sábado, 6 de octubre de 2018

LA DIVISIÓN DE LA MASONERÍA EN REGULAR E IRREGULAR


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LA DIVISIÓN DE LA MASONERÍA EN REGULAR E IRREGULAR


Durante el siglo XVIII la masonería fue condenada en distintas ocasiones por el papado. Sin embargo, y a diferencia de lo que sucediera en España, Portugal o los Estados Pontificios, estas condenas no fueron promulgadas inmediatamente ni en Francia, ni en Inglaterra, ni en Alemania, ni en Austria, ni en sus estados vasallos. Ello permitió que en las logias establecidas en los territorios de estos países conviviesen católicos con protestantes, e incluso se registrase en las mismas la presencia de religiosos y sacerdotes. Las regiones que componen la actual Bélgica disfrutaron de esta situación, hasta que en 1837 el arzobispo Sterck y sus obispos sufragáneos enviaron a todos los párrocos de su dependencia una circular haciendo públicas las excomuniones contra la masonería. El conocimiento del documento episcopal, obligó a muchos, como el fundador de la Universidad Libre de Bruselas, T. Verhaegen, a separarse de la Iglesia. Ello condujo a una clara politización y a una toma de postura anticlerical, e incluso antirreligiosa, del Gran Oriente de Bélgica. En consecuencia con estos hechos, en 1854 suprimió el artículo 135 de sus estatutos, que prohibía las discusiones políticas y religiosas en logia, y en 1872 el artículo 12, que obligaba a creer en Gran Arquitecto del Universo y en la inmortalidad del alma.

La conducta del Gran Oriente de Bélgica fue seguida años más tarde por el Gran Oriente de Francia. Además, la política de Napoleón III, favorable a la unificación italiana, y las posturas antiliberales de la encíclica Cuanta Cura y del Syllabus aumentaron en los masones franceses su rechazo de lo católico y estimularon las iniciaciones de agnósticos y ateos. Finalmente, en 1877, cinco años más tarde que su homónimo belga, el Gran Oriente de Francia eliminó también de sus estatutos la obligación de creer en el Gran Arquitecto del Universo, en la inmortalidad del alma y prestar juramento sobre un libro sagrado.

Las determinaciones tomadas por los Grandes Orientes belga y francés ocasionaron en los medios masónicos anglosajones un verdadero escándalo de modo que la Gran Logia de Inglaterra rompió todos los lazos con aquellas familias masónicas continentales.




Misión fraternal de la Masonería

A partir de entonces se estableció una nueva y trascendental división en la masonería universal, pasando en adelante el conjunto de obediencias a denominarse «regulares» o «irregulares». Las primeras, englobadas en lo que ha venido conociéndose como dependientes de la masonería anglo-sajona, se caracterizaban por mantenerse dentro de la más estricta ortodoxia andersoniana, por prohibir rigurosamente hablar en las logias de temas políticos y religiosos y por admitir en su seno sólo a varones que creen en Dios y en la inmortalidad del alma. Esta masonería "regular", representada principalmente por la Gran Logia de Inglaterra, tiene una presencia mayoritaria en países anglosajones y cuenta también con importantes asentamientos en países latinos.

Las segundas o "irregulares", seguidoras con mayores o menores matices de los ejemplos belga y francés, denominada también inexactamente masonería latina, se caracterizaron por permitir en sus templos el debate político (no necesariamente partidista) y religioso y, por iniciar y afiliar agnósticos y ateos. Dentro de la masonería irregular se situaron también aquellas obediencias que dieron entrada a la mujer en los trabajos de logia. La compleja situación creada por el nacimiento de las obediencias irregulares, ha perdurado hasta nuestros días. Incluso la Gran Logia de Inglaterra, sólo se ha limitado a exigir la ortodoxia formal de las obediencias que auspicia y ha cerrado los ojos, con demasiada frecuencia, a las realidades socio-ideológicas de las mismas. Dicha corruptela ha dado lugar a que muchas obediencias, tenidas oficialmente por regulares (especialmente establecidas en países de la Europa Meridional y de Iberoamérica), estén impregnadas de un espíritu anticlerical y laicista, contrario, sin duda, a la neutralidad político-religiosa exigida por las Constituciones de Anderson.

Como resultado de todo ello, en la actualidad coexisten en cada país ramas masónicas (Grandes Orientes y Grandes Logias), de talantes ideológicos muy distintos. Así, al lado de familias masónicas de corte tradicionalista conviven las radicalmente racionalistas y librepensadoras.

En el ámbito latino la Association Maçonnique International, fundada en 1921, entre obediencias de distintos países durante la Primera Guerra Mundial, hizo pública la siguiente declaración: «La Francmasonería, institución tradicional filantrópica y progresiva, basada en la aceptación del principio de que todos los hombres son hermanos, tiene por objeto la búsqueda de la verdad, el estudio y la práctica de la moral y de la solidaridad. La Francmasonería trabaja en el mejoramiento material y moral, así como en el perfeccionamiento intelectual y social de la humanidad. Tiene por principio la tolerancia mutua, el respeto a los demás y a uno mismo, la libertad de conciencia. Tiene como deber extender a todos los miembros de la Humanidad los vínculos fraternales que unen a los Francmasones en toda la superficie del globo».

A pesar de sus pretensiones conciliatorias esta declaración fue rechazada por los masones ingleses porque no existía ninguna referencia al Gran Arquitecto del Universo. El 4 de septiembre de 1929 la Gran Logia de Inglaterra dirigió a todas las obediencias vinculadas con ella una memoria concretando las condiciones imprescindibles para el reconocimiento masónico en los ocho puntos siguientes:

1. Regularidad de origen, es decir, cada Gran Logia legalmente establecida por una Gran Logia reconocida, o al menos por tres logias regularmente constituidas.

2. La creencia en el Gran Arquitecto del Universo y en su Voluntad Revelada es una condición esencial para la admisión de cada miembro.

3. Todos los iniciados aceptan su Obligación sobre, o en presencia, de un Volumen abierto de Lay Santa; lo que significa que la Revelación de lo Alto ata la conciencia de aquel que se inicia.

4. Los Miembros de la Gran Logia y de las Logias individuales deben componerse de hombres exclusivamente; y cada Gran Logia no mantendrá relación alguna con las logias mixtas o de los organismos que admiten a mujeres como miembros.

5. La Gran Logia tendrá poderes de jurisdicción soberanos sobre las Logia bajo su control.

6. Las Tres Grandes Luces de la Franc-Masonería: el Volumen de la Ley Santa, la Escuadra y el Compás, estarán siempre expuestos durante los Trabajos de la Gran Logia y de las Logias de su obediencia. La más importante de las tres es el volumen de la Ley Santa.

7. Toda discusión religiosa o política está absolutamente prohibida en el interior de las Logias.

8. Los principios de los antiguos Reglamentos, Usos y Costumbres de la Franc-Masonería serán estrictamente observados.

El Gran Oriente de Francia y otras ramas irregulares no admitieron las declaraciones de la obediencia inglesa. Ello no impide, sin embargo, que el espíritu masónico tenga una profunda unidad. Incluso puede hablarse de un conjunto de características institucionales comunes a todas las familias masónicas que permiten identificarlas.

En síntesis puede afirmarse que la masonería es una asociación humanista y fraternal, que tiene como meta inmediata el perfeccionamiento intelectual y moral de sus miembros y como objetivo último la solidaridad del género humano. Se sostiene en el principio de tolerancia y se declara institucionalmente ajena a todo interés de confesión religiosa, escuela filosófica o partido político. Está dotada de una inconfundible vocación universalista, luchando contra los prejuicios de todo tipo que dividen y separan a los hombres. Por último posee un carácter eminentemente iniciático, diferenciándose así de otras instituciones exclusivamente filantrópicas o culturales, e imparte sus enseñanzas a través de un peculiar lenguaje simbólico heredado, fundamentalmente, de los constructores medievales.

Extractado de: Pedro Álvarez Lázaro (Universidad Pontificia de Comillas), "Origen, Evolución y Naturaleza de la masonería contemporánea", en Pedro Álvarez Lázaro (coord.), Maçonaria, egreja e liberalismo. Masonería, Iglesia y Liberalismo, Actas da Semana da Faculdade de Teologia, Porto, 1994, Porto-Madrid, 1996, pp. 46-53.

DE LA MASONERÍA OPERATIVA A LA ESPECULATIVA


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DE LA MASONERÍA OPERATIVA A LA ESPECULATIVA

Los orígenes medievales de la masonería actual es universalmente aceptada por la historiografía científica. El primer autor que emitió tal opinión fue el Abad Grandidier de Estrasburgo, que no era masón, y quien para componer su obra Essai historique et topographique sur l´eglise cathédrale de Strasbourg (Larrault, Strasbourg, 1782) encontró en el archivo de la capilla de Nuestra Señora de Estrasburgo, documentos originales que demostraban que la sociedad de francmasones era muy similar a las corporaciones de albañiles que habían trabajado en Estrasburgo tres siglos antes. La opinión de Grandidier fue acogida por Vogel en sus Briefen über dei Freimaurerei (Nürberg, 1785), y por H. C. Albrecht, en sus Materialien zu einer Kritischen Geschichte der Freimaurerei (Hamburg, 1792).

Posteriormente un grupo de investigadores alemanes de comienzos del siglo XIX descubrieron y examinaron críticamente nueva documentación; todos ellos masones y verdaderos creadores de la masonología científica. Destacaron K. CH. F. Krause, F. Mossdorf, F. Heldmann, I. A. Fessler y G. Kloss. Estos hombres demostraron con pruebas fehacientes que la sociedad de los francmasones no tenía ningún objeto ni fin político, ni era una orden cualquiera de caballeros, sino que procedía de las corporaciones de oficios de la Edad Media.

Su historia suele dividirse en tres grandes periodos convencionales:

El primero, en el que la masonería es denominada operativa, que abarca los siglos XIII a XVI, y coincide con la edificación de las grandes catedrales góticas en la que el centro de unión de los colectivos masónicos gravitaba sobre el oficio de la construcción.

El segundo, o de los Masones Aceptados, abarca el siglo XVII y los primeros lustros del XVIII. Se trata de un tiempo de transición en el que las sociedades masónicas fueron admitiendo miembros honoríficos, llamados accepted masons, no dedicados a la construcción.

El tercer y último comienza en 1717 y llega hasta nuestros días. En este tiempo se califica a la masonería como especulativa porque está compuesta únicamente por miembros «adoptados» de modo que se separa definitivamente del arte de la construcción y persigue exclusivamente una finalidad ética. Aunque la masonería especulativa conserva la terminología propia de la construcción, su significado es meramente simbólico.

La masonería operativa

Sus precedentes inmediatos haya que situarlos en la edificación de conventos románicos en los siglos XI y XII llevadas a cabo por monjes, primero benedictinos y después cistercienses. El Abad asumía normalmente la responsabilidad de diseñar los planos y de dirigir las obras aunque muy pronto, al lado de los monjes arquitectos aparecieron los a arquitectos laicos.



El cobertizo del fondo, utilizado para el trazado de planos y trabajo de la piedra fue el antecedente de la logia masónica

Se considera que su fundador fue el Abad Guillermo Von Hirschan, conde palatino de Scheuren (1000-1091), quien por primera vez llamó y reunió obreros de todos los oficios para la ampliación y terminación de las obras de la abadía de Hirschan, en calidad de hermanos laicos. Aunque los frailes soportaban el peso principal de los trabajos, para la construcción de los grandes monasterios necesitaron la ayuda de un buen número de obreros y técnicos seglares, y en ocasiones se recurrió a los servicios de especialistas de zonas tan alejadas como Bizancio. Muy pronto, al lado de los monjes arquitectos aparecieron los arquitectos laicos. La idea del innovador Abad fue imitada de modo que ya en el siglo XIII habían aparecido varias logias independientes de las abadías y unidas entre si, formando un cuerpo al que estaban afiliados los obreros en piedra de Alemania. El lugar donde trabajaban y vivían aquellos operarios contratados se denominaba logia. Las logias medievales se rigieron por unos estatutos y reglamentos. La documentación conservada aporta, importantes informaciones sobre la instrucción graduada que recibían los masones operativos, el carácter iniciático y simbólico de su aprendizaje y las obligaciones ético-religiosas que adquirían.

Así, por ejemplo, según los Estatutos de Ratisbona de 1459, los constructores formaban un cuerpo independiente de la masa de los obreros, distinguiéndose entre ellos palabras de contraseña y toques. A esto llamaban la consigna verbal, el saludo, la contraseña manual. Los aprendices, compañeros y maestros eran recibidos en ceremonias particulares y secretas. El aprendiz elevado al grado de compañero prestaba juramento de no divulgar jamás de palabra o por escrito las palabras secretas del saludo (art. 55). En este y otros textos antiguos se explica que todo masón medieval cubría un periodo de formación que abarcaba tres etapas: las de aprendiz, compañero y maestro. El aprendiz trabajaba bajo la dirección de un maestro de 5 a 7 años. A continuación, tras sopesar sus cualidades, la logia le proponía pasar al grado de compañero. En el caso de ser admitido se procedía a una ceremonia de iniciación y, posteriormente, el nuevo compañero recorría Europa durante dos o tres años para perfeccionar su arte, pero siempre debía trabajar en obras controladas por su gremio. No era extraño que el compañero masón, influido por su contacto con otras formas culturales, cambiase sus ideas estrechas y localistas por otras mucho más amplias y cosmopolitas. El viaje que se imponía a los canteros alemanes solía durar dos años y era condición sine qua non para estar en aptitud de alcanzar la maestría.

En todo caso, la masonería medieval no fue una mera institución técnico-profesional, sino que poseyó también un carácter esencialmente iniciático. Así para ser recibido compañero el aspirante debía someterse a unas ceremonias rituales de sumo interés. En su obra Die Mysterien der Freimaurer Bowie ihr einzig wahrer Grund und Ursprung (Leipzig, 1859), M. F. A. Fallou las detalla de esta forma:

«El día señalado, el aspirante (a compañero) se presentaba en el lugar de reunión del cuerpo de oficio, entraban todos los cofrades, desarmados porque este lugar estaba reservado a la paz y a la concordia, y el maestro abría la sesión. Empezaba por participar a los allí reunidos, que habían sido convocados para asistir a la recepción de un candidato, y encargaba a uno de sus miembros que fuese a prepararlo. Este invitaba entonces al compañero a adoptar, siguiendo la antigua costumbre de los paganos, el aspecto de un mendigo: se le despojaba de sus armas y de todos los objetos metálicos que llevaba; se le denudaba el pecho y el pie derecho, y se le vendaban los ojos. Con este aspecto era conducido a la puerta del salón preparado para el objeto, que se abría después de haber llamado con tres golpes fuera.

El segundo presidente guiaba al neófito hasta el maestro, quien lo hacía arrodillar, mientras se elevaba una plegaria al Altísimo. Terminada esta parte de la ceremonia se hacía dar al candidato tres vueltas alrededor del salón y se le colocaba en la puerta, donde le enseñaban a poner los pies en escuadra y a adelantar tres pasos hasta el sitio del maestro. Delante del maestro, sobre una mesa, se encontraba un libro de los Evangelios abierto, una escuadra y un compás, sobre los cuales, según la antigua costumbre, el candidato extendía su mano derecha para jurar fidelidad a las leyes de la cofradía, aceptar sus obligaciones y guardar el más absoluto secreto sobre lo que sabía y lo que pudiera aprender en lo sucesivo.

Prestado el juramento se redescubrían los ojos, se le mostraba la triple luz, se le daba un mandil nuevo y la palabra de paso, y se le enseñaba el sitio que debía ocupar en la sala de corporación».

Estas ceremonias iniciáticas ponían desde el primer momento al nuevo hermano en contacto con el misterio simbólico y ejercían en él un efecto catártico. En las mismas, además de las costumbres tradicionales, se transmitía a los nuevos masones una enseñanza secreta de la arquitectura y una ciencia mística de los números. Como símbolos más cualificados se contaban el compás, la escuadra, el nivel y la regla, que dentro de las logias tenían una significación moral precisa.

En las logias medievales todos los miembros gozaban de iguales derechos, tenían las mismas obligaciones y se consideraban hermanos. La igualdad de los miembros en el interior de la corporación, el celo empleado en la enseñanza técnica y la vigilancia de los individuos en el progreso moral, fueron los sólidos fundamentos del desarrollo y de la perfección progresiva de la institución fraternal. En la edificación de una catedral, el tallista de piedra, contribuía a la glorificación del Ser Supremo, al ejercicio de la piedad y a la propagación de la doctrina cristiana.



Los masones aceptados

En el siglo XVII las logias abrieron sus puertas a cualificados miembros honoríficos desvinculados del arte de la construcción, y, en consecuencia, experimentaron cambios sustanciales en su composición sociológica. Con estos nuevos cofrades o accepted masons, la masonería fue perdiendo paulatinamente su carácter profesional y adquiriendo mayor vocación intelectual y nuevos horizontes espirituales.

Aquellos masones aceptados, algunos de ellos miembros destacados de instituciones científicas tan prestigiosas como la Royal Society de Londres, trataron de incorporar al universo mental de las logias los ideales de tolerancia y universalismo profetizados por las utopías de Bacon, Campanella o Valentín Andrea; Comenio, Newton, Locke, Grotius, etc., e intentaron hacer de la masonería una sociedad imbuida de orden material, de honestidad, de sinceridad, y deseosa de mantener la paz social dentro de una máxima libertad.



La masonería especulativa

El 24 de junio de 1717, en la fiesta de San Juan, se reunieron cuatro logias de masones aceptados en Londres, acordando la creación de la Gran Logia de Londres, dirigida por un Gran Maestro. A partir de entonces únicamente la Gran Logia tendría autoridad para crear nuevas logias, naciendo con este hecho la legitimidad masónica llamada Regularidad. La Gran Logia de Londres encargó la redacción de unas constituciones a dos pastores protestantes: James Anderson y Teófilo Desaguliers. En 1723 apareció la primera edición de Constituciones de Anderson (James Anderson, The Constitutions of the free-masons. Containing History, Charges, Regulations, of that most ancient and right worshipful fraternity, Printed by William Hunter, London, 1723).

Las Constituciones de Anderson se dividen en las cuatro partes siguientes: 1ª Historia de la Masonería, o más propiamente del arte de construir; 2ª Obligaciones de una francmasón; 3ª Reglamentos generales; y 4ª Cantos masónicos con sus músicas.

El artículo primero de la segunda parte mencionada está referido a las obligaciones del masón respecto a Dios y a la religión y dice textualmente:

«Un masón está obligado, por su carácter, a obedecer la ley moral, y si comprende correctamente el Arte, no será nunca un ateo estúpido ni un libertino irreligioso. Pero aunque en los tiempos antiguos los masones estaban obligados a pertenecer a la religión dominante en su país, cualquier que fuese ésta, se considera hoy más conveniente obligarles únicamente a profesar aquella religión sobre la que todos los hombres están de acuerdo, dejando a cada uno libre en sus propias opiniones, es decir ser hombres de bien y leales, y hombres de honor y probidad, cualesquiera que sean las denominaciones y las creencias que les distingan; de esta suerte la masonería es el Centro de Unión y el medio de conciliar una amistad entre personas que hubieran permanecido perpetuamente distanciadas».

El hecho de que tales planteamientos correspondan a las primeras décadas del siglo XVIII aumenta su significación.

A modo de síntesis pueden destacarse cuatro puntos:

1º La masonería exige la creencia en Dios, al que denominará genéricamente Gran Arquitecto del Universo, pero es ajena a cualquier profesión religiosa determinada.

2º La masonería proclama la libertad de conciencia, respetando las creencias religiosas individuales.

3º La masonería es una institución fraternal creada para ser centro de unión entre hombres.

4º El fundamento esencial de la masonería es la integridad ética.

Respecto a la actitud de la masonería frente al Estado, decía el artículo 2º:

«El masón ha de ser pacífico súbdito de los poderes civiles, cualquiera que sea el lugar donde trabaje o resida, y no mezclarse nunca en complots o conspiraciones contra la paz y el bienestar de la nación, ni faltar a sus deberes con los magistrados inferiores».

Por tanto, la institución masónica debe ser apolítica y debe respetar las ideas políticas de sus miembros en cuanto ciudadanos. Al neutralismo religioso del artículo I se añade el neutralismo político de este artículo II. La explicación de esta pretensión viene expresada en el artículo VI:

«No se ha de decir ni hacer nada ofensivo ni que arriesgue la conversación libre, porque estropearía nuestra armonía y desbarataría nuestros laudables propósitos. Por tanto no se promoverán disputas ni discusiones privadas en el recinto de la logia, y mucho menos contiendas sobre religión, nacionalidades o política de Estado, porque en calidad de masones no sólo somos miembros de la religión universal mencionada, sino también de todas las naciones, lenguas, y razas, y nos oponemos a toda política, porque no ha contribuido nunca ni podrá contribuir jamás al bienestar de la logia».

Como reacción a la creación de la Gran Logia de Londres otras logias proto-especulativas reaccionaron incentivando nuevas fundaciones y llegaron a instalar en 1751 una Gran Logia de Masones Antiguos y Aceptados y a publicar unas constituciones propias en 1756. No obstante, en 1813 la Gran Logia de Londres y la Gran Logia de Masones Antiguos y Aceptados se fusionaron y crearon la Gran Logia Unida de Inglaterra, de modo que la inmensa mayoría de los talleres masónicos de Gran Bretaña se mantuvieron fieles a las Constituciones de Anderson.

Extractado de. Pedro Álvarez Lázaro (Universidad Pontificia Comillas), "Origen, Evolución y Naturaleza de la masonería contemporánea", en Pedro Álvarez Lázaro (coord.), Maçonaria, egreja e liberalismo. Masonería, Iglesia y Liberalismo, Actas da Semana da Faculdade de Teologia, Porto, 1994, Porto-Madrid, 1996, pp. 33-46.

LOS COLLEGIA FABRORUM ROMANOS Y EL ORIGEN DE LA MASONERÍA




LOS COLLEGIA FABRORUM ROMANOS Y EL ORIGEN DE LA MASONERÍA



Los más remotos antecedentes occidentales de las corporaciones de oficio se sitúan en los collegia romanos (Plutarco, Numa, 15 y Plinio, Hist. Nat. 34.1). Todavía se conservan restos de la antigua legislación de las XII Tablas (Digesto 47,22,4) en materia de los grados de profesionalización de los asociados.


Monumento funerario a Lucio Alfio, Maestro de Obras de Aquila, siglo III, Italia

La política romana en esta materia penduló entre la tibia permisibilidad y la prohibición matizada, hasta que fueron prácticamente intervenidos por la Administración Pública como forma de controlar los contratos colectivos de trabajo en áreas sensiblemente vitales para el Imperio. Como compensación por este intervencionismo estatal, los colegios artesanales gozaron del privilegio de exención del servicio militar (Not. Teod. 1,26), la dispensa de funciones municipales (Cód. Teod. 12,1), la exención de ciertos impuestos y cargas extraordinarias (Cód. Teod. 14,2,2) o de todo servicio público, etc. : “Ordenamos que los que practican las artes enumeradas en lista adjunta, sea cual sea la ciudad que habitan, estén exentos de todos los servicios públicos, a condición de que dediquen su tiempo a aprender sus oficios. Por este medio pueden llegar a ser más provechosos y enseñar a sus hijos: Arquitectos, constructores de techos artesonados (laquerarii), yeseros, carpinteros, médicos, canteros, plateros, constructores, veterinarios, albañiles (quadratarii), oradores (barbaricarii), los que hacen pavimentos (scansores), pintores, escultores…” (Edicto de Constantino del año 337, recogido en el Código Teodosiano 13,4). Sin embargo, este constante intervencionismo acabó por anquilosar la fuerza productiva de los collegia que, faltos de estímulo e incapaces de soportar las exigencias de la maquinaria estatal, entraron en decadencia.

Respecto al Imperio romano de Oriente, las medidas coercitivas apenas tuvieron repercusión. Por el contrario, en contraste significativo con el Codigo Teodosiano y demás legislación del Imperio romano de Occidente, el Código de Justiniano mantiene y aplica en Oriente precisamente aquellas leyes que consagran las inmunidades o los privilegios de los obreros (Cod. Justin. 10.44.1; cf. Cód. Teod. 12.4.2). Respecto a sus costumbres internas, sus miembros se reunían en fechas determinadas en los lugares de asamblea que las inscripciones designaban con el nombre de «scholae». Tenían sus propios templos y toda una serie de instituciones y costumbres religiosas (por ejemplo, el culto al dios Jano o las festividades de los solsticios de verano e invierno) que se perpetuaron incluso después del triunfo del culto cristiano (San Juan de verano y San Juan de invierno), provocando la intervención de algunos emperadores. Así por ejemplo, en el 399 Arcadio y Honorio amonestaron a algunos Collegia por mantener algunas costumbres paganas (CI 1,1,4).


Jano, capilla de Saint-Vulphy, siglo XVI, Rue (Francia)


La pervivencia de los collegia fabrorum en la Edad Media

Desde el siglo XVIII, los historiadores han venido discutiendo en qué medida las corporaciones de oficio medievales fueron herederas de los collegia fabrorum romanos y, en consecuencia, prolongaron algunas de sus costumbres y conocimientos.

Tenemos documentada la existencia en Italia de corporaciones de oficios en el siglo VI. Así, una Carta del Papa Gregorio I al obispo de Nápoles advirtiéndole de que amonestara al conde de Nápoles por interferir en la vida de los jaboneros de la ciudad, prueba no solo la existencia de esta corporación, sino que además tenía recursos suficientes como para excitar al poder eclesiástico contra el poder civil.

Por su parte, el Edictus Rotarii del año 643 recoge un Memoratorium de mercedibus commacinorum (Leges Langobardorum, cc. 144-145, MGH, ed. F. Beyerle, 1962, p. 37) que concede una serie de privilegios, fundamentalmente económicos, a unos magistri commacini. ¿Quiénes eran estos commacini? Frente a la hipótesis que hace de commacini un locativo derivado de los habitantes de la isla del lago Como, el análisis filológico debe centrarse en que el texto longobardo no menciona a unos comacini, sino a los com-macini, es decir, a los maestros “cum mako”, “cum machina” o “cum macina”. La palabra “mako”, procedente del antiguo verbo de origen germánico (franco) “makon” (alemán Mahen) que significa “construir” y del que deriva la palabra makjo, será incorporada al latín como “macione”. Así, San Isidoro de Sevilla menciona a los maciones o machiones como constructores de paredes, equivalentes a los muratores o murarii romanos. Poco tiempo después, la palabra macion derivará en maçon (constructor).


Construcción de una torre. Lámina del siglo XIV. Museo Correr, Venecia

Sobre la pervivencia de las corporaciones de oficios y de los usos propios de los talleres de cantería, Beda el Venerable proporciona un dato interesante. En una de sus obras comenta que hacia el año 675 en el remoto Wearmouth (Northumbria), su maestro Benito Biscop fue capaz de levantar dos iglesias según técnicas constructivas al uso romano (more romano), “con albañiles y demás obreros procedentes de la Galia” (Bedae Venerabilis Opera Historica, ed. Plumier, I, 368). Esto parece probar que en Inglaterra, tras las invasiones de pictos, anglos y sajones, ya no existían collegia fabrorum debidamente cualificados por lo que hubo que contratarlos en la Galia. Otro dato que suele aducirse como prueba de la pervivencia de las corporaciones de oficio es el diploma del rey Ildebrando de 4 de marzo de 746 por el que confirma a la iglesia de San Antonio de Piacenza la cesión del tributo de treinta libras de jabón que debían de entregar los jaboneros de la ciudad al Palacio regio.

En la polémica sobre el origen de las corporaciones medievales, se olvida que el derecho y las instituciones romanas tuvieron una perfecta y vigorosa salud en la parte oriental del Imperio al menos hasta la caída de Constantinopla en 1453. Es más, tras la desaparición del Imperio romano de Occidente, alguno de sus territorios fue colonizado materialmente durante siglos por Bizancio, especialmente el sur de España y algunos territorios de la península itálica. De hecho, ya la dinastía merovingia se dejó seducir por la cultura bizantina, como también lo hizo el Imperio carolingio tras anexionarse el reino longobardo y, con ello, la administración longobarda que había acogido el sistema tributario romano y la organización laboral vertebrada en torno a los officia romanos.

Aunque se admita que la conquista lombarda en el Norte de Italia pudo romper la continuidad de la organización gremial, los collegia fueron reconstituidos, más pronto o más tarde, por la propia Administración pública utilizando la planta institucional bizantina. A pesar de la parquedad de los documentos de estos siglos “mudos”, en Italia esta teoría ha sido probada en lo que se refiere a los acuñadores de moneda (monetarii) demostrándose la continuidad medieval de los collegia romanos. Pero lo importante es que, al parecer, no fue un caso aislado. Los reyes lombardos, y después de ellos los emperadores francos, favorecieron la organización gremial como medio de percibir de sus miembros contribuciones en dinero, especies o servicios a cambio de una concesión formal de monopolio.

En algunas ciudades de la Italia medieval continuaba la tradición semántica romana occidental y oriental de denominar a las corporaciones como collegium, ministerium, officium, o scholae. Herederos de las scholae bizantinas (Codex Iustinianeo 1, 23, 7) son las corporaciones de oficios que aparecen en un documento de principios del siglo XI que describe la organización de unos “ministeria” dependientes del camerario del rey de Pavía en la segunda mitad del siglo X (Honorontie civitatis Papie, MGH Scriptores 30,2, ed. por A. Hofmeister, Hannover, 1934, pp. 1444-1453). Allí, los ministeria aparecen como asociaciones de hombres libres que ejercen el monopolio de su oficio, aunque trabajan a la órdenes y con salarios fijados por el monarca. El documento cita a varios oficios o ministeria; acuñadores de moneda, jaboneros, pescaderos, constructores de barcos…Y en 1164 Federico Barbarroja emite un diploma de concesión de privilegios al conde San Bonifacio en el que se menciona a los fornai y macellai.

Caso singular es el de la ciudad y comarca de Bolonia, cuyas corporaciones de oficio han sido minuciosamente estudiadas. Tal documentación ha permitido concluir; 1º que las corporaciones eran agrupaciones de trabajadores de un mismo oficio; 2º que los jefes de tales corporaciones se denominaban “ministrales”; 3º eran elegidos anualmente por los miembros de cada corporación; 4º todos ellos estaban obligados a acudir a la llamada de la autoridad, por ejemplo en caso de incendio (“si vocatus ad regimen”), etc. Por otra parte, los Estatutos de Bolonia de 1250 mencionan a los iscarii como funcionarios municipales encargados de la inspección y supervisión de determinadas actividades locales como el control de las actividades profesionales, etc. Ahora bien, tales iscarii podrían ser los herederos de los funcionarios municipales de época longobarda, dado que asumen las mismas funciones. Pero también es posible que esa reaparición del derecho romano haya venido de la parte oriental del Imperio. A estos efectos, es importante destacar la influencia ejercida por el Libro del Prefecto en la normativa de algunos municipios italianos. El Libro del Prefecto era un texto de derecho bizantino que regulaba los diferentes ámbitos de la vida municipal bajo la inspección de ese funcionario. Su influencia en las ciudades italianas sirvió para centralizar aún más el control del cobro de los munera (tributos) a las corporaciones profesionales y determinar sus obligaciones, límites de su monopolio, privilegios e inmunidades, reglas del oficio, etc. En todo caso, respecto a la comarca de Bolonia, todo avala la continuidad y parentesco institucional de funciones y competencias de los collegia romanos, los corpora o scholae bizantinos y los ministeria altomedievales en cuanto agrupaciones por razón del oficio, bajo el control de la autoridad pública (el Municipio) y obligados a prestaciones excepcionales a cambio de un régimen de monopolio profesional que llevaba aparejada la concesión de determinados privilegios.

Por otra parte, la influencia bizantina no se limitó a la comarca boloñesa. La documentación medieval de Nápoles, Roma, Ravena y otras ciudades prueba la existencia de scholae de piscatorum, aceiteros, “macellatorum”, sandalariorum, etc. desde los años 943, 1002, 1030, 1115, 1158 por influencia de las instituciones bizantinas y del Libro del Prefecto. Igualmente, tenemos algunos datos que avalarían la transmisión del arte constructivo bizantino en centroeuropa. Como ejemplo, en 1091 el obispo Meinwerk de Padeborn hizo construir la capilla de San Bartolomé “per graecos operarios”.

A partir del siglo XIII, el creciente poder económico y social de las corporaciones profesionales estaba ya tan asentado como para propiciar la entrada de sus representantes en los respectivos Ayuntamientos y dirigir la vida municipal. Por estas fechas, los gremios acumulaban fondos especiales de reserva, distribuían auxilios a los miembros en desgracia, adquirían propiedades, dotaban hospitales y aprobaban contribuciones regulares a casas religiosas y otras obras beneficencia. Como cofradías, honraban a los muertos, costeando el sepelio de los miembros pobres y asistiendo a los servicios fúnebres. El Santo patrón era honrado con fiestas, y se hizo costumbre general pagar a los predicadores más populares por sus sermones en tales ocasiones. De las actas de sus reuniones se comprueba que se celebraban con un ceremonial semejante al observado en época romana. Se mantiene la práctica de la elección periódica de sus altos oficiales, el procedimiento de votar por bolas blancas y negras, etc.

En realidad, esta continuidad esencial del sistema corporativo romano oriental en Europa no debería extrañar tanto si reparamos en que todavía prolongó su existencia siglos después de la caída de Constantinopla en el año 1453. En efecto, merced a la influencia del artesanado cristiano, todavía en las últimas décadas del siglo XIX Auguste Choisy pudo encontrar en las corporaciones de albañiles de Constantinopla y en las grandes ciudades del Imperio Otomano (como Salónica) la estructura, el ritual y los apelativos mismos de las corporaciones de la época de Justiniano, continuadoras a su vez de los collegia de la antigüedad pagana. Sentado lo anterior, afirmar la continuidad medieval de ciertos usos o prácticas corporativas romanas, no parece descabellado.

Extractado de: Javier Alvarado Planas, Heráldica, simbolismo y usos tradicionales de las corporaciones de Oficio; las marcas de canteros, Madrid, 2009, pp. 13-22.

¿FUNDÓ EL CONDE DE ARANDA LA MASONERÍA EN ESPAÑA?



¿FUNDÓ EL CONDE DE ARANDA LA MASONERÍA EN ESPAÑA?


Pedro Pablo Abarca de Bolea y Ximénez de Urrea, X conde de Aranda, dos veces grande de España de primera clase, nació el 1 de agosto de 1719 y fallecería a los 79 años de edad, el 9 de enero de 1798.

Pedro Pablo Abarca (1719-1798) X Conde de Aranda, Presidente del Consejo de Castilla (1766-1773) y Secretario de Estado de Carlos IV (1792)


Entre los capítulos de su vida puesta al servicio de cuatro reyes: Felipe V, Fernando VI, Carlos III y Carlos IV, resulta difícil establecer una escala de valores que dé la medida exacta de este aragonés que llegó a ser el capitán general más joven de Carlos III, y que, al margen de sus campañas militares en Italia, alcanzó entre otras metas la de embajador en Portugal (1755-56), director general de Artillería e Ingenieros (1756-58), embajador en Polonia (1760-62), general en jefe del Ejército invasor de Portugal (1762-63), presidente del Alto Tribunal Militar que juzgó la pérdida de La Habana (1764), capitán general y virrey de Valencia (1764-1766), presidente del Consejo de Castilla y capitán general de Castilla (1766-1773), embajador y ministro plenipotenciario en París (1773-1787) y finalmente secretario interino de Estado o primer ministro de Carlos IV (1792), para luego continuar como consejero de Estado (1793-94). Reinando ya Fernando VI, fue nombrado mariscal de Campo (abril 1747). El 28 de mayo de 1755, Aranda, que sólo contaba 36 años de edad, era ascendido a teniente general. Y el 3 de abril de 1763 -tenía entonces 43 años- alcanzó la máxima jerarquía; el grado de capitán general del Ejército español. Este extraordinario palmarés político-militar, podríamos completarlo con sus honores, preeminencias y sus 23 títulos nobiliarios.

Respecto a si Aranda era o no masón, si fundó o no el Grande Oriente Español, en primer lugar hay que constatar la poca unanimidad y las constantes contradicciones existentes entre los que de una forma u otra se han ocupado de "historiar" la masonería española. De ellos sólo cabe destacar el uso del tópico fácil, la total ausencia de pruebas, la transposición de ideologías, y en última instancia el desconocimiento, no ya de la historia masónica, sino en algunos casos incluso de la española. Así, por ejemplo, cuando se estudia una figura tan clave como Carlos III, el único rey europeo del que quizás se conservan más testimonios autógrafos de su pensamiento antimasónico, tanto durante los 25 años de su estancia y reinado de Nápoles, como después en los 29 años en que fue rey de España. Califica una y otra vez a la masonería en su correspondencia privada como ese "gravísimo negocio o perniciosa secta".

Entre los colaboradores masónicos de Carlos III suelen citarse Esquilache, Wall, Campomanes, Miguel de la Nava, Jovellanos, Pedro del Río, Valle Salazar, Roda, Olavide, el duque de Alba, y de un modo especial el conde de Aranda.

La cuestión de la iniciación de Aranda al Gran Arquitecto del Universo fue planteada por primera vez por Vicente de la Fuente, en 1874, si bien no se atrevió a tomar partido. Al año siguiente, una comunicación dirigida por el Grande Oriente de España al mundo masón, reproducida por Deschamps reveló que Aranda había sido uno de los miembros más celosos de la Masonería y además su primer Gran Maestre en España.

Morayta, al que su calidad de Gran Maestre hace que se le suponga enterado de los secretos de la Orden, dice,"que "el conde de Aranda ejerció el cargo de gran comendador votado al constituirse en 1760, en una reunión de representantes de logias, el Gran Oriente español. Las logias que hasta entonces vivían auspiciadas por Inglaterra, afirmaron en aquel día su independencia, su nacionalidad". Lo mismo repiten Eguía, Suárez-Guillén, Reig, Tirado y Rojas, Carlavilla y tantos otros que se han ocupado de la masonería española desde dentro o desde fuera. •Lo que por lo visto no sabía Morayta, y por supuesto tampoco los que después de él le han copiado con una total ausencia de crítica histórica, es que en primer lugar Aranda precisamente ese año, el de 1760, estaba de embajador en Polonia; y en segundo lugar, que los Grandes Orientes nacieron a la vida francmasónica en 1773, al ser nombrado el duque de Chartres Gran Maestre de la masonería francesa, que dejó de llamarse Gran Logia Nacional de Francia, tomando el de Grande Oriente Nacional de Francia.

Sin embargo, es más frecuente dar como fecha de la fundación de la primera Gran Logia Española por Aranda el año 1767, año en que fueron expulsados los jesuitas de España.

Pero la logia "Tres flores de lys", más conocida por "La Matritense", única logia española, si excluimos las inglesas de Gibraltar y Menorca, que figuraba en las listas oficiales de la Gran Logia de Inglaterra, fue borrada de esas listas precisamente el 27 de enero de 1768, simplemente por el hecho de que hacía ya mucho tiempo que no daba señales de vida.

Frente a quienes aseguran que el conde de Aranda fundó el Gran Oriente de España en 1780, hay que indicar que tampoco esto es cierto pues precisamente el año 1780, al igual que ocurrió en 1776, 1777 y1779, el conde de Aranda no estaba en España. Todas esas fechas coinciden con su estancia en París como embajador español, donde permaneció desde agosto de 1773 hasta 1787.

Y si como tantos autores afirman, Aranda fue iniciado en París importando a su regreso la reforma francesa del Grande Oriente, lo cierto es que no hay la menor alusión o referencia a la iniciación masónica de Aranda en los archivos del Grande Oriente de Francia.

En resumen, que todas las noticias dadas hasta ahora sobre la masonería del conde de Aranda, aparte de no contar con una sola prueba, ni siquiera ofrecen un mínimo de certeza, ya que todas ellas son confusas y contradictorias, cuando no claramente falsas.

Extractado de: José Antonio Ferrer Benimeli, “El conde de Aranda, ese gran desconocido”, en Argensola, Revista de Ciencias Sociales del Instituto de Estudios Altoaragoneses, 71-78 (1971-1974), pp. 23-52.