martes, 17 de marzo de 2020

CAGLIOSTRO


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CAGLIOSTRO

CagliostroGiuseppe Balsamo, conocido como conde Alessandro di Cagliostro, nació en Palermo (isla de Sicilia, Italia) el 2 de junio de 1743 y falleció en prisión en el castillo de san Leo (cerca de Pesaro, Italia) el 26 de agosto de 1795.


O, al menos, esto es lo que dice la historia oficial, porque la anterior información es la más certera (y con ciertas reservas) que se conoce acerca de este personaje del cual, si bien es innegable su existencia histórica, su biografía es tan controvertida que es difícil decir cuál es la realidad y cuál la ficción en los hechos que se le atribuyen; todo depende de quien lo cuente. Porque incluso los autores que han tratado de enfocar los hechos del modo más objetivo han tenido que basarse en testimonios de la época que, o están más o menos viciados por la opinión subjetiva tanto de admiradores como de enemigos acérrimos de nuestro hombre, o son demasiado difusos como para establecer una personalidad y trayectoria vital coherente.
No hay ninguna duda de que Cagliostro fue un personaje que dio bastante que hablar (por motivos dispares) en su época, que se codeó con la nobleza y hasta con la realeza de algunos países europeos, y que por razones no muy claras se convirtió en el blanco de poderosos enemigos. Y esta fama hizo que algunos personajes ilustres como Goethe o Alejandro Dumas se interesaran por sus andanzas, aportando algunos datos que han contribuido a enriquecer (y a complicar también) la biografía de este enigmático personaje. Y, seguramente para su desdicha, llamó también poderosamente la atención del mismísimo papado de Roma, el cual le puso en el punto de mira de la Inquisición. Estos retazos de vivencias, las declaraciones de contemporáneos más o menos interesadas y el contenido de algunos documentos es todo lo que se conoce públicamente acerca de este hombre; truhán y embaucador para unos y un iniciado con extraordinarios poderes para otros.
La primera duda que se presenta está en la identificación del conde de Cagliostro con la persona de Giuseppe Balsamo; los testimonios favorables a esta hipótesis son aparentemente bastante sólidos, y de hecho se acepta oficialmente como válida esta teoría sobre el origen del conde; aunque si damos esto por cierto nos vemos impulsados a dilucidar el motivo por el cual el humilde Balsamo decidió adoptar el nombre y modo de vida del conde de Cagliostro; sus detractores insisten en que lo hizo para llevar más lejos sus embustes y tretas de buscafortunas, de no ser así habría que admitir que experimentó un cambio de personalidad realmente extraordinario. La otra opción sería, como otros sostienen, concluir que se asoció a Cagliostro la personalidad de Balsamo para denostarle y denigrarle.
Charles Théveneau de Morande fue un periodista sensacionalista, chantajista y espía francés que vivió en Londres hacia finales del siglo XVIII. Fue en esa ciudad donde se cruzó con Cagliostro, hacia 1776; por aquel tiempo se dice que fue precisamente cuando Giuseppe Balsamo asumió oficiosamente el nombre de conde de Cagliostro, y se dedicaba junto con su esposa a alternar por la capital inglesa con aspecto y maneras de un auténtico noble italiano. Fue entonces cuando Morande decidió airear públicamente la, según él, verdadera personalidad del conde desvelando que su verdadero nombre era Giuseppe Balsamo y su origen, extremadamente humilde. Este es el primer testimonio del supuesto desenmascaramiento, y además llevado a cabo por un contemporáneo que probablemente trató personalmente con Cagliostro, pero aunque se suele dar por válido cabe la duda de si fue una acusación interesada y falseada (Morande era un monárquico declarado). Cagliostro replicó a estas acusaciones con su escrito “Carta abierta al pueblo inglés”, donde instó a Theveneau de Morande a retractarse de sus afirmaciones.
Alejandro Dumas, el ilustre autor francés del siglo XIX, escribió entre 1846 y 1848 el libro “Memorias de un médico: José Balsamo”, como parte de una serie de cinco novelas ambientadas en la Francia del período comprendido entre Luis XV y la Revolución Francesa. Se trata de una obra de ficción escrita en el tono propio de Dumas, donde narra algunas aventuras que tienen como protagonista a Balsamo (al cual identifica algo vagamente con Cagliostro) , y al que describe como un personaje misterioso, una especie de mago o taumaturgo con ciertos poderes, además de activista revolucionario. En la novela menciona también, entre otros personajes en parte históricos y en parte ficticios, a la esposa de Balsamo como Lorenza Feliciani, y a un tal Althotas, alquimista y supuesto maestro de Balsamo. Aunque no se puede tomar esta obra como referencia biográfica de Cagliostro, no cabe duda de que indica que el autor había oído hablar largamente de él (el cual ya había desparecido, por cierto, bastantes años antes de la redacción de la novela) y había quedado evidentemente impresionado, recreando al personaje a la medida de la obra.
Bastante más serio parece el testimonio de Goethe, el famoso escritor alemán, el cual se tomó la molestia de investigar personalmente el origen de Cagliostro. Contemporáneo suyo, el mismo Goethe reconocía su renombre en las cortes europeas, y aunque no llegó a conocerle personalmente, indagó en sus orígenes para tratar de discernir las verdaderas intenciones del misterioso conde. Esto nos da una idea al menos de que la fama de Cagliostro ya en vida traspasaba fronteras, y que los relatos de sus actividades llamaban la atención. En un pasaje de su novela autobiográfica “Viaje a Italia”, (escrita a modo de diario de viaje), Goethe explica sus observaciones e impresiones acerca de Cagliostro además del resultado de sus pesquisas cuando se encontraba en Palermo en abril de 1787, lugar de nacimiento de Giuseppe Balsamo (probablemente ya público desde las declaraciones de Theveneau). Goethe comienza señalando las discusiones de los ciudadanos de Palermo acerca de Balsamo, un conciudadano que se había ganado mala reputación, saliendo prácticamente desterrado de allí. Las opiniones estaban divididas respecto de si se trataba del conde de Cagliostro o no, pero lo cierto es que los que habían tratado a Balsamo le identificaban como el mismo rostro que aparecía en un grabado que circulaba de Cagliostro.
Goethe cuenta cómo descubrió a un jurisconsulto de Palermo, al cual el gobierno francés había encargado investigar oficialmente la procedencia de Cagliostro (esto a raíz de un proceso que se había levantado en Francia contra el conde, posiblemente el del fraude del collar de perlas del que luego hablaré), a partir de lo cual este jurisconsulto había establecido el árbol genealógico de Balsamo relacionándolo efectivamente con el conde de Cagliostro. Goethe tuvo acceso a esta información, quedando convencido de la relación Balsamo-Cagliostro, al cual decididamente tacha de embaucador y sinvergüenza.
Según esta genealogía, Giuseppe Balsamo nació en el seno de una muy humilde familia oriunda de Palermo desde generaciones; el apellido Cagliostro procedía efectivamente de un tío de Giuseppe, y este último había dejado en Palermo a su madre viuda y a una hermana en condiciones bastante precarias, lo cual critica con amargura Goethe. El estudio también menciona que de pequeño había estado en un seminario, demostrando gran inteligencia y dotes para la medicina, pero a causa de su mala conducta fue despedido, convirtiéndose en “mago y buscador de tesoros en Palermo”.
Tuvo que huir de Palermo por estafar a un joyero local (escapó de una condena de prisión preventiva), de donde partió a Roma, donde comenzaría su periplo aventurero. Todo esto narra Goethe, el cual visitó en persona a la familia de Giuseppe Balsamo quedando convencido de lo anteriormente dicho y de la falsedad de Cagliostro. A propósito de este asunto con el joyero, Goethe añade una anécdota que recogió de las mismas fuentes y da por cierta y digna de mención: algún tiempo después de su huida y ya casado, Cagliostro decidió volver a Palermo con su mujer bajo el nombre falso de marqués de Pellegrini. Un enemigo suyo antiguo, Marano, (el mismo joyero al que había timado), le reconoció y le denunció con lo que fue a parar a la cárcel. Sin embargo, la mujer de Cagliostro se había ganado el favor de un príncipe napolitano, de alto linaje e influencia. Este había declarado en público que era el protector de la pareja, así que se indignó cuando vio que encerraban a Cagliostro. Ensayó varios medios para libertarlo pero no dieron resultado, por lo que se presentó en la antecámara de la Audiencia y amenazó al abogado de Marano con darle una gran paliza si no abandonaba el juicio y hacía que pusieran en libertad inmediatamente al reo. El letrado se negó, y el príncipe le cogió por la casaca y empezó a golpearle violentamente, hasta que llegó el presidente y los separó. El abogado y Marano se retractaron, Cagliostro fue liberado y no se guardó ningún registro de lo sucedido ni del porqué de la liberación.
En base a estos hechos, comprobados personalmente por Goethe durante su estancia en Palermo, éste elabora su juicio contra Cagliostro y a partir de esa opinión expresa también su acuerdo con la información que, en esa línea difamatoria, se divulgaría posteriormente desde Roma a toda Europa por parte de la Inquisición.
Otra versión más benévola acerca del origen de Cagliostro afirma que fue hijo de un Gran Maestre de la Orden de Malta (o haber nacido en una insigne familia cristiana que lo abandonó misteriosamente en Malta), tuvo por mentor a un insigne rosacruz llamado Althotas, el cual le inició y le introdujo en los Grandes Misterios y viajó desde temprana edad por Oriente, principalmente Egipto (donde alcanzó la iluminación en un ritual en las Grandes Pirámides), volviendo posteriormente a Europa como Gran Maestro. Evidentemente esta versión niega toda relación del Cagliostro mago e iniciado con el truhán Balsamo, pero no da suficientes detalles sobre la vida del iniciado para que se pueda elaborar su trayectoria, por lo que continuaré el relato donde lo deja Goethe: con Giuseppe Balsamo saliendo de Palermo en dirección a Roma.
Lo que acontecería al joven Balsamo en los siguientes años no está nada claro, aunque parece que hay cierta unanimidad en reconocer que viajó por el Mediterráneo llegando a Egipto y Oriente Medio. No parece razonable pensar que fuera a esos lugares a probar suerte; él mismo sostenía que durante ese viaje iniciático obtuvo la base de conocimiento que le capacitaba para hacer las cosas extraordinarias que se le achacan, sobre todo en el terreno de la alquimia y la medicina; además trajo consigo lo que denominó “Rito Egipcio” , un ceremonial esotérico que impulsó en Europa en el entorno de la francmasonería con la que tuvo estrechos lazos. De aquí provendría también el apelativo o título de “Gran Copto” que Cagliostro se autoimpuso.
Sea como fuere, se ubica a Balsamo de vuelta en Roma hacia el año 1766; durante este período se le adjudican diversos oficios, todos innobles: desde la falsificación de cuadros o documentos hasta la venta de elixires fraudulentos que él mismo elabora, pasando por casi todo tipo de engañifas que le pudieran reportar beneficio. Y es entonces cuando conoce a la joven de origen humilde Lorenza Feliciani y se casa con ella ya en 1768. Su flamante esposa le acompañaría en adelante en sus viajes, desempeñando un importante papel. Lorenza es conocida principalmente por haberse convertido rápidamente en cómplice perfecto de las estafas de su marido. Y generalmente se admite que su tarea era atraer a ricos ingenuos para lograr su protección o beneficiarse a su costa; es decir, que se la trata más o menos de meretriz voluntariosa en connivencia con Balsamo.
La pareja decide emprender viaje por la costa mediterránea en busca de mejor suerte en un azaroso peregrinaje, cambiando de identidades según la situación lo requería. Se sabe que llegaron por la costa francesa hasta España, ya que existe el testimonio de alguien que circunstancialmente se encontró con ellos en Aix-en Provence (cerca de Marsella, Francia) en 1770. Este testigo es el famoso aventurero Giacomo Casanova, que, en principio atraído por la fama que estaban creando en el pueblo Balsamo y Lorenza (ahora se hacía llamar Serafina) debido a sus generosos regalos y limosnas, trató personalmente con ellos, que según decían venían como peregrinos desde Milan a Barcelona. Pero, al parecer, ya entonces disponían de tal riqueza que sus acciones se comentaban en todo el pueblo.
Así cuenta Casanova en su biografía el encuentro, que fue inicialmente (cómo no) con Lorenza:
“Encontré a la peregrina sentada en una silla con aspecto de hallarse exhausta, e interesante por su juventud y belleza singularmente realzadas por un toque de melancolía y un crucifijo de metal amarillo de seis pulgadas de largo que tenía en su mano. Su compañero, que estaba arreglando unas conchas de caracol en su casaca de bayeta negra, no hizo ningún movimiento. Parecía darse cuenta, por las miradas que dirigí a su esposa, de que sólo me interesaba por ella.
-¿Hacia dónde os encamináis, mi hermosa doncella?- le preguntó Casanova.
Y ella le respondió:
-Marchamos por los caminos viviendo de la caridad, el mejor de los medios para obtener la misericordia de Dios, el Dios a quien tan a menudo hemos ofendido. Aunque sólo pido un céntimo por caridad, la gente me da siempre piezas de plata y oro. Y así, al llegar a un pueblo, para no cometer el pecado de perder la confianza en la divina Providencia, nos vemos forzados a distribuir a los pobres todo lo que nos sobra, después de haber subvenido a nuestras sencillas necesidades.”
Casanova también menciona, casi con cierta admiración, las dotes de falsificador de Balsamo. Si fue estafado por la pareja no llega a confirmarlo, pero sí aclara que volvió a encontrarse con ellos años después en Venecia, esta vez pomposamente disfrazados de aristócratas.
Balsamo y su esposa continuaron su viaje hacia España, donde recorrieron en breve tiempo varias capitales ejerciendo, siempre según la biografía oficial, sus artes ilegales que tan buenos frutos les iban proporcionando; probablemente pasaron de aquí a Portugal, y desde Lisboa embarcan hacia Inglaterra, llegando a Londres donde se establecerían durante un cierto espacio de tiempo. De esta estancia en la capital inglesa hay información más detallada: aunque no hay opinión unánime, parece ser que por aquel entonces el matrimonio ya se presentaba como conde y condesa de Cagliostro, contando con una considerable riqueza que les procuró una cómoda vida y también les atraería algunos problemas debido a sus alardes de generosidad. En los siguientes años se les sitúa en París, Bruselas, y de nuevo en Londres ya hacia 1776; este período está salpicado de información diversa de fuentes no muy claras (por ejemplo sus vivencias en Londres, documentadas sobre todo por el dudoso Theveneau de Morande) y que en general tratan de fuertes altibajos en la situación económica de los Cagliostro, algún que otro devaneo amoroso con resultados desastrosos (se cuenta un episodio en el que la pareja casi rompe por una clara infidelidad de Lorenza que lleva a su marido a denunciarla, lo que la lleva brevemente a una cárcel parisina), casos judiciales en que se ven temporalmente envueltos (a veces, curiosamente, como víctimas) además de, por otra parte, investigaciones alquímicas de Cagliostro de importancia, contactos con la francmasonería tanto inglesa como continental… en fin, una cada vez más marcada e interesante actividad esotérica del conde de Cagliostro. También se dice que fue en esta época donde éste trató con el conde de Saint Germain, otro misterioso personaje que se menciona difusamente ora como maestro, ora como colaborador de nuestro hombre.
A partir de aquí, se tienen noticias del conde de Cagliostro en diferentes lugares de Europa, unas veces como experimentado alquimista, fabricando oro, joyas y elixires, otras veces como espiritista invocando almas de fallecidos ilustres, en ocasiones como milagroso sanador…cabe señalar que hasta los más tenaces críticos de Cagliostro coinciden en describir buena cantidad de hechos extraordinarios que por entonces se le atribuían, a veces en presencia de muchos testigos o incluso arrastrando verdaderas multitudes en los lugares por donde pasaba. Atendía y curaba gratuitamente a pobres y humildes y a la vez se codeaba con la más alta aristocracia. También, más o menos veladamente, alternaba con logias masónicas de toda Europa. En este sentido, sus seguidores afirman que Cagliostro, como iniciado de primera magnitud, fue reconocido por todas las Ordenes Iniciáticas de su época, que le dispensaron honores sólo reservados a los más elevados. Fue iniciado en el Rito de Emanuel Swedenborg (ilustre erudito y místico sueco), fue amigo de Martinez de Pasqually quien le introdujo en su Orden de los Caballeros Elegidos Cohen, colaboró con Jean-Baptiste Willermoz, y con Louis Claude de Saint Martin (notables estudiosos esoteristas del mismo círculo), fue Gran Maestro del Rito Escocés, y Gran Maestro del Rito de los Filaletes (conocidos ritos masónicos), además de difundir su particular Rito Egipcio en calidad de Gran Copto.
Hacia 1779 se sabe que Cagliostro estuvo en Rusia, aunque la zarina Catalina II decide expulsarle parece que, a su juicio, por la perniciosa influencia que el conde ejercía sobre la aristocracia del país.
Cagliostro decidió volver a Francia, instalándose en la ciudad de Estrasburgo. Allí, casi todos sus biógrafos coinciden en admitir que las demostraciones que hacía de los fenómenos ocultos asombraban a la gente que los presenciaba. Su capacidad llegaba a manifestar objetos que ordinariamente no eran visibles a los espectadores, así como a hacerse visible simultáneamente en dos lugares, según se dice. De hecho, se cuentan cosas tan extraordinarias que los más reacios sólo aciertan a explicar alegando que Cagliostro era un gran hipnotista, utilizando ese poder con la gente. Pero tales demostraciones de poder no sólo tenían lugar ante las masas crédulas e ignorantes. Muchas personas ilustradas y versadas en ciencias también se hallaban presentes en esas ocasiones. Sanó (muchas veces de forma descrita como milagrosa) y alimentó gratuitamente a muchos pobres, acrecentando su fama; también aceptaba a adinerados pacientes, lo que le atrajo poderosas amistades. Fue así como coincidió con el cardenal Luis Eduardo de Rohan, obispo de Estrasburgo, político y hombre muy rico e influyente en Francia. Cagliostro disfrutó durante varios años de la confianza de Rohan, pero esta relación le reportó a la postre bastante infortunio debido al “asunto del collar”, que prácticamente sería el principio del fin del conde.
Merece la pena detenerse un poco en el caso del collar de diamantes, muy destacable porque involucró directamente a la reina de Francia, María Antonieta de Austria. Para calibrar la importancia política que tuvo este escabroso asunto, baste decir que posiblemente fue uno de los detonantes de la Revolución Francesa (el mismo Napoleón Bonaparte así lo afirmaba posteriormente), ya que sin duda encendió vivamente las iras del pueblo francés contra la reina y la propia monarquía. En realidad, nadie ha podido demostrar jamás que Cagliostro estuviera implicado en el caso, pero por alguna razón (tal vez su cercanía en esos momentos a Rohan) se le imputó cierta responsabilidad en los hechos.
En agosto de 1784, unos joyeros denunciaron que Rohan había utilizado el nombre de la reina María Antonieta para adquirir –sin pagarlo– un valiosísimo collar de diamantes. La verdad era que Rohan, que había perdido el favor de la reina María Antonieta, creyó poder reconquistarlo consiguiéndole un collar de diamantes que deseaba la soberana, muy amiga de estos lujos. La joya, sin embargo, desapareció. Parece ser que fue volatilizada por la auténtica culpable de la trama, la condesa Jeanne de Valois, la cual había urdido el engaño para conseguir mucho dinero a costa sobre todo del crédulo cardenal Rohan, el cual puso toda su confianza en ella (que le había prometido adquirir el collar directamente de los joyeros y ofrecérselo a la reina en su nombre). La justicia fue directamente a por Rohan y, de paso, Cagliostro (a éste se le acusó de apoyar el engaño convenciendo a Rohan), los cuales fueron encerrados en la Bastilla y juzgados por el Parlamento de París. Durante el largo y mediático juicio se descubrió que Rohan había adquirido el collar pensando que lo hacía por amor y para la reina: tenía en su poder un montón de cartas de María Antonieta, evidentemente falsas; estaba convencido de que vivía un secreto romance con la reina y de que ésta disfrutaba del collar desde hacía tiempo . El timo de la condesa de Valois fue casi perfecto; incluso debió de tener tiempo de empeñar la joya por partes (según se dice, entre París y Londres) y disfrutar de un impresionante tren de vida antes de ser descubierta. Nunca más se supo (oficialmente) de los diamantes; el Parlamento francés (por otro lado resuelto a desprestigiar a la Corona) tras el juicio, que tuvo gran repercusión tanto dentro como fuera de Francia, acabó absolviendo a Rohan y Cagliostro y condenando a la condesa de Valois a cadena perpetua (escaparía de prisión con una oportuna ayuda huyendo a Londres, donde murió al caer por una ventana, se dice que perseguida por agentes franceses). Un increíble caso de intriga palaciega al que, por ejemplo, el escritor Stephan Zweig dedica un interesante capítulo en su obra biográfica “María Antonieta” narrando al detalle el suceso y mencionando a Cagliostro (al que tacha directamente de estafador) como cómplice en el engaño.
Pero lo cierto es que el asunto del collar le había supuesto a Cagliostro una estancia de nueve meses en la prisión de la Bastilla, una mancha en su reputación (cuando estaba en el cenit de su carrera) que le acompañaría ya por siempre y el destierro, ya que al ser liberado las autoridades francesas le invitaron a irse del país por orden expresa del rey Luis XVI.
Así que, en junio de 1786, Cagliostro partió hacia Inglaterra, donde fue recibido como un mártir de la tiranía. Allí aprovechó para exigir una indemnización desorbitada a la monarquía francesa y publicar su “Carta al pueblo francés”, en la que describía el trato vejatorio que había sufrido en la Bastilla, profetizaba que volvería cuando ésta se hubiera convertido en un paseo público y exhortaba el Parlamento «a convocar los Estados generales y trabajar por la Revolución.
Esta declaración de intenciones incrementó su popularidad, sobre todo entre la masonería europea, aunque también puso en guardia a las monarquías francesa e inglesa, que elaboraron una campaña de desprestigio contra él, sacando a la luz pública toda la información (sobre todo la más difamatoria posible) acerca de sus andanzas a lo largo y ancho de Europa. Cagliostro, atacado y deshonrado, se exilió temporalmente a Suiza (en Basilea aún se conserva el sótano que supuestamente utilizó como laboratorio alquímico para fabricar oro, mantenido en toda regla por el mismísimo Museo Farmaceútico de la ciudad) y más tarde, en mayo de 1789, se establecería definitivamente en Roma. Los hechos no tardarían en darle la razón, ya que en el verano de ese mismo año se convocaron los Estados Generales en Francia, con la posterior toma por el pueblo de la Bastilla, lo que precipitó la Revolución Francesa.
La Iglesia católica seguía desde hacía tiempo los pasos de Cagliostro con gran preocupación, alertada por la fama que iba ganando en todos los estamentos de la sociedad. Pero lo que la impulsó a actuar fue la actitud del conde en Roma. Este, en parte a instancias de sus discípulos y admiradores, decidió instaurar una logia masónica en la ciudad, cosa que estaba penada de muerte por edicto papal para los católicos. Fue arrestado el 27 de septiembre de 1789 por orden del Santo Oficio de la Iglesia de Roma.
El proceso que tuvo lugar a continuación es bastante contradictorio; la Iglesia afirma que se procuró a Cagliostro una defensa justa y que le instaron a declarar sus faltas con la promesa de suavizar su condena, aunque otras fuentes hablan de coacciones y hasta tortura para hacer admitir a Cagliostro las acusaciones. Lo que sí parece cierto es que la Inquisición se valió del testimonio de la condesa Serafina, la esposa de Cagliostro, la cual no dudó en denunciar a su marido, según describe el Santo Oficio, espontáneamente y para “descargar su conciencia”. Este postrero y trágico episodio de la vida de Cagliostro está documentado por parte del tribunal del Santo Oficio en unos manuscritos que, aunque no forman parte estrictamente del juicio (no son las propias actas), sí son una compilación históricamente válida, recogida hacia 1870 para uso del propio tribunal (es conveniente señalar que el Vaticano muy probablemente dispone de manuscritos al respecto de todo esto que serían extraordinariamente reveladores, entre otras cosas toda la literatura, apuntes, etc… que se incautó a Cagliostro cuando fue apresado y que no fue destruída). En base a ello, tenemos que Serafina, aparte de denunciar a su marido “para procurar la salvación de las almas de ambos”, proporcionó al tribunal información detallada de primera mano de las actividades de Cagliostro en diversas épocas y lugares de Europa, como la constitución de logias, reuniones secretas, ceremonias mágicas, rituales espiritistas y otros hechos que se escapaban al entendimiento de la esposa y que vinieron muy bien al Santo Oficio para argumentar la acusación. Algunos investigadores van más allá afirmando que Serafina ya venía delatando a su esposo desde su encierro en la Bastilla, y que fue a instancias de ella por lo que ambos terminaron en Roma, en las mismas fauces de la Inquisición. La cuestión es que, tras el juicio, Serafina acabó recluída en un convento, y Cagliostro condenado por hereje, con pena de muerte que el papa le conmutaría por cadena perpetua. Esto ocurría en abril de 1791; en consecuencia, fue trasladado a una celda del apartado castillo-fortaleza de san Leo donde se le pretendía enterrar en vida.



Allí permanecería por espacio de cuatro años, hasta su muerte el 26 de agosto de 1795, hecho que tampoco está del todo claro ya que existen diferentes teorías en torno a ello: oficialmente, el motivo de la muerte fue una apoplejía, hay quien dice que fue asesinado en su misma celda, tal vez por temor a que escapara; también corrió el rumor de que escapó después de estrangular a un sacerdote que fue a atenderle. Y por último, según H.P. Blavatsky, Cagliostro habría escapado misteriosamente y, gracias a sus milagrosos elixires, habría burlado a la muerte por muchos años más. La verdad es que su cadáver jamás fue encontrado, pese a que cuando los soldados revolucionarios franceses llegaron a San Leo en la campaña contra Italia dirigida por Napoleón no encontraron a Cagliostro en el lugar, certificando su muerte en base al testimonio de sus carceleros.
Aparte de las operaciones delicitvas y fraudulentas consabidas, se atribuyen al conde de Cagliostro muchos hechos extraordinarios y sobrenaturales, tales como curaciones de todo tipo, la fabricación de oro y joyas, tintes, elixires y todo tipo de elaboraciones alquímicas, invocación de fantasmas y personas fallecidas, adivinación y don de la profecía, materialización de objetos, telepatía, bilocación…algunos de estos hechos fueron corroborados por testigos objetivos que no pudieron darles explicación. Mientras que nunca renegó de su cristianismo, está constatado que fundó logias en varios países para el desarrollo de su Rito Egipcio; fue muy admirado por la francmasonería europea y las sociedades rosacruces existentes, así como muchos esoteristas posteriores a él, le consideran un maestro rosacruz de primer orden.

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