miércoles, 13 de enero de 2010
COSAS QUE NUNCA CONTE
Cosas que nunca conté
Por
José Luis Cestari Villegas
“A veces es un verdadero fastidio acordarse de tantas cosas, sobre todo de aquéllas que significaron tanto. Nunca olvidaré aquél doce de Julio de 1812, fecha en que me hice Oficial de las Milicias Regladas, por disposición de la Junta de Cumaná. Tenía yo 15 años.
Iría a la guerra con el Cuerpo de Ingenieros, mi papá comandaría la Caballería. Las costas de Venezuela estaban bloqueadas por el ejército español. Necesitábamos ayuda. Los hermanos Bolívar se ofrecieron para viajar a buscarla. Rumbo a los Estados Unidos, Juan Vicente muere en un naufragio. Simón se va a Londres en misión diplomática, pero también fracasa; sin embargo, se contacta con Don Sebastián Francisco de Miranda y lo convence de venir al país a comandar al ejército patriota. Ya con dieciséis años, me mandan junto a los refuerzos que el Generalísimo solicitaba para su desembarco. Ya habíamos tomado a Valencia. Allí conocí a Bolívar, entonces Coronel, cuando con el Brigadier Fernando Toro comandaron la Infantería, Caballería y Artillería en el ataque al Cuartel de Pardos y al Convento de San Francisco Me dió unos consejos valiosos que nunca olvidé y conservé hasta mis últimos días. Mi padre también me dió siempre buenos consejos y excelentes ejemplos. Recuerdo que para esa época, mi papá le escribió una carta a Joaquín Puelles, emisario del Comisionado Cortabarría. Le expresó, entre otras cosas: ...Desembarque usted con su cuadrilla, ataque nuestras columnas, derrame la sangre de los que llama rebeldes: las acciones dirán en su resultado cuál es la causa justa, dónde está el valor y dónde el oprobio de la cobardía. El desembarco de Monteverde obligó al Congreso de Valencia a nombrar apresuradamente un jefe, un Dictador. Nombraron a Miranda. Miranda nombró a Bolívar Comandante de las fuerzas acantonadas en Puerto Cabello. El sanguinario Monteverde avanzaba y arrasaba con todo a su paso. Por una vil traición, pierde Bolívar la Plaza de Puerto Cabello y, sintiéndose impotente, decide el suicidio; sus amigos le ayudamos a superar ese momento tan difícil.”
“Pasaron muchos años...Ecuador...Perú...Bolivia...mis errores...mis aciertos...mis amores...
...Mariño, Páez, Piñango y Perdomo, impidiéronnos entrar al obispo Estévez –entonces Vicepresidente del Congreso colombiano- y a mí a mi propia patria, Venezuela... Los enemigos de la Gran Colombia -centrados en Quito, Popayán y Bogotá- no querían que yo arribara a Quito, pues sospechaban que a mis treinta y cinco años me proclamarían sucesor de Bolívar desplazando a Flores, Presidente provisional. Esa Presidencia mía era temida, pues significaba la definitiva unión federativa de la Gran Colombia.”
“Mi General Bolívar estaba muy enfermo. Yo iba rumbo a Quito, a presentar a ese gobierno las ideas de federación de tres naciones, ideas que sosteníamos el Libertador y yo. Eramos siete los viajeros: Andrés García Téllez(hacendado, diputado de Cuenca), Ignacio Colmenares (tocuyano, sargento de Caballería), sargento Lorenzo Caicedo, mi asistente; el negro Francisco, sirviente de García, y dos arrieros con bestias de carga.. Viaje por el Valle del Cauca, es más seguro - me dijo el Presidente, al despedirme. Vino a mi mente lo que leí en El Demócrata: -Puede ser que Obando haga con Sucre lo que no hizo con Bolívar... Obando planeó todo con Apolinar Morillo, dos meses antes...
Y tres días antes, dormimos en el pueblito de Mercaderes...Luego acampamos en una casita vieja, antes de llegar al Salto de Mayo. Allí vivía José Erazo, un treintón mestizo, antiguo guerrillero, elevado a Comandante de Milicias, su esposa -enferma- y sus dos hijos, custodiados por cuatro soldados. Descansamos, amaneció y partimos. Luego llegó a la casucha el Coronel Apolinar Morillo; se fue con Erazo a hablar en secreto al patio trasero acerca de dos órdenes por escrito que traía, una del Comandante Mariano Antonio Alvarez y otra del General José María Obando: me querían muerto. El asunto se supo después por Desideria Meléndez, la esposa de Erazo, quien escondió las órdenes escritas luego de pedirle a su esposo José que no se metiera en ese asesinato. Sale Erazo para la montaña de La Venta, y al rato se devuelve Morillo, para que no se vea conexión alguna entre ellos. Conversa y se pone de acuerdo con dos peruanos y un colombiano, quedando así conformado el cuarteto del crimen. Cuando Erazo llega a La Venta, me alertó la intuición...¿Qué hacía este hombre aquí?...Después llegó el Coronel Juan Gregorio Sarría, que venía de Pasto. Lo invité a quedarse pero no quiso; se fue con Erazo, cabalgando sobre mi sospecha. Decidí entonces que continuaríamos viaje al día siguiente, con la luz del sol. –Caycedo, manda a cargar todas las pistolas, no puede ser sino que éstos, Sarría y Erazo, tratarán de asesinarme. Nadie durmió esa noche. Mientras, Erazo y Sarría -bebiendo aguardiente- iban rumbo al Salto de Mayo. Pero antes de llegar, en un sitio llamado Las Guacas, los esperaban Apolinar Morillo y tres más, listos y armados. Suben todos a pié por un sendero a la montaña de la Venta, hacia el poblado del mismo nombre, que hoy se llama La Unión. Mucho frío, el licor lo compensa. Planifican la mejor manera de matarme. Llegaron aun punto de la montaña; sendero estrecho, enlodado, matorrales tupidos. Allí se apostaron en silencio, esperándome, en plena oscuridad de aquella madrugada sin luna y sin estrellas: dos a cada lado del camino, Apolinar Morillo, Juan Cuzco, Andrés y Juan Gregorio Rodríguez, todos camuflajeados con ramas y hojas.
Salimos de La Venta con dirección a Pasto como a las siete de la mañana, para evitar la peligrosa penumbra. Por un caminito angosto y resbaloso había que remontar la cordillera y luego bajar y entrar a la selva de Berruecos. Hacia las ocho de la mañana, el sargento Caicedo se desmonta para arreglar algo en la silla, y la caravana se detiene. Yo iba atrás, junto al diputado García; como no sabía por qué nos habíamos detenido, el negro Francisco me gritó: -¡Caicedo está arreglando algo en la silla de la mula! Me pareció peligrosa la parada y decido irme adelante para ayudar a Caicedo; cuando llego donde él ya había acomodado la silla, y fué entonces cuando decidí irme adelante, hacia la punta de la caravana; Caicedo me dijo que era peligroso, pero no le hice caso; parecía que una fuerza sobrehumana me empujara al encuentro con mi destino. A los pocos pasos: -¡General Sucre! Mi cuerpo y mi cabeza voltearon, lentamente, y algo me dijo que el momento había llegado. Al unísono de la primera detonación sentí como un latigazo en mi cara y cabeza, luego otra –también en la cabeza- y una tercera me alcanzó el corazón. Dolía...¡Ay, balazo! –alcancé a decir. Como una hoja que ya seca y vencida se cae de un árbol, así, lentamente, mi cuerpo cayó sobre el barro del sendero. Dolor y un frío intenso se fueron apoderando de mí... sentí que todo ya se había consumado...los demás huyeron. Aparte del recuerdo de Mariana y de mi hija, la humedad de la montaña ahora era mi única compañera.”
“Hoy vivo en otra forma de existencia. Mis viejos enemigos todavía rondan las veredas, esperando las sombras. Yo... espero.”
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