sábado, 27 de octubre de 2012

¿HACE POLÍTICA LA MASONERÍA?

Por JOAQUÍN N. ARAMBURÚ



Dícese que la Masonería no hace política. Y esto es cierto, si por tal se entiende la lucha de bastardos intereses personales, el pugilato grosero de las venideras, los odios de camarillas, todo eso tan pequeño, tan prosaico, y tan miserable, que tienen por inspiradoras las malas pasiones y por fin el lucro de ambiciosos y perversos.

No; la Masonería no hace política, así. Los hombres que se dividen por diferencias fútiles, que se insultan y se aborrecen en la lucha de encrucijadas, asaltos y venganzas de la politequerilla, esos, si quieren penetrar en el interior de una Logia, han de descargar a la puerta el pesado fardo de sus miserias.

Pero política es el arte de gobernar bien a los pueblos. Y ningún ciudadano deja de esforzarse en ser bien gobernado, si por medianamente culto se tiene; como ningún hombre se resigna a vegetar en la esclavitud si puede vivir feliz en la libertad.



La Masonería hace política, pero política dignificadora. Esa que se funda en la práctica de las virtudes cívicas, en el ejercicio de los derechos y en el cumplimiento de los deberes inherentes a la ciudadanía; esa que tiende al mejoramiento de las relaciones sociales, a la paz, al orden, al progreso y la libertad de los pueblos.

No puede ser Masón quién no sepa leer y escribir. Con esa sola exigencia ineludible, hacemos política. Porque el hombre culto es capaz de cooperar al bien de la colectividad; tiene criterio para apreciar y aún resolver los problemas palpitantes de su tiempo, y discernimiento para escoger el camino de la conveniencia pública; mientras que el ignorante, masa dúctil en manos de explotadores y tiranos, es el peor enemigo del engrandecimiento de su tierra.

Ha de ser libre el que toque a nuestras puertas.. Y no tenemos por libre al hombre inculto, incapaz de comprender nuestros ideales de justicia y democracia.



Precisamente por eso han combatido tanto a la Masonería monarcas déspotas y obispos fanáticos; ellos veían que la política masónica significaba la condenación del espíritu humano contra sus empeños de degradación, embrutecimiento y explotación de los pueblos.

A préndese en Logia algo que hace mucha falta en el mundo profano para mantener el equilibrio social: el respeto de las opiniones ajenas. Podremos todos los masones pensar de distinto modo en los problemas de actualidad; pero no dejaremos por eso de amarnos, como hermanos que somos en el culto de la redención humana.

Y ese espíritu de templanza, y ese respeto mutuo, influyen directamente en las relaciones de los partidos políticos, si distanciados por procedimientos, hermanados en el amor a la patria.



La voluntad de las mayorías, juez supremo en toda verdadera democracia, constituye para nosotros algo así como un mandato divino. Así enseñamos a los ciudadanos a someterse a la opinión de los demás, respetando estrictamente las leyes , y sin que por eso se entienda que caen en la humillación de abjurar de su criterio. Libres son de sostenerlo en el terreno legal , y hasta vencer a las mayorías, a su tiempo, razonando y persuadiéndolas.

La protesta honrada, el disentimiento franco, la exposición desembozada de la opinión propia, es una virtud masónica.. El hombre debe decir siempre lo que piensa y lo que siente, duela a quién le duela y caiga en el que caiga. La hipocresía, el temor a la impopularidad, el disimulo de los sentimientos, todo eso que los hombres practican por no disculpados convencionalismos, recházalo por humana dignidad.

Cooperar a la redención de los pueblos es hacer política santa.



Ninguna institución tiende, como la nuestra, a hacer libres a los hombres: libres en el disfrute material de la vida, libres en los grandes desenvolvimientos del espíritu.

Pueblo esclavo es pueblo abyecto. Quién no lucha en cualquier forma por libertar a su país, no es hombre completo. Así han salido de nuestras Logias ideas dignificadoras, que han culminado en la apoteosis de la Revolución triunfante. Así el hermano humilde ha escalado la tribuna de girondinos en la Convención francesa, ha echado con Jorge Washington los cimientos del más grande y más libre de los pueblos; ha independizado con José Martí, a la bella esclava del Caribe, la tierra hermosa en las que se columpian las cañas agitadas por las brisas tropicales y elevan sus penachos las erectas palmeras, repitiendo incesantemente el himno de color de un pueblo tan noble como desventurado.

Así han estado siempre nuestras cariñosas simpatías con Lafayette, ayudando con su espada a la redención de los colonos del Norte; con Garibaldi, haciendo la unidad italiana; con Kosciuszko, el inmortal Kosciuszko; con Bolívar; con Krüger, con todo lo grande, lo redentor, lo libre y lo augusto.



La política, más que un arte noble, es la esencia de las actividades humanas, encaminadas a la más perfecta organización de los pueblos.

¿Quién no hace política? Es decir, ¿quién no ansía el bienestar de su familia , la riqueza de su pueblo, el mejoramiento de su provincia y la grandeza de su Nación?

¿Qué hombre medianamente culto, no busca el orden, la tranquilidad, el trabajo, la dignificación de todos; el honor para su bandera, la fortaleza para su raza, la fuerza y el engrandecimiento para su patria?



¿Ni que Masón, haya nacido en el Trópico o bajo los climas polares, no aplaude en otros hombres ese anhelo bellísimo, eterno ideal de todo espíritu cultivado?

Todos, todos hacemos política. A veces hasta con el pan que comemos y el agua que llevamos a nuestros labios.

La Masonería hace sin cesar política que ennoblece, la que dignifica, la que engrandece.

Lo que ella no permite es que sus adeptos dejen de amarse por diferencias de apreciación o criterios de escuela; no tolera que penetre en sus Templos quién no sepa hacerse superior a sus preocupaciones, arrojando, antes de pisar el umbral, el fardo de sus miserias.


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