viernes, 11 de mayo de 2018

Iniciaciones en Egipto (III)

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Iniciaciones en Egipto (III)

Según Drioton: “Las enseñanzas morales del Antiguo Egipto se refieren siempre a Dios en general y no a los dioses del panteón. Se trata de Dios, es el monoteísmo de los sabios” y este punto es interesante ya que -desde una perspectiva esotérica- los sacerdotes inicia­dos no eran adoradores de bestias o de dioses antropomórficos con cabezas de animales sino que reverenciaban a potencias superiores, a diferentes aspectos de una fuerza única.

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En Egipto existieron dos sistemas teológicos principales (1) que determinaron dos sistemas iniciáticos diferentes pero con rasgos comunes, a saber:

a) El sistema heliopolitano, con sede en Heliópolis y basado en la Enéada.

b) El sistema hermopolitano, con sede en Hermópolis y fundamentado en la Ogdóada.

Sistema heliopolitano
La gran enéada de On (heliopolitana) incluía nueve dioses (Atum-Ra, Shu, Tefnut, Geb, Nut, Isis, Osiris, Seth, Neftys) y explica el origen del siguiente modo:

Al principio de los tiempos, todo estaba en tinieblas y todo estaba sumido en el caos simbolizado por el Océano primordial: Nun.

Nun es el origen primordial, las aguas genesíacas de la que proviene toda la manifestación representado por un hombre que está sumer­gido en el agua y que con sus manos levantadas sostiene a todas las deidades de la enéada que surgen del Caos-Nun, a saber:

a) Atum o Atum-Ra. En medio de ese caos primordial, aparece Atum “el indiferenciado” o “el nacido de sí mismo”, que se manifiesta como una pequeña monta­ña de piedra (BenBen, de forma piramidal) que surge de las agitadas aguas primigenias.

Manifestado como un disco rojo sobre esta montaña original, Atum es concebido como “Atum-Ra”, es decir el sol creador que “mira a su alrededor y aprecia que no hay nada y siente la necesidad de crear. Se masturba y recoge el semen con la mano, tragándoselo y quedando embarazado”. (2)

Según Mircea Eliade: “El demiurgo llevó a cabo la creación masturbándose o escupiendo. Estas expresiones resultan ingenuamente groseras, pero su sentido está claro: las divinidades nacen de la sustancia misma del dios supremo”. (3)

De este modo, Atum se convierte en el demiurgo, es decir el creador original y de él surgieron la primera pareja divina, Shu (la atmósfera) y Tefnut que concibieron al dios Geb (la tierra) y a la diosa Nut (el cielo). Con la creación de esta pareja divina, “el demiurgo engendra la duali­dad y deviene tres” (4)

b) Shu y Tefnut: La primera pareja divina está compuesta por Shu (masculino, el aire o aliento vital) y Tefnut (femenino, el espacio, el calor) que surge de la auto-generación de Atum.

La tarea principal de Shu consistirá en mantener separados el cielo, Nut, y la tierra, Geb, evitando el caos universal. Tefnut, por su parte, es símbolo del rocío vivificante y de los procesos corporales que producen humedad.

c) Geb y Nut: Shu y Tefnut, la pareja primordial, conciben a Geb (mas­culino, la tierra) y a Nut (femenino, el cielo).

Nut es la diosa celeste, creadora del cielo y las estrellas, mientras que Geb es el soporte físico del mundo, concebido como dios de la tierra.

Según la tradición, Atum-Ra ordenó a Geb y a Nut que no se aparearan pero éstos le desobedecieron y Nut quedó en cinta concibiendo a Osi­ris, Set, Isis y Neftis. Al enterarse que le han desobedecido, Atum-Ra separa por siempre a la tierra del cielo.

Mientras que Shu y Tefnut eran más “conceptos” que “seres”, Geb y Nut son “los primeros dioses perceptibles, directamente accesibles a nuestros medios de percepción conscientes”. (5)

d) Osiris, Set, Neftis e Isis (ver más abajo donde se habla del “mito de Osiris”)

dioses egipcios

dioses egipcios

Sistema hermopolitano
La ogdóada era un conjunto de ocho dioses considerados manifesta­ciones de Thot, llamados también “las almas de Thot”.


La gran ogdóada de Hermópolis está constituida por cuatro parejas divinas que constituían una entidad indivisible, actuaban siempre jun­tas: Nun y Naunet, que simbolizaban el caos, las aguas primordiales; Kuk y Kauket, que representaban las tinieblas; Heh y Hehet, el espacio infinito y Nya y Nyat, lo intocable. Esta última pareja fue posterior­mente sustituida por Amón y Amonet, que representaban el principio de lo escondido y de lo misterioso.

Estas ocho divinidades crearon una colina (Qaâ) sobre la cual engen­draron un huevo del que surgió el dios Ra. De este modo se generó la luz del horizonte.

Nos dice H.P. Blavatsky que “el Huevo fue añadido como signo sagrado a la Cosmogonía de todos los pueblos de la tierra, y fue reverenciado tanto por su forma como por su misterio interno. (…) El Dios Ra, en el Libro de los Muertos, es representado radiante en su Huevo, [el Sol], y emprende su marcha tan pronto como el Dios Shu [la Energía Solar], le despierta y le da impulso. “Él está en el Huevo Solar, el Huevo al que se le da Vida entre los Dioses”. El Dios Solar exclama: “Yo soy el Alma Creadora del Abismo Celestial. Nadie ve mi Nido, nadie puede romper mi Huevo; ¡yo soy el Señor!”. (6)

Relacionada con esta ogdóada de ocho dioses, “los padres y madres que crearon la luz” y aunque no forma parte de ella, está el dios Thot que completa la enéada y que constituye el verdadero artífice de la creación pues habría llamado a la existencia a los seres y a las cosas por medio este óctuple divino equipo.

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El mito de Osiris
osirisEn el antiguo Egipto, cada año se celebraba con momentos de duelo y jolgorio la muerte y resurrección del dios Osiris, cuyo mito es funda­mental para adentrarnos en las concepciones tradicionales e iniciáticas de esta civilización.

El mito de Osiris simboliza la confrontación de dos fuerzas primarias, así como las diferentes prue­bas que debe sortear el peregrino espiritual en su odisea hacia la luz. Como todos los mitos tradicionales, esta historia no ocurrió en un pasado remoto ni es una bonita historia llena de supersticiones sino que está aconteciendo aquí y ahora en el interior de cada uno de nosotros.

En este sentido, todo hombre puede (y debe) llegar a ser Osiris por imitación e inspiración. Por lo tanto, es posible hablar de una “osirificación” del mismo modo que en el esoterismo cristiano se habla de una “cristificación”, es decir de una identificación e “imitación” de un arquetipo divino, en un proceso que consta de dos partes básicas: una purificación previa y una posterior elevación. Muerte y renacimiento. Disolución y Coagulación. Solve et Coagula.

La historia tradicional de Osiris nos cuenta que éste era hijo del dios de la Tierra Geb y la diosa del cielo Nut, que también dio a luz a otros cuatro hijos: Horus el Mayor (que los griegos denominaban Apolo), Set (Tifón), Isis y Neftis. Más adelante, Set desposó a su hermana Neftis y Osiris hizo lo propio con su hermana Isis.

Como héroe y rey terrenal, Osiris enseñó a los hombres la civilización: la promulgación de leyes, el culto a los dioses y las técnicas agropecuarias, introduciendo el cultivo del trigo y la cebada, así como la recolección de frutos y el noble arte del vino.

Adorado por el pueblo, fue exaltado y adorado como una deidad, pero su hermano Set -lleno de odio- tomó las medidas del cuerpo de Osiris mientras éste dormía, ordenando construir un sarcófago de su tamaño exacto.

Valiéndose de astutas estratagemas, Set hizo entrar a su hermano al sarcófago y -cuando éste se colocó en su interior- lo cerró inmediatamente con la ayuda de otros conspiradores, soldando la tapa con plomo derretido y arrojando a Osiris a las profundidades del Nilo.

Cuando Isis se enteró de estos sucesos, se cortó un mechón de pelo, y vistiéndose de luto, vagó por todo Egipto buscando el cadáver de su esposo. Siguiendo las pistas, finalmente encontró el sarcófago en la ciudad de Biblos, pero Set prontamente logró recuperar el cuerpo y, cortándolo en 14 partes, decidió esparcirlas por toda la nación. Sin darse por vencida, Isis salió una vez más a buscar a su amado y con la ayuda de Thoth y Neftis, recogió todos los pedazos de Osiris excepto su falo, que había sido devorado por un pez.

Reconstruido Osiris, y con el auxilio de la magia, Isis generó un nuevo miembro viril para su esposo, tras lo cual copuló con él y quedó embarazada. Temerosa de las represalias de Set, la diosa se escondió en los matorrales para dar a luz a su hijo Horus, que a la postre sería el vengador de su padre y disputaría con su enemigo el control de Egipto.

Recreación de esta historia:




Lugares de peregrinación
De acuerdo a los testimonios clásicos, en los catorce lugares donde el dios Set escondió cada una de las partes del cuerpo de Osiris, los egipcios establecieron un recinto sagrado: en Abidos (o en Menfis) estaría su cabeza, en Busiris su columna vertebral, en Letópolis su cuello, en Atribis su corazón, etc.

El egiptólogo Nacho Ares habla de siete grandes centros sagrados: Filae, Luxor, Karnak, Dendera, Abydos, Sakkara y la mesete de Gizeh, y dice: “No me cabe la menor duda de que estos templos que aquí aparecen formaron parte de una especie de recorrido iniciático que se llevaba a cabo en el Antiguo Egipto” (7). Algunas fuentes defienden la idea de que los iniciados debían repetir el periplo de la diosa Isis en busca de las partes de Osiris a fin de “reunir lo disperso”. Indudablemente estas peregrinaciones simbólicas por los santos lugares estaban vinculadas a los diversos grados de la Iniciación egipcia y a diferentes aprendizajes que se brindaban en lugares distantes. Esta Gnosis fue compilada y reunida algunos siglos más tarde en la ciudad de Alejandría, especialmente en su Museo y su Biblioteca.

Existen varios documentos que revelan algunos aspectos de estas peregrinaciones (que no eran masivas sino exclusivas para los iniciados) y que pueden ser consultados por los estudiantes, por ejemplo el papiro T32 de Leiden o la estela de Ikhernofret.

Esta idea de “reunir lo disperso” (ad dissipata coligenda) se convirtió en uno de los leit-motiv de las escuelas iniciáticas ocidentales pues -como dice Cirlot- es “el símbolo por excelencia del retorno a la Unidad primigenia” (8), de una desintegración (caída adámica) que necesita ser complementada con una reintegración (regreso al Edén, la vuelta al Uno).

Autor: Phileas del Montesexto
www.phileasdelmontesexto.com

Iniciaciones en Egipto (II)




Iniciaciones en Egipto (II)

En la entrega anterior intenté reconstruir -basándome en algunos testimonios antiguos y modernos- la primera parte de la iniciación egipcia.

Después de ser recibido en el templo sagrado, el candidato debía descender a las entrañas de la tierra, en una instancia de muerte mística que más tarde fue asociada con el acrónimo VITRIOL (“Visita Interiora Terrae Rectificando Invenies Occultum Lapidem”, es decir “Visita el interior de la tierra y rectificando hallarás la piedra escondida”).

Ahora es momento de continuar con las diferentes instancias del fascinante de la Iniciación ritual egipcia:

d) Purificación por el fuego

Tras pasar la prueba de la Tierra, el candidato debía seguir avanzan­do por los lúgubres pasillos pétreos hasta encontrarse frente a una gran hoguera que le cortaba el paso. En este caso no había salida: había que tomar impulso y pasar la hoguera por un minúsculo paso central, arriesgando a quemarse vivo. En la obra de Etienne François Lantier, el protagonista (Antenor) relata su vivencia de este modo:

“Andando como iba vi, a la extremidad del camino, unas llamas vi­vas y ondulantes. Me di prisa y llegué a un salón de cien pies de alto y otros tantos de ancho. Estaba interiormente circuido de árboles inflamados, y rodeados de ramas de bálsamo arábigo, de espino de Egipto y de tamarindo. El humo salía por unos largos tubos. Aquella pieza parecía un horno encendido. Vi en su pavimento, en el espacio que dejaban los árboles, un enrejado de hierro ardiendo, de figura romboide, que no permitía más lugar para pasarlo que el de una lista intermedia que no ardía, y tan estrecha que solo dejaba el preciso hueco en que ir poniendo alternativamente los pies, siendo aquel el único paso, porque todo lo demás era fuego. No titubeé; puse un pie en el intervalo, después otro; y así fui caminando con pasos tímidos y trémulos”. (1)

e) Purificación por el agua

Unos pocos metros más adelante, el candidato se hallaba frente a un curso de agua, el cual debía superar nadando. Volvemos al relato de Antenor:

“Me encontré con un río, cuyas aguas corrían con estrépito; de ma­nera que, unido este al estruendo y el chasquido de las llamas, redo­blaba el terror. A la otra parte de aquel río distinguí debajo de unos arcos unas escaleras que se perdían entre las tinieblas con barandi­llas de hierro. Conocí que aquel era el camino que había de tomar; y temeroso de que la debilitada luz de la hoguera dejase de alumbrar­me encendí mi farol, que se había apagado entre las llamas por la ra­refacción del aire. Quíteme los vestidos, los até sobre mi cabeza con mi ceñidor, y atravesé el río a nado con un brazo, llevando el otro en alto con mi farol encendido”. (2)



f) Purificación por el aire

Del otro lado del río, el candidato subía las escaleras que había di­visado y se encontraba frente a una puerta que no se abría y dos argollas en lo alto. Mediante engaños, el candidato era empujado a sostenerse de las argollas, mientras que el piso desaparecía ante sus ojos mediante un mecanismo ingenioso de engranajes.

Antenor explica esta prueba: “Eché mano [a las argollas] para ver si tirando se abría la puerta. (…) Al movimiento de las argollas empe­zaron las ruedas a girar con tremendo ruido: me pareció que oía los bramidos infernales, o el horrísono estruendo de mil mundos que se venían abajo. Sobrecogióme el terror y me quedé inmóvil y (…) se me cayó el farol, quedándome en la profunda noche colgado de las argollas. Aumentóse horriblemente el ruido, de manera que temí que todo aquel edificio disuelto me aplastase bajo sus ruinas. Poco a poco se fue apaciguando, y conocí que bajaba; y cuando la puerta estuvo ya en su primera posición, se abrió y me descubrió un espacio iluminado con inmensa cantidad de luces”. (3)

h) Recepción

Tras haber superado todas las pruebas, el candidato era recibido por los iniciados de todos los grados para darle la bienvenida, aunque todavía no estaba completamente iniciado, sino que había atravesado tan solo el primer portal.

Escuchemos una vez más el interesante relato de Antenor: “Cuando llegué allí acababa de salir el sol: divisé al buey Apis por entre las rejas de su establo, y reconocí con admiración que mi salida era por debajo del pedestal de la triple estatua de Osiris, de Isis y de Horus. Recibiéronme los sacerdotes formados en dos filas detrás del santuario. Tenían rapada la cabeza, excepto algunos que llevaban unos bonetes con infinitos ojos pintados en ellos. Supe que eran los sacerdotes de Osiris, dios del sol; y que los ojos representaban los rayos que lanza aquel astro luminoso. (…) Todos los sacerdotes lleva­ban, a semejanza de sus dioses, collares diferentes, según la diversi­dad de sus grados.

Así que me vi entre aquellos personajes empecé a respirar. Púseme a los pies del gran sacerdote, quien me abrazó y me dio la enhora­buena de mi valor y de mi dichoso éxito. Me presentó una copa llena de agua, y me dijo: “Este es el brebaje del Leteo que os hará olvidar todas las falsas máximas del mundo. Después me mandé postrar ante la triple estatua; y pronunció sobre mí, apoyando su mano sobre mi cabeza, esta oración acostumbrada: “Oh, gran diosa de los egipcios, alumbra con tus luces al que ha superado tantos riesgos y trabajos, y sácalo victorioso de las pruebas del alma para que merezca ser admi­tido a tus misterios”. Todos los sacerdotes repitieron lo mismo dán­dose golpes de pecho: luego nos incorporamos; y el gran sacerdote me dio a beber agua de Mnemosina, la cual me traería la memoria, así me dijo, las lecciones de sabiduría que iba a recibir”. (4)



i) Ayuno, estudio y silencio

Los días siguientes a la ceremonia, el iniciado debía seguir una dieta estricta. Según nos dice Antenor:

“Al día siguiente llegaron los sacerdotes a decirme que iba a empe­zar un ayuno de ochenta y un días, mientras los cuales solamente bebería agua. Los dos primeros meses tuve pan a discreción y frutas secadas al sol. Los doce días siguientes tuve la misma cantidad de pan; pero no más que tres onzas de frutas. Los nueve últimos días el ayuno fue rigurosísimo. Diez y ocho onzas de pan eran todo mi alimento”. (5)

Estas prescripciones alimenticias eran comunes a todos los misterios de la antigüedad y además de representar la purificación del cuerpo, también simbolizaban la muerte del viejo hombre y el nacimiento de un hombre nuevo. Según James Frazer, después de algunas ceremonias mistéricas y como una manera de “reforzar” la idea de este “nacimiento segundo”, al iniciado “durante algún tiempo después de su renacimiento, se le mantenía a dieta de leche como a un recién nacido”. (6)

A partir de ese momento empezaban para el neófito largos años de investigación, estudio y dedicación al conocimiento sagrado.

Dice Edouard Schuré sobre este período de estudio: “El tiempo lo repartía en­tre las meditaciones en su celda, el estudio de los jeroglíficos en las salas y patios del templo, tan vasto como una ciudad, y las lecciones de los maestros. Aprendía la ciencia de los minerales y de las plantas, la historia del hombre y de los pueblos, la medicina, la arquitectura y la música sagrada. En aquel largo aprendizaje no tenía sólo que co­nocer, sino devenir: ganar la fuerza por medio del renunciamiento”. (7)

Además de la purificación del cuerpo denso a través del ayuno y del estudio sagrado, el iniciado debía respetar un período de total silen­cio. Antenor nos cuenta lo siguiente:

“La noche del cuadragésimo segundo día me advirtieron que iba a entrar por tiempo de dieciocho días en el más profundo silencio, y que me estaba prohibida toda seña, ni aún para representar mi pen­samiento, excepto en caso de enfermedad, al cual indicaría ponién­dome la mano sobre el corazón”. (8)

Pasada esta etapa, al iniciado se le presentaba uno de los sacerdotes más encumbrados para presentarle un cuestionario de tres pregun­tas, que debían ser reespondidas al cabo de nueve días. Estas preguntas han estado presentes en muchas órde­nes iniciáticas de la historia y aún en nuestros días se siguen presentando a los candidatos de diversas maneras.

Tras contestar el interrogatorio, el iniciado era llevado ante la triple estatua, consagrado “a Isis en nombre de la sabiduría, a Osiris, bienhechor de los hombres y a Horus, dios del silencio y del secreto” (9) y, portando un hacha de doble filo en su mano, debía formular el si­guiente juramento: “Juro no revelar jamás a ningún profano nada de cuanto viere en los templos subterráneos; y si llegare a ser perjuro, llamo, para que venga sobre mí, a la venganza de las divinidades del cielo, de la tierra y de los infiernos, y la muerte más terrible”. (10)

j) Alta iniciación y muerte mística


Tras toda esta etapa preparatoria (que duraba años), finalmente el candidato estaba listo para renacer como un hombre nuevo, imirando el ejemplo del dios Osiris.

La noche de la Alta Iniciación, los sacerdotes llevaban al aspirante a una cripta oculta donde se encontraba un sarcófago tallado en mármol. En ese lugar, era invitado a entrar en la tumba para entrar en comu­nión con Osiris.

El candidato se metía en el sarcófago y luego se acostaba en el mis­mo mientras que los oficiantes cantaban himnos mortuorios y colo­caban la tapa al féretro, en el que apenas entraba el suficiente aire para no morir asfixiado. Y de este modo, totalmente solo y en total oscuridad, el candidato experimentaba la muerte, entrando en un estado de trance místico al utilizar las técnicas secretas que se le habían enseñado en los años de formación.

En la soledad de sarcófago, el candidato perdía la noción del tiempo. ¿Pasaban horas, días, semanas? Finalmente escuchaba ruidos fuera de su tumba y con alegría descubría que eran sus hermanos que procedían a retirar la pesada tapa del sarcófago. Los sacerdotes lo ayudaban a salir del pequeño recinto, ya que sus miembros estaban completamente entumecidos.

Finalmente, el hierofante hablaba: “Ya has resucitado: ven a celebrar con nosotros el banquete de los iniciados, y cuéntanos tu viaje en la luz de Osiris. Porque eres desde ahora uno de los nuestros”. (11)

En la magnífica obra iniciático-picaresca “El asno de oro o la meta­morfosis” de Apuleyo, el autor prefiere no hablar de su experiencia ceremonial en los misterios de Isis, aunque señala: “Por ventura tú, lector estudioso, podrás aquí con ansia preguntar qué es lo que des­pués fue dicho o hecho que me aconteció; lo cual yo diría si fuese conveniente decirlo, y si no conociese que a ninguno conviene saber­lo ni oírlo, porque en igual culpa incurrían las orejas y la lengua de aquella temeraria osadía.

Pero con todo esto no quiero dar pena a tu deseo, por ventura religio­so, teniéndote gran rato suspenso. Mas créelo que es verdad; sepas que yo llegué a las fronteras de la muerte, y hallado el palacio de Proser­pina, atravesé todos los elementos, y a media noche vi el Sol resplandeciendo con majestuosa claridad, y vi los dioses de arriba y abajo, los contemplé cara a cara y los adoré de cerca. He aquí, te he dicho, lo que vi, lo cual como quiera que has oído es necesario que no lo sepas; pero aquello que se puede manifestar y denunciar a las orejas de todos los legos, yo muy claramente lo diré”. (12)



Conclusión
Es probable que muchas de estas referencias sean exageradas y que contengan elementos de ficción. Dado el carácter secreto de estos rituales no podemos pretender reconstruirlos en su totalidad y es altamente probable que haya tenido algunas modificaciones a lo largo de los siglos.

Más allá de esto, debemos tener en cuenta la enorme influencia que ha ejercido el Antiguo Egipto en el imaginario iniciático de Occidente, por lo cual podemos considerar al modelo de iniciación mistérica que hemos resumido como la matriz de toda la ritualística esotérica occidental.

Siendo así, varios de sus elementos han aparecido, de una u otra forma, en casi todas las escuelas simbólicas de Grecia, Roma, y pasaron después a los colegios del Medioevo y el Renacimiento, siguen apareciendo en nuestros días (al menos en su esencia) en la Masonería, el Rosacrucismo y en varias órdenes caballerescas, gnósticas y herméticas.

Sobre esto, dice Jean-Marie Ragon: “El exacto parecido existente entre las ceremonias de los misterios griegos, egipcios y otros, así como entre lo que en unos y en otros se enseñaba, demuestra que su procedencia original ha sido Egipto” (13).

De hecho, dice Mario Roso de Luna refiriéndose a la Masonería que los “tres grados simbólicos de aprendiz, compañero, y maestro fueron calcados en los de la antiquísima iniciación egipcia” (14) y es verdad que, de una u otra manera, estas tres instancias aparecen reflejadas en casi todas las corrientes iniciáticas pues son la representación de la “Ley del Triángulo” expresada en lo Exotérico (lo externo, el Pronaos, el Cuerpo), lo Mesotérico (lo intermedio, el Naos, el Alma) y lo Esotérico (lo interior, el Sancta Sanctorum, el Espíritu).

La semana que viene continuaremos con el Antiguo Egipto.

Autor: Phileas del Montesexto
www.phileasdelmontesexto.com

Notas del texto
(1) Lantier, Etienne François: “Los viajes de Antenor por Grecia y Asia con nociones sobre Egipto”
(2) Lantier: op. cit.
(3) Lantier: op. cit.
(4) Lantier: op. cit.
(5) Lantier: op. cit.
(6) Frazer, James: “La rama dorada”
(7) Schuré, Edouard: “Los Grandes Iniciados”
(8) Lantier: op. cit.
(9) Lantier: op. cit.
(10) Lantier: op. cit.
(11) Schuré: op. cit.
(12) Apuleyo: “La metamorfosis o el asno de oro”
(13) Ragon, Jean-Marie: “Curso filosófico de las Iniciaciones antiguas y modernas”
(14) Citado por Esteban Cortijo en “Masonería y Extremadura”

Iniciaciones en Egipto

Pronaos del templo

Iniciaciones en Egipto

En Egipto, las Casas de la Vida (Per-Ankh) eran los centros de transmisión del conocimiento tradicional, donde el conocimiento profano y el conocimiento sagrado conformaban una Gnosis omniabarcante e integral que incluía Ciencia, Arte, Política y Religión.

En el modelo piramidal, las cuatro caras representan estas cuatro vías, las cuales aparecen bien separadas en la base, pero a medida que se va ascendiendo hacia el vértice las mismas acercan hasta alcanzar una completa unión en la cúspide. De este modo queda explicado, con un ejemplo sencillo, que la Verdad suprema se puede alcanzar por diferentes senderos, cada uno de ellos adecuado a diferentes tipos de hombres, y que en el centro (eje, axis) son resueltas todas las contradicciones.

Las Casas de la Vida estaban vinculadas a los templos y eran dirigidas por un Sumo Sacerdote que recibía diferentes nombres: “Gran vidente de Ra” en Heliópolis, “Gran Jefe de los artesanos de Ptah” en Menfis, “El más grande de los cinco de la casa de Thoth” en Hermópolis, “ Primer profeta de Amón” en Tebas y “Gran Hierofante de Isis” en Sais.

Estos títulos estaban asociados a un sistema de grados muy complejo heredado de la Atlántida y que aparece plasmado en la arquitectura sagrada, especialmente en los templos donde existe un recorrido gradual -de la oscuridad a la luz- que comienza en el pronaos o “khentis” (“delante del Templo”), pasa por la sala hipóstila, una especie de “bosque de columnas” con inscripciones jeroglíficas hasta llegar al Sancta Sanctorum (“lugar donde no se puede en­trar”), el recinto más sagrado de todos, reservado a los Iniciados y a los Sacerdotes.


Pronaos del templo

Egipto, reflejo del cielo
Egipto no era tan solo una nación: era un espacio sagrado, un reflejo del cielo. Como bien dice Christian Jacq: “Los responsables de la civilización egipcia trabajaron sin descanso para que el hombre egipcio adquiriera conciencia de que vivía dentro de un templo de las dimensiones del país”.

Esto mismo se afirma en el “Asclepios” hermético donde Hermes Trimegisto pregunta: “¿Acaso ignoras Asclepios, que Egipto es la imagen del cielo, o mejor dicho, el lugar donde se transfieren y se proyectan aquí abajo todas las operaciones que gobiernan y que ponen en acción las fuerzas celestes? Aún más, si hay que decir toda la verdad, nuestra tierra es el templo del mundo entero”.

Esta idea de lo terrestre como reflejo de lo celeste se terminó plasmando en el axioma hermético “Así como es arriba es abajo” y aparece en varias culturas tradicionales (la Jerusalén terrestre como reflejo de una Jerusalén celeste, el imperio del cielo de los chinos, Mesoamérica, etc). En México, la ciudad de Teotihuacán “la ciudad de los dioses” es un emplazamiento ce­leste donde hubo “un empeño por moldear el entorno construido de acuerdo a las coordenadas cósmicas, conforme a una concep­ción de lo sagrado como algo eterno, acorde a una geografía celeste divina. (…) La ciudad entera parece haber sido un ejemplo vivo de la concepción del espacio sagrado celeste en la tierra, pues el esfuerzo del hombre religioso era la consagración de todos sus actos cotidia­nos en un espacio duradero, eterno y transmundano que llenaba de pleno sentido el cotidiano ajetreo de sus habitantes”. (1)

ritual egipcio
ritual egipcio
Isis sin velo
En el Adytum del templo de Sais (Egipto) existía una enorme estatua de la diosa Isis con un tupido velo negro cubriendo su rostro y la acompañaba una enigmática frase: “Yo soy todo lo que ha sido, es y será, y ningún mortal ha levantado mi velo” (2)

La Isis velada representaba el conocimiento sagrado, oculto de los profanos mediante un velo que solamente unos pocos llegan a descorrer. Por esta razón, levantar el velo de la diosa Isis simboliza la revelación de la Verdad, el acceso a un conocimiento superior y el traspaso de un umbral que no es otra cosa que la percepción lúcida de lo que está más allá de lo evidente.

isis sin velo

isis sin velo
Los románticos retomaron la imagen de Isis como fuente inspiradora. Novalis, en una de sus composiciones, dice: “Uno [de los discípulos] levantó el velo de la diosa de Sais. Y ¿qué observó? Se vio, ¡oh, maravilla de maravillas!, a sí mismo”. (3) Esta frase refleja la idea tradicional de que el conocimiento oculto no es otra cosa que el auto-conocimiento, que también aparecía en la imagen de la diosa romana Veritas (“Verdad”), la cual sostenía un espejo dando a entender que para encontrar la Verdad no hay que mirar fuera, sino adentro.

De acuerdo con Plutarco: “A los iniciados, mediante un régimen basado en la moderación, en la continencia ante los manjares y los placeres de Afrodita, [Isis] los acostumbra a sobrellevar la austeridad de sus prácticas santas, cuyo último fin es el conocimiento del Ser primero, aquel que tan sólo es accesible a la inteligencia del Ser que la diosa Isis nos exhorta a indagar, pues se halla en su proximidad. El nombre de su santuario promete conocimiento y comprensión de la realidad y es llamado Iseion, es decir, la casa donde se puede adquirir la ciencia del ser, si pasamos piadosamente y con devoción los portales de los santuarios”.

Estos portales son una forma metafórica de referirse a los diferentes grados de iniciación, es decir que el pasaje por cada uno de estos portales significa un grado más de lucidez, de acercamiento a la Verdad, una idea que se ha perpetuado en las escuelas iniciáticas tradicionales donde cada grado o nivel nos aproxima un poco más a la Fuente primordial.

detrás del velo
detrás del velo
Iniciación en Egipto
La Iniciación egipcia puede considerarse la matriz de las iniciaciones ritualísticas que forman parte de las escuelas iniciáticas occidentales. Recordemos la frase de Cagliostro: “Toda Luz viene de Oriente, toda Iniciación de Egipto”.

Es bastante difícil reconstruir paso por paso las iniciaciones antiguas. Además, es altamente probable que los rituales hayan tenido algunas modificaciones a lo largo de los 3.000 años de duración de la civilización egipcia, ciertamente un tiempo más extenso del que nos separa a nosotros del propio Cristo. Sin embargo, reuniendo testimonios y documentos antiguos, así como referencias y escrituras modernas, se puede intentar reconstruir una iniciación egipcia “ideal”.

Los rituales iniciáticos egipcios se celebraban secretamente en las cámaras subterráneas de los templos, bajo las pirámides y en otras edi­ficaciones sagradas. En dichas ceremonias se representaba por medio de símbolos poderosos la vida, la muerte y el renacimiento de Osiris, y la intercesión de las diosas Isis y Neftis.

A continuación intentaré reconstruir las diferentes pruebas que formaban parte de la iniciación ritual egipcia basándome en testimonios antiguos y modernos.

templo egipcio

templo egipcio

a) Llegada y aceptación

Edouard Schuré describe de forma muy romántica el primer paso del ritual iniciático: “En medio de la actividad febril de Egipto, de aquella vida deslumbradora, más de un extranjero aspirante a los Misterios, venido de las playas lejanas del Asia Menor o de las mon­tañas de la Tracia, llegaba a esas tierras, atraído por la reputación de sus templos. Una vez en Menfis, quedaba asombrado.

Monumentos, espectáculos, fiestas públicas, todo le daba la impre­sión de la opulencia, de la grandeza. Después de la ceremonia de la consagración real, que se hacía en el secreto del santuario, veía al faraón salir del templo, ante la multitud, y subir sobre su pavés llevado por doce oficiales de su estado mayor. Ante él, doce jóve­nes ministros del culto llevaban, sobre cojines bordados en oro, las insignias reales: el cetro de los árbitros con cabeza de morueco, la espada, el arco y la maza de armas. Detrás iba la casa del rey y los colegios sacerdotales, seguidos de los iniciados en los grandes y pe­queños misterios. Los pontífices llevaban la tiara blanca, y su pecto­ral chispeaba con el fuego de las piedras simbólicas. (…) Pero aquella pompa aplastante no era lo que él buscaba. El deseo de penetrar el secreto de las cosas, la sed de saber: he ahí lo que le traía de tan lejos. Se le había dicho que en los santuarios de Egipto vivían magos, hierofantes en posesión de la ciencia divina. Él también quería entrar en el secreto de los dioses. (…) ¿Qué había de verdadero en aquellas narraciones turbadoras, en aquellas imágenes hieráticas tras las cua­les se esfumaba el terrible misterio de ultratumba? –Isis y Osiris lo saben– le decían. Pero, ¿quiénes eran aquellos dioses de quienes sólo se hablaba con un dedo sobre los labios?

templo egipcio
templo egipcio
Para saberlo, el extranjero llamaba a la puerta del gran templo de Te­bas o de Menfis. Varios servidores le conducían bajo el pórtico de un patio interior, cuyos pilares enormes parecían lotos gigantescos, sosteniendo por su fuerza y pureza al arca solar, el templo de Osiris. El hierofante se aproximaba al recién llegado. La majestad de sus facciones, la tranquilidad de su rostro, el misterio de sus ojos negros, impenetrables, pero llenos de luz interna, inquietaban ya algo al pos­tulante. Aquella mirada penetraba como un punzón. El extranjero se sentía frente a un hombre a quien sería imposible ocultar nada. El sacerdote de Osiris interrogaba al recién llegado sobre su ciudad natal, sobre su familia y sobre el templo donde había sido instruido. Si en aquel corto pero incisivo examen se le juzgaba indigno de los misterios, un gesto silencioso, pero irrevocable, le mostraba la puer­ta. Pero si el sacerdote encontraba en el aspirante un deseo sincero de la verdad, le rogaba que le siguiera. Atravesaba pórticos, patios interiores, luego una avenida tallada en la roca a cielo abierto y bor­deada de obeliscos y de esfinges, y por fin se llegaba a un pequeño templo que servía de entrada a las criptas subterráneas. La puerta estaba oculta por una estatua de Isis de tamaño natural. La diosa sentada tenía un libro cerrado sobre sus rodillas, en una actitud de meditación y de recogimiento. Su cara estaba cubierta con un velo. Se leía bajo la estatua:

“Ningún mortal ha levantado mi velo”.

–Aquí está la puerta del santuario oculto– decía el hierofante.

Mira esas dos columnas. La roja representa la ascensión del espíritu hacia la luz de Osiris; la negra significa la cautividad en la materia, y en esta caída puede llegarse hasta el aniquilamiento. Cualquiera que aborde nuestra ciencia y nuestra doctrina, juega en ello su vida. La locura o la muerte: he ahí lo que encuentra el débil o el malvado; los fuertes y los buenos únicamente encuentran aquí la vida y la inmor­talidad. Muchos imprudentes han entrado por esa puerta y no han vuelto a salir vivos.

Es un abismo que no muestra la luz más que a los intrépidos. Reflexiona bien en lo que vas a hacer, en los peligros que vas a correr, y si tu valor no es un valor a toda prueba, renuncia a la empresa. Porque una vez que esa puerta se cierre, no podrás volverte atrás. Si el extranjero persistía en su voluntad, el hierofante le volvía a llevar al patio exterior y le dejaba en manos de los servi­dores del templo, con los que tenía que pasar una semana, obligado a hacer los trabajos más humildes, escuchando los himnos y haciendo las abluciones. Se le ordenaba el silencio más absoluto”. (4)

b) El ingreso

La noche de la ceremonia, el candidato era conducido hasta la en­trada del santuario, pero debía ingresar solo. En este lugar había un túnel oscuro, donde se podía observar a lo lejos el resplandor de las antorchas. El aspirante tenía que caminar hacia la luz hasta llegar a un recinto con estatuas alegóricas y símbolos sagrados inscritos en las paredes.

Cuenta Schuré que “con un gesto mudo, dos neócoros mostraban al novicio un agujero en la pared, frente a él. Era la entrada de un pasa­dizo tan bajo que no se podía penetrar en él más que arrastrándose.

–Aún puedes volver atrás– decía uno de los oficiantes. La puerta del santuario aún no se ha vuelto a cerrar. Si no quieres, tienes que con­tinuar tu camino por ahí y sin volver atrás.

–Me quedo– decía el novicio, reuniendo todo su valor.

Se le daba entonces una pequeña lámpara encendida. Los neócoros se marchaban y cerraban con estrépito la puerta del santuario. Ya no había que dudar: era preciso entrar en el pasadizo. Apenas se había deslizado en él, arrastrándose de rodillas con su lámpara en la mano, cuando oía una voz en el fondo del subterráneo: “Aquí perecen los locos que codician la ciencia y el poder”. Gracias a un maravilloso efecto de acústica, aquellas palabras eran repetidas siete veces por ecos distanciados. Era preciso avanzar sin embargo; el pasadizo se ensanchaba, pero descendía en pendiente cada vez más rápida”. (5)

c) Descenso a las entrañas de la Tierra

La prueba del elemento Tierra consistía en descender por una escalera de minús­culos escalones que se perdía en las profundidades. Aunque el pozo no paracía tener fin, el aspirante debía superar sus miedos y aventurarse sin más en él, donde finalmente era recibido por un oficiante que le daba la bienvenida, felicitándolo por haber superado la primera prueba.

Pozo de Regaleira
Pozo de Regaleira

Pozo iniciático de Regaleira

Este “pozo iniciático” (que no es otra cosa que una representación palpable del VITRIOL, “Visita Interiora Terrae Rectificando Invenies Occultum Lapidem”) se perpetuó en contextos iniciáticos posteriores, en la forma de una caverna, un gabinete de reflexión (Masonería) o directamente como un pozo iniciático por el que se debe descender escalón por escalón, como sucede en el hermoso Jardín de Regaleira en Portugal.

Poco después, el caminante se encontraba frente a una placa de mármol donde figuraba la siguiente inscripción: “Todo mortal que caminare solo y sin susto por este tenebroso recinto, vol­verá a ver la luz, será purificado por fuego, aire y agua, e iniciado en los sagrados misterios de la diosa Isis”. (6)

Las galerías subterráneas continuaban. Antenor cuenta su experien­cia en la obra “Viajes de Antenor por Grecia y Asia con nociones sobre Egipto”:

“Caminé, pues, a la luz de mi farol por un subterráneo de más de una legua. Rodeábame la noche, el silencio y el terror. A cada paso creía ver espectros, que al arrimarme se disipaban. Llegué en fin a una puerta de hierro, delante de la cual estaban tres hombres de estatu­ra gigantea, armados y con cascos que remataban en la cabeza de Anubis. Paréme temblando; pero vuelto prontamente del susto, puse mis ojos sobre ellos. Entonces uno de los tres me dijo: “Aún puedes volverte, pero eres perdido si, continuando tu camino, retrocedes o vuelves la cabeza”. (7)



Autor: Phileas del Montesexto
www.phileasdelmontesexto.com

Notas del texto
(1) Solares, Blanca: “Madre terrible: la diosa en la religión del México antiguo”
(2) Según Plutarco: “En Sais la estatua de Atenea sentada, a la que también consideran Isis, tenía una inscripción así: “Yo soy todo lo que ha sido, lo que es y lo que será, y mi velo jamás me lo levantó ningún mortal”.
(3) Novalis: “Los discípulos en Sais”.
(4) Schuré, Edouard: “Los Grandes Iniciados”
(5) Schuré: op. cit.
(6) Lantier, Etienne François: “Los viajes de Antenor por Grecia y Asia con nociones sobre Egipto”
(7) Lantier: op. cit.

https://sanctasanctorum.org/2018/04/04/fuente-primordial-iniciaciones-en-egipto/

miércoles, 9 de mayo de 2018

Misterios de Egipto



Misterios de Egipto

La importancia de Egipto para la Tradición Iniciática Occidental queda en evidencia en la célebre frase de Cagliostro: “Toda luz viene de Oriente, toda iniciación viene de Egipto” y es bien conocido que algunos grandes sabios de la antigüedad como Hipócrates, Pitágo­ras, Empédocles, Sócrates, Platón, Tales, Anaximandro, Demócrito, Jámblico, Amonio Saccas, entre otros, bebieron de las aguas puras de la tradición egipcia.

El propio Moisés fue iniciado en estas tierras según revela la Biblia: “Así Moisés fue instruido en toda la sabiduría de los egipcios, y era poderoso en palabra y en obra”. (Hechos 7:22)

Fabre du Bosquet, por su parte, afirma que “Moisés, iniciado en los misterios del sacerdocio egipcio, fue, en su tiempo, quien más profundizó en las ciencias sublimes que habían redactado los dos Hermes. Penetró el sentido de los jeroglíficos y utilizó los mismos medios, a los que aña­dió las parábolas, para conservar y transmitir a la posteridad todas las ciencias que había adquirido”.

El propio Jesús vivió en tierras egipcias (Mt 2:13-15, Lc 2:41) y muchos argumentan que sus enseñanzas estarían inspiradas en las doctrinas sapienciales de los antiguos misterios egipcios. Otros hablan de una influencia esenia (esto incluso lo sugiere el anterior papa Benedicto XVI) (1) o de una doble iniciación egipcia y esenia.



Orígenes de la tradición iniciática egipcia
El origen de la civilización egipcia sigue siendo un enigma para la arqueología oficial. Como se afirmó en un artículo anterior, la Tradi­ción Iniciática sugiere que esta cultura no evolucionó gradualmente sino que fue la depositaria del conocimiento de la Atlántida.

Para establecer y consolidar una sociedad con estos parámetros tradicionales era preciso contar con una nación fuerte y protegida, y esta fue la tarea que asumió el Rey Escorpión, que fue el unificador de las dos coronas: la blanca del Alto Egipto y la roja del Bajo Egipto, hacia el 3.100 a.C.

En otras palabras: el nexo de Egipto con la perdida Atlántida puede rastrearse en el período protodinástico de Egipto y más precisamente en la llamada “dinastía cero” donde se destacó este primer rey “Escorpión” que realizó una tarea decisiva a nivel práctico pero altamente simbólica desde un punto de vista metafísico: la unión de lo Alto y de lo Bajo, del Blanco y el Rojo, conformando una nación sagrada que hoy conocemos como Egipto. Sobre esto dice Fernando Schwarz: En Egipto “lo espiritual y lo material se confunden. Así, el doble país -dividido en Alto y Bajo Egipto- no responde solamente a exigencias geográficas sino fundamentalmente simbólicas y rituales” (2)

Rey Escorpión
El Rey Escorpión

Dice Christian Jacq: “Antes del rey Escorpión no existe la civilización egipcia. Solamente se puede hablar de culturas locales, cuyas producciones artesanales son mejores o peores. La documentación arqueológica cambia en la época predinástica. la época de Escorpión. Por ejemplo, en los ritos de sepul­tura se constata que el cadáver ya no se envuelve en esteras o pieles sino que se deposita en cestas y luego en sarcófagos de tierra cocida, o en ta­blas. Se desarrolla una metalurgia, y también el trabajo de carpintería; se perfeccionan las herramientas de sílex y de cobre, así como los teji­dos. La cerámica es abundante; cuando hay decoración, se adorna con escenas bastante complejas donde intervienen personajes, barcos. Se fa­brican muchas vasijas de piedra dura y cabezas de clava. El rey Escorpión fue el instigador o el beneficiario de esta evolución en el orden social y económico”. (3)

Con esta “dinastía cero” comenzó la sucesión faraónica que duró más de 3.000 años y que culminó con Ptolomeo XV, hijo de Cleopatra. En el Antiguo Egipto el Faraón representaba la unión de lo alto y lo bajo y -más aún- del Cielo y la Tierra, una suprema concordancia y un reflejo de lo celeste en lo terrestre. Esta idea no es exclusiva de los egipcios y ha aparecido en todas las culturas del planeta y simboliza en lo profundo la unión de lo real y lo sacerdotal, en otras palabras de los Misterios Mayores (Arte Real) y de los Misterios Menores (Arte Sacerdotal). Esto se hace evidente en varios personajes de la tradición judeo-cristiana, en especial Melquisedec y también en el propio Cristo-Rey que -según dicen las escrituras- era un sucesor del anterior (Hebreos 5:10).

Según Jacq: “En el caso de Egipto, lo que resulta prodigioso es la coherencia de la civilización y. sobre todo, la duración de la institución faraónica. (…) Se trata, pues, de una larga historia, pero sobre todo de una historia que posee un centro vivo –el faraón— que permanece inmutable a pesar de acontecimientos a veces dramáticos. Esta continuidad enraizada en lo sagrado y no en lo político puede sorprender profundamente. Hay que tener en cuenta también que ninguno de los 350 faraones que ocuparon el trono de Egipto traicionó esta concepción en cuanto a sus principios; si conside­ramos, por último, que de Cleopatra hasta nuestros días hay como míni­mo la mitad de tiempo que de Menes, el primer faraón «histórico», has­ta Cleopatra. comprenderemos claramente que la civilización faraónica es una parte esencial de la aventura humana” (4).

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Bibliotecas y casas de vida
Las bibliotecas egipcias recibían el sugestivo nombre de “clínicas del Alma” (5) o “tesoro de los remedios del Alma” (6) porque en ellas el ser humano podía curarse de la enfermedad más severa de todas: la ignorancia. Pero esta ignorancia no solamente era intelectual sino existencial. Por lo tanto, para ellos la educación era la mejor forma de “curar el Alma”. Esta idea alcanzó su punto más alto en la Biblioteca de Alejandría, como veremos en otra entrega de esta saga.

escribaPor otro lado, en el Antiguo Egipto existieron unas instituciones culturales e iniciáticas cono­cidas como “Casas de vida” (“Per Ankh”), las cuales –según Christian Jacq– eran “una comunidad de “expertos” que moldeaban la civilización desde dentro ofreciéndole el plano primordial de todas las cosas [y] el centro espiritual donde se creaban los tex­tos teológicos, pues se consideraba precisamente que la teología era “madre de todos los conocimientos”, (…) una escuela de lo primordial, el lugar donde se extraía el espíritu del conjunto de las actividades humanas, el centro de cultura sagrada donde se despliega la fuerza de los dioses, la fraternidad donde los hom­bres descubren la llama de su inmortalidad”. (7)

Si atendemos al concepto que nos brinda Jacq acerca de estas “Casas de la Vida” como “escuelas de lo primordial, el lugar donde se extraía el espíritu del conjunto de las actividades huma­nas”, podemos apreciar que la concepción es bastante similar a la aspiración iniciática (y particularmente rosacruz) de un “Saber total”, un conocimiento integrador y omniabarcante que Comenius sintetizó en el siglo XVII con el nombre de “Pansofía” (Pan=todo, Sofía=sabiduría).

Este saber integrador o “Pansofía” tiene la característica de involucrar a todas las áreas del conocimiento humano y, por lo tanto, ninguna disciplina humana le es ajena. Siendo así, los sabios de antaño no solamen­te eran filósofos, sino también artistas, científicos, políticos, educadores, religiosos, etc.

Esta es una característica propia de las culturas tradicionales que buscan integrar y unificar el conocimiento de un modo coherente en función de un propósito último, es decir de lo trascendental.

En concordancia con este punto, comenta Christian Jacq: “Egipto es una civilización de tipo «tradicional», noción que no debemos confundir con costumbre o con folclore. La costumbre no es otra cosa que una materialización. La tradición representa el deseo de renovación constante del ser orientado hacia lo divino; se compone de ritos, símbolos y mitos, y necesita una conversión de la mirada para buscar el sentido que se esconde bajo la letra, lo inmaterial en lo material” (8).

Para los egipcios, la teología era el eje de las demás disciplinas, la médula, y en las “casas de vida” se escribieron diversos textos teológicos y metafísicos, entre ellos “El libro de los muertos”. Volviendo a Jacq (que es uno de los autores de referencia a la hora de sumergirse en los misterios de Egipto) éste señala: “Los textos elabora­dos por la Casa de la Vida no eran escritos fúnebres. Cada vez que hablamos del «muerto», del Libro de los muertos, traicio­namos el espíritu egipcio, pues los textos llaman a ese muerto «el Osiris tal», «el que está ahí», «el que existe», «el vivo». La literatura sagrada egipcia no es una letanía interminable sobre la angustia de la muerte sino que presenta una forma de vida cada vez más consciente que el iniciado traduce en admirables palabras:

Soy el que ciñe la banda del conocimiento,
la banda de Nun, brillante y resplandeciente,
atada a su frente,
la que ilumina las tinieblas
y reúne a los dos uraeus.
Mis pensamientos son los grandes hechizos mágicos
que salen de mi boca.
(Libro de los muertos, cap. 80)”. (9)

libro de los muertos
libro de los muertos
El Libro de los Muertos o “libro de la salida hacia la luz del día” describe un viaje iniciático que implica un abandono de la tierra profana y un avan­ce hacia la necrópolis a fin de encontrar los caminos de la sabidu­ría. Y en este camino “desde el principio se enfrenta a «enemigos», sus propias insuficiencias internas, y debe rendir cuentas a su conciencia. Gracias a la acción mágica llega a com­prender los símbolos que ha encontrado a lo largo de su vida y a dominar los elementos.

Cuando alcanza el equilibrio de su «materialidad» gracias al do­minio de la tierra, y la plenitud de sus sentimientos gracias al dominio del agua, la claridad de su inteligencia por el del aire, y la irradiación de su espíritu por el del fuego, se reviste con nu­merosas formas divinas y sube a la barca solar donde se celebra el «juicio» de Osiris. Su «glorificación», o exaltación de su llama interior, depende de su conformidad con el orden cósmico”. (10)

Verdaderamente, esta obra egipcia debería ser comprendida desde una perspectiva espiritual y trascendente, y no un mero escrito mortuorio.

Octavi Piu­lats señala que “en muchos capítulos [de este libro] se nos dice expresamente que la activación y lectura de éstos es también beneficiosa para el vivo, con lo cual entramos en el debate si el Libro de los Muertos es o era al mismo tiempo un texto de carácter iniciático para los vivos en la existencia terrenal. (…) Un análisis sistemático de las fuentes apunta a esa posibilidad sobre todo si tenemos en cuenta que algunos capítulos, como el de la “Confesión Negativa”, parecen realmente textos de compor­tamiento de colegios sacerdotales con carácter iniciático”. (11)

El texto original producido por los iniciados de la “Casa de la vida” se ha perdido y todas las versiones que existen de esta obra son parciales y dependen de los gustos locales o indivi­duales de los escribas. El conocido egiptólogo William Flinders Petrie se lamenta de esto, revelando que: “Fragmentos que se conocían al término del antiguo reino desaparecieron comple­tamente en las copias posteriores, en tanto aparecían otras de origen obviamente muy tardío. La incesante adición de notas, la incorporación de pinturas, y la acumulación de explicaciones, unas sobre las otras, han aumentado la confusión. Para incre­mentar aún más nuestro estupor, los escribas no rectificaban sus errores en unas escrituras que sabían nadie iba a ver jamás; y las corrupciones, que cada vez empeoraban más, dejaron mu­chas partes casi sin el menor sentido”. (12)

Autor: Phileas del Montesexto
www.phileasdelmontesexto.com

misterios egipcios

misterios egipcios
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Epílogo
A través de los siglos las escuelas mistéricas egipcias fueron degenerando y prestando más atención a la “forma” que a la “esencia”. Los sacerdotes oficiales fueron desplazando a los sacerdotes inicia­dos y suplantando los usos y costumbres de los rituales arcaicos, por vistosas prácticas exotéricas que agradaban a los nobles, pero que suponían una traición a la herencia atlante.

Alejandría supuso una revitalización de las antiguas escuelas y un intento por volver a las fuentes, pero esto será tema de otra entrega de este “Árbol del conocimiento”.

Notas del texto
(1) Benedicto XVI dice en su libro “Jesús de Nazareth”: “Parece que Juan el Bautista, y quizás también Jesús y su familia, fueran cercanos a este ambiente [esenio]. En cualquier caso, en los escritos de Qumrán hay numerosos puntos de contacto con el mensaje cristiano”.
(2) Schwarz, Fernando: “Geografía sagrada del antiguo Egipto”
(3) Jacq, Christian: “El Egipto de los grandes faraones”
(4) Jacq: op. cit.
(5) Diodoro de Sicilia: “A continuación se encuentra la biblioteca sagrada, que lleva la inscripción “lugar de curación del alma”, y al lado de este edificio pueden apreciarse estatuas de todos los dioses de Egipto”. (“Bibliotheca historica”).
(6) Jacques-Bénigne Bossuet: “El primero de todos los pueblos en que se ven bibliotecas es el de Egipto. El título que se les daba, inspiraba deseo de entrar en ellas y de penetrar sus secretos: eran llamadas: El tesoro de los remedios del alma, porque allí se curaba de la ignorancia, que es la más peligrosa de sus enfermedades y el origen de todas las demás”. (“Discurso sobre la historia universal”)
(7) Jacq, Christian: “Poder y Sabiduría del Antiguo Egipto”
(8) Jacq, Christian: “Poder y Sabiduría”, op. cit.
(9) Jacq, Christian: “Poder y Sabiduría”, op. cit.
(10) Jacq, Christian: “Poder y Sabiduría”, op. cit.
(11) Piulats, Octavi: “Egiptosophia”
(12) Flinders Petrie, W. M.: “La Religión de los antiguos egipcios”

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