viernes, 21 de febrero de 2020

LA MASONERÍA EN LA OBRA DE RENÉ GUENÓN



LA MASONERÍA EN LA OBRA
DE
RENÉ GUENÓN

Francisco Ariza

Esta conferencia formó parte de la "Semana Guenoniana de Buenos Aires.
René Guénon, Testigo de la Tradición",
celebrada en la Biblioteca del Congreso de la Nación en Agosto de 2001.
Las jornadas estuvieron coordinadas por Emilio J. Corbière.



Quienes han leído y estudiado la obra de René Guénon, habrán sin duda reparado en las muchas veces que en ella se alude al simbolismo masónico y a la Masonería en general. En efecto, aunque Guénon no escribió ningún libro dedicado explícitamente a la Masonería sus referencias a ésta son constantes, hasta el punto de que casi todo lo que sobre ella escribió ha llegado a conformar, una vez reunido, dos gruesos volúmenes de más de seiscientas páginas publicados bajo el título de Etudes sur la Franc-Maçonnerie et le Compagnonnage, cuya primera edición data de 1964, trece años después de la desaparición de su autor.

Pero antes de esa recopilación se llevaron a cabo otras en donde se incluyeron también artículos tratando de la Masonería, como es el caso de Initiation et Réalisation Spirituelle, que contiene dos: "Sobre la 'Glorificación del trabajo'" y "Trabajo iniciático colectivo y 'presencia' espiritual". Asimismo en Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada, aparecido por primera vez en 1962, tenemos varios capítulos de contenidos y títulos claramente masónicos: "La letra G y el svástika", "Acerca de los dos San Juan", "La 'piedra angular' ", "Reunir lo disperso", "Piedra bruta y piedra tallada", "La cadena de unión", "El 'cuatro de cifra' " y "El ojo que lo ve todo". En este último volumen, que está dividido en varias secciones, también hay otros capítulos que aunque no sean estrictamente masónicos, sí aluden a la Masonería, especialmente en aquellos que han sido agrupados bajo el nombre de "Simbolismo constructivo", e igualmente en "Simbolismo de la forma cósmica", "Simbolismo axial y simbolismo de pasaje" y "Simbolismo del corazón".

Sin embargo no se queda aquí todo lo que Guénon escribió sobre la Masonería. Tendremos en cuenta también las referencias que sobre ésta existen en otros libros editados en vida del autor. Hablamos de El esoterismo de Dante, El Rey del Mundo, La crisis del mundo moderno, El reino de la cantidad y los signos de los tiempos, Apreciaciones sobre la iniciación y La Gran Tríada.

En este libro, que es por cierto el último que publicó Guénon (1946) hallamos varios capítulos donde menciona algunos datos importantes de la simbólica masónica relacionados con la cosmogonía hermético-alquímica y el taoísmo, tradición que Guénon conocía perfectamente, pues según algunos de sus biógrafos había sido iniciado en ella por los mismos años en que también obtuvo la iniciación masónica e igualmente la sufí. Por otro lado, es sabido que junto al taoísmo, la fuente principal de donde Guénon extrajo sus conocimientos sobre la metafísica fue sobre todo la tradición hindú, como se ve reflejado en dos de sus libros más emblemáticos: El hombre y su devenir según el Vedanta (1925) y Los estados múltiples del ser (1933).

Naturalmente no es nuestra intención hablar de todos los artículos y libros donde Guénon abordó el tema masónico, pues esto exigiría unos desarrollos que estarían fuera de lo que es el marco de una conferencia. Lo que pretendemos es simplemente señalar que en la obra de Guénon la Masonería ocupa un lugar muy importante, y siempre está presente en mayor o menor medida allí donde trata de los grandes temas de la Filosofía Perenne y la Ciencia Sagrada, revelados a través de los símbolos cosmogónicos y metafísicos que han dado su estructura y su ser a todas las culturas y civilizaciones a lo largo de la historia, y que ciertamente están también en los fundamentos de la cultura occidental, aunque hoy en día apenas nos percatemos de ello.

Por eso mismo es imposible separar la parte de esa obra dedicada a la Masonería de todo lo demás, pues una cosa de la que se da cuenta cualquiera que la haya leído con atención y sin prejuicios de ningún tipo es de que ella conforma un todo unitario, vertebrado en torno a un eje que no es otro que la exposición de la doctrina metafísica, y que a partir de ese punto de vista más elevado, verdadera piedra angular de la obra guenoniana, se organiza y adquiere un sentido coherente todo el resto. De ahí que el lector masón deba tener en cuenta "toda" la obra guenoniana y no sólo una parte de la misma si quiere entender en profundidad lo que en ella se dice acerca de la propia Masonería y su simbólica. En este sentido, para dicho lector el conjunto de esa obra pasará a ser una verdadera guía intelectual, que en un primer momento despertará en él el interés por sus símbolos y ritos, y posteriormente contribuirá de manera gradual al conocimiento de las ideas que a través de ellos se expresan y transmiten, coadyuvando así a su propia realización interior y personal.

Pongamos un ejemplo de lo que decimos. Anteriormente, cuando mencionamos la obra masónica de Guénon, no dijimos nada de El Simbolismo de la Cruz (1931), sencillamente porque en él no se menciona en ningún momento a la Masonería (excepto una leve mención en una nota del cap. IV a J. M. Ragon y su Ritual del grado de Rosacruz), y en este sentido no estaría incluido dentro de ese índice. Y sin embargo se trata de uno de los libros de Guénon donde más se habla de geometría, ciencia en la que se fundamenta el arte de la arquitectura y que los antiguos masones identificaban con la propia Masonería. Por tanto aunque a ésta, como decimos, ni se la nombre, no por ello deja de estar presente de manera implícita en casi todo lo que allí se dice y se sugiere.

Ciertamente la cruz es un símbolo universal, y en este sentido lo que él expresa y manifiesta (nada menos que la estructura del cosmos y los principios de orden metafísico de los que esa estructura extrae toda su realidad) ha estado presente en todas las culturas sagradas y escuelas iniciáticas de la humanidad desde tiempo inmemorial. Por lo tanto también está en la Masonería, y por eso creemos que para un masón este libro puede reportarle unas enseñanzas que sin duda van a serle de una ayuda inestimable para conocer en profundidad la simbólica de su Orden, especialmente aquellas que se relacionan directamente con el simbolismo constructivo, en el que la geometría, en efecto, desempeña un papel esencial en tanto que vehículo de la Idea misma de la construcción, aquella que los masones llaman el Gran Arquitecto o Gran Geómetra del Universo. ¿Cómo entonces, nos preguntamos, no se iba a hablar de la Masonería en el libro más "geométrico" de Guénon?

Está claro que sí se habla; por ejemplo, en el mencionado cap. IV, titulado "Las direcciones del espacio", reconoceremos inmediatamente que todo lo que allí se dice tiene una relación directa con la simbólica de la orientación de la logia, que es en sí misma una imagen simbólica del Mundo, y dentro de la cual los masones se trasladan de Oriente a Occidente, de Mediodía a Septentrión, teniendo como referencia constante el centro de la misma, por donde pasa la dirección vertical Cénit-Nadir que une lo más alto de los cielos con lo más profundo de la tierra. Por otro lado, el simbolismo cosmogónico y metafísico de esa dirección vertical, o eje del mundo, aparece descrita en el cap. XXIII, titulado "Significación del eje vertical: la influencia de la voluntad del cielo", y no podemos evitar el establecer una correspondencia entre ese eje vertical y lo que significa el símbolo de la plomada dentro de la Masonería, pues en efecto en la iconografía masónica aparece muchas veces la plomada que pende directamente de la mano del Gran Arquitecto, descendiendo en perpendicular hacia el centro o corazón de la logia, representación del propio centro o corazón del masón, que une así su ser individual a su Origen y Principio.




Esa misma plomada podemos verla, junto con el nivel, en el siguiente capítulo, titulado "El rayo celeste y su plano de reflexión". El rayo celeste equivaldría a la plomada y el plano de reflexión al nivel, símbolo de la horizontal y del propio estado individual del ser humano, el cual encuentra la posibilidad de trascender o transmutar dicho estado gracias a la influencia de ese rayo celeste. Naturalmente que existen otras interpretaciones de la plomada y el nivel, sobre todo en su aplicación como útiles de la construcción, pero esa aplicación estará integrada perfectamente dentro de una lectura más amplia, más realmente universal, que es, a nuestro entender, a la que remite Guénon en esos y en otros capítulos en los que aborda las interrelaciones entre el eje vertical y el horizontal, como es el caso del cap. XIV, llamado "El simbolismo del tejido", cuya lectura hará evocar inevitablemente en un lector masón el simbolismo del pavimento mosaico, formado por el entrelazamiento de cuadrados blancos y negros idénticos a los del tablero de ajedrez o de damas, y que en efecto aparece como un símbolo de la propia estructura del cosmos. Y cómo no ver, en fin, en lo que se dice en el cap. XXIX, titulado "El centro y la circunferencia", las enseñanzas que se derivan del simbolismo del compás, instrumento que sirve justamente para trazar la figura del círculo, formada por el centro y la circunferencia que emana de él por intermedio de los cuatro radios de la cruz, constituida también por dos escuadras unidas por sus vértices respectivos.

En este sentido debemos recordar que es propio de la Ciencia Simbólica establecer constantes relaciones, correspondencias y analogías entre los distintos símbolos y también entre las múltiples interpretaciones que se hagan de un mismo símbolo. Como dice Guénon en el prólogo a El Simbolismo de la Cruz: "Estos sentidos simbólicos múltiples y jerárquicamente superpuestos en absoluto se excluyen entre sí, como tampoco excluyen el sentido literal; al contrario, concuerdan perfectamente entre ellos, ya que en realidad expresan las aplicaciones de un mismo principio en órdenes diversos; y así se complementan y corroboran integrándose en la armonía de la síntesis total. Además, es esto precisamente lo que hace del simbolismo un lenguaje mucho menos estrechamente limitado que el lenguaje ordinario, y el único apto para la comunicación de determinadas verdades; de esta manera, abre unas posibilidades de concepción verdaderamente ilimitadas, por lo que constituye el lenguaje iniciático por excelencia, el vehículo indispensable de toda enseñanza tradicional."

Pero centrémonos en aquella parte de la obra de Guénon donde se menciona de forma directa a la Masonería. En los dos volúmenes de Etudes sur la Franc-Maçonnerie et le Compagnonnage a los que hacíamos alusión anteriormente, observaremos que en el Anexo del segundo de esos volúmenes están recogidos los artículos masónicos que Guénon escribió para la revista La Gnose entre los años 1910 y 1912, revista que él mismo dirigió, y en la que trató de muchos otros temas relativos a la metafísica y al simbolismo, tanto de Oriente como de Occidente. De hecho en ese período de su vida, cuando tan sólo contaba veintitantos años, Guénon traza ya las líneas generales de lo que será su obra y demuestra tener un conocimiento profundo de la doctrina tradicional en sus diferentes y variadas expresiones.

Naturalmente ese conocimiento también se extendía a la Masonería, de la que Guénon era miembro activo durante aquellos años. En efecto, leyendo esos primeros artículos masónicos comprobamos que nuestro autor tenía ya una idea muy clara de lo que es y representa la Orden masónica, considerándola como un eslabón de la "cadena áurea" o Gran Tradición Unánime.

Como el propio Guénon dice a este respecto en "La Gnosis y la Francmasonería", su primer artículo masónico que data de marzo de 1910: "'La Gnosis, ha dicho el M.•. Il.•. H.•. Albert Pike, es la esencia y el meollo de la Francmasonería'. Por Gnosis debemos entender aquí ese Conocimiento tradicional que constituye el fondo común de todas las iniciaciones, cuyas doctrinas y símbolos se han transmitido, desde la más remota antigüedad hasta nuestros días, a través de todas las Fraternidades secretas cuya extensa cadena jamás ha sido interrumpida". Más adelante, hablando de los orígenes históricos de la Masonería moderna dice que ésta "deriva de una fusión parcial de los Rosa-Cruces, quienes habían conservado la doctrina gnóstica desde la edad media, con las antiguas corporaciones de Masones Constructores, cuyas herramientas, por lo demás, ya habían sido empleadas como símbolos por los filósofos herméticos". A continuación, reflexionando sobre el significado de la iniciación masónica, afirma que ésta: "como toda iniciación, tiene por finalidad la conquista del Conocimiento integral, que es la Gnosis en el verdadero sentido de la palabra. Podemos decir que es este Conocimiento mismo el que, hablando con propiedad, constituye realmente el secreto masónico, y por esta razón dicho secreto resulta esencialmente incomunicable (...). Agregaremos que, para nosotros, la Masonería no puede ni debe sujetarse a ninguna opinión filosófica particular, que ella no es más espiritualista que materialista, ni tampoco más deísta que atea o panteísta, en el sentido que habitualmente se atribuye a estas diversas denominaciones, puesto que ella deber ser pura y simplemente la Masonería.

Cada uno de sus miembros, al entrar en el Templo, debe despojarse de su personalidad profana y hacer abstracción de cuanto sea extraño a los principios fundamentales de la Masonería, principios a cuyo alrededor todos debieran unirse para trabajar en común en la Gran Obra de la Construcción universal".

En otro artículo de abril del mismo año, titulado "La Ortodoxia Masónica", Guénon aclara qué es la verdadera "regularidad" masónica, que lejos de estar fundamentada en consideraciones puramente históricas consiste, por el contrario, "en seguir fielmente la Tradición, en conservar con cuidado los símbolos y las formas rituales que expresan esta Tradición y que son como su ropaje, y en rechazar toda innovación sospechosa de modernidad. Y es a propósito que empleamos aquí la palabra modernidad, para designar esta tendencia demasiado difundida que, en Masonería como en todas partes, se caracteriza por el abuso de la crítica, el rechazo del simbolismo y la negación de todo aquello que constituye la Ciencia esotérica y tradicional.

No obstante, no queremos decir con ello que la Masonería, para ser ortodoxa, deba ceñirse a un formalismo estrecho, en que lo ritual deba ser algo absolutamente inflexible, dentro del cual no se pueda añadir ni suprimir nada sin hacerse responsable de algún tipo de sacrilegio; esto sería dar muestra de un dogmatismo que resulta del todo extraño e incluso contrario al espíritu masónico. La Tradición no excluye de ningún modo la evolución ni el progreso, los rituales pueden y deben ser modificados todas las veces que sea necesario para adaptarse a las condiciones variables de tiempo y de lugar pero, bien entendido, únicamente en la medida en que estas modificaciones no afecten a ningún aspecto esencial. El cambio en los detalles del ritual importa poco siempre y cuando la enseñanza iniciática que se desprenda de ellos no sufra ninguna alteración; y la multiplicidad de Ritos no tendría graves inconvenientes, quizá incluso tendría ciertas ventajas, si desgraciadamente no tuviera demasiado a menudo como consecuencia, sirviendo de pretexto a enojosas disensiones entre Obediencias rivales, comprometer la unidad, si se quiere ideal, pero con todo real, de la Masonería universal".

En estos dos artículos lo que Guénon afirma con una claridad meridiana es que la esencia de la Masonería, su razón profunda de ser, es el Conocimiento, la Gnosis, vehiculada por los símbolos y los ritos que jalonan la vía iniciática, los cuales predisponen al alma humana para recibir el don de la inteligencia, es decir la capacidad de poder "leer interiormente", que es lo que significa precisamente la palabra inteligencia, pudiendo desarrollar así todas las cualidades que porta en sí misma y que en el estado ordinario están como dormidas o en potencia. En la Masonería ese desarrollo se vive como un paso de las "tinieblas a la luz", o del "caos al orden". Por otro lado, la posibilidad vertical del Conocimiento es coetánea con el tiempo, por lo que las formas simbólicas y rituales que lo transmiten necesitan ser adaptadas a la mentalidad de los hombres y mujeres de cualquier momento histórico, pero conservando siempre lo esencial de esa transmisión, a saber: el influjo espiritual capaz de promover en el ser humano una completa transformación. Las innovaciones que no tienen en cuenta esta última premisa están abocadas al fracaso y pueden llevar a la Orden a su disolución en el mundo profano, pero lo contrario es igualmente nefasto, pues negar esa adaptación a los tiempos acabaría finalmente por petrificarla, convirtiéndola en letra muerta sin espíritu alguno que la vivificase. Las adaptaciones de que estamos hablando son siempre un delicado juego de equilibrio entre lo vertical, que es la esencia que el símbolo manifiesta, y lo horizontal, que son las circunstancias históricas, personales e individuales de los seres humanos. Conjugar armoniosamente ambas, pero asumiendo que existe una preeminencia de lo vertical sobre lo horizontal, de la esencia inmutable sobre la forma siempre cambiante, es lo que ha permitido que el Conocimiento y su transmisión se haya perpetuado de generación en generación a lo largo de los tiempos. Esto es lo que ha sabido hacer la Masonería en diversos momentos de su historia y por eso ha llegado hasta nuestros días.





El resto de artículos comprendidos en esos dos volúmenes de Etudes sur la Franc-Maçonnerie et le Compagnonnage corresponden ya a la época en que Guénon escribe el grueso de su obra, y se prolongarán hasta poco tiempo antes de su paso al Oriente Eterno. De hecho el último artículo dedicado a la Masonería data de diciembre de 1948 y su título es "Palabra perdida y nombres substituidos". A nuestro entender se trata de uno de sus artículos masónicos más importantes, pues en él aborda el tema central de la iniciación masónica: la búsqueda de la Palabra perdida y los diversos nombres simbólicos que la substituyen.

Esa Palabra no es sino el verdadero Nombre del Gran Arquitecto del Universo, y su pérdida, según cuentan las leyendas masónicas, se produce como consecuencia de la muerte del maestro Hiram. Sin entrar en los pormenores de ese estudio, que desde luego recomendamos vivamente, diremos que Guénon vincula la pérdida de esa Palabra con el período de oscurecimiento espiritual que vive la humanidad desde hace ya mucho tiempo, y al que desde luego no es ajena la Masonería. Si no, no se hablaría de pérdida, ya sea de esa Palabra o de cualquier otra cosa que, en todas las tradiciones, simboliza la posesión de lo que Guénon llama el estado primordial, que es el estado original del ser humano, y cuya recuperación es lo que se plantea en toda iniciación a los misterios de la vida, del hombre y del cosmos. Así pues, lo que se ha perdido en esta época de oscurecimiento (que los hindúes llaman Kali-Yuga o "Edad Sombría", y los antiguos griegos la "Edad de Hierro") es precisamente ese estado primordial, aunque también podría decirse, con Guénon, que más que perdido está oculto, encerrado en lo más profundo de la caverna del corazón de todo ser.

Entre los dos volúmenes de Etudes sur la Franc-Maçonnerie et le Compagnonnage contabilizamos un total de 22 artículos, de los que además de los nombrados destacaremos: "A propósito de los signos corporativos", "Masones y Carpinteros", "A propósito del Gran Arquitecto del Universo", "Concepciones científicas e ideal masónico", "Los Altos Grados masónicos", "Heredom", "Iniciación femenina e iniciación de oficio", "El Compañerazgo y los Bohemios", "A propósito de los peregrinajes", "A propósito de los constructores de la Edad Media" y "El crisma y el corazón en las antiguas marcas corporativas". Asimismo no podemos dejar de mencionar el apartado de reseñas de libros y revistas dedicados a los temas masónicos, que ocupan una gran parte de esos volúmenes, y que van desde el año 1929 hasta 1950.

Prácticamente todas esas reseñas están escritas para la revista Le Voile d'Isis (en la que empezó a colaborar en 1925), y que a partir de 1936 pasó a llamarse, bajo inspiración suya, Etudes Traditionnelles. Diremos que en esa revista Guénon escribió casi todos sus artículos sobre simbolismo y la doctrina tradicional, artículos que una vez recopilados han llegado a conformar ocho de sus 27 libros, sin contar los dos que estamos comentando.

Centrándonos un momento en las reseñas masónicas, diremos que Guénon no sólo se limita a hacer una recensión de ellas, sino que en bastantes ocasiones también aprovecha la oportunidad de incluir consideraciones relativas al simbolismo masónico y a todo cuanto concierne al universo de la Masonería, con lo cual muchas de esas reseñas, ya sean de libros o de revistas, suponen igualmente aspectos importantes a tener en cuenta dentro de los estudios de Guénon referentes a la Orden. Huelga decir que nuestro autor estaba permanentemente informado de todo lo que aparecía en el mundo editorial masónico, por lo que sus reseñas también podrían tomarse como una guía bibliográfica destinada a todos aquellos masones interesados en conocer los símbolos y la historia de la Masonería. Incluso en algunas de esas reseñas dice cosas que no menciona en sus artículos y libros, como por ejemplo cuando se refiere a la simbólica de la regla de 24 pulgadas (págs. 178 a 180 del tomo II), diciendo que está en relación con la división del día en dos partes de 12 horas cada una. O cuando reseñando un número de la revista The Speculative Mason que trata sobre los manuscritos de los "Old Charges" págs. 176 a 178 también del IIº tomo), nos dice que en esos manuscritos el nombre que aparece como el del arquitecto del Templo de Salomón no es el de Hiram sino el de Amón, lo cual le lleva a la conclusión de que a través de ese nombre la Masonería se vinculaba con la antigua tradición egipcia.

Pero Guénon no sólo reseñaba lo propiamente masónico sino que también daba constancia de cuantos libros y revistas de carácter antimasónico caían en sus manos. Sin duda consideraba importante que sus lectores, masones o no, tuvieran conocimiento de los adversarios de la Masonería, que son en definitiva los adversarios, bien por pura ignorancia o mala fe, de la verdadera Gnosis y la Ciencia Sagrada, y de todo cuanto representa las ideas de Libertad, de Igualdad y de Fraternidad.

En este sentido debemos recordar las constantes denuncias hechas por Guénon en sus reseñas a la Revista Internacional de las Sociedades Secretas (R.I.S.S.), que era en realidad un nido de contrainiciados que en la línea del tenebroso Leo Taxil pretendían ridiculizar a la Masonería y su simbolismo, al que tildaban nada menos que de "satánico". Esta auténtica impostura, además de revelar una ignorancia completa acerca de los símbolos sagrados, escondía una intención muy clara de acabar con la única institución iniciática que aún pervive en Occidente, la cual es, como más adelante veremos, el "arca" receptora de su verdadera espiritualidad.

Guénon, como "guardián de la Tierra Santa" que también era, tenía asimismo como función impedir que determinadas influencias sutiles extremadamente negativas penetraran dentro del ámbito iniciático y masónico, y nada mejor para ello que denunciar y neutralizar desde el plano de las ideas a quienes eran los vehículos de esas influencias. Como dice a este respecto Federico González en su libro Esoterismo Siglo XXI. En torno a René Guénon (pág.173): "En cuanto a la lucha contra el Mal (...) es obvio que René Guénon veía en esas entidades concretas que lo encarnaban -cualesquiera que ellas fuesen o incluso imaginase- la inmensa batalla cósmica (como es propio en el trance chamánico) agravado todo ello por haber existido en el periodo cíclico -fin del Kali-Yuga- que le había tocado vivir. Sin duda mucho de lo que ha escrito, sobre todo en sus polémicas, no es sólo la necesidad de defenderse del Adversario, sino también las armas con que lo rechaza; son maldiciones (que forman parte del arte de mal-decir) perfectamente correlativas con las inmensas bendiciones que ha traído a sus lectores."

Pero refiriéndonos a las revistas propiamente masónicas reseñadas por Guénon hemos de destacar especialmente Le Symbolisme, The Grand Lodge Bulletin d'Iowa, Masonic Ligth y la ya mencionada The Speculative Mason. La primera de estas revistas, Le Symbolisme, era en cierto modo el órgano de la Gran Logia de Francia, a la que había pertenecido Guénon en su período de actividad masónica, pues su logia (llamada Thebah) formaba parte de esa Obediencia. 4 En esta revista publicaban sus trabajos los más renombrados masones franceses de su tiempo, como Oswald Wirth, Marius Lepage, François Ménard, Albert Lantoine, etc. Todos ellos y muchos más mantenían además una frecuente relación epistolar con Guénon, sobre todo desde el momento en que éste se establece en Egipto a partir de 1931. Las otras revistas que hemos nombrado pertenecían al ámbito de la Masonería anglosajona, tanto de Inglaterra como de EE.UU. y Canadá.

Hemos de decir que Guénon siempre tuvo una especial consideración hacia esa rama de la Masonería, y dentro de ésta su interés se centraba sobre todo en las logias que habían conservado con mayor o menor pureza los antiguos rituales operativos, en los que el simbolismo constructivo tiene un lugar destacadísimo. De hecho, y a pesar de su nombre, la revista The Speculative Mason (El Masón Especulativo) recogía los artículos de masones que formaban parte de esas logias operativas. Hemos de decir que esos artículos fueron siempre una fuente de información importante para Guénon, pues de ellos extrajo parte de sus conocimientos sobre la antigua Masonería. De entre esos artículos merecen destacarse los que llevaban la firma de Clement Stretton, de Thomas Carr o de John Yarker, integrantes de la "Venerable Sociedad de los Masones Libres" (todavía existente), la cual decía remontar su origen a la Masonería anterior a 1717.

Hemos dicho en parte, pues Guénon también conocía la simbólica operativa a través de otras fuentes distintas a éstas, y no precisamente escritas sino orales. En este sentido, debemos recordar que hace unos años apareció en la revista masónica francesa Travaux de la Loge national de recherches Villard de Honnecourt un artículo que llevaba por título "Algunos aspectos de la doctrina de René Guénon". Su autor, Franz Vreede, había sido amigo personal de Guénon durante más de treinta años. En ese artículo Vreede cuenta que Guénon le hizo "saber que él era miembro de una Maestría, es decir de un grupo de maestros en todos los grados cuya tradición oral se remontaba a la época artesanal de la Masonería francesa. Como consecuencia de las dificultades que degeneraron en decadencia, los grupos de maestros, según Guénon, decidieron mantener la tradición antigua completamente pura.

Para impedir en el futuro cualquier desviación, divulgación o traición, decidieron el anonimato de los miembros y que, en adelante, ya no hubieran más estatutos ni documentos escritos, tampoco candidaturas, sino aceptación de nuevos miembros por cooptación secreta" (...) Comprendí entonces, añade finalmente F. Vreede, de qué fuente auténtica Guénon obtenía sus extensos conocimientos del ritual y de los símbolos de la tradición antigua de constructores de catedrales y de su ciencia geométrica atribuida a Pitágoras, sin la cual el Gran Arte no podría existir".

Más arriba hablábamos del interés de Guénon por la rama anglosajona de la Masonería y por las logias que habían conservado el legado operativo más o menos intacto. Pero en realidad ese interés lo extendió a toda la Masonería sin excepción, pues siempre vio a ésta como una unidad en lo esencial, a pesar de la pluralidad de Ritos existentes, reflejo sin duda alguna de las diversas herencias tradicionales que la Orden masónica ha ido recibiendo a lo largo del tiempo, haciendo así realidad uno de sus lemas principales: "difundir la luz y reunir lo disperso".

De entre los Ritos de que estamos hablando Guénon conocía perfectamente el Escocés Antiguo y Aceptado, entre otras cosas porque es el que practicó durante su período de actividad masónica en la logia Thebah. Y su interés en este Rito se centraba sobre todo en su sistema de altos grados, algunos de los cuales fueron elaborados a partir de la herencia dejada por otras organizaciones iniciáticas diferentes de la Masonería, pero con las que ésta guardaba una estrecha vinculación gracias a su pertenencia común a la gran corriente del Hermetismo, como veremos a continuación.

En realidad la institución de los altos grados pertenece a todos los Ritos masónicos, y si bien es ésta una cuestión en la que no podemos entrar de lleno, sí dejaremos constancia al menos de manera sucinta de lo que Guénon pensaba al respecto.




En el artículo antes mencionado "Palabra perdida y nombres substituidos" distingue nuestro autor dentro de los altos grados dos aspectos bien diferenciados: por un lado, aquellos "que tienen un lazo directo con la Masonería, y por otro los que pueden ser considerados como representando vestigios o recuerdos, que se injertaron en la Masonería o 'cristalizaron' de alguna manera a su alrededor, de antiguas organizaciones iniciáticas occidentales diferentes a ella".

En cuanto al primer aspecto, el de los altos grados que tienen un vínculo directo con la Masonería propiamente dicha, es decir con la que hereda el simbolismo de las corporaciones de constructores, Guénon nos dice en el mismo artículo citado que: "estos grados pueden ser considerados como constituyendo propiamente extensiones o desarrollos del grado de Maestro; es incontestable que, en principio, éste es autosuficiente, pero de hecho la gran dificultad que encuentra en desarrollar todo lo que implícitamente contiene justifica la existencia de esos desarrollos ulteriores. Se trata, pues, de una ayuda aportada a aquellos que desean realizar lo que no poseen sino de manera virtual". Más adelante Guénon continúa: "A decir verdad, si el grado de Maestro fuese más explícito, o si todos aquellos que fueran admitidos estuvieran verdaderamente más cualificados, es en su interior mismo donde esos desarrollos encontrarían su lugar, sin que sean necesarios otros grados nominalmente distintos de aquel".

Y en nota añade: "El Maestro, por lo mismo que posee 'la plenitud de los derechos masónicos', sobre todo tiene el de acceder a todos los conocimientos incluidos en la forma iniciática a la cual pertenece; es esto, por otra parte, lo que expresaba netamente la antigua concepción del 'Maestro en todos los grados', la cual parece completamente olvidada hoy en día".

Entre esos altos grados complementarios al de Maestro, Guénon subraya especialmente el de "Royal Arch" perteneciente al Rito inglés, considerándolo como el "nec plus ultra" de la iniciación masónica. En este sentido creemos que es interesante señalar que Guénon habla extensamente del "Royal Arch" en su artículo sobre "La piedra angular", que como ya dijimos está incluido en Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada dentro de la sección "Simbolismo constructivo". Nos atreveríamos incluso a decir que casi todo lo que en ese artículo se dice está referido específicamente a la simbólica contenida en ese grado, lo cual muestra suficientemente la importancia que le concedía dentro de la "Gran Obra" masónica.

En cuanto al segundo aspecto, el de los altos grados que representan vestigios de otras organizaciones iniciáticas distintas de la Masonería, Guénon asegura que "la razón de ser de estos últimos grados (...) es en suma la conservación de lo que puede mantenerse todavía de las iniciaciones de que se trata, y ello de la única manera en que es posible tras su desaparición en tanto que formas independientes; ciertamente habría mucho que decir sobre este papel conservador de la Masonería y sobre la posibilidad que ese papel le ofrece de suplir en cierta medida la ausencia de iniciaciones de otro orden en el mundo occidental actual".

Esto último es sumamente importante, pues ese papel conservador que Guénon asigna a la Masonería convierte a ésta en una especie de "arca" receptora de los gérmenes espirituales de diversas organizaciones iniciáticas y esotéricas que conformaron la historia y el ser de Occidente hasta los mismos albores de los tiempos modernos, justo en el momento en que nace la Masonería actual. Guénon habla concretamente de aquellas organizaciones que procedían directamente del Hermetismo y de las órdenes de caballería emparentadas con este último, y deja entender que es en la Masonería Escocesa (la del Rito Escocés Antiguo y Aceptado) donde se ha conservado con más nitidez esa herencia hermética y caballeresca.

Así lo deja entrever Guénon en El esoterismo de Dante, especialmente en los capítulos II, III y IV, en los que habla de algunos altos grados del Escocismo vinculándolos con su origen hermético y caballeresco. Entre estos altos grados Guénon destaca el 18º y los que conforman los "Grados Filosóficos o Areópagos", como por ejemplo el 26º y el 30º, este último llamado Caballero Kadosh, y a quien también consideraba como el nec plus ultra de la iniciación masónica.




Desde luego que habría mucho que decir sobre todo esto, pues no es un tema menor el papel que Guénon asignaba a la Masonería dentro del esoterismo contemporáneo. Pero resumiendo he aquí finalmente lo que nos dice en su artículo sobre "Los Altos Grados": "Nosotros los consideramos como teniendo una utilidad práctica incontestable, pero con la condición, desafortunadamente muy poco realizada, sobre todo hoy en día, de que cumplan verdaderamente con el fin para el que fueron creados. Por ello sería necesario que los Talleres de estos altos grados fuesen reservados a los estudios filosóficos y metafísicos, muy olvidados en las Logias simbólicas [las de los tres primeros grados]; nunca se debería olvidar el carácter iniciático de la Masonería, que no es ni puede ser, diga quien lo diga, ni un club político ni una asociación de socorros mutuos. Sin duda, no se puede comunicar aquello que es inexpresable por esencia, porque los verdaderos arcanos se defienden ellos mismos de cualquier indiscreción; pero al menos se pueden dar las claves que permitirán a cada cual obtener la iniciación real por sus propios esfuerzos y su meditación personal, y se puede también, siguiendo la Tradición y la práctica constante de los Templos y Colegios iniciáticos de todos los tiempos y de todos los países, situar a aquel que aspira a la iniciación en las condiciones más favorables de realización. No nos extenderemos más sobre este asunto, pensando haber dicho lo suficiente para hacer entrever lo que podrían ser los altos grados masónicos, si, en lugar de quererlos suprimir pura y simplemente, se hiciera de ellos verdaderos centros iniciáticos encargados de transmitir la ciencia esotérica y conservar íntegramente el depósito sagrado de la Tradición ortodoxa, una y universal".

Estamos convencidos que el estudio de la obra guenoniana ayuda a crear esas "condiciones favorables" entre los masones que aspiran a conocer algo más que una simple lectura moral y alegórica de su patrimonio simbólico y ritual, que al fin y al cabo es el que da sentido a la propia Orden masónica, y por extensión a los trabajos que realizan dentro de la logia y también consigo mismos.

En este sentido no podemos dejar de mencionar en este breve repaso por la obra masónica de Guénon sus dos libros dedicados al gran tema de la iniciación, en los que expone los principios teóricos que jalonan la experiencia en la vía del Conocimiento. Esos libros serían, pues, una guía también para el propio masón, que verá en ellos un complemento perfecto a los estudios sobre el simbolismo y la metafísica. Estamos hablando de Apreciaciones sobre la iniciación e Initiation et Réalisation Spirituelle, a los que ya nos referimos al comienzo. Como dijimos entonces el segundo de esos dos libros es en realidad una recopilación de artículos aparecidos a lo largo de los años en la revista Etudes Traditionnelles, revista que fue durante todo el tiempo en que Guénon colaboró en ella (colaboración que sólo se interrumpió tras su fallecimiento), uno de los foros más importantes en la difusión de la Gnosis en Occidente. También dijimos que en él aparecen dos artículos referidos directamente a la Masonería: "Sobre la 'Glorificación del trabajo'" y "Trabajo iniciático colectivo y 'presencia' espiritual". En ambos el tema central no es otro que explicar la naturaleza del trabajo iniciático, que en la Masonería también reviste una forma grupal como todas las iniciaciones basadas en el oficio. Pero Guénon se encarga de aclarar que ese trabajo grupal "no puede sustituir jamás el trabajo personal y puramente interior de cada uno". Ahora bien ya se trate de trabajo colectivo (como el que llevan a cabo todos los miembros de una logia), como del trabajo personal, ambos no serían posibles, o mejor dicho no serían efectivos si no se hicieran "A la Gloria" del Principio bajo el cual se cumplen dichos trabajos, Principio que como sabemos en la Masonería recibe el nombre de Gran Arquitecto del Universo. Es la simiente del influjo espiritual del Gran Arquitecto la que recibe el recipiendario al comienzo de su carrera masónica, y a partir de ahí será el esfuerzo o la voluntad personal por superar su condición profana, guiada necesariamente por la meditación y la comprensión de las ideas reveladas en los símbolos y ritos de la Orden, lo que irá propiciando paulatinamente el despertar y el desarrollo de los talentos, cualidades y virtudes que porta en su interior.

Pues la recepción de ese influjo no añade nada que el ser humano no posea ya en sí mismo, que no esté previamente en su naturaleza. De ahí la máxima socrática que figura también como uno de los lemas de la Masonería:
"Conócete a ti mismo".

En Apreciaciones sobre la iniciación, Guénon desarrolla y profundiza en todas estas cuestiones, y en bastantes ocasiones el lector masón tendrá la sensación de que Guénon le está hablando directamente a él, hasta el punto de que llega a considerar a Apreciaciones sobre la iniciación como un libro perfectamente masónico. Así ocurre, por ejemplo, cuando lee capítulos tales como "De las cualificaciones iniciáticas", "De los ritos iniciáticos", "El rito y el símbolo", "Mitos, misterios y símbolos", "Ritos y ceremonias", "De las pruebas iniciáticas", "De la muerte iniciática", "Operativo y especulativo", "Iniciación efectiva e iniciación virtual", "De la enseñanza iniciática" y "Sobre dos divisas iniciáticas".

Diremos que las dos divisas a las que se refiere Guénon en este último capítulo son Post Tenebras Lux (La Luz después de las Tinieblas) y Ordo ab Chao (El Orden extraído del Caos), divisas que pertenecen a los más altos grados de la Masonería Escocesa. Allí podemos leer lo siguiente: "La luz está pues 'después' de las tinieblas, y esto no solamente desde el punto de vista 'macrocósmico', sino también desde el punto de vista 'microcósmico'que es el de la iniciación, puesto que, en este caso las tinieblas representan el mundo profano, de donde viene el recipiendario, o el estado profano en el cual éste se encuentra por de pronto, hasta el momento preciso en que devenga iniciado 'recibiendo la luz'. Por la iniciación el ser pasa entonces 'de las tinieblas a la luz', como el mundo, en su origen (y el simbolismo del 'nacimiento' es aplicable en ambos casos), pasó por el acto del Verbo creador y ordenador. De esta manera la iniciación es verdaderamente, según un carácter por otro lado muy general de los ritos tradicionales, una imagen de 'lo que fue hecho en el principio' ".

Naturalmente, y a pesar de sus múltiples referencias a la Masonería, Apreciaciones sobre la iniciación no es un libro masónico, pero sí está escrito por un maestro masón, como fue Guénon, a la hora de exponer sus ideas sobre la Ciencia Simbólica, vehículo de la Cosmogonía Perenne. Y a pesar de que sus actividades masónicas finalizaran en el año 1913, esto no significa que Guénon no fuera un miembro de la Orden masónica hasta el fin de sus días. Recordemos que en cierta ocasión él mismo dejó escrito que "la cualidad iniciática, una vez que ha sido recibida, de ninguna manera está ligada al hecho de ser miembro activo de tal o cual organización; desde el momento en que la vinculación a una organización tradicional ha sido efectuada, ésta no puede ser rota bajo ninguna circunstancia, subsistiendo incluso hasta cuando el individuo no tenga con esa organización ninguna relación aparente, lo cual no tiene sino una importancia muy relativa al respecto" ("De los ritos iniciáticos", cap. XV de Apreciaciones sobre la iniciación).

Asimismo, también es verdad que si Guénon tuvo tan presente a la Masonería no es porque él mismo fuera masón, sino porque la consideraba la única institución iniciática que aún quedaba en Occidente, pues había sabido conservar su identidad gracias a que sus símbolos y sus ritos todavía son efectivos para los hombres y mujeres nacidos en la sociedad moderna. Guénon, que fue ante todo un intérprete y un transmisor de la Tradición Unánime, escribió para quienes vivimos en dicha sociedad, adecuando el mensaje imperecedero de esa Tradición a nuestra mentalidad, pero conservando al mismo tiempo, como dice Michel Vâlsan en la introducción a Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada, "la presencia discreta de ese elemento indefinible de misterio, de majestad profunda de las realidades, de belleza inefable de las significaciones y de la perfección indudable de los fines, que es propio de los datos de la verdadera ciencia".

No quisiéramos acabar sin mostrar nuestro agradecimiento a la obra guenoniana, y a la de todos aquellos que han bebido de ella y la han tomado como su guía en la búsqueda del Conocimiento, que es en realidad la gran aventura a realizar por cualquier vida humana. Una obra, en fin, que para nosotros está tan viva como lo está el pensamiento que se refleja en ella, pensamiento que no es el de una individualidad (siempre condicionada y limitada), sino que ha sido forjado en la matriz de la Sabiduría y parido por ella, de tal manera que para los que estamos, como decía Proclo, "en el fondo de los pozos de la vida", representa ese puente o escala que puede rescatarnos de esa condición y empezar a concebir una existencia acorde con nuestro verdadero destino, que es también nuestro verdadero origen.


Louis-Claude de Saint-Martin


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El Filósofo Desconocido
Louis-Claude de Saint-Martin


Llamado “El Filósofo Desconocido”, pseudónimo que adoptara en sus escritos, nació en Amboise (Francia), el 18 de Enero de 1743, en el seno de una familia de la nobleza. Fue educado por su padre con la gravedad de costumbres de la época y por su madrastra -pues su madre había fallecido a poco de darle luz-, con ternuras tales que esta impresión sería decisiva en el futuro para todos sus afectos.
Ellas le harían amar a Dios y a los hombres con gran pureza, y su recuerdo sería siempre gratísimo al filósofo en todas las fases de su vida.
Habrá siempre una mujer santamente amada en cada una de las etapas a recorrer.
Su corazón, así dispuesto por el amor, recibió desde las primeras lecturas hechas a la edad en que despuntaba su inteligencia, una impresión y tendencias más decisivas todavía, más internas y más místicas. El libro de Abbadie, “El arte de conocerse a si mismo”, le inició en ese conjunto de estudios de sí mismo y de meditaciones sobre el tipo divino de todas las perfecciones, que sería la gran obra de toda su vida.
Físicamente preparado para los grandes vuelos espirituales, tenía un organismo muy delicado, pero indudablemente predispuesto a la vida del espíritu. A éste respecto dice en su “Mi retrato histórico y filosófico”: “cambié de piel siete veces durante mi niñez, y no se si a causa de éstos accidentes debo tener tan poco de astral”.
Poco se sabe de sus primeros años escolares. Por complacer a su padre y al protector de su familia, el duque de Choiseul, sigue la carrera de derecho, “pero preferiría dedicarse a las bases naturales de la justicia, que a las reglas de la jurisprudencia, cuyo estudio le repugnaba”, afirma su biógrafo M. Gence.
Esto se explica pues a los 18 años ya conocía a los filósofos de moda: Montesquieu, Voltaire y Rousseau, y cuando se ha tomado el hábito de aprender de leyes y costumbres con tales maestros es lógico suponer que Louis-Claude de Saint-Martin oiría con frialdad la palabra de simples profesores de jurisprudencia. En cuanto a la repugnancia que sentía por los códigos y tradiciones de la costumbre aplicadas a la justicia, se explica también por su carácter eminentemente espiritualista.
No obstante continúa sus estudios y se recibe de abogado y siempre por complacencia hacia su padre ingresa en la Magistratura, carrera que abandona seis meses después, a despecho de las perspectivas que ella le deparaba, ya que con la protección del duque de Choiseul le hubiera resultado fácil suceder a un tío suyo que desempeñaba por aquél entonces un puesto de Consejero de Estado.
Ingresa a la carrera de las armas, pese a que detestaba la guerra, no para hacerse una posición o distinguirse en forma llamativa, sino para poder ocuparse de sus estudios favoritos, la religión y la filosofía, evadiéndose así de las doctrinas materialistas de su época que llenaban de alarma su alma tierna y piadosa.
Gracias a la protección del duque de Choiseul, ingresa como subteniente en el regimiento de Foix, que se encontraba de guarnición en Burdeos, aún cuando no tenía instrucción militar alguna.
En aquella ciudad encontró el alimento que su alma pedía: el conocimiento.
En efecto; encuentra allí a uno de esos hombres extraordinarios, Gran Hierofante de iniciaciones secretas: Martines de Pasqualis, portugués de origen israelita, que desde el año 1754 iniciaba adeptos en varias ciudades de Francia, sobre todo en París, Burdeos y Lyon.
Al parecer ninguno de sus alumnos logró el conocimiento total de sus secretos, pues el mismo Louis-Claude de Saint-Martin, que debió ser uno de sus más ilustres discípulos, manifestaba que el Maestro no los encontró suficientemente adelantados como para darles a conocer el supremo secreto.
En esta escuela Martines de Pascualis ofrecía un conjunto de enseñanzas y simbolismos que unidos a ciertos actos de teurgia, obras y plegarias, formaban una especie de culto que permitía ponerse en contacto con las Entidades Superiores.
A este respecto, Louis-Claude de Saint-Martin diría 25 años después que la Sabiduría Divina se sirve de Agentes y Virtudes para hacer conocer el Verbo en nuestro interior, entendiendo por estas palabras a potencias intermediarias entre Dios y el hombre, para lo cual eran condiciones indispensables una gran pureza de cuerpo y de imaginación.
Estos intermediarios serían necesarios hasta tanto el hombre completara el ciclo de evolución, al terminar el cual sería igual a Dios y se uniría a El.
Louis-Claude de Saint-Martin prosigue estos estudios esotéricos en Burdeos desde 1766, y bien pronto despierta en él el deseo de hablar al gran público y de actuar fuertemente sobre las masas.
Siguiendo los deberes de su profesión abandona Burdeos en 1768 para estar de guarnición en Lorient y Longwy, año en el que también su Maestro se traslada a Lyon y París, donde funda nuevas logias.
Esta separación es posiblemente la causa de que Louis-Claude de Saint-Martin abandone la carrera de las armas en 1771, determinación grave en su caso pues implica el bastarse a sí mismo careciendo de medios de fortuna y corriendo el riesgo de disgustar a su padre, lo que felizmente al parecer no sucedió.
Su vocación está ya perfectamente establecida. Él será un Director de almas. De lo alto viene el mandato y su vida se dedicará por entero a ello y a su propio perfeccionamiento.
Se traslada a París, donde bien pronto se pone en contacto con los alumnos de Martines de Pasqualis: el conde D’Hauterive, la marquesa de la Croix, Cazotte y el abate Fournié.
Con los dos primeros persistirá la amistad durante toda la vida por la gran afinidad en sus aspiraciones y especialmente con el conde D’Hauterive, con el que se encuentra desde 1774 en Lyon, ciudad a la que se traslada Louis-Claude de Saint-Martin y en la que Martines de Pasqualis había fundado la Logia de la Beneficencia. En ella siguió un curso de estudios y en compañía de D’Hauterive durante tres años se dedicaron a experimentaciones tendientes a entrar en contacto con los Seres Superiores y lograr el conocimiento físico de la “Causa activa e inteligente”, nombre con que se conocía en esa escuela teúrgica al Verbo, la palabra o el Hijo de Dios.
Por esta época, o sea cercano ya a los treinta años de edad, Saint Martin era ya muy bien recibido en el gran mundo. Se le describe como dueño de una figura expresiva y noble gesto, lleno de distinción y reserva. Su porte anunciaba a la vez el deseo de agradar y el de dar algo. Bien pronto fue muy conocido y buscado en todas partes con gran interés.
Le tocaba actuar en el seno de una sociedad muy mezclada, poco seria y mundana, en la que el rol a desempeñar fue considerable desde el principio.
Nacido en el mundo y amándolo, siempre alegre y espiritual cuando le convenía serlo y habitualmente teósofo grave y humilde con apariencia de inspirado, él gozaba de toda la deferencia que semejante actitud otorga en la sociedad femenina.
Su doctrina, completamente opuesta a la filosofía superficial que reinaba en aquellos días, era justamente la llamada a golpear en los espíritus preparados a oír la gran verdad.
Y mientras iba cumpliendo su misión de director de almas en tan abigarrada sociedad, fructificaban los viejos estudios en largas meditaciones que culminarían en 1775 con la publicación de su obra “De los errores y de la Verdad” publicada en Lyon, con el pseudónimo de El Filósofo Desconocido.
Este libro, refutación de las teorías materialistas en boga en esa época, muestra que la gran fuerza que se manifiesta en el Universo y que le guía, su causa activa, es la Palabra Divina, el Logos o el Verbo. Es por el Verbo, por el Hijo de Dios, que el mundo material fue creado, como así también el mundo espiritual. El Verbo es la unidad de todos los poderes morales o físicos. Es por él, o tal vez emanado de él, que se tiene todo cuanto existe.
Esto último, la teoría de la emanación, provocó la ira de sus adversarios, pero sus amigos, viendo en él un audaz y poderoso campeón del espiritualismo que el siglo quería o parecía considerar como definitivamente perdido, se agruparon a su alrededor con gran deferencia. Este debut parecía revelador de un escritor profundo, y aunque en ese entonces Martines de Pasqualis vivía entre ellos, nada publicaba y por el contrario pasaba enteramente desapercibido. Esto trajo posiblemente la confusión de atribuir a Louis-Claude de Saint-Martin la fundación de la escuela de los Martinistas en Alemania y otros países del Norte, lo que al parecer no fue así, pues se trataba de un conglomerado de logias y santuarios que adoptaron las teorías secretas de Martines de Pasqualis más que las de su discípulo.
Louis-Claude de Saint-Martin fracasó, al parecer, como fundador y en realidad la escuela de los Martinistas debió llamarse Martinesistas para distinguirla de los discípulos de Louis-Claude de Saint-Martin.
No era una obra externa su verdadera misión, sino la ya mencionada de director de almas, a punto tal que de sus escritos y correspondencia íntima se deduce claramente que aparte de su labor de propio perfeccionamiento, era su labor de misionero de la Gran Obra que le estaba encomendada. Y a ella se dedicó lleno de ardor, rico en fuertes convicciones, gozando con prudencia de una juventud bien gobernada, empujado por el éxito y muy bien recibido aún donde no lograba su objetivo o sea la dirección del alma, siendo su propaganda activísima en el gran mundo.
Tenía contacto con innumerables personas en muchas localidades de Francia y en todas ellas existían grupos que efectuaban experimentos psíquicos y de mediumnidad. No era éste el fuerte de Louis-Claude de Saint-Martin y aunque reconocía la realidad de ciertos resultados, prefería su papel de enseñante, que le daba muchas satisfacciones y en algunos casos admirables resultados.
Buscaba sus discípulos entre las personalidades más destacadas en la época, ya fueran hombres de ciencia como el astrónomo Lalande que no lo comprendió, o el Cardenal de Richelieu con quién mantuvo varias entrevistas, pero al que por fin debió abandonar debido a su edad y sordera.
Al duque de Orleans, que se haría celebre pocos años más tarde por la revolución, también lo desechó, pese a que ya en ese entonces era el exponente más elevado de las nuevas ideas que iban a cambiar la faz de Francia.
No se apegaba a los hombres; sólo buscaba las almas que necesitaban su dirección.
En 1778, ya en sus 35 años de vida, se traslada a Tolosa, donde por dos veces su corazón parece querer traicionarlo y apegarse afectivamente, a punto de pensar en el matrimonio. Pero poco tiempo después consideraba ambas experiencias como verdaderas pruebas, de las que había sacado como consecuencia que no había nada en la tierra que pudiera apegarlo y alejarlo de su misión.
Pocos meses permaneció en esta localidad, retornando a París, ciudad a la que llamaba su purgatorio.

El Filósofo Desconocido

Louis-Claude de Saint-Martin es el enlace entre las logias místicas de la pre-revolución francesa y las logias sociales de la época liberal.
Hacia fin del siglo XVIII Francia estaba llena de logias masónicas fundadas por Cagliostro y, cercanas a París, en Versailles, Martines de Pasqualis había fundado las que posteriormente se denominarían de los Filaleteos y Orades Profes. Louis-Claude de Saint-Martin, que espiritualmente se sentía alejado de la masonería, tampoco pudo ponerse en contacto con éstas últimas, pues al parecer se dedicaban a experimentos de alquimia, lo que chocaba a su espíritu amigo de un misticismo puro.
Es en esta época, que corresponde también al alejamiento de su Maestro en viaje a Santo Domingo donde moriría, y en la que Louis-Claude de Saint-Martin es, si no el sucesor reconocido por lo menos el principal iniciador de la doctrina de la escuela, cuando se diferencia la nueva era en que entra. En efecto, dejando a un lado todo el ceremonial y experimentaciones teúrgicas, Louis-Claude de Saint-Martin busca resultados superiores, mediante el recogimiento, la meditación, la oración, que lleven a la unión con Dios.
A este apostolado dedica su existencia entera y a ese fin busca las almas en el gran mundo, los grandes escritores y los hombres de ciencia, convencido de que su palabra directa ganará con más facilidad las almas que con cualquier otro método, ya que tiene a Dios en su ayuda.
No es vanidoso al pensar así; por el contrario, es tan humilde que llega a la timidez y comprende y sabe que necesita tener quién le estimule para dar de sí todo lo que puede. Éste fue el gran mérito de la Marquesa de Chabanais, mujer eminente y a la que siempre estuvo muy agradecido por tener el raro privilegio de ayudar a su espíritu dándole el impulso necesario para elevarlo a mayores alturas.
Es en esta época cuando también toma la dirección espiritual de la Duquesa de Borbón, hermana del Duque de Orleans y madre del Duque de Enghien, del que fue amigo, protegido y huésped habitual cuando habitaba en París.
Sus relaciones abarcan los nombres más famosos de la época. Pasa 15 días en el castillo del duque de Bouillon, donde tiene oportunidad de conocer a Madame Dubarry, a la que aún se trataba como princesa favorita pese a que su reinado hubiese pasado. El duque de Bouillon fue, al parecer, un discípulo dispuesto a las enseñanzas de Louis-Claude de Saint-Martin, lo que es de hacer notar ya que era uno de los pocos amigos bien recibido por el rey Luis XV.
Dice Matter: “Es ésta tal vez la mejor época de su vida. ¡Maravilla ver un gentilhombre de pequeña nobleza y de fortuna mediocre, un simple oficial, sin duda muy estudioso, pero escritor poco conocido aún, desempeñar un rol tan considerable en tan gran número de familias de las mejores del país, llevado tan sólo de sus grandes aspiraciones y de su piedad poco madurada aún!”.
"En general se le escucha con singularidad, pero no se le secunda. Pareciera que en medio de esa sociedad tan sensual, escéptica y materialista, todos desearan luz, pero una luz dulce y agradable, y al encontrarse con una forma algo austera, tal como la presentaba en su primer libro, la rechazaban".
Exigido por sus discípulos a exponer en forma aún más clara su doctrina, publica en 1782 el “Cuadro natural de las relaciones que existen entre Dios, el hombre y el universo”, manifestando en el mismo que las cosas deben ser explicadas mediante la constitución del hombre y no el hombre por las cosas.
Agrega que nuestras facultades internas y escondidas son las verdaderas causas de las obras externas, y así también en el Universo son las potencias internas las verdaderas causas de todo cuanto se manifiesta en el exterior. Lejos de querer ocultar a nuestros ojos las verdades fecundas y luminosas que son el alimento de la inteligencia humana, Dios las ha escrito en todo lo que nos rodea. Las ha escrito en la fuerza viva de los elementos, en el orden y la armonía de todos los fenómenos del mundo, pero aún mucho más claramente en aquello que forma la característica distintiva del hombre. Por lo tanto, estudiar la verdadera naturaleza del hombre y deducir de los resultados que surjan de este estudio la ciencia del conjunto de las cosas, apreciarlas a los rayos de la luz más pura, ése debe ser el gran objetivo del filósofo.
Como el anterior, este libro es poco claro en muchas de sus expresiones, posiblemente debido a las exigencias del secreto comprometido en la escuela de Martines de Pasqualis.
Si bien la crítica poco se ocupó de este nuevo libro, él le valió ser considerado por los Martinesistas como el sucesor natural de su fundador, invitándolo a reunírseles para terminar conjuntamente la obra. Los trabajos de esta Sociedad eran aparentemente conciliar las ideas de Swedenborg con las de Martines de Pasqualis, pero, al parecer, secretamente perseguían fines políticos y el descubrimiento de algunos de los grandes misterios, entre ellos, la piedra filosofal. Louis-Claude de Saint-Martin que bregaba por un espiritualismo puro y que miraba con cierto recelo las operaciones teúrgicas, rechazó la invitación y se dedicó con más ahínco a buscar sus discípulos entre el gran mundo que frecuentaba y entre los sabios de la época.
Él sabía que no se domina sino desde arriba y por ello afinaba su puntería en alto. No pretendía marchar a la cabeza de los sabios, pero sabiendo que no se puede influir a la opinión pública sin éstas, comprendiendo que ésta se gobierna por medio de ellos, deseaba llegar al gran público con los sabios.
Había entre todos un cuerpo ilustre que parecía ir a la cabeza del movimiento filosófico de la época: La Academia de Berlín en la que Mendelsohn, Bailly y Kant habían animado los concursos por medio de sus escritos.
A pedido de Federico el Grande, en 1776, la Academia había planteado una grave pregunta, a saber: “Si es útil engañar al pueblo”, y había repartido el premio entre dos concurrentes que habían enviado conclusiones enteramente opuestas, una de las cuales sostenía audazmente que hay ocasiones en que conviene dejar al pueblo en el error. Las repercusiones de este debate habían sido inmensas, y posiblemente Saint Martin soñaba con una publicidad semejante.
Por lo tanto, al proponer la Academia de Berlín un concurso sobre el tema “Cual es la mejor manera de llamar a la razón a las naciones salvajes o civilizadas que se encuentran libradas a los errores y supersticiones de todo género”, encontró Louis-Claude de Saint-Martin la oportunidad de ocuparse de uno de los errores que a su juicio era el más grave de la época: la substitución de la razón divina por la humana.
Trató la cuestión con toda la profundidad y la importancia que le daba su punto de vista iluminado. Deseaba introducir en el mundo, bajo un ilustre pabellón, la gran doctrina que le preocupaba, la de la profunda ruptura que tenía alejada a la Humanidad de las primitivas relaciones con su Creador.
Su escrito trataba al comienzo de dar una clara definición de la razón y demostrar que para someter a ella a los hombres hay que llevarlos a la condición y a la ciencia primitiva de la especie humana. Esta ciencia fue durante mucho tiempo transmitida secretamente de santuario en santuario, de escuela en escuela, y establecía fuertemente esa espiritualidad que diferencia al hombre de la bestia.
Agregaba que lo que le falta al hombre cuando llega a la tierra para cumplir la ley común de su especie es el conocimiento de un lazo tranquilizador que lo una con la fuente de donde emanó, mediante relaciones evidentes y positivas, y concluía manifestando que los únicos conocimientos que tendrán sobre nosotros sus derechos asegurados son las luces que logremos sobre nuestras primitivas relaciones, y que es en nosotros mismos donde debemos encontrar la clave de esta ciencia, que son los rayos de luz divina que iluminan nuestro interior. Haced reconocer esa divina irradiación, esa relación primitiva entre el hombre y Dios, y se habrá resuelto el problema, barriendo del seno de la Humanidad los errores que cubren la verdad y vueltos a la razón los pueblos que están librados a la superstición. Pero para ello hace falta que aquéllos que deben guiarlos se iluminen los primeros. Mientras se mire a la naturaleza y al hombre como seres aislados, haciendo abstracción del único principio que vivifica a ambos, no se conseguirá otra cosa que desfigurarlos de más en más, engañando a aquellos a quienes se desea enseñar a definirlos.
Pero aunque se adoptara este punto de vista, no habría que imaginarse que un hombre tenga el poder de hacer mucho en favor de otro, pues “así como un árbol no necesita de otro para crecer y dar sus frutos dado que él lleva en sí mismo todo lo necesario para ello, asimismo, cada hombre lleva en sí mismo la forma de cumplir su cometido sin pedir prestado a otro”.
Terminaba con este apóstrofe: “Si el hombre no remonta por sí mismo hasta esta clave universal, nadie sobre la tierra vendrá a depositarla en su mano, y creeré haber respondido en la mejor forma posible si he logrado convenceros de que el hombre no puede responderos”.
Sus contemporáneos juzgaron que no era una respuesta ajustada a la pregunta formulada, a lo que repuso Louis-Claude de Saint-Martin que no había sido su intención dar una contestación en el sentido del racionalismo dominante y que lo que ofrecía era un manifiesto.
Por entonces se planteó en Francia la cuestión del magnetismo de Mesmer ante la Academia de Ciencias de Paris, y habiendo sido designado Bailly entre los miembros de la comisión encargada de la investigación, se apersonó a él con el objeto de combatir las prevenciones que suponía Louis-Claude de Saint-Martin en él, pues aunque no era entusiasta de los descubrimientos de Mesmer a los que miraba como un conjunto de fenómenos magnéticos y sonambúlicos que pertenecían a un orden de cosas inferior, consideraba que eran materia digna de estudio.
No pudo vencer las prevenciones de Bailly, y al juzgar en una de sus cartas la memoria presentada por éste, su juicio fue completamente despectivo, ya que demostraron en el hombre de ciencia poco espíritu investigador y verdaderamente científico.
Estos dos fracasos no influyeron en él y trasladándose a Lyon, continuó en 1785 su obra externa de dirección de almas, y la interna del propio perfeccionamiento.
De Lyon se dirigió a Inglaterra donde tuvo oportunidad de conocer a William Law, ministro anglicano de intenso misticismo con el que tuvo gran amistad. Con el conde de Divonne formaron un terceto de fraternidad mística. En poco tiempo estaba en contacto con la mejor sociedad. Conocía de antemano a la marquesa de Coislin, esposa del embajador francés, la que posiblemente lo introdujo en el gran mundo en el que tuvo oportunidad de dedicarse a su tarea predilecta de propagandista místico, tarea en la que no tenía preferencias especiales pues, durante su estadía en Inglaterra, ocurrió que encontró mayor cantidad de adeptos entre los rusos que entre los ingleses, citando como buenos teósofos al príncipe Alexis Galitzin y a M. Thieman.
Pocos meses más tarde partió rumbo a Italia, país que visitaba por segunda vez, encontrándose en Roma en el otoño de 1787.
Frecuentó también allí el gran mundo, entre el cual varios cardenales, duques y príncipes y es de suponer, pese a que nada se sabe al respecto, que todas esas vinculaciones sólo servían para la búsqueda continua de adeptos.
En junio de 1788 se encuentra en Estrasburgo, ciudad en la que permaneció tres años y a la que se trasladó posiblemente en su deseo de estudiar a fondo las doctrinas de Boehme, que tanta influencia tendrían sobre él posteriormente.
Esta ciudad era la cuna de las experiencias de Mesmer y acababa de ser el teatro de las iniciaciones tan famosas y curaciones milagrosas del conde Cagliostro. Era una ciudad libre e imperial, que se caracterizaba por ser de amplia y cordial hospitalidad, donde se codeaba la juventud aristocrática de Rusia, Alemania y Escandinavia, con la de Francia y un Metternich con Galitzin y Narbonne.
Allí se encontró con una de sus dilectas discípulas: la princesa de Borbón, a la que sacrificaba gustoso horas de recogimiento que tanto amaba; pero lo que es más, encontró una nueva fuente de espiritualidad que le abrieron el filósofo Rodolfo Salzmann y una dama, madame de Boecklin, al iniciarlo en el estudio del iluminado Jaques Boehme decidiéndolo a que aprendiera el alemán, ya que las traducciones inglesas y francesas no podían darle ninguna idea de cuanto encerraban los originales.
Con madame de Boecklin, Salzmann, el mayor de los Meyer, el barón de Razenried, madame Westermann y otra persona cuyo nombre no menciona, formaron un grupo muy unido, al que seguramente se acercaron muchísimos más. Pero de todos ellos es Madame Boecklin a quien Louis-Claude de Saint-Martin gusta de atribuir el más fecundo suceso en su vida de estudios: el conocimiento de la doctrina del teósofo Jacobo Boheme. Y así como puso a este filósofo por encima de todos sus maestros, así también puso a Madame de Boecklin por sobre todas sus amigas.
Por todo esto Estrasburgo se transforma en su paraíso; y por la tragedia que atravesaría Francia, París sería su purgatorio.
Madame de Boecklin tuvo el privilegio de exaltar la espiritualidad de Louis-Claude de Saint-Martin en tal forma cual nadie supo hacerlo hasta entonces. Los tres años que Louis-Claude de Saint-Martin pasó en Estrasburgo son decisivos en su vida, pues desarrollaron considerablemente su capacidad en materia científica, histórica, filosófica y crítica.
Conoce, a poco de estar en ella, a un sobrino de Swedenborg llamado Silferhielm en circunstancias en que aún Louis-Claude de Saint-Martin continuaba los estudios sobre el visionario sueco y, aconsejado por él, escribe una nueva obra titulada “El nuevo hombre”.
Algo más tarde, y deseoso de desviar a su amiga la Princesa de Borbón de ciertas prácticas que la perjudicaban, escribió otro libro que tituló “Ecce Homo”, en el que se hace referencia a las falsas misiones y falsas manifestaciones, indicando con esos nombres la clarividencia y las curas maravillosas del magnetismo por una parte y las apariciones de los elementales que se valen de ellas para llevarnos por un camino equivocado, por la otra.
La estadía de Louis-Claude de Saint-Martin en Estrasburgo resultó de enorme importancia, pues al profundizar los estudios sobre Boehme su espíritu se desenvolvió aún más, ya que en ese ambiente de libre discusión adquirió nuevas disciplinas de estudio y mayor amplitud de miras, y pudo así, alejado del drama que se gestaba en Europa, comparar sus ideas y las de sus maestros con las de los filósofos contemporáneos, con Kant a la cabeza.
En 1791 Louis-Claude de Saint-Martin, llamado por su padre que se encontraba gravemente enfermo, debe abandonar Estrasburgo para trasladarse a Amboise, su infierno, como él lo llamaba. Infierno de hielo, pues la indiferencia del ambiente hacia el ideal que él profesa le provoca un gran sufrimiento. Es ésta una de las pruebas más terribles que debe soportar pues al alejamiento de sus amigos y sobre todo de Madame de Boecklin, debe agregar la soledad espiritual en que se encuentra. Pasados algunos meses, ya en 1792, comprende que es una nueva prueba a la que es sometido y se resigna.
La publicación de las dos obras antes mencionadas le lleva varias veces a París en ese año en el que también comienza la correspondencia con su amigo Kirchberger de Liebisdorf, que le serviría de gran consuelo y al mismo tiempo obraría sobre él como impulso hacia nuevos estudios místicos y la continuación e intensificación de los estudios sobre los escritos de Boehme.
Este noble, miembro del Consejo soberano de Berna y de varias comisiones cantonales y municipales, hombre de mucho espíritu, muy instruido y de viva curiosidad, que sentía hacia Louis-Claude de Saint-Martin una sincera admiración, significó para éste el mejor de sus discípulos, y la correspondencia que con él cambiaba era uno de sus asuntos al que atribuía la mayor importancia.
Serviría también de gran distracción y le ayudaría a olvidar los años dichosos pasados en Estrasburgo, los que contrastaban aún más con los tiempos dificilísimos que transcurrían. Francia se debatía en el terror y pese a ello jamás Louis-Claude de Saint-Martin tuvo el menor pensamiento de abandonar su país. “Se le pinta dueño de una impasibilidad estoica, con una plena confianza en la protección divina, calmo y radiante, viendo la mano de la Providencia caer pesadamente sobre la dinastía y el país, sobre las instituciones envejecidas, pueblo y jefes enceguecidos” (Matter).
“Esperando siempre en nombre de esas leyes eternas cuyo estudio había preferido al de la jurisprudencia vulgar, la mirada elevada hacia un horizonte superior y desde un plano muy distinto al de la multitud, atravesó los años de la revolución, profundamente emocionado, pero sin la menor turbación. Meditaba los mismos problemas, proseguía con la misma misión y conservaba las mismas amistades” (Matter).
“Mientras que otros filósofos, gentes de letras y hombres de Estado y de guerra daban la espalda con espanto a los acontecimientos, plenos de terror, él no veía más que principios que no debían ser confundidos con accidentes” (Matter).
En 1793 dos golpes rudos le esperan: la muerte de su padre, que le afecta no obstante ser esperada, y la del rey de Francia, que lo había hecho Caballero de San Luis por manos del Príncipe de Montbarey en 1789.
Para culminar, en ese año, su correspondencia con Estrasburgo aparece como sospechosa a las autoridades, y con la más grande de las penas y a fin de evitarle trastornos a su amiga la condesa de Boecklin debe suprimir lo que era tan caro a su alma.
Después de pasar una temporada en el castillo de la Princesa de Borbón, regresa a Amboise por asuntos relacionados con la sucesión de su padre. Es éste un lugar de calma comparado con la tormenta que ruge en París, ciudad a la que no podía regresar en virtud del decreto sobre las castas privilegiadas que le afectaba personalmente por haber nacido noble. En Amboise es querido y se le asigna la misión de catalogar los libros y manuscritos retirados de las casas eclesiásticas suprimidas por ley. Acepta esa labor como si se tratase de una misión importante y aprovechable para su espíritu, y no se equivocó, pues le proporcionó goces deliciosos a su corazón como cuando leyó la vida de la hermana Margarita del Santo Sacramento, al comprobar el magnífico desarrollo espiritual por ella logrado.
Su trabajo fue tan bien apreciado por las autoridades que se le designó representante del distrito ante la escuela Normal, cargo que también aceptó, ya que como ciudadano estaba siempre dispuesto a prestar apoyo al país “mientras no se trate de juzgar o matar los seres humanos”.
Se trataba de que ciudadanos eminentes de cada distrito hicieran una especie de entrenamiento en la escuela Normal a fin de darse una idea del tipo de instrucción que se deseaba generalizar entre el pueblo, y una vez adquirida esta experiencia dichas personas serían las indicadas para formar los futuros instructores.
Louis-Claude de Saint-Martin tiene en esa época más de 51 años y pese a que le choca un poco la misión desde ciertos puntos de vista, acepta en el convencimiento de “que todo está ligado en nuestra gran revolución en la que se me da la oportunidad de ver la mano de la Providencia; de tal modo nada hay de pequeño para mí y aunque no fuese más que un grano de arena en el vasto edificio que Dios prepara a las naciones, no debo hacer resistencia cuando se me llama”. “El principal motivo de mi aceptación”, prosigue diciendo Louis-Claude de Saint-Martin en una carta a su amigo Liebisdorf, “es el pensar que con la ayuda de Dios puedo esperar que con mi presencia y mis plegarias, llegue a detener una parte de los obstáculos que el enemigo de todo lo bueno ha de sembrar en esta gran carrera de la enseñanza que va a abrirse y de la que puede depender la felicidad de tantas generaciones”.
“Esta idea me resulta consoladora y aún cuando no consiguiera desviar más que una sola gota del veneno que ese enemigo tratará de echar sobre la raíz misma de ese árbol que ha de cubrir de sombra todo mi país me sentiría culpable de retroceder”.
No hay duda que una de sus esperanzas era poder hacer proselitismo hacia el ideal de su vida entre los dos a tres mil profesores con los que iba a encontrarse en la escuela, pero su mejor provecho de esta experiencia fue la adquisición de una filosofía metódica que le serviría más tarde para poder servirse de ella contra aquellos que se habían encargado de enseñársela.
Pocas oportunidades tuvo en la Escuela Normal de hablar ante los demás miembros; sólo dos o tres veces y cuando más 5 ó 6 minutos en cada caso. Pero él dejaba todo en manos de la Providencia e insensiblemente iba adquiriendo gran gusto a la discusión metódica, que pudo poner en práctica en lo que se llamaría “La Batalla Garat”, discusión mantenida con el entonces ministro de justicia, ministro del interior y comisario general de la instrucción pública, Garat, que desempeñaba el cargo de profesor de análisis del entendimiento humano, en la Escuela Normal, y con el que mantuvo un debate que hizo sensación tratando de establecer la existencia en el hombre de un sentido moral y la distinción entre las sensaciones y el conocimiento.
Todas sus ilusiones puestas en la Escuela Normal fracasaron, y ésta se disolvió en 1795, sin haber alcanzado los objetivos propuestos.
Habituado ya a discurrir con método filosófico y siguiendo las inspiraciones de su conciencia, deseoso de llevar a los debates propios de la época palabras de espiritualidad dedicadas a demostrar que la finalidad de la vida y la salud del cuerpo social está en las vías espirituales, publicó su “Carta a un amigo sobre la Revolución Francesa” en 1795, seguida por “Claridad sobre la asociación humana” en 1797, y un tercer libro en 1798 titulado “Cuales son las instituciones más apropiadas para fundar la moral de un pueblo”.
El fondo de estas publicaciones es el siguiente: aún cuando simpatizando con las causas profundas y justificables del movimiento revolucionario, Louis-Claude de Saint-Martin propone principios que los organismos de la revolución estaban lejos de admitir. No se detiene Louis-Claude de Saint-Martin en la forma exterior de los gobiernos, ya sean republicanos, monárquicos, aristocráticos o mixtos; busca más profundamente las condiciones de una asociación legítima y ellas le parecen posibles de subsistir bajo todas las formas políticas. Él desecha una idea muy corriente en aquella época que la asociación está fundada en la necesidad de garantirse mutuamente el goce de la propiedad y demás ventajas materiales que de ella dependen, y busca el origen de esta asociación en un pensamiento que debe ser sabio, profundo, justo, fértil y bondadoso; este origen es ante todo providencial. A los ojos de Louis-Claude de Saint-Martin, el hombre ha descendido de un estado superior a una situación en la que se encuentra rodeado de tinieblas y miserias; todos sus esfuerzos actuales deben tender a levantarse de esa caída y todo el trabajo de la Providencia no tiene otro objeto que facilitarle esa tarea.
Por lo tanto las diversas asociaciones humanas deben constituirse con la misma finalidad y sostenerse dentro de ese mismo espíritu, bajo pena de ser desaprobadas por la sabiduría divina.
Su gran objetivo, su Gran Obra era, sin embargo, siempre la misma: estudiar la vida espiritual del hombre tomado en su perfección ideal o más bien en su primitiva naturaleza; tomarlo en las relaciones puras con la causa primera del mundo espiritual, y enseñarle a aquellos que tienen orejas para oír el arte de llevarlos a esa perfección.
Era ese, a su juicio, el único estudio que realmente merecía toda la atención de los hombres y como a su parecer Boehme era el mejor maestro en esa ciencia, continuamente volvía su atención a los escritos del gran místico alemán. Estos estudios le llevaron a la conclusión de que ambas escuelas, la de Boehme y la de Martines de Pasqualis se completaban a la perfección.
Por entonces había podido reanudar su correspondencia con Madame de Boecklin, y continuaba siempre la de su gran amigo y discípulo Liebisdorf.
Su situación económica era bastante difícil, no obstante lo cual continuaba siendo generoso y manteniéndose siempre sereno, confiado en los designios de la Providencia.
El 7 de febrero de 1799 pierde a su amigo Liebisdorf, cuya desaparición deja en el alma de Louis-Claude de Saint-Martin un vacío irremplazable, y su único consuelo es siempre volver a los escritos de Boehme, de quién traduce tres obras, a saber: “La Aurora Naciente”, “La Triple Vida” y “Los Tres Principios”.
En 1800 publica un volumen titulado “El espíritu de las cosas” en el que el autor busca la razón más profunda de las cosas que llaman nuestra atención, ya sea en la naturaleza como en las costumbres, etc. La idea fue sugerida por una obra de Boehme titulada “Signatura Rerum”.
En 1802 publica un libro titulado “El Ministerio del Hombre - Espíritu”, en el que exhorta al hombre a comprender mejor el poder espiritual de que es depositario y a emplearlo en la liberación de la Humanidad y de la naturaleza.
Ya en 1803 comienza a sentir los mismos síntomas de la enfermedad que llevara a la tumba su padre. El no teme a la muerte y llama a su enfermedad “spleen”, aclarando que no es el “spleen” inglés que hace ver todo negro y triste, pues el de él, por el contrario, tanto interior como exteriormente lo vuelve todo color de rosa.
Un ataque de apoplejía puso dulce fin a una dulce existencia, dejándole aún algunos minutos para orar y dirigir emotivas palabras a sus amigos que acudieron de inmediato.
Les exhortó a vivir en fraternal unión y con la confianza puesta en Dios, y pronunciando estas palabras, expiró el místico a quién M. de Maistre llamara “el más instruido, sabio y elegante de los filósofos”.
Dice su biógrafo Matter: “Podía cerrarse su carrera; había visto las cosas más grandes que puedan verse en tiempo alguno; había pasado serenamente por duras pruebas y había cumplido grandes trabajos. Ni la gloria del mundo ni la fortuna le habían pertenecido en vida y a sus ojos nada hubieran significado. Pero había gustado los más profundos y dulces de los gozos; amado de Dios y de los hombres, había amado mucho él también y siempre esperó más del porvenir que del presente”.
Amó su obra y no esperó nunca el pago en la tierra. Así lo decía con propias palabras: “No es en la audiencia donde los defensores oficiales reciben el salario correspondiente a los pleitos; es fuera de la audiencia y después que ha terminado”. “Esa es mi historia y así también es mi resignación de no ser pagado en este bajo mundo”.
En su libro titulado “Retrato”, expresaba: “No he tenido más que una sola idea y me propongo conservarla hasta la tumba, y es que mi última hora es el más ardiente de mis deseos y la más dulce de mis esperanzas”.
He aquí el código moral de Louis-Claude de Saint-Martin mediante cuyas reglas el alma llega a unirse con su Creador:

1a.- Tú eres hombre y por tanto no olvides jamás que representas la dignidad humana. Respeta y haz respetar la nobleza; es ésta tu misión más general y alta sobre la tierra.
2a.- Es dentro de ti mismo, en la luz que ilumina tu ser, imagen de Dios y no en los libros que no son otra cosa que las imágenes del hombre, donde encontrarás las reglas que deben guiar tu vida.
3a.- Vela sobre esta luz interna y no permitas que se disipe en vanas palabras. Quien vela severamente sobre su palabra, vela sobre sus pensamientos; quien vela sobre su pensamiento, vela sobre sus afectos, y quien vela así, gobierna bien su mente.
4a.- Quien se gobierna bien se deja llevar por Aquél que todo lo guía y nuestra alma es llevada así hasta la meta final del perfeccionamiento mediante la purificación que da el dolor y la fortaleza que otorga el combate incesante, etapa por etapa.
5a.- Él nos hace triunfar en el seno mismo de las tentaciones y por medio de ellas. Son las tentaciones el medio más vivo que tiene Dios para guiarnos, pues sucumbimos a ellas cuando nos guía el espíritu mundano, y nos alejamos cuando es el espíritu divino el que nos guía.


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