viernes, 24 de agosto de 2012




Discurso de disolución


J. Krishnamurti


La Orden de la Estrella de Oriente fue fundada en 1911 para proclamar el advenimiento del Instructor del Mundo y Krishnamurti fue designado máximo dirigente. El 3 de agosto de 1929, día de la apertura del Campamento Anual en Ommen, Holanda, Krishnamurti disolvió la Orden ante tres mil miembros. Este es el texto completo del discurso que pronunció en aquella ocasión.

Esta mañana vamos a hablar de la disolución de la Orden de la Estrella. Muchos se alegrarán y otros se sentirán más bien tristes. Esta no es una cuestión de regocijo ni de tristeza, sino que es algo inevitable, como voy a explicarlo. Seguramente recordarán la historia, cuando el diablo y un amigo caminaban por una calle y vieron frente a ellos cómo un hombre se detenía y recogía algo del suelo, lo miró y lo guardó en su bolsillo. El amigo le preguntó al diablo: «¿Qué recogió ese hombre?». «Recogió un trozo de la Verdad», le contestó el diablo. «Eso es entonces mal negocio para ti», dijo su amigo. «Oh, no, en absoluto», replicó el diablo, «voy a dejar que la organice».

Sostengo que la Verdad es una tierra sin caminos, y no es posible acercarse a ella por ningún sendero, por ninguna religión, por ninguna secta. Ese es mi punto de vista y me adhiero a él absoluta e incondicionalmente. La verdad, al ser ilimitada, incondicionada, inabordable por ningún camino, no puede organizarse; ni puede formarse organización alguna para conducir o forzar a la gente a seguir un sendero particular. Si desde el principio entienden eso, entonces verán cuan imposible es organizar una creencia. Una creencia es un asunto puramente individual, y no pueden ni deben organizarla. Si lo hacen, se convertirá en algo muerto, cristalizado, en un credo, en una secta, en una religión que debe imponerse a los demás. Esto es lo que todo el mundo trata de hacer. La Verdad se empequeñece y se transforma en un juguete para los débiles, para los que están sólo momentáneamente descontentos. La Verdad no puede rebajarse, es más bien el individuo quien debe hacer el esfuerzo de elevarse hacia ella. No pueden traer la cumbre de la montaña al valle; si quieren alcanzar la cumbre de la montaña, deben cruzar el valle, subir la cuesta, sin temor a los peligrosos precipicios.

De modo que esta es la primera razón, desde mi punto de vista, por la que debe disolverse la Orden de la Estrella. A pesar de esto, probablemente crearán otras Órdenes, seguirán perteneciendo a otras organizaciones que buscan la Verdad. Yo no quiero pertenecer a ninguna organización de tipo espiritual; por favor, comprendan esto. Puedo utilizar una organización que me lleve a Londres, por ejemplo, esa es un tipo de organización diferente, es simplemente mecánica, como el correo o el telégrafo. Puedo utilizar un automóvil o un buque para viajar, tan sólo son mecanismos físicos que nada tienen que ver con lo espiritual. De nuevo sostengo que ninguna organización puede conducir al hombre a la espiritualidad.

Si para este propósito se crea una organización, se convertirá en una muleta, en una debilidad, en una servidumbre que por fuerza mutila al individuo y le impide crecer, establecer su unicidad, que consiste en descubrir por sí mismo esa Verdad absoluta e incondicionada. Por tanto, esa es otra razón por la cual he decidido, como máximo responsable de la Orden de la Estrella, disolverla; nadie me ha persuadido para que tome esta decisión. Esta no es ninguna gran proeza, porque no quiero seguidores, y lo digo en serio. En el momento en que siguen a alguien, dejan de seguir a la Verdad. No me preocupa si prestan o no prestan atención a lo que digo; quiero hacer cierta cosa en el mundo y voy a hacerlo con resuelta determinación. Mí único interés es una cosa esencial: Hacer que el hombre sea libre. Deseo liberarlo de todas sus jaulas, de todos sus temores, y no crear religiones, nuevas sectas, ni establecer nuevas teorías o filosofías.

Como es natural, me preguntarán por qué recorro el mundo hablando constantemente. Les diré por qué razón lo hago. No por qué desee seguidores, no por qué desee un grupo especial de discípulos selectos. [¡Cómo les gusta a los hombres ser diferentes de sus semejantes, por ridículas, absurdas o triviales que puedan ser sus distinciones!] No quiero alentar ese absurdo. No tengo discípulos ni apóstoles, ya sea en la Tierra o en el reino espiritual. Tampoco es la tentación de dinero, ni tampoco me atrae el deseo de vivir una vida cómoda. ¡Si quisiera llevar una vida cómoda no vendría a este Campamento ni viviría en un país húmedo! Estoy hablando con toda sinceridad porque quiero que esto quede claro de una vez por todas; no deseo que estas discusiones infantiles se repitan año tras año.

Un periodista que me entrevistó, consideraba un acto grandioso disolver una organización en la cual militan miles y miles de miembros. Para él, era una gran acción, porque me dijo: «¿Qué hará usted después, de qué vivirá? No tendrá seguidores, la gente dejará de escucharle». Con que sólo haya cinco personas que escuchen, que vivan con sus rostros mirando hacia la eternidad, será suficiente. ¿De qué sirve tener miles que no comprenden, que están por completo embalsamados en prejuicios, que no quieren lo nuevo, sino que prefieren traducir lo nuevo para que se ajuste a sus propias personalidades estériles y estancadas? Si hablo enérgicamente, por favor, no me malinterpreten, no es por falta de compasión. Si acuden a un cirujano para operarse, ¿es una falta de amabilidad si al operarle le causa daño? De la misma manera, si hablo con claridad no es por falta de verdadero afecto, sino todo lo contrario.

Como he dicho, sólo tengo un propósito: Hacer que el hombre sea libre, impulsarlo hacia la libertad, ayudarle a romper todas sus limitaciones, porque sólo eso le dará la felicidad eterna, le dará la realización de sí mismo libre de condicionamiento.

Porque soy libre y no tengo condicionamiento, todo, no una parte, no lo relativo, sino toda la Verdad que es eterna, deseo que aquellos que buscan comprenderme sean libres; no para que me sigan, no que hagan de mí una jaula para convertirla en una religión, en una secta. Más bien deben liberarse de todos sus miedos: del miedo de la religión, del miedo de la salvación, del miedo de la espiritualidad, del miedo del amor, del miedo de la muerte, del miedo de la vida en sí misma. Así como un artista pinta un cuadro porque se deleita al pintarlo, porque es su propia expresión, su gloria, su satisfacción, de la misma forma yo hago esto, y no porque quiera nada de nadie. Están acostumbrados a la autoridad o a la atmósfera de autoridad, y creen que les conducirá a la espiritualidad. Creen y esperan que otro, por sus extraordinarios poderes, por un milagro, podrá trasportarles al reino de la eterna libertad que es la Felicidad. Toda su perspectiva de la vida se basa en esa autoridad.

Me han escuchado durante tres años sin que haya surgido ningún cambio, salvo en unos pocos. Ahora, consideren lo que estoy diciendo, sean críticos para que puedan comprenderlo completa y fundamentalmente. Si buscan una autoridad para que les conduzca a la espiritualidad, automáticamente se obligan a construir una organización alrededor de esa autoridad. Pero por la creación misma de esa organización, la cual creen que ayudará a esa autoridad para que les guíe a la espiritualidad, quedarán atrapados en una jaula.

Estoy hablando con toda franqueza, por favor, recuerden que es así, y no desde la dureza, la crueldad o el entusiasmo de mi propósito, sino porque quiero que comprendan lo que estoy diciendo. Esa es la razón por la que están aquí, y sería una pérdida de tiempo si no explicara claramente, con decisión, mi punto de vista. Durante 18 años se han preparado para este acontecimiento, para la venida del Instructor del Mundo. Durante 18 años se han organizado, han esperado a alguien que viniera a darles una nueva dicha a sus corazones y mentes, que transformara toda su vida, que les diera una nueva comprensión; a alguien que les elevara a un nuevo nivel de la vida, que les diera un nuevo estímulo, que les hiciera libres, ¡y miren lo que está sucediendo ahora!


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