martes, 21 de abril de 2020

EL LIBRO DEL SECRETO DE LA CREACIÓN


Apolonio de Tiana: el Cristo que no fue : "Tradux" | Tiana


EL LIBRO DEL SECRETO DE LA CREACIÓN
Apolonio de Tiana.

«He aquí el libro del sabio Belinus, el que posee el arte de los talismanes: he aquí lo que dice
Belinus.
Me dispongo a exponer y desplegar en este libro la ciencia que me ha sido donada para que
la comprendáis, para que penetre en vuestros espíritus y para que arraigue hasta los
principios de vuestro ser. Si al penetrar en un alma, mis palabras ponen en marcha sus
facultades y dotan de movimiento sus resortes naturales, entonces, el hombre en el que
estas palabras producen tal efecto, goza de toda la perfección de su ser; su naturaleza no se
ve alterada por accidente alguno, su alma está exenta de las tinieblas que podrían formar un
velo entre ella y la búsqueda de la ciencia: este alma recogerá el fruto de mis palabras en
proporción a su grado de fuerza. Las fáciles instrucciones que previamente habrá recibido,
la fortalecerán y la harán capaz de adquirir la ciencia, así como de dirigir su mirada hacia las
infinitas variedades de la composición de los seres y hacia las causas de todas las cosas.
Pero si un hombre no recibe ninguna impresión al oír mis palabras, si éstas no ponen en
movimiento los principios de su ser, es señal de que sus ojos están cubiertos de tinieblas;
entonces, el caos inmenso que separa estas primeras y simplísimas instrucciones de los
grados más sublimes de la ciencia, será para él un obstáculo infranqueable, como una
espesa nube que, con su sombra oscura, impide la visión de los astros y el resplandor de su
luz incluso a los ojos más sanos.
Os daré a conocer cuál es mi nombre, para que seáis presos de amor por mi ciencia, para
que mediteis mis palabras, para que las tengáis ante vuestros ojos día y noche y para que,
por un estudio asiduo, llegueis a conocer el secreto de la naturaleza.
Yo soy el sabio Belinus, el que posee el arte de los talismanes y de las cosas maravillosas.
He recibido del señor del universo una ciencia absolutamente particular, superior a la
naturaleza, tan sutil que escapa a los accidentes de la materia, fuerte y penetrante. Por
medio de los sentidos interiores, que son el pensamiento, la reflexión, la inteligencia, el
espíritu y el juicio, he alcanzado todo lo que permanece insensible a los sentidos exteriores,
y por el órgano de los sentidos exteriores he conocido todo lo que cae bajo su acción, sus
colores, los sabores, los olores, los sonidos y las sensaciones del tocar. No hay ninguna
criatura, contada entre las sustancias espirituales y sutiles o entre los seres groseros y
corporales, de la que yo no haya alcanzado a conocer la naturaleza, la causa y la formación.
Este libro las penetra a todas ellas: como una lanza fina e inflexible, triunfa sobre todos los
obstáculos que le ofrece la materia grosera y corporal.
Prestad ahora oído a las instrucciones que voy a daros. Todas las cosas están compuestas
de cuatro principios elementales, el calor, el frío, lo húmedo y lo seco. Aquí están los
elementos de todo lo que existe; por su combinación todas las cosas son formadas; han
sido combinados los unos con los otros de tal manera, que todos ellos han sido llevados
por el mismo movimiento de rotación formando un conjunto único. Una sola esfera los
contiene en su movimiento orbicular; la parte más elevada de su órbita es similar a su parte
inferior; y sus extremos, aunque alejados, no guardan entre sí diferencia alguna; pues el
todo es de una misma sustancia, de una misma partícula, y no forma sino un mismo cuerpo
sin ninguna distinción o diferencia, hasta el momento en que los accidentes influyen sobre
esta sustancia y la modifican; sus partes se separan y se forman a partir de ella seres
diversos entre sí, en razón de las diferentes combinaciones de los principios elementales
que concurren en su formación; y estos seres toman distintos nombres según la variedad de
su sustancia y de sus formas.
De estas diferentes combinaciones, resultan unas relaciones de simpatía y de antipatía entre
la sustancia de los diferentes seres; unos se buscan, los otros se rechazan recíprocamente.
Se rondan y se dirigen los unos hacia los otros en razón de las afinidades que existen entre
ellos; parece que inviten a los seres que les son semejantes a unirse con ellos, rechazando a
los que les son contrarios por la oposición que les muestran. Aquí se encuentra el principio
fundamental de la ciencia; aquí reside el conocimiento de la causa primitiva de la variedad
de los seres.
He expuesto en este lugar esta doctrina de las relaciones de simpatía y antipatía de los
cuatro principios elementales, para que esta instrucción forme y ejercite el espíritu de
quienes la lean, para que sepan sustraer a los seres de su naturaleza primitiva, y para que
alcancen las afinidades y las oposiciones que estos principios muestran entre sí. Por este
medio estarán en estado de entrar en el conocimiento de las causas de todas las cosas.
Estando emplazada esta doctrina en el principio de esta obra, quien la comprenda bien una
sola vez, conocerá el resumen de toda la ciencia: este conocimiento le servirá de guía para
alcanzar el de todos los seres, y comprenderá de qué manera ha sido hecho todo lo que
existe y cómo ha sido formada la naturaleza. Voy a enseñaros ahora lo que a mí concierne
en particular.
Yo era un huérfano del pueblo de Tuaya, y me hallaba inmerso en una total indigencia y
despojado de todo. En el lugar en el que yo habitaba había una estatua de piedra alzada
sobre una columna de madera; en la columna se podían leer estas palabras: Yo soy Hermes, a
quien ha sido donada la ciencia; he hecho esta obra maravillosa en público, pero de inmediato la he ocultado
mediante los secretos de mi arte, de manera que tan sólo pueda ser descubierta por un hombre tan sabio
como yo. En el pecho de la estatua también podían leerse estas palabras escritas en lenguaje
antiguo: Si alguno desea conocer el secreto de la creación de los seres y de qué manera ha sido formada la
naturaleza, que mire bajo mis pies.
Grandes multitudes se acercaban a ver esa estatua, y todos miraban bajo sus pies sin ver
nada. Por ese entonces yo tan sólo era un debil infante, pero en cuanto me hice más fuerte
y alcancé una edad más avanzada, leyendo las palabras que había en el pecho de la estatua
comprendí su sentido, por lo que me dispuse a cavar la tierra de debajo del pie de la
columna.
Descubrí un subterráneo en el que reinaba una espesa oscuridad y en el que la luz del sol
no podía penetrar. Si se intentaba alumbrar con la luz de una antorcha, de inmediato era
apagada por la agitación de los vientos que soplaban sin interrupción. No encontraba
ningún modo de seguir el sendero que había descubierto a causa de las tinieblas que
llenaban ese subterráneo; y la fuerza de los vientos que soplaban en él no me permitía
entrar con la luz de la antorcha. Incapaz de vencer estos obstáculos, me sumergí en una
gran tristeza y el sueño se apoderó de mis ojos. Mientras dormía con un sueño inquieto y
agitado, ocupado como estaba mi espíritu en el motivo de mi pesar, un anciano cuyo rostro
se parecía al mío se posó ante mí y me dijo: "Levántate Belinus, y entra en esta ruta
subterránea; te conducirá a la ciencia de los secretos de la criatura, y llegarás a conocer
cómo ha sido formada la naturaleza". "Las tinieblas, le respondí, me impiden discernir cosa
alguna en este lugar, y la luz no puede resistir a la fuerza de los vientos que en él reinan".
Entonces el anciano me dijo: "Belinus, coloca tu luz bajo un vaso transparente y de este
modo estará al abrigo de los vientos, que no podrán extinguirla, y te iluminará en este lugar
tenebroso". Estas palabras hicieron renacer la alegría en mi alma, pues noté que podría
gozar del objeto de mis deseos, y dirigiéndole la palabra: "¿Quién sóis vos?, le dije, ¿a quién
debo tan gran beneficio?". "Yo soy, me respondió, tu creador, el ser perfecto". En ese
momento me desperté colmado de alegría, y tras colocar una luz bajo un vaso transparente,
tal y como me había sido ordenado hacer, entré en aquel subterráneo.
Ví a un anciano sentado sobre un trono de oro que sostenía en su mano una tablilla de
esmeralda sobre la que había escrito: Aquí está la formación de la naturaleza; ante él había un
libro en el que se leía: Aquí está el secreto de la creación de los seres, y la ciencia de las causas de todas
las cosas. Tomé ese libro osadamente y sin temor alguno y salí de ese lugar. Aprendí lo que
había escrito en ese libro del Secreto de la creación de los seres; comprendí cómo había sido
formada la naturaleza, y adquirí el conocimiento de las causas de todas las cosas. Mi ciencia
hizo célebre mi nombre; conocí el arte de los talismanes y de las cosas maravillosas, y
penetré las combinaciones de los cuatro principios elementales, sus diferentes
composiciones, sus antipatías y sus afinidades».

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