viernes, 15 de julio de 2011

EN BUSCA DE SHAMBHALA....NICOLÁS ROERICH.



En la historia de diferentes pueblos de la Tierra encontramos claras insinuaciones a esa morada interior, un lugar secreto donde se reúnen los Rishis o Mahatmas, seres supra-humanos que sólo permiten el ingreso a su mundo a los que han sido “llamados”. Es en Oriente, donde existen mayores referencias al reino subterráneo. Es así por cuanto según las leyendas tibetanas fue en el desierto de Gobi (Mongolia) donde se estableció el primer centro físico de la Hermandad Blanca, conocido más tarde con el nombre de Shambhala, ciudad principal del entramado intraterrestre de Agharta.Aquel nombre ya no es extraño para muchos. También llamada Shangri-La, el centro supremo de los Maestros invisibles, fue abordado en una película de gran impacto basada en el libro “Horizontes Perdidos” del novelista James Hilton. El mensaje llegó a muchas almas. Pero la búsqueda de Shambhala se remonta décadas atrás.Diversos exploradores han ido en pos de ella, rastreándola en las arenas del Gobi o en los mismísimos Himalayas. Y aunque no todos tuvieron éxito en dar con su paradero, hallaron indicios inquietantes de su función y de los seres que la habitan.Quizá una de las experiencias más célebres con Shambhala sea la de Nicolás Roerich, explorador y artista ruso que emprendió en 1925 una expedición al Tíbet y al Asia Central. Allí fue invitado a conocer el reino subterráneo.Ese año, Roerich contempló en pleno día un objeto dorado, como si fuese una esfera o posiblemente un disco, reflejando la luz del Sol mientras surcaba imponente los cielos de la cadena montañosa del Altai-Himalaya. Los lamas que le acompañaban, sin sorpresa alguna frente a este hecho extraordinario, aseguraron que se trataba de un signo de ¡Shambhala! A nosotros tampoco nos sorprende, ya que los visitantes celestes cumplen funciones de vigilancia y observación en las proximidades de un Retiro Interior.Nicolás Roerich en Ulan Baatar, Mongolia, en una imagen de la época.El objeto, finalmente, desaparecería tras las montañas de Humboldt, mientras la caravana que acompañaba al explorador europeo intercambiaba con evidente entusiasmo el portento que habían presenciado. Durante el avistamiento, tanto Roerich como los lamas percibieron un perfume especial, como a flores, un fenómeno que acompaña muchas veces las experiencias de contacto.Para dar una rápida idea científica de ello, digamos que el ser humano genera normalmente una vibración entre 62 Mhz y 68 Mhz. Por ejemplo, si nuestra frecuencia disminuye tan sólo a 57 Mhz, podríamos estar inmunes a un resfrío. Minuciosos estudios de aroma-terapia concluyen que en esta escala de vibraciones la más alta es la emanada por la fragancia de la Rosa, que puede llegar a alcanzar los 320 Mhz. Dicho de otro modo, estos “perfumes” sobrenaturales que se perciben en las experiencias de contacto son en realidad ondas de elevada calidad vibratoria, que se han dejado notar, incluso, en las propias apariciones marianas.Definitivamente, Roerich vivió un encuentro cercano mientras se dirigía hacia Shambhala, donde debía dejar una misteriosa piedra que cayó del cielo.Antes de continuar, es importante mencionar que Nicolás Roerich, junto al sueco Sven Hedin y su antepasado ruso Nikolai Przhevalsky, fueron los primeros occidentales después de Marco Polo en adentrarse en la cultura de Oriente. Roerich era considerado uno de los sabios más importantes de su época en la denominada Rusia Blanca.Él iba en busca de “La Torre del Rey”, presuntamente ubicada en pleno centro de la perseguida Shambhala. Su viaje, más allá de procurar enfrentarse cara a cara con los Mahatmas, era devolver una extraña piedra negra a la Torre que permanece encendida eternamente por una luz “de otro mundo”.La piedra de Chintamani ―como se le llamaba― era parte de un meteorito mucho mayor, y se dice que poseía propiedades misteriosas, como ser capaz de activar la telepatía o efectuar una transformación de la conciencia a las personas que tan solo estuviesen en contacto con ella. Curiosamente, la piedra negra de la Kaaba en La Meca y la piedra que se encontraba en el otrora templo de Cibeles ―la diosa Madre de Oriente Próximo― habrían sido también parte de ese meteorito mágico.En su libro Bêtes, Hommes et Dieux (1924) M. Ferdinand Ossendowski ya mencionaba esa piedra negra que habría sido enviada en tiempos antiguos por el “Rey del Mundo” ―cabeza espiritual de Shambhala― al Daläi-Lama, transportada después a Ourga, en Mongolia, para luego desaparecer súbitamente por cerca de cien años. René Guénon, en su obra “El Rey del Mundo” (1927), relaciona, acertadamente, este enigma con la mentada lapsit exillis, piedra caída del cielo y sobre la cual aparecían “inscripciones” en ciertas circunstancias, y que es identificada al Grial en la versión de Wolfram d’Eschenbach. Sea como fuere, los Iniciados piensan que el origen de aquella extraña piedra se encuentra en Orión, que como veremos más adelante no es un accidente.Según los relatos lamaístas, cada vez que la humanidad se enfrenta a una nueva misión espiritual, se envía un fragmento de esta piedra de Chintamani a la superficie, y vuelve a Shambhala cuando la misión, ha finalizado.Shambhala fue fundada hace miles de años por 32 visitantes celestes o “mentes cósmicas”, al ver que la oscuridad se cernía sobre el planeta. A estos “Maestros de Luz” se habría referido Thot el Atlante en las Tablas Esmeralda, cuando menciona:“Treinta y dos están allí de los hijos de la luz, quienes han venido a vivir entre la humanidad buscando cómo liberar de la esclavitud de las tinieblas a los que estaban atrapados por la fuerzas del más allá...”La nave estelar que trajo consigo a los 32 mensajeros para establecer Shambhala ―en el actual desierto de Gobi― se hallaba diseñada, en realidad, para 33 navegantes espaciales. Cada Maestro era representante de una civilización cósmica. Empero, como la civilización 33 dentro del orden espacial (que corresponde a la Constelación de Orión) se hallaba en medio de un conflicto bélico interno, la Jerarquía no permitió que viniese un representante de aquel cúmulo de estrellas por razones más que evidentes, quedando así, al ser humano, reemplazar a Orión como la civilización número 33. Ello sucederá cuando la Tierra ascienda finalmente a la esfera superior que desde un principio le ha sido reservada. He aquí, pues, el simbolismo de “devolver” la piedra de Chintamani o la “Piedra de Orión” a Shambhala, con su significado intrínseco de reestablecer a través de la luz un orden interrumpido

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