martes, 20 de octubre de 2015

La religión mesopotámica.

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La religión mesopotámica.

Los primeros documentos escritos se remontan al tercer milenio antes de Cristo y provienen de la cultura sumeria. La zona de Mesopotamia fue testigo del auge de una civilización rica en tradiciones y cuya influencia se extendió por todo el Mediterráneo. La tradición judeo- cristiana, las religiones hititas y cananeas e, incluso, el mundo greco- latino retomó temas e ideas provenientes de los sumerios y los acadios.


La expansión del Imperio sumerio y acadio.
Las ciudades –templo de los sumerios, que se habían asentado en la zona del Tigris y el Éufrates, se unificaron bajo el cetro de Lugalzaggisi, soberano de Umma, en el 2375 a. C. Con esta unificación se puede ver la primera noción de un Imperio en la historia de la humanidad. Una generación más tarde el rey acadio Sargón sometió a la cultura sumeria quedando los territorios totalmente unidos bajo su reinado. Este jefe se convirtió en una figura legendaria y posibilitó una simbiosis entre las dos culturas, la sumeria y la acadia.
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Un siglo después de Sargón la cultura acadia se vio hostigada por la dominación de un pueblo nómada del alto Tigris, los gutis. Durante otro siglo este pueblo mantuvo el control de Mesopotamia, pero fueron sustituidos por la III Dinastía de Ur. En este momento la cultura sumeria alcanzó su esplendor. Pero acosado por los elamitas al este y por los amorreos al oeste el poderío cayó. Mesopotamia permaneció durante dos siglos dividida en ciudades- estado. Hasta que en 1700 a. C. Hammurabi logró imponer de nuevo la unidad al territorio. Sin embargo, su dinastía no llegó a durar ni un siglo, los cassitas, provenientes del norte, se hicieron con el control hacia el 1525 a. C. El dominio de esta tribu se extendió cuatro siglos.

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Las primeras cosmogonías.
La tradición religiosa de estos pueblos fue de una importancia innegable. Su concepción del cosmos parte en un principio de una triada de grandes dioses, constituidos por An, (cielo), Enlil (dios de la atmosfera) y Enki (señor de la tierra). Sin embargo, An, a pesar de su importancia en el panteón sumerio, tomó pronto las características de un deus otiosus.
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La cosmogonía sumeria y acadia comienza con la representación del caos primordial a través de una divinidad del mar. Papel que jugó Nammu en los primeros textos, pero que posteriormente recayó sobre Tiamat. Esta idea que asocia el caos primordial con el mar y con el agua no es exclusiva de esta tradición, más bien al contrario, se ha constatado su extensión en todo el Mediterráneo y en otras culturas. El propio Génesis parece deudor de esta cosmogonía al partir la creación de Yahveh de la división del mar: “La tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo, y un viento de Dios aleteaba por encima de las aguas (…) Dijo Dios: «Haya un firmamento por en medio de las aguas, que las aparte unas de otras»” (Génesis 1, 2 y 6).
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En la tradición sumeria esta madre primordial dio lugar a las demás divinidades, An y Enki, que encarnan a los principios masculino y femenino. De su hieros gamos, es decir, unión salió Enlil, el dios de la atmosfera. En algunos textos es Enlil el que separó a sus padres al nacer. Esto muestra un tema común en los mitos arcaicos, la separación del cielo y la tierra- idea que también se ve en el mito judeo- cristiano.

SELLO CON EL DIOS ENKI SENTADO

El Enûma Elis.
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Otro mito cosmogónico es el que aparece en el texto Enûma Elis. Aunque la finalidad del escrito es la exaltación de Marduk como divinidad soberana. La fecha de composición de este poema es un tema debatido por los estudiosos. Pero la mayoría de los mismos se decantan por el final del segundo milenio, concretamente con el reinado del rey babilónico Nabuconodosor I (1125- 1103 a. C.) Aunque otros expertos abogan por el periodo cassita. No obstante, hay un aspecto en el que sí se ponen de acuerdo es que supone un cambio en el panteón, ya que el rol principal lo juega un dios que hasta ese momento era considerado menor, Marduk.


El principio del poema remite de nuevo al caos primordial, representado por la pareja de dioses, Apsu y Tiamat. Dicha pareja engendraron a las demás divinidades, cuyo último fruto es Marduk. La creación en este poema toma un cáliz pesimista, ya que Apsu y Tiamat se propusieron acabar con su descendencia por el ruido que los jóvenes dioses hacen. Se muestra así la nostalgia de la Materia de la inmovilidad primordial, la inercia que precede a la creación.

Ea, nieto de Apsu y Tiamat, se enteró de los propósitos de Apsu de destruirles y decidió adelantarse. Mediante sus conjuros durmió a su abuelo y lo despojó de sus poderes para luego matarlo. Tiamat se quedó al margen de esta primera trifulca, ya que no quiso atentar contra su propia descendencia. Pero cuando Marduk, hijo de Ea, la molesta al jugar con los vientos que había creado y cuando los demás dioses le echan en cara su pasividad ante la muerte de su amante, Tiamat se levanta contra ellos.

En este relato el caos primordial se reviste de unos rasgos demoniacos. Tiamat ya no es sólo la divinidad primordial, sino que engendra una serie de monstruos y demonios. Su creación es de orden negativo. Esta lucha de unas divinidades jóvenes contra el orden anterior en las cosmogonías se puede ver en todo el Mediterráneo.
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Ningún dios se atrevió a enfrentarse a Tiamat y su ejército de monstruos, salvo Marduk. Pero el joven dios puso como condición ser nombrado soberado de todas las demás divinidades. La batalla entre Tiamat y Marduk terminó a favor de éste y con la muerte de la diosa original. Con el cuerpo de Tiamat Marduk forma el universo, de la misma forma que en la mitología nórdica se conforma el cosmos con el cuerpo del gigante Ymir asesinado también por los dioses jóvenes.

La creación de los hombres la realizó Ea de la sangre del nuevo amante de Tiamat y general de sus ejércitos, Kingu. Por lo tanto, tanto el mundo como el hombre están formados por una “materia” demoniaca, lo que marca un cierto pesimismo en el poema. Pero también poseen, tanto el cosmos como la humanidad, una “forma” divina. El cosmos es creado por Marduk, que actúa como Demiurgo (dios ordenador), y el hombre por Ea. Ambos participan de un doble naturaleza, por un lado, material, demoniaca y, por otro, formal y divina. Esta idea tuvo influencia en la filosofía griega, como puede verse claramente en el dualismo platónico.


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Otros mitos de gran importancia se muestran en la tradición sumeria- acadia. Entre ellos cabe destacar: el descenso de la diosa Inanna a los infiernos, el mito del diluvio universal y el poema de Gilgamesh. El primero de los aquí mencionados, el descenso de Inanna o Isthar a los infiernos se encuadra dentro de los mitos de dioses o diosas de la vegetación, como son los de Osiris- Isis o Perséfone y Deméter. El mito del diluvio universal también posee una importancia notable. La versión más conocida es la que proviene de la narración judeo- cristiana. Sin embargo, el mito sumerio es anterior al texto bíblico. Por último, mencionar el poema de Gilgamesh, que representa la búsqueda de la inmortalidad por parte del hombre y es uno de los textos más importantes de esta tradición. La falta de tiempo obliga a dejar el análisis de estos tres relatos para un artículo posterior.


Inanna y el descenso a los infiernos.


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Inanna y el descenso a los infiernos.
Uno de los relatos más conocidos es la historia de Isthar o Inanna y sus descensos a los infiernos. Este mito entra dentro de los ritos de la agricultura, en los cuales una divinidad desciende al inframundo y luego resucita, tal es el caso de Dionisos, Perséfone u Osiris. Todas estas divinidades, sean masculinas o femeninas, simboliza el ciclo de la naturaleza. La semilla que no muere en la tierra no puede renacer en primavera. De algunas de estas deidades se habló en el artículo sobre la Vendimia. Suelen ser dioses o diosas vinculados a la naturaleza y a la vida.

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En la religión mesopotámica este ciclo de la muerte y la resurrección del dios lo juegan Inanna y Dumuzi o Isthar (Venus) y Tammuz. Éste es considerado un dios de la agricultura. En el relato sumerio Inanna decide descender a los infiernos para suplantar a su hermana mayor, Ereshkigal. La diosa del amor aspira a reinar en el mundo inferior, lo cual simboliza el enfrentamiento entre la vida y la muerte.

A medida que Inanna/ Isthar va traspasando las puertas del Hades se tiene que despojar de sus vestidos y adornos. Cuando llega frente a su hermana se encuentra completamente desnuda, es decir, privada de sus poderes. Entonces Ereshkigal posa sobre ella su mirada de muerte y la diosa del amor cae inerte.


Pero el amigo de Inanna, Ninshubur, avisa a los dioses de lo ocurrido. Enlil y Nanna- Sin se desentienden en un principio de la suerte de la diosa. Ésta ha intentado penetrar en unos dominios que no le corresponden y debe pagar por ello. Pero Enlil se conmueve al final de Inanna y decide ayudarla. En algunos relatos el dios se ve obligado a actuar por las consecuencias del cautiverio de Isthar: la reproducción animal y humana ha quedado interrumpida. La interrupción de las relaciones entre Inanna, diosa del amor y la fecundidad, con su esposo Dumizi o Tammuz rompe el orden natural.

Enlil manda a dos mensajeros al infierno con alimento y agua de la vida. Los dos enviados consiguen llegar hasta el cadáver de Isthar y reanimarlo. Pero cuando van a salir los jueces del infierno, los Anunaki, la retienen. Nadie puede salir del Hades sin sufrir daño. Los Anunaki le proponen un intercambio. Si alguien está dispuesto a sustituir a la diosa y quedarse en el infierno, ésta podrá regresar a la tierra.
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Isthar retorna a la superficie acompañada de una tropa de demonios, los galla, encargados de hacerla volver a los infiernos si no les entrega a otro ser divino. Después de recorrer muchos sitios llegan por fin a Erek, la ciudad de Inanna. Para su sorpresa Dumuzi se ha proclamado soberano único de la ciudad y se ha sentado en su trono. La diosa fija en él su mirada de muerte y le condena a sustituirla en los infiernos. Dumuzi debe bajar al Hades y permanecer en él. Pero Ereshkigal se compadece de su pesar y mitiga su destino, sólo deberá permanecer en los infiernos seis meses, los otros seis será reemplazado por su hermana, Geshtinanna. En este caso se puede apreciar una semejanza con el destino de Perséfone, que debe permanecer en el infierno también seis meses.



Algunos relatos acadios cambian el motivo por el que la diosa desciende al inframundo. En lugar de querer suplantar a su hermana, Isthar baja al país sin retorno para rescatar a Tammuz, su esposo. El culto Tammuz tuvo mucha importancia en la época clásica y su influencia puede verse en otras culturas, por ejemplo en el Antiguo Testamento Ezequiel critica a las mujeres de Jerusalén por celebrar el rito a Tammuz.
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El mito del diluvio.
En la zona del Mediterráneo se extiende la creencia en un diluvio universal que supuso la destrucción de todo y su regeneración. Alusiones a este mito se encuentra en muchos relatos, aparte del conocido pasaje del Antiguo Testamento. En el Libro de las Invasiones de Irlanda se cuenta que los primeros habitantes de esta alejada isla llegaron a ella huyendo del diluvio. La alusión más antigua a este “fin del mundo” se encuentra en la religión sumeria y acadia. En ella sólo se salva un ser humano, llamado Zisudra en la versión sumeria y Utnapishtim en la acadia.



La destrucción de la tierra por el agua simboliza el resurgimiento del caos primordial, del que provenía todo. Las aguas, como ya se ha mostrado en otros artículos, representan este caos. Pero el diluvio da lugar a una nueva tierra, libre de la corrupción de la anterior.

Zisudra o Utnapishtim será el único que se salve de la destrucción, pero no podrá disfrutar de la nueva creación. Queda como un semidios, ya que se le otorga el don de la inmortalidad. En el relato de Gilgamesh aparece este personaje, al que el héroe va a buscar para obtener él también la inmortalidad. Pero Gilgamesh no ha realizado ninguna proeza que le valga semejante gracia, ni siquiera es capaz de aguantar en vela unas noches. Gilgamesh no recibe por ello el don de la inmortalidad, pero sí obtiene la planta de la juventud. Aunque al regresar a su ciudad con ella la pierde, cuando se detiene a bañarse en un pozo. La serpiente primordial le roba la planta. De ahí que las serpientes cambien de piel, simbolizando la regeneración. Ante esto Gilgamesh debe regresar sin nada y vivir como el resto de los mortales.
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El mito del diluvio está muy extendido, no sólo por el Mediterráneo. Se cree que pudo basarse en una o varias catástrofes diluviales, al desbordamiento de los ríos. Pero explicar la cantidad de relatos sobre el diluvio universal apelando sólo a una posible inundación, de la cual no se tiene pruebas geológicas, resulta imprudente. Por ello la explicación más posible es que esta serie de mitos pertenezcan a las cosmogonías. El mundo envejecido, poblado en una humanidad en decadencia, es sumergido en las aguas para, poco después, resurgir purificado. Un mundo limpio surge del caos acuático. El mito del diluvio sería un apocalipsis momentáneo. Casi todas las religiones tiene este tipo de ciclo de muerte y resurrección.

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En muchas de las variantes del mito, como es el caso de la judía y de la acadia, el diluvio es consecuencias de las faltas de los hombres. Aunque no siempre ocurre así, en algunos relatos la inundación se debe al simple deseo de un ser divino. No es originado por la acción de los hombres, sino por el natural envejecimiento de los tierra. El mismo hecho de existir conduce a la destrucción. Hay que tener en cuenta que este tipo de religiones mantiene una temporalidad cíclica. De ahí que de la muerte resurja de nuevo la vida. Esto relacionaría el diluvio con los ritos del Año Nuevo.
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Bibliografía:

Anónimo, (2014), Enûma Elis. Y otros relatos babilónicos de la creación, edición de Lluís Feliu Mateu y Adelina Millet Albà, Barcelona, ed. Trotta.

Anónimo, (2010), Gilgamesh. O la angustia por la muerte. Barcelona, ed. Kairós.

Anónimo, (1975), Biblia de Jerusalén, Madrid, ed. Desclee.

Eliade, Mircea, (1978), Historia de las creencias y las ideas religiosas, Barcelona, ed.Paidos.

Frazer, James George, (2011), La rama dorada, Mexico, ed. Fondo de Cultura económica.

Graves, Robert, (2008), Los Mitos griegos, ed. Grupo Anaya.

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