martes, 8 de enero de 2013
Leyenda Luciferina de la Masonería
Publicado por Lalo Figueroa
La leyenda dice que el luciferino espíritu se ayuntó con Eva, pero que fue expulsado por Jehová, quien lo separó de ella antes del nacimiento de su hijo Caín, al que por esto se le llamó hijo de la viuda.
Así desde un principio hubo dos linajes de gente en el mundo. Los engendrados por el luciferino espíritu de Samael y participantes de una semidivina naturaleza empapada de la dinámica energía marciana, que heredaron de su divino ascendiente, son agresivos, progresivos, dotados de grande iniciativa, pero rebeldes a todo freno de autoridad, tanto divina como humana. Este linaje de seres aborrece el aceptar nada por la sola fe, y propende a demostrarlo todo a la luz de la razón.
Creen por las obras y no por la fe, y con su indomable valor e inextinguible energía han trasmutado la aridez de los desiertos del mundo en un jardín henchido de vida y belleza y tan ameno, tal es el temperamento de los hijos de la viuda, heredado de su divino progenitor Samael e infundido por él en Caín.
El pasado de los hijos de la viuda es una lucha contra las adversas condiciones y su hazaña es la victoria conseguida contra todas las fuerzas hostiles por el indomable valor y persistente esfuerzo. Por otra parte, mientras Caín, guiado por divina superación, cultivaba el suelo para medrarán dos briznas de hierba donde sólo crecía una, Abel, la progenie humana de padres humanos, no experimentaba inquietud ni excitación alguna, pues era una criatura de Jehová por mediación de Adán y Eva, y se contentaba con apacentar los rebaños, también creados por Dios, y de ellos mantenerse y multiplicarlos sin trabajo ni iniciativa por su parte.
Esta dócil actitud placía sumamente al Dios Jehová, que era en extremo celoso de sus prerrogativas como Creador. Así es que aceptaba cordialmente las ofrendas de Abel, obtenidas sin esfuerzo ni iniciativa, y desdeñaba las ofrendas de Caín, porque procedían de su propio instinto creador, semejante al de Jehová.
Entonces Caín mató a Abel; más no por ello exterminó a las dóciles criaturas de Jehová, porque dice el texto bíblico que Adán conoció a Eva, que parió a Seth, el cual tenía las mismas características de Abel y las trasmitió a sus descendientes, quienes hasta el día de hoy continúan esperándolo todo del Señor y viven por la fe y no por las obras.
Por ardua y enérgica aplicación al trabajo del mundo, los hijos de Caín habían adquirido mundanal sabiduría y poder.
La animosidad entre Caín y Abel se ha perpetuado de generación en generación entre sus respectivos descendientes.
Los hijos de Caín aspiran a formar operarios hábiles en el manejo de las herramientas con que puedan obtener sustento de la tierra maldita por su divino adversario Jehová.
La leyenda dice, que de Caín descendieron Methusael, inventor de la escritura; Tubal-Caín, hábil artífice en metales; y Jubal, inventor de la música.
Así tenemos que los hijos de Caín fueron los inventores de las artes e industrias. Por lo tanto, cuando Jehová escogió a Salomón, vástago de la raza de Seth, para que edificase una casa en su honor, la sublime espiritualidad de una dilatada estirpe de descendientes divinamente guiados, floreció en el proyecto del magnífico templo llamado Templo de Salomón, aunque Salomón sólo fue instrumento para llevar a cabo el divino plan revelado por Jehová a David.
Pero Salomón era incapaz de dar forma concreta y material al proyecto, y así necesitó el auxilio de Hiram, rey de Tiro y descendiente de Caín, quien escogió a Hiram Abiff, el hijo de la viuda (según se llaman todos los francmasones a causa de la relación de su divino progenitor con Eva), por jefe de los operarios, pues en él se compendiaban y florecían las artes e industrias de cuanto hijos de Caín le habían precedido.
Los hijos de Caín, como descendientes del ígneo Lucifer, eran muy diestros en el uso del fuego, y por medio de este elemento convirtieron en altares, vasos sagrados y jofainas los metales atesorados por Salomón y sus antecesores. Bajo la dirección de Hiram Abiff se construyeron columnas.
Los sucesos que condujeron a la conspiración tramada contra el Gran Maestre Hiram Abiff y que culminó en su asesinato, comenzaron con la llegada de la reina de Saba, atraída a la corte de Salomón por referencias de la maravillosa sabiduría de este monarca y el esplendor del templo en cuya construcción estaba empeñado. Dícese que llegó cargada de soberbios presentes y que desde un principio admiró en extremo la sabiduría de Salomón. La misma Biblia, escrita con arreglo al criterio de las Jerarquías Jehovísticas, insinúa que la reina vio en la corte de Salomón a otro más gallardo, aunque nada concreta sobre el particular.
El matrimonio de Salomón con la reina de Saba no llegó a consumarse, pues de lo contrario el nombre masón se hubiese desvanecido hace largo tiempo, y la humanidad en general fuera hoy hija sumisa de la iglesia dominante, sin opción ni albedrío ni prerrogativas.
Después que la reina de Saba hubo visto el suntuoso palacio de Salomón y hubo hecho sus exquisitos regalos de oro y obras de arte, quiso ver también el grandioso Templo, cuya construcción estaba, a punto de terminar. Maravillándose mucho de la magnitud de la obra, pero le extrañó la aparente ausencia de operarios y el silencio reinante en aquel lugar, por lo que le suplicó a Salomón que llamara a los operarios para que ella pudiese ver a quienes habían labrado tal maravilla; pero aunque los palaciegos de Salomón obedecían el más leve deseo del monarca, y aunque el Dios Jehová había ordenado a Salomón que edificara el templo, los operarios no estaban sujetos a su autoridad, pues sólo obedecían a quien tenía La Palabra y El Signo.
Por lo tanto, nadie acudió al llamamiento de Salomón, y la reina de Saba no pudo menos de inferir que tan maravillosa obra estaba construida por alguien superior a Salomón. En consecuencia, insistió la reina en ver y conocer al Rey de las Artes y a sus admirables operarios, con mucho pesar de Salomón, quien sentía haber desmerecido en la estimación de la reina.
Salomón había ya pedido la mano de la reina de Saba, quien se la había otorgado, por lo que presintiendo el rey que si ella encontraba a Hiram Abiff podía mudársele el afecto, intentó consumar el matrimonio antes de satisfacer el deseo que la reina tenía de ver al Gran Maestre. Pero la reina se obstinaba en verle desde luego, porque presentía la grandeza del magistral artífice cuya habilidad había construido el maravilloso templo, y se sentía instintivamente impelida hacia aquel hombre de acción, como nunca le había conmovido la sabiduría de Salomón, en quien sólo hallaba la verbosidad de floridos discursos y altos ideales que era incapaz de realizar.
Por lo tanto la resistencia mostrada por Salomón en facilitarle la entrevista con Hiram Abiff acrecentó los anhelos e importunaciones de la reina de Saba, hasta el punto de que Salomón no tuvo más remedio que satisfacerle el deseo, y sí fue que de mal agrado mandó en busca del Gran Maestre.
Al presentarse Hiram Abiff, vio Salomón arder la llama del amor en los ojos de la reina y arraigaron en su corazón el odio y los celos; pero era demasiado sabio para delatar sus sentimientos.
Según la leyenda masónica, la reina de Saba solicitó entonces de Hiram Abiff que le mostrara los operarios del templo. El gran Maestre golpeó con su martillo una roca cercana de modo que brotaron chispas, y al signo del fuego unido a la palabra de poder, los operarios del templo se agruparon en torno de su Maestro en innumerable multitud, todos dispuestos y anhelosos de obedecer sus órdenes. Tan profundamente impresionó a la reina de Saba aquel espectáculo detonador del maravilloso poder de aquel hombre que determinó desdeñar a Salomón y ganar el corazón de Hiram Abiff.
Según la leyenda masónica, Hiram Abiff, el Gran Maestre, empleaba un martillo para llamar a sus operarios, y es muy significativo que el símbolo del signo Aries, en donde comienza esta maravillosa actividad creadora tenga la figura de un doble cuerno de carnero, semejante a un martillo.
También merece mención que en la antigua mitología escandinava los vanires o deidades del agua son vencidos por los asires o deidades del fuego. El martillo con que el escandinavo dios Thor arranca fuego del cielo tiene su analogía en el rayo de Júpiter. Los asires pertenecían como Hiram a la Jerarquía del Fuego, a los espíritus de Lucifer e Hijos de Caín que con su individual esfuerzo luchaban por lograr la maestría, y por lo tanto mantenían el ideal masculino, diametralmente opuesto al de la Jerarquía actuante en el plástico elemento Agua.
Muy diferentes son los templos de los hijos de Caín, donde el candidato entra “pobre”, “desnudo” y “ciego”. Se le pregunta qué busca y si responde que la Luz, deber del Maestro es darle lo que pide y hacerle francmasón o hijo de la Luz.
También tiene el Maestro el deber de enseñarle a trabajar, y para emulación se le presenta el ejemplo de Hiram Abiff, del Maestro Artífice, como masculino ideal. Se le enseña a que siempre esté dispuesto a razonar su fe.
En adelanto y ascenso en la Masonería mística no depende del favor ni pueden otorgarse hasta que el candidato lo merece por haber acumulado el poder de adelantar, de la propia suerte que no es posible disparar una pistola hasta que este cargada. La iniciación no es más que el movimiento del gatillo, y consiste en enseñarle al candidato la manera de emplear sus acumulados poderes.
Entre los obreros del Templo hubo algunos que se figuraron merecer el ascenso a un grado superior sin haber acumulado el necesario poder, y, por lo tanto, Hiram Abiff no pudo iniciarlos, y como ellos eran incapaces de ver que las deficiencias estaban en ellos, se resistieron contra Hiram.
Desmesuradamente ambiciosos candidatos de hoy día menosprecian y desdeñan a un instructor espiritual que no puede darles inmediata iluminación e inducción en lo invisible porque todavía están comiendo en las “ollas de Egipto” y repugnan sacrificarse en el altar de la abnegación.
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