miércoles, 17 de noviembre de 2010


LOS AGÁPES EN LA MASONERÍA


La etimología de la palabra ágape ilustra bastante bien el sentido de estos banquetes: en griego significa AMOR y AMISTAD. Estas fiestas no eran comilonas donde se buscase el placer mundano, sino que tenían como fin primordial la exaltación de los sentimientos más nobles del ser humano, bien entre los comensales reunidos en torno a un nexo como la religión, bien en honor de algún amigo o familiar desaparecido. Así los define la enciclopedia Espasa: “Comida en común celebrada entre los cristianos de los primitivos tiempos de la Iglesia. Uno de los nombres de la Eucaristía. // Limosna entre los primeros cristianos// Entre los masones, comida ritual, en especial en el taller llamado Capítulo de Caballeros de Rosa Cruz” (Enc. Univ. Espasa, ágape).

El origen de estas celebraciones se remonta hasta la noche de los tiempos, ya que el carácter ceremonial de las comidas colectivas coincide con las primeras muestras de inteligencia del hombre.

Los primeros documentos escritos que describen con más precisión algunos rituales, proceden del judaísmo primitivo. En los cinco libros del Pentateuco se especifica cómo se deben sacrificar los animales, cuáles se deben comer y cuáles despreciar, qué días se deben celebrar estos banquetes, cuándo comer con pan fermentado y cuándo con ácimo, etc. La mayoría de los documentos encontrados apuntan que los ágapes eran comidas rituales dedicadas a honrar el recuerdo de los difuntos, o como ofrenda y sacrificio religioso, pero también hay testimonios que describen otro tipo de ágapes cuyo fin era estimular el sentimiento de caridad y solidaridad entre los miembros de las comunidades paganas de las razas indo-arias. En los antiguos libros de la Torah vemos como en la celebración de Pentecostés y de los Tabernáculos, el ritual religioso se dirige hacia la Madre Tierra, sus frutos se entregan a Yavé, y el ágape se comparte con los necesitados: “Celebrarás la fiesta de los Tabernáculos durante siete días, una vez recogido el producto de tu era y de tu lagar; te regocijarás en esta fiesta tú, tu hijo, tu hija, tu siervo, y tu sierva, así como el levita, el extranjero, el huérfano y la viuda que habitan en tu ciudad”. (Deut. 16, 13, 14). Esta costumbre se mantuvo muchos años en el cristianismo, y así, en la celebración de los ágapes del San Juan Evangelista, hoy llamados

NAVIDAD, era preceptivo invitar a la mesa a algún pobre o dar de cenar a los necesitados de la comunidad. Aún hoy en día en los medios rurales, donde el hombre todavía vive con cierta dignidad humana y social, durante esas fiestas es frecuente que los más pobres compartan la mesa de familias más afortunadas.

El principio de reunirse alrededor de una comida para consolidar una comunidad y dar gracias a la Madre Tierra por los alimentos que nos mantienen con vida, es común en todas las culturas y, aunque en nuestra sociedad occidental saturada de comida y de consumo el carácter sagrado del acto se haya desvirtuado por completo, lo cierto es que es nuestra obligación es retomarlo con todo el vigor y profundidad de nuestros antepasados constructores: “Celebrarás la fiesta en honor de Yavé, tu Dios, en el lugar que haya elegido para que Yavé, tu Dios, te bendiga en todas tus cosechas y en todo trabajo de tus manos, y te darás todo a la alegría” (Deut. 16, 15).

En cuanto al sentido del ágape como culto fúnebre no vamos a profundizar mucho porque en nuestra actual cultura occidental no parece piadoso celebrar un banquete por la muerte de algún hermano, y así la MASONERÍA no lo suele incluir en sus rituales fúnebres. Sin embargo, es importante reseñar que sí lo fue en la Antigüedad. En el cristianismo primitivo, estos ágapes se celebraban en el mismo hipogeo en el que se había sepultado al difunto y que habitualmente disponía de un cenáculo en la parte superior destinado a tal efecto. De hecho, tal y como veremos posteriormente en el capítulo 4. El Cenáculo, en los evangelios de San Lucas y San Marcos cuando se habla del comedor donde celebraban sus banquetes, se utiliza la palabra anagaion, que significa por encima de la tierra, y que era ese piso superior de los panteones, dedicado a la oración y a los banquetes rituales. Como parte del ceremonial se derramaba vino sobre el ataúd y se depositaban viandas en el sarcófago, costumbre que vemos reflejada en clásicos como Homero y Virgilio, en sus respectivas Odisea y Eneida, cuando describen el manium jura, o ritual fúnebre. Como prueba de la importancia que llegaron a tener estos banquetes, en la antigua Etruria se descubrieron magníficas pinturas, bajorrelieves y mosaicos que reflejaban estos acontecimientos y que se colocaban en el hipogeo del difunto, para que el recuerdo de la gran fiesta le acompañase en su otra vida como prueba de amistad y cariño de sus semejantes en la tierra. Algunas muestras de estas obras se pueden contemplar en los cementerios de Ostia, Pretextato, Orvieto o en el de Corneto donde se pueden visitar las tumbas de Vincentius, la de Golini, la “dei vasi dipinti”, o la del triclinio, con auténticas demostraciones de fasto gastronómico.

Los ágapes funerarios se mantuvieron vivos en culturas como la egipcia hasta hace relativamente pocos años. En otras, como la cristiana, los antiguos rituales hebreos, reflejados tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, fueron sustituidos por la propia misa, que en realidad es una síntesis litúrgica del propio banquete.

De hecho la evolución del cristianismo se centró en modificar todos los antiguos ceremoniales, condensándolos entorno al sacrificio del Cristo, hasta el punto de que el ritual que más se sublimó fue precisamente el de los ágapes, que antes se celebraban en conmemoración y recreación de la Santa Cena, y que fueron sintetizándose hasta convertirse en el Sacramento de la Eucaristía.

Fuente: La Cocina Masónica, por Pepe Iglesias.



Gran Oriente de Francia: condiciones de admisión



Gran Oriente de Francia: condiciones de admisión

Esta, como todas las publicadas en el blog, es una reflexión personal. Por tanto, no atribuible ni a mi Logia ni al Gran Oriente de Francia. Si alguien se arrogara la representación de la Obediencia, sólo podría ser por error o intereses espurios. El Gran Oriente no es una federación de masones, sino de Logias. Yo soy masón del GODF en la medida en que mi Taller está federado en el GODF. De aquí se sigue una serie de considerandos que nos distinguen y que dejo para mejor ocasión, refiriéndome únicamente a uno de ellos: una Logia, un voto. Es así en el Convent o Asamblea General del Gran Oriente de Francia. Por este sistema, en septiembre en Vichy se aprobó una exhortación de aplicación inmediata en todas las Logias de la Obediencia: “El Convent confirma que las condiciones de admisión en el GODF son las que figuran en el artículo 76 del Reglamento General de la asociación, excluyendo toda otra condición, y no implican ninguna consideración de sexo”.

Fiel a sus principios, concretados en su Reglamento General (del que no se ha tocado, eliminado ni añadido ni una sola tilde o coma para inclinarlo hacia la masculinidad o hacia el carácter mixto, porque no hacía falta: no era excluyente ni sexista), las Logias del Gran Oriente de Francia –que, en efecto, inician mujeres- no centran el debate masónico en la consideración de sexo.

Me consta que, no desde otras Obediencias masónicas sino desde individuos pertenecientes a ellas y sin haber sido comisionados por ellas, se enarbola en ocasiones como enseña y punta de lanza de dichas asociaciones el carácter mixto. Cuando en realidad el estandarte de la Francmasonería es su carácter iniciático; es decir: filosófico, filantrópico y progresivo. Una iniciación, efectivamente, la misma para mujeres que para hombres, porque la iniciación no considera el sexo sino a la persona como ser susceptible de mejoramiento moral y material, intelectual y social. La persona como obrero, herramienta, piedra y templo de las Luces.

Así pues, en el Gran Oriente de Francia no le damos bombo y platillo al hecho –absolutamente natural- de iniciar personas. Tenemos mucho trabajo masónico por delante, como para andar haciendo músicas con lo que normal y naturalmente asumimos: la universalidad de una Orden de tales y tan ricos caracteres que la hacen única, múltiple, mosaico de luces y tareas que urge acometer en la interacción con un mundo que es nuestro mundo; un mundo al que hemos de escuchar y al que, como masonas y masones, tenemos, acaso, una palabra que pronunciar.

Por Than - Publicado en: Francmasonería - Comunidad: Masonería regular adogmática
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