofos Desconocidos que, según Eliphas Lévi, habría sido fundada por Martines de Pasqually continuada por Louis Claude de Saint Martain, quien habría incorporado a los últimos adeptos de la verdadera iniciación . Saint Martain estaba familiarizado con la antigua clave del Tarot, es decir, el misterio del los alfabetos sagrados y los jeroglíficos hieráticos.

Dejó muchos pentáculos curiosísimos jamás grabados.Uno de ellos fue la clave tradicional de la Gran Obra.Los Martinistas fueron los últimos cristianos de la hueste de los grandes iluminados y fueron ellos quienes iniciaron a Cazotte.A fines del siglo XIX y comiences del XX, el Martinismo dejó de ser conocido y fluyó como una débil corriente de agua, así lo describe Eliphas Levi; sin embargo, contó entre sus filas con personajes tan brillantes como:
Chaptal. Henry Delaage y Constantin Chevillon. La influencia que había perdido fue recuperada gracias a willermoz (como hemos dicho fue discípulo de pasqually quien había centrados sus actividades en lyon) Las enseñanzas se transmitieron secretamente y como resultado, en el año 1887, se empezaron a reunir los grupos Martínistas.

La Orden pudo consolidarse debido al genio de Gerard Encausse (papus), el que la va a reorganizar y le va a dar un nuevo impulso con sus estatutos y reglamentos. Papus crea el Consejo de las Ordenes Martinistas integrado por Estanislao de Guaita, Barlet, Chaboseau, Marc Harven y otros martinistas de la época. La orden entra en trabajos secretos y estrictamente herméticos al enfrentar la Primera Guerra Mundial. Para eso se mantuvo liderando la orden desde 1891 hasta cerca de los inicios de esta guerra; posteriormente va a ser presidida por Chaboseau hasta su muerte en el año 1946, en plena Segunda Guerra Mundial. Los trabajos durante las dos guerras mundiales fueron estrictamente herméticos, más aun siendo el Morfinismo una orden secreta.

Emilio Raul Ruiz Figuerola

Muerte profana y Renacimiento masónico: del vicio a la virtud

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Muerte profana y Renacimiento masónico: del vicio a la virtud

Al ingresar a esta Augusta Institución, cada uno de nosotros fue el protagonista de una ceremonia de iniciación, donde recibimos el abrazo de la Tierra para atestiguar nuestra muerte en la vida profana y el renacimiento a una nueva vida masónica, tras la victoria sobre los otros tres elementos de nuestra naturaleza:
· el Aire, que representa el caos de pensamiento y la ignorancia;
· el Agua, que simboliza las pasiones humanas;
· y el Fuego, los vicios que nos consumen; surgiendo entonces un hombre nuevo, virtuoso e instruido.
El Masón busca, en todo momento, deshacerse de esa carga profana, llena de vicios e ignorancia, en un esfuerzo constante por alcanzar la Virtud y la Instrucción. Los vicios (del latín “vitium”, que significa falla o defecto) son aquellas conductas que se consideran socialmente reprobables, inmorales o degradantes. Para el masón, los vicios pervierten los instintos y traen desesperación.
La trinidad que define al hombre es el cuerpo, la mente y el espíritu. Cada uno de ellos tiene sus propias necesidades para desarrollarse de manera armoniosa y sana. Cuando esas necesidades son satisfechas adecuadamente, son fuente de placer y gozo.
El cuerpo humano se rige por diversos instintos de supervivencia: requiere de alimento, por lo que necesita comer; busca perpetuarse en el tiempo, por lo que el sexo produce placer; necesita preservarse ante el peligro, y el mecanismo de defensa es la ira y la violencia; el cuerpo necesita repararse constantemente y busca el descanso. Nuestra mente busca la autosatisfacción: las posesiones materiales nos dan sensación de seguridad para sobrevivir a tiempos difíciles; nuestra búsqueda de mejorar nuestra situación actual nos hace desear lo que otros tienen; y como seres sociales, necesitamos y buscamos el reconocimiento de los demás.
Todas estas necesidades son inherentes al hombre y son completamente naturales. Sin embargo, al buscar satisfacerlas de manera irracional, tentados por el placer que proporcionan, incurrimos en actos socialmente inaceptables: caemos en los vicios. Los vicios, esos deseos que nunca pueden ser satisfechos, rompen la armonía del ser humano, pues pervierten nuestros instintos, traicionan nuestro raciocinio e impiden al espíritu encontrar el placer que proporciona la tranquilidad, la paz interior y la armonía con la conciencia universal.
Los cristianos reconocen siete pecados capitales: la gula, la lujuria, la ira, la pereza, la avaricia, la envidia y la soberbia. Se denominan capitales, pues implican la muerte de nuestra alma, de nuestro espíritu, y son el origen de muchos otros vicios.
Sócrates da la respuesta al por qué el hombre cae en los vicios: “El saber es lo que permite actuar bien; sólo se actúa mal por ignorancia, porque se desconoce la virtud; sólo la virtud permite reconocer el bien del mal, lo moral de lo inmoral”. Así, la virtud es la lucha constante contra los vicios, el esfuerzo que domina las pasiones, con lo que el hombre logra tomar las opiniones correctas y superar las situaciones más difíciles para cambiarlas a su favor.
Platón reconoce tres cualidades del ser humano: entendimiento (capacidad de pensamiento y raciocinio), voluntad (conciencia, capacidad de ordenar su propia conducta) y emoción (capacidad de afecto y rechazo a objetos y otros seres humanos). El buen uso de cada una de ellas representa una virtud: la sabiduría, el valor y el autocontrol.
Estas tres virtudes forman la dote del A.·.M.·.:
· La sabiduría, representada por la diosa Minerva (Atenea) que permite identificar y evaluar las situaciones que se nos presentan, para tomar las acciones correctas en el momento correcto.
· El valor, la fuerza, representada por Hércules (Heracles), para realizar esas acciones a pesar de los peligros y las amenazas, hasta el punto de ofrendar la vida en la defensa de los ideales.
· El autocontrol, la belleza de nuestros ideales y emociones más puros, representada por la diosa Venus (Afrodita), que nos permite interactuar con los demás, sin perjudicarlos, durante la búsqueda de nuestros ideales.
Estas virtudes son recibidas simbólicamente durante la ceremonia de iniciación como los instrumentos del A.·.M.·.: la regla representa el intelecto, la sabiduría que deberá regir todos los actos del A.·.M.·. sobre la línea del deber, el martillo que servirá para dar golpes mortales a los vicios y el mandil que representa la pureza de sus acciones.
A estas tres virtudes, Platón añade la Justicia, para describir las Virtudes Cardinales (del latín “cardo”, pivote), alrededor de las cuales debe girar la existencia del ser humano:
· Prudencia: usar el intelecto para discernir el bien en toda circunstancia, y escoger con cautela las acciones justas y apropiadas para conseguirlo.
· Fortaleza: la firmeza ante las dificultades y la constancia en la búsqueda del bien, afrontando riesgos y amenazas.
· Templanza: el dominio sobre los deseos y los instintos, manteniendo los placeres en los límites de la honestidad.
· Justicia: la firme y sincera búsqueda de dar a cada quien en la medida de lo que merece. Ésta última emana naturalmente del cumplimiento de las otras tres virtudes, es decir, no se puede ser justo si se carece de prudencia, de fortaleza o de templanza.
La moral cristiana reconoce tres virtudes más, infundidas por el Espíritu Santo, denominadas Virtudes Infusas: la fe, la esperanza y la caridad. La fe es la creencia que no requiere evidencia ni demostración. La esperanza es la confianza y la certeza plena en alcanzar los ideales. Finalmente, la caridad es el amor a Dios y al prójimo. Estas virtudes las encontramos en los tres Grandes Preceptos Masónicos: “Tengo Fe en mis ideales, Esperanza para conseguirlos, por Amor a la Humanidad”.
Nuestro carácter está definido por nuestras ideas, nuestras palabras y nuestras acciones. Al carácter de un masón lo definen las virtudes y la práctica constante de ellas. Aristóteles nos dice que: “la virtud humana no es una facultad ni una pasión, es un hábito” que puede aprenderse y cultivarse.
Al renacer a la vida masónica, aceptamos ahondar pozos sin fin a los vicios y levantar templos a la virtud. Entramos a la Tierra vendados por la ignorancia y atados por nuestras pasiones, pero al surgir a la Luz de la Masonería, se nos han entregados nuestros instrumentos, las virtudes, para liberarnos y purificarnos de nuestra carga profana de vicios y prejuicios.
Como masones, debemos reconocer que no somos inmunes a las tentaciones y debilidades, pero también debemos aceptar que tenemos el conocimiento para enfrentarlas con sabiduría, fuerza y templanza. Y a través de esta lucha constante contra los vicios, practicando de manera constante todas las virtudes que definen al masón, podemos alimentar nuestro espíritu y liberarnuestra piedra tallada, para hacer de nosotros mejores hombres y mejores ciudadanos.
Es cuanto.
José Gabriel Ramírez Torres