EL TECHO DE LA LOGIA
Otro de los símbolos presentes en la Logia es el techo. Baste saber que este techo se supone que figura “el celaje" o firmamento en que se representa la hueste de estrellas, para cerciorarnos de la continua alusión al simbolismo del mundo.
La Logia, como representación del mundo, no tiene más techo que los cielos (Tal era la opinión de algunos antiguos adoradores del sol, cuyo culto realizaban siempre al aire libre, porque creían que no existía templo alguno capaz de contener al sol. De ahí la sentencia "Mundus universus est templum solis”, el universo es el templo del sol. Como nuestros antiguos hermanos, adoraban únicamente “en las más elevadas cumbres” la que es otra analogía importante).
Si no fuera porque otro símbolo, la escalera teológica, está íntimamente relacionado con este tema no seguiríamos tratando de él. La escala mística, que une el pavimento de la Logia con su techo, es otro lazo importante que enlaza la cadena común del simbolismo y de las ceremonias de la Francmasonería con el simbolismo y los ritos de las antiguas iniciaciones.
La escala mística, que en la Francmasonería simbólica es la escalera teológica que Jacob vio que llegaba desde la tierra al cielo", era un símbolo muy difundido entre las naciones antiguas, y se suponía que estaba compuesta de siete escalones.
En los Misterios de Mitra, cuyos grados iniciáticos ascendían a siete, había una elevada escalera de siete escalones o puertas, cada una de las cuales se dedicaba a un planeta, el que, a su vez, se representaba por un metal, siendo el escalón más elevado el que simbolizaba el sol.
Empezando por abajo se tenía: Saturno, representado por el plomo; Venus, por el estaño; Júpiter, por el bronce; Mercurio, por el hierro; Marte, por una mezcla de metales; la Luna, por la plata, y el Sol, por el oro. El conjunto simbolizaba el curso sideral del orbe solar a través del universo.
En los Misterios de Brahmá se encuentra la misma referencia a la escalera de siete peldaños, alusiva al universo.
Los siete peldaños eran emblemas de los siete mundos del universo indio. El inferior era la Tierra; el segundo, el Mundo de la Reencarnación; el tercero, el Cielo; el cuarto, el Mundo Medio, o región intermedia entre los mundos inferiores y superiores; el quinto, el Mundo de los Nacimientos, en el cual vuelven a nacer las almas; el sexto, la Mansión de la Felicidad, y el séptimo, o más elevado, la Esfera de la Verdad, morada de Brahmá, quien no es sino un símbolo del sol, con lo cual llegamos una vez más al simbolismo masónico del universo y del globo solar.
El Dr. Oliver cree haber encontrado la escalera mística de los Misterios escandinavos en el sagrado árbol Idrasil (En el Asgard, o morada de los dioses, se encuentra el fresno Idrasil, a cuya sombra se reúnen diariamente aquellos para hacer justicia. Las ramas de este árbol se extienden sobre todo el mundo y llegan hasta los cielos. Tenía tres raíces, muy distantes entre si: una de ellas arraigaba entre los dioses; otra entre los gigantes del abismo, y la tercera, cubría el Nitlheim, o infierno, y bajo esta raíz se encontraba la fuente Vergelmer, de donde manaban los ríos infernales.).
No cabe duda de que en este árbol sagrado se encuentra la misma alusión que en la escala de Jacob, a una ascensión desde la tierra, en que arraigan sus raíces, hasta el cielo, donde se expanden sus ramas, cuyo ascenso no es sino el cambio de la mortalidad a la inmortalidad, del tiempo a la eternidad, doctrina enseñada en todas las iniciaciones. La subida de la escala o del árbol representa el ascenso desde esta vida a la futura, desde la tierra al cielo.
Creemos innecesario llevar más lejos estos paralelismos. Sin embargo, cualquiera puede ver que se alude indudablemente en ellos a esa división septenaria que predominó universalmente en el mundo antiguo, cuya influencia todavía se deja sentir en nuestra vida común y en la medida del tiempo.
El siete era el número perfecto de los hebreos, que por eso lo empleaban en todos sus ritos sagrados. La creación se terminó en siete días; siete sacerdotes, llevando siete trompetas dieron vueltas alrededor de las murallas de Jericó durante siete días; Noé recibió la noticia de que iba a empezar el diluvio siete días antes; siete personas le acompañaban en el arca que encalló en el monte Ararat al séptimo mes; la construcción del templo de Salomón duró siete días. Podríamos citar mil ejemplos más de la repetición de este número talismánico, si tuviéramos tiempo y lugar para ello.
Los gentiles veneraron también este número sagrado. Pitágoras decía que era "el número venerable". La división septenaria del tiempo en semanas de siete días, que no es universal como se cree generalmente, basta para demostrar la influencia de este número. También es cosa curiosa, por referirse quizás a la escalera de siete peldaños que hemos estado estudiando, que en los antiguos misterios se lavara al candidato siete veces en el agua bendita del bautismo según cuenta Apuleyo.
Es, pues, una anomalía creer que la escalera mística de la Francmasonería tiene sólo tres peldaños, anomalía que no tiene que ver nada con la Francmasonería y que procede de la ignorancia de quienes grabaron en nuestros Manuales los símbolos masónicos por vez primera.
La escalera de la Francmasonería, como todas las equivalentes de instituciones semejantes, tuvo siempre siete peldaños, aunque actualmente se aluda solamente a los tres superiores o principales. Estos peldaños son, empezando por el inferior, Templanza, Fortaleza, Prudencia, justicia, Fe, Esperanza y Caridad. La Caridad, por lo tanto, ocupa el mismo lugar en la escala masónica de virtudes que el sol en la de planetas. En la escala de metales el oro ocupa la misma elevada posición, y en la de colores, el amarillo.
San Pablo entiende que la Caridad no consiste en dar limosnas, sino en amar con ese amor que "sufre mucho y es benévolo". Cuando en nuestras conferencias masónicas decimos que la Caridad es la virtud suprema, pues cuando se pierden la fe y la esperanza, llega ella "hasta más allá de la tumba a los reinos de la felicidad eterna", aludimos al Divino Amor del Creador. Además, Portal dice en su Essay on SymboIic Colors que el sol representa el Amor Divino y que el oro indica la bondad de Dios.
De modo que si la Caridad es equivalente al Amor Divino, y éste se representa por medio del Sol, y, por último, si la Caridad es el peldaño más alto de la escala masónica, habremos llegado como resultado de nuestras investigaciones al símbolo tan repetido del orbe solar. El sol natural o espiritual - el sol, como principio vivificante de la naturaleza animada y, por ende, objeto especial de adoración, o como instrumento más descartado de la benevolencia del Creador - fue siempre tina idea directriz en el simbolismo de la antigüedad.
Su preponderancia en la Institución masónica, es una prueba evidente de la íntima analogía de la Francmasonería con todos los demás sistemas simbólicos.
Explicar cómo se adoptó por primera vez esta analogía y de qué forma se podría dilucidar sin detrimento de la pureza y veracidad de nuestro carácter religioso, implicaría una larga y pesada investigación en los orígenes de la Francmasonería y en la historia de su relación con los demás sistemas antiguos.
Podríamos llevar más lejos todavía nuestras investigaciones; pero hemos dicho ya lo suficiente para establecer los siguientes principios fundamentales:
1. Que la Francmasonería es, estrictamente hablando, una ciencia de simbolismo.
2. Que hay gran analogía entre este simbolismo francmasónico y el de los ritos místicos pertenecientes a las religiones antiguas.
3. Que del mismo modo que en las religiones antiguas el candidato simbolizaba el universo, y se convertía al sol, como su principio vivificante en objeto de adoración, o, por lo menos, de veneración, así también en la Francmasonería, la Logia representa el universo o el mundo y el sol se adopta como su símbolo más importante.
4. Que esta identidad de simbolismo es prueba de la identidad de origen, la cual es perfectamente compatible con el verdadero sentimiento religioso de la Francmasonería.
5. Y, por último, que todo el simbolismo de la Francmasonería alude exclusivamente a lo que los Cabalistas denominan el Algabil -el Maestro
Constructor- o sea, el ser que conocen los francmasones con el nombre de Gran Arquitecto del Universo.
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