Masones en el Mundo
El símbolo legendario más importante y significativo de la Francmasonería es, sin duda alguna, el que relata la vida de Hiram Abif, que por su excelencia se conoce comúnmente con el nombre de Leyenda del Tercer Grado.
El documento más antiguo que se ha podido encontrar sobre esta leyenda está contenido en la segunda edición de las Constituciones de Anderson, publicadas en 1738, y dice así:
"Se terminó (el templo) en el breve espacio de siete años y seis meses, lo cual asombró al mundo; la fraternidad celebró con gran júbilo la colocación de la piedra cimera; pero su júbilo fue interrumpido por la muerte de su querido maestro Hiram Abif, a quien enterraron decorosamente en la Logia, cerca del templo, según la antigua usanza".
En la siguiente edición de esta obra, publicada en el año 1756, se relatan algunas circunstancias más, como, por ejemplo, la participación del Rey Salomón en el dolor general, y el hecho de que el Rey de Israel "ordenó que sus exequias se celebraran con gran solemnidad y decoro".
Excepto estas palabras de Anderson y las citas que de ellas hicieron algunos autores posteriormente, la narración no se ha escrito jamás, comunicándose de época en época por tradición oral.
Tal es la importancia de esta leyenda que se ha conservado en todos los ritos masónicos. A pesar de las modificaciones experimentadas por el sistema general, y de que los fundadores de ritos se han dejado llevar de su imaginación para pervertir o corromper otros símbolos, aboliendo los antiguos y substituyéndolos por otros nuevos, la leyenda del Constructor del templo ha permanecido intacta, conservando toda la integridad de su antigua forma mítica.
¿Cuál es, pues, la significación de este símbolo tan importante y difundido? ¿Qué interpretación puede dársele que justifique su universalidad? ¿Cómo ha llegado a tener tanta importancia en la Francmasonería, que forma ya parte de su esencia y se ha considerado inseparable de ella?
Para responder debidamente a estas preguntas, es preciso describir, tras breve investigación, el remoto origen de la Francmasonería y su relación con los antiguos sistemas iniciáticos.
El objeto fundamental de todos los ritos y misterios de que constaba la "Francmasonería espúrea" consistió en enseñar la doctrina consoladora de la inmortalidad del alma (Todos los Misterios, incluso los de Cupido y Baco, enseñaron, en sus orígenes las doctrinas ocultas de la Unidad de Dios y de la inmortalidad del alma). Este dogma, que brillaba a manera de faro en las tinieblas del ambiente pagano, procedía del antiguo sacerdocio o pueblo que practicó el sistema de la "Francmasonería pura", conservándolo únicamente en forma de una proposición abstracta y de una sencilla tradición.
"Varios sabios investigadores, entre ellos Creuzer, relacionan la interpretación alegórica de los mitos con la hipótesis de la existencia de un cuerpo de sacerdotes antiguos y cultísimos, procedente de Oriente o de Egipto, que comunicó a los rudos y bárbaros griegos conocimientos históricos, físicos y religiosos, bajo el velo de los símbolos".
El Caballero Ramsay corrobora esta teoría, diciendo que: "En las obras de los sabios de todas las naciones, épocas y religiones se encuentran vestigios de las verdades más sublimes, vestigios que son emanaciones más o menos adulteradas y disimuladas de la tradición antediluviana y noaquita."
Pero, cuando la idea se exponía en los Misterios a las almas sensuales de los filósofos y místicos paganos, se encerraba siempre en forma de representación escénica.
De ello pueden encontrarse abundantes pruebas en todos los escritores antiguos y modernos que han tratado de los Misterios, Apuleyo dice, describiendo cautamente su iniciación en los Misterios de Isis: "Yo me aproximé a los confines de la muerte, y, después de hollar el umbral de Proserpina, volví de allí, siendo llevado a través de todos los elementos. A media noche vi lucir el sol con toda su brillante luz; me acerqué a los dioses de abajo y a los dioses del cielo, permanecí cerca de ellos y los adoré". De estas palabras se desprende que se trataba de una representación escénica.
Asimismo, la influencia del primitivo culto sabeo, en que se adoraba al sol resucitado por la mañana de la muerte aparente padecida en la hora del ocaso, hizo que se adoptara el sol naciente en todos los Misterios, por símbolo de la regeneración del alma.
En los misterios egipcios se representaba la muerte y regeneración de Osiris; en los fenicios, la de Adonis, y en los sirios, la de Dionisos. En todos ellos, el aparato escénico de la iniciación tenía por objeto enseñar al candidato el dogma de la vida futura.
Baste saber también que las ramas espúrea y pura del sistema masónico se unieron en Jerusalén, por medio de la instrumentalidad de los trabajadores tirios del templo salomónico, y que la última adoptó el mismo método de representación escénica que la primera. La narración del constructor del templo substituyó a la de Dionisos , mito peculiar a los misterios practicados por los trabajadores tirios.
Por lo tanto, la idea enseñada en el mito de los Misterios antiguos es la misma que la que se expone en la leyenda masónica del tercer grado.
De ahí que Hiram Abif sea en el sistema masónico el símbolo de la naturaleza humana que se desarrolla en esta vida y en la venidera; y así, mientras que el templo era el símbolo visible del mundo, como hemos visto hasta ahora, su constructor venía a ser el símbolo mítico del hombre, habitante y trabajador de ese mundo.
Ahora bien, ¿no es acaso este símbolo evidente?
El hombre que emprende el viaje de la vida, poseyendo facultades y energías que le capacitan para el ejercicio de los elevados deberes a cuyo cumplimiento ha sido llamado, conserva al obtener el triunfo, el conocimiento de la verdad divina que le otorgara el atavismo de su raza, si es "un trabajador hábil y entendido" (Aish hakam iodeabinah, "un hombre hábil y entendido", es como describe el rey de Tiro a Hiram Abif: conocedor de todas las cuestiones morales e intelectuales (sólo de semejante hombre puede ser símbolo el constructor del templo). Esta verdad divina se simboliza por medio de la PALABRA.
Y mientras la muda creación inclina los ojos hacia abajo, y a su terrenal madre tiende, el hombre mira hacia lo alto, y con levantados ojos contempla su propio cielo hereditario.
Provisto de la palabra de vida, dedica el tiempo a construir un templo espiritual, y continúa viajando para cumplir todos sus deberes, depositando sus designios sobre el tablero del futuro e invocando la ayuda y dirección de Dios.
Pero, ¿acaso cruza siempre su camino por bosques floridos? ¿No le obstruye el camino enemigo alguno? ¿Camina por ventura eternamente por lugares calmos y claros, que el sol enciende y los suaves céfiros orean? ¡Ay! no. "El hombre ha nacido para la inquietud, como las chispas que saltan del fuego." En todas "las puertas de la vida le acechan peligros", dicen los orientales.
De joven, alucínanle las tentaciones; de hombre., obscurésenle el camino las desventuras, y de anciano es víctima de la enfermedad y de la flaqueza; pero si se cubre con la armadura de la virtud puede resistir a las tentaciones, arrojar a un lado las desventuras y erguirse triunfante sobre ellas; mas al fin ha de ceder eventualmente ante el enemigo más espantoso e inexorable de su raza.
Derribado por la muerte, cae vencido en la tumba, y se te entierra en los despojos de su fragilidad humana y pecadora.
Esta doctrina de la Francmasonería, se denominaba APHANISMO (Desaparición, destrucción, perecer, muerte, se deriva de “quitar e la vista, ocular”, etc. “Lexikon”, de Schrevel) en los antiguos misterios. En ella se aprendía la amarga pero necesaria lección de la muerte.
El alma viviente, con el cuerpo muerto que la encerraba, ha desaparecido y no puede encontrarse en ninguna parte.
Todo es obscuridad, confusión, y desespero. Se ha perdido por unos momentos la verdad divina -la PALABRA- y el Maestro masón puede decir ahora como Hutchinson:
"Preparo mi sepulcro y abro mi tumba en la corrupción de la tierra. Encuéntrome bajo la sombra de la muerte."
Pero el simbolismo sería incompleto si se terminara con esta lección de la muerte, que sería inútil y ociosa -por no decir perniciosa y corrupta, -ya que iría contra el instinto de la existencia futura innato en el hombre. Por esta razón, las subsecuentes partes de la leyenda tienen por objeto enseñar el sublime simbolismo de la resurrección de la muerte y del nuevo nacimiento en una vida futura.
El descubrimiento del cuerpo, que en la iniciación de los Misterios recibía el nombre de euresis (“Descubrimiento, invención, hallazgo”, “Lexikon, de Schrevel)), y su traslado desde la tumba en que se hallaba encerrado a un lugar sagrado situado dentro del recinto del templo, simbolizan de un modo bello y profundo esta gran verdad, cuyo descubrimiento era el objeto de todas las iniciaciones antiguas, y asimismo casi el designio fundamental de la Francmasonería.
Esta verdad enseña que cuando el hombre traspase las puertas de la vida y obedezca al inexorable mandato de la muerte, se levantará (no en el ritual gráfico de una logia, sino en la realidad de la Logia eterna de la que la masónica no es sino el símbolo) ante la palabra creadora del Gran Maestro del Universo, desde el tiempo a la eternidad, desde la tumba de la corrupción a las cámaras de esperanza, desde las tinieblas de la muerte a la luz celeste de la vida; y asimismo, su espíritu desencarnado será llevado tan cerca del santo de los santos donde mora la divina Presencia, como la humanidad se puede acercar a Dios.
Esta es la interpretación que nosotros damos a la leyenda del Tercer Grado.
Hemos dicho ya que la historia mítica del constructor del templo se ha difundido universalmente en todas las naciones y ritos, y que no asumió ninguna forma nueva ni diferente en su esencia, cuando se alteró, disminuyó o aumentó sea cuales fueran las épocas y naciones en que esto aconteciera, de modo que el mito ha sido siempre el mismo.
No ocurre lo propio con su interpretación. La que nosotros acabamos de dar, que, según creemos, es correcta, es la adoptada generalmente por los francmasones de nuestro país; pero en otras partes, otros escritores lo han interpretado de diferente manera, si bien han estado siempre acordes en conservar la idea general de la resurrección o regeneración de algo desde una esfera o función inferior a otra superior.
Así, por ejemplo, uno de los más antiguos escritores del continente ha creído ver en este mito el símbolo de la destrucción de la Orden templaria, representando proféticamente su restauración a la dignidad y poder originales.
En algunos grados filosóficos elevados se enseña que la leyenda se refiere a los sufrimientos, muerte y resurrección del Cristo.
Un autor francés dice hablando del grado de "Muy perfecto Maestro" que: "En este mito se ve que Hiram no es en realidad sino el tipo o símbolo de Jesucristo, y que el templo y los demás símbolos masónicos son alegorías relativas a la Iglesia, la Fe y las buenas costumbres".
Hutchinson, que tuvo el honor de ser el primer escritor filosófico que trató de la Francmasonería en Inglaterra, supone que esta leyenda tiene por objeto encarnar la idea de la decadencia de la religión judía y su substitución por la cristiana. Este autor dice: "Así, pues, nuestra Orden es una contradicción positiva a la infidelidad y ceguera judaíca, y testifica nuestra creencia en la resurrección del cuerpo".
El Dr. Oliver, ("clarum et venerabile nomen", nombre inmaculado y venerable), cree que la leyenda tipifica la muerte de Abel a manos de Caín y que simbólicamente se refiere a la muerte universal de nuestra raza debida al pecado de Adam y su resurrección por el sacrificio del Redentor, de acuerdo con las palabras del Apóstol:
"Así como en Adam todos mueren, así también en Cristo todos serán vivificados."
"Por lo tanto, la leyenda existente en todas las épocas de la Francmasonería especulativa, se refiere históricamente a nuestra muerte en Adam y nuestra vida en Cristo. ¿Cuál fue, pues, el origen de nuestra leyenda? o con otras palabras, ¿a qué incidente particular anterior al diluvio se refiere la leyenda iniciática? Yo creo que es al asesinato de Abel por Caín; a la fuga del asesino; al descubrimiento del cadáver verificado por los desconsolados padres, a su entierro, con la esperanza de que resucitara de entre los muertos, y a la detención y castigo de Caín por divina venganza".
Ragon opina que Hiram es un símbolo del sol, cuyo poder y rayos vivificantes se amenguan en los tres meses invernales, y del recobro de su calor en la primavera. ("El grado de Maestro describe alegóricamente la muerte del dios-luz, que muere en invierno para reaparecer y resucitar en primavera." 'Tours Philosophique", de Ragon, pág. 158.)
Y, por último, Des Etangs, adoptando en parte la interpretación de Ragón, añade otra, a la que denomina simbolismo moral de la leyenda, y supone que Hiram no es sino la eterna razón, cuyos enemigos son los vicios que depravan y destruyen a la humanidad (“En el orden moral Hiram no es sino la razón eterna, que todo lo pondera, regula y conserva.” (Euvres Maconniques”, por Des Etangs, página 90)).
A toda esta interpretación habría que hacer importantes objeciones, si bien hay algunas que lo merecen mas que otras.
En cuanto a quienes interpretan la leyenda de un modo astronómico, y dicen que simboliza los cambios anuales del sol, hemos de decir que, si bien admiramos el ingenio con que exponen sus argumentos, creemos que se olvidan al dar tal interpretación de la evolución religiosa experimentada por la Francmasonería en pasados siglos, y caen en la corrupción y perversión del sabeismo.
La interpretación templaria del mito ha de descartarse también, para evitar anacronismos, a menos que se niegue la existencia de la leyenda antes de la abolición de la Orden de los Caballeros Templarios, con lo cual negaríamos también la antigüedad de la Francmasonería.
En cuanto a la suposición de que el mito sea cristiano, hemos de decir que Hutchinson y Oliver se equivocaron cuando afirmaron que el grado de Maestro Masón es una institución cristiana, si bien hay que reconocer que sus argumentos son profundamente filosóficos. Es cierto que este grado abarca las grandes verdades que enseña el Cristianismo sobre el tema de la inmortalidad del alma y la resurrección del cuerpo; pero esto se debe a que la Francmasonería es verdad, como también el cristianismo, y a que todo lo que es verdad es idéntico. Sin embargo, su origen y su historia son diferentes.
La Francmasonería es mucho más antigua que el Cristianismo; sus símbolos y leyendas proceden del templo de Salomón, y hasta de los pueblos anteriores a esta época, su religión se deriva del antiguo sacerdocio, y su fe es la de Noé y sus inmediatos descendientes. Si la Francmasonería fuera tan sólo una institución cristiana no podrían participar conscientemente de su iluminación quienes pertenecieran a otras religiones; pero, precisamente, se precia y está orgullosa de su universalidad porque con su lenguaje pueden conversar los ciudadanos de todas las naciones; porque ante sus altares se arrodillan hombres pertenecientes a todas las religiones; y porque los discípulos de todas las creencias suscriben su credo.
Pero no podemos negar que, al advenir el Cristianismo, se infundió casi imperceptiblemente en el sistema masónico un elemento de esta religión, o por lo menos entre los francmasones pertenecientes a ella, lo cual ha sido inevitable, porque toda religión predominante tiende a infiltrar sus influencias en todo cuanto la rodea, ya sea religioso, político o social. El hombre que siente intensamente el espíritu de su religión experimenta el deseo casi inconsciente de acomodar y adaptar todos los asuntos, esparcimientos, trabajos y ocupaciones de la existencia diaria, a la fe de su alma.
Por esta razón los francmasones cristianos ansían dar a los demás un carácter cristiano, investirlos en cierta manera con las particularidades de su credo e interpretar el simbolismo conforme a sus sentimientos religiosos, a pesar de que aprecian en su justo valor las bellas doctrinas que enseña la Francmasonería y agradecen que se hayan conservado en el seno de su antigua Orden en tiempos en que las naciones circundantes no las conocían.
Este sentimiento instintivo es una de las más nobles aspiraciones de la naturaleza humana; pero los autores masónico-cristianos se dejan llevar por ella con exceso, y afectan al carácter cosmopolita de la institución con la extensión de sus sectarias interpretaciones.
Esta tendencia cristianizante ha sido en ciertos casos tan universal y ha prevalecido durante períodos tan largos que ha logrado imbuir el elemento cristiano de tal forma en ciertos símbolos que, quienes no conocen la causa de ello, no saben si atribuir al símbolo un origen antiguo o moderno y cristiano.
Para esclarecer la idea que acabamos de exponer y dar un notable ejemplo de una interpretación cristiana y gradual de un símbolo masónico, vamos a estudiar el mito subsidiario (queremos decir subordinado a la gran leyenda del Constructor) que se refiere a las circunstancias relacionadas con la tumba, colocada en "la cumbre de una colina cercana al Monte Moria".
Ahora bien, el mito o leyenda de la tumba es una deducción auténtica y genuina del simbolismo de la antigua Masonería espúrea. Es análogo al pastos, féretro o lecho, de que hablan los rituales de los misterios paganos.
En todas estas iniciaciones se colocaba al aspirante en una celda o sobre un lecho, envuelto en la mayor obscuridad, durante un período de tiempo que oscilaba desde tres días en los Misterios griegos, hasta cincuenta en los persas.
Esta celda o lecho, que recibe el nombre técnico de pastos, se adoptó por símbolo del ser cuya muerte v resurrección o apoteosis se representaba en la leyenda.
El descenso mítico al Hades y el retorno desde éste a la luz del día se representaba escénicamente en la iniciación de los Misterios; esto es lo que quería decir la entrada en el Arca y la subsiguiente liberación de su sombría reclusión. Los misterios se establecieron en casi todo el mundo pagano; siendo los de Ceres idénticos en substancia a los de Adonis, Osiris, Hu, Mitra y los dioses Cabires. En todos ellos se comienza relatando la desaparición, muerte o descenso alegórico del gran padre, concluyendo con su invención, renacimiento o retorno del Hades; pero esta teoría del arca no ha merecido la aprobación de los demás autores.
El erudito Faber dice que esta ceremonia es, sin duda alguna, la misma que la del descenso al Hades, y que, cuando el aspirante entraba en la celda mística, recibía la orden de acostarse en el lecho que simbolizaba la tumba del Gran Padre Noé, a quien sabido es que refiere Faber todos los ritos antiguos. Y continúa diciendo el autor que:
"Mientras yacía sobre el santo lecho imitando a su muerto prototipo, se decía que dormía el profundo sueño de la muerte. Su resurrección del lecho representaba el retorno a la vida o su regeneración en un nuevo mundo."
Sin dificultad alguna se comprenderá que los Francmasones del templo debieron tomar este simbolismo y apropiarlo a la tumba situada, en la cumbre de la colina.
Al principio la interpretación sería cosmopolita como la de aquella de que se había derivado, y estaría exactamente de acuerdo con los dogmas generales de la resurrección del cuerpo y de la inmortalidad del alma.
Pero, con el advenimiento del Cristianismo, se infundió el espíritu de esta nueva religión en el antiguo sistema masónico, afectando al simbolismo íntegro de la tumba. Es cierto que se conservó la misma interpretación de una restauración o resurrección, derivada del antiguos pastos; pero el hecho de que Cristo hubiese venido a enseñar el mismo dogma consolador a las multitudes y de que el Monte Calvario, el "lugar de la calavera", fuese el sitio donde el Redentor demostró la verdad de la doctrina con su propia muerte y resurrección, sugirió a los antiguos francmasones cristianos la idea de cristianizar el viejo símbolo.
Examinemos ahora cómo fue tomando cuerpo esta idea.
En primer lugar es necesario identificar el lugar en donde se descubrió la "tumba recién hecha" con el Monte Calvario, donde se encontraba el sepulcro del Cristo. Esto se puede hacer fácilmente valiéndose de tinas cuantas analogías convincentes.
1° El Monte Calvario era una pequeña colina. El Monte Calvario es una pequeña eminencia, situada a poniente del Monte Moria donde se construyó el templo de Jerusalén. Antiguamente era un montecillo de regular altura que se ha reducido bastante al hacer las excavaciones para construir la iglesia del Santo Sepulcro.
"La actual roca llamada Calvario e incluida en la iglesia del Santo Sepulcro, tiene señal de haber sido un redondo nódulo de roca situado sobre el nivel común de la superficie".
2° Estaba situado en dirección Oeste desde el templo y cerca del Monte Moria.
3° Se encontraba en el camino directo de Jerusalén a Joppa, y era el lugar donde un fatigado hermano se sentó para reposar de sus fatigas.
El Dr. Beard razona de un modo parecido sobre el lugar de la crucifixión, v, suponiendo que los soldados debieron obligar a Jesús a que marchara rápidamente hacia el lugar de la ejecución por temor a un tumulto, dice: "El camino de Joppa a Damasco era el que más les convenía, y no había lugar vecino más a propósito que la pequeña elevación llamada Monte Calvario.
4° Estaba fuera de las puertas del templo.
5° En la roca había por lo menos una abertura o cueva, que fue más tarde el sepulcro de nuestro Señor; pero no hace falta insistir sobre esta coincidencia porque en la vecindad hay abundantes hendiduras en la roca, que están de acuerdo con las condiciones de la leyenda masónica.
Pero para que este razonamiento analógico se pueda comprender de modo más expresivo, baste saber que, si un grupo de personas sale del templo de Jerusalén y se dirige hacia poniente para buscar el puerto de Joppa, la primera colina que encontrarían sería el Monte Calvario; y como es posible que éste se utilizara como lugar de sepultura, como parece deducirse de su nombre de Gólgotha, es de suponer que sea el mismo lugar a que se alude en el tercer grado, en donde encontraron la acacia los obreros que fueron por el camino de Joppa.
Habiendo ya descrito la analogía, estudiemos su simbolismo.
El Monte Calvario ha ocupado siempre un lugar importante en la historia legendaria de la Francmasonería, pues existen muchas historias relacionadas con él que tienen una importancia altamente interesante.
Una de las tradiciones dice que es el lugar donde se enterró a Adán, según refiere la antigua leyenda, para que el sitio donde yacía el que fue causante de la perdición de la humanidad, fuera también el mismo en que el Salvador padeciera martirio, muriera y fuese sepultado. Sir Torkington, que publicó una peregrinación a Jerusalén en 1517, dice que "bajo el Monte del Calvario se encuentra otra capilla de nuestra Señora y de San Juan Evangelista, denominada Gólgotha; y allí, precisamente bajo la mortaja de la cruz, se encontró la cabeza de nuestro antepasado Adán". Recuérdese que Gólgotha significa en hebreo "el lugar de una calavera"; según ello hay cierta concomitancia entre la tradición y el nombre de Gólgota, con que se conocía el Monte Calvario en tiempos de Cristo. Calvario o Calvaria tiene la misma significación en latín (Algunos suponen que se llamó así, por ser el lugar destinado a realizar las ejecuciones públicas. Gulgoleth en hebreo, o Gogultho en sirio, significan Calavera).
Según otra tradición, Enoch erigió en las entrañas del Monte Calvario su bóveda de nueve arcos, grabando en la piedra fundamental ese Nombre Inefable, cuya investigación como símbolo de la verdad divina, constituye el objeto principal de la Francmasonería especulativa.
Una tercera tradición refiere que el rey Salomón descubrió, mientras se hacían excavaciones en el Monte Calvario para la construcción del templo, la piedra que depositara Enoch.
En este lugar fue muerto y enterrado el Redentor. Allí fue donde demostró él con actos la resurrección del cuerpo y la inmortalidad del alma, levantándose del sepulcro en el tercer día de su sepultura.
Y a este lugar se refiere la gran verdad de la Francmasonería, la misma verdad sublime cuyo desarrollo constituye el objeto principal del tercer grado, o sea del grado de Maestro Masón.
La sublime belleza de estas analogías, así como la maravillosa coincidencia existente entre los dos sistemas de la Francmasonería y del Cristianismo, debieron atraer la atención de los francmasones cristianos de los primeros tiempos.
El Monte Calvario se ha consagrado en el Cristianismo por ser el lugar donde su Señor dio la última gran prueba de la segunda vida, y fundó la doctrina de la resurrección que él había venido a enseñar.
“Es el sepulcro de Él que, cautivo, triunfó del cautiverio, de quien arrebató a la tumba su victoria, y arrancó a la muerte su aguijón”.
También es un lugar sagrado para los francmasones como escena de la euresis, lugar del descubrimiento, donde se expresan las mismas consoladoras doctrinas de la resurrección del cuerpo y de la inmortalidad del alma con formas profundamente simbólicas.
Estas grandes verdades constituyen la esencia misma del Cristianismo, que en esto supera y se diferencia de los demás sistemas religiosos. También constituyen ellas el objeto de la Francmasonería y, especialmente, del Tercer Grado, cuya leyenda particular, simbólicamente considerada, no enseña ni más ni menos que la existencia en nosotros de una parte inmortal, que, por ser emanación del Espíritu divino que llena toda la naturaleza, no puede morir jamás.
La identidad del lugar a que se refieren las enseñanzas de esta verdad divina en los dos sistemas -el cristiano y el masónico- es un ejemplo admirable de la prontitud con que el espíritu religioso del primero logró infiltrarse en el simbolismo del último. Por esta razón, el escritor Hutchinson, imbuido de los puntos de vista cristianos sobre la Francmasonería, opina que la ceremonia del Maestro Masón es un grado cristiano, cristianizando de este modo todo el simbolismo de su historia mítica.
"El Gran Padre de todos, compadecido de las miserias del mundo, envió a Su único Hijo, que era la inocencia personificada, a que enseñara la doctrina de la salvación.
Por Él logró el hombre levantarse de la muerte del pecado a la vida de la rectitud; de la tumba de la corrupción a la cámara de la esperanza, y de las tinieblas del desespero a la luz celestial de la fe; y no sólo nos redimió, sino que prometió resucitarnos; de donde nos hemos convertido en hijos de Dios y en herederos de los reinos del cielo."
"Los Francmasones hablamos figuradamente cuando describimos el deplorable estado en que se encontraba la religión, sometida a la ley judía: Su tumba se hallaba entre los escombros e inmundicias sobrantes del templo, y la acacia tendía sus ramas sobre los monumentos. Como la palabra griega akakia significa inocencia, o estar libre de pecado, queremos dar a entender con estas palabras que las corrupciones y pecados de la ley antigua y de los devotos del altar judío, habían ocultado la religión a quienes la buscaban, y que sólo podría encontrarse en donde sobreviviera la inocencia, a la sombra del Divino Cordero.
En cuanto a nosotros, profesamos la idea de que se nos debe distinguir por nuestra Acacia, y por nuestros actos y doctrinas religiosas de verdaderos acacianos.
La obtención de la doctrina de la redención se expresa por la palabra típica Eureka (lo he encontrado). Cuando aplicamos este nombre a la Francmasonería, queremos dar a entender que hemos descubierto el conocimiento de Dios y su salvación, y que se nos ha redimido de la muerte del pecado y del sepulcro de la injusticia y de la corrupción.
"De modo que el Maestro Masón, representa al hombre que se ha salvado de la iniquidad y ha renacido a la fe de la salvación, siguiendo la doctrina cristiana."
De esta manera es como escritores tan célebres como Hutchinson, Oliver, Harris, Scott, Salem Towne y otros muchos más han cristianizado la Francmasonería, por un inevitable proceso (dado el sentimiento religioso de sus intérpretes).
Nosotros no tenemos nada que objetar al sistema cuando la interpretación no se fuerza y es plausible, consistente y produce los mismos resultados que en el caso del Monte Calvario: pero lo que sí afirmamos rotundamente es que semejantes interpretaciones son modernas y no pertenecen al sistema antiguo, aunque, a veces, se hayan deducido de él.
Pero la verdadera interpretación de la leyenda-y la universal en Masonería,-en todos los países y épocas, es que el destino del constructor del templo simboliza la peregrinación del hombre sobre la tierra, a través de pruebas y tentaciones, de pecados y tristezas, hasta que cae herido por la muerte, y su resurrección final y gloriosa a otra vida eterna.
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