sábado, 9 de febrero de 2013


La Escritura de Isis sin Velo
H-Steel-Olcott-2009 

Por Henry Steel Olcott
Publicado en Old Diary Leaves, Vol. I, 1895
Traducción y Redacción: Eulalia M. Díaz






De la escritura de Isis Sin Velo, de Madame Blavatsky, veamos qué recuerdos nos trae la memoria, sacados del cuarto oscuro donde se guardan sus imperecederos negativos.
Si pudiéramos decir alguna vez que un libro hizo época, sería éste. Sus efectos han sido tan importantes en cierto sentido, como lo fueron los primeros trabajos de Darwin. Ambos fueron ondas de la marea dentro del pensamiento moderno, y ambos tendieron a barrer las crudezas teológicas y reemplazar la creencia en el milagro con la creencia en la ley natural. Sin embargo, nada podría haber sido más común y poco ostentoso que el comienzo de Isis.
Un día, en el verano de 1875, H. P. B. me mostró algunas hojas manuscritas y me dijo: Escribí esto anoche por orden, pero no sé lo que será. Quizás sea para un artículo periodístico, o para un libro, o tal vez para nada. De todos modos, hice lo que me ordenaron.
Después lo guardó en una gaveta y nada más se dijo del mismo durante un tiempo. Pero en el mes de septiembre, si la memoria me es fiel, H. P. B. fue a Siracusa (N.Y.) a visitar a sus nuevos amigos, el Profesor y la Sra. Corson, de la Universidad de Cornell, y el trabajo prosiguió.
Me escribió diciéndome que sería un libro sobre la historia y la filosofía de las Escuelas Orientales, y su relación con las de nuestro tiempo. Dijo que estaba escribiendo sobre cosas que nunca antes había estudiado, y que estaba tomando citas de libros que jamás había leído en su vida
Para comprobar si esto era cierto, el Prof. Corson comparó sus citas con obras clásicas de la biblioteca de la Universidad y encontró que ella estaba en lo cierto.
Cuando regresó a la ciudad no estaba demasiado laboriosa al respecto, sino más bien escribía esporádicamente, y lo mismo sucedió durante la época en que vivió en Filadelfia. Pero un mes o dos después de la formación de la Sociedad Teosófica, ella y yo tomamos dos habitaciones en el 433 West 34 St., ella en el primer piso y yo en el segundo, y desde entonces la escritura de Isis comenzó sin parar y sin interrupción hasta completarse en 1877.
H. P. B. no había hecho labor literaria alguna en toda su vida; sin embargo, jamás yo conocí, ni siquiera a un periodista jefe de un diario, que pudiera comparársele por su tremendo aguante e incansable capacidad de trabajo. Pasaba desde la mañana hasta la noche en su mesa de trabajo, y rara vez nos íbamos a acostar antes de las 2:00 a.m.
Durante el día, yo tenía que atender mis labores profesionales, pero luego de una cena temprana, nos sentábamos juntos en nuestra gran mesa y trabajábamos como si nos fuera la vida en ello, hasta que la fatiga nos obligaba a parar.
¡Qué experiencia! La educación de una vida entera de lectura y pensamiento, de pronto se vio repleta y comprimida para mí en este período de menos de dos años. Yo no le servía únicamente como su amanuense o corrector de estilo, sino que me convirtió en su colaborador. Tal parecía que me hacía utilizar cuanto yo había leído o pensado, y estimulaba mi cerebro a pensar en nuevos problemas que me planteaba sobre ocultismo y metafísica, a los cuales mi educación nunca me había llevado, y que sólo pude comprender a medida que mi intuición iba desarrollándose bajo este proceso forzado. Ella no trabajaba con plan fijo alguno, sino que las ideas afluían a su mente como un perenne manantial cuyas aguas se derramaran.
En determinado momento estaba escribiendo sobre Brahma, y al minuto siguiente sobre el gato eléctrico meteórico de Babinet. A veces estaba citando con reverencia a Porfirio, y al instante siguiente estaba tomando una cita de un periódico o de algún panfleto moderno que yo acababa de traer a la casa. Podía estar adorando las perfecciones del Adepto ideal, y de pronto se distanciaba de ello para darle un porrazo al Prof. Tyndall o a alguna otra persona que no fuese de su agrado, con su crítica porra. De cualquier modo, como un arroyo incesante, cada párrafo completo continuaba viniendo, y podía ser cortado sin daño alguno del posterior o el precedente. Incluso como está ahora, después de todas sus numerosas revisiones, un examen del maravilloso libro mostrará que éste es el caso.
Si ella, a pesar de su conocimiento, carecía de plan de trabajo alguno, ¿no sirve eso para probar que ese trabajo no fue concebido por ella, sino que ella fue un canal por el cual esa oleada de fresca esencia vital se derramó sobre las estancadas aguas del pensamiento espiritual moderno?
Como parte de mi adiestramiento educacional, H. P. B. solía pedirme que le escribiera algo sobre un tema especial, y acaso me sugería los puntos más sobresalientes que debía contener, o me dejaba que yo hiciera lo mejor que pudiera con mis propias intuiciones. Cuando terminaba, si no le servía, usualmente imprecaba, y me soltaba unos cuantos improperios de esos que casi provocan un impulso homicida. Pero si yo estaba listo para romper mi desafortunada composición, ella me la quitaba de las manos y la dejaba a un lado para un posterior uso cualquiera después de acortarla un poco, y yo volvía a tratar de escribir algo de nuevo.
Su propio manuscrito con frecuencia era algo digno de ver. Estaba cortado, pegado, vuelto a recortar y a pegar de nuevo, de tal forma, que si uno lo miraba a trasluz, podía ver que tenía quizás seis, u ocho, o diez pedazos de papel cortados de otras páginas y pegados todos juntos, con el texto unido por palabras u oraciones interlineadas. Tan hábil se convirtió en hacer este trabajo, que con frecuencia se jactaba humorísticamente de esta capacidad suya ante los amigos presentes. Nuestros libros de referencia algunas veces sufrían igualmente en este proceso, porque el emplane de los textos se hacía sobre sus propias páginas, y hay volúmenes en las bibliotecas de la sede de Adyar y de Londres que aún portan las huellas.
Desde que hizo su primera aparición en el Daily Graphics en 1874, a través de su carrera americana, H. P. B. siempre estuvo rodeada de visitantes, y si entre ellos por casualidad había alguno que tuviera algún conocimiento especial de cualquier cosa conocida dentro de su campo de trabajo, invariablemente lo buscaba y, si era posible, hacía que escribiera sus puntos de vista o sus recuerdos para insertarlos en su libro.
Algunos ejemplos de esta clase son el recuento del Sr. O´Sullivan sobre un trance mágico que tuvo lugar en París; un interesante dibujo del Sr. Rawson de las iniciaciones secretas de los drusas del Líbano; las numerosas notas del Dr. Alexander Wilder con párrafos de texto en la Introducción y en ambos volúmenes, y otras más que añadieron valor e interés a la obra.
Conocí a un rabino judío que pasaba horas y noches enteras en compañía de H. P. B. discutiendo sobre la Cábala, y le escuché decir que, aunque él había estudiado la ciencia secreta de su religión durante treinta años, ella le había enseñado cosas con las que él ni siquiera soñaba, y le había dado una clara luz sobre pasajes que ni siquiera sus mejores maestros habían comprendido.
¿De dónde obtuvo ella este conocimiento? De que lo poseía no había duda alguna, ¿pero dónde lo obtuvo? No fue de sus institutrices en Rusia, ni de ninguna otra fuente conocida de su familia o sus amigos más íntimos, ni tampoco de los trenes o los barcos de vapor donde viajó cuando empezó a vagar por el mundo después de sus 15 años, ni de ninguna universidad porque jamás se matriculó en alguna, ni de las grandes bibliotecas del mundo.
A juzgar por sus conversaciones y sus hábitos antes de emprender esta enorme obra literaria, ella no había aprendido nada de esto, ni de una fuente ni de otra, pero cuando necesitaba la información la tenía a mano, e incluso en sus mejores momentos de inspiración –si el término es admisible– ella asombraba a los más eruditos por su conocimiento, como mismo asombraba a todos los presentes con su elocuencia y los deleitaba con su alegría y su burlón humorismo.
Uno creería, viendo las numerosas citas de Isis Sin Velo, que ella las escribió en una alcoba del Museo Británico o de la Biblioteca Astor en Nueva York. La realidad es, sin embargo, que nuestra biblioteca completa contenía escasamente unos 100 libros de referencia.
De vez en cuando, el Sr. Sotheran, el Sr. Marble, u otros amigos le traían un libro, y posteriormente ella le pidió prestado algunos más al Sr. Bouton. De algunos libros hizo gran uso, por ejemplo, Gnostics, de King; Rosicrucians, de Jennings; Sod and Spirit History of Man, de Dunlop; Hindu Pantheon, de Moor; de los furiosos ataques contra la magia, el mesmerismo, el espiritualismo, etc. hechos por Mousseaux, todos los cuales él denunció como obra del diablo; de varios trabajos de Eliphas Levi; de los 27 volúmenes de Jacolliot, y de las obras de Max Muller, Huxley, Tyndall, Herbet Spencer, y otros grandes autores de más o menos fama, pero que no pasaban de un centenar, diría yo.
Entonces, ¿qué libros consultó, y a qué biblioteca tuvo acceso? El Sr. W. H. Burr le preguntó al Dr. Wilder en una carta abierta enviada a la publicación Truth-Seeker, si el rumor que corría era cierto de que él había escrito Isis para H. P. B., a lo cual nuestro querido y viejo amigo respondió que ese rumor era realmente falso, y que él había hecho tanto por H. P. B. como yo había indicado anteriormente, que le había dado muchos buenos consejos, y que, por consideración, había preparado el enorme Índice, de unas 50 páginas, a partir de las pruebas de plana que le enviaron para tal finalidad. Eso fue todo.
Y también carece de fundamento alguno la historia, frecuentemente repetida, de que fui yo quien escribió el libro y ella fue quien le dio el toque final. Fue exactamente lo opuesto. Yo corregí cada página del manuscrito varias veces, e incluso revisé las pruebas. Escribí muchos párrafos para ella, que con frecuencia contenían solamente sus propias ideas, ya que ella incluso entonces (unos 15 años antes de su muerte, al igual que antes de su completa carrera como escritora de literatura inglesa) no podía a veces estructurar las ideas en inglés de una forma que fuese de su agrado. Yo la ayudaba a encontrar las citas y realizaba otros trabajos puramente auxiliares. Pero el libro es de ella sola en lo que a personalidades en este plano de manifestación se refiere, y ella debe recibir todos los elogios y todas las culpas que por ello merezca.
Ella hizo época con su libro y, durante su preparación, me convirtió a mí en su alumno y ayudante, tan adecuado como haya podido hallárseme realizando el trabajo teosófico durante estos pasados veinte años.
Entonces, ¿de dónde H. P. B. sacó los materiales con los cuales compuso Isis, que no pueden acreditarse a las fuentes literarias que ella tenía a su alcance para sacar las citas?
De la Luz Astral, a través de su intuición, y de sus Maestros, los “Hermanos”, “Adeptos”, “Sabios”, “Maestros”, todas las diversas maneras en que han sido llamados. ¿Cómo lo sé? Porque trabajé dos años con ella en Isis, y muchos más en otros trabajos literarios.
Verla trabajar era una experiencia insólita e inolvidable. Usualmente nos sentábamos en lados opuestos de una gran mesa, desde donde yo observaba todos sus movimientos. Su pluma iba volando sobre las páginas cuando de pronto ella paraba, se quedaba mirando al espacio con esa vaga mirada del clarividente, enfocaba su vista como para ver algo invisible que estuviera flotando en el aire delante de ella, y comenzaba a copiar en el papel lo que veía. Cuando la cita terminaba, sus ojos asumían de nuevo su expresión natural, y luego ella continuaba escribiendo hasta que de nuevo se detenía para realizar otra interrupción similar.
Recuerdo dos ocasiones en que también yo pude ver, e incluso tocar, libros de cuyos duplicados astrales ella había copiado citas para su manuscrito, cuando H. P. B. se vio obligada a “materializarlos” para mí, para yo poder corroborar las referencias cuando estuviera leyendo las pruebas, y rehusé aprobar las páginas tal y como estuvieran, a menos que mis dudas sobre la exactitud de su copia quedasen satisfechas. Uno de ellos era un trabajo francés sobre fisiología y psicología. El otro, también de un autor francés, era sobre una rama de la neurología. El primero estaba escrito en dos volúmenes, encuadernado en piel, y el otro en papel. Por entonces, vivíamos en el 302 West 47th Street, la famosa “lamasería” y sede ejecutiva de la Sociedad Teosófica.
Le dije: “No puedo dejar pasar esta cita así, porque estoy seguro de que no puede ser como está escrita.” Ella me contestó: “Ah, no te preocupes, así está bien, déjala pasar”. Rehusé hacerlo, hasta que finalmente me dijo: “Bueno, espérate un minuto y trataré de buscarla”. La mirada distante vino de nuevo a sus ojos, y al momento ella me señaló una esquina lejana de la habitación donde había un estante con algunos adornos, y con una voz hueca me dijo: “¡Allí!”, y entonces volvió a ser ella misma.
¡Ve allí, ve a buscarla allí” Fui hasta allí y encontré los dos volúmenes que quería, a pesar de que yo, hasta ese momento, no tenía conocimiento alguno de que los mismos estuviesen en la casa.
Comparé el texto con la cita de H. P. B., y le mostré que yo estaba en lo cierto respecto de mi sospecha de que había un error, hice la corrección en la prueba y entonces, a petición suya, volví a colocar los dos volúmenes en el mismo sitio sobre el estante del cual los había tomado. Regresé a mi asiento a trabajar, y al poco rato, cuando volví a mirar hacia allí, ¡los libros habían desaparecido! Después de narrar esta historia (absolutamente cierta), los escépticos e ignorantes pueden sentirse en completa libertad para dudar de mi salud mental. Espero que les asiente. Lo mismo pasó en el caso de otro aporte de otro libro, pero éste no desapareció, sino que se encuentra en posesión nuestra en estos momentos.
La “copia” de H. P. B. presentaba las más marcadas faltas de parecido en distintos momentos. Pese a que la escritura en general tenía una característica peculiar que hacía que quienes estuvieran familiarizados con ella la reconocieran siempre como una página escrita por H. P. B., cuando uno examinaba las hojas cuidadosamente, descubría por lo menos tres o cuatro variaciones en el estilo, y cada una de ellas se mantenía a lo largo de varias páginas, dando paso luego a otras variantes caligráficas. Vale decir que casi nunca –o nunca, según ahora recuerdo—había más de dos estilos en una misma página, e incluso dos solamente cuando un mismo estilo prevalecía a lo largo del trabajo de una noche, o quizás de la mitad de la noche, y luego cedía el paso súbitamente a otro, que continuaba durante el resto de la noche, o durante la noche entera, o hasta la “copia” de la mañana.
Una de estas letras de H. P. B. era muy pequeña, pero plana; otra era fuerte y libre; otra, plana y de mediano tamaño, pero muy legible, y otra eran unos garabatos muy difíciles de leer, con extrañas letras a, x y e. También había una enorme diferencia en el inglés utilizado en estos diversos estilos. Algunas veces yo tenía que hacer varias correcciones en cada línea, mientras que otras veces podía pasar varias páginas sin que hubiera una falta idiomática o gramatical que necesitara corrección. Los manuscritos más perfectos de todos eran los que se escribían mientras ella dormía. El comienzo del capítulo sobre la civilización del Antiguo Egipto (vol. I, cap. XIV) es una ilustración.
Habíamos parado de trabajar allí la noche antes alrededor de las 2:00 a.m., como era lo usual, y ambos estábamos demasiado cansados para pararnos a fumar y conversar antes de separarnos. Ella prácticamente se quedó dormida en su silla cuando yo le estaba dando las buenas noches, conque me apresuré a irme a mi habitación. A la mañana siguiente, cuando bajé luego de tomar mi desayuno, ella me mostró una pila de por lo menos treinta o cuarenta páginas bellamente escritas para el manuscrito de H. P. B. que, según me dijo, fueron escritas para ella por… bueno, por un Maestro, cuyo nombre nunca ha sido tan degradado como los de otros. Eran perfectas en todo sentido y se fueron a la imprenta sin más revisión.
Ahora, un hecho curioso era que cada cambio en el manuscrito de H. P. B. estaba precedido por la salida de ella de la habitación un momento, o por la entrada en ese estado de trance o abstracción, cuando su mirada se tornaba inexpresiva y parecía mirar al espacio que estaba más allá de mí, y luego regresar casi de inmediato a su estado normal. Después había un evidente cambio de personalidad, o más bien de rasgos personales en su forma de andar, en la voz, en la vivacidad de sus maneras y, sobre todo, en su temperamento.
El lector de su libro Caves and Jungles of Hindustan (Las Cuevas y Selvas de Indostán) recordará cómo la pitonisa salía a cada rato y regresaba bajo el control, como alegaba, de una diosa diferente. Así mismo ocurría con H. P. B. Salía de una habitación como una persona y regresaba a ella como otra. No es que fuese otra en algún cambio visible de su cuerpo físico, sino en cuanto a su forma de moverse, de hablar y a sus maneras, con una distinta agudeza mental, con diferentes puntos de vista, con un distinto dominio de la ortografía en inglés, del idioma y la gramática, y un control muy distinto de su temperamento, que en sus momentos más alegres era casi angelical, y en otros era lo contrario. Algunas veces, mi estúpida incapacidad para redactar las ideas como ella deseaba que yo las escribiera, las tomaba con paciente benevolencia.
Otras veces, quizás ante errores más ligeros, ¡parecía estar lista para estallar de furia y aniquilarme en el acto! Esos accesos de ira eran, sin duda, explicables a veces por su estado de salud y de aquí que fuesen normales. Pero esta teoría no sería suficiente para explicar algunas de sus crisis.
A. P. Sinnett la describe admirablemente en una carta privada como una mística combinación de diosa y tártara, y observando sus cambios de conducta dice al respecto:
“Ella no tenía ciertamente ninguno de los atributos superficiales que uno puede esperar de un maestro espiritual. Y el hecho de cómo ella podía ser tan filosófica como para dar el mundo entero a cambio del avance espiritual, y ser al mismo tiempo igualmente capaz de entrar en un apasionado frenesí por cualquier molestia común, constituyó un profundo misterio para nosotros durante largo tiempo…” (174). (1)
Pero con la teoría de que, cuando su cuerpo era ocupado por un sabio ella tenía que actuar con la tranquilidad del sabio, y cuando no, pues no, el rompecabezas queda resuelto. Su bien amada tía, la señora N. A. F., quien la quería mucho y a quien ella quiso con pasión hasta el día de su muerte, le escribió al Sr. Sinnett que su extraño temperamento excitable –una de sus más marcadas características–siempre se hizo evidente desde su juventud.
Incluso por entonces le daban arrebatos ingobernables, y mostraba una enorme tendencia a rebelarse contra cualquier clase de autoridad o control.
H. P. B., hablando sobre sí misma en una carta familiar (Op. Cit., p. 157), se refirió a su experiencia física cuando escribía su libro:
“Cuando escribía Isis, la escribía muy fácilmente, tanto que ciertamente no era trabajo alguno, sino un verdadero placer. ¿Por qué he de ser elogiada por ello? Cuando me dicen que escriba, me siento y obedezco, y puedo escribir fácilmente de casi cualquier cosa: metafísica, psicología, filosofía, religiones antiguas, zoología, ciencias naturales, y de qué no. Nunca me pregunto: “¿podré escribir sobre este tema?” o “¿estoy apta para esta tarea?”, sino que simplemente me siento y escribo. ¿Por qué? Porque alguien que lo sabe todo me lo dicta: mi Maestro, y ocasionalmente otros a quienes conocí en mis viajes hace años.
Por favor no se imaginen que he perdido mis facultades. Ya les he hablado con anterioridad ligeramente sobre ellos…, y les digo sinceramente que cuando escribo sobre un tema, sé muy poco o nada del mismo. Yo simplemente me entrego a Ellos y uno de Ellos me inspira, o por ejemplo, me permite sencillamente copiar lo que escribo de otros manuscritos, e incluso de materiales impresos que pasan en el aire por delante de mis ojos, durante un proceso en el cual nunca he estado inconsciente ni un solo instante.”
Una vez le escribió a su hermana Vera sobre el mismo asunto: su forma de escribir.
“Podrás no creerme, pero te aseguro que al decirte esto estoy diciéndote la verdad. Yo estoy ocupada, no sólo con la escritura de Isis, sino con Isis misma. ¡Vivo en una especie de encantamiento permanente, una vida de visiones y visitaciones con los ojos abiertos, y sin posibilidad alguna de ser engañada por mis sentidos!
Me siento y observo a la clara diosa constantemente, y según ella despliega ante mí el significado oculto de sus secretos, largo tiempo perdidos, y el velo se torna más fino cada hora y más transparente, éste gradualmente se cae ante mis ojos y yo contengo el aliento y difícilmente puedo dar crédito a mis sentidos!
Durante varios años, para no olvidarme de lo que aprendí en otros sitios, me hacían tener permanentemente delante de mis ojos todo lo que necesitaba ver. Así, noche y día, las imágenes del pasado siempre están desfilando ante mi ojo interno. Lentamente, y deslizándose en silencio como las imágenes de un panorama encantado, siglo tras siglo aparece ante mí… Y yo tengo que conectar esas épocas con ciertos sucesos históricos, y yo sé que no habrá error. Razas y naciones, países y ciudades, emergen en siglos pasados, luego se desvanecen y desaparecen durante otro, y luego me dicen la fecha precisa…
Las mayor antigüedad da paso a períodos históricos, los mitos se explican con hechos reales y personajes que existieron en la realidad, y cada acontecimiento importante o no importante, cada revolución, es una nueva hoja que se pasa en el libro de la vida de las naciones, con su incipiente curso y consecuencias naturales, y permanecen fotografiados en mi mente como si se hubiesen quedado impresos en colores indelebles… Cuando veo y observo mis pensamientos, éstos aparecen ante mí como si fuesen pequeños trozos de madera de varias formas y colores de un rompecabezas.
Voy cogiendo las piezas, una por una, y las voy poniendo a un lado hasta que encuentro la pieza que encaja con la otra, y al final siempre aparece algo geométricamente correcto… Yo ciertamente rehúso atribuir eso a mi propio conocimiento o a mi memoria, porque yo nunca podría llegar sola a ninguna de esas premisas o conclusiones. Te digo muy seriamente que estoy siendo ayudada. Y quien me ayuda es mi gurú.” (Op. Cit., 157-8).
Los lectores a quienes les gusta comprobar estos asuntos psíquicos tan únicos llevándolos hasta el final, no dejarán de comparar las explicaciones anteriores que ella da sobre sus estados de conciencia, con una serie de cartas enviadas a su familia que comenzaron a imprimirse en la revista Path (N.Y., 144 Madison Ave.), en diciembre de 1894. En ellas, H. P. B. admite francamente que su cuerpo era ocupado en esos momentos, y el trabajo literario era hecho por otras entidades que me enseñaron a través de sus labios y que entregaron un conocimiento que ella misma no poseía en modo alguno en su estado normal.
Tomada en forma literal, tal y como se lee, esta explicación difícilmente sea satisfactoria, pero si los pensamientos disgregados de su rompecabezas psíquico siempre encajaban juntos como para hacer el mapa de su rompecabezas estrictamente geométrico, entonces su trabajo literario debería estar libre de errores, y sus materiales seguir un esquema ordenado de lógica y secuencia literaria. Ni falta hace decir lo opuesto en este caso, que incluso cuando Isis Sin Velo salía de la prensa de Trow, después que Bouton gastó más de $ 600 en hacer las correcciones y los cambios requeridos en las pruebas de galera, en las páginas, y en las pruebas de las placas (2), eso era, y sigue siendo hasta hoy día, algo sin un definido plan literario.
El volumen I dice estar dedicado a asuntos de Ciencia. El volumen II, al tema de la Religión, pero hay muchas partes dentro de cada volumen que corresponden a otro sitio, y la Srta. Kislingbury, quien hizo un esquema del Índice del volumen II la misma noche en que yo estaba haciendo el del volumen I, puede dar testimonio de las dificultades que ambos confrontamos tratando de determinar características que nos permitieran trazar un plan concreto para cada uno de nuestros volúmenes.
Entonces, de nuevo, cuando el editor se negó rotundamente a invertir más capital en esta aventura, ya habíamos preparado suficiente material para hacer un tercer volumen, pero éste fue rudamente destruido antes de que abandonáramos América. H. P. B. ni soñaba que pudiera llegar a utilizarlo en la India, en momentos en que el Theosophist, la Doctrina Secreta y otras posteriores producciones literarias ni siquiera habían sido pensadas. ¡Con cuánta frecuencia ella, y también yo, nos lamentamos por todo aquel valioso material que desperdiciamos sin pensarlo!
Habíamos trabajado en el libro durante varios meses y ella ya había entregado las 870 páginas del manuscrito, cuando una noche me preguntó si yo estaría dispuesto y de acuerdo (para complacer a nuestro Paramagurú), ¡en empezarlo todo de nuevo!
Recuerdo bien la impresión que me llevé al pensar que todas esas semanas de ardua labor, de tormentas psíquicas y de enredos arqueológicos que le rompían a uno la cabeza, debían contar –como yo, en mi tremenda e ignorante ceguera imaginaba– para nada. Sin embargo, como mi amor, reverencia y gratitud hacia este Maestro, y hacia todos los Maestros por darme el privilegio de compartir este trabajo suyo no tenía límites, consentí en ello y pusimos manos a la obra.
Fue bueno para mí que así lo hice, porque habiendo probado mi firmeza de propósito y mi lealtad a H. P. B., obtuve una amplia recompensa espiritual. Los principios me fueron explicados, me dieron numerosas ilustraciones de la forma en que operan los fenómenos psíquicos, y recibí ayuda para experimentar por mí mismo.
Se me permitió conocer y beneficiarme del haber conocido a varios Adeptos hasta donde estaba apto para ello –tanto como mi enorme terquedad y autosuficiencia mundana práctica me lo permitían– para el entonces insospechado futuro trabajo público que desde entonces fue historia.
Muchas personas con frecuencia han pensado que era muy extraño, de hecho incomprensible, que de todos aquellos que ayudaron al movimiento teosófico, con frecuencia a costa de sus mayores sacrificios, yo fuese el único más favorecido con experiencias personales con los Mahatmas, y el hecho de que su existencia sea para mí tan real como la de mis propios parientes o amigos más íntimos. La razón no sabría explicarla. Yo sé lo que sé, pero no por qué muchos de mis colegas no saben lo mismo.
Pero, por lo visto, muchas personas me dicen que su fe en los Mahatmas comenzó después de mi testimonio firme y resuelto, que complementa las declaraciones de H. P. B. Probablemente fui tan bendecido porque tenía que impulsar esa nave llamada “Teosofía” con H. P. B. y los Maestros de H. P. B. adentro, y guiarla a través de muchos remolinos y ciclones, cuando nada menos que el actual conocimiento de la sólida base de nuestro movimiento, me habría impulsado a mantenerme firme en mi puesto.

“…La muerte no existe, y el hombre jamás
sale de la vida Universal. Aquellos a quienes
creemos muertos, viven todavía en nosotros,
como nosotros vivimos en ellos…Cuanto más
uno vive por sus semejantes, tanto menos temor
debe tener en morir. El que vive por la humanidad
hace más aún que aquel que por ella muere.”
(H. P. Blavatsky – Isis sin Velo)
Isis-cover
Notas:
(1). Sinnett, A. P. Incidentes en la Vida de Madame Blavatsky. Londres: Theosophical Publishing House, 1913.
“… La más ligera contradicción provocaba una explosión de pasiones, casi un ataque de convulsiones.” (Ibid. 19).
(2). [Bouton] me escribe el 17 de mayo de 1887: “Las correcciones ya han costado alrededor de $ 280.00 y, a ese paso, para cuando el libro se publique se verá afectado por un costo tan alto, que cada copia de los primeros 1,000 ejemplares costarán mucho más que lo que obtendremos por ellos, lo cual, en principio, es algo muy desalentador.
El costo de la composición del primer volumen solamente (con el mecanografiado) asciende a $ 1,359.69, y esto es por un volumen nada más, ¡sin contar el papel, la impresión y la encuadernación! Queda de usted, sinceramente, J. W. Bouton.”
No sólo ella hizo un sin fín de correcciones en el texto mecanografiado, sino que después de quemadas las placas, hizo que las cortaran para eliminar el material viejo y sustituirlo con nuevas cosas que se le habían ocurrido, o que se le ocurrieron durante su lectura.

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