jueves, 22 de septiembre de 2016
Muerte profana y Renacimiento masónico: del vicio a la virtud
Muerte profana y Renacimiento masónico: del vicio a la virtud
Al ingresar a esta Augusta Institución, cada uno de nosotros fue el protagonista de una ceremonia de iniciación, donde recibimos el abrazo de la Tierra para atestiguar nuestra muerte en la vida profana y el renacimiento a una nueva vida masónica, tras la victoria sobre los otros tres elementos de nuestra naturaleza:
· el Aire, que representa el caos de pensamiento y la ignorancia;
· el Agua, que simboliza las pasiones humanas;
· y el Fuego, los vicios que nos consumen; surgiendo entonces un hombre nuevo, virtuoso e instruido.
El Masón busca, en todo momento, deshacerse de esa carga profana, llena de vicios e ignorancia, en un esfuerzo constante por alcanzar la Virtud y la Instrucción. Los vicios (del latín “vitium”, que significa falla o defecto) son aquellas conductas que se consideran socialmente reprobables, inmorales o degradantes. Para el masón, los vicios pervierten los instintos y traen desesperación.
La trinidad que define al hombre es el cuerpo, la mente y el espíritu. Cada uno de ellos tiene sus propias necesidades para desarrollarse de manera armoniosa y sana. Cuando esas necesidades son satisfechas adecuadamente, son fuente de placer y gozo.
El cuerpo humano se rige por diversos instintos de supervivencia: requiere de alimento, por lo que necesita comer; busca perpetuarse en el tiempo, por lo que el sexo produce placer; necesita preservarse ante el peligro, y el mecanismo de defensa es la ira y la violencia; el cuerpo necesita repararse constantemente y busca el descanso. Nuestra mente busca la autosatisfacción: las posesiones materiales nos dan sensación de seguridad para sobrevivir a tiempos difíciles; nuestra búsqueda de mejorar nuestra situación actual nos hace desear lo que otros tienen; y como seres sociales, necesitamos y buscamos el reconocimiento de los demás.
Todas estas necesidades son inherentes al hombre y son completamente naturales. Sin embargo, al buscar satisfacerlas de manera irracional, tentados por el placer que proporcionan, incurrimos en actos socialmente inaceptables: caemos en los vicios. Los vicios, esos deseos que nunca pueden ser satisfechos, rompen la armonía del ser humano, pues pervierten nuestros instintos, traicionan nuestro raciocinio e impiden al espíritu encontrar el placer que proporciona la tranquilidad, la paz interior y la armonía con la conciencia universal.
Los cristianos reconocen siete pecados capitales: la gula, la lujuria, la ira, la pereza, la avaricia, la envidia y la soberbia. Se denominan capitales, pues implican la muerte de nuestra alma, de nuestro espíritu, y son el origen de muchos otros vicios.
Sócrates da la respuesta al por qué el hombre cae en los vicios: “El saber es lo que permite actuar bien; sólo se actúa mal por ignorancia, porque se desconoce la virtud; sólo la virtud permite reconocer el bien del mal, lo moral de lo inmoral”. Así, la virtud es la lucha constante contra los vicios, el esfuerzo que domina las pasiones, con lo que el hombre logra tomar las opiniones correctas y superar las situaciones más difíciles para cambiarlas a su favor.
Platón reconoce tres cualidades del ser humano: entendimiento (capacidad de pensamiento y raciocinio), voluntad (conciencia, capacidad de ordenar su propia conducta) y emoción (capacidad de afecto y rechazo a objetos y otros seres humanos). El buen uso de cada una de ellas representa una virtud: la sabiduría, el valor y el autocontrol.
Estas tres virtudes forman la dote del A.·.M.·.:
· La sabiduría, representada por la diosa Minerva (Atenea) que permite identificar y evaluar las situaciones que se nos presentan, para tomar las acciones correctas en el momento correcto.
· El valor, la fuerza, representada por Hércules (Heracles), para realizar esas acciones a pesar de los peligros y las amenazas, hasta el punto de ofrendar la vida en la defensa de los ideales.
· El autocontrol, la belleza de nuestros ideales y emociones más puros, representada por la diosa Venus (Afrodita), que nos permite interactuar con los demás, sin perjudicarlos, durante la búsqueda de nuestros ideales.
Estas virtudes son recibidas simbólicamente durante la ceremonia de iniciación como los instrumentos del A.·.M.·.: la regla representa el intelecto, la sabiduría que deberá regir todos los actos del A.·.M.·. sobre la línea del deber, el martillo que servirá para dar golpes mortales a los vicios y el mandil que representa la pureza de sus acciones.
A estas tres virtudes, Platón añade la Justicia, para describir las Virtudes Cardinales (del latín “cardo”, pivote), alrededor de las cuales debe girar la existencia del ser humano:
· Prudencia: usar el intelecto para discernir el bien en toda circunstancia, y escoger con cautela las acciones justas y apropiadas para conseguirlo.
· Fortaleza: la firmeza ante las dificultades y la constancia en la búsqueda del bien, afrontando riesgos y amenazas.
· Templanza: el dominio sobre los deseos y los instintos, manteniendo los placeres en los límites de la honestidad.
· Justicia: la firme y sincera búsqueda de dar a cada quien en la medida de lo que merece. Ésta última emana naturalmente del cumplimiento de las otras tres virtudes, es decir, no se puede ser justo si se carece de prudencia, de fortaleza o de templanza.
La moral cristiana reconoce tres virtudes más, infundidas por el Espíritu Santo, denominadas Virtudes Infusas: la fe, la esperanza y la caridad. La fe es la creencia que no requiere evidencia ni demostración. La esperanza es la confianza y la certeza plena en alcanzar los ideales. Finalmente, la caridad es el amor a Dios y al prójimo. Estas virtudes las encontramos en los tres Grandes Preceptos Masónicos: “Tengo Fe en mis ideales, Esperanza para conseguirlos, por Amor a la Humanidad”.
Nuestro carácter está definido por nuestras ideas, nuestras palabras y nuestras acciones. Al carácter de un masón lo definen las virtudes y la práctica constante de ellas. Aristóteles nos dice que: “la virtud humana no es una facultad ni una pasión, es un hábito” que puede aprenderse y cultivarse.
Al renacer a la vida masónica, aceptamos ahondar pozos sin fin a los vicios y levantar templos a la virtud. Entramos a la Tierra vendados por la ignorancia y atados por nuestras pasiones, pero al surgir a la Luz de la Masonería, se nos han entregados nuestros instrumentos, las virtudes, para liberarnos y purificarnos de nuestra carga profana de vicios y prejuicios.
Como masones, debemos reconocer que no somos inmunes a las tentaciones y debilidades, pero también debemos aceptar que tenemos el conocimiento para enfrentarlas con sabiduría, fuerza y templanza. Y a través de esta lucha constante contra los vicios, practicando de manera constante todas las virtudes que definen al masón, podemos alimentar nuestro espíritu y liberarnuestra piedra tallada, para hacer de nosotros mejores hombres y mejores ciudadanos.
Es cuanto.
José Gabriel Ramírez Torres
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