miércoles, 14 de abril de 2010

ELIZABETH ALDWORTH, LA PRIMERA MUJER FRANCMASONA REGULAR




por Eliz Sellenger
R.·.L.·.“Santiago Ramón y Cajal” Nº 35
Or.·. de Zaragoza (Reino de España)

Lord Doneraile (Arthur St.Leger, Lord Vizconde Donaraile y Barón de Kilmeaden, Irlanda), padre de Elisabeth Aldworth, quien era un hombre muy entusiasta, disponía de una autorización masónica personal que le permitía abrir ocasionalmente Logia en la casa Doneraile, asistiendo sus hijos y algunos amigos íntimos de la vecindad. Se decía que los trabajos masónicos nunca se desarrollaban con mayor rigidez que los realizados por los Hermanos de la logia Nº 150, el número de la autorización.

Ocurre que previamente a la iniciación de un caballero en los primeros pasos de la masonería, la Sra.Aldworth, entonces una chica joven, se encontraba en una habitación contigua a la usada habitualmente como Templo, en la cual se estaban realizando obras en aquel momento. Entre otras cosas, la pared estaba considerablemente reducida en un lado con el fin de hacer una barra. La joven que había oído varias voces e incitada por la curiosidad natural a todo, por ver algo de aquellos misterios, desde su inicio cerrados a la vista pública, tuvo el coraje de quitar un ladrillo de la pared con unas tijeras para ser testigo de la horrible y misteriosa ceremonia en sus primeros dos pasos.

Con la curiosidad satisfecha, el miedo se apoderó de su mente y aquellos que entienden este pasaje, saben muy bien los sentimientos de cualquier persona que tuviera la misma oportunidad para la contemplación ilegal de aquella ceremonia – juzguen cuales serían los sentimientos de una chica joven – ella no veía ningún modo de escapar, más que por la misma habitación donde se estaba terminando la segunda parte, con aquel ser en el otro extremo y la habitación tan larga, recuperó otra vez la resolución suficiente para intentar su fuga por allí y con pasos ligeros pero temblorosos, aguantando casi la respiración, ella pasó inadvertida por la Logia, puso su mano en la manilla y abrió la puerta suavemente encontrándose frente a un severo y hosco Guardatemplo exterior con su larga y oxidada espada en alza.

El chillido alarmó a la Logia, todas las miradas se dirigieron hacia la puerta y el Guardatemplo informó que ella había estado en esa habitación durante toda la ceremonia; en el primer paroxismo de rabia y alarma 'Elizabeth pensó que el juicio de su muerte estaba resuelto pero gracias a la conmovedora y profunda súplica de su hermano menor su vida sería salvada, con la condición de que tendría que pasar por los mismos dos pasos que ya había visto. Ella estuvo de acuerdo y condujeron a la hermosa y aterrorizada joven criatura por esos juicios que con la resolución masculina a veces son más que suficientes para decidir en muy poco tiempo el iniciar en la masonería a un miembro que después reflejaría una impronta sobre sus anales.

Aunque la memoria de la belleza de la Sra.Aldworth puede haber muerto, que en una vida larga de ochenta años no es ninguna conjetura improbable y aunque la flor y los encantos de la joven San Leger puedan ser buscados en vano en el semblante de nuestra hermana benévola, el carácter fino que complació el Cielo para sellar sobre su mente nada común, ha dejado tantos recuerdos atrás que sin duda esta parte de su historia de verdad debe ser la incredulidad ciega.

La verdad es que, su mano y su corazón alguna vez se abren a los sufrimientos y a las reclamaciones de dolor y angustia, súplica casi prevenida por su prontitud para relevar, tampoco se puede suponer que este espíritu de caridad restringió un círculo alrededor de su acción, o limitó su influencia. No – aunque sus hermanos en la angustia tenían las primeras reclamaciones sobre su liberalidad, no era ni lo más mínimo abierta o generosa al ignorante.

La mejor de las mujeres, madre para el huérfano de madre, amiga para el que no las tuviera, benigna y generosa, quién desde el interior de la afluencia hacía oír el grito de los desgraciados, compartir la mesa de lujo y confort con la casucha del pobre y quitar la lágrima discreta del ojo de la miseria escondida.

En la satisfacción activa de su corazón hospitalario y benévolo, ella, sin embargo, no descuidaba ninguno de los demás deberes de la masonería; ella era, (hasta donde llegaba) la Francmasona más ejemplar, y presidió como Venerable de su Logia, la cual encabezaba con frecuencia en las procesiones de la Orden Masónica y esta era su costumbre en aquellas ocasiones para preceder a la Logia en un carruaje.

Es innecesario hablar extensamente sobre su fidelidad hacia la Masonería, ya que la angustia nunca giró su espalda sobre su magnífica y hospitalaria obra no revelada.

Una mención antes de que concluyamos con los agradecimientos, como esta es una hermosa lección de aquellos que alardean de la superioridad de discreción y sabiduría masculina, observen ahora este detalle: La Sra. Aldworth tenía tal veneración hacia la masonería, que ella jamás toleraba que nadie hablara ligeramente sobre el tema delante de nadie, ni la mencionara más que con la máxima precaución, ni siquiera en compañía con sus más íntimos amigos, si no sabía si eran masones, y cuando lo hacía era con evidente vergüenza y con una aprensión tembladora para no cometer en un momento de descuido una violación de los deberes masónicos.

Así vivido este modelo de excelencia femenina, casi se puede decir, de perfección humana, dispersión, como un principio de lo bueno, la comodidad y la felicidad a todo que la rodea, antes de que Él pensase que era apropiado retirarla para participar en las alegrías de Su Reino Eterno.

Se dice que su muerte fue ocasionada por la administración impropia de laudanum tras una indisposición leve.

No podemos concluir este relato mejor que mediante un párrafo que apareció en documento de entonces, con ocasión de su muerte: “El pasado lunes, murió en Newmarket, en esta Compañía, la Hon.Sra. Aldworth, esposa de Richard Aldworth, Señor Don, M. P. Ella cumplió la edad de ochenta años, y tal eran los efectos de su temprana educación, recibida de Lord Doneraile, su padre, y su propia feliz disposición, que desde su infancia seguramente no ha pasado ningún día que no ha sido distinguido por algún acto de su benevolencia o caridad. Ella vivió la mayor parte de su vida en el campo, entre sus criadas, a quienes su casa proporcionó la más alegre hospitalidad; la más tacaña de ellas, cuando se lo requería, tenía acceso a ella, y cuando el indigente o enfermo la visitaba, nunca falló en dispersar sus favores con aquella generosidad y humanidad que su gran fortuna le permitió, con su alma todavía más grande que la indujo a conceder; de verdad, parecía que el Cielo la había designado como Guarda del Pobre del cual se ocupó sin ninguna ostentación.

Ella poseía fuertes sentimientos religiosos y como si la forma de su muerte significase un anticipo a la felicidad que la esperaba, ella pasó sus últimas horas, esas horas tan terribles, en un sueño, sin el menor dolor u oposición, con su mente separada de un mundo en el cual ella hizo su propio deber, mientras las lágrimas y las lamentaciones de miles de personas expresaban sus sentimientos como amable Benefactora.

La Hon.Sra. Aldworth nació en 1695 y murió en 1775. Lo susodicho son las Memorias de la vida de la Hon.Sra. Aldworth, la única mujer que obtuvo el honor de iniciación en los sublimes misterios de la Francmasonería regular. (Extracto de los Anales de Caulfield de la catedral de St. Finn Barre’s en Cork).

La señora Aldworth fue enterrada bajo la bóveda de Davies, debajo de la antigua Catedral y la escritora tuvo la oportunidad de ver sus restos unos años antes de que la Catedral fuera destruida. Ella estaba entonces dentro de un ataúd de plomo y en muy buen estado de conservación. Estaba vestida con un vestido oscuro de seda, zapatos blancos de satén con calcetines de seda del mismo color. Su apariencia era atractiva; su cara tenía un color ceniza oscuro; sus rasgos bastante perfectos y tranquilos. Llevaba guantes largos de seda, que se extendieron encima de los puños de cordón bordados; sus senos eran grandes y llenos para su edad; llevaba un sombrero blanco y un pañuelo alrededor de su cuello, del cual las trenzas ni siquiera estaban desgastadas. Así apareció debajo la bóveda de Davies.

ELIZA SELLENGER, hija del primer Lord Doneraile, estaba casada con D.Richard Aldworth, de Newmarket, en el Condado de Cork, de una familia Antigua y muy respetada.

¡Salud, Fuerza y Unión!

He dicho V.·.M.·.
Trazado en los VV.·. de Zaragoza, Tebet de 6008 v.l.
A. M. M.·.M.·.

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