Por: Carlos E. Casero
A primeros del mes de marzo del año 2.003 la prensa de medio mundo se hizo eco del descubrimiento de un gran túnel o galería subterránea de unos dos kilómetros de longitud en el subsuelo de la ciudad peruana de Cusco (en quechua Qosqo) o Cuzco, la antigua capital inca. El hallazgo llevado a cabo por el arqueólogo español Anselm Pi Rambla, unía la conocida y céntrica edificación denominada Koricancha, antiguo templo inca (Templo del Sol) y en la actualidad el Convento de Santo Domingo, con un área exterior al norte de la ciudad, exactamente con la fortaleza de Sacsayhuamán.
Según Anselm Pi Rambla y el resto de sus colaboradores, el túnel descubierto no era más que una pequeña parte de un gran entramado de galerías, cámaras y mausoleos que con toda seguridad se extendían bajo el suelo de la ciudad, como así parecían indicar todos los resultados realizados con modernos y sofisticados equipos de radar, que señalaban entre otros puntos que, diferentes túneles, comunicaban el actual Convento de Santo Domingo con el Convento de Santa Catalina o Marcahuasi, con la Catedral o Templo del Inca Wiracocha, con el Palacio de Huáscar, con el Templo de Manco Cápac o Colcampata y con el Huamanmarca. Todo ello en un estrato de unos 100 metros de profundidad bajo la que es hoy la moderna superficie de la ciudad de Cuzco.
Mapa del Perú. En el pequeño recuadro amarillo se puede localizar la ciudad de Cusco o Cuzco.
A ojos del arqueólogo español, las investigaciones sugerían una perfecta alineación astronómica de todas estas edificaciones, que descartaría la antigua presunción de que los incas sólo tenían al planeta Venus como referencia astral, sino que a partir del descubrimiento se podía establecer que también se guiaron por el Sol, la Luna, la Cruz del Sur y las Pléyades (estrellas de la constelación de Tauro), y al menos en sus orígenes, no se trataría de una obra que pudiera ser achacada a los incas, ni tan siquiera a culturas preincaicas más o menos catalogadas, sino a una cultura aún no conocida. El investigador planteaba entonces textualmente en voz alta un reto a toda la comunidad científica; "…la gran pregunta consiste en saber a qué época pertenecerían las construcciones…"
Como muchos lectores ya habrán adivinado, dichas aseveraciones sobre la existencia de una antigua civilización preincaica totalmente desconocida, no terminaron de “encajar” muy bien entre la comunidad científica. Ya en julio del año 2.000, tres años antes del descubrimiento del túnel, cuando se firmó el acuerdo entre el Instituto Nacional de Cultura del Perú y la Orden de los Dominicos de Cuzco por un lado y la sociedad de investigación de Anselm Pi Rambla (Sociedad Bohic Ruz Explorer) por otro , consistente en intentar descubrir la existencia de un complejo sistema de túneles incaicos y preincaicos mencionados a lo largo de la historia por muchos investigadores y cronistas, fueron multitud los detractores que se opusieron a dicho proyecto, principalmente por tres motivos. El primero de ellos era meramente científico, pues no parecía muy serio entre los sectores más ortodoxos o conservadores perder el tiempo en buscar túneles y pasadizos que consideraban como simples leyendas, y más aún cuando se planteaban “estrafalarias hipótesis” sobre sus orígenes y constructores. El segundo de los motivos era de índole religiosa. Las excavaciones afectarían a un área con un importante significado para muchos creyentes, tanto católicos como seguidores de las antiguas tradiciones incas, perturbando la paz y la armonía que se supone debe morar en un emplazamiento de semejantes características. La tercera y última de las razones podríamos denominarla algo así como “político-sentimental”. ¿Qué hacía un grupo de extranjeros, y más aún españoles, buscando tesoros en uno de los lugares más sagrados del antiguo Perú? En pocas palabras, el rencor histórico y la vena patriótica salieron a relucir entre los descendientes de Atahualpa, el último Inca.
A la izquierda podemos observar el actual Convento de Santo Domingo. Su construcción fue efectuada sobre el antiguo Templo del Sol de los incas (koricancha), apreciandose aún los muros en la parte inferior que sirven de base a la construcción realizada por los conquistadores españoles. A la derecha se pueden apreciar los increibles sillares, de los que el escritor e investigador español Javier Sierra en su libro -En busca de la Edad de Oro- escribió lo siguiente: "...Cuando llegué al pie del templo, asentado sobre sillalres incas pulcramente tallados, vi lo poco que quedaba del antiguo esplendor del lugar. Sobre esos bloques encajados milimétricamente entre sí, formando una serie de puzzle indestructible, se levantan los toscos muros españoles, de paja y barro, quebrados mil veces por la intensa actividad sísmica de la región. Pero eso no sucede con las paredes incas. Los muros que podía admirar se asientan sobre gruesos y macizos bloques de andesita que descansan, a su vez, sobre una fina película de arena de playa que los desliza al compás de cualquier terremoto, impidiendo su caída o rotura..."
Pues bien, a pesar de la magnitud del descubrimiento de Anselm Pi Rambla en aquel mes de marzo del año 2.003 y como colofón a las ya primeras críticas iniciadas desde el mismo momento de la firma del proyecto arqueológico, al final y tan solo cinco meses después, en Agosto del año 2.003, el Instituto Nacional de Cultura del Perú rescindió los acuerdos que autorizaban los trabajos de excavación e investigación existentes bajo una grave acusación. Todo el proyecto había sido un gran engaño.
Pero…, ¿cómo se podía hablar de engaño si cinco meses antes Anselm Pi Rambla había sacado a la luz uno de los míticos túneles de los que ya el primer literato mestizo, el inca Garcilaso de la Vega, hacía referencia en el año 1.609 en su obra “Comentarios Reales de los Incas?
Si existe una antigua leyenda mil veces repetida entre las culturas andinas, es aquella que se refiere a la existencia de una extensa red de túneles, construidos en tiempos anteriores a los incas, que recorren buena parte del actual territorio peruano y partes de otras áreas próximas de la cordillera de los Andes (Bolivia, Ecuador, Colombia, etc.). Y son estas mismas leyendas también, las que aseguran que diferentes galerías subterráneas parten desde la ciudad de Cuzco, que en la lengua de los incas significaba “el ombligo de la tierra o el mundo”, extendiéndose hacia las cuatro direcciones del imperio andino: Al Noroeste en dirección de las ciudades de Cajamarca y Quito. Al Noreste camino de la gran selva del Amazonas. Al Suroeste rumbo al desierto de Atacama. Y por último al Sudeste, donde se encuentra la mítica ciudad de Tiahuanaco a orillas del lago Titicaca.
Las mismas autoridades que impidieron continuar la labor de búsqueda de nuevos túneles que confirmaran la realidad de todas estas leyendas, conminaron a Anselm Pi Rambla para que clausurara las excavaciones subterráneas efectuadas en el templo, las cuales quedaron inconclusas, e instaron a la realización por parte del grupo de investigación encabezado por el arqueólogo español a la ejecución de los trabajos de cierre totalmente a su cargo. Los trabajos incluyeron el pago de la mano de obra, los honorarios profesionales y el costo de los materiales para cumplir con el relleno de las excavaciones, así como con el colocado de las losetas y otros materiales retirados inicialmente. Del mismo modo, tuvieron que hacer frente al pago de una fianza de 6.000 dólares como garantía del cumplimiento de la realización del cierre de las obras, cuyo beneficiario fue el convento de Santo Domingo, punto del que partía el túnel descubierto.
Una vez concluido el cierre al acceso de dicho túnel, se difundió un comunicado en el que se aseguraba que Bohic Ruz Explorer S.A.C., la empresa de investigación de Anselm Pi Rambla, quería demostrar que entre el complejo arqueológico de Sacsayhuamán y el Koricancha (hoy convento de Santo Domingo) existía un túnel que los incas empleaban furtivamente, pero este proyecto resultó ser un engaño y pretendió sorprender al pueblo de Cuzco, pues lo que buscaba esta empresa realmente eran supuestos tesoros y expoliar las riquezas del Perú, como ya hicieron los españoles siglos atrás.
De izquierda a derecha. Atahualpa, Francisco Pizarro y Huáscar.
¿A qué tesoros se referían las autoridades peruanas? Y sobre todo… ¿Por qué cambió radicalmente la postura de las autoridades peruanas en tan breve periodo de tiempo, máxime cuando los resultados del acuerdo estaban siendo tan satisfactorios?
Tras la captura en la localidad de Cajamarca por parte de los hombres de Pizarro del que fuera el último emperador inca, Atahualpa, éste ofreció por su liberación llenar dos habitaciones de plata y una de oro "hasta donde alcanzara su mano", y para ello mandó la orden a todo el imperio inca de que enviasen la mayor cantidad posible de oro y plata hacia Cajamarca. Pizarro, desconfiado, ordenó también a tres de sus hombres que se desplazaran a la capital del reino, Cuzco, a la que por el momento aún no se había atrevido a ingresar, para supervisar el cumplimiento de la promesa del emperador. Fue concretamente en el Templo del Sol o Koricancha, o en lo que es ahora el Convento de Santo Domingo, donde los tres españoles quedaron boquiabiertos al contemplar las inmensas riquezas que allí se atesoraban. Planchas de oro de 2 kilos cada una revestían los bloques de piedra del interior y el exterior del templo, en el que había sitio hasta para un jardín con reproducciones de animales, plantas y árboles en oro, varias estatuas también en oro macizo y todo ello presidido por un enorme disco solar aurífero en el altar mayor de la Koricancha, en quechua “Quri Kancha” o templo dorado.
Eran tantas las riquezas que se guardaban en el recinto de la Koricancha, que los tres españoles enviados por Pizarro sólo pudieron regresar a Cajamarca con una mínima parte de lo que sus ojos pudieron contemplar. A pesar de ello, el gran conquistador Francisco Pizarro quedó enormemente sorprendido con las noticias de cuanto pudieron ver sus hombres, así como con el material que habían logrado traer a su presencia, lo que le decidió por fin a avanzar con su ejercito sobre la capital del imperio.
Mientras unos piensan que Pizarro ordenó posteriormente ejecutar a Atahualpa para poder quedarse con todo el tesoro inca y no sólo con el rescate prometido, no faltan quienes creen que, tras la ascensión al poder de Atahualpa tras una cruenta guerra civil contra su hermano Huáscar poco antes de la llegada de los españoles, los partidarios de éste último presionaron al conquistador español para eliminarlo y poder así retomar el poder. Tras la ejecución el 26 de Julio de 1.533 del inca número XIII, Atahualpa, se produjeron muchas revueltas y sublevaciones en todo el imperio, siendo sofocadas por los españoles gracias en parte a los seguidores del depuesto y malogrado Huáscar (Atahualpa ordenó su ejecución y que sus restos fueran arrojados al Río Yanamayo).
El polifacético investigador españolv Anselm Pi Rambla, director del grupo de investigaqción Bohic Ruz Explorer.
Y fue precisamente tras nombrar el propio Pizarro como nuevo Inca a uno de los partidarios de Huáscar, Túpac Hualpa, hermano tanto de Atahualpa como de Huáscar, que marchó por fin rumbo a Cuzco en el mes de noviembre de 1.533. Y así, en la mañana del día 15 de ese mismo mes, las tropas españolas y sus aliados entraron en la capital del imperio, prestando especial interés en el principal de todos sus templos, el Koricancha de los incas, un fastuoso templo levantado en honor al Inti o dios Sol (su máxima deidad), en donde según la tradición sólo podían ingresar los que ayunaban y traían una pesada carga sobre sus hombros, como signo de humildad. Pero ante la sorpresa de los recién llegados, apenas nada quedaba de todos aquellos fabulosos tesoros que unos meses antes Martín Bueno, Pedro Martín y Juan Zárate, los tres enviados a Cuzco por Pizarro, pudieron dar fe
¿Qué había ocurrido para que la mayor parte de los tesoros hubieran desaparecido? Todo parecía indicar que los súbditos de Atahualpa habían ocultado todo el oro y demás riquezas, pero ¿dónde?
La existencia de estos bienes perdidos, dió origen a una serie de sorprendente historias, como la que señalaba que detrás del Koricancha se encontraría la entrada a una gruta llamada la gran Chingana o Chinkana (laberinto), que conduciría a la fortaleza de Sacsayhuamán, al norte de Cuzco, y de ahí al gran Paitití, la ciudad de las riquezas, un enclave secreto hasta el día de hoy oculto en la espesura de la selva. Según el mito, por este camino huyó el príncipe Choque Auqui o "Príncipe Dorado", otro de los hermanos de Huáscar, Atahualpa y Túpac Hualpa, quien antes del inicio de la guerra por la sucesión de su padre Huayna Capac, partió del palacio de Amarucancha llevándose la momia de su progenitor, la estatua de oro de éste y la sagrada imagen del Sol. Su séquito estaba formado por los amautas (maestros), los quipucamayocs (contables del imperio), las ajllas (vírgenes del Sol), los sacerdotes y parte de la nobleza quechua. Todos se dirigían al misterioso Paitití. Realidad o ficción, hasta ahora nadie lo sabe.
Murallas de la fortaleza de Sacsayhuamán, la fortaleza situada al norte de la ciudad de Cuzco, y a la que según la tradición se la relaciona con una de las más importantes entradas al enigmático laberito inca, la denominada como "la Chinkana Grande".
Durante muchos años, los españoles intentaron localizar el acceso de entrada a este mítico mundo subterráneo para encontrar el tesoro que tanto habían codiciado, pero no sólo no lo encontraron sino que, como cuentan muchas crónicas de la época, fueron pocos los que consiguieron salir del laberinto. Un caso perfectamente documentado es el que ocurrió en 1.624, donde tres hombres, Francisco Rueda, Juan Hinojosa y Antonio Orué, entraron en una galería situada por la parte de Sacsayhuamán. Esta iniciativa había despertado una enorme expectación en Cuzco, habiendo sido una gran cantidad de curiosos los que les acompañaron hasta la entrada a la gruta. Se ataron al extremo de una larga cuerda, dejando el otro al cuidado de los testigos, desaparecieron posteriormente en el interior y no volviéndose a saberse de ellos nunca jamás. La única prueba fehaciente de la existencia de tesoros ocultos sucedió en el año 1.700. Según estos mismos cronistas, unos estudiantes se adentraron en un túnel localizado en Sacsayhuamán, con el firme propósito de localizar el tesoro oculto que se le negó a Pizarro. Sólo uno de sus componentes salió con vida del laberinto cuando habían pasado diez días de su incursión, pero trajo consigo un valioso hallazgo: una mazorca de maíz de oro macizo procedente del jardín de oro del Templo del Sol. La cual posteriormente se refundió en dos coronas para la virgen del convento cuzqueño de Santo Domingo, emplazado sobre el antiguo templo inca, y que hoy conservan los monjes.
Ya en 1.590 el padre mercedario Fray Martín de Murúa advertía en el capítulo IX de su “Historia de los Incas, Reyes del Perú” de la existencia de estos túneles y del serio peligro de adentrarse en su interior: “…Este valeroso capitán Ausi Topa fue el que por mandato de su padre, hizo un camino debajo de la tierra en la fortaleza de esta ciudad del Cuzco hasta Koricancha que era donde ellos tenían el templo y oratorio del sol y de la luna y de todas las demás huacas que ellos adoraban, hasta la entrada de este socavón en la dicha fortaleza en donde llamaban la chingana aunque ya es perdido y acabado todo, porque no hay quien atine por donde va, sino es solamente la entrada, porque en entrando algún trecho se pierden y no pueden dar con el camino. Porque ni en el dicho paraje del Koricancha no hay memoria de ello y dicen que el inga lo mandó cerrar porque no entrase nadie dentro…”. De la misma manera el inca Garcilaso de la Vega apuntaba en su obra “Comentarios Reales de los Incas” en el año 1.609: “…Una red de pasajes subterráneos, tan largo como las propias torres estaban todos conectados. El sistema era compuesto de calles y alamedas partiendo en todas las direcciones, todas con puertas idénticas. Era tan complicado que ni siquiera los más valerosos se aventuraban a entrar en el laberinto sin una guía de orientación que consistía en un rollo de cuerda o brabante grueso atado a la puerta de entrada para ser desenrollado a medida que se fuese avanzando por los túneles. Cuando niño acostumbraba a ir hasta el fuerte con los chicos de mi edad, pero no nos atrevíamos a ir muy lejos, permaneciendo siempre en lugares donde hubiese la luz del sol, pues teníamos mucho miedo de perdernos, después de oír todas las historias que los indios nos contaban sobre el lugar…”.
Fueron tantos y tan sonados los casos de desapariciones en el interior de estos túneles, que en el año 1.927 las autoridades ordenaron a la policía y a los militares peruanos sellar a base de explosiones de dinamita todos aquellos accesos en Cuzco y alrededores que fuesen sospechosos de ser punto de acceso al laberinto o chinkana.
Ya han pasado varios años desde que el Instituto Nacional de Cultura de Cuzco obligase a Bohic Ruz Explorer a pagar el cierre de las obras y a marcharse definitivamente del Koricancha por entre otros cargos, haber puesto en peligro la estructura del convento y la seguridad de sus visitantes, más la grave acusación de haber engañado a las autoridades y haber actuado como vulgares cazatesoros. Desde entonces Anselm Pi Rambla y su equipo de colaboradores se ha tenido que conformar con la investigación de los datos obtenidos durante las excavaciones y los proporcionados por los equipos GPR (Ground Penetration Radar) o “geo-radares”, una herramienta excelente de prospección no destructiva del subsuelo, en un rango de profundidades que oscila entre los poco centímetros y los treinta metros. Básicamente esta técnica consiste en el análisis de las reflexiones de las ondas electromagnéticas que se producen cuando hay variaciones en la constante dieléctrica del terreno (La constante dieléctrica o permitividad relativa de un medio continuo es una propiedad macroscópica de un medio dieléctrico relacionado con la permitividad eléctrica del medio). Todos estos estudios y trabajos parecen arrojar una serie de conclusiones inequívocas, y es que, bajo el suelo de Cuzco se extiende un basto y complejo entramado de galerías de increíble magnitud, cuyo epicentro estaría claramente localizado bajo el Convento de Santo Domingo en un área que fue alterada (rellenada con tierra y escombros) y cerrada definitivamente por algunos dominicos entre los años 1.985 y 1.988 y que la misma comunidad de padres que viven actualmente en el Convento son desconocedores de estos hechos del pasado y quienes fueron sus autores.
En el mes de marzo de 1.994 los investigadores españoles Vicente París y Javier Sierra iniciaron un viaje por tierra andinas, para entre otras labores de investigación, profundizar en los mitos y leyendas que hacían referencia a la red de túneles que con epicentro en la ciudad de Cuzco se extendían por todo el Perú adentrándose incluso en otros países vecinos. La suerte o el destino quisieron que Javier Sierra (arriba a la izquierda) obtuviese nuevos datos de la existencia del túnel a través del Prior del Convento de Santo Domingo,el Padre Benigno Gamarra. Ante la sorpresa del investigador español, el prior del convento le mostró y autorizó a fotografiar dos elaboradas coronas de oro con incrustaciones (arriba en la imagen del centro) que fueron realizadas tras fundir la mazorca o choclo de oro que un estudiante en 1.700 logró sacar de los tuneles tras permanecer extraviado varios días. El religioso contó al investigador español que el terremoto que asoló Cuzco en 1.950 les obligó a cerrar la entrada del túnel para consolidar aún más los cimientos de la iglesia. Todas estas investigaciones fueron publicadas en el capítulo 15, Perú: Los túneles de los dioses, en su libro En busca de la Edad de Oro (arriba a la derecha).
Mientras, muchos han sido los rumores que han achacado a una lucha de intereses entre distintas instituciones, concretamente entre el gobierno de Perú y la Iglesia, la razón principal para el total abandono de las investigaciones sobre la posible existencia de este conjunto de túneles preincaicos, avalados desde siglos atrás, por multitud de leyendas y tradiciones. Por ley, la Iglesia no está autorizada a hacer ningún tipo de trabajo arqueológico sin el permiso de las autoridades civiles, aunque sea sobre terrenos de su propiedad, tal como sería el caso del Convento de Santo Domingo. La magnitud de los trabajos requeridos para desentrañar los secretos del subsuelo cuzqueño no pasaría inadvertidos para nadie, y menos aún para el gobierno peruano, quien de descubrir cualquier tesoro o resto arqueológico de importancia sería su único dueño.
Por otro lado, los sectores arqueológicos ortodoxos del país (como suele suceder en todas las latitudes) han restado importancia al descubrimiento de Anselm Pi Rambla y a la existencia del laberinto o chinkana en el subsuelo de la antigua capital de los incas. Más bien señalan la existencia de gran cantidad de grutas de origen totalmente natural, como la causa de la multitud de leyendas que desde tiempos inmemoriales atribuyen a un pueblo o cultura de orígenes desconocidos, tal vez emparentados con los incas, la autoría de tan titánica obra.
¿Cuánto tiempo se mantendrá esta situación? ¿Cuándo se volverán a iniciar los trabajos de investigación? ¿Es realmente posible que bajo el asfalto de la ciudad de Cuzco se encuentre oculto uno de los mayores tesoros que podamos imaginar? ¿Son de origen natural las galerías, y si no fuera así quienes fueron sus constructores y que medios emplearon para su realización? ¿Se limitan estas galerías a las inmediaciones de Cuzco o tal y como dicen las mismas leyendas, se extienden a los rincones más insospechados de Suramérica, recorriendo cientos de kilómetros en todas las direcciones?
Una vez más nos tememos que tendremos que esperar si queremos tener respuestas
No hay comentarios:
Publicar un comentario