EGIPTO, VERDADERA FUENTE DE LA INICIACIÓN
A. La moda egipcia del siglo XVIII
El Oriente mítico de los iniciados «Toda luz viene de Oriente; toda iniciación de Egipto.»
En Oriente, allí donde se alza el sol, se encuentra para todos los iniciados el origen de la luz, representación simbólica del objeto de su búsqueda. Desde el Renacimiento, este Oriente místico se ha confundido a menudo con el Egipto antiguo de los mitos de Isis y Osiris, sobre todo a finales del siglo XVIII, que fue cuando Cagliostro fundó el Rito de la masonería egipcia; hoy en día, el recuerdo de la luz de Egipto continúa fascinando a muchas personas, sobre todo francmasones que, a la sombra de sus talleres, no dejan de soñar con el esplendor y la perfección de las pirámides de Menfis o de los templos de Karnak.
Pese a no haber conservado el saber práctico de sus predecesores, estos franc-adeptos se consideran los poseedores modernos de las antiguas iniciaciones del valle del Nilo, pues ese tesoro espiritual habría llegado hasta ellos por diversos canales, de los que habrían formado parte los pitagóricos, los herméticos alejandrinos, los neoplatónicos, los sábeos de Harran, los ismaelitas, los templarios y los rosacruces. No obstante, para la mayoría de los francmasones, la Tierra Santa es la de Jerusalén y lo que convendría reconstruir es el templo de la ciudad. En cuanto a los rosacruces, aunque sus representantes actuales se refieren gustosos al Egipto antiguo, los del siglo XVII, concedían igual importancia a las demás civilizaciones de la Antigüedad y a sus contemporáneos árabes. Según la conocida Fama Fratemítatis, un manifiesto rosacruz aparecido en 1614, el Hermano Christian Rosenkreutz pasó tres años en Damcar, en Arabia, y dos años en Fez para estudiar ciencias naturales, matemáticas, física y magia, haciendo sólo «un breve paso por Egipto, lo justo para perfeccionar sus observaciones de la flora y las criaturas.
En esa mismas época, Michael Maier escribía en su Silentium post clamores (publicado en Frankfurt en 1617) que los rosacruces eran los sucesores de los colegios de los brahmanes hindúes, los egipcios, los eumólpidas de Eléusis, los misterios de Samotracia, los magos de Persia. los gimnosofitas de Etiopía, los pitagóricos y los árabes», enumeración en la cual los egipcios todavía no destacaban de entre los demás sabios de la Antigüedad. Pese a que en nuestra tierra esférica la luz iniciática siempre nace de Oriente, su origen concreto varía según el punto de vista, el lugar y la época en la que uno se sitúe. En el caso de Francia, como veremos, fue sobre todo en la masonería del siglo XVIII donde se desarrolló el interés por el Egipto antiguo o Egiptomanía»; y la idea de que Egipto era la verdadera fuente de la iniciación.
La egiptomanía En Occidente, la fecha de la aparición de un interés por el hermetismo greco-egipcio se puede situar en el siglo XV, en el marco de la Academia Platónica de Florencia. Dado que Italia está más abierta al Mediterráneo que Francia, también es más sensible a las influencias del Oriente Próximo, por lo que las modas egipcias se desarrollaron en ella en una fecha más temprana. Por influencia de Pléthon, un filósofo neoplatónico de origen bizantino, hacia 1450 se fundó la Academia Platónica de Florencia, Cosme de Medicis, «Padre de la Patria» de Florencia, le confió su realización al joven Marsilio Ficino (1453-1499), quien tradujo al latín los textos griegos del Corpus Hermeticum, cuya edición completa apareció en 1471. Así se le reveló a Occidente el pensamiento del hermetismo alejandrino de los siglos II y III, que encontraremos a menudo en el fondo doctrinal de los ritos masónicos egipcios.
Detrás de Hermes Trimegisto, mítico autor del Corpus Hermeticum, «se perfila la imagen de Thot, el dios faraónico de la sabiduría», Según Marsilio Ficino, los jeroglíficos egipcios eran símbolos de naturaleza divina que sólo podían ser comprendidos por iniciados. Así fue como él y sus discípulos llegaron a interesarse por la mitología de Isis y Osiris. La relectura de Isis y Osiris de Plutarco, y de De Mysteris, de Jámblico, contribuyó también a despertar la curiosidad sobre la antigua religión egipcia. Siguiendo a Marsilio Ficino, se despertó entre los eruditos un entusiasmo por los jeroglíficos que llegó a su punto álgido con obras como Hieroglyphica de Pierus Valenanus (Basilea, 1556) y Thesaurus hieroglyphicorum de Hervarth von Hohenburg (Munich, hacia 1610). Desde principios del siglo XVII. ricos coleccionistas comenzaron a interesarse por las antigüedades egipcias, sobre todo estatuillas y sarcófagos.
No obstante, hasta esa época el interés por el hermetismo alejandrino y el antiguo Egipto estaba mezclado con el de la cábala judía y la magia árabe. De este período, podemos destacar dos nombres que tienen alguna relación con nuestro tema: el «cabalista cristiano» Guillaume Postel (1510-1581). un prodigioso visionario que fue uno de los enviados de Francisco I ante al sultán Solimán el Magnífico, que hablaba hebreo, árabe y siriaco y que predicaba la reconciliación entre cristianos y musulmanes;
y el filósofo panteísta Giordano Bruno (1548-1600), que creía en un mundo infinito y vivo, que intentó re instaurar la sabiduría de los antiguos egipcios y que habría querido fundar una nueva religión de la naturaleza, pero que fue quemado vivo por orden del Santo Oficio.
No obstante, «el punto de partida de esa egiptomanía que el esoterismo, desde entonces, no ha dejado de cultivar» fue la obra del jesuita Atanasio Kircher, Oedipus aegyptiacus (1652-1654). En ese trabajo enciclopédico en cuatro volúmenes, para el que cual recurrió a todos los autores griegos y latinos disponibles, Kircher se propuso redescubrir la ciencia y la sabiduría que los antiguos egipcios habían ocultado tras el simbolismo de sus jeroglíficos.
Entre las obras que conocieron una gran difusión, se encuentra también la novela del abate Terrasson, Sethos ou Vie tirée des monuments et antedotes de l'ancienne Egyyte (1731). Este relato narra, en el marco de un Egipto fantástico, las pruebas iniciáticas del joven Seti, que tienen lugar en la Gran Pirámide y los templos de Mentís, y con las cuales se pretende fortificar su carácter y desarrollar sus virtudes
Esta obra dejó una profunda huella en la masonería de la época e influyó en la creación de la mayoría de los Barcos «egipcios» fue reeditada muchas veces, en 1767, 1794 y 1818. La moda de lo egipcio, la egiptomanía, no dejó de expandirse durante todo siglo XVIII. En 1751, Rameau escribió una ópera-ballet, La naissance d'Osiris. De 1773 a 1784, Antoine Court de Gébelin hizo aparecer los nueve volúmenes de su Monde primitif, una amplia enciclopedia mitológica y «alegórica» en la que revelaba el origen de las religiones, los símbolos, los calendarios, los juegos de cartas (sobre todo el tarot). las lenguas, las escrituras... Como no podía ser de otro modo, le concedía una gran importancia a los cultos y divinidades del Egipto antiguo. Según él, la etimología de París era Bar Isis, es decir, «Barca de Isis» y el emplazamiento de la catedral de Notre Dame habría sido primero el de un templo esa diosa egipcia. Court de Gébelin quien, además de miembro de muchas academias de eruditos, era pastor protestante, adepto a los Ritos de los Filaletes y de los Elegidos Cohén, tuvo una influencia intensa en la sociedad intelectual de su tiempo. La moda egipcia no se limitó a Francia; la encontramos en Italia, Gran Bretaña y en los países germánicos. La célebre ópera «masónica» de Mozart, La flauta magica, se representó por primera vez en Viena en 1791; sabemos que describe el camino de iniciación a través de los misterios de un Egipto mítico. En 1795, el escritor místico Eckartshausen publicó su novela. Le voyage de Kosti, en el cual el héroe, hijo de un príncipe indio, sigue un fabuloso peregrinaje iniciático que le lleva a penetrar en la gran pirámide de Menfis.
c) Masonería escocesa y masonería egipcia
Los primeros ritos iniciáticos de los tiempos modernos que se refieren explícitamente a la tradición egipcia aparecieron en la segunda mitad del siglo XVIII. Era la época en la que cada día florecían nuevos sistemas masónicos que, para demostrar su valía y su autenticidad, situaban su origen en Escocia, país en el que se creía que el conocimiento iniciático se había conservado puro e inalterado.
Algunos creadores de altos grados consideraron que vencían a sus contrincantes al ofrecer no «ritos escoceses», sino ritos a lo que se puede llamar «egipcios», los cuales se habrían conservado en el Oriente Próximo y que, según ellos, transmitían la sabiduría original de los sacerdotes del antiguo Egipto, remontándose así directamente a la fuente primitiva de la Iniciación. La mayoría de los Ritos fueron creados por personas originarias de países mediterráneos o que habían viajado mucho por ellos. En esta zona de enfrentamientos religiosos, los Ritos pretendían a menudo convertirse en un lugar de encuentro entre cristianos, judíos e incluso musulmanes, que podía reunir una referencia común a la antigua tradición egipcia. Con frecuencia, en el origen de estos Ritos encontramos a misteriosos griegos, comerciantes, militares o profesores; como por ejemplo, el conde de Melissmo, oficial general al servicio del zar que fundó, hacia 1760, en el seno de la logia El silencio de San Petersburgo, un sistema místico que comprendía cuatro altos grados: Bóveda Oscura. Maestro y Caballero Escocés. Filósofo y Sabio del templo.
También podemos citar al profesor Carburi, de Padua, del que hablaremos en el capítulo siguiente. Algunas religiones tuvieron un papel importante en la génesis de los Ritos egipcios, así como de algunos Ritos rosacruces; fue el caso, sobre todo, de Italia y el Mediodía francés, punto de encuentro de las más diversas influencias.
Tomado de El regreso de los misterios de Menfis (siglos XVIII-XIX) LA TRADICIÓN OCULTA MASONERÍA EGIPCIA, ROSACRUZ Y NEO CABALLERÍA Gérard Galtier.
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