viernes, 6 de julio de 2012

In My Life - The Beatles (subtitulada al español) Video




"In My Life" es una canción del grupo musical británico The Beatles. Está incluida en el su sexto álbum de estudio, Rubber Soul, que fue lanzado el 3 de diciembre de 1965 y fue escrito por John Lennon y Paul McCartney. Se ubica en la posición No.23 de la "Lista de Rolling Stone de las 500 Canciones Más Grandes de la Historia". También se encuentra en el segundo lugar en lista de las mejores canciones de la CBC'S. El álbum fue producido para la discográfica EMI por George Martin, que también toca el teclado en el solo de "In My Life".



My Sweet Lord (español) George Harrison

John Lennon: Imagine, subtitulos español Video


John Lennon: Imagine, subtitulos español Video
En 1971 apareció este tema, que sin dudas es el éxito más grande en la trayectoria solista de los Beatles
Caballeros de las Orden del Sol.
Victor Salazar


John Lennon - Woman

¿Dónde estaba ubicada la “tierra de Nod”,
El reino perdido de Caín?


Según el Génesis, Caín fue el mayor de los hijos de Adán y Eva, y el primer ser humano nacido fuera del Paraíso. Según la Biblia, Adán y Eva concibieron a Caín después de ser desterrados del Paraíso por Dios, también llamado en hebreo Jehová, debido a que habían desobedecido su orden de no comer del árbol del bien y del mal. Después de Caín concibieron a Abel. Caín se dedicó a la agricultura, mientras que su hermano menor al pastoreo. Tal como indico en mi artículo de bienvenida, hay una serie de artículos en este blog (como es el caso de este artículo) en que me baso en las obras del escritor e investigador Zecharia Sitchin, lamentablemente fallecido reiéntemente. .
En esos tiempos era común agradecer a Jehová por los buenos cultivos o la buena crianza del ganado, por lo que estos hermanos le presentaron sus sacrificios; al verlos Jehová prefirió el sacrificio de Abel (de los primogénitos de sus ovejas) que el de Caín (del fruto de la tierra), quien enloqueció de celos y mató a su hermano, yéndose, después de esto, a sus cultivos. Al ser interrogado por Jehová acerca del paradero de su hermano, Caín responde «¿Acaso soy yo el custodio de mi hermano?». Sabiendo Yavé lo que había ocurrido, castigó a Caín condenándolo a vagar por la tierra de Nod. Pero, ¿dónde estaba ubicada esta “tierra de Nod”

La capital azteca, Tenochtitlán, era una impresionante metrópolis cuando llegaron los españoles. Sus crónicas la describen como una ciudad grande, si no más grande que la mayoría de las ciudades europeas de su tiempo, bien diseñada y administrada. Situada en una isla del lago Texcoco, en el valle central de las tierras altas, estaba rodeada de agua y cruzada por canales. Las largas y amplias calzadas que conectaban a la ciudad con la tierra firme impresionaron enormemente a los conquistadores, al igual que las numerosas canoas que surcaban sus canales, las calles inundadas de gente, y los mercados repletos de mercaderes y mercancías de todo el reino. El palacio real tenía numerosas dependencias llenas de riquezas, rodeado de jardines en donde había una inmensa pajarera y un gran parque zoológico. Una gran plaza, rebosante de actividad, era el escenario de las fiestas y de los desfiles militares.
Pero el corazón de la ciudad y del imperio era su enorme centro religioso, un inmenso rectángulo de casi cien mil metros cuadrados rodeado por un muro construido para dar la impresión de serpientes retorcidas. Había multitud de edificios dentro de este recinto sagrado, los más sobresalientes de los cuales eran el Gran Templo, con sus dos torres, y el templo parcialmente circular de Quetzalcóatl. En la actualidad, la gran plaza del Zócalo y la catedral de Ciudad de México ocupan parte de aquel antiguo recinto sagrado, al igual que muchas calles y edificios adyacentes. Tras una excavación fortuita que tuvo lugar en 1978, ahora es posible ver y visitar una parte importante del Gran Templo, y en la última década se ha podido conocer lo suficiente como para hacer una reconstrucción a escala del recinto, tal como fue en sus tiempos gloriosos.

El Gran Templo tenía la forma de una pirámide escalonada, elevándose por pisos hasta una altura de alrededor de cincuenta metros con una base de unos 45 m2. Era la culminación de varias fases de construcción, en que la estructura externa estaba construida sobre otra anterior más pequeña, y ésta cubría otra estructura aún más antigua. En total, siete estructuras se sobreponían unas a otras. Los arqueólogos pudieron acceder, capa tras capa, hasta el Templo II, que fue construido en los alrededores del 1400 d.C. Y éste, al igual que el último, ya tenía las dos torres gemelas distintivas en su cúspide.
Simbolizando un extraño culto doble, la torre del lado norte era un santuario dedicado a Tláloc, dios de las tormentas y los terremotos, mientras que la torre sur estaba dedicada a la deidad azteca Huitzilopochtli, su dios de la guerra. Se le representaba habitualmente con un arma mágica llamada la Serpiente de Fuego, con la que se dice que había derrotado a cuatrocientos dioses menores. También aquí, como en las mitologías sumeria e hindú, se habla de guerras entre “dioses” utilizando armas terribles.

Dos monumentales escalinatas llevaban hasta la cúspide de la pirámide por su lado occidental, una en cada torre. Ambas estaban decoradas en su base con dos feroces cabezas de serpiente talladas en piedra, siendo una de ellas la Serpiente de Fuego de Huitzilopochtli, y la otra la Serpiente de Agua que simbolizaba a Tláloc. En la base de la pirámide se encontró un disco de piedra grande y grueso en cuya parte superior había tallada una representación del cuerpo desmembrado de la diosa Coyolxauhqui. Según la tradición popular azteca, se trataba de la hermana de Huitzilopochtli, que tuvo un altercado con él durante la rebelión de los cuatrocientos dioses y en la que se vio involucrada. Parece que su trágico destino fue una de las razones de la creencia azteca de que había que aplacar a Huitzilopochtli con la ofrenda de los corazones de víctimas humanas.
El motivo de las torres gemelas quedó realzado posteriormente en el recinto sagrado con la erección de dos pirámides coronadas con torres, una a cada lado del Gran Templo, y dos más, al oeste. Las dos últimas flanqueaban el templo de Quetzalcóatl, que tenía la poco habitual forma de una pirámide escalonada regular por delante, pero con una estructura escalonada circular por detrás, desde donde seguía elevándose hasta convertirse en una torre circular con cúpula cónica. Muchos creen que este templo servía como observatorio solar.

A. F. Aveni (Astronomy in Ancient Mesoamerica) afirma que, en los días de los equinoccios (21 de marzo y 21 de septiembre), cuando el Sol se eleva en el este exactamente sobre el ecuador, la salida del Sol se podía ver desde la torre de Quetzalcóatl justo entre las dos torres de la cúspide del Gran Templo. Y ello era posible porque los arquitectos del recinto sagrado habían erigido los templos a lo largo de un eje arquitectónico que no estaba alineado exactamente con los puntos cardinales, sino con un eje desviado siete grados y medio hacia el sudeste; así se compensaba exactamente la posición geográfica de Tenochtitlán (al norte del ecuador), permitiendo la visión del Sol en aquellas fechas cruciales elevándose por entre las dos torres gemelas.
Aunque los españoles no se percataron de este sofisticado detalle del recinto sagrado, las crónicas que dejaron hablan de su asombro al encontrarse no sólo con un pueblo cultivado, sino también con una civilización en ciertos aspectos similar a la española. Aquí, al otro lado de lo que había sido un océano prohibido, aparentemente aislado del mundo civilizado, había un Estado encabezado por un rey -al igual que en Europa. Nobles, funcionarios y cortesanos llenaban la corte real. Había emisarios que iban y venían con información. Se obtenía tributo de las tribus vasallas y los ciudadanos pagaban sus impuestos. En los archivos reales se conservaban los registros escritos de la riqueza, las dinastías y las historias tribales. Había un ejército con un mando jerárquico y armas perfeccionadas. Y se practicaban artes y oficios, música y danza. Había festividades relacionadas con las estaciones y días sagrados prescritos por una religión de Estado, al igual que en Europa.

Y había un recinto sagrado con sus templos, capillas y residencias, rodeado por un muro, recorrido por una jerarquía de sacerdotes que, al igual que en la Europa de su tiempo, no eran sólo custodios de la fe e intérpretes de la voluntad divina, sino también guardianes de los secretos del conocimiento científico. ¿Por qué esto nos recuerda el Vaticano, en Roma? Además en este entorno eran fundamentales la astrología, la astronomía y los misterios del calendario.
Algunos cronistas españoles de la época, como Bernal Díaz del Castillo (Historia Verdadera), intentando disimular las impresiones positivas de lo que deberían haber sido unos indios salvajes, le atribuyeron a Cortés una reprimenda a Moctezuma por adorar «ídolos que no son dioses, sino demonios malignos», una influencia nefasta que, supuestamente, Cortés se ofrecía a contrarrestar construyendo en la cima de la pirámide un santuario con una cruz «y la imagen de Nuestra Señora». Pero, para asombro de los españoles, el símbolo de la cruz ya era conocido de los aztecas, que lo tenían por un símbolo de significado celestial y que figuraba como emblema del escudo de Quetzalcóatl

Pero, además, por entre el laberinto de un panteón de numerosas deidades, se podía ver la creencia subyacente en un Dios Supremo, un Creador de todo lo existente. Algunas de las oraciones que le dedicaban resultaban incluso familiares; he aquí unos cuantos versos de una oración azteca, conservada en español a partir de la lengua original náhuatl:
  • Tú habitas los cielos,
  • Tú sostienes las montañas…
  • Tú estás en todas partes, eterno.
  • A Ti se te suplica, se te ruega.
  • Tu gloria es eminente.
¡Realmente sorprendente!
Sin embargo, aún con todas aquellas sorprendentes similitudes, existía una desconcertante diferencia con la civilización azteca. No era sólo la idolatría, de la que las masas de frailes y padres hacían su particular guerra santa; ni siquiera las bárbaras costumbres de arrancar los corazones de los prisioneros y ofrecérselos palpitando aún a Huitzilopochtli (una práctica que, por cierto, parece que introdujo el predecesor de Moctezuma, ya en 1486). Se trataba, más bien, de la impresión global que ofrecía esta civilización, que parecía el resultado de un progreso al que hacia tiempo se había puesto freno a su evolución.

Los edificios eran impresionantes y estaban magníficamente diseñados, pero ya no se construían con piedras talladas. Más bien semejaban a las construcciones de adobe y piedras burdamente sujetas con simple argamasa. El comercio era amplio, pero no era más que un comercio de trueque. El tributo se pagaba en especies; los impuestos, con servicios personales, ya que no se conocía el dinero. Las telas se confeccionaban en un telar de lo más rudimentario; el algodón se hilaba sobre husos de arcilla, similares a los encontrados en las ruinas de Troya (segundo milenio a.C.) y en algunos lugares de Palestina (tercer milenio a.G).
Tanto en sus herramientas como en sus armas, los aztecas estaban en la edad de piedra, inexplicablemente desprovistos de herramientas y armas de metal, a pesar de conocer el oficio de la orfebrería. Para cortar, utilizaban pedacitos de obsidiana parecidos al cristal. Y uno de los objetos predominantes de la época de los aztecas fue el cuchillo de obsidiana, que utilizaban para sacar los corazones de los prisioneros..

Debido al hecho de que otros pueblos de América no disponían de escritura, los aztecas parecían un pueblo más avanzado, al menos en este aspecto, dado que utilizaban cierto sistema de escritura. Pero no era una escritura alfabética, ni tampoco fonética; consistía en una serie de imágenes, como dibujos en una tira cómica. En comparación, en el Próximo Oriente de la antigüedad, que es donde apareció la escritura hacia el 3800 a.C. (en Sumer) en forma de pictogramas, éstos se estilizaron con rapidez hasta convertirse en la escritura cuneiforme, avanzaron hasta una escritura fonética en donde los signos representaban sílabas, y, hacia finales del segundo milenio a.C, apareció un alfabeto completo. La escritura con imágenes apareció en Egipto cuando se instauró la realeza, hacia el 3100 a.C, y rápidamente evolucionó hasta convertirse en un sistema de escritura jeroglífica.
Los estudios de los expertos, como el de Amelia Hertz (Revue de Synthése Historique), han llegado a la conclusión de que la escritura por imágenes de los aztecas en el año 1500 d.C. era similar a la primitiva escritura egipcia, como la de la tablilla de piedra del rey Narmer, a quien algunos consideran el primer rey dinástico de Egipto, cuatro milenios y medio antes. Amelia Hertz se encontró con otra curiosa analogía entre el México de los aztecas y el Egipto de las primitivas dinastías. En ambos, a pesar de que la metalurgia del cobre aún no se había desarrollado, la orfebrería estaba tan avanzada que los orfebres podían engastar turquesas, una piedra semipreciosa muy valorada en ambos lugares, en los objetos de oro.
El Museo Nacional de Antropología de Ciudad de México expone el legado arqueológico del país en un edificio con una serie de salas o secciones interconectadas, que lleva al visitante a través del tiempo y del espacio, desde los orígenes prehistóricos hasta la época de los aztecas. La sección central se dedica a los aztecas; que es el núcleo de la arqueología nacional mexicana, pues aztecas es un nombre que se le dio a este pueblo con posterioridad. A sí mismos se llamaban mexica, dando así su nombre preferido no sólo a la capital, construida donde había estado el Tenochtitlán azteca, sino también a todo el país.

La Sala Mexica, que es como se le llama, está calificada como la más importante. Sus grandiosas dimensiones se establecieron para enmarcar adecuadamente a la antigua cultura mexicana. Entre sus monumentales esculturas de piedra se incluyen el inmenso Calendario de Piedra, que pesa alrededor de 25 toneladas, enormes estatuas de varios dioses y diosas, y un grueso y enorme disco de piedra grabado a su alrededor. Efigies de piedra y arcilla más pequeñas, utensilios de loza, armas, ornamentos de oro y otros restos aztecas llenan la impresionante sala.
El contraste entre los primitivos objetos de arcilla y madera, así como las burdas efigies por una parte, y las poderosas piedras talladas y el monumental recinto sagrado por otra, es asombroso. Resulta inexplicable para el escaso lapso de cuatro siglos de presencia azteca en México. ¿Cómo se pueden justificar las diferencias entre estas dos capas de civilización? Cuando se busca la respuesta en la historia conocida, los aztecas se nos presentan como un pueblo nómada, una tribu inmigrante que se introdujo en un valle poblado por tribus de una cultura más avanzada.

Al principio, parece ser que se ganaban la vida sirviendo a las tribus pobladoras, principalmente como mercenarios a sueldo. Pero, con el tiempo, se las ingeniaron para imponerse a sus vecinos, tomando prestada no sólo su cultura, sino también a sus artesanos. Aún siendo seguidores de Huitzilopochtli, los aztecas adoptaron el panteón de sus vecinos, incluido el dios de la lluvia Tláloc y al benévolo Quetzalcóatl, dios de los oficios, la escritura, las matemáticas, la astronomía y el cálculo del tiempo.
Pero las leyendas, lo que los expertos llaman «mitos migratorios», sitúan los acontecimientos bajo una luz diferente, comenzando el relato en una época mucho más antigua. Las fuentes de esta información no se basan sólo en la tradición oral, sino también en diversos libros llamados códices. Éstos, como el Códice Boturini, dicen que el hogar ancestral de la tribu azteca se llamaba Azt-lan («Lugar Blanco»). Aquél era el hogar de la primera pareja Patriarcal, Itzac-mixcóatl («Blanca Serpiente Nube») y su esposa Illan-cue («Vieja Mujer»); ellos fueron los que engendraron a los hijos de los que provendrían las tribus de habla náhuatl, entre las que se encontraban los aztecas. Los toltecas también eran descendientes de Itzac-mixcóatl, pero su madre era otra mujer, siendo así hermanastros de los aztecas.

¿Dónde estaba situado Aztlán? Nadie lo sabe con certeza. De los numerosos estudios que tratan de este asunto, entre los que se incluyen teorías de que se trataba de la legendaria Atlántida, uno de los mejores es el de Eduard Seler, que afirma que Aztlán era un lugar que al parecer estaba relacionado con el número siete, habiéndosele llamado en alguna ocasión Aztlán de las Siete Cuevas. También se le describía en los códices como un lugar reconocible por sus siete templos: una gran pirámide escalonada central rodeada por seis santuarios menores.
En su Historia de las cosas de la Nueva España, fray Bernardino de Sahagún, utilizando los textos originales en la nativa lengua náhuatl escritos después de la Conquista, habla de la migración de varias tribus desde Aztlán. Hubo siete tribus en total, que dejaron Aztlán en barcos. Los libros ilustrados los muestran pasando junto a un lugar cuyo pictograma sigue siendo un enigma. Sahagún ofrece varios nombres para las estaciones del camino, llamando al lugar de desembarco «Panotlán», que significa, simplemente, «lugar de llegada por el mar», pero que por diversas pistas los expertos han concluido que se puede tratar de la actual Guatemala.

Las tribus llevaban con ellos a cuatro hombres sabios para que les guiaran y les dirigieran, dado que llevaban consigo manuscritos rituales y los secretos del calendario. Desde allí, las tribus se encaminaron hacia el Lugar de la Serpiente-Nube, donde al parecer se dispersaron. Por fin, aztecas y toltecas llegaron a un lugar llamado Teotihuacán, en donde construyeron dos pirámides, una dedicada al Sol y la otra a la Luna.
Sus reyes gobernaron en Teotihaucán y fueron enterrados allí, ya que ello implicaba reunirse con los dioses en la otra vida. No está claro el tiempo que pasó hasta que se embarcaron en el siguiente viaje migratorio, pero en algún momento las tribus comenzaron a abandonar la ciudad sagrada. Los primeros en irse fueron los toltecas, que se fueron para construir su propia ciudad, Tollan. Los últimos en partir fueron los aztecas. Sus andanzas les llevaron a diversos lugares, pero no encontraban descanso. Durante todo el tiempo de su última migración, su líder recibió el nombre de Mexitli, que significa «El Ungido». En él, según algunos expertos, estaría el origen del nombre tribal mexica el pueblo ungido»).

La señal para la última migración se la dio a los aztecas/mexica su dios Huitzilopochtli, quien les prometió una tierra en donde había «casas con oro y plata, algodón multicolor y cacao de muchos tonos». Debían seguir la dirección indicada hasta que vieran un águila posada sobre un cactus que creciera de una roca rodeada de agua. Allí se deberían asentar y se llamarían «mexica», pues ellos eran el pueblo elegido, destinado a gobernar sobre el resto de tribus.
Así fue como, según las leyendas llegaron los aztecas de nuevo al Valle de México. Llegaron a Tollan, conocida también como «el lugar del medio», y aunque sus habitantes eran sus propios parientes ancestrales, no les dieron la bienvenida. Durante casi dos siglos vivieron los aztecas en las orillas pantanosas del lago central; y, creciendo en fuerza y en conocimientos, fundaron por fin su propia ciudad, Tenochtitlán.
Este nombre significa «ciudad de Tenoch», y algunos creen que se la llamó así porque el líder azteca de entonces, el verdadero constructor de la ciudad, se llamaba Tenoch. Pero, dado que se sabe que los aztecas se consideraban tenochas -descendientes de Tenoch- otros creyeron que Tenoch fue el nombre de un antepasado tribal, una legendaria figura muy antigua.

La mayoría de los expertos sostienen en la actualidad que los mexica o tenochas llegaron al valle hacia el 1140 d.C, y fundaron Tenochtitlán en el 1325 d.C. Después crecerían en influencia gracias a una serie de alianzas con algunas tribus y a las guerras con otras. Algunos investigadores dudan que los aztecas llegaran a crear un verdadero imperio. Lo cierto es que, cuando llegaron los españoles, eran el poder dominante en el centro de México, gobernando a sus aliados y sometiendo a sus enemigos. Estos últimos les suministraban materia prima para los sacrificios, por lo que la conquista de los españoles se vio facilitada por las múltiples insurrecciones contra los opresores aztecas.
Al igual que los hebreos bíblicos, que remontaban sus genealogías no sólo hasta las parejas patriarcales, sino también hasta el comienzo de la humanidad, los aztecas, los toltecas y otras tribus nahuatlacas tenían leyendas de la creación que seguían las mismss pautas. Pero, mientras el Antiguo Testamento adecuaba sus fuentes surnerias designado a una entidad plural (Elohim) a partir de las diversas deidades activas en los procesos creadores, los relatos nahuatlaca conservaban los conceptos sumerio y egipcio de varios seres divinos que actuaban o bien en solitario o bien en grupo.
Las creencias tribales, predominantes desde el sudoeste de los actuales Estados Unidos, en el norte, hasta la actual Nicaragua, en el sur, sostenían que, en el principio, había un Dios Antiguo, Creador de Todas las Cosas, del Cielo y la Tierra, cuya morada estaba en lo más alto del cielo, el duodécimo cielo. Las fuentes de Sahagún atribuían el origen de estos conocimientos a los toltecas:
  • Y los toltecas sabían
  • que muchos eran los cielos.
  • Decían que había doce divisiones superpuestas;
  • allí moraba el dios verdadero y su consorte.
  • Él es el Dios Celestial, Señor de la Dualidad;
  • su consorte es la Dama de la Dualidad, la Dama Celestial.
  • Esto es lo que significa:
  • Él es rey, él es Señor, por encima de los doce cielos.
Sorprendentemente, esto parece una versión de las creencias de Mesopotamia, según las cuales a la cabeza del panteón estaba Anu («Señor del Cielo») que, junto con su consorte, Antu («Dama del Cielo»), vivía en un planeta lejano, el duodécimo miembro de nuestro Sistema Solar. Los sumerios lo describían como un radiante planeta cuyo símbolo era la cruz. Todos los pueblos del mundo antiguo adoptarían posteriormente este símbolo, y lo desarrollarían hasta convertirlo en el omnipresente emblema del Disco Alado. Sorprendentemente, el escudo de Quetzalcóatl y otros símbolos que aparecen en los primitivos monumentos de México son extrañamente similares.

Los dioses de antaño, de los que los textos nahuatlacas contaban relatos legendarios, eran descritos como hombres barbados, como correspondería a los antepasados del barbudo Quetzalcóatl. Al igual que en las teogonías mesopotámicas y egipcias, había relatos de parejas divinas y de hermanos que se casaban con sus propias hermanas. De interés prioritario y directo para los aztecas eran los cuatro hermanos divinos, Tlatlauhqui, Tezcatlipoca-Yáotl, Quetzalcóatl y Huitzilopochtli, según su orden de nacimiento.
Ellos representaban a los cuatro puntos cardinales y a los cuatro elementos primarios: Tierra, Viento, Fuego, Agua, un concepto de la «raíz de todas las cosas» bien conocido en el Viejo Mundo. Estos cuatro dioses representaban también los colores rojo, negro, blanco y azul, y las cuatro razas de la humanidad, a las que se representaba a menudo (ver el Códice Ferjervary-Mayer) con los colores correspondientes, junto con sus símbolos, árboles y animales.

El reconocimiento de cuatro ramas separadas de la humanidad resulta interesante, quizás incluso significativo, por sus diferencias con el concepto bíblico-mesopotámico de la triple división asiática, africana y europea surgida del linaje de Noé, de Sem, Cam y Jafet. Las tribus nahuatlacas habían añadido un cuarto pueblo, el pueblo de color rojo.
Los relatos nahuatlacas hablan de conflictos e incluso de guerras entre los dioses. Entre éstos se incluye el incidente en que Huitzilopochtli derrotó a los cuatrocientos dioses menores y el combate entre Tezcatlipoca-Yáotl y Quetzalcóatl. Estas guerras por el dominio de la Tierra o de sus recursos se habían detallado también en los mitos de todos los pueblos de la antigüedad.

Los relatos hititas e indoeuropeos de las guerras entre Teshub o Indra con sus hermanos llegaron a Grecia a través de Asia Menor, Los semitas cananeos y fenicios escribieron acerca de las guerras de Baal con sus hermanos, en el transcurso de las cuales Baal mató a centenares de «hijos de los dioses» menores cuando se les atrajo con engaños al banquete de la victoria del dios. Y en las tierras de Cam, África, los textos egipcios hablaban del desmembramiento de Osiris a manos de su hermano Set, y de la posterior guerra entre Set y Horus, hijo y vengador de Osiris. ¿Acaso los dioses de los mexicanos eran concepciones originales, o eran los recuerdos de creencias y relatos que tenían sus raíces en las tradiciones del Próximo Oriente?
Nos encontramos con que el Creador de Todas las Cosas, para continuar con las comparaciones, era un dios que «da la vida y la muerte, la buena y la mala fortuna». El cronista Antonio de Herrera y Tordesillas (Historia general) comentaba que los indígenas «le invocan en sus tribulaciones, con la mirada puesta en el cielo, donde creen que está». Este dios creó primero el Cielo y la Tierra; después, dio forma al hombre y a la mujer a partir del barro, pero no duraron mucho. Después de algunos esfuerzos más, se creó una pareja humana a partir de cenizas y metales, y con ellos se pobló el mundo.
Pero todos estos hombres y mujeres fueron destruidos en una inundación, salvo cierto sacerdote y su mujer que, junto con semillas y animales, lograron flotar con la ayuda de un tronco ahuecado. El sacerdote descubrió tierra después de enviar unos pájaros. Según otro cronista, fray Gregorio García, la inundación duró un año y un día, durante los cuales toda la Tierra estuvo cubierta de agua y el mundo se sumió en el caos. !Parece que estemos leyendo la tradición sobre Noé!

Los acontecimientos prehistóricos relativos a la humanidad y a los antepasados de las tribus nahuatlacas se dividen en una serie de leyendas, representaciones pictóricas y grabados en piedra, como el Calendario de Piedra, que hablaban de cuatro eras o «soles». Los aztecas consideraban su época como la más reciente de las cinco eras existentes: la era del Quinto Sol. Según estos relatos, cada uno de los cuatro soles anteriores había terminado con una catástrofe, a veces natural (como un Diluvio) y a veces causada por las guerras entre los dioses. Sabiendo que (aparentemente) siempre hemos tenido el mismo sol, ¿qué significan realmente estos soles?
Se cree que el gran Calendario de Piedra azteca, que se descubrió en la zona del recinto sagrado, es la plasmación en piedra de las cinco eras. Los símbolos que circundan el panel central y la misma imagen central han sido objeto de numerosos estudios. El primer anillo interior representa, con toda claridad, los veinte signos de los veinte días del mes azteca. Los cuatro paneles rectangulares que rodean el rostro central se reconocen como los dibujos que representan las cuatro eras anteriores, y la calamidad que terminó con cada una de ellas -agua, viento, terremotos y tormentas, y jaguar.

Los relatos de las cuatro eras son valiosos por la información relativa a la longitud de las eras y a sus principales acontecimientos. Aunque las versiones varían, lo cual sugiere una larga tradición oral previa a los registros escritos, todas coinciden en que la primera era llegó a su fin con un Diluvio, una gran inundación que arrasó la Tierra. La humanidad sobrevivió gracias a una pareja, Nene y su mujer, Tata, que se las ingeniaron para salvarse en un tronco vaciado.
O bien esta primera era o bien la segunda fue la era de los Gigantes de Cabellos Blancos. El Segundo Sol se recordó como «Tzoncuztique», la «Era Dorada»; que terminó a causa de la Serpiente del Viento. El Tercer Sol estaba presidido por la Serpiente de Fuego, y fue la era de la Gente de Cabello Rojo (¿antepasados de los escoceses?). Según el cronista Ixtlil-xochitl, éstos fueron los supervivientes de la segunda era, que llegaron en barco desde el Este al Nuevo Mundo, asentándose en la región de Botonchán, donde se encontraron con gigantes que también habían sobrevivido a la segunda era y fueron esclavizados por éstos. El Cuarto Sol fue la era de la Gente de Cabeza Negra (¿antiguos sumerios?).

Fue durante esta era cuando Quetzalcóatl apareció en México -alto de estatura, de luminoso semblante, con barba, y llevando una larga túnica. Su báculo, con forma de serpiente, estaba pintado de negro, blanco y rojo; llevaba piedras preciosas engarzadas y estaba adornado con seis estrellas. Es curioso que el báculo del obispo Zumárraga, el primer obispo de México, se hiciera muy parecido al de Quetzalcóatl. Fue durante esta era cuando se construyó Tollan, la capital tolteca. Quetzalcóatl, señor de la sabiduría y el conocimiento, introdujo la enseñanza, los oficios, las leyes y el cálculo del tiempo según un ciclo de 52 años.
Hacia el final del Cuarto Sol tuvo lugar una serie de guerras entre los dioses. Quetzalcóatl partió, de vuelta hacia el Este, hacia el lugar de donde había venido. Las guerras de los dioses causaron estragos en el país; los animales salvajes diezmaron a la humanidad, y Tollan quedó abandonada. Cinco años más tarde, llegaron los pueblos chichime-cas, alias de los aztecas; y el Quinto Sol, la era azteca, dio comienzo.

¿Por qué se les llamó «soles» a las eras y cuánto duraron? El motivo no está claro, y la extensión de las distintas eras no se ha establecido, o difiere según la versión. Una de las que parece más sensata y plausible, es la del Códice Vaticano-Latino 3738. Dice que el primer Sol duró 4.008 años, el segundo 4.010, el tercero 4.081. El cuarto Sol «comenzó hace 5.042 años», pero no se especifica el momento de su final. Sea como sea, tenemos aquí un relato de los acontecimientos que se remonta 17.141 años a partir del momento en que los relatos se registraron.
Es un lapso de tiempo demasiado largo como para que la gente pueda recordar algo, y los expertos, aunque aceptan que los acontecimientos del Cuarto Sol contienen elementos históricos, tienden a desechar lo relativo a eras anteriores como meros mitos. ¿Cómo explicar entonces los relatos de Adán y Eva, un Diluvio global y la supervivencia de una pareja, episodios que, según H. B. Alexander (Latin-American Mythology), son «sorprendentemente evocadores del relato de la creación del Génesis y de la cosmogonía babilónica»?

Algunos expertos con una visión poco abierta sugieren que los textos nahuatlacas reflejan lo que los indígenas ya habían escuchado en los sermones bíblicos de los españoles. Pero, dado que no todos los códices son posteriores a la Conquista, las similitudes bíblico-mesopotámicas sólo se pueden explicar si se admite que las tribus mexicanas tenían lazos ancestrales con Mesopotamia.
Además, la cronología mexica-náhuatl se relaciona con ciertos acontecimientos con una precisión que debería llevar a reflexionar. Fecha del Diluvio al final del Primer Sol: unos 13.133 años antes del momento en que se escribió el códice; es decir, hacia el 11.600 a.C. Y en otros relatos (como el de Platón) se deduce que el Diluvio arrasó la Tierra y destruyó la Atlántida hacia el 11.000 a.C. Las correspondencias entre el relato y la cronología sugieren que hay algo más que un mito en los relatos aztecas.
También es intrigante la afirmación de que la cuarta era fue la época de la «gente de cabeza negra» (las anteriores eras se tenían por la de los gigantes de cabello blanco y la de la gente de cabello rojo). Y éste, «gente de cabeza negra», es precisamente el término por el cual se autollamaban los sumerios en sus textos. ¿Acaso los relatos aztecas sostienen que la era del Cuarto Sol fue la época en la que los sumerios aparecieron en escena? La civilización sumeria comenzó hacia el 3800 a.C; y no debería sorprendernos encontrarnos con que, datando el comienzo de la Cuarta Era en 5.026 años antes de su propia época, los aztecas lo situaban ciertamente en los alrededores del 3500 a.C., lo cual coincide sorprendentemente con el inicio de la era de la «gente de cabeza negra».

La explicación de que los aztecas les contaron a los españoles lo que habían escuchado de los mismos españoles ciertamente no se sostiene en lo referente a los sumerios. El mundo occidental descubrió los restos y el legado de la gran civilización sumeria cuatro siglos después de la Conquista de América. Por lo que habrá que concluir que los pueblos nahuatlacas debían de conocer los relatos que aparecen en el Génesis a partir de sus propias fuentes. Pero, ¿cómo?
Esta misma pregunta desconcertó ya entonces a los mismos españoles. Asombrados de haber descubierto no sólo una civilización en el Nuevo Mundo tan similar a la suya, sino también del gran número de personas que había en aquellas tierras, estaban asimismo desconcertados por las conexiones bíblicas de los relatos aztecas. Intentando dar con una explicación, se les ocurrió una respuesta sencilla: aquellos debían de ser los descendientes de las Tribus Perdidas de Israel, que fueron exiliadas por los asirios en el 722 a.C. y se desvanecieron después sin dejar rastro. Lo que quedó del reino de Judea lo conservaron las tribus de Judá y de Benjamín.
El primero en exponer esta idea en un detallado manuscrito fue el dominico fray Diego Duran, que fue llevado a Nueva España en 1542, a los cinco años de edad. Sus dos libros, uno de ellos conocido por el título de Historia de las Indias de Nueva España, En un segundo libro, Duran, haciendo una exposición de las muchas similitudes, afirmaba enfáticamente su conclusión de que los nativos «de las Indias y del continente de este nuevo mundo son judíos y gente hebrea». Su teoría quedaba confirmada, según él, «por su naturaleza: estos nativos son parte de las diez tribus de Israel que Salmanasar, rey de los asirios, capturó y llevó a Asiria».

En sus informes de conversaciones con viejos indígenas sacaba a relucir leyendas de una época en que había existido «hombres de monstruosa estatura que aparecieron y tomaron posesión del país… Y estos gigantes, al no encontrar la forma de llegar al Sol, decidieron construir una torre tan alta que su cúspide llegara al Cielo». Este episodio, que se parece al relato bíblico de la Torre de Babel, igualaba en importancia a otro relato referente a una migración similar a la del Éxodo. No es de extrañar por tanto que, con el aumento de este tipo de informes, la teoría de las Diez Tribus Perdidas se convirtiera en la favorita de los siglos XVI y XVII, al suponer que, yendo en dirección Este a través de los dominios asirios y Asia, los israelitas habían alcanzado América.
La idea de las Diez Tribus Perdidas, que recibió el respaldo de las cortes reales europeas, terminó posteriormente siendo ridiculizada por los expertos. Las teorías actuales sostienen que el hombre llegó al Nuevo Mundo desde Asia a través de un puente de hielo por Alaska hace unos 20.000 o 30.000 años, extendiéndose poco a poco hacia el sur. Existen evidencias considerables en cuanto a objetos, lengua y evaluaciones etnológicas y antropológicas que indican influencias de más allá del Pacífico: hindúes, del sudeste asiático, chinas, japonesas y polinesias. Los expertos las explican por la llegada periódica de estas gentes a las Américas, pero insisten mucho en que esto ocurrió durante la era cristiana, sólo unos siglos antes de la conquista y nunca antes de Cristo.

Aunque los expertos más conservadores siguen minimizando toda evidencia de contactos entre el Viejo y el Nuevo Mundo, hacen una concesión a contactos relativamente recientes, a través del Pacifico, como explicación de los relatos similares a los del Génesis que existieron en las Américas. De hecho, las leyendas de un Diluvio global y de la creación del hombre a partir de arcilla o materiales similares son temas comunes en las mitologías de todo el mundo, y una posible ruta a las Américas desde Oriente Próximo (donde se originaron los relatos) podría haber sido a través del Sudeste Asiático y de las islas del Pacífico.
Pero existen elementos en las versiones náhuatl que indican una fuente muy primitiva, más que a los recientes siglos anteriores a la Conquista. Uno de ellos es el hecho de que los relatos náhuatl de la creación del hombre siguen una versión sumeria muy antigua, ¡que ni siquiera se reflejó en el Libro del Génesis, que es posterior a las tablillas de la antigua Sumer!

La Biblia tiene dos versiones de la creación del hombre, ambas extraídas de primitivas versiones mesopotámicas. Pero ambas ignoran una tercera versión, probablemente la más antigua, en la cual la humanidad no se hizo de arcilla, sino de la sangre de un dios. En el texto sumerio en el cual se basa esta versión, el dios Ea, en colaboración con la diosa Ninti, «preparó un baño purificador». «Que se sangre a un dios en él -ordenó-; de su carne y de su sangre, que Ninti mezcle la arcilla.». Y todo parece indicar que a partir de esta mezcla se crearon los hombres y mujeres.
Resulta muy significativo que sea esta versión, que no está en la Biblia, la que se repita en un mito azteca. El texto se conoce como Manuscrito de 1558, y cuenta que, después del calamitoso fin del Cuarto Sol, los dioses se reunieron en Teotihuacán.
  • Tan pronto como los dioses estuvieron reunidos, dijeron:
  • «¿Quién habitará la Tierra?
  • El cielo ya ha sido establecido
  • y la Tierra ha sido establecida;
  • pero ¿quién, oh dioses, vivirá en la Tierra?»

Los dioses reunidos «se apenaron». Pero Quetzalcóatl, un dios de sabiduría y ciencia, tuvo una idea. Fue a Mictlán, la Tierra de los Muertos, y anunció a la pareja divina que estaba al cargo: «He venido a por los preciados huesos que guardáis aquí.» Superando las objeciones y los engaños, Quetzalcóatl consiguió hacerse con los «preciados huesos»:
  • Reunió los preciados huesos;
  • los huesos del hombre se pusieron juntos a un lado,
  • los huesos de la mujer se pusieron juntos al otro lado.
  • Quetzalcóatl los tomó e hizo un haz.
Llevó los huesos secos a Tamoanchán, «lugar de nuestro origen». Una vez allí, le dio los huesos a la diosa Cihuacóatl («Mujer Serpiente»), una diosa de la magia:
  • Ella pulverizó los huesos
  • y los puso en una fina bañera de barro.
  • Quetzalcóatl sangró su órgano masculino sobre ellos.
Mientras el resto de dioses observaba, ella mezcló los huesos pulverizados con la sangre del dios; de esa mezcla arcillosa se creó a los macehuales. ¡La humanidad había sido re-creada!

En los relatos sumerios, los creadores del hombre fueron el dios Ea («cuyo hogar es el agua»), también conocido como Enki («Señor Tierra»), cuyos epítetos y símbolos suelen hacer referencia a su talante habilidoso, que encuentra su equivalente lingüístico en el término «serpiente». Su compañera en la hazaña, Ninti («la que da la vida») era la diosa de la medicina, un oficio cuyo símbolo desde la antigüedad ha sido el de las serpientes entrelazadas. Las representaciones sumerias en sellos cilíndricos muestran a las dos deidades en algo parecido a un laboratorio.
Es sorprendente encontrarse todos estos elementos en los relatos náhuatl; un dios del conocimiento al que se le llama Serpiente Emplumada, una diosa de poderes mágicos llamada Mujer Serpiente; una bañera de marga en la cual los elementos terrestres se mezclan con la esencia del dios (sangre); y la creación del hombre y mujer a partir de la mezcla. Pero aún más sorprendente es el hecho de que el mito se representara pictóricamente en un códice náhuatl encontrado en la región de la tribu de los mixtéeos. En él, se muestra a un dios y a una diosa mezclando un elemento que fluye en un enorme matraz o cuba con la sangre de un dios que deja caer gotas dentro del matraz; y de esa mezcla emerge un hombre.

Junto con los otros datos relacionados con los sumerios y de terminología, existen indicios de contactos en épocas remotas. Al parecer, las evidencias desafían también a las teorías actuales acerca de las primeras migraciones del hombre a las Américas. Con esto, no estamos proponiendo simplemente que la migración no fuera desde Asia a través del Estrecho de Bering, por el norte, sino desde Australia/ Nueva Zelanda a través de la Antártida hasta Sudamérica. Esta idea ha sido recuperada recientemente tras el descubrimiento en el norte de Chile, cerca de la frontera con Perú, de momias humanas enterradas hace unos 9.000 años.
El problema que nos plantean ambas teorías es que suponen largas caminatas de hombres, mujeres y niños a través de miles de kilómetros de tierras heladas, y nos preguntamos cómo se pudo hacer esto hace 20.000 ó 30.000 años; además, ¿para qué iban a emprender un viaje de este tipo? ¿Por qué hombres, mujeres y niños tendrían que hacer un viajes de miles de kilómetros por una tierra helada para, al parecer, no alcanzar nada salvo más hielo? A menos que supieran que había una Tierra Prometida más allá del hielo. Pero, ¿cómo podían saber lo que había más allá de aquel interminable hielo, si no habían estado nunca allí, ni nadie más antes que ellos?

En el relato bíblico del Éxodo de Egipto, el Señor describe la Tierra Prometida como «una tierra de trigo, cebada, vino, higueras y granados, una tierra de olivos y miel… Una tierra cuyas piedras son de hierro y de cuyas montañas puedes sacar cobre.» El dios de los aztecas les describió su Tierra Prometida como una tierra de «casas con oro y plata, algodón multicolor y cacao de muchos tonos». ¿Acaso aquellos primitivos emigrantes se habrían lanzado a su imposible caminata si alguien -su dios- no les hubiera dicho que fueran y les hubiera descrito lo que les esperaba allí? Y si esa deidad no fuera una simple entidad teológica, sino un ser físicamente presente en la Tierra. ¿Pudo haber ayudado a los emigrantes a vencer los obstáculos del viaje, del mismo modo que el Señor bíblico había hecho con los israelitas?
Es con pensamientos de este tipo como se podría haber emprendido un viaje imposible, tal como hemos leído en los relatos nahuatlacas de las migraciones y de las Cuatro Eras. Dado que el Primer Sol había terminado con el Diluvio, esa era tuvo que ser la fase final de la última glaciación; pues parece que el Diluvio fue provocado por el deslizamiento de la capa de hielo antártico en los océanos, llevando a la última glaciación a un brusco fin, hacia el 11.000 a.C.

¿Acaso el hogar original de los pueblos nahuatlacas, el legendario Aztlán, «el lugar blanco», se llamaba así por la simple razón de que eso es lo que era, una tierra cubierta de nieve? ¿Es éste el motivo por el cual se tenía la era del Primer Sol como la época de los «gigantes de cabellos blancos»? ¿Acaso los recuerdos históricos aztecas, rememorando el comienzo del Primer Sol, unos 17.141 años atrás, contaban en realidad una migración a América hacia el 15.000 a.C, cuando el hielo formaba un puente con el Viejo Mundo? Y, por otra parte, ¿sería posible que el recorrido no se hiciera a través de un puente de hielo, sino en barcos a través del Océano Pacífico, tal como relatan las leyendas náhuatl?
Las leyendas de un desembarco prehistórico en la costa del Pacífico no se limitan a los pueblos mexicanos. Más al sur, los pueblos andinos conservaron recuerdos de similar naturaleza, en forma de leyendas. Una de ellas, la leyenda de Naymlap, puede estar remitiéndonos al primer asentamiento de gente en aquellas costas. Habla de la llegada de una gran flota de balsas de juncos (del tipo de las que utilizara el explorador Thor Heyerdahl para simular la singladura sumeria en barcos de juncos). En la balsa que lideraba la flota había una piedra verde que podía pronunciar las palabras del dios del pueblo, que daba indicaciones al jefe de los emigrantes, Naymlap, para llevarlos hasta la zona elegida. La deidad, hablando a través del ídolo verde (¿altavoces?), instruyó posteriormente al pueblo en las artes de la agricultura, la construcción y la artesanía.

Algunas versiones de la leyenda del ídolo verde identifican el cabo Santa Helena, en Ecuador, como el lugar del desembarco. Allí, el continente sudamericano se proyecta hacia el oeste, en el Pacífico. Varios cronistas, entre ellos Juan de Velasco, relataron leyendas nativas que decían que los primeros pobladores de las regiones ecuatoriales fueron gigantes. Los pobladores humanos que siguieron adoraban a un panteón de doce dioses (¡otra vez los doce dioses!), encabezados por el Sol y la Luna. Y donde ahora se encuentra la capital de Ecuador, decía Velasco que los pobladores construyeron dos templos, uno frente a otro. El templo dedicado al Sol tenía frente a la puerta dos columnas de piedra y en el patio había otros doce pilares de piedra en círculo.
Llegó el momento en que el líder, Naymlap, tras completar su misión, tuvo que partir. A diferencia de sus sucesores, Naymlap no murió. Se le dieron alas y se fue volando, para no volvérsele a ver más. Se lo llevó al cielo el dios de la piedra parlante.

Los indígenas americanos no eran los únicos en la creencia de que se podían recibir instrucciones divinas a través de una piedra parlante. Todos los pueblos antiguos del Viejo Mundo hablaban de piedras oráculo y el Arca que los israelitas llevaron durante el Éxodo tenía en la parte superior el Dvir -literalmente, «hablador»-, un instrumento portátil a través del cual Moisés podía escuchar las instrucciones del Señor. Y en cuanto a la partida de Naymlap, que fue llevado hacia el cielo, también existen paralelismos bíblicos. En el capítulo 5 del Génesis, leemos que en la séptima generación del linaje de Adán a través de Set, el patriarca fue Henoc; cuando llegó a la edad de 365 años «se fue» de la Tierra, pues el Señor se lo llevó al cielo.
Los expertos tienen dificultades en aceptar la idea de cruzar el océano en barcos hace 15.000 ó 20.000 años. Dicen que el hombre era demasiado primitivo para tener naves oceánicas y navegar en alta mar. Se considera que no fue hasta la civilización sumeria, a comienzos del cuarto milenio a.C, que la humanidad consiguió vehículos con ruedas y barcos de transporte para largas distancias.
Pero ése, según los mismos sumerios, fue el curso de los acontecimientos después del Diluvio. Una y otra vez dijeron que había existido una elevada civilización sobre la Tierra antes del Diluvio. Una civilización que habían iniciado en la Tierra aquellos que habían venido del planeta de Anu, y que se había prolongado a través de un linaje de «semidioses» de larga vida, de descendientes de los emparejamientos entre los extraterrestres (los bíblicos nefilim) y las «hijas del hombre». Las crónicas egipcias, como los escritos del sacerdote Manetón, seguían esta misma idea.

Y lo mismo hace la Biblia, que describe una civilización tanto rural como urbana antes del Diluvio. Todo eso, según todas estas antiguas fuentes, fue borrado de la faz de la Tierra por el Diluvio, y hubo que recomenzarlo todo desde el principio (el famoso eterno retorno). El Libro del Génesis comienza con los relatos de la creación, que son versiones resumidas e incompletas de los textos sumerios. En éstos, se habla constantemente de «el Adán», literalmente «el Terrestre». Pero, después, da un giro hacia la genealogía de un ancestro concreto llamado Adán: «Éste es el libro de las generaciones de Adán» (Génesis 5:1). Al principio, Adán tuvo dos hijos: Caín y Abel. Después, Caín mató a su hermano y fue desterrado por Yahvé. «Y Adán conoció a su mujer de nuevo y le dio un hijo, y le puso por nombre Set». Es este linaje, el linaje de Set, el que sigue la Biblia a través de una genealogía de patriarcas hasta Noé, el protagonista de la historia del Diluvio. Después, el relato se concentra en los pueblos asiáticos, africanos y europeos.
Pero, ¿qué pasó con el linaje de Caín? Todo lo que tenemos en la Biblia es una docena de versículos. Yahvé castigó a Caín a convertirse en nómada, «fugitivo y vagabundo sobre la Tierra».
  • Y Caín se apartó de la presencia de Yahvé
  • y moró en la tierra de Nod, al este del Edén.
  • Y Caín conoció a su mujer y ella concibió y engendró a Henoc; y él construyó una ciudad
  • y le puso a la ciudad el nombre de su hijo, Henoc.
Varias generaciones después, nació Lámek. Éste tuvo dos esposas. De una de ellas tuvo a Yabal; «él fue el padre de los que habitan en tiendas y tienen ganado». De la otra, tuvo dos hijos. Uno, Yubal, «fue el padre de los que tocan la cítara y la flauta» (¿los gitanos?). El otro hijo, Túbal-Caín, fue «forjador de oro, cobre y hierro».

Tan escasa información bíblica se ve ampliada por el Libro de los Jubileos, que se cree que se escribió en el siglo ii a.C. a partir de fuentes más antiguas. Relacionando los acontecimientos con el pasaje de los Jubileos, dice que «Caín tomó a su hermana Awan para que fuera su esposa, y ella le dio a Henoc a finales del cuarto jubileo. Y en el primer año de la primera semana del quinto jubileo, se construyeron casas en la tierra, y Caín construyó una ciudad y le puso por nombre el nombre de su hijo, Henoc».
Los eruditos bíblicos llevan mucho tiempo desconcertados con el nombre de Henoc, que significa «fundación», y que se le aplica tanto a un descendiente de Adán a través de Set como a otro de sus descendientes a través de Caín, así como con otras similitudes en los nombres de los descendientes. Sea cual sea el motivo, es evidente que las fuentes sobre las cuales se basaron los compiladores de la Biblia atribuyen hazañas extraordinarias a ambos Henoc, que probablemente no fue más que una persona prehistórica.
El Libro de los Jubileos afirma que Henoc «fue el primero entre los hombres que nació en la Tierra que aprendió a escribir, y los conocimientos y la sabiduría, y que escribía los signos del cielo según sus meses en un libro». Según el Libro de Henoc, a este patriarca le enseñaron las matemáticas y los conocimientos de los planetas, así como el calendario durante su viaje celestial, y se le mostró la ubicación de las «Siete Montañas de Metal» en la Tierra, «en el oeste».

Los textos sumerios conocidos como las Listas de los Reyes relatan también la historia de un soberano antediluviano al que los dioses le enseñaron todo tipo de conocimientos. Su nombre era EN.ME.DUR.AN.KI -«Señor del Conocimiento de los Fundamentos del Cielo y la Tierra» y es muy probable que sea una representación de los Henocs bíblicos.
Los relatos nahuatlacas de la migración y de la llegada a un destino final, del asentamiento y de la construcción de una ciudad, así como de un patriarca con dos esposas, cuyos hijos son el origen de pueblos y uno de los cuales se hizo famoso por ser forjador de metales, ¿no resultan demasiado semejantes a los relatos bíblicos? Incluso la importancia que los náhuatl le dan al número siete se refleja en los relatos bíblicos, pues el séptimo descendiente del linaje de Caín, Lámek, proclamó enigmáticamente que «hasta siete veces será vengado Caín, y Lámek setenta y siete». ¿No nos estaremos encontrando en las leyendas de las siete tribus nahuatlacas con el desterrado linaje de Caín y su hijo Henoc?
Los aztecas pusieron el nombre de Tenochtitlán a su ciudad, la Ciudad de Tenoch, llamada así en honor de su antepasado. Si tenemos en cuenta que, en su dialecto, los aztecas prefijaban muchas palabras con el sonido T, Tenoch podría haber sido en su origen Enoch, si se le quita el prefijo T.

Un texto babilónico, basado en un primitivo texto sumerio del tercer milenio a.C, cuenta enigmáticamente una disputa, que termina con un asesinato, entre un labrador y su hermano pastor, al igual que los bíblicos Caín y Abel. Condenado a «vagar con pesar», el infractor, llamado Ka’in, emigró a la tierra de Dunnu, y allí «construyó una ciudad con torres gemelas».
Y unas torres gemelas en la cúspide de las pirámides era el sello distintivo de la arquitectura azteca. ¿Conmemoraría esto la construcción a cargo de Ka’in de una «ciudad con torres gemelas»? ¿Y Tenochtitlán, la «ciudad de Tenoch», no se llamaría así debido a que Caín, milenios atrás, «construyó una ciudad y le puso por nombre el nombre de su hijo, Henoc»? ¿No nos habremos encontrado en América Central el reino perdido de Caín, la ciudad a la que pusiera por nombre Henoc? En realidad, esta posibilidad ofrece respuestas plausibles al enigma de los comienzos del hombre en América. Pero también puede arrojar luz sobre otros dos enigmas: el de la «marca de Caín» y el del rasgo hereditario común a todos los amerindios: la ausencia de vello facial.
Según el relato bíblico, Caín, tras ser desterrado de las tierras pobladas por el Señor y condenado a vagar por Oriente, comenzó a preocuparse por la posibilidad de ser asesinado por alguien que buscara venganza. Y así, el Señor, para indicar que Caín andaría errante bajo Su protección, «puso una señal a Caín, para que si alguien lo encontrara, no lo matara». Aunque nadie sabe en qué pudo consistir esta «señal» distintiva, generalmente se acepta que fue algún tipo de tatuaje en la frente. Pero, por lo que se dice posteriormente en la Biblia, parece que la cuestión de la venganza y de la protección contra ella tuvo su continuidad hasta la séptima generación y más allá. Un tatuaje en la frente no habría durado tanto, ni hubiera podido transmitirse de generación en generación. Sólo un rasgo genético, transmitido de forma hereditaria, podía cumplir con las afirmaciones bíblicas.
Y, a la vista de este particular rasgo genético de los amerindios, la ausencia de vello facial, uno se pregunta si la «marca de Caín» en sus descendientes no sería este cambio genético. Si esta conjetura es correcta, América Central como punto focal desde el cual se expandieron los amerindios hacia el norte y hacia el sur en el Nuevo Mundo, sería, de hecho, el Reino Perdido de Caín.
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¿Quién es esta enigmática entidad llamada
 EL REY DEL MUNDO? 1/2
La obra póstuma de Saint-Yves d´Alveydre, titulada Mission de l´Inde, que fue publicada en 1910, contiene la descripción de un centro iniciático misterioso designado bajo el nombre de Agarttha. Pero muchos lectores de dicho libro debieron suponer que eso no era más que un relato puramente imaginario, una suerte de ficción que no reposaba sobre nada real. En efecto, si se quiere tomar todo al pie de la letra, hay algunas inverosimilitudes que, al menos para aquellos que se atienen a las apariencias exteriores, podrían justificar una tal apreciación. Y sin duda Saint-Yves había tenido buenas razones para no hacer aparecer él mismo esta obra, escrita desde hacía bastante tiempo, y que verdaderamente no estaba puesta a punto. Por otra parte, hasta entonces, en Europa no se había hecho apenas mención del Agarttha y de su jefe, el Brahmâtmâ, más que por el escritor Louis Jacolliot. Se cree que éste había oído hablar realmente de estas cosas en el curso de su estancia en la India, pero que después las había arreglado de una manera eminentemente fantasiosa. Pero, en 1924, se produjo un hecho inesperado: el libro titulado “Bestias, Hombres, Dioses”, en el que Ferdinand Ossendowski cuenta las peripecias de un viaje accidentado que hizo en 1920 y 1921 a través de Asia central, encierra, sobre todo en su última parte, relatos casi idénticos a los de Saint-Yves; y el ruido que se produjo alrededor de este libro proporciona una ocasión favorable para romper el silencio sobre esa cuestión del Agarttha.
Alejandro Saint-Yves d’Alveydre (1842 – 1909), esoterista francés y autor de “El Arqueómetro“, “La Teogonía de los Patriarcas” y una Colección de textos titulados “Las Misiones” (de los judíos, de los franceses, etc). En ellas cubre grandes periodos históricos y trata temas con profundidad inusitada, revelando al Maestro. Hay quién lo considera miembro de la Agartha Shanga de la época. Aunque su lenguaje es claro, el uso de neologismos y la referencia a conceptos de la Teogonía y Cosmogonía, dificultan la comprensión de los contenidos. Fue guía de distinguidos discípulos tales como Gerard Encausse Papus, fundador de la Orden Martinista. Y Ch. Gougy el arquitecto realizador de los planos arqueométricos. Ambos fueron miembros de la Sociedad Civil “Los Amigos de Saint Yves“. La clave del “El Arqueómetro” es retomado por otros autores tales como el Dr. Serge Raynaud de la Ferriere, fundador de la GFU, quién la aplica en los libros “Yug, Yoga, Yoghismo” y “Los Grandes Mensajes“.
Fernando Ossendowski, en su libro “Bestias, Hombres, Dioses”, explica una profecía desconocida para la gran mayoría de la gente, pero no por eso menos inquietante. Fue anunciada, tal como dice el texto, a finales del siglo XIX a los lamas de un monasterio budista en Asia. Y fue escrita por el autor del libro mencionado a comienzos del siglo XX, según consta en los registros editoriales. Al analizar esta profecía detalladamente podemos observar interesantes similitudes con acontecimientos sucedidos durante el siglo XX y escalofriantes predicciones que deberían suceder en el presente siglo. El texto es el siguiente: “El hutuktu de Narabanchi me refirió lo siguiente cuando tuve ocasión de visitarle en su monasterio al empezar el año 1921: -la vez que el rey del mundo apareció a los lamas de nuestro monasterio, favorecidos por Dios, hace treinta años, hizo una profecía relativa a los años venideros, que entre otras cosas, dice: ” …… Enseguida vendrán dieciocho años de guerra y cataclismos… Luego los pueblos de Agharti saldrán de sus cavernas subterráneas y aparecerán en la superficie de la tierra…”. Agartha, también conocida o denominada Agarthi, Agharta o Agarttha, es, según la tradición oriental, un reino constituido por numerosas galerías subterráneas que conectan con decenas de ciudades intraterrestres habitadas por seres de un altísimo nivel de conocimiento, que custodian y preservan la evolución planetaria.

Diferentes culturas de todo el planeta, especialmente en Asia, han dejado importantes referencias acerca de este misterio. La situación geográfica de su capital, de nombre Shambala, se encontraría bajo el desierto de Gobi. Estas teorías son tan antiguas como la humanidad y en algunas leyendas se habla del reino subterráneo de Agartha, que se encuentra bajo los montes del Tibet. Se ha dicho en muchas ocasiones que los tan discutidos ovnis no proceden del espacio, sino que tienen sus bases en el interior de la Tierra, que abandonan saliendo precisamente por las dos aberturas que existen en ambos Polos. “Ahí vive la raza superior, la misma que un día subirá a aniquilarnos“. Esta teoría, defendida hace dos siglos por el inglés Bulwer Lytton, sería aceptada por los filósofos del nazismo, quienes se mostrarían convencidos de la existencia de un sol interior. Este sol iluminaría a una tierra hueca cuyos habitantes serían de raza aria y odiarían a muerte a los que vivimos en la superficie del planeta. El mito de este mundo secreto en las profundidades de la tierra nos conduce hasta a la religión Brahamánica. En el libro “El rey del Mundo” (1927), el esotérico francés René Guénon enumera gran cantidad de tradiciones antiguas que hablan de una tierra santa localizada en lugares legendarios, como la Atlántida, el Reino del Preste Juan o el propio Castillo de Camelot entre otros.
René Guénon o Abd al-Wâhid Yahyâ (1886 -1951) fue un matemático, filósofo y metafísico francés. De profesión matemático, es conocido por sus publicaciones de carácter filosófico espiritual y su esfuerzo en pro de la conservación y divulgación de la Tradición Espiritual. Me ha basado en gran parte en las obras de este eminente filósofo para escribir este artículo, especialmente en su obra “El Rey del Mundo”. De todos modos, recomiendo al lector leer sus obras, que son de una gran erudición. Se le relaciona con Ananda Coomaraswamy, otro gran metafísico anglo-indio de la primera mitad del siglo XX. René Guénon, gran estudioso de las doctrinas orientales y de las religiones, se esforzó por aportar a Occidente una visión no simplista del pensamiento oriental, especialmente de la India y por su defensa de las civilizaciones tradicionales frente a Occidente. Destaca su crítica a la civilización occidental desde presupuestos metafísicos y no ideológicos ni políticos. El estudio de sus libros sobre el hinduismo es indispensable para todas aquellas personas que quieran profundizar en dicha tradición. René Guénon, hijo único de Jean-Baptiste, arquitecto, y de Anna-Léontine Jolly, nace en Blois el 15 de noviembre de 1886. Transcurre en esta ciudad una infancia y una adolescencia totalmente normales, recibiendo la primera educación de su tía materna, institutriz, y continuándola luego en la escuela de Notre-Dame des Aydes, conducida por religiosos. En 1902 pasa al Colegio Augustin-Thierry y al año siguiente se recibe de bachiller «ès lettres-philosophie».

En 1904 se dirige a París, para seguir un curso académico de matemáticas superior en el colegio Rollin. Sin embargo, en 1906 aproximadamente interrumpe sus estudios universitarios, a causa, se dice, de su salud, que según parece ya era bastante delicada desde la infancia. Después de la interrupción de los estudios académicos comenzó para René Guénon un período rico en encuentros y fecundo en escritos; sin embargo, es en extremo difícil recoger testimonios seguros sobre sus relaciones, complejas, y generadas frecuentemente por motivos que tenían una relación directa con el desarrollo de su obra escrita, en particular en su aspecto de clarificación y condena de las pseudo-doctrinas ocultistas y «teosofistas». En el período que va de 1906 a 1909 René Guénon frecuenta la «Escuela Hermética», dirigida por Papus, y se hace admitir en la Orden Martinista y en otras organizaciones colaterales. En el congreso espiritualista y masónico de 1908 en el que participa en calidad de secretario de despacho, entra en relación con Fabre des Essarts, «patriarca» de la «Iglesia Gnóstica», en la cual lleva el nombre de Synesius. René Guénon ingresa en esta organización con el nombre de Palingenius. Aquí conoce a dos personajes de notable apertura mental: Léon Champrenaud (1870-1925) y Albert Puyou, conde de Pouvourville (1862-1939), el primero entraría más tarde en el Islam con el nombre de Abdul-Haqq, el segundo un ex-oficial del ejército francés que durante su destino en Extremo Oriente había sido admitido, caso más bien raro para un occidental, en ambientes taoístas.
Siempre en este mismo período se produce la formación de una «Orden del Templo», dirigida por Guénon; esta organización tendrá una vida breve, pero costará a su fundador el ser excluido de los grupos dirigidos por Papus. También es de este período la admisión de René Guénon a la Logia masónica Thébah, dependiente de la Gran Logia de Francia, del Rito Escocés Antiguo y Aceptado. Es 1908 el año al que algunos hacen remontar el encuentro de Guénon con calificados representantes de la India tradicional. En 1909 funda la revista La Gnose, donde aparecerán su primer escrito, titulado El Demiurgo, así como artículos sobre Masonería y, lo que es más importante en cuanto que demuestra cómo las doctrinas orientales ya habían sido completamente asimiladas por él en esta época, las primeras redacciones de El Simbolismo de la Cruz, El Hombre y su devenir según el Vêdânta y Los principios del cálculo infinitesimal. A fines de 1910 conoce a John Gustaf Agelii, pintor sueco devenido musulmán con el nombre de Abdul-Hadi cerca de 1897, y vinculado al Tasawwuf (esoterismo islámico) por el Sheikh Abder-Rahmân Elish el Kebir. La revista La Gnose deja de publicarse en febrero de 1912. El 11 de julio del mismo año René Guénon se casa en Blois con la Srta. Berthe Loury y, en este mismo año entra en el Islam. A los años 1913-1914 se remonta su encuentro con un hindú, el Swami Narad Mani, quien le procura una documentación sobre la «Sociedad Teosófica».

Entre 1915 y 1919 es suplente en el colegio de Saint-Germain- en-Laye, reside en Blois, donde muere su madre en 1917, y es profesor de filosofía en Sétif (Argelia). Retorna a Blois y luego a París. En 1924 (y hasta 1929) da lecciones de filosofía en el curso Saint-Louis. En este año tiene lugar una conferencia de prensa en la cual participa junto a Ferdinand Ossendowski, polaco, autor de una crónica de viaje a través de Mongolia y el Tíbet que había despertado un cierto interés algunos años antes, Gonzague Truc, René Grousset, y Jacques Maritain. También en 1924 aparece la obra Oriente y Occidente. El año 1925 ve su colaboración con la revista católica Regnabit, dirigida por el R. P. Anizan, que le había sido presentado por el arqueólogo Louis Charbonneau Lassay, de Loudun. El 15 de enero de 1928 fallece su esposa. En este mismo año comienza su colaboración regular con la revista Le voile d’Isis, la que desde 1933 tomará el título de Études Traditionelles. En 1930 parte para El Cairo, donde se establecerá definitivamente, desposando en 1934 a la hija del Sheikh Mohammed Ibrahim, con la que tuvo cuatro hijos (dos varones y dos niñas), uno de ellos póstumo. El resto de su obra de clarificación doctrinal fue compuesta en el período de su estadía en Egipto, período que va de 1930 a 1951, año en el que muere, el día 7 de enero.
René Guénon define el mundo moderno de su época como la degeneración e inversión del mundo tradicional. Por una parte el carácter decisivo de la modernidad es su carácter anti-tradicional, su negación de toda herencia del pasado y su falta de reconocimiento de cualquier deuda con una sabiduría o cultura anterior. La oposición clásica entre Occidente y Oriente no es geográfica sino ideológica y doctrinal. Por eso se puede decir, un poco paradójicamente, que mientras Europa fue tradicional (en la Edad Media) se la podía calificar de “oriental” desde nuestra perspectiva actual. Del mismo modo el Oriente actual, investido de pensamiento occidental, no es ya “oriental“, está occidentalizado (o en otras palabras des-orientado, si tomamos el sentido simbólico y profundo del término). En efecto, como advertía René Guénon, la Edad Media estaba más cercana a la civilización india o extremo-oriental que a nuestra sociedad actual en cualquiera de sus aspectos. De hecho el carácter tradicional de la Edad Media aseguraba y garantizaba un permanente contacto y diálogo con el Oriente tanto geográfico como doctrinal. La conclusión última de su obra (contenida principalmente en El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos) es que la condición del mundo moderno testimonia el fin del ciclo actual de la humanidad, algo que señalan simbólicamente los mismos términos Oriente y Occidente.

Su obra escrita se puede dividir en varios bloques temáticos: exposición de doctrinas orientales y principios metafísicos: aquí se encuentran obras como Introducción General al estudio de las Doctrinas Hindúes (su primera obra, que escribió por encargo y que es una introducción a la Tradición en general), Los estados múltiples del Ser o Principios del cálculo infinitesimal; estudios sobre simbolismo y su interpretación ortodoxa tradicional, en este apartado se encuadran los numerosos artículos escritos para la revista El velo de Isis que posteriormente pasaría a llamarse Revista de Estudios Tradicionales. Estos artículos fueron compilados por Michel Vâlsan en la obra póstuma Símbolos fundamentales de la Ciencia Sagrada y en La Gran Tríada; ensayos relativos a la Tradición Primordial, la Iniciación y las sociedades iniciáticas tanto actuales (Masonería) como históricas: El Rey del Mundo; reflexiones críticas sobre el mundo moderno y la sociedad occidental. Contra lo que podría parecer, René Guénon estuvo muy preocupado por el mundo presente. Partiendo de una fuerte crítica a la sociedad occidental pueden distinguirse tres etapas cronológicas en su toma de postura respecto a la cuestión, etapas que se corresponden a su vez con las tres obras en que aborda principalmente el problema de la modernidad.
Oriente y Occidente es la primera de ellas, aborda la falta de comprensión y entendimiento entre esos dos mundos que denominamos Oriente y Occidente, condenados a entenderse si no quieren aniquilarse recíprocamente y perecer. René Guénon defiende una salida inevitablemente dialogada a esta tradicional oposición como vía para lograr el entendimiento entre las diferentes culturas. Hay que señalar que pese a traslucir un optimismo ingenuo es precursor al señalar esta confrontación (o conflicto) que hoy día está en el punto de mira de todos los analistas del mundo actual. La Crisis del Mundo Moderno, a la luz de los acontecimientos que se sucedían en el período de entreguerras René Guénon ve matizado su optimismo, pero no abandona la idea de que el entendimiento entre ambos y la rectificación en vista a una vuelta a la normalidad de Occidente, son posibles. Su análisis se sustenta en la confianza de preservación (en cierta medida) del Espíritu Tradicional en el extremo Oriente, en particular en las culturas china e india. El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos es, sin duda, su mayor, más completa, ambiciosa y acabada obra. Sus anteriores optimismo y confianza dan lugar a un análisis más duro y frío en el que domina el pesimismo y quizá cierto desapego por el destino de la civilización humana actual. En efecto, la Guerra Mundial no deja lugar para la esperanza ni el optimismo. En esta obra René Guénon analiza la civilización occidental partiendo de los principios generales del Vedânta y situándola dentro del marco de las Cuatro Edades (Yugas) que establece la Tradición. Las conclusiones son tan demoledoras como preocupantes por lo que suponen a futuro. Esta clasificación temática de la obra de René Guénon no es rigurosa, pues en cada obra se encuentran contenidos pertenecientes a los otros campos. Sería vano intentar sistematizar una obra tan interdisciplinar y que se quiere abierta, a diferencia de un sistema filosófico que pretende siempre ser completo y cerrarse sobre sí mismo. Su obra no intenta ser un sistema cerrado, definido y acabado sino una mirada abierta y múltiple sobre el mundo, llena de sugerencias y referencias a todos los campos.

Louis Jaccolliot, Alexandre Saint-Yves d”Alveydre y Ferdinand Ossendowski fueron los primeros en difundir la descripción de Agartha. La teosofa Helena Blavatsky mantiene la opinión y creencia de que el reino de Agartha fue fundada por semi-dioses provenientes del planeta Venus. Las doctrinas esotéricas mas fantasiosas retrasan su fundación hasta hace unos quince millones de años. La idea de mundos subterráneos se pudo haber inspirado en creencias religiosas antiguas como el Hades, el Sheol y el infierno. La palabra Agharta es de origen budista. Se refiere al Mundo o Imperio Subterráneo, en cuya existencia creen los budistas. Ellos también creen que este Mundo Subterráneo tiene millones de habitantes y muchas ciudades, con Shamballah como su capital. Allí vive el Gobernante Supremo del Imperio, conocido en oriente como el Rey del Mundo. Se cree que el Dalai Lama del Tíbet es su representante en la superficie. Transmite sus mensajes utilizando algunos túneles secretos que conectan el mundo subterráneo con el Tíbet. Brasil, en el oeste, y Tíbet, en el este, parecen ser las dos partes del mundo donde se accede con mayor facilidad a este Mundo Subterráneo. El famoso artista, filósofo y explorador ruso Nicholas Roerich, que viajó por Asia central, sostenía que Lhasa, la capital del Tíbet, estaba conectada mediante un túnel con la ciudad de Shamballah, capital del imperio subterráneo de Agharta. La entrada al túnel estaba vigilada por lamas, a los que el Dalai Lama había hecho jurar secreto sobre su ubicación. Se creía que había un túnel similar que conectaba la base de la pirámide de Gizeh con el Mundo Subterráneo, por el que se supone que se podía establecer contacto con los “dioses” del mundo subterráneo.
Las diferentes estatuas gigantes de los primeros dioses y reyes egipcios, así como las de Buda, hallados en todo Oriente, representan los “dioses” subterráneos que vinieron a la superficie para ayudar a la raza humana. Eran emisarios de Agharta, el paraíso subterráneo al que todos los budistas desean llegar. La tradición budista dice que la primera colonización de Agharta se produjo hace muchos miles de años, cuando un hombre santo condujo bajo tierra a una tribu que desapareció. Se supone que los gitanos provienen de Agharta, lo cual explicaría sus permanentes traslados. ¿Para encontrar el hogar perdido? Esto nos recuerda a Noé, que se supone residía en la Atlántida y que se salvó del diluvio que sumergió a la mítica isla. Se cree que él llevó a su grupo a las altas planicies del Brasil, donde se establecieron en ciudades subterráneas, conectadas con la superficie por medio de túneles, para poder escapar de los residuos radioactivos producto de una supuesta guerra nuclear que se cree iniciaron los atlantes. Se supone que esta civilización subterránea tiene muchos miles de años (se cree que la Atlántida se hundió hace +11.500 años) y se afirma que son capaces de manejar fuerzas que nosotros ignoramos, como demuestran sus naves volantes operando con una fuente de energía desconocida. Ossendowski sostiene que el Imperio de Agharta consiste en una red de ciudades subterráneas, conectadas entre sí por túneles, por los que pasan vehículos a tremendas velocidades, tanto debajo de la tierra como del océano.
Estos pueblos viven bajo el reinado de un gobierno mundial, encabezado por el Rey del Mundo. Representan a los descendientes del continente perdidos de Mu (Lemuria) y la Atlántida, además de los de Hiperborea. Las versiones positivas afirman que en distintas épocas los “dioses” de Agharta vinieron a la superficie para enseñar a los seres humanos y salvarlos de las guerras, las catástrofes y la destrucción. De todos modos hay varios datos que parecen apuntar a algunas intervenciones menos pacíficas. En la épica hindú, el Ramayana, describe a Rama como un emisario de Agharta, que vino en un vehículo aéreo. Osiris fue otro dios subterráneo. Según Donnelly, en su libro “Atlantis: el mundo antediluviano”, los “dioses” de los antiguos eran los gobernantes de la Atlántida y miembros de una raza de semidioses que gobernaba la humanidad. Antes de la destrucción de su continente, que ya habían previsto, viajaron en sus naves volantes al Mundo Subterráneo, a través de la abertura polar, donde aún viven. “El imperio de Agharta“, escribió Ossendowski en su libro “Bestias, Hombres, Dioses”, “se extiende por túneles subterráneos a todas partes del mundo“. En ese libro habla de la vasta red de túneles construida por una raza prehistórica de la más remota antigüedad, que pasa debajo de océanos y continentes, y por los que viajaban vehículos veloces. El imperio del que habla Ossendowski y que aprendió de los lamas del Lejano Oriente durante sus viajes en Mongolia, consiste en ciudades subterráneas bajo la corteza terrestre. Debemos diferenciar éstas de las que están situadas en el supuesto centro hueco de la tierra. Por lo tanto, existen dos mundos subterráneos, uno más superficial y otro en el centro de la tierra.
El escritor O.C. Huguenin, en su libro sobre OVNIS y el mundo subterráneo, cree que existen muchas ciudades subterráneas en diferentes profundidades, entre la corteza terrestre y el interior hueco. Con respecto a los habitantes de estas ciudades, escribe lo siguiente: “Esta otra humanidad tiene un alto grado de civilización, organización económica y social y progreso cultural y científico. En comparación, la de la superficie terrestre es una raza de bárbaros“. En su libro, Huguenin muestra también un diagrama del interior de la tierra, en el que se observan varías ciudades subterráneas en diferentes niveles de profundidad, conectadas entre sí por túneles. Las describe dentro de inmensas cavidades en la tierra. ¿De dónde obtuvo su información? Dice que la ciudad de Shamballah, la capital del imperio subterráneo, está en el centro de la tierra en vez de encontrarse cerca de la corteza sólida. Sobre este mundo subterráneo escribió lo siguiente: “Todas las cavernas subterráneas de América están habitadas por gente antigua que desapareció del mundo. Estos pueblos y las regiones subterráneas donde viven están bajo la misma autoridad suprema del Rey del Mundo. Tanto el océano Atlántico como el Pacífico, una vez fueron el hogar de los vastos continentes que luego se sumergieron; y sus habitantes hallaron refugio en el Mundo Subterráneo. Las profundas cavernas están iluminadas por una luz resplandeciente que permite el crecimiento de cereales y otros vegetales y les brinda una larga vida, libre de enfermedades. En este mundo, existe una gran población y muchas tribus“.

En su libro “The Coming Race”, Bulwer Lytton describe una civilización mucho más avanzada que la nuestra, que existe dentro de grandes cavidades en el interior de la Tierra, conectada con la superficie mediante largos túneles. Estas inmensas cavidades están iluminadas por una misteriosa luz que no requiere de lámparas. Esta luz mantenía la vida vegetal y permitía a los habitantes subterráneos cultivar sus propios alimentos. Los habitantes que Lytton describe eran vegetarianos y disponían de aparatos que les permitían volar en vez de caminar. Estaban libres de enfermedades y tenían una organización social perfecta, en la que cada uno recibía lo que necesitaba, sin la explotación de unos por otros. No se ha dejado de acusar a Ossendowski de haber plagiado a Saint-Yves. Primero, hay lo que podría parecer más inverosímil en Saint-Yves mismo, tal como la afirmación de la existencia de un mundo subterráneo que extiende sus ramificaciones por todas partes, bajo los continentes e incluso bajo los océanos, y por el cual se establecen comunicaciones invisibles entre todas las regiones de la tierra. Por lo demás, Ossendowski, que no toma en cuenta esta afirmación, declara incluso que no sabe qué pensar de ella, aunque la atribuye a diversos personajes que él mismo ha encontrado en el curso de su viaje. Hay también, sobre puntos más particulares, el pasaje donde el «Rey del Mundo» es representado ante la tumba de su predecesor, el pasaje donde se trata del origen de los Bohemios, que habrían vivido antaño en el Agarttha, como muchos otros todavía. La existencia de pueblos «en tribulación», de los que los Bohemios son uno de los ejemplos más sobresalientes, es realmente algo muy misterioso y que requeriría ser examinado con atención. Saint-Yves dice que hay momentos, durante la celebración subterránea de los «Misterios cósmicos», donde los viajeros que se encuentran en el desierto se detienen, donde los animales mismos permanecen silenciosos; El Dr. Arturo Reghini dice que esto podría tener alguna relación con el timor panicus de los antiguos.
Ossendowski asegura que él mismo ha asistido a uno de esos momentos de recogimiento general. Hay sobre todo, como coincidencia extraña, la historia de una isla, hoy en día desaparecida, donde vivían hombres y animales extraordinarios. Saint-Yves cita el resumen del periplo de Jámbulo, por Diodoro de Sículo o de Sicilia, mientras que Ossendowski habla del viaje de un antiguo budista del Nepal, y no obstante, sus descripciones se diferencian muy poco. Si verdaderamente existen de esta historia dos versiones que provienen de fuentes tan alejadas la una de la otra, podría ser interesante recuperarlas y compararlas. Independientemente de los testimonios que Ossendowski nos ha indicado, se sabe, por fuentes muy diferentes, que los relatos de este género son algo corriente en Mongolia y en toda el Asia central; y existe algo parecido en las tradiciones de casi todos los pueblos. Por otra parte, si Ossendowski hubiera copiado en parte la Mission de l´Inde, no vemos muy bien por qué habría omitido adrede algunos pasajes, ni por qué habría cambiado la forma de algunas palabras, escribiendo por ejemplo Agharti en lugar de Agarttha, lo que se explica al contrario muy bien si ha recibido de fuente mongola las informaciones que Saint-Yves había obtenido de fuente hindú, ya que éste estuvo en relaciones con dos hindúes al menos. Los adversarios de Ossendowski han querido explicar el mismo hecho pretendiendo que había tenido en sus manos una traducción rusa de la Mission de l´Inde, traducción cuya existencia es más que problemática, puesto que los herederos mismos de Saint-Yves la ignoran enteramente. Se ha reprochado también a Ossendowski escribir Om mientras que Saint-Yves escribe Aum. Ahora bien, si Aum es la representación del monosílabo sagrado descompuesto en sus elementos constitutivos, no obstante es Om el que es la transcripción correcta y el que corresponde a la pronunciación real, tal como existe tanto en la India como en el Tíbet y en Mongolia. Tampoco comprendemos por qué habría empleado, para designar al jefe de la jerarquía iniciática, el título de «Rey del Mundo», título que no figura en ninguna parte en Saint-Yves. Aunque se debieran admitir algunos plagios, por eso no sería menos cierto que Ossendowski dice a veces cosas que no tienen su equivalente en la Mission de l´Inde, y que son las que no ha podido inventar de ninguna manera.

Tal es, por ejemplo, la historia de una «piedra negra» enviada antaño por el «Rey del Mundo» al Daläi-Lama, transportada después a Ourga, en Mongolia, y que desapareció unos cien años antes de que René Guénon escribiese el Rey del Mundo. Ossendowski, que no sabía que se trataba de un aerolito, buscaba explicar ciertos fenómenos, como la aparición de caracteres en su superficie, suponiendo que era una suerte de pizarra. Ahora bien, en numerosas tradiciones, las «piedras negras» desempeñan un papel importante, desde la que era el símbolo de Cybeles hasta la que está engastada en la Kaabah de la Meca. Habría que hacer también una aproximación curiosa con el lapsit exillis, piedra caída del cielo y sobre la cual aparecían inscripciones igualmente en ciertas circunstancias, y que es identificada con el Grial en la versión de Wolfram d’Eschenbach. Lo que lo hace todavía más singular, es que, según esa misma versión, el Grial fue finalmente transportado al «Reino del Prestejuan», que algunos han querido asimilar precisamente a Mongolia, aunque, por lo demás, ninguna localización geográfica pueda ser aceptada literalmente. He aquí otro ejemplo: el Bogdo-Khan o «Buddha vivo», que reside en Ourga, conserva, entre otras cosas preciosas, el anillo de Gengis-Khan, sobre el cual hay grabado un swastika, y una placa de cobre que lleva el sello del «Rey del Mundo». Parece que Ossendowski no vio más que el primero de esos dos objetos, pero le habría sido bastante difícil imaginar la existencia del segundo. Si se cita a Ossendowski e incluso a Saint-Yves, es únicamente porque lo que han dicho puede servir de punto de partida a diversas consideraciones.
El título de «Rey del Mundo», tomado en su acepción más elevada, la más completa y al mismo tiempo la más rigurosa, se aplica propiamente a Manu, el Legislador primordial y universal, cuyo nombre se encuentra, bajo formas diversas, en un gran número de pueblos antiguos; a este respecto, recordaremos solo el Mina o Ménès de los egipcios, el Menw de los celtas y el Minos de los griegos. Minos era a la vez el Legislador de los vivos y el Juez de los muertos; en la tradición hindú. Estas dos funciones pertenecen respectivamente a Manu y a Yama, pero éstos son representados como hermanos gemelos, lo que indica que se trata del desdoblamiento de un principio único, considerado bajo dos aspectos diferentes. Por lo demás, este nombre no designa de ningún modo a un personaje histórico o más o menos legendario; lo que designa en realidad, es un principio, la Inteligencia cósmica que refleja la Luz espiritual pura y formula la Ley (Dharma) propia a las condiciones de nuestro mundo o de nuestro ciclo de existencia; y es al mismo tiempo el arquetipo del hombre considerado especialmente en tanto que ser pensante (en sánscrito mânava).

Por otra parte, lo que importa esencialmente destacar aquí, es que este principio puede ser manifestado por un centro espiritual establecido en el mundo terrestre, por una organización encargada de conservar integralmente el depósito de la tradición sagrada, de origen «no-humano» (apaurushêya), por la que la Sabiduría primordial se comunica a través de las edades a aquellos que son capaces de recibirla. El jefe de una tal organización, que representa en cierto modo a Manu mismo, podrá legítimamente llevar su título y sus atributos. E incluso, por el grado de conocimiento que debe haber alcanzado para poder ejercer su función, se identifica realmente al principio del que es como la expresión humana, y ante el cual su individualidad desaparece. Tal es efectivamente el caso del Agarttha, si ese centro ha recogido, como lo indica Saint-Yves, la herencia de la antigua «dinastía solar» (Sûrya-vansha) que residía antaño en Ayodhyâ, y que hacía remontar su origen a Vaivaswata, el Manu del ciclo actual. Esta sede de la «dinastía solar», si se la considera simbólicamente, puede ser aproximada a la «Ciudadela solar» de los Rosa-Cruz, y sin duda también a la «Ciudad del Sol» de Campanella. Tommaso Campanella (1568 – 1639) fue un filósofo y poeta italiano. Es también citado por su nombre castellanizado, Tomás Campanella. Su nombre antes de entrar en la Orden Dominica fue Giovanni Domenico Campanella. Escribió, entre otras muchas obras, una defensa de Galileo y el tratado utópico La ciudad del sol (compuesto durante su larga estancia en la cárcel por una conjura antiespañola, la misma causa que el economista Antonio Serra), donde describe un Estado teocrático universal basado en principios comunitarios de igualdad.
Saint-Yves no considera al jefe supremo del Agarttha como «Rey del Mundo», sino que le presenta como «Soberano Pontífice», y, además, le pone a la cabeza de una «Iglesia brâhmanica», designación que procede de una concepción occidentalizada. De hecho, esa denominación de «Iglesia brâhmanica» no ha sido empleada nunca en la India, más que por la secta heterodoxa y completamente moderna del Brahma-Samâj, nacida a comienzos del siglo XIX bajo influencias europeas y especialmente protestantes, dividida pronto en múltiples ramas rivales, y hoy día casi completamente extinguida. Es curioso notar que uno de los fundadores de esa secta fue el abuelo del poeta Rabindranath Tagore. Lo que dice Saint-Yves completa, a este respecto, lo que dice por su lado M. Ossendowski. Parece que cada uno de ellos no haya visto más que el aspecto que respondía más directamente a sus tendencias y a sus preocupaciones dominantes, ya que, en verdad, aquí se trata de un doble poder, a la vez sacerdotal y real. El carácter «pontifical», en el sentido verdadero de esta palabra, pertenece realmente, y por excelencia, al jefe de la jerarquía iniciática, y esto hace llamada a una explicación: literalmente, el Pontifex es un «constructor de puentes», y este título romano es en cierto modo, por su origen, un título «masónico». Pero, simbólicamente, es el que desempeña la función de mediador, estableciendo la comunicación entre este mundo y los mundos superiores.

San Bernardo dice que «el Pontífice, como lo indica la etimología de su nombre, es una suerte de puente entre Dios y el hombre». Hay en la India un término que es propio de los Jainas, y que es el estricto equivalente del Pontifex latino: es la palabra Tîrthankara, literalmente, «el que hace un vado o un paso»; el paso de que se trata, es el camino de la Liberación (Moksha). Los Tîrthankaras son en número de veinticuatro, como los ancianos del Apocalipsis, que, por lo demás, constituyen también un Colegio pontifical. A este título, el arcoiris, el «puente celeste», es un símbolo natural del «pontificado»; y todas las tradiciones le dan significaciones perfectamente concordantes: así, en los Hebreos, es la prenda de la alianza de Dios con su pueblo; en China, es el signo de la unión del Cielo y de la Tierra; en Grecia, representaba a Iris, la «mensajera de los Dioses»; un poco por todas partes, en los Escandinavos tanto como en los Persas y los Árabes, en Africa central y hasta en algunos pueblos de América del Norte, es el puente que liga el mundo sensible al suprasensible. El jainismo es una religión de la India, fundada en el siglo VI a. C. por Majavirá. Se trata de una religión nastika, que no reconoce la autoridad de los textos Vedas ni de los brahmanes. En la actualidad, el jainismo está presente en la India oriental (Bengala), centro occidental (Rayastán, Majarastra y Guyarat) y meridional (Karnataka). Su filosofía y práctica enfatiza la necesidad de realizar esfuerzos para encaminar el alma hacia una conciencia divina y la liberación (Mokṣa). Aquella alma que venza a sus enemigos interiores y alcance el estado superior llamado jina pasa a ser denominada vencedora o conquistadora. El estado más elevado se conoce como siddha. El jainismo es conocido en los textos antiguos también como Śramaṇa dharma (que confía en sí mismo) o el camino de los nirgranthas (aquellos sin apegos ni aversiones).
Por otra parte, la unión de los dos poderes sacerdotal y real estaba representada por un cierto aspecto del simbolismo de Janus, simbolismo extremadamente complejo y de significaciones múltiples; bajo la misma relación, las llaves de oro y plata figuraban las dos iniciaciones correspondientes. Desde otro punto de vista, estas llaves son respectivamente la de los «Misterios mayores» y la de los «Misterios menores» — En algunas representaciones de Janus, los dos poderes son simbolizados también por una llave y un cetro. Para emplear la terminología hindú, se trata de la vía de los Brâhmanes y la de los Kshatriyas; pero en la cima de la jerarquía, uno está en el principio común de donde los unos y los otros sacan sus atribuciones respectivas, y por consiguiente más allá de su distinción, puesto que ahí está la fuente de toda autoridad legítima, en cualquier dominio en que se ejerza; y los iniciados del Agarttha son ativarna, es decir, «más allá de las castas». Haremos observar a este propósito que la organización social de la Edad Media occidental parece haber estado calcada, en principio, sobre la institución de las castas: el clero correspondía a los Brâhmanes, la nobleza a los Kshatriyas, el tercer estado a los Vaishyas, y los siervos a los Shûdras.

En la Edad Media había una expresión en la que los dos aspectos complementarios de la autoridad se encontraban reunidos de una manera que es muy digna de observación: en aquella época, se hablaba frecuentemente de una región misteriosa a la que se llamaba el «Reino del Prestejuan». Concretamente, se trata del «Prestejuan», hacia la época de San Luis, en los viajes de Carpin y de Rubruquis. Lo que complica las cosas, es que, según algunos, habría habido hasta cuatro personajes llevando este título: en el Tíbet (o en el Pamir), en Mongolia, en la India, y en Etiopía. Pero es probable que en eso no se trate más que de diferentes representantes de un mismo poder. Se dice también que Gengis-Khan quiso atacar al reino del Prestejuan, pero que éste le repelió lanzando un rayo contra sus ejércitos. En fin, después de la época de las invasiones musulmanas, el Prestejuan habría dejado de manifestarse, y sería representado exteriormente por el Dalaï-Lama. Era el tiempo donde lo que se podría designar como la «cobertura exterior» del centro en cuestión se encontraba formada, en una buena parte, por los Nestorianos y los Sabeos. Se han encontrado en el Asia central, y particularmente en la región del Turkestan, cruces nestorianas que son exactamente semejantes como forma a las cruces de caballería, y de las que, algunas, además, llevan en su centro la figura de la swastika.
Por otra parte, hay que indicar que los Nestorianos, cuyas relaciones con el Lamaísmo parecen incontestables, tuvieron una acción importante, aunque bastante enigmática, en los comienzos del Islam. Los Sabeos, por su lado, ejercieron una gran influencia sobre el mundo árabe en tiempos de los Khalifas de Baghdad. Se pretende también que es entre ellos donde se habrían refugiado, después de una estancia en Persia, los últimos neoplatónicos. Y, precisamente, estos últimos se daban a sí mismos el nombre de Mendayyeh de Yahia, es decir, «discípulos de Juan». Es curioso que muchos grupos orientales de un carácter muy cerrado, desde los Ismaelitas o discípulos del «Viejo de la Montaña» hasta los Drusos del Líbano, hayan tomado uniformemente, lo mismo que las Órdenes de caballería occidentales, el título de «guardianes de la Tierra Santa». Parece que Saint-Yves había encontrado una palabra apropiada, quizás más todavía de lo que él mismo pensaba, cuando habla de los «Templarios del Agarttha». Para que nadie se sorprenda de la expresión de «cobertura exterior», agregaremos que es menester tener cuidado con el hecho de que la iniciación caballeresca era esencialmente una iniciación de Kshatriya. Esto es lo que explica, entre otras cosas, el papel preponderante que desempeña en ella el simbolismo del Amor. En la sociedad védica los Kshatriya constituyen la segunda casta. Los movimientos entre las distintas castas en la antigüedad no eran infrecuentes, tanto hacia arriba como hacia abajo. El rango de un Kshatriya fue un premio reconocido por su relevante servicio a los gobernantes de la época. Fue convirtiéndose en hereditario a lo largo de los años. Ya en la Edad Moderna, esta casta incluía un gran número de subcastas, que se diferenciaban según la función o el estatuto, pero estaban unidas por los mismos pilares (la posesión de tierras, la búsqueda de guerras, un señor al cual rendir cuentas, etc.).

Cuenta la leyenda que los kshatriyas, que como dicen, eran tiranos, fueron castigados obligándoles a descender de casta, quedando así en segundo lugar después de los brahmanes. También se cuenta que hubo una lucha entre las dos castas, pero los sacerdotes salieron vencedores. En el pasado, los Kshatriyas eran considerados como protectores del pueblo para defenderlo de los peligros. Los Kshatriyas eran reyes y guerreros en el ejército, e incluso los soldados de más bajo rango sabían lo básico de las artes marciales para defenderse y defender. Supuestamente eran capaces de luchar con los ojos vendados, y los arqueros podrían golpear a su objetivo con tan sólo escuchar un sonido en la oscuridad. Los Kshatriyas tienen fama de un gran coraje y mucha valentía, y las historias sobre ellos circulan desde mucho tiempo atrás. En la actualidad, quedan algunas familias de Kshatriyas, pero el número ha reducido enormemente. Las artes marciales aún se conservan y están siendo reutilizadas. Las familias lo consideran un símbolo de estatus, y el aprender artes marciales, un símbolo de tradición. La situación también no ha cambiado en lo referente a la situación del ejército, éste un área donde el patrimonio Kshatriya rige. La mayor parte del ejército indio se compone de Kshatriyas, y estos se sienten orgullosos de ello. Las mujeres Kshatriyas, en el pasado, se limitaban principalmente a sus casas y no jugaron un papel importante para la historia de esta casta. Una vez que una mujer se casa con un hombre de la casta, este se convierte en el marido de ella. A veces el hijo de la mujer más influyente se convertiría en el próximo rey o jefe de la familia (que es elegido por la madre). En el pasado, las mujeres Kshatriya también conocían las artes marciales y otras artes de la guerra.
La idea de un personaje que es sacerdote y rey al mismo tiempo no es muy corriente en Occidente, aunque se encuentra, en el origen mismo del Cristianismo, representada de una manera destacable por los «Reyes Magos». Incluso en la Edad Media, el poder supremo (según las apariencias exteriores al menos) estaba dividido entre el Papado y el Imperio. En la antigua Roma, por el contrario, el Imperator era al mismo tiempo Pontifex Maximus. La teoría musulmana del Khalifato une también los dos poderes, al menos en una cierta medida, así como la concepción extremo oriental del Wang. El emperador de China fue el jefe de gobierno y el jefe del estado de China desde la dinastía Qin, año 221 a. C., hasta la caída de la dinastía Qing en 1911. Los jefes de gobierno anteriores a la dinastía Qin eran denominados wang (“rey“). Antes del primer emperador, Qin Shi Huang, los caracteres huang (“rey dios“) y di (“rey sabio“) se usaron separada y nunca consecutivamente. Después de la dinastía Han, huangdi se abrevió como huang o di, perdiendo cada uno de los caracteres por separado el significado que tenían antes de la dinastía Qin. Una tal separación puede ser considerada como la marca de una organización incompleta por arriba, si uno puede expresarse así, puesto que no se ve aparecer en ella el principio común del que proceden y dependen regularmente los dos poderes. Así pues, el verdadero poder supremo debía encontrarse en otra parte.

En Oriente, el mantenimiento de esta separación en la cima misma de la jerarquía es bastante excepcional, y no es apenas más que en algunas concepciones búdicas donde se encuentra algo de este tipo. Queremos hacer alusión a la incompatibilidad afirmada entre la función de Buddha y la de Chakravartî o «monarca universal», cuando se dice que Shâkya-Muni, en un cierto momento, tuvo que escoger entre la una y la otra. Existe una analogía entre la concepción del Chakravartî y la idea del Imperio en la obra de Dante, de quien conviene mencionar el tratado De Monarchia. El término Chakravartî, que no tiene nada de especialmente búdico, se aplica muy bien, según los datos de la tradición hindú, a la función del Manu o de sus representantes: literalmente, es «el que hace girar la rueda», es decir, el que, colocado en el centro de todas las cosas, dirige su movimiento sin participar él mismo en él, o que, según la expresión de Aristóteles, es su «motor inmóvil». En un sentido enteramente comparable, la tradición china emplea la expresión de «Invariable Medio». Hay que destacar que, según el simbolismo masónico, los Maestros se reúnen en la «Habitación del Medio». El centro de que se trata es el punto fijo que todas las tradiciones están de acuerdo en designar simbólicamente como el «Polo», puesto que es alrededor de él donde se efectúa la rotación del mundo, representado generalmente por la rueda, tanto por los Celtas como por los Caldeos y los Hindúes. El símbolo céltico de la rueda se ha conservado en la Edad Media. Se pueden encontrar numerosos ejemplos de él en las iglesias románicas, y el rosetón gótico mismo parece ser un derivado suyo, ya que hay una relación cierta entre la rueda y las flores emblemáticas tales como la rosa en Occidente y el loto en Oriente.
Tal es la verdadera significación de la swastika, este signo que se encuentra difundido por todas partes, desde el Extremo Oriente hasta el Extremo Occidente, y que es esencialmente el «signo del Polo». Este mismo signo no ha sido extraño al hermetismo Cristiano. En el antiguo monasterio de los Carmelitas de Loudun, Francia, pueden verse símbolos muy curiosos, que datan verosímilmente de la segunda mitad del siglo XV y entre los cuales la swastika ocupa uno de los lugares más importantes. Hay que anotar que los Carmelitas, que han venido de Oriente, vinculan la fundación de su Orden a Elías y a Pitágoras, como la Masonería, por su lado, se vincula a la vez a Salomón y al mismo Pitágoras, lo que constituye una similitud bastante destacable. Y también algunos pretenden que en la Edad Media tenían una iniciación muy parecida a la de los Templarios, así como a los religiosos de la Merced. Se sabe que esta última Orden ha dado su nombre a un grado de la Masonería escocesa. En efecto, los sabios contemporáneos han buscado vanamente explicar este símbolo mediante las teorías más fantasiosas. La mayoría de entre ellos, obsesionados por una suerte de idea fija, han querido ver en él, como casi por todas partes, un signo exclusivamente «solar». La misma precisión se aplica concretamente a la rueda. Otros han estado más cerca de la verdad al considerar la swastika como el símbolo del movimiento. Pero esta interpretación, sin ser falsa, es muy insuficiente, ya que no se trata de un movimiento cualquiera, sino de un movimiento de rotación que se cumple alrededor de un centro o de un eje inmutable. Y es el punto fijo el que es el elemento esencial al que se refiere directamente este símbolo.

Existe la opinión que hace de la swastika el esquema de un instrumento primitivo destinado a la producción del fuego. Ahora bien, si este símbolo tiene a veces una cierta relación con el fuego, puesto que es concretamente un emblema de Agni, es por razones completamente diferentes. En el marco del hinduismo, Agní (del vocablo sánscrito agní: ‘fuego’) es el dios védico del fuego. Junto con Indra y Surya conforman la “trinidad védica” (más antigua y más tarde olvidada y reemplazada por la trinidad puránica de Brahmā, Vishnú y Śiva). Agnídev es hijo de la diosa Pritiví (la Tierra) y del dios Diaus Pitar (que es una derivación del antiquísimo término indoeuropeo que se convertiría en el griego Zeus, el latín Deus y Júpiter) y el sánscrito Diaus Pitar [‘Dios padre’]). Una de las tareas de Agnídev es la de ser mensajero entre los dioses y los mortales. Protege a los hombres y a los hogares de los hombres. En su cabeza tiene un millón de ojos. En el arte hindú se lo representa con dos rostros —lo que sugiere sus efectos beneficiosos y destructivos—, ojos y cabello negro, tres piernas y siete pares de brazos. De su cuerpo emanan siete rayos de luz (otro de sus nombres es Sapta Jihwá, ‘siete lenguas’). Su vehículo es un macho cabrío, o una cuadriga tirada por cabras (o más raramente por loros). Actualmente en los templos hindúes todavía se utiliza el sagrado taladro agní manthana para generar fuego por fricción, que simboliza el milagroso nacimiento diario de Agní.
Por lo que acabamos de decir, ya se puede comprender que el «Rey del Mundo» debe tener una función esencialmente ordenadora y reguladora, con la misma raíz que rex y regere, función que puede resumirse en una palabra como la de «equilibrio» o de «armonía», lo que traduce precisamente en sánscrito el término Dharma. La raíz dhri expresa esencialmente la idea de estabilidad; la forma dhru, que tiene el mismo sentido, es la raíz de Dhruva, nombre sánscrito del Polo, y algunos le aproximan el nombre griego del roble, drus; en latín, por lo demás, la misma palabra robur significa a la vez roble y fuerza o firmeza. En los Druidas (cuyo nombre debe leerse quizás dru-vid, uniendo de este modo la fuerza y la sabiduría), así como en Dodona, donde se encontraba el famoso Oráculo de Dodona, el roble representaba el «Árbol del Mundo», símbolo del eje fijo que une los polos. Lo que entendemos por eso, es el reflejo, en el mundo manifestado, de la inmutabilidad del Principio supremo. Se puede comprender también, por las mismas consideraciones, por qué el «Rey del Mundo» tiene como atributos fundamentales la «Justicia» y la «Paz», que no son más que las formas revestidas por ese equilibrio y esa armonía en el «mundo del hombre» (mânava-loka). Es menester recordar aquí los textos bíblicos en los que la Justicia y la Paz se encuentran estrechamente vinculadas: «Justitia et Pax osculatae sunt», «Pax opus Justitiae», etc.

Algunos se asustan ante la designación de «Rey del Mundo», que han relacionado con la de Princeps hujus mundi que se menciona en el Evangelio. No hay que decir que una tal relación es completamente errónea y desprovista de todo fundamento. Para descartarla, podríamos observar simplemente que este título de «Rey del Mundo», en hebreo y en árabe, se aplica corrientemente a Dios mismo. Por lo demás, hay una gran diferencia de sentido entre «el Mundo» y «este mundo», hasta tal punto que, en algunas lenguas, existen para designarlos dos términos enteramente distintos: así, en árabe, «el Mundo» es el-alâm, mientras que «este mundo» es ed-dunyâ. No obstante, como eso puede dar la ocasión a algunas observaciones interesantes, consideraremos a este propósito las teorías de la Kabbala hebraica concernientes a los «intermediarios celestes», teorías que, por lo demás, tienen una relación muy directa con el tema principal de este artículo. Los «intermediarios celestes» de que se trata son la Shekinah y Metatron. En un sentido más general, la Shekinah es la «presencia real» de la Divinidad. Es sobre todo donde se trata de la institución de un centro espiritual: la construcción del Tabernáculo, la edificación de los Templos de Salomón y de Zorobabel. Un tal centro, constituido en condiciones regularmente definidas, debía ser en efecto el lugar de la manifestación divina, siempre representada como «Luz». Y es curioso destacar que la expresión de «lugar muy iluminado y muy regular», que la Masonería ha conservado, parece ser efectivamente un recuerdo de la antigua ciencia sacerdotal que presidía la construcción de los templos, y que no era solo particular de los judíos.
La Shekinah se presenta bajo aspectos múltiples, entre los cuales hay dos principales, uno interno y el otro externo. Ahora bien, por otra parte, hay en la tradición cristiana, una frase que designa claramente estos dos aspectos: «Gloria in excelsis Deo, et in terra Pax hominibus bonae voluntatis». Las palabras Gloria y Pax se refieren respectivamente al aspecto interno, en relación al Principio, y al aspecto externo en relación al mundo manifestado. Y, si se consideran así estas palabras, se puede comprender inmediatamente por qué son pronunciadas por los Ángeles (Malakim) para anunciar el nacimiento de «Dios con nosotros» o «en nosotros» (Emmanuel). Se podría también, para el primer aspecto, recordar las teorías de los teólogos sobre la «luz de la gloria» en y por la cual se opera la visión beatífica (in excelsis). Y, en cuanto al segundo, volvemos a encontrar aquí la «Paz» que, en su sentido esotérico, está indicada por todas partes como uno de los atributos fundamentales de los centros espirituales establecidos en este mundo (in terra). Por lo demás, el término árabe Sakînah, que es evidentemente idéntico al hebreo Shekinah, se traduce por «Gran Paz», lo que es el exacto equivalente de la Pax Profunda de los Rosa-Cruz. Y, por eso, se podría explicar sin duda lo que éstos entendían por el «Templo del Espíritu Santo», así como también se podrían interpretar de una manera precisa los numerosos textos evangélicos en los que se habla de la «Paz», tanto más cuanto que la «tradición secreta concerniente a la Shekinah tendría alguna relación con la Luz del Mesías». Por lo demás, en el Evangelio mismo se declara muy explícitamente que aquello de lo que se trata no es la paz en el sentido en que la entiende el mundo profano.

El escritor francés Paul Vulliaud habla de un «misterio relativo al Jubileo», lo que se vincula en un sentido a la idea de «Paz», y, a este propósito, cita este texto del Zohar: «El río que sale del Eden lleva el nombre de Iobel», así como el texto de Jeremías: «Él extenderá sus raíces hacía el río», de donde resulta que «la idea central del Jubileo es la reposición de todas las cosas en su estado primitivo». Y está claro que se trata de ese retorno al «estado primordial» que consideran todas las tradiciones. Y, cuando se agrega que «el retorno de todas las cosas a su primer estado marcará la era mesiánica», podrán establecerse relaciones entre el «Paraíso terrestre» y la «Jerusalem celeste». Por lo demás, aquello de lo que se trata en todo esto, es siempre, en fases diversas de la manifestación cíclica, el Pardes, o centro de este mundo, que el simbolismo tradicional de todos los pueblos compara al corazón, centro del ser y «residencia Divina» (Brahma-pura en la doctrina hindú), así como al Tabernáculo, que es su imagen y que, por esta razón, es llamado en hebreo mishkan o «habitáculo de Dios», palabra cuya raíz es la misma que la de Shekinah. Desde otro punto de vista, la Shekinah es la síntesis de los Sephiroth. Ahora bien, en el árbol sephirótico, la «columna de la derecha» es el lado de la Misericordia, y la «columna de la izquierda» es el lado del Rigor. Un simbolismo enteramente comparable es expresado por la figura medieval del «árbol de los vivos y de los muertos», que tiene además una relación muy clara con la idea de «posteridad espiritual». Es menester destacar que el árbol sephirótico es considerado también como identificándose al «Árbol de la Vida». Así pues, debemos reencontrar también estos dos aspectos en la Shekinah, y podemos precisar ya, para vincular esto a lo que precede, que, bajo una cierta relación al menos, el Rigor se identifica a la Justicia y la Misericordia a la Paz.
Según el Talmud, conjunto de discusiones rabínicas sobre leyes judías, tradiciones, costumbres, leyendas e historias, Dios tiene dos sedes, la de la Justicia y la de la Misericordia. Estas dos sedes corresponden también al «Trono» y a la «Silla» de la tradición islámica. Por otra parte, esta misma tradición divide los hombres divinos çifâtiyah, es decir, aquellos que expresan atributos de Allah propiamente dichos, en «nombres de majestad» (jalâliyah) y «nombres de belleza» (jamâliyah), lo que responde también a una distinción del mismo orden. «Si el hombre peca y se aleja de la Shekinah, cae bajo el poder de las potencias (Sârim) que dependen del Rigor», y entonces la Shekinah es llamada «mano de rigor», lo que recuerda inmediatamente el símbolo bien conocido de la «mano de la justicia»; pero, al contrario, «si el hombre se acerca a la Shekinah, se libera», y la Shekinah es la «la mano derecha» de Dios, es decir, que la mano de «justicia» deviene entonces la «mano que bendice». Según San Agustín y diversos otros Padres de la Iglesia, la mano derecha representa de igual modo la Misericordia o la Bondad, mientras que la mano izquierda, en Dios sobre todo, es el símbolo de la Justicia. La «mano de justicia» es uno de los atributos ordinarios de la realeza; la «mano que bendice» es un signo de la autoridad sacerdotal, y ha sido tomada a veces como símbolo de Cristo. Esta figura de la «mano que bendice» se encuentra en algunas monedas celtas, lo mismo que la swastika, a veces de brazos curvados. Éstos son los misterios de la «Casa de la Justicia» (Beith-Din), lo que es también otra designación del centro espiritual supremo.

Este centro, o uno cualquiera de los que están constituidos a su imagen, puede ser descrito simbólicamente a la vez como un templo, aspecto sacerdotal, que corresponde a la Paz, y como un palacio o un tribunal, aspecto real, que corresponde a la Justicia. Y los dos símbolos que acabamos de explicar son aquellos en los que se reparten los elegidos y los condenados en las representaciones cristianas del «Juicio final». Se podría establecer igualmente una aproximación con las dos vías que los Pitagóricos indicaban con la letra Y, y que representaba, bajo una forma exotérica, el mito de Hércules entre la Virtud y el Vicio. Con las dos puertas, celeste e infernal, que estaban asociadas al simbolismo de Janus; con las dos fases cíclicas ascendente y descendente que, entre los hindúes, se vinculan igualmente al simbolismo de Ganêsha, una de las deidades más conocidas y adoradas del panteón hindú. Se trata de las dos mitades del ciclo zodiacal, que se encuentra representado frecuentemente en el pórtico de las iglesias de la Edad Media con una disposición que le da manifiestamente la misma significación. En fin, es fácil comprender por todo esto lo que quieren decir verdaderamente expresiones como las de «intención recta» y de «buena voluntad» («Pax hominibus bonae voluntatis»). Y aquellos que tienen algún conocimiento de los diversos símbolos a los que acabamos de hacer alusión verán que no carece de fundamento que la fiesta de Navidad coincida con la época del solsticio de invierno, cuando se tiene cuidado de dejar a un lado todas las interpretaciones exteriores, filosóficas y morales, a las que han dado lugar desde los Estoicos, representantes del estoicismo, escuela filosófica fundada hacia el 300 a. C. por Zenón de Citio, hasta el importante filósofo prusiano del siglo XVIII, Immanuel Kant.
Metatron es el nombre que es numéricamente equivalente al de Shaddaï, el «Todopoderoso», que se dice que es el nombre del Dios de Abraham. El número de cada uno de estos nombres, obtenido por la adición de los valores de las letras hebraicas de que están formados, es 314. La etimología de la palabra Metatron es muy incierta. Entre las diversas hipótesis que se han emitido sobre este tema, una de las más interesantes es la que la hace derivar del caldeo Mitra, que significa «lluvia», y que tiene también, por su raíz, una cierta relación con la «luz». Por lo demás, la similitud con el Mitra hindú y el Mitra zoroastriano persa constituye una razón suficiente para admitir una apropiación por el Judaísmo de doctrinas extranjeras. Y diremos otro tanto en lo que concierne al papel atribuido a la lluvia en casi todas las tradiciones, en tanto que símbolo del descenso de las «influencias espirituales» del Cielo sobre la Tierra. A este propósito, señalamos que la doctrina hebraica habla de un «rocío de luz» que emana del «Árbol de la Vida» y por el cual debe operarse la resurrección de los muertos, así como de una «efusión del rocío» que representa la influencia celeste comunicándose a todos los mundos, lo que recuerda singularmente el simbolismo alquímico y rosacruz. «El término Metatron conlleva todas las acepciones de guardián, de Señor, de enviado, de mediador»; es «el autor de las teofanías en el mundo sensible»; es «Ángel de la Faz», y también «el Príncipe del Mundo» (Sâr ha-ôlam). Para emplear el simbolismo tradicional, diremos que, como el jefe de la jerarquía iniciática es el «Polo terrestre», Metatron es el «Polo celeste»; y éste tiene su reflejo en aquél, con el que está en relación directa siguiendo el «Eje del Mundo». «Su nombre es Mikaël, el Sumo Sacerdote que es holocausto y oblación ante Dios».

Y todo lo que hacen los Israelitas sobre la tierra se cumple según lo que pasa en el mundo celeste. El Sumo Pontífice aquí abajo simboliza a Mikaël, príncipe de la Clemencia. En todos los pasajes en los que la Escritura habla de la aparición de Mikaël, se trata de la gloria de la Shekinah. Lo que se dice aquí de los Israelitas puede decirse igualmente de todos los pueblos poseedores de una tradición verdaderamente ortodoxa, tales como los representantes de la tradición primordial, de la que todas las otras derivan y a la que todas están subordinadas. Y esto está en relación con el simbolismo de la «Tierra Santa», imagen del mundo celeste. Por otra parte, Metatron no tiene solo el aspecto de la Clemencia, tiene también el de la Justicia; no es solo el «Sumo Sacerdote» (Kohen ha-gâdol), sino también el «Gran Príncipe» (Sâr ha-gadol) y el «jefe de las milicias celestes». Es decir, que en él está el principio del poder real, así como el del poder sacerdotal o pontifical al que corresponde propiamente la función de «mediador». Por lo demás, es menester destacar que Melek, «rey», y Maleak, «ángel» o «enviado», no son en realidad más que dos formas de una sola y misma palabra. Además, Malaki, «mi enviado» (es decir, el enviado de Dios, o «el ángel en el que está Dios», Maleak ha-Elohim), es el anagrama de Mikaël. Esta última precisión recuerda naturalmente estas palabras: «Benedictus qui venit in nomine Domini». Estas palabras se aplican a Cristo, que se asimila precisamente a Mikaël de una manera que puede parecer bastante extraña, pero que no debe sorprender a aquellos que comprenden la relación que existe entre el Mesías y la Shekinah. Cristo es llamado también «Príncipe de la Paz», y es al mismo tiempo el «Juez de los vivos y de los muertos».
Conviene agregar que, si Mikaël se identifica a Metatron, no obstante no representa más que uno de sus aspectos. Al lado de la faz luminosa hay una faz obscura. Y ésta es representada por Samaël, que es igualmente llamado Sâr haôlam. En efecto, es este último aspecto, y solo éste, el que es «el genio de este mundo» en un sentido inferior, el Princeps hujus mundi de que habla el Evangelio; y sus relaciones con Metatron, de quien es como la sombra, justifican el empleo de una misma designación en un doble sentido, al mismo tiempo que hacen comprender por qué el número apocalíptico 666, el «número de la Bestia», es también un número solar. Este número está formado concretamente por el nombre de Sorath, demonio del Sol, y opuesto como tal al ángel Mikaël. Por lo demás, según San Hipólito, «el Mesías y el Anticristo tienen los dos como emblema el León», que es también un símbolo solar. Y podría hacerse la misma precisión para la serpiente y para muchos otros símbolos. Los dos aspectos opuestos son expresados concretamente por las dos serpientes del caduceo. En la iconografía cristiana, están reunidos en el «anfisbeno», la serpiente de dos cabezas, de las que una representa a Cristo y la otra a Satán. Desde el punto de vista kabbalístico, representa también las dos caras opuestas de Metatron. De una manera general, se podrían hablar de este doble sentido de los símbolos. Y solo diremos que la confusión entre el aspecto luminoso y el aspecto tenebroso, constituye propiamente el «satanismo»; y es precisamente esta confusión la que cometen aquellos que creen descubrir una significación infernal en la designación del «Rey del Mundo». Señalaremos también que el «Globo del Mundo», insignia del poder imperial o de la monarquía universal, se encuentra colocado frecuentemente en la mano de Cristo, lo que muestra por lo demás que es tanto el emblema de la autoridad espiritual como del poder temporal.

Según Saint-Yves, el jefe supremo del Agarttha lleva el título de Brahâtmâ, o sería más correcto escribir Brahmâtmâ, «soporte de las almas en el Espíritu de Dios». Sus dos asesores son el Mahâtmâ, «que representa al Alma universal», y el Mahânga «símbolo de toda la organización material del Cosmos». Es la división jerárquica que las doctrinas occidentales representan por el ternario «espíritu, alma, cuerpo», y que se aplica aquí según la analogía constitutiva del Macrocosmo y del Microcosmo. Importa precisar que estos términos, en sánscrito, designan propiamente principios, y que no pueden ser aplicados a seres humanos, sino en tanto que éstos representan esos mismos principios. Según Ossendowski, el Mahâtmâ «conoce los acontecimientos del porvenir», y el Mahânga, «dirige las causas de esos acontecimientos»; en cuanto al Brahmâtmâ, puede «hablar a Dios cara a cara». Y es fácil comprender lo que eso quiere decir, si se recuerda que ocupa el punto central donde se establece la comunicación directa del mundo terrestre con los estados superiores y, a través de éstos, con el Principio supremo. Según la tradición extremo oriental, el «Invariable Medio» es el punto donde se manifiesta la «Actividad del Cielo». Se ha visto que Metatron es el «Ángel de la Faz». Por lo demás, la expresión de «Rey del Mundo», si se quisiera entenderla únicamente en relación al mundo terrestre, sería muy inadecuada. Sería más exacto aplicar al Brahmâtmâ la de «Señor de los tres mundos», ya que, en toda jerarquía verdadera, el que posee el grado superior posee al mismo tiempo todos los grados subordinados. Y estos «tres mundos» (que constituyen el Tribhuvana de la tradición hindú) son los dominios que corresponden respectivamente a las tres funciones que enumerábamos antes.
A aquellos que se sorprendan de una tal expresión, podríamos preguntarles si han reflexionado alguna vez en lo qué significa el triregnum, la tiara con tres coronas que es, con las llaves, una de las principales insignias del Papado.«Cuando sale del templo, dice Ossendowski, el Rey del Mundo irradia Luz divina». La Biblia hebraica dice exactamente lo mismo de Moisés cuando descendía del Sinaí. Y hay que precisar, al respecto de esta aproximación, que la tradición islámica considera a Moisés como habiendo sido el «Polo» (El-Qutb) de su época; ¿no sería por esta razón por lo que la Kabbala dice que Moisés fue instituido por Metatron mismo? Todavía convendría distinguir aquí entre el centro espiritual principal de nuestro mundo y los centros secundarios que pueden estarle subordinados, y que le representan solo en relación a tradiciones particulares, adaptadas más especialmente a pueblos determinados. Haremos observar no obstante que la función de «legislador» (en árabe rasûl), que es la de Moisés, supone necesariamente una delegación del poder que designa el nombre de Manu; y, por otra parte, una de las significaciones contenidas en este nombre de Manu indica precisamente la reflexión de la Luz divina. «El Rey del Mundo, dijo un lama a Ossendowski, está en relación con los pensamientos de todos aquellos que dirigen el destino de la humanidad… Conoce sus intenciones y sus ideas. Si complacen a Dios, el Rey del Mundo les favorecerá con su ayuda invisible; si desagradan a Dios, el Rey provocará su fracaso. Este poder se ha dado a Agharti por la ciencia misteriosa de Om, palabra por la que comenzamos todas nuestras plegarias».

Inmediatamente después viene esta frase, que, para todos aquellos que tienen solo una vaga idea de la significación del monosílabo sagrado Om, debe ser una causa de estupefacción: «Om es el nombre de un antiguo santo, el primero de los Goros (Ossendowski escribe goro por guru), que vivió hace trescientos mil años». En efecto, esta frase es absolutamente ininteligible si no se piensa que la época de que se trata es muy anterior a la era del presente Manu. Por otra parte, el Adi-Manu o primer Manu de nuestro kalpa, palabra en sánscrito que significa Eón o largo período, en que Vaivaswata es el séptimo Manu, antecesor de la raza postdiluviana, o sea nuestra propia humanidad (la quinta). También es llamado Swâyambhuva, es decir, salido de Swayambhû, «El que subsiste por sí mismo», o el Logos eterno. Ahora bien, el Logos, o aquél que le representa directamente, puede ser designado verdaderamente como el primero de los Gurus o «Maestros espirituales»; y, efectivamente, Om es en realidad un nombre del Logos. Se dice también que Moisés debió cubrir entonces su rostro con un velo para hablar al pueblo que no podía soportar su resplandor (Exodo). En el sentido simbólico, esto indica la necesidad de una adaptación exotérica. Recordamos a este propósito la doble significación de la palabra «revelar», que puede querer decir «apartar el velo», pero también «recubrir de un velo». Y es así como la palabra manifiesta y vela a la vez el pensamiento que expresa. Este nombre se encuentra también, de una manera bastante sorprendente, en el antiguo simbolismo cristiano, donde, entre los signos que sirvieron para representar a Cristo, se ha encontrado uno que ha sido considerado más tarde como una abreviación de Ave Maria, pero que fue primitivamente un equivalente de aquél que reunía las dos letras extremas del alfabeto griego, alfa y omega, para significar que el Verbo es el principio y el fin de todas las cosas.
En realidad, el símbolo en cuestión es incluso más completo, ya que significa el principio, el medio y el fin. Este signo se descompone en efecto en AVM, es decir, en las tres letras latinas que corresponden exactamente a los tres elementos constitutivos del monosílabo Om (puesto que la vocal o, en sánscrito, está formada por la unión de a y de u). La aproximación de este signo Aum y de la swastika, tomados el uno y el otro como símbolos de Cristo, nos parece particularmente significativa. Por otra parte, todavía es menester precisar que la forma de este mismo signo presenta dos ternarios dispuestos en sentido inverso el uno del otro, lo que es de hecho, a ciertos respectos, un equivalente del «sello de Salomón». Por otra parte, la palabra Om da inmediatamente la clave de la repartición jerárquica de las funciones entre el Brahmâtmâ y sus dos asesores. En efecto, según la tradición hindú, los tres elementos de este monosílabo sagrado simbolizan respectivamente los «tres mundos» o los tres términos del Tribhuvana: la Tierra (Bhû), la Atmósfera (Bhuvas) y el Cielo (Swar), es decir, el mundo de la manifestación corporal, el mundo de la manifestación sutil o psíquica, y el mundo en modo no manifestado. Estos son los dominios propios del Mahânga, del Mahâtmâ y del Brahmâtmâ, como se puede ver remitiéndose a la interpretación de sus títulos. Y son las relaciones de subordinación que existen entre estos diferentes dominios las que justifican, para el Brahmâtmâ, la denominación de «Señor de los tres mundos»: «Éste es el Señor de todas las cosas, el omnisciente (que ve en modo inmediato todos los efectos en su causa), el ordenador interno (que reside en el centro del mundo y le rige desde dentro, dirigiendo su movimiento sin participar en él), la fuente (de todo poder legítimo), el origen y el fin de todos los seres (de la manifestación cíclica cuya Ley representa)».

En el orden de los principios universales, la función del Brahmâtmâ se refiere a Ishwara, la del Mahâtmâ a Hiranyagarbha, y la del Mahânga a Virâj. Sus atribuciones respectivas podrían deducirse de esta correspondencia. Para servirnos también de otro simbolismo, diremos que el Mahânga representa la base del triángulo iniciático, y el Brahmâtmâ su cima; entre los dos, el Mahâtmâ encarna en cierto modo un principio mediador (la vitalidad cósmica, el Anima Mundi de los hermetistas), cuya actuación se despliega en el «espacio intermediario». Y todo esto es figurado muy claramente por los caracteres correspondientes del alfabeto sagrado que Saint-Yves denomina vattan y Ossendowski vatannan, o, lo que equivale a lo mismo, por las formas geométricas (línea recta, espiral y punto) a las cuales se reducen esencialmente los tres mâtrâs o elementos constitutivos del monosílabo Om. Vattan es el Lenguaje Universal Hierográfico, aquél que en la India ancestral denominaban Vattan y los Hermanos del Cosmos llamaban Irdin. El propio Lenguaje Sagrado de los Dioses. El Vattan, reúne en sí mismo todos los componentes cósmicos de la estructura primordial de la Vida. Pues es el Leguaje Creador por su Verbo. Y su estructura está compuesta por siete caracteres diferentes que pueden adoptar cuatro posturas o posiciones cada uno, lo que hace un total de veintiocho caracteres distintos.
Existen siete altas escuelas y cuatro sagrados colegios, al igual que existen siete rayos de energía y cuatro elementos distintos. Los caracteres se agrupan también de modo que puedan tomarse como notas musicales, y éstas a su vez se combinan formando acordes fonéticos, lo que permite que los Hierogramas, puedan ser interpretados como notaciones musicales y ser entonados en solfeo, al mismo tiempo que ellos pueden ser también declamados fonéticamente. La complejidad del solfeo de los signos teúrgicos que comprende la gran ciencia del Aum, es indescriptible y el adepto que la domina puede alcanzar el Samâdhi, el éxtasis supremo, que permite la Visión Divina por medio de la Teúrgia, la unión mágica con el propio Dios interno. En ella, el Yo superior revela al ‘arhat’ las verdades del plano en el que actúa, pasando la Mónada a controlar directamente los cuerpos materiales. Los siete caracteres del Vattan están compuestos por las cinco formas madres de la morfología.

El Marqués Saint-Yves D’Alveydre, en su obra El Arqueometro, compone El Alfabeto Solar de las 22 letras tomando los siete caracteres del Vattan, más las tres letras extraídas (A, S, Th) y el carácter sagrado AUM. Todas ellas se rigen por le regla Aritmetológica y poseen además un valor numérico y musical configurándose en matrices o tablas Cosmológicas, según lo define Saint-Yves. El Alfabeto Solar de las 22 letras puede dividirse a su vez en dos grupos de once letras (los siete caracteres del Vattan, más las tres letras extraídas) que a su vez poseen otras veintidós letras reflejadas formando un total de cuarenta y cuatro caracteres precisos. Pero dejemos que sea el propio Saint-Yves D’Alveydre quién nos hable del Vattan: “Los Brahmines llaman a este alfabeto Vattan; y parece remontarse a la primera raza humana, pues, por sus cinco formas madres rigurosamente geométricas, se firma él mismo, Adam, Eva, y Adamah. Moisés parece designarlo en el versículo 19 del capítulo II de su Sepher Barashith. Más aún, este alfabeto se escribe de abajo arriba, y sus letras se agrupan de manera que forman imágenes morfológicas o parlantes. Los pandits borran estos caracteres sobre la pizarra, cuando la lección de los gurús ha terminado. Lo escriben también de izquierda a derecha, como el sánscrito, y por tanto a la europea”. [Saint-Yves D’Alveydre; El Arqueometro]

Al Brahâtmâ pertenece la plenitud de los dos poderes sacerdotal y real. Estos dos poderes se distinguen después para manifestarse, y el Mahâtma representa más especialmente el poder sacerdotal, mientras que el Mahânga representa el poder real. Esta distinción corresponde a la de los Brâhmanes y de los Kshatriyas. Pero, por lo demás, al estar «más allá de las castas», el Mahâtmâ y el Mahânga tienen en sí mismos, tanto como el Brahmâtmâ, un carácter a la vez sacerdotal y real. Hemos hecho alusión precedentemente a los «Reyes Magos» del Evangelio, como uniendo en ellos los dos poderes. Estos personajes misteriosos representan en realidad a los tres jefes del Agarttha. Saint-Yves dice bien que los tres «Reyes Magos» habían venido del Agarttha, pero sin aportar ninguna precisión a este respeto. Los nombres que les son atribuidos ordinariamente son sin duda fantasiosos, salvo, no obstante, el de Melki-Or, en hebreo «Rey de la Luz», que es bastante significativo. El Mahânga ofrece a Cristo el oro y le saluda como «Rey»; el Mahâtma le ofrece el incienso y le saluda como «Sacerdote»; y finalmente, el Brahmâtmâ le ofrece la mirra (el bálsamo de incorruptibilidad, imagen del Amritâ) y le saluda como «Profeta» o Maestro espiritual por excelencia. El Amritâ de los Hindúes o la Ambrosía de los Griegos (dos palabras etimológicamente idénticas), brebaje o alimento de inmortalidad, era figurado también concretamente por el Soma védico o el Haoma mazdeísta.

Los árboles de resinas incorruptibles desempeñan un papel importante en el simbolismo. En particular, han sido tomados a veces como emblemas de Cristo. El homenaje rendido así a Cristo naciente, en los tres mundos que son sus dominios respectivos, por los representantes auténticos de la tradición primordial, es al mismo tiempo la prenda de la perfecta ortodoxia del Cristianismo al respecto de ésta. Naturalmente, Ossendowski no podía contemplar consideraciones de este orden; pero si hubiera comprendido algunas cosas más profundamente de lo que las ha comprendido, habría podido observar la rigurosa analogía que existe entre el ternario supremo del Agarttha y el del Lamaísmo tal como lo indica: el Dalaï-Lama, «que realiza la santidad (o la pura espiritualidad) de Buddha», el Tashi-Lama, «que realiza su ciencia» (no «mágica» como el autor parece creerlo, sino más bien «teúrgica»), y el Bogdo-Khan, «que representa su fuerza material y guerrera»; es exactamente la misma repartición según los «tres mundos». Y habría podido incluso hacer esta observación tanto más fácilmente cuanto que él mismo había indicado que «la capital de Agharti recuerda a Lhassa donde el palacio del Dalaï-Lama, el Potala, se encuentra en la cima de una montaña recubierta de templos y de monasterios». Por lo demás, esta manera de expresar las cosas es errónea puesto que invierte las relaciones, ya que, en realidad, es de la imagen de la que se puede decir que recuerda al prototipo, y no lo contrario.
Ahora bien, el centro del Lamaísmo no puede ser más que una imagen del verdadero «Centro del Mundo». Pero todos los centros de este género presentan, en cuanto a los lugares donde están establecidos, ciertas particularidades topográficas comunes, ya que estas particularidades, muy lejos de ser indiferentes, tienen un valor simbólico incontestable y, además, deben estar en relación con las leyes según las cuales actúan las «influencias espirituales». Esa es una cuestión que depende propiamente de la ciencia tradicional a la que se puede dar el nombre de «geografía sagrada». Hay todavía otra concordancia no menos destacable: Saint-Yves, al describir los diversos grados o círculos de la jerarquía iniciática, que están en relación con algunos números simbólicos, que se refieren concretamente a las divisiones del tiempo, termina diciendo que «el círculo más elevado y más cercano al centro misterioso se compone de doce miembros, que representan la iniciación suprema y que corresponden, entre otras cosas, a la «zona zodiacal». Ahora bien, esta constitución se encuentra reproducida en lo que se llama el «consejo circular» del Dalaï-Lama, formado de los doce grandes Namshans (o Nomekhans); y se la encuentra también, por lo demás, hasta en algunas tradiciones occidentales, concretamente en las que conciernen a los «Caballeros de la Tabla Redonda». Agregaremos también que los doce miembros del círculo interior del Agarttha, desde el punto de vista del orden cósmico, no representan simplemente a los doce signos del Zodiaco, sino también a los doce Adityas, que son otras tantas formas del sol, en relación con esos mismos signos zodiacales. El nombre de Aditya significa “Los desendientes de Aditi” En el Rig-Veda se cita el nombre de seis de ellos: Mitra, Aryaman, Bhaga, Varuna, Daksha y Amsa.

Y naturalmente, lo mismo que Manu Vaivaswata es llamado «hijo del Sol», el «Rey del Mundo» tiene también el Sol entre sus emblemas. Se dice que los Adityas (salidos de Aditi o lo «Indivisible») fueron primero siete antes de ser doce, y que su jefe era entonces Varuna. Los doce Adityas son: Dhâtri, Mitra, Aryaman, Rudra, Varuna, Sûrya, Bhaga, Vivaswat, Pûshan, Savitri, Twashtri y Vishnu. Son otras tantas manifestaciones de una esencia única e indivisible; y se dice también que estos doce soles aparecerán todos simultáneamente en el fin del ciclo, reentrando entonces en la unidad esencial y primordial de su naturaleza común. En Gracia, los doce grandes Dioses del Olimpo están también en correspondencia con los doce signos del Zodiaco. El símbolo al que hacíamos alusión es exactamente el que la liturgia católica atribuye a Cristo cuando le aplica el título de Sol Justitiae. El Verbo es efectivamente el «Sol espiritual», es decir, el verdadero «Centro del Mundo». Y, además, esta expresión de Sol Justitiae se refiere directamente a los atributos de Melki-Tsedeq. Hay que observar también que el león, animal solar, es, en la antigüedad y en la Edad Media, un emblema de la justicia al mismo tiempo que del poder. El signo del león (Leo) es, en el Zodiaco, el domicilio propio del Sol. El Sol de doce rayos puede ser considerado como representando a los doce Adityas. Desde otro punto de vista, si el Sol representa a Cristo, los doce rayos son los doce Apóstoles (la palabra apostolos significa «enviado», y los doce rayos son también «enviados» por el Sol). Por lo demás, se puede ver en el número de los doce Apóstoles una marca, entre muchas otras, de la perfecta conformidad del Cristianismo con la tradición primordial.
La primera conclusión que se desprende de todo esto, es que hay verdaderamente lazos bien estrechos entre las descripciones que se refieren a centros espirituales más o menos ocultos, o al menos difícilmente accesibles. La única explicación plausible que pueda darse de ello, es que, si esas descripciones se refieren a centros diferentes, estos centros no son por así decir más que emanaciones de un centro único y supremo. Ya que hacíamos alusión a los «Caballeros de la Tabla Redonda», debemos indicar aquí lo que significa la «gesta del Grial», que, en las leyendas de origen céltico se presenta como su función principal. En todas las tradiciones, se hace alusión a algo que, a partir de una cierta época, se habría perdido o estaría oculto: es, por ejemplo, el Soma de los Hindúes o el Haoma de los Persas, el «brebaje de la inmortalidad», que, precisamente, tiene una relación muy directa con el «Grial», puesto que éste es, se dice, el vaso sagrado que contuvo la sangre de Cristo, la cual es también el «brebaje de la inmortalidad». Por lo demás, el simbolismo es diferente: así, entre los judíos, es la pronunciación del gran Nombre divino. Pero la idea fundamental es siempre la misma. Recordaremos también, a este respecto, la «Palabra perdida» de la Masonería, que simboliza igualmente los secretos de la iniciación verdadera. Así pues, la «búsqueda de la Palabra perdida» no es más que otra forma de la «gesta del Grial». Esto justifica la relación señalada por el historiador Henri Martin entre la «Massenie du Saint-Grial» y la Masonería. Y existe una conexión muy estrecha entre el simbolismo mismo del «Grial» y el «centro común» de todas las organizaciones iniciáticas.

El Santo Grial se dice que es la copa que se utilizó en la Santa Cena, y donde José De Arimatea recogió después la sangre y el agua que se escapaban de la herida abierta en el costado de Cristo por la lanza del centurión Longino. Este nombre de Longino está emparentado al nombre mismo de la lanza, en griego logké (que se pronuncia lonké); el latín lancea tiene por lo demás la misma raíz. Según la leyenda, esta copa habría sido transportada a Gran Bretaña por José de Arimatea y Nicodemo. Estos dos personajes representan aquí respectivamente el poder real y el poder sacerdotal. Ocurre lo mismo con Arturo y Merlín en la institución de la «Tabla Redonda». Y es menester ver en eso la indicación de un lazo establecido entre la tradición céltica y el Cristianismo. La copa, en efecto, desempeña un papel muy importante en la mayoría de las tradiciones antiguas, y sin duda ello era así concretamente con los celtas. Hay que destacar que frecuentemente está asociada a la lanza, y que estos dos símbolos son entonces, en cierto modo, complementarios el uno del otro. El simbolismo de la lanza está frecuentemente en relación con el «Eje del Mundo». A este respecto, la sangre que gotea de la lanza tiene la misma significación que el rocío que emana del «Árbol de la Vida». Por lo demás, se sabe que todas las tradiciones son unánimes en afirmar que el principio vital está íntimamente ligado a la sangre. Lo que muestra quizás más claramente la significación esencial del «Grial» es lo que se dice de su origen: “esta copa habría sido tallada por los Ángeles en una esmeralda caída de la frente de Lucifer en el momento de su caída”.
Algunos dicen una esmeralda caída de la corona de Lucifer. Pero en eso hay una confusión que proviene de que Lucifer, antes de su caída, era el «Ángel de la Corona» (es decir, de Kether, la primera Sephirah), en hebreo Hakathriel, nombre que tiene por lo demás como número el famoso 666 del Apocalipsis. Esta esmeralda recuerda de una manera muy llamativa a la urnâ, la perla frontal que, en el simbolismo hindú (de donde ha pasado al Budismo), ocupa frecuentemente el lugar del tercer ojo de Shiva, que representa lo que se puede llamar el «sentido de la eternidad». Por lo demás, se dice que el «Grial» fue confiado a Adam en el paraíso terrestre, pero que, en su caída, Adam lo perdió a su vez, ya que no pudo llevarle con él cuando fue arrojado del Edén. El hombre, apartado de su centro original, se encontraba desde entonces encerrado en la esfera temporal y ya no podía encontrar el punto único desde donde todas las cosas se contemplan bajo el aspecto de la eternidad. En otros términos, la posesión del «sentido de la eternidad» está ligada a lo que todas las tradiciones llaman el «estado primordial», cuya restauración constituye la primera etapa de la verdadera iniciación, puesto que es la condición previa de la conquista efectiva de los estados «suprahumanos». Por lo demás, el Paraíso terrestre representa propiamente el «Centro del Mundo», representado por el sentido original de la palabra Paraíso.

Lo que sigue puede parecer más enigmático: Seth pudo entrar en el Paraíso terrestre y recobrar el precioso vaso. Seth, o Set, deidad de la fuerza bruta, de lo tumultuoso, lo incontenible. Señor de lo que no es bueno y las tinieblas, dios de la sequía y del desierto en la mitología egipcia. Seth fue la divinidad patrona de las tormentas, la guerra y la violencia, también fue patrón de la producción de los oasis (dinastía XIX). Ahora bien, el nombre de Seth expresa las ideas de fundamento y de estabilidad, y, por consiguiente, indica en cierto modo la restauración del orden primordial destruido por la caída del hombre. Se dice que Seth permaneció cuarenta años en el Paraíso terrestre. Este número 40 tiene también un sentido de «reconciliación» o de «retorno al principio». Los periodos medidos por este número se encuentran muy frecuentemente en la tradición judeocristiana. Recordemos los cuarenta días del diluvio, los cuarenta años durante los cuales los Israelitas erraron en el desierto, los cuarenta días que Moisés pasó en el Sinaí, los cuarenta días de ayuno de Cristo. La Cuaresma tiene naturalmente la misma significación. Así pues, se debe comprender que Seth, y aquellos que después de él poseyeron el Grial, pudieron establecer un centro espiritual destinado a reemplazar el Paraíso perdido, que era como una imagen de éste. Y entonces, esta posesión del Grial representa la conservación integral de la tradición primordial en un centro espiritual. Por lo demás, la leyenda no dice dónde ni por quién fue conservado el Grial hasta la época de Cristo. Pero el origen céltico que se le reconoce debe dar a entender sin duda que los Druidas tuvieron una parte en ello y que deben ser contados entre los conservadores regulares de la tradición primordial.
La pérdida del Grial, o de alguno de sus equivalentes simbólicos, es la pérdida de la tradición con todo lo que ésta conlleva. Por lo demás, esta tradición no puede estar perdida más que para algunos centros secundarios, cuando éstos cesan de estar en relación directa con el centro supremo. En cuanto a este último, guarda siempre intacto el depósito de la tradición, y no es afectado por los cambios que sobrevienen en el mundo exterior. Tanto es así que, según diversos Padres de la Iglesia, y concretamente San Agustín, el diluvio no ha podido alcanzar el Paraíso terrestre, que es «La habitación de Henoch y la Tierra de los Santos», y cuya cima «toca la esfera lunar». Es decir, se encuentra en el punto de comunicación de la Tierra y de los Cielos. Según el Génesis: «Y Henoch marchó con Dios, y ya no apareció más (en el mundo visible o exterior), porque se lo llevo Dios». Habría sido transportado entonces al Paraíso terrestre. Esto es conforme al simbolismo empleado por Dante, que sitúa el Paraíso terrestre en la cima de la montaña del Purgatorio, que se identifica como la «montaña polar» de todas las tradiciones. Pero, del mismo modo que el Paraíso terrestre ha devenido inaccesible, el centro supremo, puede no estar manifestado exteriormente. Y entonces se puede decir que la tradición está perdida para el conjunto de la humanidad, ya que no es conservada más que en algunos centros rigurosamente cerrados. Y la masa de los hombres no participa ya en ella de una manera consciente y efectiva, contrariamente a lo que había tenido lugar en el estado original.
La tradición hindú enseña que no había en el origen más que una sola casta, que era denominada Hamsa. Eso significa que todos los hombres poseían entonces el grado espiritual que es designado por este nombre, y que queda más allá de la distinción de las cuatro castas actuales. Tal es precisamente la condición de la época actual, cuyo comienzo, por lo demás, se remonta mucho más allá de lo que es accesible a la historia ordinaria. Así pues, la pérdida de la tradición, según los casos, puede ser entendida en este sentido general, o bien puede referirse al oscurecimiento del centro espiritual que regía más o menos invisiblemente los destinos de un pueblo particular o de una civilización determinada. Al «estado primordial» y «tradición primordial», se refiere el doble sentido que es inherente a la palabra Grial misma, ya que el Grial es a la vez un vaso (grasale) y un libro (gradale o graduale). Y este último aspecto designa manifiestamente a la tradición, mientras que el otro concierne más directamente al estado mismo. En algunas versiones de la leyenda del Santo Grial, los dos sentidos se encuentran estrechamente unidos, ya que el libro deviene entonces una inscripción trazada por Cristo o por un Ángel sobre la copa misma. Habría en eso aproximaciones con el «Libro de la Vida» y con algunos elementos del simbolismo apocalíptico.
No es objetivo de este artículo entrar en los detalles secundarios de la leyenda del Santo Grial, aunque todos tengan también un valor simbólico, ni de seguir la historia de los Caballeros de la «Tabla Redonda»y de sus hazañas. Mencionaremos solo que la «Tabla Redonda», construida por el rey Arturo en base a los planos de Merlín, estaba destinada a recibir el Grial cuando alguno de sus caballeros hubiera llegado a conquistarle y le hubiera llevado de Gran Bretaña a Armorica. El nombre de Arturo tiene un sentido muy destacable, que se vincula al simbolismo «polar». Esta tabla es también un símbolo verdaderamente muy antiguo, uno de aquellos que fueron siempre asociados a la idea de los centros espirituales, conservadores de la tradición. Por lo demás, la forma circular de la tabla está ligada formalmente al ciclo zodiacal por la presencia alrededor de ella de doce personajes principales, particularidad que se encuentra en la constitución de todos los centros de que se trata. Los «Caballeros de la Tabla Redonda» son a veces en número de cincuenta, que era, para los hebreos, el número del Jubileo, y que se refiere también al «reino del Espíritu Santo». Pero, incluso entonces, había siempre doce que desempeñaban un papel preponderante. Recordamos también, a este propósito, los doce pares de Carlomagno en otros relatos legendarios de la Edad Media o los doce dioses principales de distintas mitologías, como la sumeria.

Hay también un símbolo que se vincula a otro aspecto de la leyenda del Grial, y que merece una atención especial: es el de Montsalvat (literalmente «Monte de la Salvación»), el pico situado «en los bordes lejanos al que ningún mortal se acerca», representado como erigiéndose en el medio del mar, en una región inaccesible, y detrás del cual se eleva el Sol. Es a la vez la «isla sagrada» y la «montaña polar», dos símbolos equivalentes. Es la «Tierra de la inmortalidad», que se identifica naturalmente al Paraíso terrestre. La similitud de Montsalval con el Mêru nos ha sido señalada por los hindúes, y es esto lo que ha conducido a examinar más de cerca la significación occidental del Grial. Para volver al Grial mismo, es fácil darse cuenta de que su significación primera es en el fondo la misma que la que tiene generalmente el vaso sagrado por todas partes donde se encuentra, y que tiene concretamente, en Oriente, la copa sacrificial que contiene originariamente el Soma védico o el Haoma mazdeísta, es decir, el «brebaje de la inmortalidad» que confiere o restituye, a aquellos que lo reciben con las disposiciones requeridas, el «sentido de la eternidad». No podríamos, sin salirnos de nuestro tema, extendernos más sobre el simbolismo de la copa y de lo que contiene. Para desarrollarlo convenientemente, sería menester dedicarle todo un estudio especial; pero la observación que acabamos de hacer nos va a conducir a otras consideraciones que son de la mayor importancia.
Se dice en las tradiciones orientales que el Soma, en una cierta época, devino desconocido, de suerte que fue menester, en los ritos sacrificiales, sustituirle por otro brebaje, que no era ya más que una figura de este Soma primitivo. Este papel fue desempeñado principalmente por el vino, y es a lo que se refiere una gran parte de la leyenda de Dionysos. Según la tradición de los persas, hubo dos tipos de Soma: el blanco, que no podía ser recogido más que sobre la «montaña sagrada», llamada por ellos Alborj, y el amarillo, que reemplazó al primero cuando los ancestros de los Iraníes hubieron dejado su hábitat primitivo, pero que, a su vez, fue perdido igualmente después. Aquí se trata de las fases sucesivas del obscurecimiento espiritual que se produce gradualmente a través de las diferentes edades del ciclo humano. Dionysos o Bacchus tiene nombres múltiples, que corresponden a otros tantos aspectos diferentes; bajo uno de esos aspectos al menos, la tradición le hace venir de la India. El relato según el cual nació del muslo de Zeus reposa sobre una asimilación verbal de las más curiosas: la palabra griega mêros, «muslo», ha sustituido al nombre del Mêru, la «montaña polar», al que es casi idéntica fonéticamente. Ahora bien, el vino se toma frecuentemente para representar la verdadera tradición iniciática: en hebreo, las palabras iaïn «vino», y sod «misterio», se sustituyen la una a la otra porque tienen el mismo número. El número de cada una de estas dos palabras es 70. En los Sûfis, el vino simboliza el conocimiento esotérico, es decir, la doctrina reservada a la élite y que no conviene a todos los hombres, lo mismo que todos no pueden beber el vino impunemente. De eso resulta que el empleo del vino en un rito confiere a éste un carácter claramente iniciático; tal es concretamente el caso del sacrificio «eucarístico» de Melquisedek.

El sacrificio de Melquisedek se considera habitualmente como una «prefiguración» de la Eucaristía; y el sacerdocio cristiano se identifica en principio al sacerdocio mismo de Melquisedek, según la aplicación hecha a Cristo de esta palabra de los Salmos: «Tu es sacerdos in aeternum secundum ordinem Melchissedec». El nombre de Melquisedek, o más exactamente Melki-Tsedeq, no es otra cosa, en efecto, que el nombre bajo el cual la función misma del «Rey del Mundo» se encuentra expresamente designada en la tradición judeocristiana. Este hecho conlleva la explicación de uno de los pasajes más enigmáticos de la Biblia hebraica. Pero, al tratar esta cuestión del «Rey del Mundo», no era posible eludirla. Podríamos retomar aquí las palabras pronunciadas por San Pablo a este propósito: «Sobre este punto, tenemos muchas cosas que decir, y cosas difíciles de explicar, porque habéis devenido lentos en comprender». He aquí primero el texto mismo del pasaje bíblico del que se trata: «Y Melki-Tsedeq, rey de Salem, hizo traer pan y vino; y era sacerdote del Dios Altísimo (El Élion). Y bendijo a Abram, diciendo: Bendito sea Abram del Dios Altísimo, poseedor de los Cielos y de la Tierra; y bendito sea el Dios Altísimo, que ha puesto a tus enemigos entre tus manos. Y Abram le dio el diezmo de todo lo que había tomado». El nombre de Abram todavía no había sido cambiado entonces en Abraham. Al mismo tiempo, según el Génesis, el nombre de su esposa Saraï fue cambiado en Sarah, de suerte que la suma de los números de ambos nombres permaneció la misma.
Melki-Tsedeq es pues rey y sacerdote todo junto; su nombre significa «rey de Justicia», y es al mismo tiempo rey de Salem, es decir, de la «Paz». Así pues, aquí volvemos a encontrar, ante todo, la «Justicia» y la «Paz», es decir, precisamente los dos atributos fundamentales del «Rey del Mundo». Es menester precisar que la palabra Salem, contrariamente a la opinión común, jamás ha designado en realidad una ciudad, sino que, si se la toma como el nombre simbólico de la residencia de Melki-Tsedeq, puede ser considerada como un equivalente del término Agarttha. En todo caso, es un error ver ahí el nombre primitivo de Jerusalem, ya que ese nombre era Jébus. Al contrario, si se dio el nombre de Jerusalem a esta ciudad cuando los hebreos establecieron en ella un centro espiritual, es para indicar que desde entonces era como una imagen visible de la verdadera Salem. Y hay que observar que el Templo fue edificado por Salomón, cuyo nombre (Shlomoh), derivado también de Salem, significa el «Pacífico». Hay que destacar también que la misma raíz se encuentra todavía en las palabras Islam y moslem (musulmán); la «sumisión a la Voluntad Divina» (es el sentido propio de la palabra Islam) es la condición necesaria de la «Paz»; habría que aproximar la idea expresada aquí a la del Dharma hindú. He aquí ahora en qué términos comenta San Pablo lo que se dice de Melki-Tsedeq: «Este Melquisedek, rey de Salem, sacerdote del Dios Altísimo, que fue al encuentro de Abraham cuando volvía de la derrota de los reyes, que le bendijo, y a quien Abraham dio el diezmo de todo el botín; que, según la significación de su nombre, es primero rey de Justicia, y después rey de Salem, es decir, rey de Paz; que es sin padre, sin madre, sin genealogía, que no tiene ni comienzo ni fin de su vida, sino que es hecho así semejante al Hijo de Dios; este Melquisedek permanece sacerdote a perpetuidad».

Ahora bien, Melki-Tsedeq es presentado como superior a Abraham, puesto que le bendice, y, «sin duda, es el inferior el que es bendecido por el superior»; y, por su lado, Abraham reconoce esta superioridad puesto que le da el diezmo, lo que es la marca de su dependencia. Hay en eso una verdadera «investidura», casi en el sentido feudal de esta palabra, pero con la diferencia de que se trata de una investidura espiritual. Y podemos agregar que ahí se encuentra el punto de unión de la tradición hebraica con la gran tradición primordial. La «bendición» de que se habla es propiamente la comunicación de una «influencia espiritual», en la que Abraham va a participar en adelante. Y se puede precisar que la fórmula empleada pone a Abraham en relación directa con el «Dios Altísimo», que este mismo Abraham invoca después identificándole con Jehovah. Si Melki-Tsedeq es así superior a Abraham, es porque el «Altísimo» (Élion), que es el Dios de Melki-Tsedeq, es él mismo superior al «Todopoderoso» (Shaddaï), que es el Dios de Abraham, o, en otros términos, que el primero de estos dos nombres representa un aspecto Divino más elevado que el segundo. Por otra parte, lo que es extremadamente importante, y lo que parece no haber sido señalado nunca, es que El Élion es el equivalente de Emmanuel, puesto que estos dos nombres tienen exactamente el mismo número. Y esto vincula directamente la historia de Melki-Tsedeq a la de los «Reyes Magos», cuya significación hemos explicado anteriormente. El número de cada uno de estos nombres es 197. Además, todavía se puede ver en esto lo siguiente: el sacerdocio de Melki-Tsedeq es el sacerdocio de El Élion. Y el sacerdocio cristiano es el de Emmanuel. Así pues, si El Élion es Emmanuel, estos dos sacerdocios no son más que uno, y el sacerdocio cristiano, que conlleva esencialmente la ofrenda eucarística del pan y del vino, es verdaderamente «según el orden de Melquisedek». Esto es la justificación completa de la identidad que indicábamos antes. Pero conviene observar que la participación en la tradición puede no ser siempre consciente. En este caso no es menos real como medio de transmisión de las «influencias espirituales», pero no implica el acceso efectivo a un rango cualquiera de la jerarquía iniciática.

La tradición judeocristiana distingue dos sacerdocios, uno «según el orden de Aaron», el otro «según el orden de Melquisedek». Y este último es superior al primero, como Melquisedek mismo es superior a Abraham, del cual ha salido la tribu de Leví y, por consiguiente, la familia de Aarón. Se puede decir también, según lo que precede, que esta superioridad corresponde a la de la Nueva Alianza sobre la Antigua Ley (Epístola a los Hebreos). Habría lugar a explicar por qué Cristo ha nacido de la tribu real de Judá, y no de la tribu sacerdotal de Leví. Pero esas consideraciones nos llevarían demasiado lejos. La organización de las doce tribus, descendientes de los doce hijos de Jacob, se vincula naturalmente a la constitución duodenaria de los centros espirituales. Esta superioridad es afirmada claramente por San Pablo, que dice: «Leví mismo, que percibe el diezmo (sobre el pueblo de Israel), le ha pagado, por así decir, por Abraham». No vamos a extendernos más aquí sobre la significación de estos dos sacerdocios; pero citaremos todavía esta otra palabra de San Pablo: «Aquí (en el sacerdocio Levítico), son hombres mortales quienes perciben los diezmos; pero allí, es un hombre del que se afirma que está vivo». Ese «hombre vivo» que es Melki-Tsedeq, es el Manu que permanece en efecto «perpetuamente» (en hebreo le-ôlam), es decir, para toda la duración de su ciclo (Manvantara) o del mundo que rige especialmente. Por eso es por lo que él es «sin genealogía», ya que su origen es «no-humano», puesto que él mismo es el prototipo del hombre; y es realmente «hecho semejante al Hijo de Dios», puesto que, por la Ley que formula, él es, para este mundo, la expresión verdadera del Verbo divino. En la Pistis Sophia de los Gnósticos alejandrinos, Melquisedek es calificado de «Gran Receptor de la Luz eterna». Esto conviene también a la función de Manu, que recibe en efecto la Luz inteligible, por un rayo emanado directamente del Principio, para reflejarla en el mundo que es su dominio; y es por esto también por lo que Manu es llamado «hijo del Sol».
Hay que hacer todavía algunas precisiones: en la historia de los «Reyes Magos», vemos a tres personajes distintos, que son los tres jefes de la jerarquía iniciática. En la historia de Melki-Tsedeq, no vemos más que uno solo, pero que puede unir en él aspectos que corresponden a las tres funciones. Es así como algunos han distinguido Adoni-Tsedeq, el «Señor de Justicia», que se desdobla en cierto modo en Kohen-Tsedeq, el «Sacerdote de Justicia», y Melki-Tsedeq, el «Rey de Justicia». En efecto, estos tres aspectos pueden ser considerados como refiriéndose respectivamente a las funciones del Brahmâtmâ, del Mahâtmâ y del Mahânga. Existen todavía otras tradiciones relativas a Melki-Tsedeq. Según una de ellas, éste habría sido consagrado en el Paraíso terrestre, por el ángel Mikaël, a la edad de 52 años. Por lo demás, este número simbólico 52 desempeña, un papel importante en la tradición hindú, donde se considera como el número total de los sentidos incluidos en el Vêda. También entre los mayas, cuyo calendario es cíclico, porque se repite cada 52 años. Se dice inclusive que esos sentidos corresponden a otras tantas pronunciaciones diferentes del monosílabo Om. Aunque Melki-Tsedeq no sea entonces propiamente más que el nombre del tercer aspecto, se aplica ordinariamente por extensión al conjunto de los tres. Y, si se emplea así preferentemente a los otros, es porque la función que expresa es la más próxima del mundo exterior, y por consiguiente la que es manifestada más inmediatamente. Por lo demás, se puede destacar que la expresión de «Rey del Mundo», tanto como la expresión de «Rey de Justicia», no hace alusión directamente más que al poder real. Y, por otra parte, se encuentra también en la India la expresión de Dharma-Râja, que es literalmente equivalente a la de Melki-Tsedeq. Este nombre o más bien, este título de Dharma-Râja se aplica concretamente, en el Mahâbhârata, a Yudhishthira; pero ha sido aplicado primero a Yama, el «Juez de los muertos», cuya relación estrecha con Manu es evidente.

Si ahora tomamos el nombre de Melki-Tsedeq en su sentido más estricto, los atributos propios del «Rey de Justicia» son la balanza y la espada; y estos atributos son también los de Mikaël, considerado como el «Ángel del Juicio». En la iconografía cristiana, el ángel Mikaël figura con estos dos atributos en las representaciones del «Juicio final». Estos dos emblemas representan respectivamente, en el orden social, las dos funciones, administrativa y militar, que pertenecen en propiedad a los Kshatriyas, y que son los dos elementos constitutivos del poder real. Son también, jeroglíficamente, los dos caracteres que forman la raíz hebraica y árabe Haq, que significa a la vez «Justicia» y «Verdad», y que, en diversos pueblos antiguos, ha servido precisamente para designar a la realeza. De igual modo, entre los antiguos egipcios, o Maât era al mismo tiempo la «Justicia» y la «Verdad». Se la ve figurada en uno de los platillos de la balanza del Juicio, mientras que en el otro hay un vaso, jeroglífico del corazón. En hebreo, hoq significa «decreto». Haq es el poder que hace reinar la Justicia, es decir, el equilibrio simbolizado por la balanza, mientras que el poder mismo es simbolizado por la espada, y es claramente esto lo que caracteriza al papel esencial del poder real. Y, por otra parte, es también, en el orden espiritual, la fuerza de la Verdad. Esta palabra Haq tiene como valor numérico 108, que es uno de los números cíclicos fundamentales. En la India, el rosario shivaita está compuesto de 108 granos; y la significación primera del rosario simboliza la «cadena de los mundos», es decir, el encadenamiento causal de los ciclos o de los estados de existencia. Por lo demás, es menester agregar que existe también una forma suavizada de esta raíz Haq, obtenida por la sustitución del signo de la fuerza material por el de la fuerza espiritual. Y esta forma Hak designa propiamente la «Sabiduría» (en hebreo Hokmah), de suerte que conviene más especialmente a la autoridad sacerdotal, como la otra convenía al poder real.
Esta significación podría resumirse en esta fórmula: «la fuerza al servicio del derecho», si los modernos no hubieran abusado tanto de ésta tomándola en un sentido exotérico. Esto es confirmado todavía por el hecho de que las dos formas correspondientes se encuentran, con sentidos similares, para la raíz kan, que, en lenguas muy diversas significa «poder» o «potestad», y también «conocimiento». Kan es sobre todo el poder espiritual o intelectual, idéntico a la Sabiduría (de donde Kohen, «sacerdote» en hebreo), y qan es el poder material (de donde diferentes palabras que expresan la idea de «posesión», y concretamente el nombre de Qaïn). La palabra Khan, título dado a los jefes en los pueblos de Asia central, se vincula quizás a la misma raíz. Estas raíces y sus derivados podrían dar lugar a muchas otras consideraciones, pero debemos limitarnos a lo que se refiere más directamente al tema del presente artículo. Para completar lo que precede, volveremos a lo que la Kabbala hebraica dice de la Shekinah. Ésta está representada en el mundo inferior por la última de las diez Sephiroth, que es llamada Malkuth, es decir, el «Reino», designación que figura entre los sinónimos que se dan a veces a Malkuth, y se reencuentra en Tsedeq, el «Justo». Tsedeq es también el nombre del planeta Júpiter, cuyo ángel se llama Tsadqiel-Melek; la similitud con el nombre de Melki-Tsedeq, al cual se agrega solo El, el nombre divino que forma la terminación común de todos los nombres angélicos, es aquí demasiado evidente para que haya lugar a insistir más en ello.
En la India, el mismo planeta Júpiter lleva el nombre de Brihaspati, que es igualmente el «Pontífice celeste». Otro sinónimo de Malkuth es Sabbath, cuyo sentido de «reposo» se refiere visiblemente a la idea de la «Paz», tanto más cuanto que esta idea expresa, como se ha visto más atrás, el aspecto externo de la Shekinah misma, aquél por el cual se comunica al «mundo inferior». Esta aproximación de Malkuth y de Tsedeq, o de la Realeza (el gobierno del Mundo) y de la Justicia, se encuentra precisamente en el nombre de Melki-Tsedeq. Se trata aquí de la Justicia distributiva, en la «columna del medio» del árbol sephirótico. Es menester distinguirla de la Justicia opuesta a la Misericordia e identificada al Rigor, en la «columna izquierda», ya que son dos aspectos diferentes. Y por lo demás, en hebreo, hay dos palabras para designarlas: la primera es Tsedaqah, y la segunda es Din. Es el primero de estos aspectos el que es la Justicia en el sentido más estricto y más completo a la vez, que implica esencialmente la idea de equilibrio o de armonía, y que está ligada indisolublemente a la Paz. Malkuth es «el depósito donde se reúnen las aguas que vienen del río de arriba, es decir, todas las emanaciones (gracias o influencias espirituales) que ella difunde en abundancia». Este «río de arriba» y las aguas que descienden de él recuerdan extrañamente al papel atribuido al río celeste Gangâ en la tradición hindú. Y se podría hacer observar también que la Shakti, de la que Gangâ es un aspecto, no deja de presentar algunas analogías con la Shekinah, aunque no fuera más que en razón de la función «providencial» que les es común. El depósito de las aguas celestes es naturalmente idéntico al centro espiritual de nuestro mundo. Desde allí parten los cuatro ríos del Pardes, que se dirigen hacia los cuatro puntos cardinales.
Para los judíos este centro espiritual se identifica a la colina de Sión, a la que aplican la denominación de «Corazón del Mundo», por lo demás común a todas las «Tierras Santas», y que, para ellos, deviene el equivalente del Mêru de los hindúes o del Alborj de los persas. Para los samaritanos es el monte Garizim el que desempeña el mismo papel y el que recibe las mismas denominaciones. Es la «Montaña bendita», la «Colina eterna», el «Monte de la Herencia», la «Casa de Dios» y el Tabernáculo de sus Ángeles, la mansión de la Shekinah. Es identificado incluso a la «Montaña primordial» (Har Qadim) donde estuvo el Edén, y que no fue sumergido por las aguas del diluvio. «El Tabernáculo de la Santidad de Jehovah, la residencia de la Shekinah, es el Santo de los Santos que es el corazón del Templo, que es, él mismo, el centro de Sión (Jerusalem), como la santa Sión es el centro de la Tierra de Israel, como la Tierra de Israel es el centro del mundo». No solo todo lo que se enumera aquí, tomándolo en el orden inverso, sino también sobre el Tabernáculo en el Templo, el Arca de la Alianza en el Tabernáculo, y, sobre el Arca de la Alianza misma, es el lugar de manifestación de la Shekinah (entre los dos Kerubim), y representan otras tantas aproximaciones sucesivas del «Polo espiritual». Es también de esta manera como Dante presenta precisamente a Jerusalem como «Polo espiritual». Todos los centros espirituales secundarios son imágenes del centro supremo. Sión puede no ser en realidad más que uno de estos centros secundarios, y no obstante identificarse simbólicamente al centro supremo en virtud de esta similitud. Jerusalem es efectivamente, como lo indica su nombre, una imagen de la verdadera Salem.

A este propósito, otra expresión muy destacable como sinónima de «Tierra Santa», es la de «Tierra de los Vivos»; designa manifiestamente la «morada de la inmortalidad», de suerte que, en su sentido propio y riguroso, se aplica al Paraíso terrestre o a sus equivalentes simbólicos. Pero esta denominación ha sido transportada también a las «Tierras Santas» secundarias, y concretamente a la Tierra de Israel. Se dice que la «Tierra de los Vivos comprende siete tierras», y Vulliaud anota a este respecto que «esta tierra es Canaan en la cual había siete pueblos». Sin duda, eso es exacto en el sentido literal. Pero, simbólicamente, estas siete tierras, como aquellas de las que se habla en la tradición islámica, podrían corresponder muy bien a los siete dwîpas que, según la tradición hindú, tienen el Mêru como centro común. De igual modo, cuando los mundos antiguos, o las creaciones anteriores a la nuestra, son figuradas por los «siete reyes de Edom» (y aquí el número septenario se encuentra en relación con los siete «días» del Génesis), en eso hay una semejanza, demasiado sorprendente para no ser más que accidental, con las eras de los siete Manus contados desde el comienzo del Kalpa hasta la época actual. Un Kalpa comprende catorce Manvantaras. Vaivaswata, el presente Manu, es el séptimo del Kalpa actual, llamado Shrî-Shwêta-Varâha-Kalpa o «Era del Jabalí Blanco». Los judíos dan a Roma la denominación de Edom. Ahora bien, la tradición habla también de siete reyes de Roma, y el segundo de estos reyes, Numa, que es considerado como el legislador de la ciudad, lleva un nombre que es la inversión silábica exacta del de Manu, y que puede, al mismo tiempo, ser aproximado al término griego nomos, «ley». Así pues, hay lugar a pensar que esos siete reyes de Roma no son otra cosa, bajo un cierto punto de vista, que una representación particular de los siete Manus para una civilización determinada, de igual modo que los siete sabios de Grecia son, por otra parte, en condiciones similares, una representación de los siete Rishis, en quienes se sintetiza la sabiduría del ciclo inmediatamente anterior al nuestro.
Continuará ……………………