sábado, 14 de enero de 2012

CÉLEBRE CONVENTO DE WILHELMBAD
De: MOISÉS CARRILLO GONZÁLEZ

Introducción: En las entradas anteriores hemos hecho referencia a la vida e influencia de Martinez de Pasqualy y de Jean Baptiste Willermoz en la francmasonería cristiana del siglo XVIII. Hemos hecho referencias al Convento de Lyon y a los acontecimientos que llevaron a la unión de los masones martinezistas y la Orden de la Estricta Observancia. Presentamos ahora una crónica del CÉLEBRE CONVENTO DE WILHELMBAD.

1.- LA ENCRUCIJADA.

El 16 de julio de 1782, Ferdinand, duque de Brunswick, inauguró la primera sesión del Convento convocado en Wilhelmsbad, ciudad cercana a Hanau, en territorio del príncipe Carl von Hesse-Cassel. Ambos jefes y cabezas de la Estricta Observancia se habían asegurado jugar de locales en la decisiva contienda que se avecinaba, en la que estaba en juego el destino de su Orden y –en gran parte- de la propia francmasonería.

Ni la Gran Logia Nacional de Alemania ni la de Suecia estaban representadas en el convento. Algunas logias hicieron llegar documentos y memorias, pero se abstuvieron de enviar representantes. Tal es el caso de la Gran Logia de los Tres Globos de Berlín, que declaraba aceptar un acuerdo de paz y concordia con los capítulos de Caballeros Rosa Cruces, y el de la logia Federico, del León de Oro que proponía revelar nada menos que los nombres de los Superiores Desconocidos y comunicar los verdaderos rituales de la Alta Masonería. Esta propuesta no tuvo tratamiento por el simple hecho de que era intención de los mentores de la asamblea terminar justamente con esta cuestión.

Todo había sido dispuesto para que nada perturbara al frente martinezistas, aliado a la Estricta Observancia, por lo que tales documentos se adjuntaron a las actas sin más tratamiento.

A pesar de las ausencias mencionadas, treinta y seis delegados se presentaron ante el Convento, procedentes de la Alta y la Baja Alemania, Holanda, Rusia, Italia, Francia y Austria. La Comisión de Poderes que tenía a su cargo la acreditación de los delegados jugó un papel fundamental. Actuó de tal manera que aquellos que acudían con objetivos que atentaran contra el feliz término del Convento fueron cuidadosamente excluidos de la reunión. Se tuvo especial cuidado con aquellas logias que mantenían posiciones opuestas a los sistemas filosóficos de los Altos Grados y en algunos casos se llegó al extremo de negar la entrada a algunos diputados provenientes de la Madre Logia de la Creciente de las Tres Llaves de Ratisbona y a los hermanos Filaletas de París, encabezados por el marqués de Chefdebien.

Aun así, un nutrido grupo de racionalistas, dispuestos a acabar con los sistemas esotéricos y los Altos Grados logró conformar un frente que contó con un inesperado aliado. Los Iluminados de Baviera habían enviado a sus mejores hombres, bajo el mando de uno de sus jefes máximos: El Barón von Knigge; todo estaba dispuesto para un extraordinario evento de alcance histórico.

2.- LOS ACTORES DE WILHELMSBAD

Wilhelmsbad reunió a los muchos de los francmasones más destacados de Europa, en particular los que representaban a la tradición escocesa, vinculada a las corrientes introducidas en Francia por los exiliados estuardistas que sostenían que el verdadero origen de la francmasonería debía buscarse en la Orden de los Caballeros Templarios. Gran parte de los delegados pertenecía a la Estricta Observancia, cuyas provincias estaban representadas casi en su totalidad.

El personaje político más importante era el duque Ferdinand de Brunswick, eques a victoria, Presidente del Convento, nacido en 1721 e iniciado en la francmasonería a la edad de veinte años. Hermano de Carl de Brunswick -el duque reinante- y cuñado de Federico II el Grande, rey de Prusia, había tenido una destacada actuación en el plano militar, desde la guerra de Silesia, iniciada en 1741, hasta la finalización de la Guerra de los Siete Años, en la cual se desempeñó como teniente general y comandante en jefe de los ejércitos aliados. Se lo recuerda por su decisiva actuación en la Batalla de Praga (1757) y en la victoria de Mindern en Hanovre (1759). En 1766, luego de una brillante carrera militar, se retiró para dedicarse exclusivamente a la Orden.

Su carrera masónica no fue menos brillante que la militar. Iniciado en Berlín en 1741, fue exaltado a maestro en 1743 y ya en 1745 era Maestro Escoces, circunstancia que señala su vínculo temprano con la tradición estuardista. Posteriormente ingresó en la Estricta Observancia, siendo nombrado Magnus Superior Ordinis y Gran Maestre de todas las Logias Rectificadas –como hemos visto- en el Convento de Kohlo, en 1772.

Cabe mencionar, en segundo lugar, al landgrave Carl von Hesse-Cassel, eques a leone resurgente, que compartía con Brunswick el alto mando de la Estricta Observancia y a quien unía profundos lazos aristocráticos: Las hermanas de ambos eran princesas de Prusia. Recordemos que por la misma época, Enriqueta de Prusia -hermana del rey- y su esposo, organizaban las tenidas masónicas del grupo liderado por Dom Pernety. Mientras que los hermanos Brunswick –Ferdinand y Carl- compartían las tenidas con el propio rey y su hermano.

Carl von Hesse-Cassel era el Gran Maestro Provincial de la VIII° Provincia “de la Alta Alemania” y coadjutor de la VII° “de la Alemania Inferior hasta el Mar Báltico”, cuyo Gran Maestre era el duque de Sudermania –futuro Carlos XIII, rey de Suecia-. Actuó como vicepresidente del convento, especialmente hacia finales de agosto, cuando Brunswick debió ausentarse.

Jean-Baptiste Willermoz, eques ab eremo, completa la nómina de personajes principales, a la vez que arquitectos de la reforma general que ya estaba claramente pautada antes de iniciar las deliberaciones. La acción coordinada de estos tres hombres aseguraría el éxito del proyecto y sentaría las bases para el nacimiento del Régimen Escocés Rectificado, de acuerdo al modelo establecido en el Convento de Lyón que ya hemos analizado.

Willermoz ostentaba el cargo de Gran Canciller de la II° Provincia, Auvernia, cuyo Gran Maestro Provincial, el duque del Havre & de Cröy, eques a portu optato, estaba representado por Henri de Virieu eques a circulis, mariscal de campo del conde de Provenza.

La V° Provincia, Borgoña, estaba representada por el coronel Frederic de Durkheim, hermano del Gran Maestre Provincial, el barón Francois-Cristian Durkheim. Como recordaremos, el Gran Canciller de la Provincia, Bernard de Turkheim, eques a flumine, había tenido destacada actuación en la reforma de Lyón que ahora se proponía imponer en Wilhelmsbad.

La IX° Provincia había enviado al Dr. Giraud en representación de su Gran Maestro provincial, el conde de Bernez.

Hasta aquí los principales nombres que ejecutarían, con audacia y decisión, la necesaria reforma de la masonería templaria. Pero la contienda no sería fácil, puesto que para ese entonces, los bávaros contaban con la suficiente fuerza y habilidad como para introducir sus ideas en un ámbito que se encontraba en las antípodas de su pensamiento. En su mayoría nobles, aristócratas y militares, los hombres de la Estricta Observancia eran profundamente religiosos, inclinados a la búsqueda de los grandes misterios que –por entonces- se creían patrimonio de un selecto grupo de iniciados.

No representaban un peligro para los estados, puesto que, en muchos casos, ellos mismos eran el estado. Sin embargo habían tomado conciencia –y en esto Willermoz tenía las cosas muy claras- que la continuidad del reclamo por la recuperación del patrimonio del antiguo Temple sólo podía traer inquietud y reacción por parte de los gobiernos seculares. Hombres singulares, no es posible definirlos según nuestra concepción de mundo. Pertenecían a una sociedad y un orden político que pronto se vería trastocado en sus raíces.


3.- INICIO DE LAS SESIONES.

Iniciadas las sesiones el 16 de julio, la asamblea presenció en las primeras jornadas el embate de los racionalistas. En su mayoría delegados independientes de logias alemanas y austriacas, fueron rápidamente liderados por los delegados bávaros, principalmente por los barones Adolf Franz von Knigge y Franz Friedrich Dittfurth von Wetzlar, eques a fascia, cuyo discurso anticatólico fue de tal virulencia que causó una profunda consternación entre los asistentes.

Luego de acusar a la Estricta Observancia de operar a favor de Roma, haciendo responsables a los jesuitas de nuclear a la francmasonería en beneficio del papado, arremetió contra la restauración templaria. No se privó de invocar al propio emperador y conmocionó a la audiencia cuando exclamó lo inútil de resucitar la Orden del Temple mientras la propia cabeza del Imperio Austriaco se ocupaba personalmente “de hacer desaparecer los últimos vestigios de esta institución...” ¿Llegaba acaso la influencia de los iluminados a la corte de José II, el emperador de Austria? ¿Cómo se atrevía Dittfurth a involucrar en la asamblea al más despótico anti masón de los monarcas ilustrados?[1]

José II mantenía con la francmasonería una tensa relación. Hijo de Francisco Esteban, duque de Lorena -uno de los más grandes masones de su siglo, que había erigido en Toscana un Ducado Masónico a las puertas de los Estados Pontificios- y de la emperatriz María Teresa Habsburgo, no ocultaba su repugnancia hacia los masones. Harto de la lisonja que le prodigaban las logias austriacas, que soñaban con incorporarlo a sus filas, había prohibido que le hablaran de la masonería y apenas la toleraba de mala gana.[2]

José II llevaba adelante una campaña para someter a la Iglesia a la voluntad del Estado. Había establecido una política cesaropapista, dictando numerosas instrucciones sobre el funcionamiento de las órdenes religiosas, la organización de las diócesis y la formación del clero. Había instituido el matrimonio civil y acababa de firmar un Edicto de la Tolerancia en el que otorgaba beneficios y prerrogativas a protestantes y ortodoxos. Todos los funcionarios de su gobierno procedían de las universidades alemanas. ¿Cuántos de estos hombres respondían a los Iluminados de Baviera? Al menos en su apariencia las políticas de José II se veían influidas por ellos.

Willermoz se referiría a aquella irrupción de Dittfurth lamentando “la osadía de emprender en una asamblea de cristianos y atacar de la manera más escandalosa todo principio de religión, de ridiculizar amargamente todo lo relacionado con ella, de rebajar de todos los estados de la sociedad civil los rangos y los títulos de los príncipes, en fin, de proponer fundar una nueva masonería sobre estos principios destructores de todo lo que existe de verdaderos lazos entre los hombres, la cual tendría por base la nueva filosofía del siglo...” [3]

Pero volvamos a la asamblea. Sin tregua, los racionalistas redoblaron el ataque. Von Knigge entendía claramente que su posición estaba en minoría. Sabía que cuando llegara el momento de las votaciones la alianza conformada por Willermoz y el duque de Brunswick ganaría la partida. Sin embargo, en los días siguientes, los delegados de Weishaupt continuaron sus críticas furiosas contra la Estricta Observancia, los martinezistas y los clericales. Estos últimos, en abierto desafío a las diatribas de los iluminados, solicitaron al duque de Brunswick un cuarto intermedio ¡para ir a misa! Pese a su condición de luterano, el duque los autorizó.[4] Tal era el clima de enfrentamiento que se vivía en Wilhelmsbad.

La predica de von Knigge comenzó a hacer mella en algunos delegados. Esa era su intención y ese sería su triunfo. El primero en acercarse fue un personaje relevante. Tan relevante que en el futuro le salvaría el cuello, literalmente dicho, a Weishaupt: Johann Joachín Bode, delegado del poderoso duque Ernst von Gotha.

Natural de Brunswick, Bode había pertenecido a la Estricta Observancia bajo el nombre de eques a lilio convallium, pero padecía una verdadera paranoia en torno a la cuestión jesuita. El propio Knigge declaró alguna vez que su único defecto era que “veía a los jesuitas en todos lados”. De ferviente defensor de la restauración templaria había pasado a ser uno de sus más encarnizados enemigos. [5]

Embelesado por las reconvenciones de Dittfurth y von Knigge a la asamblea, Bode ya era un iluminado bávaro en potencia antes de que concluyeran las sesiones de Wilhelmsbad. A su turno propuso que las modificaciones que emanaran del Convento “se plantearan con arreglo al espíritu del siglo...”. Los Iluminados habían ganado un hombre importante y, con él, a un príncipe que los protegería a la llegada del infortunio. No fue el único; otros delegados fueron seducidos por el discurso de Knigge y se sumarían a los iluminados luego del Convento.[6] Hay quienes afirman que en un principio, hasta el propio duque de Brunswick y el príncipe de Hesse-Cassel solicitaron ser admitidos en la sociedad, hasta que se dieron cuenta de los fines violentos que esta perseguía y que sus delegados se cuidaron de dar a conocer en el Convento.

Con todo, aún no se había pronunciado el matinezismo y Willermoz esperaba su turno convencido de la victoria. El asunto más importante que debía tratarse en el Convento era la cuestión de la filiación Templaria y la eventual reforma de la Orden. Su tratamiento comenzó el 19 de julio y se extendió a lo largo de 11 sesiones, hasta el 14 de agosto.

En la octava sesión (25 de julio), Willermoz presentó un anteproyecto en el que intentaba dar respuesta a uno de los interrogantes planteados por el duque Ferdinand de Brunswick en la convocatoria al Convento: ¿Había que seguir manteniendo la filiación Templaria? ¿Era preciso romper con este vínculo?

Jean-Francois Var describe aquella encrucijada en estos términos: “...Era necesario dilucidar entre los adversarios feroces de la leyenda templaria, en particular Bode y los Iluminados de Baviera, y aquellos que reivindicaban la Orden del Temple, fuera para obtener la devolución de los bienes anteriormente poseídos por la Orden, fuera para tener acceso a las ciencias herméticas supuestamente detentadas por esta, y ocultada por los presuntos Superiores Desconocidos quienes, supuestamente, garantizaban su conservación....” [7]

La posición de Willermoz, que consideraba sumamente peligrosa esta postura y que había trabajado afanosamente para llevar a cabo en un nivel general la misma reforma que había introducido en el Convento de las Galias, contaba con el apoyo y la complicidad del duque de Brunswik –convencido de la imperiosa necesidad de un profundo cambio en la Estricta Observancia- y del propio landgrave de Hesse-Cassel. Ambos maniobrarían hábilmente a favor de la reforma en coordinación con los martinezistas, en cuya acción se basaba toda la estrategia diseñada para el exitoso desarrollo del Convento. Después de todo, Willermoz y los líderes de la II° y V° Provincias (Auvernia y Borgoña) habían sido los arquitectos de la reforma de Lyón que ahora pretendía proyectarse a toda la Orden.

Willermoz basó su exposición en cuatro interrogantes íntimamente ligados entre sí:

1. ¿Qué interés tenemos en el examen de una filiación con la Orden de los Caballeros Templarios y en qué calidad debemos hacerla?

2. La filiación de la Orden de los Templarios con nuestro sistema actual, ¿es legítima o no lo es?

3. En el primer caso, ¿es prudente y conveniente conservar nuestro sistema en su forma actual?. Y en el segundo, ¿debemos renunciar absolutamente a esa filiación?

4. ¿Cuál es el sistema más conveniente para reunir lo mejor posible y sin peligro las partes constituyentes de la Orden en un solo y mismo Régimen?[8]

A continuación expuso un extenso esquema argumental en el que, luego de esbozar una breve historia del Temple, se preguntaba acerca de qué tipo de filiación reivindicar resaltando que el lazo entre Masones y Templarios no era otro que el que los unía en la ciencia masónica. Para Willermoz, ésta había sido profesada en distintos tiempos con distintas denominaciones, no siendo exclusiva de la Orden del Temple ni de la masonería moderna. Utilizando una alegoría afirmaba que “...la ciencia masónica ha pasado por los caballeros templarios como algunos ríos pasan por los grandes lagos sin perderse ni confundirse totalmente en ellos, de donde salen quizás reteniendo ciertas cualidades y propiedades particulares del lago que han atravesado...” [9]

Sus propias conclusiones hablan por sí mismas cuando se refiere a las tres primeras preguntas:

1. Que no tenemos ningún interés en la restauración de la Orden del Temple relativo a las posesiones y riquezas que le fueron quitadas; sino que en todo caso es en calidad de masones deseosos de participar de los conocimientos científicos de los que al parecer era poseedora, que tenemos gran interés en establecer nuestra filiación con ella.

2. Que el sistema de filiación y restauración relativo a los títulos, riquezas y posesiones cualesquiera de esta orden es absurdo, ridículo e ilícito, y que no tenemos el menor título a presentar para sostener tal pretensión.

3. Que, aún y cuando este sistema estuviera fundamentado sobre títulos incontestables, sería imprudente, perjudicial para el progreso de la orden masónica, e incluso muy peligroso para dicha orden y los individuos que la componen, el reconocer, sostener y favorecer de alguna manera la continuación de este sistema, que en el caso de que alguna sociedad conocida o desconocida quisiera intentar llevar a cabo de algún modo el sistema de restauración efectivo, no debemos tomar parte en ello en absoluto, e incluso, debemos romper toda especie de ligazón con dicha sociedad, si es que acaso existe.

4. Que el Convento General de la Orden deberá hacer incluir en sus actas una declaración obligatoria para todos aquellos que estén representados, nítida y precisa sobre este asunto.

5. Que la filiación de los masones con la Orden del Temple relativa a los conocimientos científicos de la masonería estando establecida por una tradición constante y universal, probada por monumentos y testimonios auténticos, es útil y necesario conservar o establecer una conexión íntima entre la Orden Masónica y la Orden del Temple de la manera más conveniente y más adecuada a favorecer el progreso de los masones en su objetivo científico, sin que todo ello pueda provocar la menor inquietud a los gobiernos políticos.

En cuanto a la respuesta a la cuarta pregunta, Willermoz delineó ante los delegados el sistema masónico que ya había sido adoptado en el Convento de las Galias en 1778. El nuevo Régimen quedaría conformado por una Orden Masónica denominada Primera Clase, integrada por cuatro grados: los tres simbólicos tradicionales a los que se agregaba el de Maestro Escocés, una suerte de bisagra o grado de transición entre la orden exterior y la interior. Esta última, denominada Segunda Clase, conservaría una Orden de Caballería bajo el título de Caballeros Bienhechores de la Ciudad Santa. La Tercera Clase quedaba vacante, hasta tanto surgieran los hombres con los conocimientos adecuados para constituirla...

Sin embargo, es en este punto en donde Willermoz oculta la verdad ante la asamblea, una verdad que sólo era conocida por un pequeño núcleo de iniciados. La Tercera Clase sólo sería accesible para los que hubieren demostrado cualidades especiales, merecedoras de los grados de Profeso y Gran Profeso. Todavía hay más: Por encima quedaría aun la Orden de los Caballeros Masones Élus Cohen del Universo, el sistema que había aprendido de su maestro Martinez de Pasqually.

¿Quiénes conocían la verdad? Muy pocos. Ferdinand de Brunswick estaba dispuesto a sostener la estructura secreta de la Orden. Tampoco la desconocía Hesse-Cassel puesto que, en los días posteriores a la exposición final de Willermoz (30 y 31 de julio) ambos se manifestaron abiertamente a favor de la reforma del Régimen. También debía saberlo el mariscal Henri de Virieu, los hermanos Turkheim y el círculo intimo de los martinezistas de Auvernia y Borgoña, algunos de los cuales eran Grandes Profesos, es decir, ya formaban parte de la Tercera Clase que Wilermoz sólo esbozaba ante la asamblea como un proyecto a futuro.

4.- DESPUÉS DE WILHELMSBAD.

La propuesta de Willermoz fue votada por amplia mayoría. En los días siguientes, los delegados de los Iluminados de Baviera y los racionalistas se retiraron derrotados de la asamblea. No hubo de pasar mucho tiempo para que los Bávaros capitalizaran el descontento e incorporaran a sus filas a numerosos masones desencantados con el Régimen sancionado. El Convento estipuló un plazo de un año para que las logias alemanas de la Estricta Observancia manifestaran su acatamiento el Régimen Escocés Rectificado, pero la realidad demostró la renuencia de los alemanes a aceptar el nuevo sistema.

Del mismo modo que el Gran Oriente de Francia había tenido que dar marcha atrás en su intención de adherir a la Estricta Observancia y la aceptación de un directorio extranjero, los alemanes rechazaron la reforma de Lyón y encontraron nuevos rumbos. Muchos se apartaron para siempre de la Orden creada por el barón Hund; se fortalecieron las potencias que repudiaban la existencia de los Altos Grados y la masonería europea ingresó en una etapa de turbulencias que desencadenaría acontecimientos impensados.

Ferdinand, duque de Brunswick fue proclamado Gran Maestre del Régimen Escocés Rectificado y Jean-Baptiste Willermoz se convirtió en uno de los hombres más poderosos de la masonería, al menos de aquella que estaba dispuesta a sostener su tradición espiritual. Llevó la doctrina de Martinez de Pasqually a su punto más alto y, por un momento, pareció que triunfaría sobre los “filósofos del racionalismo” La masonería encontró finalmente el espíritu del que había carecido durante las primeras décadas y afianzó una tradición que se manifestaría de distintas maneras en los diferentes ritos y naciones. La masonería inglesa del Real Arco y la francesa del Rito Escocés Antiguo y Aceptado recrearían sus propio Altos Grados sembrados con los vestigios de una antigua tradición que “como un río que atraviesa un lago, no se pierde en él”.

En el futuro, pese a la condena y persecución que la secta de Weishaupt recibiría por parte del Estado, así como el señalamiento de su acción subversiva por parte de un importante sector de la francmasonería, ésta quedaría –merced a la malicia de algunos líbelos antimasónicos- profundamente identificada con la facción bávara al punto que, para muchos, Wilhelmsbad pasó a ser el germen de los grupos masónicos más radicalizados de la Revolución Francesa. ¿Es esto cierto? ¿Jugó la francmasonería, infiltrada por los bávaros, un rol determinante en los hechos revolucionarios posteriores a 1789?

[1] Findel, Historia General de la Francmasonería, p. 132.
[2] Según Frau Abrines, el emperador rechazó la oferta de uno de los dignatarios de la masonería austriaca con estas palabras: “No me habléis más de vuestros masones, le dijo, veo que son hombres como todos los demás, y que toda la filosofía de la que hacen alarde no les libra de las bajezas y las debilidades que lleva consigo el orgullo” Diccionario, voz José II.
[3] Le Forestier ob. cit. p. 669. La cita esta tomada de “Los Cuadernos Verdes N° 3” (Num. 9 des Cahiers Verts) editados por el Gran Priorato de Hispania, del Régimen Escocés Rectificado; traducción de Ramón Martí Blanco, Barcelona, 2002, p. 38, nota 10.
[4] Colinon, ob. cit p. 94.
[5] Bode había tenido una estrecha amistad con el filosofo racionalista alemán Gotthold Ephraím Lessing, cuya posición con respecto de la francmasonería puede resumirse con una anécdota de su iniciación: Cuenta el historiador Frau Abrines que la noche de su recepción en la Logia “Zu den drei Rosen” (Las Tres Rosas), su venerable maestro el barón de Rosemberg le preguntó: ¿Supongo que no habrá encontrado nada [en la ceremonia] en contra de la Religión y del Estado?, a lo que Lessing respondió “Ojalá que hubiera encontrado tal cosa, eso sería mucho más de mi agrado” Frau Abrines; Diccionario Enciclopédico de la francmasonería; ver voz Lessing
[6] Findel menciona que numerosos delegados acudieron a von Knigge durante el Convento solicitándole la admisión. Emile Dermenghem también hace referencia a los masones racionalistas derrotados en Wilhelmsbad que se aliaron luego, secretamente, con los Iluminados de Baviera. “Joseph de Maistre: La Francmasonería”, Memoria dirigida por Joseph de Maistre al duque de Brunswik, Sevilla, Marsay Ediciones, 2001, traducción de Ramón Martí Blanco, p. 39.
[7] “Los Cuadernos Verdes N° 1” (Num.7 des Cahiers Verts) p. 44.
[8] ob .cit. p. 50
[9] ob. cit. p. 66

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