El enigmático Rey Salomón y la misteriosa Arca de la Alianza
Salomón es un personaje, descrito en la Biblia como el tercer y último rey del Israel unificado (incluyendo el reino de Judá). Es célebre por su sabiduría, riqueza y poder, pues La Biblia’ ‘lo considera el hombre más sabio que existió en la Tierra. Logró reinar cuarenta años y su reinado quedaría situado entre los años 970 a.C. y el 930 a.C. aproximadamente. Construyó el Templo de Jerusalén, y se le atribuye la autoría del Libro de Eclesiastés, libro de los Proverbios y Cantar de los Cantares, todos estos libros recogidos en la Biblia. Es el protagonista de muchas leyendas posteriores, como que fue uno de los maestros de la Cábala. En el Tanaj (libro hebreo, a una versión del cual los cristianos llaman Antiguo Testamento) también se le llama Jedidías. En la Biblia se dice del rey Salomón que heredó un considerable imperio conquistado por su padre el rey David, que se extendía desde el Valle Torrencial, en la frontera con Egipto, hasta el río Éufrates, en Mesopotamia. Tenía una gran riqueza y sabiduría y administró su reino a través de un sistema de 12 distritos. Poseyó un gran harén, el cual incluía a «la hija del faraón». Honró a otros dioses en su vejez y consagró su reinado a grandes proyectos de construcción. La Biblia dice del rey Salomón que era «el más sabio de los hombres», que podía pronunciar un discurso sobre la biodiversidad de todas las plantas, «desde los cedros del Líbano hasta el hisopo que crece en los muros, y animales, y pájaros, y cosas que se arrastran, y peces». Entre los distintos autores que han tratado sobre Salomón y el Arca de la Alianza, se distingue Erich von Daniken, que lo relata, con su estilo atrevido, en su obra “Profeta del Pasado”, en la que me he basado para escribir este artículo.
Según el Éxodo, Dios ordenó a Moisés que construyera un Arca. Las instrucciones que Moisés recibió fueron: “Mira bien y hazlo fabricar según el diseño que se te ha propuesto en el monte”. El Zohar, obra principal de la Cabala, dedica al Arca de la Alianza casi cincuenta páginas, y ha consignado hasta los más mínimos detalles que pasaron inadvertidos a los ojos de otros narradores. A primera vista podrá sorprender que el Zohar hable del Arca de la Alianza bajo el epígrafe de «El Antepasado de los Días». Pero es evidente que la descripción cuadra con el Arca. En el Zohar se dice que Moisés recibió de Yahveh, el Dios de Israel, instrucciones para la construcción de una caja según especificaciones exactamente detalladas, y con destino al «Antepasado de los Días». El recipiente debía acompañarle con el misterioso «Antepasado» en la travesía del desierto. Aunque sabemos que el Arca existió, hay dudas sobre su verdadero tamaño y se discute su finalidad. Una de las primeras cosas que hizo el Rey David, padre de Salomón, fue trasladar el Arca de la Alianza desde su última ubicación temporal hasta la capital, como preparativo para su emplazamiento en una Casa de Yahveh que David planeaba erigir. Pero ese honor, según le dijo el profeta Natán, no sería suyo debido a la sangre derramada por sus manos en las guerras y en sus conflictos personales. Este honor, se le dijo, sería para su hijo Salomón. Todo lo que se le permitió hacer mientras tanto fue erigir un altar, cuyo lugar exacto se lo mostró a David un «Ángel de Yahveh, de pie entre el Cielo y la Tierra», que señalaba el lugar con una espada. También se le mostró un Tavnit, un modelo a escala del futuro templo, y se le dieron detalladas instrucciones arquitectónicas, que, llegado el momento, David transmitió a Salomón en una ceremonia pública, diciendo: “Todo esto, escrito por Su mano, me hizo comprender Yahveh, de todas las obras del Tavnit”.
En la Biblia se dice: “hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza“. Con respecto a imagen y semejanza, Maimónides, en su obra “Guía de los Descarriados“, distingue dos conceptos: tzélem (forma) y demut (semejanza), de tóar (aspecto) y tavnit (configuración). Tóar y tavnit expresan la figura material, mientras que tzélem y demut la forma espiritual. La Tora (Instrucción), al indicar tzélem y demut define el espíritu y nos confronta con uno de los principios básicos del Hebraismo. No es posible elevarse a Elohim por medio de la materia, tóar y tavnit, (Isaías XLIV) y sí por medio del espíritu, tzélem y demut. En el cuarto año de su reinado (480 años después del comienzo del Éxodo, según la Biblia), Salomón comenzó la construcción del Templo, «sobre el Monte Moriah, como se le había mostrado a su padre, David». Mientras se traían maderas de los cedros del Líbano, se importaba el oro más puro de Ofir y se extraía y se fundía el cobre para los lavabos, había que erigir la estructura con «piedras talladas y cinceladas, grandes y costosas piedras».Los sillares de piedra tuvieron que prepararse y tallarse según el tamaño y la forma deseados, pero en otra parte, ya que la construcción estaba sujeta a una estricta prohibición contra el uso de cualquier herramienta de hierro en el Templo. Así, los bloques de piedra tuvieron que ser transportados y ubicados en el lugar sólo para su montaje. «Y la Casa, cuando estaba en construcción, se hizo de piedra, lista ya antes de ser llevada hasta allí; de modo que no hubo martillo ni sierra, ni ninguna herramienta de hierro en la Casa mientras se estuvo construyendo».
Ofir (hebreo estándar Ofir, hebreo de Tiberíades Ôp̄îr) es un puerto o región mencionada en la Biblia que fue famosa por su riqueza. Se cree que el rey Salomón recibía cada tres años un cargamento de oro, plata, sándalo, piedras preciosas, marfil, monos y pavos reales de Ofir. Estudiosos de la Biblia, arqueólogos y otras muchas personas han intentado determinar la localización exacta de Ofir. Muchos estudiosos modernos sostienen que podía haber estado en el suroeste de Arabia, en la región del actual Yemen. Ésta es también la posible localización de Sheba. Otra posibilidad es la costa africana del Mar Rojo, ya que el nombre puede ser derivado de la etnia Afar de Etiopía. Otros posibles localizaciones varían enormemente. El Easton’s Bible Dictionary (1897) menciona la conexión a «Sofir», el nombre copto para la India, y también una posible conexión a Abhira, en la desembocadura del río Indo. Flavio Josefo lo conectó con Cophen, un río indio, a veces asociado a una parte de Afganistán. Algunos estudiosos, que proponen conexiones entre Eurasia y América antes de la llegada de Colón, también han hecho sus propias hipótesis, incluyendo lugares como Perú.
Llevó siete años finalizar la construcción del Templo y equiparlo con todos los utensilios del ritual. Después, en la siguiente celebración del Año Nuevo («en el séptimo mes»), el rey, los sacerdotes y todo el pueblo presenciaron el traslado del Arca de la Alianza hasta su lugar permanente, en el Santo de los Santos del Templo. “No había nada en el Arca, salvo las dos tablillas de piedra que Moisés había puesto en su interior en el Monte Sinaí”. En cuanto el Arca estuvo en su lugar, bajo los querubines alados, «una nube llenó la Casa de Yahveh», obligando a los sacerdotes a salir apresuradamente. Después, Salomón, de pie ante el altar que había en el patio, oró a Dios «que mora en el cielo» para que viniera y residiera en esta Casa. Fue más tarde, por la noche, cuando Yahveh se le apareció a Salomón en un sueño y le prometió una presencia divina: «Mis ojos y mi corazón estarán en ella para siempre». El Templo se dividió en tres partes, a las cuales se entraba mediante un gran pórtico flanqueado por dos pilares especialmente diseñados. La parte frontal recibió el nombre de Ulam («Vestíbulo»); la parte más grande, la del medio, era el Ekhal, término hebreo que proviene del Sumerio E.GAL («Gran Morada»). Separada de ésta mediante una pantalla, estaba la parte más profunda, el Santo de los Santos. Se le llamó Dvir, literalmente: “El Orador”, pues guardaba el Arca de la Alianza con los dos querubines sobre ella, de entre los cuales Dios le hablaba a Moisés durante el Éxodo. El gran altar estaba en el patio, no dentro del Templo. Los datos y las referencias bíblicas, las tradiciones antiguas y las evidencias arqueológicas no dejan lugar a dudas de que el Templo que construyó Salomón (el Primer Templo) se levantaba sobre la gran plataforma de piedra que todavía corona el Monte Moriah (también conocido como el Monte Santo, Monte del Señor o Monte del Templo). Todo parece indicar que el Arca de la Alianza podía ser algún sofisticado medio de comunicación, incluyendo, al vez, algún tipo de hologramas. O, especulando todavía más, algún tipo de puerta estelar.
Dadas las dimensiones del Templo y el tamaño de la plataforma, existe un acuerdo general sobre dónde se levantaba el Templo, y sobre el hecho de que el Arca de la Alianza, dentro del Santo de los Santos, estaba emplazada sobre un afloramiento rocoso, una Roca Sagrada que, según firmes tradiciones, era la roca sobre la que Abraham estuvo a punto de sacrificar a Isaac. En las escrituras judías, la roca recibió el nombre de Even Sheti’yah, «Piedra de Fundación», pues fue a partir de esa piedra que «todo el mundo se tejió». El profeta Ezequiel la identificó como el Ombligo de la Tierra. Esta tradición estaba tan arraigada, que los artistas cristianos de la Edad Media representaron el lugar como el Ombligo de la Tierra y siguieron haciéndolo así aún después del descubrimiento de América. El Templo que construyera Salomón (el Primer Templo) lo destruyó el rey babilonio Nabucodonosor en 576 a.C, y lo reconstruyeron los exiliados judíos a su regreso de Babilonia, 70 años después. A este respecto vale la pena resaltar que la tradición interna de la Orden Masónica afirma que Jacobo de Molay, el último maestre de los Templarios, hizo crear poco antes de ser quemado en la hoguera cuatro grandes logias masónicas. Estos mismos rituales remontan a Salomón, el monarca israelita, los orígenes del Arte que ellos practican. Pero afirman que este llegó a occidente a través de los Caballeros del Templo de Salomón. Es decir, defienden que la masonería se había configurado en Tierra Santa por obra de las órdenes militares, especialmente la del Temple, y que, como hemos visto, fueron estas fraternidades de constructores llegadas a occidente las que habrían originado la francmasonería moderna (ver el artículo “La enigmática Orden del Temple”).
El profeta Samuel, que también fue juez, y que, como tal, debía ser un buen observador, escribió: “Ahora, pues, manos a la obra: haced un carro nuevo, y uncid al carro dos vacas recién paridas, que no hayan traído yugo… Tomaréis después el Arca del Señor y la pondréis en el carro; colocando a su lado en un cofrecillo las figuras de oro que le consagrasteis por el pecado”. Y Samuel incluso nos habla de otro carro utilizado para el transporte: “Y pusieron el Arca de Dios en un carro nuevo, sacándola de la casa de Abinadab, que habitaba en una colina; siendo Oza y Ahio, hijos de Abinadab, los que iban guiando el carro nuevo… Y a cada seis pasos que andaban los que llevaban el Arca del Señor…”. Pese al empleo de uno o varios carros y la tracción a cargo de dos vacas fuertes, el peso muerto no debió ser superior en ningún caso a unos trescientos kilos, aproximadamente, pues a veces el Arca es transportada y trasladada por los levitas, sacerdotes a cargo de los santuarios de Yahveh: “Y a cada seis pasos que andaban los que llevaban el Arca del Señor, inmolaban un buey y un carnero”. Pero, ¿qué era lo que transportaron a través del desierto los judíos, entre grandes trabajos y durante cuarenta años? Si tantas molestias les causaba, ¿por qué no podían desprenderse de ese objeto? Lazarus Bendavid (1762-1832), filósofo y matemático de Berlín, que dirigió la Academia libre judía, fue un «judío ilustrado y conocido filósofo», que consiguió demostrar que «el Arca de la Alianza de los tiempos mosaicos debió contener un grupo bastante completo de instrumentos eléctricos, cuyas influencias se hacían sentir en el exterior». Lazarus Bendavid no sólo fue un hombre sabio, sino que además se adelantó con mucho a su época. Sabía que el acceso al Arca de la Alianza estaba rigurosamente limitado a un círculo muy restringido de personas, y que ni siquiera los Sumos Sacerdotes podían acercarse al Arca todos los días, sin peligro de sufrir un terrible accidente.
Dice Bendavid: «La visita al Santo de los Santos, según testimonio de los talmudistas, iba siempre unida a un peligro mortal; los Sumos Sacerdotes se le acercaban siempre con cierto temor, y se juzgaban afortunados si conseguían alejarse de nuevo sin que les hubiese acaecido nada malo». Después de una guerra contra los israelitas, a los que vencieron, los filisteos, tribu hebrea de procedencia occidental, confiscaron el Arca del Señor. Habían observado que los israelitas concedían mucha importancia al misterioso artefacto y esperaban sacar beneficio de su posesión. Pero los filisteos no supieron qué hacer con él. En todo caso, tardaron poco en darse cuenta de que todas las personas que se acercaban al Arca enfermaban o morían. Entonces empezaron a trasladar su botín de un lugar a otro, pero en todas partes ocurrió lo mismo: los curiosos que se aproximaban demasiado enfermaban con tumores y caída del cabello. Muchos padecían grandes vómitos, y algunos murieron de una muerte horrible. Los filisteos fueron un pueblo de la Antigüedad, del cual existen testimonios en diferentes fuentes textuales (asirias, hebreas, egipcias) o arqueológicas. Ellos se mencionan en la genealogía de las naciones, donde juntamente con Caftorín, fueron descendientes de Mesraín. Se hacen conjeturas que con bastante probabilidad habían venido de Creta, algunas veces identificada con Caftor y que no dejaban de ser gente más bien “pirata“. Los filisteos aparecen en fuentes egipcias donde son presentados como los enemigos de Egipto venidos del norte, mezclados con otras poblaciones hostiles conocidas colectivamente por los antiguos egipcios bajo el nombre de Pueblos del Mar. Tras su enfrentamiento con los egipcios, los filisteos se establecieron en la costa suroeste de Canaán, es decir, en la región central de la actual Franja de Gaza. En contextos posteriores, este territorio sería denominado Filistea en época romana, antes denominado Judea Samaria. Sus ciudades dominaron la región hasta la conquista asiria por Tiglatpileser III en el año 732 a. C.. Seguidamente, fueron sometidos a los imperios regionales y parecen haber sido asimilados progresivamente. Las últimas menciones a los filisteos datan del siglo II a. C., en la Biblia.
Y aquí nos extenderemos en los misteriosos Pueblos del Mar, que son la imagen más viva de la terrible hecatombe que asoló Grecia, Asia Menor y Egipto en una incontenible oleada de destrucción sin parangón en la toda la Historia. Antes de iniciarse la guerra de Troya, el mundo civilizado vivía un equilibrio de poderes perfectamente asentados. Grecia estaba dominada por los micénicos, Egipto era un estado fuerte y poderoso, Troya dominaba la costa occidental turca y los hititas el resto de la península turca y Siria. Pero a finales del siglo XIII, todo ese equilibrio de poderes se vino abajo por causas aún no aclaradas. Los griegos micénicos que habían destruido Troya fueron aplastados por una oleada invasora que borró todo resto de su civilización. Los fantásticos palacios fortificados micénicos como Tirinto o Micenas fueron asaltados y destruidos, la población se dispersó, los campos se abandonaron, la zona se despobló e incluso la escritura se perdió. Sólo la ciudadela micénica de Atenas, encaramada en lo alto de la Acrópolis resistió la destrucción. Todo lo demás fue destruido. Grecia se sumió en una Edad Oscura que habría de durar más de 400 años. En esa misma época, todo el Asia menor fue literalmente arrasado. Ugarit en Siria, Tarso en el sur de la costa turca, uno a uno todos los enclaves civilizados fueron destruido. Egipto fue invadido y a duras penas consiguió rechazar a los asaltantes a un altísimo coste del que ya nunca más se recuperaría. El poderoso imperio Hitita también fue arrasado. Su capital, Hattusa, con sus soberbias fortificaciones que causaban asombro en el mundo entero fue destruida y arrasada hasta los cimientos. Jamás la Historia había visto ni verá tal hecatombe que hizo retroceder siglos el curso de la Historia, condenando a florecientes civilizaciones a volver a la Edad de Piedra.
¿Quién hizo esto? ¿Quién fue el responsable de tal hecatombe? Este es, precisamente, uno de los mayores enigmas de la Historia. Quizás algún día sepamos lo que realmente ocurrió. Hace poco más de 100 años pensábamos que Troya o Micenas eran invenciones de un poeta y ni siquiera sabíamos que los hititas habían existido. hemos conseguido conocer la pregunta y algún día sabremos la respuesta. De momento sólo podemos formular hipótesis más o menos fiables. Los relieves de Medinet-Habu muestran a los guerreros de Los Pueblos del Mar con toda claridad. Su armamento no es ni micénico ni egipcio. Los curiosos yelmos de tiras hacia arriba son parecidos a los de colmillos de jabalí pero al revés. Llevan largas espadas de corte de forma triangular y escudos redondos con asa central. Algunos llevan corazas con hombreras. Otros guerreros, en otras partes de los relieves llevan cascos con cuernos. Se cree que no hubo un único responsable de esta gigantesca y escalofriante debacle, sino muchos. En 1285 a.C. tuvo lugar la famosa batalla de Kadesh, la primera gran batalla de la Historia que enfrentó a dos fuerzas colosales: los imperios egipcio e hitita, en un grandiosos choque que, ante el inmenso poder de ambos contendientes, quedó en tablas. El equilibrio entre las dos superpotencias quedó fijado por la diplomacia, que formalizó mediante un famoso tratado entre el rey Muwatali de los hititas y Ramsés II de Egipto el acuerdo en el que se desenvolvería todo el mundo civilizado. Sin embargo, apenas 85 años después comenzó la cadena de destrucciones. En 1200 a.C. la civilización micénica fue borrada de la faz de la tierra con una contundencia tal que permaneció oculta más de 3.000 años. Toda la costa del Mediterráneo oriental fue arrasada por una ola sanguinaria sin parangón en la Historia que llegó poco después, en 1186 a.C. a Egipto.
Los invasores de Egipto llegaron por tierra y, caso raro, también por mar, por lo que los egipcios se refirieron a ellos como “Los Pueblos que venían de las Islas del Mar“. Puesto que sólo la civilización egipcia logró sobrevivir al desastre, las únicas referencias que tenemos de tal debacle son las suyas, especialmente las que adornan las paredes del templo de Medinet-Habu, levantado por Ramsés III para conmemorar su importantísima victoria sobre estos terribles invasores. No fue por casualidad que los egipcios los llamaran “Los Pueblos“, ya que no se trataba de una sola nación, sino de muchas naciones lanzadas al saqueo y la destrucción. El que una nación marinera como Egipto tuviera tantas dificultades para vencer a la flota enemiga en la batalla del Delta demuestra que se trataba de una fuerza invasora perfectamente organizada, con un componente naval, el que más impresionó a los egipcios, de primerísimo orden. Los relieves de Medinet-Habu demuestran que las naves de los Pueblos del Mar eran iguales o superiores a las egipcias, lo que nos pone en la pista de pueblos esencialmente marineros con un dominio de la técnica naval tal que sólo pudieron haber venido, paradójicamente, de esa misma zona geográfica, el mar Egeo, ya que ni en el Mediterráneo occidental ni en el mar Negro existía nada parecido. ¿Es posible que la caída de Troya y de toda su enorme zona de influencia causara la ruina de todos los pueblos que la componían lanzándolos a la piratería?
Salvo algún problema de fechas, esto es, a grandes rasgos, lo que se piensa que ocurrió. No sólo con la caída de Troya, sino con la caída en cadena de toda la civilización micénica que empujó hacia el sur a miles y miles de personas que lo habían perdido todo y que sólo conservaban sus barcos y sus armas. Todo ello fue una reacción en cadena ante la caída de la civilización micénico-troyana. Pero ¿cuál fue el detonante que convirtió al Mediterráneo oriental en el sangriento escenario de una masacre tal? Hace siglos, los inmigrantes llegaban a millares en oleadas sucesivas que trastocaron la Historia de la Humanidad hasta la Edad Media. Uno de esos movimientos demográficos afectó a un pueblo centroeuropeo germánico que, ante la presión de otras invasiones asiáticas, no tuvo más remedio que abandonar sus tierras y bajar hasta Grecia. Ese pueblo eran los dorios, que se cree fueron los responsables de sumir a Grecia en la Edad de Piedra, no por su propia fuerza, sino por la debilidad micénica, a la que la reciente victoria contra Troya no parecía haber fortalecido, sino todo lo contrario. El relato de Homero sobre la vuelta de los reyes micénicos a casa es una historia desgarradora, que refleja las tremendas conmociones socio-económicas que siguieron a la guerra y que debilitaron sin remedio a la civilización micénica hasta dejarla indefensa frente a la invasión doria. Los testimonios arqueológicos nos muestran formidables fortificaciones como Micenas o Tirinto arrasadas, palacios como Pilos destruidos y un cambio brutal que lleva a Grecia de la más rica civilización de todo el continente europeo a la Edad de Piedra. La escritura micénica, la Lineal B, se pierde para siempre, y la arquitectura que dio los soberbios palacios y las fabulosas tumbas abovedadas de los reyes queda reducida a cabañas de piedra y tierra con tejados de ramas, la cerámica, único arte funcional que sobrevive, deja la frescura traída desde la Creta minoica y se transforma en la austera geometría germánica.
Los dorios conocían el hierro, con lo que sus guerreros tenían una ventaja enorme sobre los micénicos armados con bronce. Todo se juntó para darle la puntilla a tan gloriosa civilización. La famosa leyenda de El Retorno de los Heráclidas nos habla de los hijos de Heracles, el Hércules romano, que tras la muerte de su padre regresan a Grecia para hacerse por las bravas con la península griega que reparten en tres partes. Muchos creen que esta antiquísima leyenda es una explicación legendaria de la invasión doria y la creación de tres grandes agrupaciones de estados. Pero no se cree que sólo los dorios fueran los responsables de la caída micénica. Hoy en día hay una nueva hipótesis que exculpa a los dorios para echar casi toda la responsabilidad sobre los Pueblos del Mar. Según esta hipótesis, la invasión doria fue una consecuencia y no la causa de la caída micénica, lo que es un argumento que sirve también para explicar la caída del Imperio Hitita. Pero hay algo que no encaja, ya que poco antes de la destrucción de las ciudadelas micénicas sus fortificaciones fueron reforzadas e incluso se construyó un muro defensivo en el istmo de Corinto, lo que parece indicar una amenaza del norte, más que del sur. Yo creo que los ataques rabiosos de Los Pueblos del Mar (como el que destruyó Pilos) debilitaron de tal modo a los griegos micénicos que les fue imposible resistir la invasión doria. Tan sólo la ciudad de Atenas resistió al invasor germánico. 400 años más tarde, desde esa misma Atenas surgiría una corriente como jamás ha conocido la Humanidad, pero esta vez será una oleada de filósofos, científicos y artistas que llevarán un alto nivel de civilización.
Una vez la costa turca sumida en el caos por la caída de Troya, ahora se sumaba toda Grecia. Y toda esta orgía de destrucción empuja lenta pero inexorablemente a miles y miles de personas hacia el cercano y rico Este, que tras la destrucción de Troya no puede ni mantener a sus ciudadanos. Y, evidentemente, cada vez son más y más los pueblos que, por tierra o por mar, bajan por la costa hasta Siria arrasándolo todo a su paso, de la misma forma que los dorios han arrasado Grecia. Los archivos encontrados en las excavaciones muestran el terror despertado en las ciudades ante la inminencia de la destrucción. Un frenético intercambio de mensajes entre distintas ciudades y gobiernos que muestran el pánico ante la destrucción que avanza inexorablemente. El poderoso Imperio hitita cae víctima de la oleada destructora que ya se encamina más hacia el sur, hacia el delta del Nilo, donde Ramsés III logrará frenarla a costa de la ruina de Egipto. Los cronistas egipcios identifican algunas naciones integrantes de estos Pueblos del Mar. Sabemos que los Peleset son los Filisteos de la Biblia, que los Shardana colonizaron Cerdeña junto con otros restos de esta oleada que llegaron a Italia y que serían el núcleo de la civilización etrusca siglos después. Incluso en Hispania también han sido detectadas perturbaciones demográficas en dicha época. La conclusión más lógica es que la caída de Troya provocó el caos en la costa turca. Caos que provocó que florecientes civilizaciones se lanzaran a la piratería y el bandidaje como único medio de subsistencia. Eran pueblos navales, por lo que, con sus tierras destruidas tras diez años de guerra, convirtieron al mar en su nuevo hogar. Los ataques provocaron más ruina y caos, que como una bola de nieve se extendió a la civilización de los griegos micénicos, debilitándolos de tal modo que sucumbieron a la presión doria. Los nuevos contingentes de desesperados, que nada tenían, se unieron a la bola de nieve que, tras destruir toda la costa turca y Siria, ahora se dedicaba a atacar el Imperio Hitita, al que tampoco logró destruir, pero que debilitó de tal forma que sus eternos enemigos pudieron lanzarse sobre él, despedazándolo. Ya sólo quedaba Egipto, que gracias a su enorme fortaleza pudo rechazar la destrucción aún a costa de perder su grandeza definitivamente.
Y volvemos al relato principal. Según dijo el profeta Samuel: “Por lo cual hicieron que se juntasen todos los sátrapas de los filisteos, los cuales dijeron: Devolved el Arca del Dios de Israel, y restitúyase a su lugar; a fin de que no acabe con nosotros y con nuestro pueblo. Porque se difundía por todas las ciudades el terror de la muerte; y la mano de Dios descargaba terriblemente sobre ellas, pues aun los que no morían, estaban llagados en las partes más secretas de las nalgas; y los alaridos de cada ciudad subían hasta el cielo: Los filisteos estuvieron en poder del maldito objeto durante siete meses, al cabo de los cuales ya no pensaban sino en desprenderse de él. Cargaron la caja sobre un carro, le uncieron dos vacas y las arrearon a latigazos, entre mugidos, hasta el límite de Betsamés. Por la mañana, cuando los betsamitas salieron al valle para segar el trigo, repararon en el carro con el Arca. Inmediatamente sacrificaron las vacas y llamaron a los sacerdotes levitas, como únicos que sabían manejar el Arca. Lo horrible es que aún murieron setenta jóvenes, por desconocer la peligrosidad del Arca; ingenuos como niños, se habían aproximado demasiado al peligroso cargamento, y «el Señor los hirió con grande mortandad»”. En 1978 aparece en Londres el libro “La máquina del maná”, una obra escrita en colaboración por el naturalista George Sassoon y el ingeniero Rodney Dale. Los investigadores británicos se atuvieron a la descripción, más detallada, del Zohar, interpretándola y reconstruyéndola a la luz del saber técnico y biológico de nuestros días. Pretendieron demostrar que el Arca de la Alianza era un artefacto tecnológico , tal como sospechó Bendavid, acarreado por los israelitas durante su viaje a través del desierto para que no les fallara la provisión de un alimento rico en proteínas: el maná.
Parece ser que el Arca de la Alianza no era el Santo de los Santos, sino, entre otras cosas, el embalaje de una máquina que producía alimento. Sólo podían acercarse a la misma los «elegidos», es decir, aquellos que fuesen conocedores de su manejo. Las personas no iniciadas sufrieron lesiones, enfermaron o murieron porque la máquina, por los síntomas, parece que irradiaba una fuerte radiactividad. El maná, según el libro del Éxodo, era el alimento enviado por Dios todos los días durante la estancia del pueblo de Israel en el desierto. Todos los días menos el sábado, por lo cual debían recolectar doble ración el viernes. También se encuentran referencias en midrashes judíos que el maná tenían el sabor y la apariencia de aquello que uno más deseaba. En el arca de la alianza se conservaba una muestra suya. El maná también se menciona brevemente en el Corán, en las azoras al-Baqara, al-Araf, y Ta ha, mencionando la fuente divina del maná como uno de los milagros con los cuales Dios favoreció a los israelitas. En el libro del Éxodo se le describe apareciendo cada mañana después de que el rocío hubiera desaparecido, y debía ser recogido antes de que el calor del sol lo derritiera. Según Números llegaba con el rocío, por la noche. Según la descripción bíblica, el maná se parecía a las semillas de coriandro, era de color blanco, y tras molerlo y hornearlo se parecía a las obleas con miel, aunque en Números se describe del mismo color que la mirra india, y añade que algunas de las tortas sabían a tortas aceitadas.Los exégetas creen que estas diferencias se deben que el Éxodo es un texto yavista mientras el de Números es de fuente sacerdotal. El Talmud babilónico explica que las diferencias en la descripción se debían a que su gusto variaba según quien lo tomaba, miel para los niños, aceitunas para los jóvenes, pan para los mayores. La literatura rabínica clásica soluciona la cuestión de si el maná caía antes o después del rocío, explicando que lo hacía entre dos capas de humedad.
Es interesante observar que, independientemente, los egiptólogos Howard Middleton-Jones y James Michael Wilkie, en su primer libro sobre la Gran Pirámide, “Giza-Genesis – The Best Kept Secrets“, muestran cómo la explicación bíblica de la construcción del Arca es una descripción del pasaje hacia adentro de la Gran Pirámide, donde dicen que se almacena la Alianza, llamada el Arca de la Alianza. Según se dice, el Arca de la Alianza es un portal, y reúne o hace puente entre bandas de frecuencia de dimensiones, algo similar a lo que es logrado por los llamados “agujeros de gusano” de la física y la ciencia ficción. Esta parece que es una de las funciones del Arca. Se afirma que La tecnología del Arca de la Alianza fue instalada en nuestro sistema planetario para contrarrestar desequilibrios y distorsiones creados por interferencias negativas. La Gran Pirámide fue construida, al parecer, alrededor del 46.000 a.C., y luego reconstruida varias veces alrededor del 28.000 a.C., 10.500 a.C., y 9500 a.C., después de distintos cataclismos. Podríamos añadir que este lugar es también un vórtice de energía central de la Tierra, correspondiente a un chakra en los humanos. Este vórtice fusionó las frecuencias de la tercera y cuarta dimensión. Y cuando está activo, dentro de la cámara de resonancia armónica de la Pirámide, crea una alineación interdimensional con un sistema similar en Sirio, lo que permite algún tipo de tele transportación. El Arca está asegurada y oculta dentro de la Esfinge, más allá del portal Interior de la Tierra alrededor de donde fue construida la Esfinge alrededor de la época de la Gran Pirámide. Pero la Tierra Interna no significa el centro de nuestra Tierra. La Esfinge fue construida, al parecer, por los Anunnaki, fundadores de la cultura sumeria. La cabeza era la de un Anunnaki como un recordatorio de su herencia.
Por motivos desconocidos para nosotros, los “dioses” y “ángeles”, probablemente seres extraterrestres, tuvieron interés en aislar a un determinado grupo humano respecto de su ambiente habitual, y mantenerlo durante más de dos generaciones apartado de todo contacto con el resto de la humanidad. A través de su mediador, un profeta, ordenaron la segregación del grupo elegido, alejándolo de la civilización. Moisés, aunque también pudo ser otro el elegido, condujo a los israelitas a través del desierto. Al principio estos “dioses” mantuvieron a raya a los enemigos del pueblo errante: Según el Éxodo, “las aguas vueltas a su curso sumergieron los carros y la caballería de todo el ejército del Faraón que había entrado en el mar en seguimiento de Israel: ni uno tan siquiera pudo salvarse”. Se argumenta, por ejemplo, que los israelitas habrían aprovechado el reflujo para vadear un estrecho cubierto de plantas acuáticas, mientras que los egipcios, al seguirles, habrían sido sorprendidos por el flujo o crecida de las aguas. Por muchas cualidades privilegiadas que atribuyamos al pueblo elegido, no podemos negarles a los egipcios, los primeros que calcularon la duración del año en 365 días, y precisamente gracias a la observación de las crecidas del Nilo, un conocimiento sobre los períodos de la bajamar y la pleamar por lo menos tan completo como el de los israelitas. Por ello, no parece que los egipcios corrieran a ciegas a su perdición. Fueron desorientados a propósito por unos misteriosos «ángeles»… y mediante una columna de fuego. Según el Éxodo: “En esto, alzándose el ángel de Dios que iba delante del ejército de los israelitas, se colocó detrás de ellos, y con él juntamente la columna de nube, la cual, dejada la delantera, se situó a la espalda, entre el campo de los egipcios y el de Israel; y la nube era tenebrosa (por la parte que miraba a aquéllos) al paso que (para Israel) hacía clara la noche, de tal manera que no pudieron acercarse los unos a los otros durante todo el tiempo de la noche”.
Esa nube no sería un meteoro casual, ya que Moisés manifiesta expresamente que la «columna de nube y fuego» era una señal de guía para los israelitas: “E iba el Señor delante para mostrarles el camino, de día en una columna de nube y por la noche en una columna de fuego, sirviéndoles de guía en el viaje, día y noche”. Nunca faltó la columna de nube durante el día, ni la columna de fuego por la noche delante del pueblo. Los fenómenos meteorológicos casuales son esencialmente transitorios; podrán presentarse durante minutos, o durante horas si se quiere, pero no a lo largo de meses y años. Fue una aventura tremenda la de conducir a miles de seres humanos, mujeres, niños, ancianos, hombres y jóvenes por una región donde no hay frutos silvestres ni caza de que alimentarse. Los problemas de abastecimiento han hecho fracasar incluso a ejércitos modernos. Los naturalistas británicos George Sassoon y Rodney Dale reconstruyeron el ‘Antepasado de los Días» con arreglo a las descripciones del Zohar. Según su opinión, se trataba de una máquina capaz de producir un alimento albuminoide, el maná, por síntesis partiendo de algas irradiadas. En los desiertos cálidos, con su ambiente poco propicio al desarrollo de la vida, las temperaturas varían entre 58 grados centígrados y —10 grados centígrados. La precipitación media anual apenas llega a los diez centímetros. Allí la naturaleza no produce nada susceptible de aliviar el hambre de un grupo numeroso de gente. Y sin embargo, Moisés no tuvo reparos en lanzar a su pueblo a través del interminable desierto abrasado bajo el sol. Parece que los “dioses” extraterrestres proveyeron de alimentos a los israelitas y que Moisés lo sabía de antemano. Pues «el Señor» que se le había aparecido en medio de una «zarza ardiente» le facilitó una máquina maravillosa que iba a librarle del problema para todos los años que durase la migración. Según George Sassoon y Rodney Dale, durante la noche almacenaba el agua recogida del rocío y la mezclaba con algas microscópicas del tipo Chlorella para producir cantidades ilimitadas de alimento. La síntesis de materia alimenticia a partir del agua y de las algas verdes se operaba por irradiación.
Pero la irradiación supone que hay una fuente de energía. ¿De dónde sacarla en medio del desierto? Según las investigaciones actuales seguramente fue un reactor nuclear en miniatura. El aparato mostrado por «el Señor» a Moisés en la montaña sagrada parece que no podía permanecer expuesto al aire libre. Quizá le perjudicasen las tempestades de arena del desierto, o las elevadas temperaturas a mediodía. También es posible que no conviniera permitir que el pueblo del éxodo viese la extraña máquina de donde salía su alimento. Sea como fuere, el caso es que construyeron para la misma un Arca, es decir un recipiente seguro, realizado sobre prototipo y con arreglo a especificaciones definidas. Por consiguiente, el Arca no era la máquina del maná, sino sólo el contenedor que servía para guardarla y transportarla. Durante los descansos prolongados, la máquina se guardaba en una tienda. Dada la peligrosidad de la radiación, el Arca no se colocaba nunca en medio del campamento. Moisés lo puso lejos, fuera del campamento, y lo llamó Tabernáculo de la Alianza. Uno de los conceptos más fundamentales que se desarrollan en toda la Escritura lo constituye el hecho de que Yahveh está preparando una habitación para residir en medio del hombre. Las religiones en general se centran en ir a Dios, pero la Biblia nos asegura que Yahveh es el que viene a nosotros, es decir, a este mundo. El diseño del tabernáculo nos permite ver aspectos muy importantes de su venida. El Tabernáculo con sus detalles fueron revelados a Moisés en el Monte Sinaí. Pareciera que lo que Yahveh mostró a Moisés fue una visión del trono de Dios y de la “Nueva Jerusalén” para que Moisés hiciera un registro minucioso de lo observado. Este registro sirvió posteriormente para definir las especificaciones mismas del tabernáculo. El tabernáculo o tienda de reunión se situaba en medio de las tribus de Israel. Tres tribus por lado acampaban alrededor del tabernáculo. Una pared hecha de cortinas separaba el tabernáculo del pueblo mismo. Dentro del área se encontraba el altar de bronce, el lavatorio y el “Mikdash“.
El lugar del Mikdash, es el sitio mas sagrado del mundo. En hebreo, la palabra Mikdash (Templo) proviene de la palabra Kodesh (Sagrado). Este lugar es la raíz de la creación, la raíz de la vida. Otra razón por la que llamamos al Mikdash raíz de vida, es que aquí se creo al primer hombre: Adam (Adán). Por lo tanto, una persona que no esta ritualmente pura, no debe subir al Mikdash. Hay que tomar en cuenta, que incluso dentro del Mikdash, hay diferentes niveles de Kedusha (santidad). El primer nivel, es la subida al Monte del Templo. Para subir de manera pura, basta con la sumersión en la Mikve (baño ritual), de manera correcta y Kasher (o sea, apegarse estrictamente a las leyes de la Tora). Esta es la manera en que rectificamos y nos purificamos. Otro nivel de Kedusha (santidad) del Monte del Templo se fija por el Soreg (pared externa divisoria, que rodea el Mikdash), y aquellos que se encuentran impuros por contacto con un cadáver, o que no pertenecen al pueblo de Israel, tienen prohibido pasar este nivel. Según Sassoon y Dale, siguiendo las orientaciones del Zohar, el «Antepasado de los Días» funcionaba durante seis días seguidos en turno matutino, produciendo maná sin problemas de ninguna clase. El séptimo día aparentemente se destinaba al mantenimiento de la máquina. Estos trabajos de mantenimiento corrían a cargo de los levitas, instruidos por Aarón, el hermano de Moisés. Aarón había acompañado a Moisés en el Monte, y sin duda recibió instrucciones: “El Señor le dijo: Anda, baja; después subirás tú y Aarón contigo; pero los sacerdotes y el pueblo no traspasen los límites ni suban hacia donde está el Señor, no sea que les quite la vida”. Parece que los acompañantes extraterrestres del pueblo israelita se propusieron separar de su medio a este grupo humano. Cuando su vehículo espacial hubo aterrizado en la montaña, su comandante ordenó expresamente a Moisés que construyera una cerca alrededor del punto de aterrizaje, a fin de que nadie pudiese acercarse: “Baja e intímale al pueblo que no se arriesgue a traspasar los límites para ver al Señor, por cuyo motivo vengan a perecer muchísimos de ellos...”. Dijo entonces Moisés al Señor: “No se atreverá el pueblo a subir al monte Sinaí, puesto que tú me has intimado y mandado expresamente: Señala límites alrededor del monte y santifícale”.
Aparentemente, el pequeño grupo de “ángeles” extraterrestres hizo una clara demostración de su poder mediante una columna de fuego móvil o con el exterminio del ejército egipcio. Por lo que se explica en el Éxodo, la nave espacial expelía gases ardientes y producía un estruendo ensordecedor, ya que todo el monte Sinaí estaba humeando por haber descendido a él el Señor entre llamas. Subía el humo como de un horno, y todo el monte causaba espanto. De la nave espacial fue descargada una máquina productora de alimento, y entregada a Moisés y Aarón. Durante los transportes, la máquina era guardada en un recipiente, el Arca del Testamento o Alianza, que se cargaba en una carreta de bueyes. Pero no debía pesar más de trescientos kilogramos, pues se citan algunos casos en que fue trasladado por hombres con ayuda de pértigas. Las personas que, por descuido, permanecían demasiado cerca del aparato, enfermaban, padecían vómitos y les salían llagas y eczemas, muy propio de personas que han estado bajo fuertes readiaciones. Nadie sabía lo que se transportaba en el Arca, ya que al pueblo sólo se le dijo que los alimentaba «el Señor». El Tabernáculo donde estaba el Arca servía para guardar el secreto. Los levitas, después de recibir formación especial, atendían al servicio de la máquina revestidos con ropas apropiadas. Pero tampoco ellos conocían los principios en virtud de los cuales funcionaba. Tenían miedo de ella, pues en algunos de los accidentes también murieron sacerdotes. ¿Qué se hizo del «Arca de la Alianza»? De las descripciones del Éxodo se desprende que la máquina funcionó mientras estuvo correctamente atendida. Pero una vez conquistada la Tierra Prometida ya no fue necesaria, pues allí corría «leche y miel» a raudales, permitiendo introducir un poco de variación en la monótona dieta.
Sin embargo, parece había corrido el rumor de que los emigrantes superaron la travesía gracias al artilugio extraño que los proveía de alimento. Por ello, distintos soberanos deseaban poseer la máquina maravillosa. Ya hemos visto la derrota de los israelitas a manos de los filisteos y cómo éstos capturaron la máquina, teniendo que devolverla luego en vista de los muchos accidentes que acarreaba. ¿Dónde quedó la máquina, después de ser depositada en Betsamés? Durante veinte años, al menos, permaneció inmovilizada y fuera de servicio en una choza: “Vinieron, pues, los de Cariatiarín (Kirjath-Jearim) y transportaron el Arca del Señor, y la colocaron en casa de Abinadab, que habitaba en la colina (Gabaa) consagrando a su hijo Eleazar para que cuidase del Arca del Señor. Y sucedió que desde el día en que el Arca del Señor llegó a Cariatiarín pasó mucho tiempo (pues era ya el año vigésimo), y toda la casa de Israel gozó de paz siguiendo al Señor”. Fue Saúl, primer rey de Israel, que vivió hacia el año 1000 a.C, quien recordó a su yerno David (1013-973 a.C.) la existencia del Arca. Cuando David empezó a interesarse por el misterioso artefacto, éste se hallaba todavía en la choza de Abinadab, tal como fue entregado. David, en efecto, sintió interés, pero no tanto que se molestase en reservar al Arca un lugar digno en el palacio que precisamente estaba construyéndose. A lo mejor le hicieron temer algo las extrañas historias que aún corrían por el país, o quizá no le diese tanta importancia como para asignarle un lugar especial. En todo caso, se lo pensó bastante antes de obedecer a la sugerencia de su suegro y ponerse en camino con treinta mil hombres hacia Gabaa, en Judea, «para traerse el Arca de Dios».
Pero durante el transporte ya se produjo un accidente: “Y pusieron el Arca de Dios en un carro nuevo, sacándola de la casa de Abinadab, que habitaba en Gabaa; siendo Oza y Ahio, hijos de Abinadab, los que iban guiando el carro nuevo. Luego que sacaron el Arca de Dios de la casa de Abinadab, en cuya custodia estaba en Gabaa, Ahio iba delante del Arca… Más así que llegaron a la era de Nacón, extendió Oza la mano hacia el Arca de Dios, y la sostuvo, porque los bueyes coceaban y la habían hecho inclinar. Y el Señor, indignado en gran manera contra Oza, castigóle por su temeridad, y quedó allí muerto junto al Arca de Dios”. Es curioso que tras veinte años de inutilización, la máquina aún produjese fuertes descargas eléctricas. Por tanto, el reactor aún generaba energía. Superados algunos pequeños inconvenientes técnicos, el Arca y su contenido llegaron por fin a Jerusalén, lo cual causó tanto júbilo al rey David que se puso a bailar de alegría, desnudo y dando saltos ¿Acaso pretendía obtener maná para el aprovisionamiento de su pueblo? Por grande que fuese su satisfacción por poseer el Arca, David no se decidió a guardarla en palacio ni ordenó construir ningún templo a tal fin: “Introdujeron pues el Arca del Señor y la colocaron en su sitio, en medio del tabernáculo que le había mandado levantar”. Una vez más se hace el silencio alrededor del misterioso objeto. Fue el sucesor de David, el rey Salomón (aproximadamente 965-926 a.C), quien hizo instalar el Arca en el Sancta Sanctorum, un recinto del Templo dotado de un blindaje especial. Allí permaneció sin ser tocada durante trescientos años, a pesar de todas las guerras y revoluciones que tuvieron lugar en el reino israelita. En ese lapso de tiempo, el Templo fue saqueado por lo menos cuatro veces; los asaltantes se llevaron tesoros de piedras preciosas y oro… pero sorprendentemente no tocaron el Arca de la Alianza. No vuelve a ser mencionada en ninguna crónica. Y eso que los saqueadores se llevaron cosas de menos importancia, además de las joyas. ¿Acaso desconocían la existencia del Arca? ¿Temían su misterioso contenido? ¿O quizá los israelitas trasladaron a otro lugar, celosamente oculto, el preciado recuerdo de su propio éxodo a través del desierto? ¿Tal vez nadie sabía dónde estaba? ¿No será ésta la razón de que la pista se borre durante tanto tiempo?
En todo caso, y según los últimos indicios, el Arca había dejado de tener importancia para sus propietarios: “Colocad otra vez el Arca en el santuario del templo, edificado por Salomón, hijo de David, rey de Israel; porque ya no la tendréis que llevar más” (Crónicas) . Salomón fue el segundo de los hijos que tuvieron el rey David y Betsabé. En la Biblia, el profeta Natán informa a David que Dios ha ordenado la muerte a su primer hijo como castigo por el pecado del rey, quien había enviado a la muerte a Urías, marido de Betsabé, para casarse con su esposa Según Samuel: «Has hecho blasfemar a los enemigos de Dios». Tras una semana de oración y ayuno, David supo la noticia de la muerte de su hijo y consoló a Betsabé, quien inmediatamente quedó embarazada, esta vez de Salomón. La historia de Salomón se narra en el Primer Libro de los Reyes y en el Segundo Libro de las Crónicas. Sucedió a su padre, David, en el trono de Israel hacia el año 970 a. C. Su padre lo eligió como sucesor a instancias de Betsabé y Natán, aunque tenía hijos de más edad habidos con otras mujeres. Fue elevado al trono antes de la muerte de su padre, ya que su hermanastro Adonías se había proclamado rey. Adonías fue más tarde ejecutado por orden de Salomón, y el sacerdote Abiatar, partidario suyo, fue depuesto de su cargo, en el que fue sustituido por Sadoc. Del relato bíblico parece deducirse que a la ascensión de Salomón al poder tuvo lugar una purga en los cuadros dirigentes del reino, que fueron reemplazados por personas leales al nuevo rey.
En la Bibliase dice del rey Salomón que heredó un inmenso imperio conquistado por su padre David que se extendía desde el Nilo, en Egipto, hasta el río Éufrates, en Mesopotamia. Asimismo poseía una gran riqueza y sabiduría y administró su reino a través de un sistema de 12 distritos. Poseyó un gran harén, el cual incluía a “la hija del faraón“. Honró a otros dioses en su vejez y consagró su reinado a grandes proyectos de construcción, incluyendo: el Templo, el Palacio Real, las murallas de Jerusalén, las ciudades reales de Meguido, Hazor, y Gezer, así como las ciudades para almacenes, para sus jinetes y para sus carros, a lo largo de su imperio. Para ser consistentes con el modelo de otras culturas de la Edad del Bronce y de la Edad del Hierro en el antiguo Próximo Oriente (egipcios, babilónicos, asirios, e hititas), sería de esperar que numerosos documentos, artículos, e inscripciones en edificios o monumentos públicos hubieran sido dejados por este gran rey o, más tarde, por sus descendientes en su honor. Pero, sorprendentemente, todavía no se ha encontrado ningún artículo de cualquier clase que lleve su nombre. Las ciudades de Hazor, Meguido y Gezer han sido excavadas extensamente hoy en día. Se encontró en cada una de estas ciudades un estrato que contenía grandes palacios, templos y fortificaciones. No se ha hallado el nombre de Salomón, pero en cambio sí se ha encontrado el cartucho del faraón de la XVIII Dinastía Amenhotep III. En Jerusalén no ha sido posible excavar en el Monte del Templo, pero las extensas excavaciones realizadas en la ciudad, incluso en las áreas adyacentes al monte del templo, no han revelado la existencia de ningún palacio salomónico. Es más, la excavación del Millo ha revelado (según la alfarería encontrada en él) que su construcción original también fue contemporánea del reinado de Amenhotep III de la XVIII Dinastía egipcia.
Amenhotep III, conocido en tiempos antiguos como el “Rey de Reyes” y “Señor de Señores“,fue un faraón de la gloriosa XVIII Dinastía de Egipto. Al igual que Salomón, heredó un inmenso imperio cuya influencia se extendía literalmente desde el Nilo al Éufrates.En contraste con el imperio de Salomón, el imperio de Amenhotep es indiscutible. Los edificios, monumentos, documentos, artículos, y otros numerosos vestigios de su reinado son universales e incomparables, con la posible excepción de los que dejó el faraón de la XIX Dinastía, Ramsés II. El reinado completo de Amenhotep III fue consagrado a la construcción de monumentos a lo largo de Egipto, Canaán y Siria. Aparte del templo más glorioso de la antigüedad en Luxor,construyó otros muchos templos de diseño similar a lo largo de Egipto y en el resto de su imperio, incluso en las ciudades fortificadas cananeas de Hazor, Meguido, Gezer, Laquis y Betseán.Según los registros egipcios, el padre de Amenhotep, Thutmosis IV, y su abuelo Amenhotep II deportaron a unos 80.000 cananeos. Los habitantes cananeos de Gezer fueron específicamente incluidos en esta deportación. Fue durante el reinado de Amenhotep III cuando Gezer y otras ciudades principales de Palestina fueron fortificadas como las guarniciones reales egipcias y se las dotó de refinados templos y palacios. La Biblia dice que durante los días de Salomón, el faraón de Egipto capturó la ciudad cananea de Gezer y se la regaló a su hija como dote de su matrimonio con Salomón (Reyes). Era una costumbre obligatoria para Amenhotep III casarse con “la hija del faraón” para asegurarse el trono. Esto es precisamente lo que hizo cuando se casó con Sitamon, la hija de su padre, el faraón Thutmosis IV.
La red de ciudades fortificadas de la XVIII Dinastía egipcia también incluía a Jerusalén. Si las construcciones de Amenhotep III en Gezer, Hazor, Meguido y otras guarniciones son alguna muestra, entonces Amenhotep indudablemente edificó un magnífico templo en el venerado Monte del Templo de Jerusalén. La estructura adyacente al Monte del Templo de Jerusalén, conocida tradicionalmente como los “establos de Salomón“, es consistente con la arquitectura de las ciudades fortificadas de Amenhotep. La arqueología también ha confirmado que durante su reinado se guardaron carros en estas ciudades en grupos de entre treinta a ciento cincuenta cada uno.Las antiguas minas de Timna, en el desierto del Neguev, conocidas como las “minas de Salomón” en realidad son anteriores a Salomón en unos trescientos años, según la cronología convencional, datándolas una vez más en los tiempos de Amenhotep III. Cobre de Timna, oro del Sudán,otros metales preciosos, joyas y piedra de alta calidad fueron utilizados en gran abundancia en los templos de Amenhotep, así como en los de Salomón. Una estela del templo funerario de Amenhotep alardea de que el templo fue “embellecido por todas partes con oro, su suelo brilla como la plata… con estatuas reales de granito, de cuarcita y de piedras preciosas“. La cantidad de materiales empleados en otro templo construido por Amenhotep es también “asombrosa: 3,25 toneladas de electro, una aleación de plata y oro, 2,5 toneladas de oro, 924 toneladas de cobre. Se dice que la satisfacción más grande del Salomón bíblico fue el reto de completar sus grandes proyectos (Eclesiastés). Lo mismo se dijo de Amenhotep III. En un texto egipcio real del periodo se lee, “He aquí que el corazón de su Majestad estaba satisfecho con la construcción de monumentos muy grandes, como los cuales nunca se habían hecho realidad desde las primeras edades de las Dos Tierras“. Sólo un rey enormemente rico de un imperio bastante estable podría construir tan espléndidamente y en muchos sitios tan distribuidos en la antigüedad.
Amenhotep III fue indiscutiblemente el rey más rico de la antigüedad. La realización de tales magníficos proyectos requirió el mantenimiento de una considerable y constante fuente de trabajo y de ingresos que se extendía a lo largo de un periodo de muchas décadas. La administración y el sistema de impuestos de Amenhotep, con sus 12 distritos, es idéntico al de Salomón que se describe en la Biblia (Reyes). Amenhotep también se dedicó a redescubrir la sabiduría, los misterios y las tradiciones de las dinastías egipcias anteriores. Se ha establecido una fuerte relación entre los “Proverbios de Salomón” de la Biblia y las “Máximas de Amenhotep III” encontradas en Egipto. Además de los proyectos ya mencionados, Amenhotep construyó también un palacio completamente nuevo en Tebas. La nueva residencia real incluía todos los elementos contenidos en el palacio de Salomón que se describe en la Biblia (Reyes), a saber: una casa fabricada casi completamente de cedros del Líbano (construida para la fiesta del Jubileo de Amenhotep); una sala de columnas con una terraza en la fachada y rodeado por un patio de columnas; un salón del trono construido con muchas columnas de madera y cuyo suelo era la escena de un lago pintado (idéntico al que cruzó maravillada la reina de Saba cuando se acercó al trono de Salomón, como se describe en el Corán); un palacio separado construido para Sitamon, “la hija del faraón“; un palacio real (consistente en su propia residencia, la residencia de su Gran Esposa, Tiye, y una residencia para el harén real). Amenhotep, como Salomón, fue incansable en la persecución de mujeres para su harén, especialmente de mujeres extranjeras y hermosas, tanto de origen regio como humilde. El harén de Amenhotep incluía a dos princesas de Babilonia, dos princesas de Siria, dos princesas de Mitani, y como el harén de Salomón, incluía a una princesa de cada una de las siete naciones enumeradas en Reyes.
Como el rey más poderoso de Oriente Medio, Amenhotep no envió a cambio a ninguna de sus propias hijas a otros reyes, ni lo hizo ningún otro faraón de esta dinastía (ni probablemente ningún otro en toda la historia de Egipto). Denegó específicamente una petición del rey de Babilonia para una esposa egipcia. De forma pretenciosa, la Biblia da énfasis a la pretendiente egipcia de Salomón, pero no menciona que Salomón tuviera alguna esposa hebrea. Roboam, del que se dice haber sucedido a Salomón, fue el hijo de una princesa amonita. La corte de Amenhotep III era extremadamente liberal, y reflejaba cada posible exceso de un reinado poderoso y seguro. El erotismo en el arte y en la vida de la corte alcanzó su plenitud durante el reinado de Amenhotep. La famosa pintura mural de las “bailarinas desnudas” data del reinado de Amenhotep.Al igual que Salomón, Amenhotep “no negó a sus ojos ninguna cosa que desearan” y “apartó su corazón de cualquier placer” (Eclesiastés). Sin embargo, los últimos años de los treinta y ocho del reinado de Amenhotep no fueron agradables. Los largos años de indulgencia habían pasado factura y tuvo muchas dolencias. Como gesto compasivo, su cuñado le envió un ídolo de la diosa Ishtar (Astoret). La conclusión es que la historia de Salomón fue tomada después y específicamente de la vida de Amenhotep III. El mismo nombre de Salomón, que literalmente significa “paz” o “seguridad“, apunta a Amenhotep III, cuyo largo y penetrante reinado en el siglo XIV a. C. no incluyó ninguna gran campaña militar, pero se caracterizó por una estabilidad sin precedentes a lo largo del Próximo Oriente. Después de la XVIII Dinastía egipcia, la región entre los dos grandes ríos no fue controlada de nuevo por ningún poder individual hasta el imperio asirio de Asurbanipal (el nieto de Senaquerib), que invadió Egipto y saqueó Tebas en el siglo VII a. C., y el imperio de Ciro, de Persia, en el siglo VI a. C., que también conquistó Egipto y lo convirtió en una provincia persa.
No hay ningún indicio de ningún imperio de estos tiempos que controlara esta región y cuya capital fuese Jerusalén.Se dice que Salomón tuvo “mil cuatrocientos” carros (Reyes). Esto representa un ejército prodigioso según los cánones antiguos, y el cual sólo pudo haber sido reunido en un largo periodo de tiempo por una civilización estable. A pesar de eso, se nos dice que sólo cinco años después de la muerte del gran rey Salomón, el faraón egipcio Sisak y sus aliados invadieron Judá y capturaron sus ciudades fortificadas con poca o ninguna resistencia militar. La Biblia añade que la misma Jerusalén fue perdonada sólo después de entregar a Sisak la totalidad de las riquezas acumuladas por el rey Salomón. La rapidez con la que se estableció el imperio de Salomón, como se describe en la Biblia, y la facilidad con la que fue sometido después al poder extranjero en un corto plazo de tiempo, tampoco es consistente con el modelo fijado para otras grandes civilizaciones antiguas. Leemos en la Biblia, “Yahvé se apareció á Salomón… y le díjo: Pide lo que quisieres que yo te dé. Y Salomón dijo:… Da pues á tu siervo un corazón dócil para juzgar á tu pueblo, para discernir entre lo bueno y lo malo [para poder gobernar. Y respondió Dios: lo he hecho conforme á tus palabras: he aquí que te he dado corazón sabio y entendido” Cabe destacar que dicha Sabiduría estaba basada en seguir los mandamientos o estatutos: "Salomón amó a Yahvé, andando en los estatutos de su padre David". Él tenía muy claro que "La Ley de Yahvé hace sabio al ingenuo". A ese tipo de sabiduría se refería el profeta Baruc: “ Él [Dios] halló todos los caminos de la sabiduría, y la ha dado a Jacob, su siervo, a Israel, a quien ama. Así apareció en la tierra la sabiduría y ha vivido con los hombres.”. También el apóstol Pablo habla de ella: “Hablamos sabiduría entre los que han alcanzado madurez; y sabiduría, no de este siglo, ni de los príncipes de este siglo, que perecen. Mas hablamos sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría oculta, …la que ninguno de los príncipes de este siglo conoció; porque si la hubieran conocido, nunca habrían crucificado al Señor“.
Esa “rectitud” y “justicia” que se difundía en la sociedad al aplicar la Ley de Dios lograba la prosperidad del reino de Salomón, alcanzando el mayor esplendor de la monarquía israelita. Mantuvo en general la paz con los reinos vecinos, y fue aliado del rey Hiram I de Tiro, quien le auxilió en muchas de sus empresas. Emprendió numerosas obras arquitectónicas, entre las que destaca por encima de todas la construcción del Templo de Jerusalén como lugar para la permanencia del Arca de la Alianza, aunque destaca también la erección de un fabuloso palacio y la construcción de un terraplén que unía el templo con la ciudad de Jerusalén. En sus construcciones participaron un gran número de técnicos extranjeros, como albañiles y broncistas de Tiro o carpinteros de Gebal. Entre todos ellos destacaba el arquitecto Hiram, y se importaron lujosos materiales procedentes de Fenicia. Durante el transcurso de su reinado la monarquía hebrea tuvo su momento de mayor prosperidad y el esplendor de su nación llamó la atención de la reina de Saba. Se hablaba también del llamado Juicio de Salomón. Gobernante y pueblo se regían bajo la Ley de Yahvé. Finalmente se había establecido el Reino de Dios en la tierra: “Salomón …en el trono del reino de Yahvé sobre Israel… Y se sentó Salomón por rey en el trono de Yahvé en lugar de David su padre, y fue prosperado; y le obedeció todo Israel”. Vivían ‘siguiendo los preceptos del Señor’. Dios les concedía tranquilidad en sus fronteras y el orden y la alegría dominaban. No obstante, para consolidar el poder político de Israel en la región, contrajo matrimonio con una de las hijas del faraón del Antiguo Egipto: Siamón. Salomón se fue rodeando de todos los lujos y fue adquiriendo la grandeza externa de un monarca oriental. Esto hizo, sin embargo, que en la segunda mitad de su reinado cayera en la idolatría, inducido por sus numerosas esposas extranjeras. De acuerdo con Reyes, «tuvo, contrariando la Ley, setecientas mujeres reinas y trescientas concubinas, y esas mujeres le desviaron el corazón».
La seguridad interna y el control de las vías de comunicación habían facilitado una amplia expansión del comercio hebreo. Se dice en la Biblia que sus naves llegaron hasta Ofir, en algún lugar del Mar Rojo, donde cargaron 14.300 kg de oro. Tanto el rey como el pueblo se dedicaron a comerciar. Pero fueron atrapados por el ansia de riquezas y cayeron en el materialismo. Aquí se dio el punto de inflexión hacia un modo de vida que posteriormente sería causa de reproches por parte de los profetas: “andan descarriados, todos se han pervertido. No hay quien practique el bien, no hay ni uno”. En vez de administrar justicia, los propios hebreos… “oprimían a los pobres, acechaban a las personas. Sus casas estaban llenas de fraudes; con esos fraudes se han engrandecido y se han hecho ricos…”. En las transacciones, el rey demostraba que ya no era justo. Reavivó el tema de la esclavitud en los infieles y permitió sacerdotes que en muchos casos eran indignos. Se dotó de equipamiento de guerra, tales como carrozas y caballos. Aquél pecado de Salomón, “priorizar la obtención de riquezas por sobre la Ley de Dios”, fue la causa de que a su muerte se dividiera el reino de Israel. La división de Israel era inexorable, pero ocurriría en la generación de su hijo. Pero aunque cometió este pecado de caer en la vanidad y la soberbia, se arrepintió y luego escribió el Libro de Eclesiastés para aconsejar a otros a que no siguieran su ejemplo. Allí menciona «vanidad de vanidades, todo es vanidad» y esto se refiere a su vida inicua. Salomón escribe este libro como un testimonio y ejemplo de que las cosas de este mundo no son duraderas. Le sucedió su hijo Roboam, cuya madre era Naamá, de origen ammonita. Pero pronto, la parte norte aparecería como rebelde, estando formada por 10 de las doce tribus de Israel. En realidad todas excepto Judá y Benjamín. Así quedaría dividido el reino.
La reina Hatshepsut reinó durante 17 años, gobernando Egipto en la época de un nuevo renacimiento. Y su sucesor, Tutmosis III, fue uno de los faraones más importantes de Egipto, habiendo sido superado únicamente por Ramsés II, durante la siguiente dinastía. El templo de Hatshepsut, construido sobre terraplenes en el Valle de los Reyes, tiene dos rampas que lo conectan entre sí y su arquitectura modular es mucho más avanzada que cualquier otra de su época. La espectacularidad y adaptación al entorno donde está colocado lo hacen quizás el templo más sofisticado e importante de Egipto, compitiendo en popularidad solamente con Abú Simbel. Existe una coincidencia entre esta arquitectura modular y la descrita por Platón en relación a los edificios atlantes. La arquitectura inca en Perú y los edificios modulares de la cultura azteca en Uxmal presentan un sistema arquitectónico común. De acuerdo con la teoría propuesta por Velikovsky, se identifica a Hatshepsut con la legendaria reina de Saba, que fue la soberana que sedujo con sus encantos e inteligencia al rey Salomón A ella se refieren sus cánticos cuando exalta a la mujer, presentándola como el mayor tesoro del hombre si es virtuosa. La reina de Saba por su parte, había asesinado a su primer marido, un malvado ministro de la época del reinado de su padre, siendo tan grandes sus encantos y su inteligencia que logró eclipsar a las 700 esposas y 300 concubinas del rey Salomón. Según la leyenda, tenía las piernas peludas y un pie de cabra, lo que coincide curiosamente con algunas imágenes de la época sumeria representando a dioses, que fue sanado al pisar un espejo de vidrio que simulaba agua. Esta fue una trampa de Salomón para obligarla a levantarse la falda a fin de no mojarla cuando tuvo que cruzarlo. El templo funerario de Hatshepsut parece haber sido utilizado por el mismo rey Salomón para guardar parte de sus inmensas riquezas en el corazón de la montaña. Pero no se ha encontrado aún ninguno de los legendarios tesoros de Salomón y de la reina Hatshepsut.
Es posible que el Arca se perdiese durante la destrucción de Jerusalén (586 a.C). Hay que seguir esta pista, pero antes tenemos que resumir los hechos. La máquina había dejado de producir maná y no había nadie que la cuidase. A pesar de su prolongada inmovilización, la máquina todavía funcionaba, dando una tensión eléctrica de valor suficiente para fulminar a Oza, un joven encargado del cuidado del arca, que quiso sujetarla durante un bamboleo para que esta no se estrellase contra el suelo. Los reyes Saúl, David y Salomón tuvieron miedo del Arca y la ocultaron. Al correr del tiempo, el Arca perdió la significación religiosa que había tenido durante la travesía del desierto, ya que los extraterrestres, evidentemente, se habían marchado. En tiempos del profeta Jeremías (627-585 a.C.) y de su contemporáneo Ezequiel, los extraterrestres parece que regresaron súbitamente. Jeremías recibió la orden de hacer desaparecer el aparato, que aún seguía emitiendo una peligrosa radiactividad. Jeremías, uno de los profetas mayores del Antiguo Testamento, era un personaje incómodo. Nacido en la pequeña ciudad de Anatot, al norte de Jerusalén, de estirpe sacerdotal, pronto se hizo muy impopular entre sus contemporáneos por censurar su idolatría, exhortarles a la penitencia y criticar sus malas costumbres. En pocas palabras, obligaba a sus paisanos a mirarse en un espejo, en el que no se veían muy favorecidos. Como todos los profetas, Jeremías tuvo buen olfato. Predijo la ruina de Israel y la destrucción del Templo de Jerusalén. Fácilmente se comprenderá que las prédicas de Jeremías gustasen poco o nada al rey de Judá, Joaquín (608-598 a.C). Tan pronto como éste subió al trono, Jeremías pronunció uno de sus más incendiarios discursos en el atrio del Templo, con frases lapidarias que causaron gran impresión al auditorio. Jeremías molestaba, y por eso se trató de suprimirle o por lo menos de silenciarle.
Con el país de mal en peor, al astuto Jeremías se le ocurrió una idea genial: en el año 605 a.C. solicitó que sus discursos fueran apuntados por su secretario y discípulo Baruc, al objeto de asegurar su difusión. Un año más tarde, con motivo de haberse convocado la celebración de un ayuno, Baruc leyó los discursos de Jeremías ante el pueblo reunido en asamblea en el Templo. Los funcionarios se pusieron furiosos, y corrieron a dar parte al rey de lo ocurrido. Le quitaron a Baruc su manuscrito y se lo dieron al rey Joaquín, quien, no menos furioso, desgarró las hojas del libro y las arrojó al brasero que tenía en la sala. A partir de entonces, Jeremías y Baruc se pasaron a la clandestinidad y anduvieron escondidos. El rey Joaquín teóricamente era vasallo de los egipcios. Pero Jeremías era partidario de los caldeos (babilonios), y por consiguiente, enemigo de los egipcios. Joaquín toleraba las costumbres idólatras, que se propagaban cada vez más en Israel, mientras que Jeremías censuraba severamente aquellas malas costumbres. Y no le fue difícil sublevar a sus paisanos, pues los israelitas estaban sometidos al pago de fuertes tributos. El rey Joaquín advirtió la oportunidad, se alió con los egipcios y congeló el pago de las indemnizaciones de guerra. El rey de los caldeos, Nabucodonosor II (605-562 a.C.) no era hombre que aguantase tal desplante, y envió desde Siria un ejército que puso sitio a Jerusalén, logrando conquistarla el año 597 a.C. En tan apurada situación, Joaquín envió un emisario al odiado Jeremías. Pero éste no envió ninguna palabra de consuelo para el rey, sino únicamente el ingrato consejo de que se rindiera incondicionalmente a los babilonios. De pronto, apareció en escena un ejército egipcio que intervino en la contienda. Así pues, los babilonios tenían que luchar en dos frentes, contra los israelitas y contra los egipcios. De momento pareció como si el hábil Jeremías se hubiera equivocado con su pronóstico. Inicialmente los babilonios infligieron a los egipcios una derrota completa y regresaron a sus posiciones de asedio alrededor de Jerusalén.
Los enemigos de Jeremías en la corte convencieron a Joaquín para que hiciera asesinar a Jeremías. El profeta fue arrojado al fondo de una cisterna en la que bullía un fango espeso. Se trataba de hacerle perecer miserablemente de hambre, lo que era una muerte lenta y desagradable. Pero entre los consejeros del rey Joaquín estaba un joven funcionario etíope llamado Abdemelec. Gracias a su enorme ascendiente sobre el monarca, el consejero pudo lograr que Jeremías fuera sacado de la cisterna, cuando ya estaba a punto de morirse de hambre y frío. Pero el fin de Jerusalén ya estaba cerca. los babilonios derribaron las murallas de la ciudad; el rey Joaquín fue hecho prisionero y murió en el cautiverio. Su hijo Jeconías sólo intentó reinar tres meses antes de rendirse también a los babilonios. Diez mil hombres partieron hacia el exilio, incluyendo todos los jefes militares y todos los hombres en edad de tomar las armas, así como todos los cerrajeros y herreros. Sólo dejaron atrás al pueblo llano. Los tesoros del Templo y del palacio real también fueron llevados a Babilonia, y los utensilios de oro de Salomón fueron martillados en el Templo mismo. Jeremías había recobrado definitivamente la libertad. Pero, ¿qué se hizo del Arca de la Alianza? Como decíamos antes, Nabucodonosor conquistó Jerusalén para los babilonios en 597 a.C. Ahora nos trasladamos al reinado de su hijo Baltasar, es decir a mediados del siglo VI a.C, época en que ocurrieron acontecimientos muy misteriosos.
El rey Baltasar daba un gran banquete a mil invitados de su corte. Animado por el vino, mandó traer los vasos de oro y plata que su padre se había llevado de Jerusalén. Entre gran jolgorio de los asistentes, hizo que los llenaran para beber en ellos. Los invitados, alborozados y llenos de vino, se apoderaron de aquellos objetos del culto. En medio de la orgía sintieron un escalofrío que les corría por la espalda. En la penumbra de la sala llena de humo apareció una mano que escribía en la pared. Aparecieron unos dedos, como de mano de hombre, que escribían enfrente del candelero, sobre la superficie de la pared de aquel regio salón. Y el rey estaba observando los dedos de la mano que escribía. Se le mudó al instante al rey el color del rostro y se le llenaron de turbación los pensamientos que le venían. Gritó, pues, en alta voz el rey que hiciesen venir a los magos caldeos y los adivinos… Esto es, pues, lo que estaba allí escrito: “Mane, Tecel, Fares” (numerado, pesado y hallado falto)… Aquella noche misma fue muerto Baltasar, rey de los caldeos. Pero volvamos a Jeremías, ya que hay algo que no concuerda. Según la declaración de su secretario Baruc, su amo recibió un aviso de no se sabe qué «ángel del Altísimo» antes de que se acercara el ejército de los babilonios. Dicho ángel, evidentemente bien informado de los acontecimientos que estaban por venir, ordenó a Jeremías que ocultase los paramentos sagrados que el Señor había confiado a Moisés, para que no cayeran en manos del ejército babilonio. Por consiguiente, lo que importaba al ángel no eran los objetos que luego presentó Baltasar a sus compañeros de orgía, sino precisamente los aparatos que había custodiado Moisés durante la travesía del desierto. Ahora bien, entre éstos figuraba el Arca del Testamento o Alianza, incluyendo la máquina productora de maná. Comprendiendo la gravedad de la situación, Jeremías llamó en su ayuda a hombres vigorosos, entre quienes aparece de nuevo su amigo etíope Abdemelec. Sin que lo supiera nadie, el grupo sacó los aparatos de la ciudad y los escondió en una cueva. El hecho es que el Arca no cayó en manos de los babilonios, pero desapareció sin dejar huellas.
En los textos canónicos, es decir los libros bíblicos bendecidos por la Iglesia, no vuelve a ser mencionada nunca más. El Arca sólo aparece ya en los libros sagrados ocultos. La cadena de indicios no continúa sino en los evangelios apócrifos, es decir, en las escrituras sagradas que se mantienen en secreto. Desde el punto de vista cristiano, los apócrifos no tienen valor de «revelación», y eso que su estilo y su contenido no los diferencia en nada de los textos «homologados». Uno de esos apócrifos es el libro segundo de los Macabeos, en el que leemos: “Así decía también el mismo libro, que por orden del Señor les intimó el profeta a llevar el Tabernáculo del Testimonio y el Arca. Así pues, cuando llegaron al monte adonde había subido Moisés, y visto que hubieron la tierra de promisión, halló Jeremías una cueva; en ella guardó el Tabernáculo y el Arca y el altar de los holocaustos, cubriendo luego la entrada. Más algunos de los que le acompañaban quisieron poner marcas en la entrada y dejar señas ante ella, pero ya no supieron hallarla. Súpolo Jeremías y los reprendió diciéndoles: Este lugar no debe ser conocido ni hallado por ningún hombre, hasta que el Señor haya reunido de nuevo a su pueblo y le mire de nuevo con benevolencia”. La Mishná (“estudio, repetición“), es un cuerpo exegético de leyes judías compiladas, que recoge y consolida la tradición oral judía desarrollada durante siglos desde los tiempos de la Torá o ley escrita, y hasta su codificación a manos de Rabí Yehudá Hanasí, hacia finales del siglo II. El corpus iuris llamado Mishná, es la base de la ley judía oral o rabínica, que conjuntamente con la Torá o ley escrita, conforman la halajá. A su vez, la Mishná fue ampliada y comentada durante tres siglos por los sabios de Babilonia —la Guemará—, en tanto la Mishná original y su exégesis o Guemará, recibieron conjuntamente el nombre de Talmud. Dice la Mishná que cierto día un sacerdote del Templo estaba buscando el Arca en las afueras de Jerusalén, y que halló una gran piedra informe, cuya existencia puso en conocimiento de sus colegas. Pero murió misteriosamente antes de haber podido dar la localización concreta de su hallazgo. La Mishná es la parte del Talmud que contiene “la relación de las leyes“, por lo que los sacerdotes vinieron a saber que allí permanecía oculta el Arca de la Alianza.
Según la Mishná, los sacerdotes la suponían escondida en algún lugar próximo a Jerusalén, como indicaba la misteriosa muerte de uno de los suyos, atribuida por ellos al Arca. Las informaciones disponibles sugieren que en tiempos de Jeremías hubo actividad de extraterrestres en nuestro planeta. Jeremías recibió un aviso anticipado del «ángel del Señor», y su escribiente, Baruc, consigna que hubo «resplandores en el cielo». Asimismo, en la misma época tenemos el testimonio del profeta Ezequiel sobre su encuentro con una supuesta nave espacial. El secretario y amigo de Jeremías, Baruc, dice en el texto apócrifo «Epílogo al libro de Baruc» que el etíope Abdemelec tuvo un encuentro con supuestos extraterrestres. Lo cual nos conduce a la hipótesis de que el grupo de extraterrestres era de reducido número y no intervino en los combates para ayudar a ninguna de las tres partes en contienda. Evitaban mostrarse a grupos humanos demasiado numerosos. Por razones que desconocemos, la expedición extraterrestre no pudo encargarse de hacer desaparecer el Arca con la máquina del maná. Lo cierto es que los extraterrestres no deseaban que el Arca fuese a parar a manos de los babilonios. Por ello rogaron a Jeremías que reuniese a los más adictos para ocultar el disputado objeto. Pero la acción nocturna no pudo llevarse a cabo sin cómplices entre los cuales estaba el etíope Abdemelec. Entre el aviso que recibió Jeremías y la llegada del ejército babilonio medio muy poco tiempo. Jeremías no pudo habilitar un recinto a prueba de saqueos, por lo que no le quedó más solución sino esconder el Arca en una caverna natural. Teniendo en cuenta el peso relativamente considerable del Arca, Jeremías y sus ayudantes tuvieron que pasar por caminos, o al menos por sendas. Seguramente, y para no llamar la atención, los expedicionarios utilizarían un carro de bueyes, como de costumbre. Teniendo presente que la operación hubo de llevarse a cabo en una noche, una sola noche, no es probable que consiguieran alejarse mucho de Jerusalén, ya que el ejército babilonio se acercaba por el Oeste, es decir por lo que hoy es Jordania.
Parece que Jeremías conocía las propiedades del aparato y es posible que incluso estuviera familiarizado con su manejo, pues ninguno de sus ayudantes sufrió daño. Durante el camino, más tarde, murió un sacerdote por haberse acercado demasiado. Los extraterrestres estaban al tanto de la importancia de la máquina, pues de lo contrario no les habría importado que cayera en manos de los babilonios. Mas no fue así, sino que dieron orden de quitarla de en medio. ¿Dónde escondió Jeremías el Arca de la Alianza? En la accidentada geografía que rodea a Jerusalén no faltan buenos escondrijos. Al este del lado de Genezaret el terreno es sumamente quebrado y abundan las cuevas naturales, que serían refugios perfectos para el Arca. Sin embargo, no es concebible que Jeremías y su pesado cargamento consiguieran recorrer los ciento treinta kilómetros a vuelo de pájaro. Teniendo en cuenta el trazado de los caminos en aquella época y la lentitud de los bueyes, habría necesitado varios días para llegar a la región del lago Genezaret. Incluso hubiera sido un error táctico emprender esa dirección, pues se habría arrojado en los brazos de sus enemigos. Aunque Jeremías hubiese buscado escondrijo en las cercanías más inmediatas de Jerusalén, hoy estaría enterrado. No sabemos dónde está depositada la máquina, ni si hemos de buscar una cueva o una colina. Y lo que es peor, no volvemos a encontrar mención alguna del Arca en los testimonios históricos. Se decía que el etíope Abdemelec había sido testigo presencial del traslado nocturno del Arca. ¿Tal vez comentó lo de la máquina maravillosa cuando regresó a su país? Entre los documentos de la tradición etíope figura la epopeya Kebra Negest, lo cual significa algo así como «Gloria de los Reyes». El Kebra Nagast es una crónica pretendidamente histórica de los reyes de Etiopía, que remonta su genealogía hasta Menelik I, hijo del Rey Salomón y de la Reina de Saba, y contiene una serie de tradiciones sobre la monarquía etíope. Escrito en lengua ge’ez, es considerado por los cristianos etíopes y el movimiento rastafari como la verdadera historia del origen de la dinastía salomónica, así como de la conversión de Etiopía al cristianismo.
La mayoría de los estudiosos opina que se trata de una recopilación realizada hacia el año 1300 d. C. de tradiciones muy anteriores. Contiene no solo la historia de cómo la reina de Saba conoció a Salomón, y sobre cómo el Arca de la Alianza llegó a Etiopía con Menelik I, sino también un relato de la conversión de los etíopes, desde la adoración del sol, la luna, y las estrellas a la veneración del Dios de Israel. A partir de las primeras expediciones portuguesas a Etiopía, en los siglos XV y XVI, el libro fue conocido en Europa, y se realizaron traducciones a las principales lenguas europeas. El Kebra Nagast está dividido en 117 capítulos, y podemos encontrar algunas de sus escenas en otros textos religiosos. Edward Ullendorff califica su estilo como “un gran conflicto de ciclos legendarios“. El documento se presenta como un debate entre los 318 padres ortodoxos en el primer concilio de Nicea. Estos sacerdotes plantean la pregunta ¿en qué consiste la gloria de los reyes?, a lo que responde un tal padre Gregorio con un discurso que termina con la declaración de que Moisés hizo una copia de La gloria de Dios y la guardó en el Arca de la Alianza. ¿Qué era esta misteriosa gloria de Dios? Después el arzobispo Domitius lee un libro que había encontrado en la iglesia de Hagia Sophia e introduce la historia de Makeda, mejor conocida como la reina de Saba, Salomón y Menelik I, y de cómo el arca llegó a Etiopía. El Kebra Nagast concluye con la profecía de que el poder de Roma será eclipsado por el de Etiopía, y describe cómo el Rey Kaleb de Aksum sometió a los judíos de Nagran, e hizo heredero al menor de sus hijos, Gabra Masqal. Parece que el Kebra Nagast estaba escrito en copto y fue traducido al árabe el Año de Gracia 409 (1225 d. C.) por un equipo de clérigos etíopes en los tiempos del obispo Abba Giyorgis. Finalmente se tradujo al ge’ez en época del gobernador Ya’ibika Igzi. Conti Rossini, Littmann y Cerulli han señalado el período de 1314 a 1321-1322 d.C. para la composición del libro. Un estudio cuidadoso del texto revela rastros del árabe pero ninguna evidencia clara de una versión copta anterior. Muchos eruditos dudan que existiese dicha versión, y creen que la original fue la árabe.
Por otra parte, las numerosas citas bíblicas que tiene el texto no fueron traducidas desde el árabe, sino tomadas directamente de la traducción etíope de la Biblia, y su uso e interpretación demuestran la influencia de algunos padres de la Iglesia, como Gregorio de Nisa. Hubbard detalla las muchas fuentes que el recopilador del Kebra Nagast utilizó para crear este trabajo. Incluyen no solamente el Antiguo y Nuevo Testamento, sino también hay evidencias de fuentes rabínicas y apócrifas, sobre todo del Libro de Enoc, el Libro de los Jubileos y traducciones del sirio, como el libro de la cueva de los tesoros, y sus derivados, el libro de Adán y Eva y el libro de la abeja. Una de las primeras colecciones de documentos etíopes llegó con los escritos de Francisco Álvares, oficial que acompañó a Rodrigo De Lima, embajador del Rey Manuel I de Portugal ante el negus Negusti Dawit II. En los documentos relativos a esta misión, Álvares incluyó la historia del Emperador de Etiopía y una descripción en portugués de los hábitos de los etíopes, titulados el Preste Juan de Indias, que fue impreso en 1533. Más información sobre el Kebra Nagast fue incluida por el sacerdote jesuita Manuel de Almeida en su Historia de Etiopía. Almeida fue enviado como misionero y tuvo oportunidad de estudiar el Kebra Nagast debido a su excelente conocimiento de la lengua. Su manuscrito es un trabajo valioso. En el primer cuarto del siglo XVI, P.N. Godinho publicó algunas historias sobre el rey Salomón y su hijo Menelik, procedentes del Kebra Nagast. Más datos sobre el contenido los dio Baltasar Téllez (1595-1675), autor de la Historia General de Etiopía Alta (Coimbra, 1660). Las fuentes de su trabajo eran las historias de Manuel Almeida, Alfonso Méndez y Jerónimo Lobo. No fue hasta finales del siglo XVIII que, al publicar James Bruce sus recorridos en busca de las fuentes del Nilo, llegó a los eruditos y teólogos europeos una mayor información sobre el contenido del Kebra Nagast. Cuando Bruce abandonó Gondar, Ras Mikael Sehul, el regente del emperador Tekle Haymanot le dio varios valiosos manuscritos, entre ellos una copia del Kebra Nagast. Cuando publicó la tercera edición de Viajes en busca de las fuentes del Nilo incluyó una descripción del manuscrito original, que más tarde entregó a la biblioteca Bodleian de la universidad de Oxford.
Aunque August Dillmann preparó un resumen del contenido del Kebra Nagast, no hubo disponible ninguna parte substancial de la narración hasta que F. Praetorius publicó una versión en latín. 35 años después, en 1905, el orientalista alemán Carl Bezold publicó el texto completo acompañado de unos comentarios. Hoy en día el Kebra Nagast está publicado en inglés en dos ediciones, la de G. Hausman (1997) y la de M. F. Brooks (1995). En francés hay una publicación muy reciente realizada por el Dr. S. Mahler, y en italiano el Kebra Nagast se encuentra en una edición publicada en Julio 2007, traducida por el Dr. Lorenzo Mazzoni, escritor y estudioso de historia y filosofía Rastafari. En Mayo de 2010 fue publicada la primera traducción al castellano de este antiguo texto de Etiopía, “Kebra Nagast, La Biblia secreta del Rastafari”. El texto se había traducido a lo largo de los siglos en varios idiomas, pero aún resultaba imposible encontrarlo hasta ahora en una edición en español. Las únicas publicaciones relativas al Kebra Nagast en España datan del siglo XVI y se trata de dos ediciones incompletas que se limitan a pocos capítulos, traducidos probablemente de portugués a castellano. Todas las publicaciones del Kebra Nagast en circulación en diferentes idiomas han tenido un éxito notable. La importancia de éste libro etiope del siglo IV d.C. radica en su relato de la historia del hijo del hombre desde Adán hasta Jesucristo; porque narra y explica la interesante tradición religiosa del antiguo Imperio de Etiopía. Pero sobre todo se trata del texto sagrado de un movimiento espiritual que se ha afirmado cada vez más y en más países, gracias a la música Reggae y a cantantes como Bob Marley: el movimiento Rastafari. La traducción alemana de Bezold se basa en textos vertidos del etíope al árabe por los etíopes Isaak y Jemharana-Ab el año 409 d. C. Los dos traductores dicen en su prólogo: “Hemos traducido esta Escritura de un libro copto al árabe… en el año de gracia de 409, en la nación de Etiopía y bajo el reinado de Su Majestad el rey Gabra-Masqal, llamado también Lalibala, siendo Abba-Gijorgis nuestro amado obispo… Rogad por mí, vuestro humilde siervo Isaak, y no me censuréis por la pobreza de la expresión. Naturalmente, vamos a perdonarle al humilde siervo Isaak el haber introducido en su digno trabajo interpolaciones de doctrina cristiana y premoniciones del advenimiento de Cristo que de ningún modo podía contener la Kebra Negest originaria”.
No podía contenerlas, ya que fue escrita mucho antes de la Era cristiana. ¿Cómo pudo el rey Salomón, que vivió hacia el 965-926 a.C., hablar sobre Jesús, su crucifixión y su resurrección? Conviene saltarse los añadidos cristianos para leer el contenido precristiano y no perder de vista el rastro del Arca de la Alianza. A las pocas páginas del Kebra Negest nos encontramos ya con el Arca: “Fabricad un Arca de madera incorruptible; tú la revestirás de oro puro, y guardarás en ella la palabra del Testamento, escrita por mis propias manos. El Arca es de un material y un color prodigiosos, semejante al jaspe, al azabache, al topacio, al diamante, al cristal de roca y a la luz, pues arrebata la mirada y la deleita, perturbando los sentidos, hecho de obra del Señor y no de la mano de un artista terrenal, pues él mismo la eligió (el Arca) para sede de su magnificencia… Había también en ella un gomor de oro, con una medida rebosante de maná del que ha descendido del cielo; y la vara de Aarón, que verdeció cuando no era más que un bastón seco, y sin que hubiese sido humedecida siquiera; que luego se rompió por dos partes y fue tres varas cuando no había sido más que una”. Plausible descripción de un aparato, de cuyo funcionamiento no tenían la menor idea los etíopes de aquellos tiempos. Por eso tomaron de su vocabulario aquellas nociones que al menos permitiesen describir la cosa de un modo aproximado. Lo mismo hizo Ezequiel cuando describió «la gloria del Señor» en términos de ámbar, de zafiro, de brillante y de cristal. Lo mismo intentó Enoc cuando describió, en el Apocalipsis de Abrahán, al jefe de los extraterrestres con estas imágenes, entre realistas y surrealistas: «Su cuerpo era como un zafiro y su rostro como un crisólito…, una luz poderosa, indescriptible, y en medio del resplandor aparecieron unas figuras…». Imágenes muy parecidas. Salomón podría haber pasado a la Historia como “el Rey de los viajes“. Según los textos antiguos, el enigmático monarca de Israel era capaz de cubrir enormes distancias en periodos de tiempo impensables para la época. De esta forma, visitaba cada mes a su amada Makeda, Reina de Saba, y empleaba en el trayecto tan sólo medio día.
Pero jugaba con ventaja. Su sabiduría le había hecho poseer secretos tecnológicos que utilizaba con la ayuda de unos pequeños genios llamados “djins“. ¿Qué misteriosos conocimientos poseía Salomón para llevar a cabo tales hazañas? ¿De dónde los extrajo? Si indagamos un poco, descubriremos que Salomón (996 a.C. – 926 a.C.) era hijo del Rey David y de Betsabé, y que llegó a ser uno de los monarcas más ricos, poderosos y sabios de su época gracias a muchas de sus virtudes, entre ellas las de organizar el Estado de Israel en 12 provincias, crear un poderoso ejército equipado con numerosos carros de combate, y construir, el soberbio Templo de Jerusalén, tan apreciado por los Templarios. También se le atribuye una de las mejores flotas marinas del mundo, cuyo puerto estaba situado en Ezion-Gueber, cerca de Elat. Sus barcos los construían los hebreos, pero, curiosamente, los tripulaban los fenicios, que eran mejores navegantes. El oro entraba a raudales y lo buscaban en un lejano y fabuloso país llamado Parvaim o Paruim (¿Perú?).
Pero si conocida es su flota marina, no lo es tanto su enigmática y casi desconocida flota aérea. La Tradición hace referencia a que el Rey Salomón (Suleimán para los árabes) poseía la capacidad de trasladarse por los aires en “aparatos voladores“, y esta información, aunque parezca mentira, procede, directa o indirectamente, de al menos tres textos religiosos: el Corán, el Kebra Negast y el Targum. Pero antes veamos una leyenda que tiene como protagonistas a Salomón y a unos extraños personajes, llamados djins o genios, en la mitología musulmana. Conocedor de los nombres secretos de todas las cosas, Salomón dominaba a estos genios y los hacía trabajar para él. Sabido es que conocer el nombre secreto de alguien, y más si atañe a estos espíritus de la naturaleza, es conocer su punto débil y conseguir su completa sumisión. Esa misma Tradición dice que Salomón llegó a reunir la insignificante cantidad de sesenta millones de djins para una batalla que, por supuesto, ganó. Los djins le suministraron no sólo ayuda, sino poder y conocimiento. En los versículos 12 y 13 de la Sura XX-XIV del Corán se lee este extraño pasaje: “Y a Sulayman (le subordinamos) el viento que en una mañana hacía el recorrido de un mes y en una tarde el de otro. E hicimos que manara para él un manantial de cobre fundido. Y había genios que trabajaban para él con permiso de su Señor… Hacían para él lo que quería: templos escalonados, estatuas, jofainas como aljibes y marmitas que no se podían mover“. Las tradiciones orientales recogidas por el Corán hacen veladas alusiones al conocimiento que debió tener Salomón sobre alguna técnica aérea. Un Rey al que estaba “subordinado el viento tempestuoso, que corría obedeciendo su mandato hasta la tierra que habíamos bendecido“, que conocía el “lenguaje de las aves” y para el cual “se reunieron sus ejércitos de genios, hombres y pájaros y fueron puestos en orden de batalla“. Salomón tenía muchos de estos serviciales espíritus guardados en recipientes herméticamente cerrados.
En tiempos de Mahoma, la historia de este Rey judío y sus diablos o genios, que tenía encerrados en una botella, debió ser lo suficientemente conocida como para dejar su huella en los suras del Corán. En este texto sagrado se confirma que las huestes de genios colaboraban con él en arduas tareas, como la construcción de tres poderosas fortalezas y del grandioso Templo, para albergar dignamente el santuario del Arca de la Alianza, como testimonio imperecedero de su sabiduría. Mientras, otros genios “buceaban para él, buscando perlas y gemas, realizando, aparte de eso, otros trabajos” (Sura XXI). Con el paso del tiempo, las hazañas que efectuaban estos genios embotellados para uso y disfrute de Salomón, incluido el transporte aéreo a lejanas tierras, se atribuyeron también a otros personajes reales como Paracelso. Aparte de su valor simbólico, la mención de estos djins viene a constatar que diversos relatos, para explicar el enorme poderío que tuvo Salomón, se empeñan en atribuirle ayuda sobrenatural en forma de estos serviciales espíritus. La fama de la sabiduría y la riqueza de Salomón superó los confines de sus dominios y atrajo a su Corte a la Reina de Saba, procedente, al parecer, de Etiopía, aunque otros dicen que esta soberana era de Yemen. El hecho es que, a pesar de las 700 mujeres legales y las 300 concubinas que tenía Salomón, Makeda se enamoró de él y juntos vivieron un apasionado idilio que dio su fruto: un niño llamado Menelik. Aquí tenemos que acudir al Kebra Negast para saber que el Rey Salomón poseía un carro celeste con el cual recorría en un día la distancia que de otro modo habría tardado tres meses en cubrir a caballo: “El Rey y todos cuantos obedecían su mandato volaron en el carro sin enfermedades ni padecimientos, sin hambre ni sed, sin sudor ni fatiga y con él cubrieron en un día el recorrido de tres meses“. Cuando la Reina de Saba, llamada Makeda en el Kebra Negast, descubrió que iba a tener un hijo de Salomón, se marcha de Jerusalén, y aquél le ofreció algunos regalos. El libro I de los Reyes es parco en palabras en este sentido: “El Rey Salomón dio a la Reina de Saba todos cuanto ella deseó… Después se volvió ella a su tierra con sus servidores“.
Pero el Kebra Negast detalla cada una de estas ofrendas: “El le dió las exquisiteces y riquezas más codiciables, cautivadores trajes y todas las magnificencias deseables en el país de Etiopía, camellos y carros en número de seis mil, cargados con costosos y apetecibles utensilios“. Además de todo esto le ofreció “carruajes con los que recorría el país y un carro que podía desplazarse por el aire que él mismo había confeccionado con arreglo a la sabiduría que le confiriera Dios”. Veinte años después, su hijo Menelik regresó a Jerusalén para ver a su padre, quien inmediatamente le reconoció y le ofreció toda clase de honores. Al cabo de un año de estancia, los ancianos de Israel se quejaron de que Salomón tenía excesiva preferencia por él e insistieron en que debía regresar a Etiopía. El Kebra Negast afirma que fue Menelik I, quien, en venganza, robó el Arca y alguno de sus “carros volantes“. Eso sí, antes sustituyó el Arca auténtica por una copia y luego se la llevó “por los aires” hasta ocultarla en Axum (Etiopía). Precisamente en uno de estos carros aéreos regresó a su tierra con todo su séquito. El largo viaje que hizo Menelik desde Jerusalén hasta Etiopía no fue tan penoso como cabría suponer. Se puede leer textualmente: “Y cargaron los carros y los caballos y las mulas a fin de partir… Y, en cuanto a los carros, ninguno cargó el suyo… Y ya fuesen hombres, caballos, mulas o camellos cargados, todos fueron elevados del suelo hasta una altura de un codo; y todos los que iban sobre los animales fueron elevados sobre sus lomos a la altura de un palmo de un hombre y todas las diversas clases de equipaje que iban cargadas en los animales, así como quienes iban montados sobre ellos, fueron elevados a la altura de un palmo de un hombre, y los animales fueron alzados a la altura de un palmo y todos viajaron en los carros…. como un águila cuando su cuerpo se desliza sobre el viento“.
¿Qué gran nave o carro podría albergar a tantos hombres y animales? Según el texto etíope, cuando los sumos sacerdotes indagaron y preguntaron a sus vecinos egipcios, éstos les contestaron que “hace largo tiempo que las gentes de Etiopía pasaron por aquí, conduciendo un carro como los ángeles y más veloces que el águila en los cielos“. Pero no sólo el Kebra Negast nos suministra información sobre las máquinas volantes de Salomón. En el Targum, libro de los judíos que contiene las glosas caldeas de las Sagradas Escrituras, se comenta que Salomón dominaba los vientos y que éste realizó, con “un medio de transporte sobrenatural“, el recorrido de La Meca a Yemen, entre la salida y la puesta de la estrella Canope, excursión que de otra forma hubiera requerido un mes. Uno de los aspectos más sorprendentes de Salomón era su afán viajero, recogido en las leyendas locales y en la toponimia de algunos enclaves geográficos. Una y otra vez se encuentra de improviso en lugares separados miles de kilómetros unos de otros. Ya sabemos que cada mes visitaba a su amada Reina, cubriendo la distancia Jerusalén – Marib (Yemen) o Jerusalén – Etiopía, en tan sólo medio día. También viajó 5.000 kilómetros más al oriente, edificando templos y residencias megalíticas en determinados montes “estratégicos” en los actuales países de Irán, Pakistán y Cachemira. Todos estos montes reciben el nombre de Takh-i-Suleiman (Trono de Salomón). Uno de ellos está situado cerca de la ciudad de Srinagar, en el valle de Cachemira. Las leyendas locales dicen que Salomón llegó aquí con su trono volante, encauzó el torrente y desecó los pantanos. Por eso a Cachemira se le denomina también “Huerto de Salomón“. Otro de los montes estaría al oeste de la ciudad pakistaní Dera Ismail Khan, con sus 3441 metros de altitud. El tercer “trono de Salomón” se situaría al noroeste de Irán, con 2400 metros de altitud.
Algunos investigadores, entre los que destaca, tal como ya hemos comentado, Erich Von Däniken, especulan con la posibilidad de que estas instalaciones fueran estaciones de aterrizaje de naves voladoras de Salomón. Avala esta hipótesis el hecho de que el historiador árabe Al-Masudi (siglo X d.C.) refiriera que los templos edificados por Salomón en el Takh-i-Suleiman tenían admirables paredes pintadas que representaban los cuerpos celestes, las estrellas, la Tierra con sus continentes y las regiones habitadas, así como “otras cosas sorprendentes“. Si el pionero de estos “carros” hubiera sido el propio Rey Salomón, cabría dudar de que, efectivamente, poseyera tales artefactos. Pero muchos años antes que él, la navegación aérea parecía ser moneda corriente. La pregunta sería si este medio “sobrenatural” de transporte del que disponía Salomón pertenecía a la familia de los vimanas, palabra sánscrita sinónima de “máquina voladora“, pilotados por los avsnis y utilizados en la India miles de años atrás, según aseguran el Ramayana y otros textos sagrados hindúes. Y antes que ellos, algunos manuscritos chinos hacen referencia a los “barcos voladores” de los dropa o en un papiro del Faraón Tutmosis III se hace referencia a “ruedas o discos de fuego“. La firme y universal creencia en la existencia de un legado salomónico que contenía la clave de muchos secretos del mundo fue firmemente compartida por eruditos cristianos, musulmanes y judíos a lo largo de la Edad Media, destacando sobre todo los Templarios (Orden del Templo de Salomón). Y esto dio pié a que circulasen documentos mágicos atribuidos a Salomón, los cuales, se asegura, contenían todos estos secretos. Para unos, el secreto de la sabiduría de este monarca residió en la construcción del Templo, otros lo atribuyen al anillo de Salomón, donde está inscrito su Sello, mientras que otros hablan del conocimiento del Nombre de Dios primordial y otros de sus avanzados conocimientos aéreos.
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