miércoles, 20 de enero de 2016
SOBRE LA PLOMADA
Gran Logia Simbólica Argentina
SOBRE LA PLOMADA
La Masonería considera a las herramientas entre sus símbolos constructivos, y si hablamos concretamente del Nivel, este determina la horizontal, y la Plomada, o perpendicular, determina la vertical. Se señala que la fórmula tradicional “El Cielo cubre, la Tierra soporta” determina, con concisión, los papeles de estos dos principios complementarios, vertical y horizontal, con respecto al conjunto de la manifestación universal.
Se decía que el Templo que los masones construyen A.·. L.·. G.·. D.·. G.·. A.·. D.·. U.·. se eleva vertical sobre su base horizontal formando una Escuadra perfecta.
Siguiendo con el estudio de estas herramientas, vamos a referirnos aquí a la Plomada, o perpendicular. La palabra Plomada significa: obra de fábrica levantada a plomo, y también pared. Esta herramienta, formada por una pesa de plomo suspendida de un cordel, se la representa suspendida de la clave de un arco y tocando el suelo, es decir representando el “Eje del Mundo”, la dirección de la “Actividad del Cielo” .
… el Señor estaba sobre un muro hecho a plomo, y en su mano una plomada de albañil… el Señor dijo: He aquí, yo pongo plomada en medio de mi pueblo Israel… (Amós, 7, 7).
Según ciertos antiguos rituales de la Masonería, la letra G está dibujada en el centro de la bóveda, en el punto preciso que corresponde a la Estrella polar; una plomada, suspendida de esta letra, cae directamente al centro de una esvástika trazada en el suelo, y que representa así el polo terrestre: es la plomada del Gran Arquitecto del Universo, que, suspendida del punto geométrico de la “Gran Unidad”, desciende del polo celeste al polo terrestre, y es así la figura del “Eje del Mundo”1.
René Guénon da la explicación de este simbolismo, el cual está recogido por otra parte en un antiguo catecismo de compañero, y a ella nos remitimos dada su importancia en el tema que estamos tratando, copiando solamente, debido a su extensión, el último párrafo:
Si se piensa en que todo ello pertenece a un simbolismo que puede llamarse verdaderamente “ecuménico” y que por eso mismo indica un vínculo bastante directo con la tradición primordial, puede comprenderse sin esfuerzo por qué “la teoría polar ha sido siempre uno de los mayores secretos de los verdaderos maestros masones”.
En toda obra constructiva, la vertical y la horizontal se materializan primeramente en las trazas geométricas de la obra, los trazados arquitectónicos, y después en los diferentes elementos constructivos de la misma, pero más allá de estas formas concretas, y precediéndoles en cierto sentido, está su significado interno, la idea, la cual pertenece al mundo informal (Olam ha-Beriyah del Arbol Sefirótico) y por consiguiente no tiene una representación concreta. El arquitecto o maestro constructor, antes de trazar, conoce la idea de lo que quiere llevar a cabo y, sólo después, realiza los trazados mediante los cuales es llevada a cabo la construcción, la cual no es en cierto modo sino la incorporación de la idea, y todo aquel que alcanza a comprender lo que este cuerpo encierra conoce la idea de la que ha partido; en suma, la construcción deviene así un símbolo, como las propias herramientas de la construcción por las que se lleva a efecto son también un símbolo. Así la plomada es un símbolo, que encierra, en este caso, la idea de vertical.
En geometría, recta vertical es aquella recta que es perpendicular a la recta, o plano, horizontal; proviene, como toda recta, de la polarización del punto. Con respecto a la esfera celeste, la vertical une el Cenit y el Nadir, mientras que, en el plano del horizonte, la horizontal une el Norte y el Sur, el Este y el Oeste.
El número 2 se representa geométricamente por la línea, polarización del punto (1 + 1 = 2); el número 4 por la cruz de dos dimensiones, la intersección de la vertical y la horizontal coplanarias, doble polarización del punto, [(1 + 1) + (1 + 1)] = 4); el 6 por la cruz tridimensional, intersección de los tres vectores de coordenadas espaciales, triple polarización del punto, [(1 + 1) + (1 + 1) + (1 + 1)] = 6).
La figura geométrica que llamamos recta vertical, o eje vertical, es, como hemos dicho, una de las formas que adopta, en el plano de la concreción física, la idea de vertical, la cual pertenece propiamente al mundo de los arquetipos universales, y expresa el vínculo primordial entre lo de arriba y lo de abajo, y, por consiguiente, entre todo lo comprendido entre ambos. Por lo tanto, la vertical se contempla, desde este punto de vista, como una entidad intermediaria, o mediadora, que relaciona todos los diferentes niveles que existen entre lo de arriba y lo de abajo, los cuales se representan geométricamente por rectas horizontales, planos horizontales, o por los propios puntos de la recta vertical, los cuales representan en este caso la integridad de la recta o del plano horizontal perpendicular a la recta vertical en ese punto. La recta vertical que atraviesa los indefinidos planos horizontales es la representación geométrica simplificada de la relación existente entre todos los diferentes niveles o planos de existencia, y, también, entre los múltiples niveles o estados del ser; desde el nivel superior de lo ontológico (Olam ha-Atsiluth en el Arbol sefirótico), pasando por los niveles intermedios de lo cosmológico (Olam ha-Beriyah y Olam ha-Yetsirah) hasta el nivel inferior de la concreción física en que aparece la manifestación en su aspecto más externo y solidificado (Olam ha-Asiyah), restando todavía por arriba, si así se puede decir, más allá de Kether (La Corona), más allá de la no-manifestación, más allá del horizonte de la eternidad, el misterio insondable de En-Sof (El Infinito), que la vertical no puede en modo alguno alcanzar por su propia razón de ser, limitada.
Esta representación no es otra que la del Eje del Mundo, el Arbol de la Vida, verdadera columna que sostiene los mundos y en torno al cual gira el universo; pilar por el que se transmite la “Actividad del Cielo”, actividad no actuante del Principio, llevando permanentemente de la potencia al acto todas las posibilidades de manifestación en Él contenidas, que en modo alguno son externas a Él, y por lo tanto nunca han salido de Él más que como una ilusión o un sueño de los estados de existencia o de los estados del ser, la cual se desvanece al tomar conciencia o adquirir conocimiento de ello, y a esta toma de conciencia es lo que se llama el retorno al Principio, de la manifestación toda, y, por consiguiente, del ser, pero que en realidad no es tal retorno ya que nunca ha salido del Principio.
Así pues, el significado de la Plomada, se puede contemplar, podríamos decir en cierto modo, en los dos sentidos de su dirección. Contemplada de arriba a abajo (sentido descendente), expresa la transmisión de la influencia espiritual del Principio a toda la manifestación (de Kether a Malkhuth), por la que la mantiene unida a Él dándole su razón de ser; contemplada de abajo arriba (sentido ascendente), señala la posibilidad que tiene, en todo momento y lugar, todo lo que existe de elevarse hasta unirse al Principio (retorno desde Malkhuth a Kether), gracias a la transmisión desde lo alto de la influencia del Principio, sin la cual no sería posible. Es por esto, y por lo dicho anteriormente, que estos dos sentidos, sólo son tales, si así podemos expresarlo, desde el punto de vista inferior de los diferentes planos de la manifestación y de los estados del ser, pues desde el punto de vista del Ser Universal, el único esencial y real, no son verdaderamente más que uno, el sentido único de la “Actividad del Cielo”, e incluso, puesto que ésta es no actuante, se puede decir que no hay sentido alguno.
Hay que señalar, por otra parte y en lo que respecta al estado del cual debe partir actualmente el ser humano en vista a su realización metafísica, es decir en lo que a la reconstrucción del templo se refiere, que la plomada se pone no sólo en la construcción por encima del nivel del terreno sino también en la construcción bajo rasante; y, en el orden lógico de construcción, primero hay que profundizar y establecer los cimientos bajo tierra, y sólo después de esto se puede construir a la luz del día. En otras palabras: toda construcción se levanta desde su propia base y no en el aire.
Por lo tanto, la construcción del hombre nuevo, el hombre en vía de elevarse y recuperar su estado original, el estado de “hombre verdadero”, se levanta desde su propia base, que no es otra más que la de su estado actual, su estado de “caída”, y es desde aquí desde donde construye “a plomo” el templo. El hombre que yace en tierra se tiene que incorporar y levantar.
Asciende de la Tierra al Cielo, desciende de nuevo a la Tierra, y une los poderes de las cosas de arriba y de las de abajo.4
En un ritual masónico del Rito Escocés Antiguo y Aceptado, se dice que la Plomada simboliza la búsqueda de la Verdad para adquirir el conocimiento de sí mismo, tanto en lo profundo de los cimientos como en lo alto del techo.
Philibert de l’Orme (h.1510-1570) menciona una regla plomada en su Tratado de Arquitectura publicado en 1567. Este término, plumb rule, se recoge también en algunos manuscritos masónicos ingleses. Aún sin conocer la forma de esta herramienta, este término hace pensar, no obstante, en la conexión que puede haber entre las dos herramientas a que alude, ambas, por cierto, axiales, y mediante las cuales se puede determinar las relaciones entre los diversos puntos y planos de la obra, pues, como se ha dicho ya al principio, los diferentes niveles de la obra se miden en la vertical. Además, la palabra regla quiere decir también norma, ley, en cierto sentido la propia Tradición, y está relacionada con rectitud, regularidad, recta.
Por otra parte, la Geometría, entendida en su sentido más amplio, es la ciencia de la medida, y es asimismo, según señalan repetidamente los Antiguos Deberes, sinónimo de Masonería. De manera que la regla plomada expresaría tanto la relación entre Tradición y rectitud vertical, como entre Masonería y vertical, y por consiguiente entre Masonería y Tradición; así pues, podríamos decir que es en la vertical, elemento común a ambas, donde la Masonería entronca con la Tradición, lo cual nos lleva a retomar de nuevo las palabras de René Guénon, dichas anteriormente: la teoría polar ha sido siempre uno de los mayores secretos de los verdaderos maestros masones.
II
Continuamos aquí la plancha anterior sobre el simbolismo de la Plomada teniendo in mente comentar unas representaciones geométricas del tiempo que tienen que ver con la vertical.
El tiempo, una de las condiciones que determinan este mundo, puede ser representado geométricamente por medio de una línea horizontal; esta representación, que llamaremos representación horizontal del tiempo, se puede decir que contempla el tiempo como unidimensional, como una sucesión de instantes (espacios entre los puntos de la recta horizontal) que se suceden ininterrumpidamente en un solo sentido continuándose indefinidamente; recorrer esta línea en sentido contrario es sólo facultad de la memoria, hasta donde ésta alcance.
El tiempo puede ser representado geométricamente también por una hélice cilíndrica de eje vertical, es decir por una curva alabeada, una hélice, situada sobre la superficie de un cilindro. La hélice es el camino más corto entre dos puntos de la superficie cilíndrica, y está engendrada por un punto que se mueve en la superficie del cilindro según un movimiento circular y otro rectilíneo, ambos uniformes. Se llama ‘paso de hélice’ a la longitud comprendida entre dos pasos sucesivos de la hélice por una misma generatriz del cilindro; se llama ‘espira’ a la parte de la hélice comprendida en un paso de hélice, es decir correspondiente a una vuelta completa de la curva; esta otra representación, que llamaremos representación vertical del tiempo, se puede decir que contempla al tiempo en la tridimensionalidad, como una sucesión de ciclos (espiras de la hélice) que devienen sucediéndose también indefinidamente.
Es evidente que la representación vertical del tiempo conlleva una serie de relaciones, dentro de la propia representación, de las que la representación horizontal carece. La representación vertical del tiempo hace posible que se establezcan una serie de relaciones, a través de las generatrices verticales del cilindro, entre los diferentes puntos de la hélice, lo cual no es posible evidentemente en la representación horizontal. Por ejemplo, un punto cualquiera de la hélice, es decir un punto situado en una de las espiras que la forman, pertenece a una generatriz del cilindro, paralela al eje vertical de la hélice, que contiene una serie de puntos que pertenecen a otras espiras de la hélice, es decir que diferentes puntos de ésta, pertenecientes a diferentes espiras de la misma, están relacionados entre sí en la vertical. Dicho de otra manera, en la representación vertical del tiempo, los diferentes momentos de cada ciclo están relacionados con los diferentes momentos de los restantes ciclos. Y esta aplicación es válida a todos los niveles, ya sean cósmico, histórico o humano.
Va de suyo, que la representación, que hemos llamado vertical del tiempo, es una simplificación que no contempla en absoluto la gran complejidad de los diferentes ciclos temporales, pues únicamente se refiere a un tipo de ciclo dentro de un cierto dominio en particular. Para contemplar el tiempo en toda la extensión de esa gran complejidad de ciclos en todos los dominios en los cuales entra como condición propia de dichos dominios, habría que contemplar ciclos de diferentes extensiones, es decir espiras de diferentes radios, y de diferentes pasos de hélice lo que implicaría diferentes hélices cilíndricas; nada que se parezca a la representación horizontal, que hemos comentado, del tiempo.
La representación geométrica del tiempo mediante la hélice cilíndrica de eje vertical, nos muestra el carácter cíclico, o circular, del tiempo. Las múltiples espiras en que se desarrolla la hélice representan otros tantos ciclos temporales unidos entre sí. De igual manera a como una espira de la hélice parte de un punto de la misma y girando siguiendo su superficie alcanza otro punto que apenas puede distinguirse del de partida, tan próximos están entre sí, así sucede con un ciclo temporal. Nunca una espira de la hélice retorna al punto de partida, sino a un punto, que por más cercano que lo queramos, es otro; solamente cuando se observa la hélice a vista de pájaro, o desde abajo, es decir cuando se proyecta en el plano, parece que la espira es un círculo, y que su indefinido desarrollo no es sino un continuo retorno, un círculo que gira incesantemente, sobre sí mismo, alrededor de un punto, el eje de la hélice, un girar y girar de rueda de molino. Tampoco ningún ciclo, dentro del desarrollo del cosmos, retorna y se repite, ni se repite tampoco ningún estado del ser, en vía de su realización metafísica.
Otro aspecto del simbolismo de la vertical que hay que señalar es el que tiene que ver con la memoria. También aquí se puede contemplar dos aspectos: la memoria, podríamos decir, horizontal, y la memoria vertical. En ambos casos, no se conoce el comienzo ni el fin del tiempo, aunque no cabe ninguna duda de que el tiempo, como el espacio, tiene un origen y un final pues son finitos, ya que uno hace finito al otro, podríamos decir, y por consiguiente limitados. Pues, el espacio no es el tiempo, luego uno limita al otro y, como todo lo que tiene límites, tienen comienzo y fin. Por consiguiente la perennidad, la perpetuidad, esa continuidad indefinida del tiempo, es, por el hecho de pertenecer al tiempo, limitada y finita. Y cuando decimos que la eternidad es una perpetuidad sin comienzo, sucesión ni fin, es un sin sentido del lenguaje, que el hombre, en su impotencia, se hace la ilusión de abarcar; pues una perpetuidad, sea la que sea, estaría contenida dentro del tiempo. El que por medio de la palabra eternidad se intente expresar un concepto con el que concebir una duración sin límites conlleva en sí mismo la contradicción y el absurdo. Si se quiere expresar alguna característica de la duración esta expresión no puede designar algo ilimitado pues la propia duración es limitada, y si se quiere expresar aquello que no tiene límites no se le puede encerrar en el tiempo, ni, por lo demás, en el espacio, la materia, la forma o cualquier otra cosa finita.
El tiempo como tal no tiene representación, lo que representamos son sus ciclos.
FUENTE: La Logia Viva, Simbolismo y Masonería, publicado por Ed. Obelisco, Barcelona, julio 2006.
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