EL HOMBRE DEL NUEVO
TIEMPO
El hombre del nuevo tiempo ama la luz como a su vida misma, pues sabe que no es nada sin ella y que sólo en ella es posible vivir la plena realización, la real armonía, la total conciencia, así como el infinito amor por la creación.
El hombre del nuevo tiempo ama a su prójimo, pues ha aprendido que no está solo en la creación y que sólo en el amor, expresado en acciones de entrega a los demás, se vive la belleza del espíritu del Gran Promotor. Sabe en su corazón que la maravillosa energía de la voluntad se manifiesta en entrega, encontrando en la humanidad el terreno fértil para la realización del infinito servicio al que ha brindado su vida.
El hombre del nuevo tiempo ha reconocido sus capacidades ilimitadas y se ha entregado a la fuerza iluminadora del espíritu con humildad: da sin pedir nada a cambio, pero asimismo recibe del amor, lo que por su esencia en el mismo corazón comparte en silencio, pues ha aprendido que la mejor palabra es aquella que no se dice, sino sólo a través de la verdadera acción, en silencio.
Mas así como humilde es el hombre del nuevo tiempo un niño, pues cada acto, cada sonrisa, cada manifestación de él es poesía del espíritu que, libre, conecta con la música celestial del Divino Creador, inspirando sublimemente a la humanidad de este amado planeta, en el que el gran cambio ya ha comenzado a ser una realidad.
Mas así como niño el hombre del nuevo tiempo es anciano, pues lleva en él la experiencia de miles de años, la cual le ha servido para dejar atrás toda apariencia y, así, cristalino y con los pies descalzos, y tan sólo acompañado del profundo y verdadero amor, así como de la experiencia de este tiempo, se dispone a vivir aquello que ha sido destinado para él: la luz, la cual ha aprendido a manejar en sus múltiples manifestaciones, procurando en cada momento un efecto multiplicador de armonía, de equilibrio, así como de profundo y verdadero amor.
El hombre del nuevo tiempo ha aprendido que su mente es la gran herramienta que le permite focalizar la energía superior. Por tanto es él conciencia permanente de la luz que lleva dentro y de cómo ésta puede ser manifestada, regocijándose, así como en él, en el corazón de todos los hombres.
La luz del nuevo tiempo será, en su paz reinante, el símbolo de que el nuevo hombre ha comulgado con su Yo Superior, permitiendo que el sabio anciano manifieste con sublime perfección lo encontrado en su corazón. La luz del nuevo tiempo habrá apaciguado la furia de los elementos que, entregados al regazo de paz y armonía universal, habrán dado la lección de vida al hombre actual, quien forjado en la experiencia de miles de años, habrá aquietado su espíritu, permitiendo que lo que en él yace, exprese su perfección.
Así pues, esta luz habrá finalmente restablecido el equilibrio de Dubarín y Ená, así como de Atalot e Inimón. La luz habrá tomado una nueva forma en el hombre, pues su materia física ya no será la de antes, su ciclo vibracional habrá encontrado un nuevo centro motor en el corazón y ya no en la materia, haciendo del sentimiento puro su más grande ideal que, materializado en el amor, se manifestará en un mundo de armonía, donde hasta el silencioso correr del aire será cántico de alabanza a Dios.
La luz del nuevo tiempo será ciencia para el estudioso, guía del aprendiz, camino del buscador y puerto seguro del navegante. Finalmente, el hombre del nuevo tiempo habrá comprendido que así como él, todo yace en el regazo de la Eterna y Viviente Luz Interior. Así, la luz del nuevo tiempo será el medio y la meta en el hombre, pues como medio manifestará las opciones de cambio y como meta se realizará en ella.
Sólo la luz prevalecerá en pensamiento, en sentimiento y en acción, y así será, pues está escrito y dicho que el Reino de los Cielos regirá en el Nuevo Tiempo, donde los límites habrán desaparecido y las barreras serán recuerdo del pasado, pues las posibilidades habrán abierto fronteras ilimitadas que le permitirán alcanzar su verdadera esencia y procedencia Solar.
El hombre del nuevo tiempo, renacido en la luz de su corazón, habrá aprendido a saciar su apetito en conocimiento de causa y efecto, lo que le conducirá a reconocer al Cristo que en él mora y que, fundido como uno solo, habrá despertado en su verdadera procedencia cósmica, brillando como una nueva estrella en el firmamento.
El hombre del nuevo tiempo aprenderá a ver con ojos de ver y a sentir y escuchar al Profundo Amor en su corazón, pues es ahí que encontrará las verdades más grandes, los logros más maravillosos y donde los límites habrán desaparecido, las facultades despertado y el niño encontrado, el niño luz Cristo que mora en el corazón de cada hombre, esperando ser descubierto para crecer y llegar a la madurez del anciano ser, que con la luz de su propio ejemplo abre camino, siembra luz y cosecha virtudes.
Éste es el símbolo del hombre del nuevo tiempo, ésta es la base del principio del Bredam: lo limitado es ilimitado en los medios del amor. Lo subjetivo es objetivo en la luz del conocimiento, que en práctica de vida se convierte en sabiduría. El principio es el fin, nada comienza ni nada termina sin que obre de por medio el amor, y lo más cercano al amor que encontráis sois vosotros mismos.
El hombre del nuevo tiempo ama la luz como a su vida misma, pues sabe que no es nada sin ella y que sólo en ella es posible vivir la plena realización, la real armonía, la total conciencia, así como el infinito amor por la creación.
El hombre del nuevo tiempo ama a su prójimo, pues ha aprendido que no está solo en la creación y que sólo en el amor, expresado en acciones de entrega a los demás, se vive la belleza del espíritu del Gran Promotor. Sabe en su corazón que la maravillosa energía de la voluntad se manifiesta en entrega, encontrando en la humanidad el terreno fértil para la realización del infinito servicio al que ha brindado su vida.
El hombre del nuevo tiempo ha reconocido sus capacidades ilimitadas y se ha entregado a la fuerza iluminadora del espíritu con humildad: da sin pedir nada a cambio, pero asimismo recibe del amor, lo que por su esencia en el mismo corazón comparte en silencio, pues ha aprendido que la mejor palabra es aquella que no se dice, sino sólo a través de la verdadera acción, en silencio.
Mas así como humilde es el hombre del nuevo tiempo un niño, pues cada acto, cada sonrisa, cada manifestación de él es poesía del espíritu que, libre, conecta con la música celestial del Divino Creador, inspirando sublimemente a la humanidad de este amado planeta, en el que el gran cambio ya ha comenzado a ser una realidad.
Mas así como niño el hombre del nuevo tiempo es anciano, pues lleva en él la experiencia de miles de años, la cual le ha servido para dejar atrás toda apariencia y, así, cristalino y con los pies descalzos, y tan sólo acompañado del profundo y verdadero amor, así como de la experiencia de este tiempo, se dispone a vivir aquello que ha sido destinado para él: la luz, la cual ha aprendido a manejar en sus múltiples manifestaciones, procurando en cada momento un efecto multiplicador de armonía, de equilibrio, así como de profundo y verdadero amor.
El hombre del nuevo tiempo ha aprendido que su mente es la gran herramienta que le permite focalizar la energía superior. Por tanto es él conciencia permanente de la luz que lleva dentro y de cómo ésta puede ser manifestada, regocijándose, así como en él, en el corazón de todos los hombres.
La luz del nuevo tiempo será, en su paz reinante, el símbolo de que el nuevo hombre ha comulgado con su Yo Superior, permitiendo que el sabio anciano manifieste con sublime perfección lo encontrado en su corazón. La luz del nuevo tiempo habrá apaciguado la furia de los elementos que, entregados al regazo de paz y armonía universal, habrán dado la lección de vida al hombre actual, quien forjado en la experiencia de miles de años, habrá aquietado su espíritu, permitiendo que lo que en él yace, exprese su perfección.
Así pues, esta luz habrá finalmente restablecido el equilibrio de Dubarín y Ená, así como de Atalot e Inimón. La luz habrá tomado una nueva forma en el hombre, pues su materia física ya no será la de antes, su ciclo vibracional habrá encontrado un nuevo centro motor en el corazón y ya no en la materia, haciendo del sentimiento puro su más grande ideal que, materializado en el amor, se manifestará en un mundo de armonía, donde hasta el silencioso correr del aire será cántico de alabanza a Dios.
La luz del nuevo tiempo será ciencia para el estudioso, guía del aprendiz, camino del buscador y puerto seguro del navegante. Finalmente, el hombre del nuevo tiempo habrá comprendido que así como él, todo yace en el regazo de la Eterna y Viviente Luz Interior. Así, la luz del nuevo tiempo será el medio y la meta en el hombre, pues como medio manifestará las opciones de cambio y como meta se realizará en ella.
Sólo la luz prevalecerá en pensamiento, en sentimiento y en acción, y así será, pues está escrito y dicho que el Reino de los Cielos regirá en el Nuevo Tiempo, donde los límites habrán desaparecido y las barreras serán recuerdo del pasado, pues las posibilidades habrán abierto fronteras ilimitadas que le permitirán alcanzar su verdadera esencia y procedencia Solar.
El hombre del nuevo tiempo, renacido en la luz de su corazón, habrá aprendido a saciar su apetito en conocimiento de causa y efecto, lo que le conducirá a reconocer al Cristo que en él mora y que, fundido como uno solo, habrá despertado en su verdadera procedencia cósmica, brillando como una nueva estrella en el firmamento.
El hombre del nuevo tiempo aprenderá a ver con ojos de ver y a sentir y escuchar al Profundo Amor en su corazón, pues es ahí que encontrará las verdades más grandes, los logros más maravillosos y donde los límites habrán desaparecido, las facultades despertado y el niño encontrado, el niño luz Cristo que mora en el corazón de cada hombre, esperando ser descubierto para crecer y llegar a la madurez del anciano ser, que con la luz de su propio ejemplo abre camino, siembra luz y cosecha virtudes.
Éste es el símbolo del hombre del nuevo tiempo, ésta es la base del principio del Bredam: lo limitado es ilimitado en los medios del amor. Lo subjetivo es objetivo en la luz del conocimiento, que en práctica de vida se convierte en sabiduría. El principio es el fin, nada comienza ni nada termina sin que obre de por medio el amor, y lo más cercano al amor que encontráis sois vosotros mismos.
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