sábado, 7 de octubre de 2017

La iniciación


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La iniciación

En el marco cristiano, la iniciación se presenta, a la vez y en una aparente paradoja, como un aspecto central y específico de la consagración evocada en el párrafo precedente.
Aspecto central, porque la iniciación nace y vive de la Palabra encarnada que es simultáneamente la Luz verdadera que ilumina a todos los hombres, como bien anuncia el Prólogo del Evangelio según san Juan[21]. Central y así pues, en el sentido pleno de la palabra, católico, es decir universal. Es en esto por otra parte, que a imitación del Evangelio en el seno del cual se inscribe, la vía iniciática cristiana “recapitula” como se ha dicho, “conteniendo” en cierto modo, todas las iniciaciones anteriores.
La iniciación cristiana constituye el corazón de “la iniciación” por consecuencia inmediata del hecho que el Evangelio constituye a su vez el corazón de todas las Revelaciones divinas precedentes hasta entonces identificadas como prefiguraciones y propedéuticas. Analógicamente y haciendo un paralelismo, podemos ver que en el Rito Escocés Rectificado, desvelamos la luz al candidato durante la ceremonia de iniciación en dos tiempos: en el primero, desvelándole solamente una luz “difusa”, precisamente porque sus ojos –el alma del candidato- no son todavía capaces de soportar en todo su esplendor-en que por otra parte nunca ha dejado de brillar-, mientras que en el segundo, se sitúa al candidato frente a y en la gloria de la Presencia, en un recuerdo del bautismo que lo revistió de Cristo, Luz del Mundo. Podemos comprender ahora por qué la iniciación hace de él en lo sucesivo, un “hijo del trueno”, un “hijo de la Luz”.
Aspecto específico, ya que la iniciación, el conocimiento esotérico, tiene por misión abrir el ser que está llamado al absoluto de la Buena Nueva y a la realización, por los ejercicios espirituales que le están vinculados y reservados, de cuerpo de gloria o cuerpo de resurrección. ¿Acaso no afirma la tradición iniciática, que al mediodía en punto, el iniciado cumplido no proyecta ninguna sombra…?
La Gran Obra de esta vocación es pues la de actualizar, la de “anticipar”, si se nos permite, lo que debe advenir escatológicamente, en primer lugar a título individual en lo que se acostumbra a denominar los estados póstumos del ser, en cumplimiento de la Resurrección de la carne y a continuación a título colectivo, lo que significa radicalmente la Comunión de los Santos, cuando todo estará acabado en la Plenitud de los tiempos en que Dios será “todo en todos”[22], como dice san Pablo.
A través del camino trazado por las Beatitudes, que residen en la vía real del cristiano, así como por las “operaciones” y ejercicios espirituales que le son propios, la vía iniciática permite a aquellos que son llamados a esta realización en modo religioso o monástico, realizarla incluso “en esta vida” y “desde esta vida”, constituyéndose en los guardianes de una enseñanza que el Señor entiende que no es bueno que sea compartida por todos. Esta santa ciencia llama a aquellos que la profesan a convertirse y permanecer eficientes y oficiando al servicio de la Verdadera Luz que es Cristo. Por todo ello, no por revelación directa, sino por una especie de “capilaridad espiritual” a través de la acción de presencia y la ascesis particular de los iniciados, este arte real y reservado concurre igualmente al bien común.
De todas formas, la iniciación es “pentecóstica” ya que por ella el Espíritu refuerza, por decirlo de algún modo, su presencia en el corazón del hombre. Igualmente, promete en su perfección una asunción del ser por el logro del estado glorioso que acabamos de evocar. El profeta Elías, por otra parte patrón de los Carmelitas, y antes que todo, la Virgen María son los ejemplos mayores de lo que nos es prometido si permanecemos fieles a las promesas de nuestro bautismo y a nuestros votos iniciáticos.
Una en su naturaleza, pero múltiple en sus formas, la iniciación en el marco cristiano que es el nuestro, presenta las vías siguientes:
– La vía del Oficio, dicha también Francmasonería y el Compañerazgo
– La vía heroica, es decir la Caballería y su lenguaje simbólico: la heráldica
– La vía alquímica y hermética: Al-kimia significando en efecto química de Dios (Al/El)
– La vía de las letras y los números o cábala cristiana.
Sin olvidar que con toda evidencia la manifestación más perfecta y más acabada de todo esoterismo se tiene en ese misterio insondable del amor de Dios que nos sacia de su Presencia y de su Vida bajo las Santas Especies Eucarísticas.
Sea cual sea el camino escogido o “que nos haya escogido”, es preciso saber que el peregrinaje es largo y difícil e incluso peligroso. La vía iniciática, en plena armonía con la paradoja a que nos referíamos en preámbulo, conjuga el don y el misterio de hacernos partícipes del anuncio de la Buena Nueva por un testimonio de vida auténtica aún y que permaneciendo secreta, en la medida que permanece reservada solamente para aquel que está llamado para franquear el umbral. Este secreto no debe sorprendernos. ¿Acaso san Pablo no enseña? que: “(…) vuestra vida quedó oculta con Cristo en Dios; cuando Cristo, que es vuestra vida, se muestre, os mostraréis también vosotros en gloria con él.”[23]
Así, podemos hablar de una verdadera “legitimidad evangélica” de la iniciación. Es en este sentido que es lícito y verdadero hablar de un esoterismo cristiano. Insistimos y subrayamos –a continuación de René Guénon- el hecho que se trata de unesoterismo cristiano, es decir una vía de interioridad espiritual en la acogida y meditación de la Palabra de Dios (en ejemplo, citaremos la lectura alquímica del Apocalipsis de Juan que constituye una de las aplicaciones del sentido anagógico de las Escrituras) y no de un cristianismo esotérico que constituiría una especie de cuerpo doctrinal distinto, incluso opuesto al Santo Evangelio.
Cristo, no solamente permite sino que anima y legitima esta gesta cuando el episodio de la unción de Betania. En efecto, mientras que Judas se indigna por el hecho que María esparza a los pies del Señor un perfume de nardos de alto precio, poniendo como objeción las necesidades de los pobres, Jesús responde: “Déjala…”[24]. En uno de los significados en que podrían ser entendidas estas palabras, pide a cualquiera que permanezca extraño a una misión o carisma particulares y especialmente a la vía iniciática, de no obstaculizar esta vocación de interioridad operativa que, ciertamente, uno puede no llegar a comprender, que puede incluso llegar a molestar a otros, y como sucede para la vida contemplativa, puede no llegar a verse la necesidad y la belleza que supone a los ojos de Dios.
Subsiste, al cabo de toda esta exposición, una pregunta fundamental, en el verdadero sentido del término: ¿cómo cumplir nuestra vocación cristiana e iniciática? Esencialmente por la fiel aplicación de esta enseñanza de los Padres y grandes maestros de la acción apostólica que recuerda por otra parte el Santo Padre en su exhortación sobre la vida consagrada: “es preciso tener confianza en Dios como si todo dependiera de Él, y al mismo tiempo, comprometerse con generosidad como si todo dependiera de nosotros”.
Pascal Gambirasio d’Asseux
Enero de 1997.

http://www.fenixnews.com/2017/10/05/la-iniciacion-5/

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