INICIACIÓN MASÓNICAY SU RELACIÓN CON EL HOMBRE
111. La Masonería es un hecho de la naturaleza y, siendo hecha por la naturaleza, se repite cada día y sucede en el hombre.
Sus leyes son las mismas de cualquier religión y tienen por objeto el descubrimiento del verdadero Ser interior y el conocimiento de sí mismo.
Pero lo mismo que sucedió con las religiones sucedió con la Masonería: sus adeptos materializaron sus pensamientos para adorarlos en lugar de espiritualizar sus obras para convertirse en dioses.
No negamos que los secretos esotéricos de las religiones y de la Masonería actualmente son de todos, pero el verdadero misterio de ellas no se encuentra en los libros, rituales o ceremonias sino en lo más íntimo del espíritu, en el Jardín del Edén, cuya puerta está guardada y vigilada por el ángel de la espada flamígera. Los religiosos, los sacerdotes de cualquier religión y los masones poseen los misterios a la manera de los camellos del desierto que cargan el agua, no mueren de sed y, por el contrarío, corren buscando por todas partes el líquido vital.
112. El símbolo es como el arte verdadero: no debe hablar jamás a los sentidos sino excitar la imaginación. Desgraciadamente, el hombre de hoy tiene tan torpe imaginación que no se anima a escudriñar nada, contentándose con adorar al ídolo que creó.
El objetivo de la Masonería es la investigación de la Verdad, pero semejante investigación debe ser interior y subjetiva, aunque les pese a los masones que no creen en eso. Decirnos que los símbolos son la alegoría de la verdad, pero no son la Verdad: sólo expresan la simple imagen de la realidad de las cosas. El símbolo es el cuerpo físico de la idea, mas para conocer la idea tenemos que sentirla y concebirla.
La finalidad de la Masonería es hacer que cada hombre se conozca a sí mismo y ese conocimiento no consiste en estudiar anatomía aunque, a menudo, la magnificencia de esta ciencia conduzca al hombre a la meditación del misterio.
“Yo soy el pan de la vida”, dijo el Divino Maestro. ¿Podremos creer que el pan, en esa frase simbólica, es el que comemos diariamente y que quien lo coma vivirá eternamente?.
113. Antiguamente, cuando el hombre no materializaba sus pensamientos, no tenía necesidad de símbolos ni de alegorías. Hasta ahora algunos animales tienen, instintivamente, la medición barométrica y sienten, con anticipación, la llegada de la tempestad, mientras que el hombre debe recurrir al aparejo de sus investigaciones. Todo ello sucedió cuando el hombre comenzó a creer solamente en los cinco sentidos y abandonó la intuición subjetiva.
Así comprendemos que, en la Masonería, los símbolos tienen por objeto redescubrir la luz que oculta el velo de los sentidos. Estos son necesarios, hasta cierto punto, porque constituyen el cuerpo físico de la enseñanza, pero no debemos imaginar jamás que el hombre viva solamente cuando está en su cuerpo físico.
Oportunamente explicaremos, en la medida de lo posible, el significado de cada símbolo. Pero, como dijimos antes, la Masonería aparecerá como una repetición de las leyes naturales en el hombre, según la máxima de Hermes: “Arriba como abajo”.
Masón o Francmasón
114. El término francmasón se deriva de phree messen, vocablos egipcios que significan, para algunos autores, “hijo de la Luz” y, para otros, “libre constructor”.
En lenguaje masónico se conoce a Dios con el nombre de el Gran Arquitecto. Arqui es una palabra griega que significa “sustancia primordial” o “primaria” y tekton, constructor. Cuéntase que José, el padre de Jesús, era carpintero; sin embargo, la palabra empleada en griego es tekton, es decir “constructor”, y mal puede traducirse por carpintero. También se dice que Jesús fue tekton. De modo que el término francmasón significa o “hijo de la Luz” o “constructor” que se esfuerza por construir el Templo y que debe velar y orar mientras espera pacientemente que el fuego divino baje para consumir su ofrenda.
Sea que francmasón signifique “hijo de la Luz” o “constructor”, tales denominaciones dignifican al hombre que las acepta, pero cabe preguntarnos cuántos hombres que tienen el título de masón son dignos de ese nombre.
Templo
115. El Templo es el lugar donde se reúnen los masones para sus trabajos. Esa palabra se deriva del latín tempus (tiempo). Hemos repetido, e insistimos ahora, que desde que el hombre abandonó su estado edénico, su paraíso espiritual, se apartó mucho de la Verdad y ya no pudo concebir lo abstracto; tuvo que materializar sus ideas, como Santo Tomás, quien después de la resurrección del Señor, no pudiendo concebir intelectualmente semejante prodigio, quiso introducir el dedo en las llagas para creer. Igual sucede con cualquier hombre. Desde el momento en que se olvidó del Dios que mora en su corazón y de las leyes naturales del Universo y del cuerpo físico, inventó un Dios exterior y creó un edificio para alojarlo, o sea un templo. Más no se detuvo allí: quiso comprender intelectualmente la naturaleza de Dios. Entonces comenzó a darle formas iguales a su propio cuerpo físico y a atribuirle deseos y pasiones y, por último, se hizo representante de Él en la Tierra. Dios se convirtió en un ser temible, expuesto a la ira, la venganza, el odio, y pese a ser infinito se redujo hasta el extremo de poder habitar un edificio llamado templo.
116. El Iniciado o Hijo de la Luz comprende hasta la evidencia que el Universo entero es el Templo de Dios, que el Templo de Dios es universal, no sectario, y que su contraparte es el mismísimo cuerpo del hombre. Escrito está: “¿No sabéis que sois templos de Dios y que el espíritu de Dios mora en vosotros?”.
117. Los egipcios, que eran mucho más sabios que nosotros, cuando construían sus templos imitaban en lo posible las leyes cósmicas universales que se reflejan en el cuerpo humano. La Pirámide de Keops es el templo más perfecto. En ese monumento eterno, la mente iniciada puede encerrar algunos misterios del cuerpo físico reflejados por los del macrocosmo. El Iniciado o sacerdote egipcio conocióse a sí mismo, física y espiritualmente, y escribió su conocimiento en ese libro que es la Pirámide, para que su hermano menor pueda leer allí y saber, como él, la manera de entrar en su interior y adorar a Dios.
Cristo dijo: “Llegará la hora en que no adoraréis al Padre ni en esta montaña ni en Jerusalén. Dios es Espíritu y es preciso que quienes lo adoran lo adoren en espíritu y en verdad”.
Y el Templo de Salomón, ¿no es una imitación del cuerpo físico?. ¿No significan todos sus misterios el proceso alquímico que se realiza diariamente en el cuerpo del hombre?.
118. La humanidad, a semejanza del hijo pródigo del Padre Celestial, hambriento en el desierto del mundo, se alimenta con un exceso de placeres que enferman el alma, pero siempre tuvo en sí la voz interior del yo soy, que le grita: “Vuelve a tus lares”.
El Iniciado, Hijo de la Luz, después de sufrir mil miserias tras los placeres, se siente impelido por la voz interior a volver al seno del Padre y hacer de su cuerpo una casa, un Templo para Dios, un Templo del espíritu donde pueda entrar, cerrar sus puertas para encontrar al Padre frente a frente y responder a su voz.
Sin embargo, como no todos pueden oír esa voz interior, el Padre nos habla con un lenguaje simbólico que oculta y, al mismo tiempo, revela las verdades espirituales. Para ello dos hermanos mayores trazan, ante nuestros ojos, el símbolo del Templo cuya finalidad es hacernos volver interiormente a Él, a nuestro corazón, el único Altar de la Divinidad.
Adorar a Dios en espíritu no significa prosternarse ante una imagen en un templo erigido por manos humanas sino, como Melquisedec, en un templo no construido por hombre alguno. O sea que, tal como contemplamos el retrato de un ser querido porque despierta en nuestro corazón un sentimiento tierno, así el templo simbólico suscita en nuestro pecho el deseo de adorar al Dios interior que está fuera del alcance de los sentidos físicos.
119. Cristo puso fin a la época del santuario o templo externo en el momento en que hizo su auto-sacrificio. Desde entonces debía erigirse en nuestro corazón el Altar de los Sacrificios para reparar nuestras culpas. El candelabro de oro debe estar dentro del cuerpo para que nos guíe al Cristo interno y que la gloría del Shekinah del Padre more dentro de los recintos sagrados de nuestra propia conciencia divina.
De modo que el templo es la representación alegórica del cuerpo físico. Todo Iniciado debe penetrar diariamente, por medio de la concentración y la meditación, en el templo interior, el corazón, y permanecer allí largos minutos en presencia de su Padre Celestial. El aspirante debe abandonar todo sistema, ejercicio, escuela o religión y dedicarse a esa comunicación con el Padre, porque el templo de la religión esotérica y de la Masonería tiene como objetivo llevar al hombre a ese fin.
La Logia
120. El templo representa al Universo que es el Templo de Dios, reproducido en el cuerpo humano. En el interior del Templo Sagrado hay una cámara destinada a reuniones generales para estudiar las obras de Dios. Es la cámara interna, el sol del Templo, el lugar santo donde mora la Presencia de Dios: la Logia.
La Logia es la manifestación del Logos o Palabra, el Cristo que vive en cada uno de sus miembros y encuentra en el conjunto de ellos una armónica expresión. Así como el templo es el equivalente del cuerpo físico, la Logia representa el lugar santo que se halla dentro del hombre donde el Cristo, yo soy, está trabajando siempre, construyendo y expresando el Plan del Gran Arquitecto. El verdadero Sanctasanctórum se encuentra dentro del hombre, quien, para materializarlo, le dio un símbolo que es la Logia donde busca la inspiración.
La Logia representa también la superficie de la Tierra con los cuatro puntos cardinales – Oriente, Occidente o “camino de la luz”. Norte y Sur, su longitud -, con tierra, fuego y agua bajo nuestros pies y aire sobre nuestras cabezas, elementos encima de los cuales el techo de la Logia representa un cielo estrellado, símbolo de un mundo inmaterial. Todo ello quiere decir que así como el Universo no tiene límites y es un atributo de Dios que lo abarca todo, así también la Logia, el Logos o Cristo dentro del hombre no tiene, prácticamente, límites: está dentro y fuera y todo cuanto es hecho, por Él fue hecho.
121. Además, si examinamos detenidamente la Logia, advertimos que es la representación completa y exacta del cuerpo humano, tanto por dentro como por fuera. Urge comprender ese símbolo, pues de lo contrario, el masón será como el loro que repite las palabras sin entenderlas.
Dijimos que Logia, Logos, palabra del Verbo, Cristo, yo soy, significan lo mismo. El Verbo se hizo carne y se manifiesta en nosotros para salvarnos. ¿Cuántos son los que han meditado en ese misterio? Cristo dice: “Yo soy el pan vivo que baja del cielo… Las palabras que os digo son espíritu y vida”. O sea que la redención se consigue por medio de la fidelidad a la Palabra, al Cristo o Verbo Divino que es el yo soy interior y que nace o se manifiesta en nosotros y nos conduce de las sombras a la luz, de la muerte a la inmortalidad.
Eso quiere decir que la Logia es la morada del Logos, del Verbo, de la Palabra, del Cristo, y esa morada es el cuerpo físico de cada uno.
122. Abrir la Logia significa dejar que el Cristo interno se manifieste, exprese (haga presión hacia afuera) su poder por medio de nuestro organismo o células, porque nuestros cuerpos son sus canales. Tal es el verdadero significado de la Logia, la cual sólo la comprensión interior puede entender y cuya doctrina vital debe hacerse carne, sangre y vida en nosotros para operar el milagro de la regeneración o conocimiento del Cristo en nosotros, objetivo de la Iniciación o trabajo interno.
Ese misterio no es prerrogativa del Cristianismo sino de todas las religiones, se trate de egipcios, orientales, griegos, romanos, gnósticos o cristianos. Es la doctrina de la Luz interior que identifica al hombre con su Dios, aunque cada religión la exprese de diferentes maneras, con palabras y símbolos distintos, adaptándose a la inteligencia y capacidad de sus fieles.
Relación de la Logia con el hombre
123. El significado de los símbolos de que hemos hablado ha sido tratado minuciosamente por todos los manuales masónicos; sin embargo, ninguno de ellos estableció su relación con el hombre, microcosmo que debe encerrar el misterio del Macrocosmo, pues como dice Hermes: “Como es arriba, así es abajo”.
Para construir la eterna Pirámide de Keops, los antiguos egipcios deben haber estudiado bien al hombre y el Universo, o a ambos, para lograr semejante maravilla científica. Y es comprensible que en las logias actuales los signos y los símbolos no hayan conservado todo el brillo de su verdadero origen y su antigüedad, aunque aún mantienen lo suficiente para ocupar la imaginación del hombre en el curso de varias vidas.
La Logia, dentro del Templo Simbólico, es una imagen representativa del Universo o del cuerpo físico del hombre. Tiene la forma de un cubo, figura que corresponde al número cuatro. Simboliza la Naturaleza, o el cuerpo, con sus cuatro elementos y los cuatro puntos cardinales. Esos elementos, animados por la vida, nacieron de la unión de los principios primordiales representados en la Logia por las dos columnas.
124. La planta del local está orientada de Este a Oeste. El hombre debe seguir la ley Divina para su evolución, debe imitar a Cristo o el Logos solar, en su trabajo. En el Occidente, el sol de la vida, terminada su jornada y con radiante esplendor, descansa. Así es el hombre: después de trabajar intensamente como el padre Sol durante el día, busca la paz y el descanso en los brazos de Dios por medio del silencio y la meditación y, por fin, del sueño, como hace el niño en los brazos de su madre.
Oriente: porque el sol es el símbolo de la vida y del nacimiento, del crecimiento y el esfuerzo continuo, el hombre debe imitarlo en todos sus movimientos. Por el sol conoció el hombre las leyes de Dios y en el Oriente vio a los agentes de esas leyes. El nacimiento diario del sol tras su descanso enseña al hombre la continuidad de la vida, del esfuerzo y de la evolución. El Oriente es el principio de la vida. Sur designa la iluminación y espiritualidad porque el sol brilla en todo su esplendor. El Sur es el punto donde la mente Divina se manifiesta en toda su plenitud. Norte es el lugar de las sombras donde el sol no derrama su luz. Es el mal, el abismo, valle de lágrimas, ignorancia, lugar de los deseos inferiores. La Pirámide tenía, al Norte, la puerta de entrada, lo que significa que el neófito, ciego, ignorante, debe entrar por el Norte, lugar de las sombras, en la Logia, en busca de luz.
125. El hombre es también como la Logia: tiene los mismos puntos cardinales. El Oriente en él es la parte superior del cuerpo por donde puede manifestar su esfuerzo continuo; sus cinco sentidos, situados allí, son los que lo ayudan en el servicio a los demás y en el conocimiento de los misterios. Su rostro debe derramar la luz del saber y del beneficio.
El Occidente en él es la parte inferior del cuerpo. Después de haber derramado su luz por la faz del hombre, incitándolo a expresarse y manifestarse, el Sol Espiritual se resigna a ocultarse para que la mente busque la meditación y el descanso asimilando todas las experiencias del día. Entonces el hombre cierra las puertas de su aposento y se dedica a orar interiormente al Padre para recibir la iluminación.
El lado derecho del hombre, el Sur, es el lado positivo. El hemisferio derecho del cerebro es el instrumento de la Mente Divina: todo pensamiento altruista procede de allí. El Sol Espiritual derrama en él su manantial de iluminación y en él manifiesta el reino de la espiritualidad: es Galilea, la ciudad santa del Evangelio.
El lado izquierdo, o Norte, es el lado negativo, el lado tenebroso; el hemisferio izquierdo del cerebro es la Babilonia de la Biblia: ciudad de confusión, morada de los espíritus luciferinos, de los sentimientos egoístas, Judea, Cafarnaum y, por último, reino de la ignorancia de donde nada sale sino el deseo bajo y egoísta.
126. En torno a la Logia hay doce columnas. Según la interpretación general representan los doce signos del zodíaco, pero creemos que simbolizan un ideal más esotérico. Semejante al sol, situado entre los signos, así es el hombre verdadero: está dentro del cuerpo, suspendido entre dos decisiones de donde va a nacer su futuro espiritual tras haber nacido su ser físico.
Si las doce columnas de la Logia representan los doce signos del zodíaco, en el cuerpo físico hay doce partes, doce facultades influidas por esos signos y distribuidas en torno al Sol Espiritual del hombre.
El año tiene doce meses, Jacob tuvo doce hijos. Jesús doce discípulos y el hombre, como representación de la ley cósmica, tiene en sí doce facultades del espíritu.
Durante el año, el sol Padre visita a sus doce hijos en el zodíaco; a lo largo del año, el sol Cristo vivifica en el hombre las doce facultades representadas por los doce hijos de Jacob o los doce apóstoles de Jesús.
Aries, representa la cabeza o el cerebro del hombre cósmico; es Benjamín, la voluntad activa guiada por el cerebro.
Tauro, el cuello y la garganta; es Isachar, la fuerza del pensamiento silencioso y vivificante.
Géminis, los brazos y las manos; es Simón y Leví, unión de la razón con la intuición.
Cáncer, los órganos vitales, respiratorios y digestivos; es Zabulón, equilibrio entre lo material y lo espiritual.
Leo, el corazón, centro vital de la vida física; es Judá, los anhelos del corazón.
Virgo, el plexo solar que asimila y distribuye las funciones en el organismo; es Aser, la realización de las esperanzas.
Libra, los riñones y lomos del hombre, equilibrio en el torbellino de la fuerza creadora; es Dan, la percepción externa equilibrada que se exterioriza como razón y presencia.
Escorpión, el órgano generador o sistema sexual, es la caída del hombre fuera de la Balanza o Libra, punto de equilibrio; es Gad, la generación de las ideas.
Sagitario, caderas y asentaderas, autoridad y gobierno físico; es José, facultad organizadora del Espíritu.
Capricornio, rótulas flexibles, emblema del servicio; es Nephtalí, símbolo de la regeneración o renacimiento.
Acuario, piernas, locomoción del organismo; es Rubén, la ciencia y la verdad.
Piscis, los pies, bases fundamentales de todo objeto externo; es Efraín y Manaces, paciencia y obediencia.
En resumen, las doce columnas que representan los doce signos del zodíaco simbolizan las doce facultades del Espíritu que existen en el cuerpo físico del hombre.
127. A lo largo del friso de la Logia, imagen de la eclíptica, circula un cordón grueso que forma, proporcionalmente separados, doce lazos cuyos extremos terminan en borlas que se apoyan en las columnas de la Orden.
Esa cadena o lazo interior nos explica la relación que existe entre una facultad espiritual y otra. Cada ser humano debe buscar, individualmente, ese lazo interno y expresar lo más elevado de sus facultades en pensamientos, sentimientos y obras.
No basta la manifestación de una sola cualidad sino que todas deben vibrar al unísono Divino, puesto que una vibración negativa tiende a anular la positiva. Así, el lazo simboliza la unión de todas las facultades espirituales y la unión de todos los masones para el perfeccionamiento de sí mismo y luego el perfeccionamiento de la humanidad, haciendo de ella una familia universal.
128. Al Oriente de la Logia se levanta un estrado o plataforma sobre una escalera de cuatro peldaños y con una balaustrada al frente. En la parte central se eleva, sobre tres escalones, un estrado menor donde se encuentran el sitial del Venerable Maestro y el ara o trono que tiene delante, resultando así que se yergue a una altura de siete peldaños sobre el nivel del suelo. Ya hemos dicho que la frente del hombre es el Oriente, por donde el sol derrama sus rayos de vida y de luz.
El sitial del Venerable encierra para nosotros numerosos misterios. Es un símbolo más del hombre como miniatura del Macrocosmo. Dicen los ocultistas que es el asiento del yo soy o el trono de la Divinidad en el hombre. “Al que venciere, yo lo haré columna en el templo de mi Dios, y escribiré sobre él el nombre de mi Dios, y el nombre de la ciudad de mi Dios, la nueva Jerusalén, la cual desciende del cielo, de mi Dios, y mi nombre nuevo” (Apocalipsis, III, 12).
Ese trono se eleva sobre siete gradas o escalones.
129. La ciencia espiritual nos enseña que el hombre está formado por siete mundos compenetrados entre sí y que el número siete se encuentra en todo, por ser el más sagrado. Los mundos en el hombre son: el físico, astral, mental, intuitivo, espiritual, monádico y divino. Para llegar a ocupar el trono de la Divinidad y merecer el título de Maestro verdadero es preciso elevarse por medio de la verdadera Santidad altruista sobre los siete mundos representados por los siete peldaños que se elevan desde el suelo.
En otras Logias hay leves diferencias en la disposición de los escalones. Por ejemplo, la parte oriental del Templo se yergue sobre tres gradas, respecto del suelo de la Logia, significando con ello que no se puede llegar al mundo de las causas sino elevándose mediante la abstracción y la meditación a las regiones superiores del pensamiento donde se encuentran los principios originarios de las cosas.
En ese estrado se sientan, al Norte y al Sur, respectivamente, el Secretario y el Orador y. más abajo, el Hospitalario y el Tesorero, el Portaestandarte y el Maestro de Ceremonias. Estos, junto a los dos Diáconos, los dos Expertos y el Guardatemplo, constituyen los oficiales de la Logia, que cooperan con los tres Dignatarios en las diferentes ceremonias para el orden y armonía de los trabajos.
El Venerable Maestro es, pues, aquel que por su esfuerzo en servir a los demás, impersonalmente, se eleva por encima de sus mundos y sus cuerpos y se sienta en el trono de su propia divinidad, representado por el dosel o estrado situado sobre los siete escalones.
130. Encima del asiento del Venerable Maestro (Ven\ M\) hay dibujada una delta o triángulo (Δ) resplandeciente, con el nombre de Jehová en caracteres hebraicos y el Ojo Divino al centro.
Todos esos símbolos encierran grandes misterios que se hallan en el hombre. La Delta indica la trinidad del hombre hecho a imagen del Creador. Los tres lados sintetizan el misterio de la Unidad, la Dualidad y la Trinidad, o sea el misterio del Origen de todas las cosas y de todos los seres.
El ángulo superior significa la unidad fundamental en el ser humano o el principio donde todo tuvo su origen. Es la representación de lo Absoluto dentro y fuera del hombre. Es la primera frase, que dice “En el principio”, en el que existen todas las cosas. Es el Padre, origen de toda creación.
Los dos ángulos inferiores son imagen de la dualidad representada también por las dos columnas o las dos piernas del hombre y sus dos üancos, positivo y negativo, en el cuerpo.
Cada ángulo representa un aspecto distinto de la Unidad Primordial Originaria.
El triángulo equilátero es el símbolo de la Perfección, la Armonía y la Sabiduría. Es el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, las tres emanaciones, poderes o principios. Es el Creador, el Conservador y el Destructor que en Él forman un solo Ser.
131. Del triángulo que forma la delta propiamente dicha, irradian, por los tres lados, haces de rayos que terminan en una corona de nubes. Los rayos simbolizan la fuerza expansiva del Ser Interno que, desde un punto central en el hombre, se extiende y llena el espacio infinito. La corona de nubes indica la fuerza cristalizada o materia, forma que se produce como reflejo natural de la fuerza interna e invisible y se condensa con el movimiento de contracción.
En el hombre hay dos corrientes, negativa y positiva, relacionadas y reguladas por el ritmo que las une como punto de equilibrio.
132. Las letras hebraicas que forman el nombre del Dios Jehova, encierran, cabalísticamente, el misterio de la creación en un triángulo. En hebreo son cuatro letras: I, Hé, O, Hé. La primera. I, equivale a diez, número del Creador. He corresponde a cinco, la mitad de diez, y representa la creación en sí misma. Uniendo al Creador con su creación, o sea 10 + 5, se obtiene 15, o sea 1+5 = 6, que es la O y así tenemos el misterio de la Trinidad. El Padre, 10, emanó de sí a su Hijo, 5, el mundo, y de la relación de 10 con 5 surge el Espíritu Santo.
El hombre como divinidad emana y se manifiesta en el cuerpo físico de cuya unión brota la vida. De manera que I, H y O son tres letras que conforman el triángulo de la Trinidad que se encuentra en todas las religiones y filosofías, con diferentes nombres, y representan el número tres con todos sus significados. Enumeremos algunos. La trinidad más simple es la de padre, madre e hijo. En Egipto: Osiris, Isis y Horus. Para los brahmanes, Nara, Nari y Viraj. Entre los caldeos, Anu, Nuah y Bel. En el Cristianismo desaparece la madre para dar lugar al Espíritu Santo, aunque conserva el culto a la Madre de Dios.
Desde el punto de vista alquímico, el azufre, la sal y el mercurio son considerados como principios constitutivos del Universo. Asimismo, Rajas, Tamas y Satwa, o actividad, energía y ritmo que corresponden a las fuerzas centrífuga, centrípeta y equilibradora, o sea Brahma, Visnú y Siva en la trinidad brahmánica.
Todos esos nombres que encontrarnos en la definición del Ser Supremo se encuentran en el hombre o Yo, la conciencia individual, la mente o inteligencia y la voluntad que impele al deseo hasta su satisfacción. Esos tres principios corresponden también a los tres atributos de Dios y del hombre: omnipresencia, omnisciencia y omnipotencia.
Esa trinidad origina, igualmente, la distinción entre los tres mundos: exterior, interior y divino o trascendente, que corresponde a las tres partes del hombre: espíritu, alma y cuerpo.
Las tres columnas simbólicas que tiene la Logia (distintas de las dos que se hallan al Occidente y que simbolizan las dos partes o piernas en el hombre, como dos polos), representadas también por las tres luces, constituyen otra trilogía interesante: la sabiduría que corresponde al Venerable Maestro, o sea la inteligencia creadora que concibe y manifiesta interiormente el plano del Gran Arquitecto; la fuerza que corresponde al primer Vigilante, o sea la fuerza volitiva que trata de realizar lo que la primera concibe; y la belleza representada por el segundo Vigilante. Esas tres facultades se encuentran en el hombre.
133. Otra trilogía conocida es la de Libertad, Igualdad y Fraternidad. La libertad, representada por la plomada, consiste en la liberación de la ignorancia, del vicio, del error y de las pasiones que degradan y embrutecen al hombre y lo convierten en esclavo de sus deseos. La igualdad, representada por el nivel, nos enseña la unidad fundamental de todos los seres con los principios de la equidad y la justicia. La fraternidad, representada por la escuadra, consiste en la unión de los dos principios anteriores que nos hacen saber que somos hijos de un único Padre y de una sola Madre.
Tan sólo el Maestro puede practicar, efectivamente, la fraternidad porque en el grado de Aprendiz se hizo libre y en el de Compañero se hizo justo.
134. El ojo en el centro del triángulo es la representación del Absoluto dentro y fuera del hombre. Es la unidad que se hizo tres, el símbolo del Principio Único, la Causa sin causa en sus tres lados o atributos primordiales representados por las tres puntas del triángulo que también tiene otras significaciones simbólicas al representar los tres reinos de la Naturaleza: el pasado, el presente y el futuro; el nacimiento la vida y la muerte; Dios, perfección y transformación. En lo alto, al fondo del Oriente, se destacan los lados de la Delta, la luz de la realidad trascendente, las imágenes de los dos grandes luceros del Universo: el Sol y la Luna. Las dos luminarias visibles que iluminan nuestra Tierra son manifestación directa y refleja de la luz invisible. El Sol está a la derecha de la Luna, en su cuarto creciente, a la izquierda del que preside.
135. Esos dos símbolos nos enseñan la dualidad de la manifestación. El Sol representa la mente Divina en el hombre, la cual corresponde al cerebro derecho, fuente de toda idea altruista, mientras que la Luna, en su cuarto creciente, figura el cerebro izquierdo, el intelecto, origen de todo egoísmo.
Las dos luminarias y las dos columnas que se hallan en el Occidente del templo representan los principios complementarios, humanizados en nuestros dos ojos. En la dualidad integran la especie humana y se reflejan en todos los reinos de la vida y de la Naturaleza; corresponden a los dos principios de Actividad e Inercia, Energía y Materia, Esencia y Sustancia, Azufre y Sal, y metafísicamente, a los dos aspectos, masculino y femenino, de la Divinidad, al Padre Madre celeste de todas las religiones.
Todos esos símbolos se encuentran en el cuerpo del hombre y su materialización en la Logia tiene por objeto obligar al intelecto a concentrarse y meditar dentro de sí para adquirir el perfecto conocimiento de sí mismo.
136. Delante del trono y a conveniente distancia hay un pedestal o ara llamado Altar de los Juramentos.
El altar es un símbolo antiquísimo en todas las religiones. Estaba destinado al sacrificio de animales durante el oficio religioso. Los judíos sacrificaban toros y cabras, lo que nos parece un acto bárbaro porque la Biblia dice terminantemente que Dios no quiere sacrificios sino un espíritu humilde y un corazón contrito y que para Él no son gratos los sacrificios de sangre. Sin embargo, cabe pensar que antiguamente todas las religiones debían cometer algún acto bárbaro. El hombre antiguo amaba sus posesiones materiales y nada podía comprender del cielo para aspirar a él, así como hoy día el hombre dominado por los deseos no puede pensar, ni tiene tiempo para ello, en ideas superiores.
Con los sacrificios vivos sentían los antiguos la pérdida de un animal cedido por un pecado cometido o una trasgresión de la ley, tal como hoy sentimos remordimientos de conciencia por nuestras malas acciones.
Hemos dicho antes que en el altar debía arder permanentemente el fuego divino, año tras año, con el más celoso cuidado. Ese fuego consumía el sacrificio que simbolizaba el dolor y la muerte, causados por el pecado. El Tabernáculo en el desierto era una sombra de cosas mayores que habían de vivir, según San Pablo.
137. El altar con sus sacrificios y la quema de carne debe hallarse en el interior del místico. Ningún altar externo puede ayudarnos si no construimos el tabernáculo y su altar dentro de nuestros propios corazones y nuestras conciencias. Cada hombre debe convertirse en Altar de sacrificio y, al mismo tiempo, ser la hostia u oblación que en él se ofrece, y simboliza al animal que se inmolaba antiguamente. Cada hombre debe convertirse en sacerdote que degüella al animal en él, lo sacrifica y lo quema. Es verdad que al principio la humareda produce oscuridad y sombras y su olor es nauseabundo, mas con el sacrificio perpetuo de los deseos y defectos vendrá el momento en que se disiparán las nubes ante el ojo espiritual y el humo repugnante se transformará en Altar de incienso. El incienso es el símbolo del servicio voluntario o aroma del servicio. El sacerdote tenía el mandamiento expreso de nunca ofrendar, en el Altar de Oro, una resina aromática diferente, o sea que debía emplear siempre aquel compuesto sagrado.
138. El Altar de los Juramentos, frente al trono, tiene en la Logia forma triangular (aunque puede adoptar otras formas según el rito). Así representa los tres altares del Tabernáculo, símbolo de la evolución: el Altar de bronce o del sacrificio, el Altar del incienso y el Altar de oro. Son símbolos del hombre antiguo, del hombre moderno y del hombre futuro o Superhombre.
139. Sobre el primer estrado, junto a la balaustrada, a derecha e izquierda del Ven\ M\ hay dos escritorios, uno frente a otro, para los hermanos Orador y Secretario.
El Orador representa el poder del verbo en el hombre y el objetivo del primer grado es desarrollarlo.
El Secretario representa la memoria que acumula el hombre, archivo de toda la experiencia recibida en los mundos del cuerpo.
140. En el altar del venerable se coloca un candelabro con tres velas encendidas, una espada, una maza pequeña o martillo y la carta o patente constitutiva de la Logia.
El candelabro con tres velas encendidas representa, en el hombre, las tres luces de la Trinidad. Dios es Luz, dice San Juan. Se sabe que la Luz, que es Dios, se refracta en los tres colores primarios en la atmósfera que rodea a la Tierra, y que son: azul, amarillo y rojo. Así como Dios se refleja en tres atributos o personas, así también el hombre, a imagen y semejanza suya.
El rayo del Padre es azul, el del Hijo, amarillo, y el del Espíritu Santo, rojo. En la Naturaleza hallamos esos tres colores con sus respectivas combinaciones. Así como la luz del candelabro llena la Logia, la luz de la Trinidad debe ser puesta en nuestros corazones para que nos guíe. La llama sagrada de la Divinidad interna debe morar en nuestra propia conciencia, en el cuerpo, templo de Dios, y en nuestro altar o corazón,
La espada es el poder del verbo o de la Verdad intuitiva, el poder de la voluntad educada. El Martillo simboliza la fuerza de voluntad en el hombre.
La Carta constitutiva de la Logia indica la sucesión de la Verdad en el hombre.
141. En el Altar de los Juramentos se colocan el libro de la ley (aunque no sea así en todos los ritos), un compás y una escuadra entrelazados.
El libro simboliza la Palabra Divina, el Verbo o Verdad Suprema, escrita en nuestro corazón, en nuestro archivo de la memoria; es la ley natural de que habla San Pablo. El compás forma un ángulo cuyos lados parten de un vértice, de modo que cuanto más se alejan de su origen, más se separan. Es la dualidad en el hombre: espíritu y materia. El punto central de la unión corresponde al Oriente, o sea al mundo de la verdad, de la realidad, la fuente de la creación que permanece eternamente y en estado de Unidad invisible. La parte opuesta al punto es la irrealidad, la materia, el Occidente; es la misma realidad dividida en dos principios o columnas distintas.
Entonces, el punto central del compás es la unión del espíritu del hombre con el espíritu Divino. Es la Realidad que se manifestó en apariencia. Es el Ser que adquirió forma. Es el Espíritu que se vistió de materia.
Cabe ahora al hombre-forma realizarse por medio de la Iniciación, ir hacia adentro o progresar caminando en sentido inverso, de Occidente a Oriente, espiritualizar su materia, o sea remontar a su origen en los dos extremos del ángulo. El compás representa, asimismo, a la Divinidad, al Espíritu entrelazado con la Tierra, a la humanidad con la materia. Lo superior se une a lo inferior. El Verbo se hace carne.
142. La escuadra es lo contrario del compás.
Si el compás representa al Espíritu manifestado en la materia, en el cuerpo, la escuadra, cuyo punto central está abajo y cuyos ángulos se elevan hacia el cielo, representa al hombre inferior que, dominado por el superior, nuevamente se alza hacia su origen, el cielo.
El compás es la intuición y la escuadra la razón; el compás es la sabiduría interna y la escuadra el conocimiento externo; sin embargo, el hombre necesita de ambos en el mundo físico.
Entonces, el compás y la escuadra, abiertos y entrelazados sobre el libro de la ley o Palabra Divina, son los instrumentos simbólicos que nos sirven para interpretarla y emplearla constructivamente.
143. En ambos lados. Norte y Sur, están los asientos de los Aprendices, los Compañeros y los Maestros, respectivamente: los primeros deben situarse en la región obscura porque no pueden soportar la luz plena del mediodía que es donde se hallan los Compañeros y los Maestros, a Occidente y Oriente, respectivamente. Los primeros trabajan provechosamente ayudando a los últimos.
144. En el Occidente se halla la puerta de entrada en la cual hay un asiento y una espada llameante para el Guardia interior.
Para comprender este símbolo debemos recordar algunos versículos del Capítulo III del Génesis:
“21. Y Jehová Dios hizo al hombre y a su mujer túnicas de pieles, y vistiólos”.
“22 Y dijo Jehová Dios: He aquí que el hombre es como uno de Nos sabiendo el bien y el mal: ahora, pues, porque no alargue su mano, y tome también del árbol de la vida, y coma, y viva para siempre”.
23. “Y sacólo Jehová del huerto de Edén, para que labrase la tierra de que fue tomado”.
24. “Echó, pues, fuera al hombre, y puso al oriente del huerto de Edén querubines, y una espada encendida que se revolvía a todos lados, para guardar el camino del árbol de la vida”.
Antiguamente, el hombre, en el Paraíso, en estado edénico, representaba la fase celestial de la conciencia impersonal, el estado de unión con su Padre Dios que mora en lo íntimo de su ser. El hombre vivía en la Tierra, mas como centró su atención en el mundo espiritual, se mantenía en aquel estado moral y no cuidaba de su misión terrestre. Entonces la Sabiduría Divina despertó en él a la Serpiente, el principio negativo, en su mente, lo cual generó el deseo que debía suministrar el motivo y poder para la completa expresión Divina en la Tierra o cuerpo.
Entonces el hombro probó y comió el fruto del llamado árbol del conocimiento del bien y el mal, y así obtuvo la experiencia y discernimiento necesarios, adquiriendo el poder de servirse del conocimiento. Por eso dijo Dios: “He aquí que el hombre es como uno de Nos”, porque al comer por primera vez, de ese fruto aprendió a conocer el bien y el mal por experiencia. Y conoció el nuevo y atrayente mundo físico, murió para conocer la Verdad que está en él, sintióse desnudo de la realidad y quedó asustado.
El deseo en el mundo de los deseos era necesario para crear un cuerpo y desarrollar en él una conciencia de sí mismo con el fin de expresar la personalidad. Llenóse poco a poco de deseos, esperanzas, ambiciones, aspiraciones y todas las diversas manifestaciones del deseo, atributo de las fases personales para poder expresarse.
En ese estado fue expulsado del Paraíso, del Jardín del Edén, o sea del estado edénico espiritual, y fue vestido con un traje de pieles o, en otras palabras, con carne, igual que los animales, para completar su experiencia, su perfección.
Era preciso que contara con un organismo adecuado al estado en que debía manifestarse.
En el estado edénico, impersonal, no tenía necesidad de los sentidos ni de una forma externa, pero en el estado terrestre fueron precisos los cinco sentidos para expresarse y para comprender lo que expresaba.
Desde cuando el hombre tuvo deseos, comenzó a aumentar y a multiplicarse.
Y así, por medio del deseo, se formaron todas las manifestaciones y las diversas lenguas de la Tierra, pues todas son hijas del deseo de la mente humana de expresarse en términos terrestres, con frases infinitas. Pero mientras más lucha la mente por expresar con palabras la Idea Divina o darle forma, mayor es su fracaso.
145. Mientras vivía el hombre en el Estado Impersonal llamado Jardín del Edén, y antes de entrar en su misión terrenal, crecía el árbol cuyo fruto se llamaba conocimiento del bien y el mal.
En ese estado carecía de deseos, para que no probara de ese fruto. Pero una vez que cedió al deseo y comió del fruto del deseo, tuvo que salir del Paraíso y cayó en el llamado pecado original Al salir del Edén espiritual y entrar en el mundo material se hallaba rodeado de nuevas y extrañas condiciones porque, en lugar de ejercer dominio sobre los reinos inferiores que le suministraban cuanto necesitaba, debió arar la tierra y labrarla para ganar el pan con el sudor de su frente.
Esa caída y salida de su estado impersonal lo entregaron por entero a la fascinación: quedó sólo el deseo como guía único. El hombre se volvió incapaz de ver la realidad o el alma de las cosas, porque había adoptado un cuerpo físico con cerebro humano, el cual, estando influido por el deseo, obró como un velo para su conciencia Divina: obscureció su vista, entenebreció su mente, de modo que la luz de la Verdad no puede penetrar y llegar hasta él y, por ello, todo fue falsamente coloreado y por su entendimiento mental.
El velo que cubre la realidad, la luz interna, fue llamado por los ocultistas y masones el cuerpo de los deseos, cuerpo astral, guardián del umbral, fantasma del umbral y con otros nombres más. Él impide que el intelecto entre en el santuario o Logia, donde se lo espanta con la espada llameante, de luz y fuego, de la Verdad. Pero no conviene adelantarnos aquí en descifrar este simbolismo antes de terminar la explicación del Génesis.
El hombre, al ver todas las cosas obscurecidas por el deseo y que esa oscuridad lo conducía al error, al sufrimiento, al dolor, sintió despertar en él una nostalgia de su estado edénico. Porque su mente lo engañaba en todo momento, vino a ser como un lente imperfecto que dislocaba y alteraba todo; la luz de la Verdad era para él una neblina o un espejismo.
El intelecto formó el cuerpo de los deseos, que interpreta y representa falsamente ante la conciencia, toda imagen, idea o impulso inspirado por el yo soy interno y atrae todas las impresiones de afuera.
Y cuando esas falsas impresiones, inspiradas por el deseo, causaron muchas caídas, trastornos y sufrimientos, el hombre perdió gradualmente la confianza en sí mismo – en su yo soy interno – y comenzó a buscar algún amparo y a centrar sus esperanzas en algún Maestro o santo que lo librase de sus sufrimientos.
Esos disgustos, errores y amarguras fueron llamados el Mal. Pero cuando el deseo no causa sufrimiento alguno, se llama el Bien.
El Mal no es sino el aspecto negativo del fruto del deseo que fascina a la vista física y, por la dulzura del primer bocado que incita a la saciedad produce efectos dañinos que se manifestaron y convirtieron en maldición, acarreando una desilusión final. En ese estado, el hombre queda avergonzado y humillado ante el verdadero ser dentro de sí, debido a la nueva conciencia así despertada. Entonces comenzará el hombre a pensar – como el hijo pródigo – en regresar a su Padre y pedirle perdón, en volver nuevamente a su interior, en ser admitido como neófito en la Logia, cuyo símbolo, dijimos ya, es el Paraíso, el estado edénico, estado espiritual, el Templo de Dios, el corazón, el Reino de los Cielos.
146. Durante edades enteras, el intelecto vivió del fruto del llamado árbol del conocimiento; durante edades el hombre externo sufría y gozaba por las consecuencias que en él causaban sus frutos llamados, en términos relativos, Bien y Mal, según los diferentes puntos d vista; pero en realidad, no son sino aspectos externos de una Verdad interior y central.
Entonces la conciencia, acrisolada por el fuego de innúmeros sentimientos y dolores, año tras año, vida tras vida, siglo tras siglo, comenzó a despertar, a ver y comprender que se había apartado mucho del Padre interior, del centro de la vida, simbolizado por la Logia. Cansado y amargado por la separación de la Única Realidad Interna, anhela volver al hogar paterno, se desnuda – como el neófito – de la vestimenta exterior y de todo lo que pueda distraerlo en el mundo físico, y se presenta, ciego de ignorancia, ante el Templo para recuperar, por medio de la Iniciación interna, su lugar perdido.
Más, para obtener y recuperar lo perdido a causa de sus deseos, debe vencer numerosas dificultades, entre ellas al Querubín con la espada flamígera, al fantasma del Umbral, Guardián del Templo, cuerpo de los deseos. Todos estos nombres designan la conciencia, atributo del hombre que desempeña, a la vez, el papel de fiscal y de juez. Ese severo juez interior, cuya sentencia no admite apelación alguna, que aparta del Paraíso, del estado edénico, al intelecto y los sentidos impregnados de malos deseos. Ese Guardián del Templo Interior no permite la entrada sino a quienes sufrieron la muerte iniciática, despojándose de todo deseo y sentido externos para liberar al espíritu, de las cadenas terrestres.
147. A ambos lados de la puerta, a unos tres pasos al frente, se levantan dos columnas corintias, aisladas, cuyos capiteles están rematados por tres granadas entreabiertas, distinguiéndose cada una de ellas con un nombre misterioso, cuyas iniciales (J\ y B\) están esculpidas en el fuste.
Esas dos columnas del Templo de la Sabiduría, que es el hombre, son el símbolo del aspecto dual de toda nuestra experiencia en el mundo terrenal. Es la dualidad de nuestros órganos, son los lados derecho e izquierdo de nuestro cuerpo, son los dos sexos, son los dos principios positivo y negativo que integran al hombre, son, por fin, Actividad e Inercia – Espíritu y Materia, Esencia y Sustancia -, Azufre y Sal representados en la Cámara de reflexión.
Para ingresar en el Templo Místico es necesario superar el aspecto dual del Universo e incluso del Principio Primero que lo origina y se halla en las dos columnas del Occidente.
Al Oriente, las dos columnas, representadas por el Sol y la Luna, se unifican en la Delta, según vimos anteriormente.
Lo que llama la atención en ciertas Logias y ritos es la diferente ubicación de esas columnas: mientras unos colocan la columna J\ a la derecha, otros la sitúan a la izquierda.
Pese a nuestro profundo respeto por las ideas ajenas, no podemos callar en cuanto a este particular.
Vimos que las dos columnas representan los dos principios, positivo o activo y negativo o pasivo, y ¿cuál es el lado positivo y cuál el negativo en el hombre?. Las propias iniciales J\ y B\, indican claramente, en la cabala, los dos principios: J\ tiene el mismo valor que Yod: simboliza al hombre, lo positivo, lo activo, mientras que B\ es la mujer, el agente negativo, lo pasivo. Dedúcese de allí que la columna J\ debe estar siempre a la derecha del recipiendario y B\ a la izquierda.
148. Junto a esas columnas, en el extremo occidental de los lados norte y sur del templo, se colocan en un pequeño estrado el bufete y el sitial de los Vigilantes, con una entalladura.
La posición de los Vigilantes varía según los ritos. En el rito francés, el Primer Vigilante se coloca junto a la columna B\ y el Segundo Vigilante frente a él, junto a la columna J\; mientras que en el rito escocés ese orden se invierte.
Los dos Vigilantes del Templo, o del cuerpo, como hemos dicho ya, representan, junto con el Venerable, los tres atributos de la Divinidad: Omnisciencia, Omnipotencia y Omnipresencia. Son las tres grandes columnas que sustentan la Logia (distintas de las dos que se encuentran al Occidente), o los tres atributos y poderes en que se sustenta el cuerpo humano: Sabiduría, Firmeza y Belleza. De modo que los Vigilantes son los dos ángulos del Triángulo que forma el cuerpo humano. El Ven\ M\, el Prim\ Vig\ y el Seg\ Vig\ se sientan al Oriente, al Occidente y al Mediodía o Sur, respectivamente, que es donde se manifiestan, asimismo, las tres cualidades.
149. A ambos lados del cuerpo del Templo, al Oriente y al Occidente, hay una o más hileras de asientos, a los que se da el nombre de columnas. Los asientos de la izquierda forman la columna Norte, destinada a los Aprendices, y los de la derecha, la columna del Sur o Mediodía, destinada a los Compañeros. Los Maestros se sientan indistintamente en cualquiera de ellas.
En otro sitio se ha dicho ya que el lado izquierdo y el cerebro izquierdo constituyen la parte negativa del cuerpo humano. En el hemisferio izquierdo del cerebro es donde se alojan las ideas negativas y los átomos del mal en lucha con aquello que llamamos el bien. La trilogía del cuerpo encierra ambos principios y los átomos negativos representan a los Aprendices, quienes deben sentarse en la región menos iluminada por el Sol, por ser incapaces de afrontar la plena luz del Mediodía.
150. En el extremo oriental de la columna del Mediodía se halla el escritorio del Tesorero y, frente a él, en el lado opuesto correspondiente a la columna Norte, tiene su lugar el Hospitalario. El Tesorero representa en el hombre lo que el ocultista llama Cuerpo Causal, átomo semilla, memoria que junta los frutos de la acción, mientras que el Hospitalario corresponde a aquella facultad del hombre que representa la fraternidad y la caridad.
El altar del Venerable Presidente y el escritorio de cada uno de los Vigilantes – y, en muchas Logias, también el de los demás Oficiales – están cubiertos con ricos y vistosos tapetes de terciopelo, iguales al dosel, galoneado y guarnecido de estrellas y pasamanería de oro y plata, de conformidad con el color del rito.
151. La iluminación de los templos suele ser espléndida, sin que pueda, a este respecto, fijarse regla alguna. El ritual prescribe que, de modo permanente, tres luces deben sobresalir, obligatoriamente: una al este de las gradas del Oriente, otra junto al primer Vigilante y la tercera al Sur. Por lo general, esas luces, montadas en trípodes o candelabros, se agrupan junto al Altar de los Juramentos. En el centro de la Logia, sobre el piso de mosaico, debe haber un cuadro que contenga el trazado gráfico de la Logia. Pintado en tela, se lo desenvuelve al iniciarse los trabajos y se lo retira en cuanto terminan.
Ese cuadro es el símbolo de nuestro cuerpo y representa, gráficamente, para ayudar a su comprensión, los misterios que en nosotros se encierran. El cuadro representa:
1°. Los siete escalones del Templo y el pavimento de mosaico.
2°. Las dos columnas de la Orden con el monograma de su nombre, J\ y B\,y, entre ellas, a la altura de los capiteles, un compás abierto con las puntas hacia arriba.
3°. Sobre la columna J\ la plomada y, sobre la columna B\, el nivel. La plomada simboliza el progreso individual, de abajo hacia arriba, y el nivel la línea recta, ininterrumpida entre los dos infinitos, o sea que los pensamientos, aspiraciones y acciones del ser humano deben modelarse como ella, en sentido opuesto a la gravedad de las tendencias inferiores.
4°. A la izquierda de la columna J\, la piedra tosca, bruta, símbolo del cuerpo material del hombre que no adquirió conocimiento alguno; a la derecha de la columna B\, la piedra cúbico-piramidal o puntiaguda que representa al hombre perfecto o a aquel que se afana en la perfección de sí mismo. Entre ambas columnas se halla la puerta del Templo.
5°. Al pie del cuadro, una piedra de escribir (losa) y, en la parte superior, una escuadra en cuyo centro están la imagen del Sol a la derecha y de la Luna, en cuarto creciente, a la izquierda.
6°. Tres ventanas que dan, una al Occidente, otra al Oriente y la tercera al Sur. En otras Logias el Templo no tiene ventanas: así se representa el hecho de que no recibe lux del exterior sino del interior. Por tal razón debe cerrarse herméticamente al mundo profano y su puerta está constantemente vigilada por el Guardián, armado de una espada, símbolo de la vigilancia que debemos ejercer siempre sobre nuestros pensamientos, palabras y acciones para hacer de ellos un uso constructivo y progresar continuamente por el camino de la Verdad y de la Virtud.
7°. Al fondo, el cielo tachonado de estrellas.
Todo el cuadro está orlado por el cordón que prescriben los rituales.
Todos estos símbolos han sido explicados en páginas anteriores.
Iniciación en el primer grado
152. El lector no debe olvidar el significado íntimo ni el valor de cada uno de los símbolos que encontramos en el Templo masónico y en su estrecha relación con el cuerpo físico del hombre. Estudiándolos veremos cómo las características fundamentales de la Masonería, expresadas en el simbolismo y en la ceremonia de recepción del Aprendiz en el primer grado, no son sino una copia fiel y exacta de lo que sucede invisiblemente en ese misterioso ser llamado Hombre.
Significado de la Iniciación
153. En otro lugar se ha dicho que la palabra “Iniciación” se deriva del latín initiare y que tiene la misma etimología que initium, inicio, comienzo, proviniendo ambas de in-ire, ir hacia adentro o ingresar. De modo que la palabra “Iniciación” tiene el doble sentido de comenzar y de ir hacía adentro. En otras palabras, la Iniciación consiste en el esfuerzo que realiza el hombre para ingresar nuevamente, para ir hacia adentro de sí mismo en busca de las verdades eternas que nunca salieron a la luz del mundo exterior.
Iniciación es, también, equivalente de “religión”, religare, ligar o unir de nuevo. Es el regreso del Hijo Pródigo al seno de su Padre tras haber vagado largo tiempo por el mundo material, sufriendo miseria y hambre.
El Iniciado es el ser que reconoció su error y volvió a entrar en la casa paterna, mientras que el profano se queda fuera del templo de la Sabiduría, lejos del conocimiento real de la Verdad y la Virtud, dedicado a la satisfacción de sus sentidos exteriores.
Así pues, ese ingreso (Iniciación) no es ni puede ser considerado únicamente desde el punto de vista material, ni como la aceptación de una asociación dada, sino como el ingreso a un nuevo estado de la conciencia, a un modo de ser interior, del cual la vida externa es efecto y consecuencia. Se trata del renacimiento indicado por el Evangelio, es la transmutación del estado íntimo del hombre para iniciarse efectivamente, o sea ingresar en la vida nueva que caracteriza al Iniciado, aunque muchos suponen, erróneamente, que pueden llamarse Iniciados desde el momento en que comienza su Iniciación. La Iniciación es el renacimiento iniciático, o sea la negación de los vicios, errores e ilusiones que constituyen los metales groseros o cualidades inferiores de la personalidad para la afirmación de la Verdad, de la Virtud y de la Realidad que constituye el oro puro de la Individualidad y la perfección del Espíritu que en nosotros se manifiesta a través de nuestros ideales elevados. Todo hombre de buena voluntad, bueno y santo, es el verdadero Iniciado, sin necesidad de pertenecer a una Orden externa, dado que es miembro de la Fraternidad Blanca Subjetiva. La Cámara de Reflexión
154. Toda Logia debe tener un local especial llamado Cámara de Reflexión.
El hombre, al cerrar los ojos, se encuentra en su propia Cámara de reflexión, con asilo y sombras, lo que representa el período de tinieblas de la materia física que rodea al alma para su completa madurez.
La Cámara oscura de la reflexión es el símbolo del estado de conciencia del profano que anda en la oscuridad y, por tal razón, en ella se encuentran los emblemas de la muerte y una lámpara sepulcral.
En ese local, pintado de negro a fin de que figure una catacumba, rodeado por los símbolos de destrucción y muerte, se colocan un taburete y una mesa cubierta con un mantel blanco, sobre la cual hay una calavera (la muerte), algunas migajas de pan (la insignificancia que tratan de obtener los cinco sentidos), un plato de ceniza (el fin de la materia), un reloj de agua (el correr del tiempo que todo lo envuelve), un gallo (el deber de estar vigilantes y alertas), un tintero, plumas y unas hojas de papel para escribir su testamento, cuyo significado se explicará después. El recinto se halla iluminado por la débil luz que irradia la lámpara sepulcral (lámpara de los conocimientos físicos adquiridos por la mente carnal). En uno de los ángulos de la Cámara se ve un ataúd junto a una fosa abierta, o a un hipogeo también abierto en una de las paredes, que deja ver un cadáver amoratado (como debe el Iniciado contemplar su cuerpo físico). La Cámara de Reflexión significa la crisis, la lucha entre el cuerpo de los deseos, con el espíritu y sus ideales; esa negra y obscura Cámara es el propio cuerpo que sirve de prisión, de tumba y de féretro al verdadero Ser Interior. Por tal motivo, cerca de los emblemas de la muerte, hay algunas inscripciones en las paredes, cuya finalidad es levantar las energías y desarrollar la voluntad del neófito.
155. Al entrar en esa Cámara el candidato debe despojarse de todo metal, debe volver a su estado de pobreza edénica, la desnudez adánica antes de que se cubriera con la piel de las adquisiciones, que hasta entonces le fueron útiles para llegar a su estado actual y que constituyen obstáculos para volver a su estado primitivo. Debe apartar de sí todo deseo, ambición, codicia de los valores externos para conocerse a sí mismo; entonces, en su interior, hallará los verdaderos valores espirituales, porque el dinero, los bienes, las ciencias son vanidad frente al conocimiento de sí mismo.
El candidato debe estar libre y despojado de los metales, que son las cualidades inferiores, vicios y pasiones de su intelecto, de sus creencias y preconceptos; debe aprender a pensar por sí mismo y no seguir, como ciego, el conocimiento o las creencias de los demás. Por último, la Cámara de Reflexión significa el aislamiento respecto del mundo exterior para poder concentrarse en el estado íntimo, en el mundo interior a donde deben orientarse nuestros esfuerzos para llegar a la Realidad. Es el Conócete a ti mismo de los Iniciados griegos. Es la fórmula hermética que dice: “Visita el interior de la Tierra; rectificando encontrarás la piedra escondida”. Lo que quiere decir: Desciende a las profundidades del ser y encontrarás la piedra filosofal que constituye el secreto de los sabios.
156. Así como los huesos e imágenes de la muerte que se encuentran en las paredes de la Cámara indican la muerte simbólica del neófito para renacer en el mundo del espíritu y la muerte aparente de la Verdad en el mundo exterior, así también las inscripciones que revisten las paredes del local contienen los consejos del Ser interior cuya mira es guiar al hombre a la Verdad y al poder. De esas inscripciones, que son muy variadas, citaremos algunas:
“Si te trae aquí la mera curiosidad, vete”.
“Si rindes homenaje a las prerrogativas humanas, vete, porque aquí no se las conoce”.
“Si temes que alguien te eche en cara tus defectos, no prosigas”.
“Espera y cree. Porque entrever y comprender el infinito es caminar hacia la perfección”.
“Ama a los buenos, compadécete de los malos y ayúdalos, huye de los embusteros y no oigas a nadie”.
“El hombre perfecto es aquel que más útil es a sus hermanos”.
“No juzgues livianamente las acciones de los hombres, elogia poco, adula menos. Jamás censures ni critiques”.
“Lee y aprovecha, mira e imita, reflexiona y trabaja, trata de ser útil a tus hermanos y trabajarás para ti mismo”.
“Piensa siempre que polvo eres y en polvo te convertirás”.
“Naciste para morir”.
Todos estos consejos y las figuras tétricas de la Cámara de Reflexión nos muestran que dentro del hombre se hallan la muerte y la vida, el dolor y la felicidad, el engaño y la iluminación. Si los cinco sentidos ofrecen la muerte, el espíritu da la vida eterna.
El grano de trigo
157. El candidato a la perfección debe pasar por cuatro pruebas, a saber: la de la tierra, la del agua, la del aire y la del fuego. Esto quiere decir que debe triunfar sobre los cuatro cuerpos o cuatro elementos que componen su ser físico, para poder llegar a la Divinidad, todo lo cual será explicado a su debido tiempo.
La Cámara de Reflexión es la prueba de la tierra. Entre los objetos que se encuentran en el aposento está el grano de trigo.
El Iniciado está simbolizado por el grano de trigo echado y enterrado en el suelo para que germine y abra, con su propio esfuerzo, su camino a la luz. El Espíritu está sepultado en él como el grano de trigo; el yo soy está preso en el cuerpo, esperando despertar y manifestarse a la luz del Dios del Señor. Así como la simiente germina al ser echada en tierra, tras una muerte aparente, así en el hombre, semejante a la tierra, se halla latente el Espíritu Divino en espera de la manifestación perfecta. La simiente permanece un tiempo en el seno de la tierra para germinar. El hombre debe aprender del grano de trigo a concentrarse en el silencio del alma, aislándose de todas las influencias exteriores y morir para sus defectos e imperfecciones a fin de germinar y manifestarse en la nueva vida.
El pan y el agua
158. Se hallan en la mesa de la Cámara y son una continuación del símbolo anterior. Así como el labrador siembra, riega, limpia, cosecha, muele y amasa para hacer del trigo pan, así el Iniciado debe hacer con su propio cuerpo: debe educarlo, limpiarlo, formarlo y ofrecerlo como pan del sacrificio y decir como el Divino Maestro: “Este es mi cuerpo. Cómelo”.
La sal y el azufre
159. Otros dos elementos se encuentran en la Cámara de Reflexión: son dos pequeños recipientes, uno con sal y otro con azufre.
Ya hemos dicho que el azufre es el símbolo de la energía activa, el principio creador. La sal muestra la energía pasiva o femenina, la maternidad. Esos dos principios corresponden a las dos columnas, a los dos polos del cuerpo humano, a los dos primeros grados de la Masonería.
Sal y azufre son los polos espiritual y material del individuo, expansión y gravedad. El candidato debe encontrar un equilibrio muy diferente al que prevalece en el mundo profano: se trata de un equilibrio entre el esfuerzo y la vigilancia en el mundo interior del Espíritu para poder manifestarlo hacia afuera. El esfuerzo vigilante y la firmeza perseverante son las dos cualidades que necesita el futuro Iniciado. Ese símbolo se completa también con la figura del gallo y de la clepsidra o reloj de agua: representan la Vida del Espíritu que domina al tiempo y la destrucción de toda forma exterior.
El testamento
160. En la Cámara de Reflexión el candidato debe hacer su Testamento. Difiere del testamento profano en que este último es una preparación para la muerte eterna, en tanto que el primero es la preparación a la vida nueva, porque la muerte ya no es, para el Iniciado, el fin sino el principio de la vida, siendo su ejecutor el propio Iniciado. El que debe morir para sus pasiones y deseos bajos hace testamento como el profano y, al morir para sus pasiones físicas, renace a la vida nueva donde debe cumplir sus deberes para con Dios, para consigo mismo y para con sus semejantes: tres cuestiones que se encuentran en el testamento.
Preparación
161. Antes de ser admitido en el Templo interior, representado por el Templo exterior en la Cámara de Reflexión, en la solemnidad de la conciencia, se prepara al candidato de la manera siguiente: se le vendan los ojos, se le pone una cuerda al cuello y se le descubre el lado izquierdo del pecho, la rodilla derecha y el pie izquierdo.
La venda simboliza el estado de ignorancia o ceguera en el mundo profano, y ceguera de los sentidos en el cuerpo físico.
La cuerda es el estado de sometimiento a las pasiones; nos recuerda también el cordón umbilical del feto en el vientre materno, un ser sin individualidad. La desnudez del corazón significa estar desnudo de todo preconcepto, odio o convencionalismo que impiden la manifestación sincera de los sentimientos. La desnudez de la rodilla derecha simboliza la vanagloria, el orgullo intelectual que impide la genuflexión o inclinación de la rodilla ante el altar de la Verdad. La desnudez del pie izquierdo representa la marcha por el camino, la marcha hacia el Templo, para llamar a su puerta en busca de la luz y la Verdad.
La puerta del templo
162. La puerta es el símbolo del paso o ingreso. La Puerta del Templo es la primera estancia de la Iniciación interna. Para aprender los misterios del espíritu importa penetrar en el Templo interior donde estaban ocultos los tesoros.
El neófito llama a la puerta tres veces y en desorden; quiere entrar pero no sabe cómo; aunque carece de experiencia, el Templo interior está siempre abierto a los que buscan la Verdad y piden luz.
El Cristo está esperando al que llama a la Puerta del Templo, para abrirle.
Entrar en el Templo con los ojos vendados nos indica que en el Templo de la sabiduría no pueden servirnos los sentidos y que la luz del saber interno es sentida pero no vista.
El guía que lleva al neófito al Templo representa al guía interior que conduce individualmente a todo ser que ansia ir por el camino de la Verdad y sin el cual al candidato le sería imposible cumplir con las condiciones que se le piden para su Iniciación.
Es el guía quien responde a las preguntas que salen del interior del Templo.
“¿Quién es el temerario que se atreve a perturbar nuestros pacíficos trabajos y trata de forzar la puerta del templo o del Portal del Hombre?”. Respuesta: “Es un profano deseoso de conocer la luz verdadera de la Masonería y que humildemente la solicita, por haber nacido libre y ser de buenas costumbres”.
163. El significado iniciático de esta respuesta es de fundamental importancia. Nadie puede entrar en el Templo de la Sabiduría si no tiene el firme deseo de conocer la Verdad. Debe solicitar su ingreso con humildad, convencido de su ignorancia y flaqueza; debe estar libre de todo preconcepto filosófico, religioso o social, porque quien está orgulloso de su saber humano e intelectual jamás podrá ser admitido en el Templo interno. Finalmente, debe ser de buenas costumbres porque los malos hábitos son barreras infranqueables para el progreso espiritual.
La punta de la espada apoyada en el corazón significa el Poder del Verbo y de la Verdad intuitiva que se manifiesta en lo más profundo de nuestro ser, puesto que el sentimiento de la Verdad siempre existe, aunque los ojos no puedan ver. Significa también que si el candidato entra en el Templo del Saber por curiosidad o para la adquisición de poderes, la espada flamígera de la Verdad habrá de aniquilarlo.
Interrogatorio del candidato
164. El interrogatorio que se hace al candidato, a su ingreso en el Templo, es el examen de sus meditaciones en la Cámara de Reflexión.
¿Cuáles son los deberes para con Dios, para consigo mismo y para con la humanidad?.
¿Cuáles son sus ideas sobre el vicio y la virtud?.
Esas preguntas son la explicación de lo que el guía respondió por el candidato. El vicio es la esclavitud, la cadena que estorba al hombre que, siendo esclavo de su vicio, no puede ser libre ni de buenas costumbres; de modo que debe volverse virtuoso, con la virtud de lo Viril: fuerza, virilidad, poder moral que mediante sus esfuerzos personales domina los vicios o debilidades.
El verdadero masón es aquel que establece el dominio de lo Superior sobre lo Inferior. Tal es el programa de todo Iniciado en la Verdad y en la Virtud.
El primer viaje
165. El viaje significa el esfuerzo que hace un hombre para alcanzar su objetivo.
De los tres viajes que el candidato debe realizar en la ceremonia del primer grado, el primero está lleno de dificultades y presenta muchos peligros y ruidos. Representa la prueba del agua o sea el dominio del cuerpo de los deseos o su purificación. El guía o Cristo interior le enseña lo bueno y lo verdadero y el candidato debe ser dócil a sus insinuaciones e instrucciones. La dirección de ese viaje es de Occidente a Oriente por el Norte. El Occidente es el mundo sensible y material, la parte inferior del cuerpo humano donde residen los fenómenos objetivos del Universo. La Verdadera Luz se halla situada en él como cuando se pone el Sol. Está velada como Isis y el Iniciado debe develarla con sus esfuerzos.
La realidad y la Luz nacen en Oriente o cabeza del hombre. Es allí donde brillan con todo su esplendor.
El viaje que comienza en el Oriente significa el conocimiento objetivo de la realidad exterior. El hombre se encamina por la noche obscura al Norte, en busca de la Verdadera Luz en el Oriente. No deben amedrentarlo la oscuridad ni las dificultades que se encuentran en su camino hacia la Luz. Una vez llegado al Oriente, mundo de la luz, no puede detenerse allí; por el contrario, tiene que regresar a Occidente con la conciencia iluminada que le permita arrostrar, con más serenidad, las dificultades y preconceptos del mundo que ya no tienen poder para desviarlo del camino, porque purificó su cuerpo de los deseos y dominó sus pasiones con el reconocimiento de la Verdad. También tiene otro significado: una vez que el candidato se halla iluminado, no debe guardar su iluminación para sí mismo, sino instruir e iluminar a los demás que aún se encuentran en el Occidente o mundo material.
El segundo viaje
166. Se ha dicho ya que la Cámara de Reflexión representa la prueba de la tierra o dominio del mundo físico. Si el primer viaje corresponde al dominio del mundo de los deseos, el segundo se refiere al triunfo sobre el cuerpo mental o mundo mental.
Este segundo viaje es más fácil que el primero, puesto que ya no presenta obstáculos violentos. El esfuerzo hecho en el primero nos enseñó a superar las dificultades que se encuentran en el camino de la evolución, una vez dominados nuestros deseos.
El chocar de espadas que se oye durante ese viaje es el emblema de las luchas que se traban alrededor del Iniciado. Es la lucha individual consigo mismo para dominar su mente elaboradora de los pensamientos negativos. Es el segundo esfuerzo para reglar la vida en armonía con los ideales elevados. Es el Bautismo del aire practicado por las escuelas, la negación de lo negativo; es la preparación para recibir el Bautismo del fuego o del Espíritu Santo, es decir, la afirmación en lo positivo.
El Bautismo del aire, objetivo del segundo viaje, es la purificación de la mente y de la imaginación, en cuanto a sus errores y defectos.
El tercer viaje
167. El tercer viaje corresponde al Bautismo del fuego y, sin embargo, se realiza con mayor facilidad que los precedentes puesto que, eliminados los obstáculos y ruidos, sólo se escucha una música profunda y armoniosa.
Dominando y purificando la parte negativa de su naturaleza causante de dificultades, el Iniciado se familiariza con la energía del fuego, o sea que llega a ser consciente del Poder Infinito del Espíritu que se halla en sí mismo. Es la bajada del Espíritu Santo en lenguas de fuego que borra toda huella de los errores que dominaban el alma.
Es la práctica del fuego en las antiguas Iniciaciones, el elemento más sutil del que nacen todas las cosas y en el que todas se disuelven. Es el dominio del mundo del Espíritu de Vida, cuyas fronteras tocan el mundo Divino.
La bajada del Espíritu Santo sobre el Iniciado hace desaparecer con su fuego las tinieblas de los sentidos y, con ellas, toda duda y vacilación, dándole esa Serenidad Imperturbable en que el alma descansa para siempre al abrigo de todas las influencias, tempestades y luchas externas.
Ese fuego es la esencia del Amor infinito, impersonal, libre de todo deseo, impulso personal que da al Iniciado el poder de realizar milagros porque en él se convierte en Fe Iluminada y en fuerza ilimitada por haber vencido todos los límites de la ilusión.
El Cáliz de la amargura
168. Dominados los cuatro elementos o cuatro mundos, el Iniciado debe apurar el Cáliz de la amargura. Este símbolo da mucho que pensar. Numerosos son los engañados que creen que la ciencia espiritual es un método fácil y simple y acuden a ella para adquirir poderes, riquezas y comodidades; pero jamás piensan ni nadie les dice que, tras esas pruebas, nos espera el oscuro Cáliz de la amargura, al enfrentarnos con las desilusiones causadas por nuestros proyectos y aspiraciones. El propio Jesús, al sentir ese estado abrumador de las cosas, clamó: “¡Padre! Si es posible, aparta de mí este cáliz”.
Pero no puede apartarse el Cáliz sino, por el contrario, tiene que ser bebido hasta la última gota. El Iniciado debe seguir los pasos de Cristo, cargar en sus hombros todas las amarguras de los demás, soportar la ignorancia, el fanatismo y la ingratitud de todos, llevar ese Cáliz a los labios, serenamente, y beberlo como si fuese la más dulce y agradable de las bebidas. Entonces se realiza el milagro: la amargura, en su boca, se convierte en dulzura en la boca de los hombres y la Verdad triunfa sobre las ilusiones de los sentidos.
La sangre
169. Una de las pruebas a que se somete al candidato es la sangría. Se le dice que debe firmar un juramente con su propia sangre, o sea suscribir con ella el pacto. Los herméticos saben muy bien que la sangre es la sede del Yo, o del Ego, expresión de la vida individual. Mientras circula la sangre en el organismo hay vida, mas cuando se coagula sobreviene la muerte.
Firmar el juramento con sangre significa adherir a la Causa Sagrada, eternamente, de modo que ese pacto, así firmado, no puede quebrantarse ni con la muerte. Por eso, a ningún Iniciado le es dado volverse atrás y aquel que pone la mano en el arado no puede volver la vista atrás, si no quiere convertirse en estatua de sal, como la mujer de Lot.
No nos es posible revelar más a fondo este misterio, porque las consecuencias serían muy dolorosas para nosotros y para quienes llegaran a comprenderlo. Lo único que podemos decir es que el autor del juramento firmado con su sangre no puede ser Iniciado ni dejar de serlo cuando quiera, sino que lo será para siempre, y aquel que cree que puede dejar de considerarse como tal, es porque jamás lo fue. Cuando Cristo derramó su amor por medio de la sangre, firmó con nosotros el pacto de sangre hasta la consumación de los siglos. Él mismo nos enseñó que no debemos jurar ni por el cielo ni por la Tierra, porque sabía las consecuencias del juramento.
El fuego
170. Otro símbolo similar al de la sangre es el fuego. Se pide al candidato que permita hacérsele alegóricamente, en el pecho u otra parte del cuerpo, la impresión con fuego de un sello por el cual se reconocen entre sí los masones.
Ese sello (que jamás se puso materialmente en la Masonería pero que fue aplicado antiguamente) se graba con el fuego de la Fe en el corazón del Iniciado: la fe es el único sello por el cual los masones se reconocen entre sí. Es la fe que enciende el ardor del entusiasmo para actuar en armonía y cooperar conscientemente con el Plan del Gran Arquitecto. El auxilio en la Cadena de la unión
171. Finalmente, se invita al candidato, a fin de que dé muestras de su altruismo, a entrar en la Cadena de la unión mediante una oferta voluntaria para ayudar a los necesitados. Antiguamente daba todo a los demás y esa escena se repitió en tiempos de Cristo, cuando el rico le preguntó: “Maestro, ¿qué debo hacer para ser perfecto?”. Y el Maestro le respondió: “Vende todo cuanto tienes y dáselo a los pobres”.
El juramento
172. El candidato debe prestar su juramento ante el ara (su corazón, altar de Dios). Va con los ojos vendados (aún no puede ver la luz): se hinca sobre la rodilla izquierda (no sólo en señal de respeto y devoción sino también porque en tal postura se pone en contacto con las corrientes terrestres que tienden a subir hasta las que bajan de arriba, constituyendo el candidato el punto de unión entre las dos), con la rodilla derecha formando una escuadra (símbolo de la fijeza, estabilidad y firmeza, que son los objetivos del juramento) es la preparación para libertarse (véase el significado de la escuadra en páginas anteriores); mantiene la mano derecha sobre la Biblia (Verdad revelada) y en la izquierda un compás cuyas puntas se apoyan en el pecho, símbolo del reconocimiento pleno de la armonía (véase la explicación sobre el significado del compás).
Se presta el juramento en presencia del Gran Arquitecto del Universo (G.A.D.U.) y de los hermanos reunidos en la Logia. Que el Gran Arquitecto está presente en el hombre es la primera condición que debe comprender el candidato; los hermanos que forman, con sus espadas, una bóveda sobre su cabeza, sin que él los pueda ver con los ojos físicos, son símbolo de los protectores invisibles que se hallan en el interior y el exterior, que nos vigilan constantemente y nos protegen sin que percibamos su existencia.
El juramento se presta libre y espontáneamente, con pleno conocimiento del alma. No se trata de una obligación contra su voluntad o bajo amenaza porque, como el masón es libre en la acepción total de la palabra, contrae con espontánea voluntad la obligación o juramento que lo liga al Ideal de la Orden.
Obligaciones del juramento
173. De las obligaciones del juramento, que son tres, la primera es el silencio. Ley importante del hermetismo es no revelar a nadie los secretos de la Orden: “No echéis perlas a los cerdos”. Al penetrar el hombre en el Templo Interno de la Sabiduría y recibir fragmentos del Saber Divino, debe guardarlos en su propio corazón, como un tesoro, por dos motivos: porque nadie puede comprenderlos y porque quien los divulgue perderá con las palabras la energía interna, que es como la levadura que fermenta al corazón con esa sabiduría.
La segunda obligación es no escribir, grabar o trazar señal alguna que pueda revelarla Palabra Sagrada. Esta es el Verbo Divino que se encuentra en todo ser, y sacarlo al exterior es como arrancar la semilla de la tierra para ver su crecimiento. El Verbo Divino o Ideal Divino debe actuar de adentro hacia afuera, sin ser jamás visto por los ojos de las pasiones, como los de quienes se vanaglorian de sus poderes.
La tercera es la unión eterna del candidato con la Fraternidad Espiritual, con sus ideas, aspiraciones y tendencias; comprometerse a ayudar a sus hermanos en todo momento. Así comprenderá que la Fraternidad es un cuerpo y él una célula suya, que debe cumplir con sus deberes.
El masón prefiere “tener cortada la garganta y arrancada de raíz la lengua” antes que faltar al juramento. Es el castigo simbólico del indiscreto cuando hace uso egoísta de sus poderes. Entonces la lengua, instrumento del Verbo, le será arrancada, o sea que perderá el poder de la palabra o del Verbo. Y le será cortada la garganta que es la que produce el sonido de la Verdad.
La luz
174. Una vez cumplidos los tres deberes del juramento, el candidato será digno de ver la Luz de la Verdad. Ese símbolo se ejecuta haciendo caer las vendas de sus ojos, que representan la venda de la ilusión que le impide ver la esencia de la Verdad.
Al principio queda deslumhrado, luego ve a los hermanos con las espadas dirigidas hacia él, pero que no son amenazas porque aquel que ve la luz no puede temer peligro alguno. Esas espadas representan las dificultades que el Iniciado debe afrontar en la realización constante de sus ideas, pese a lo cual jamás renunciará a sus aspiraciones elevadas. Por eso, los hermanos, al verlo firme en sus propósitos, se descubren, despojándose de la Máscara que les ocultaba el rostro y bajan las espadas, significando así que las dificultades son vencidas ante la firmeza de la Fe. Es la luz interior que pasa libremente y se derrama en el mundo exterior para esfumar cualquier temor o dificultad. Es la Luz de la Divinidad. Es el objetivo de la Iniciación interna: hacer del hombre un Dios.
La Masonería acude a todos esos símbolos como para ayudar al intelecto humano a comprender la Verdad y descubrir que el hombre es Dios en Dios.
Consagración
175. Concluido lo anterior, el candidato es llevado al ara frente a la cual se hinca sobre la rodilla izquierda, mientras que con la derecha forma una escuadra, y le hacen confirmar sus deberes. (Todo acto debe encerrar un significado sobremanera profundo. El mero hecho de arrodillarse tiene un contenido oculto, porque, al hincar la rodilla, los centros etéricos y físicos se sintonizan con ciertas corrientes que circulan sobre la tierra y están siempre a disposición de quienes buscan auxilio en lo Invisible. La oración, en la posición del hombre arrodillado, ayuda a quien ora pero, hasta cierto punto, lo preserva también de las influencias perniciosas que pueden dominarlo en cualquier otra posición que el cuerpo adopte. Pedir de rodillas es una frase que se repite a menudo, porque los antiguos que nos la dejaron comprendían la eficacia del pedido hecho de hinojos. Ya explicamos, en otro lugar, el símbolo de la escuadra y no es menester repetir aquí el significado de la pierna derecha que adopta esa forma).
Cuando el candidato cumple sus obligaciones y se arrodilla ante el altar, que es su corazón, donde reside el verdadero Maestro, el YO SOY, el Átomo Nus, el Cristo, entonces el V\ M\, que lo representa, toma la espada flamígera, la apoya en la cabeza del recipiendario y pronuncia la fórmula de la consagración acompañada de los golpes misteriosos del grado. Luego lo levanta y lo abraza, dándole por primera vez el título de Hermano y le ciñe el delantal diciendo: “Recibid este delantal, distintivo del Masón; es más hermoso que todas las condecoraciones humanas porque simboliza el trabajo, que es el primer deber del hombre y la fuente de todos los bienes. El delantal os da el derecho de sentaros entre nosotros y jamás debéis estar sin él en la Logia”.
(La espada flamígera es el símbolo del Poder Divino. El poder creador se halla en el hombre aunque, por ahora, en la humanidad es un poder limitado).
El poder de la creación se manifiesta en la parte inferior de la espina dorsal, donde reside el enemigo secreto del hombre. Este se esfuerza por unirse a lo Más Íntimo o, según la parábola de la Biblia, está ansioso por volver al Edén, al Paraíso, después de haber sido echado de él por rebelde, y Dios “puso al Oriente del huerto de Edén querubines, y una espada encendida que se revolvía a todos lados, para guardar el camino del árbol de la vida”. La Espada del Poder que se halla en las manos del Ángel que reside en la columna vertebral del hombre impide a los rebeldes átomos destructivos acercarse a la fuente del Saber Divino, a fin de que no lo extravíen hacia el mal siguiendo sus propios deseos. Sin embargo, desde el momento mismo en que se arrodilla ante el Maestro Interno, ante el altar del sacrificio, el Maestro Íntimo lo consagra discípulo suyo, tocándolo con la espada en llamas, mientras vibran los sonidos misteriosos, para transformarlo en ayudante servidor y humano en el trabajo de la Obra.
176. El delantal es la túnica de piel mencionada en la Biblia o el Cuerpo Físico con su conciencia espiritual (Adán) y su reflejo personal (Eva), que fueron echados del estado edénico (mental) y llevados a la Tierra, el mundo físico, para trabajarlo y expresar en la materia las cualidades divinas y adquirir allí experiencias que transformen al hombre en Maestro.
Si el delantal es el cuerpo físico, la túnica de piel es la parte que aísla al Espíritu Interno y oculta su Luz a los ojos físicos.
Colocar el delantal significa aislar al corazón del mundo físico durante los momentos de trabajo espiritual, durante la comunión con el Padre que está dentro de uno.
Los guantes
177. Se dan al recién iniciado dos pares de guantes, uno para él y otro para ofrecerlo a la mujer amada.
Los guantes blancos son símbolo de las buenas obras, lo que significa expresar lo divino en nosotros sin mirar el fruto de ellas.
Con el otro par de guantes para la mujer se índica que esta, compañera del hombre, tiene derecho a participar de los beneficios de la Orden, aunque, hasta ahora, algunas Logias se lo nieguen.
En nuestra opinión los guantes tienen también otro significado, más trascendental: amar a Dios con todas las fuerzas del ser. Los guantes son, como el delantal, aislantes. En las religiones se enseña que, para orar, deben cruzarse los brazos; la Masonería ofrece al Iniciado un par de guantes.
El hombre irradia energía por los dedos de las manos. Así, para amar a Dios con todas sus fuerzas, se cruzan los brazos sobre el pecho a fin de conservar esa energía en sí mismo, lo que lo ayuda a la mejor adoración del G.A.D.U. Los guantes tienen como finalidad conservar esa energía en el hombre, para expresar mejor la Verdad en el momento necesario.
La palabra
178. Habiendo sido consagrado Aprendiz masón, el neófito está ya en condiciones de que se le comuniquen la Palabra y el modo de hacerlo.
El primer versículo del Evangelio de San Juan nos da el significado y la clave de la palabra: En el principio era el Verbo, o sea la Palabra. Es la afirmación de la Verdad de que todo se manifiesta a partir de un Principio Interno o espiritual, llamado Verbo o Palabra, lo que quiere decir afirmación creadora de su realidad que lo hace venir a la existencia y manifestarse en un estado de inmanencia latente o potencial.
En el principio era el Verbo es una frase que nos demuestra el origen espiritual de todo cuanto vemos o se nos presenta de algún modo a nuestros sentidos. De todo, sin excepción, puede decirse que en el principio (o sea en su origen) era o fue Verbo, Palabra, Pensamiento o Afirmación Creadora que lo originó. Y como el Verbo, Palabra o Pensamiento no puede ser sino manifestación de la Conciencia, todo lo exterior tiene su origen interno en el Ser donde nació primero como causa cuyo efecto vemos.
Todo cuanto se manifiesta debe haber tenido origen en un pensamiento, deseo, aspiración, afirmación o estado. El Universo, desde el principio, tuvo el ser del No Ser, que es el fundamento de todo lo que existe; espacio y tiempo no son sino laboratorios del Verbo.
Es, pues, de importancia trascendental lo que él hombre dice, piensa o afirma de sí mismo. Sólo con ese acto participa, consciente o inconscientemente, del poder creador universal del Verbo y su obra constructiva.
El primer grado de Aprendiz tiene el privilegio de desarrollar el poder del Verbo sabia y conscientemente en el Iniciado.
Aprender el empleo correcto de la Palabra es la tarea fundamental que incumbe al masón. Con esta disciplina hace que su actividad se torne constructiva y en armonía con los planos del G.A.D.U., o sea con los principios universales de la Verdad.
Hay, pues, una palabra sagrada distinta de las palabras profanas, que son nuestros errados pensamientos negativos y juicios formados a partir de la apariencia exterior de las cosas. La palabra sagrada es el Verbo, o sea lo más elevado y conforme a la realidad que podemos pensar o imaginar, una manifestación de la luz que nos ilumina desde adentro. Es nuestro ideal y nuestro concepto de lo más justo, bueno, hermoso, grande, noble y verdadero que existe. Conformando nuestras palabras con ese Verbo, pronunciamos la Palabra Sagrada y decretamos su establecimiento. Pues, como está dicho, “Decretarás una cosa y será establecida en ti”.
La Palabra Sagrada dada por el V\ M\, que se sienta al Oriente, simboliza la Palabra Sagrada dada individualmente a cada uno de nosotros por el Espíritu de la Verdad, por el íntimo yo soy que, asimismo, tiene su asiento y morada en el Oriente u origen de nuestro ser. También representa la instrucción verbal que se da en la Logia (o lugar donde se manifiesta el Logos o Palabra) y que siempre debe partir de Oriente para ser efectiva, o sea de lo más noble y elevado que cada uno puede pensar individualmente. Debe ser luz inspiradora de vida como la luz del Sol, que sale del Oriente.
A semejanza de la Palabra Sagrada, que se formula al oído, letra por letra, así debe dispensarse la instrucción hermética. Se da a cada uno un primer rudimento o primera letra de la Verdad para que, meditándola y estudiándola, llegue por su propio esfuerzo a conocer y formular la segunda, que lo hará digno de recibir, útil y provechosamente, la tercera. De ese modo fue y ha sido comunicada la Doctrina Iniciática en todos los tiempos, siendo el simbolismo masónico la primera letra de la mística palabra sagrada de la Verdad.
(Cuando lleguemos a la interpretación mística del Ritual explicaremos el significado particular de la Palabra Sagrada del Aprendiz).
La Palabra Sagrada que se da al nuevo Iniciado es el símbolo de aquella instrucción sobre los principios de la Verdad que cada Aprendiz tiene derecho a conocer, enseñados por los hermanos más adelantados en el camino.
La Palabra Sagrada que se da al oído, o secretamente, es el verdadero saber que el Iniciado recibe de su interior. Es el ejercicio que lo vuelve apto para el Magisterio de la Verdad y de la Virtud. Semejante instrucción no depende de lo que recibe sino de lo que encuentra y asimila por sí mismo con sus propios esfuerzos, o sea, con el uso correcto que convierte a la primera regla recibida en el medio para llegar directamente a la Verdad.
En eso consiste la instrucción iniciática: actuar siempre y bien para llegar a descubrir las trascendentales verdades cósmicas que están en uno mismo. No es como la instrucción oficial que se limita a enseñar al discípulo ciertas nociones intelectuales que, muchas veces, son más perjudiciales que útiles. La ciencia de la Verdad debe ser sentida, vivida, y no solamente aprendida.
Cada letra de la Palabra Sagrada debe ser objeto de reflexión individual. Por ejemplo, al meditar en los poderes y significado de la primera letra, el discípulo llegará, por sus propios esfuerzos, a encontrar la segunda, que es la que debe dar al Instructor en respuesta a la primera, para que se juzgue digno de recibir la tercera, que es de un género diferente del de la primera.
El hombre correcto, que aspira al saber, tiene primeramente que practicar el bien a su alcance; entonces, la primera práctica le descubre el camino de la segunda: ayudar a los necesitados, consolar a los afligidos. Eso significa dar y, como según las leyes cósmicas, el efecto de dar es recibir, llegamos a la conclusión de que quien consuela será consolado para aliviar mejor el dolor ajeno.
La Palabra Sagrada tiene tres sentidos. El primero de ellos es exterior: determina ciertas enseñanzas por medio del símbolo, de las ceremonias y alegorías, tal como las religiones tienen sus ceremonias y obligaciones externas y la ciencia tiene el método experimental basado en las propiedades exteriores de las cosas.
El segundo sentido es esotérico y es el que, por medio de la reflexión individual, puede llevar al conocimiento de la Verdad, a la Doctrina interior que se oculta en el simbolismo y en las formas exteriores. El tercero es el sentido místico o entendimiento secreto de la Verdad representada por las alegorías y los símbolos.
La misma ley rige en el camino de la religión y en el del hombre espiritualista que busca el sentido interior y profano de los símbolos religiosos y el valor operativo de sus ceremonias. Así se llega a comprender sus significados espirituales.
El hombre que se dedica al reconocimiento de lo más profundo que hay en las cosas, abarca en sí todas las religiones, artes y filosofías y no necesita de Maestro alguno: le basta su propio Maestro Interno que es Omnisciente y Omnipotente.
El objetivo de la Masonería y de las religiones es preparar y enseñar al intelecto a comunicarse con su Propio y Único Maestro YO SOY que está ávido por instruir e iluminar al hombre.
Los tres años
179. Los tres años del Aprendiz y los tres viajes de la Iniciación son el símbolo del triple periodo que marcará las etapas de su estudio y progreso.
Los tres años se refieren particularmente a las tres primeras artes: la gramática, la lógica y la retórica. Antiguamente, el Aprendiz tenía que estudiar durante tres años consecutivos esas artes, empleando un año para el dominio de cada una de ellas. Como se ha dicho en páginas atrás, el primer grado tiene por finalidad desarrollar en el hombre el poder del Verbo que, forzosamente, debe dominar aquellas tres artes. La gramática es el conocimiento de las letras, o sea principios, signos, símbolos de la Verdad. El Aprendiz no sabe leer ni escribir el Lenguaje de la Verdad y apenas lo emplea descifrando, una por una, las letras o principios. Los tres primeros años tienen también relación estrecha con los tres primeros números: el 1, símbolo de la Unidad Universal; el 2, dualidad de la manifestación, y el 3, la Trinidad o perfección.
Letras y números
180. El estudio de las letras pertenece al arte de la gramática. Es el estudio de esa gramática (del griego gramma, o sea letra, signo) simbólica con la cual debe familiarizarse el Aprendiz.
Una vez conocidas las letras podrá combinarlas mediante la lógica y manifestarse el Verbo por medio de la retórica.
Los signos o letras tienen un triple sentido: externo, interno y espiritual.
Las letras, según los ocultistas, son formas externas de poderes internos y espirituales.
La primera letra del alfabeto, la A, contiene en su forma los dos principios o fuerzas primordiales que parten del punto de origen y forman el ángulo.
Es también el Triángulo que nace del ángulo gracias a la línea horizontal – o tercer principio – que une sus dos lados.
Esa primera letra nos muestra el origen de todo y su manifestación progresiva: la involución o revelación del Espíritu en el reino de la forma o de la materia.
Alef. La forma hebraica de esa misma letra cuyo valor numérico es Uno, nos presenta, en la línea oblicua central, el Primer Principio Unitario cuyas dos fuerzas o principios se manifiestan en el hombre: ascendente y descendente, centrífugo y centrípeto, masculino y femenino, representados por las tres columnas. Es, por lo mismo, un signo de equilibrio, pues, muestra el dominio de los opuestos y la Armonía producida por su actividad coordinadora. En su conjunto, representa la Trinidad o sea la fuerza manifestada por la Unidad.
Hasta aquí llega el conocimiento simbólico de la letra A. Pero ¿puede alguien analizar y descifrar su sentido interno?. ¿Cuáles son las fuerzas que ella encierra y cómo deben utilizarse?.
No son muchos los cerebros que han tratado de rasgar el velo denso que oculta los poderes que se encuentran en la A y en sus compañeras del alfabeto.
Dios creó el Universo por medio del Verbo, y el Verbo se hizo carne según el número, peso y medida; entonces cada letra que forma parte de la palabra debe tener, asimismo, su número, peso y medida.
¿Quién descubrió el número, peso y medida de cada letra?. ¿Quién puede utilizarla conscientemente?. Se dice que los maestros del Yoga guardan esos secretos y se cuenta que, en Occidente, hay quienes llegaron a poseer tan inestimable tesoro.
Nosotros, muy lejos de la pretensión de poseerlos, ofrecemos desvelar más adelante el misterio de cada letra, su número, peso y medida, según nuestra inspiración interna. Por ahora tenemos que seguir solamente su sentido externo.
Cada letra es, en sí misma, una potencia, un poder y una energía y puede distinguírsela de varios modos.
1°. La letra es un símbolo del Creador eterno que gobierna la evolución interna de la Creación.
2°. Cada letra posee un sonido, fuerza que tiene el poder en su vibración sutil y está constantemente vibrando en su tono propio.
3°. Ese tono, al vibrar a través de la energía que anima a todos los seres, modela las condiciones de las formas para darles sus arquetipos.
4°. La letra es la representación de una divinidad que tiene íntima relación con la conciencia del hombre.
5°. Vocalizar una letra es llamar a una divinidad por su nombre y atraer hacia sí su fuerza cósmica.
6°. Una palabra compuesta de varias letras se transforma en un instrumento de generación del espíritu porque se convierte en idea.
7°. Cada pueblo adoptó para sus letras una forma especial que representa la propiedad de su deidad, según la sensación con que impresionaban su mente el atributo y las características de esa deidad.
8°. De modo que si un hebreo pronuncia o vocaliza la letra A, adaptando la forma que ella tiene en su lengua, levantando la mano derecha en alto y estirando la izquierda hacia abajo, obtiene los mismos beneficios que un latino al pronunciar la misma letra en su forma latina.
9°. Si cada letra del alfabeto es un poder, la combinación de varias letras produce una aglomeración de poderes para un fin deseado.
10°. El Mantram sánscrito conservado por los Iniciados orientales no es sino el poder del Verbo sintetizado en una palabra, puesto que las palabras son también formas cabalísticas conservadas en las ceremonias de la Iniciación occidental.
11°. Toda palabra es una acción y, si es acción, debe ser útil una vieja leyenda cristiana que nos enseña que el demonio no puede apoderarse de los pensamientos mientras no se materializan en palabras.
12°. En las escuelas herméticas hay muchas palabras que no tienen sentido alguno para el profano y a veces ni siquiera para sus miembros. No fueron inventadas como rompecabezas sino que, ante todo, expresan el poder oculto y esotérico de cada una de sus letras, sin preocuparse mucho del sentido que puedan tener en el diccionario de la lengua. Tampoco los inventores del símbolo tuvieron jamás la intención de que su forma encierre una sola idea determinada sino que del símbolo deben emanar todas las ideas.
13°. El Aprendiz, al estudiar las letras de su grado, debe meditar en los puntos anteriores para comprender que la esencia del Verbo o palabra está en el principio, que la luz intelectual es la palabra, que la revelación es la palabra y que hablar es crear; sin embargo, para crear deben escogerse los elementos de la creación y emplearse con maestría.
14°. Dios, al dotar de razón al hombre, le dio las letras para formar la palabra y pronunciarla.
15°. La letra A, cuyo valor numérico es uno, es el primer sonido que articula el ser humano, y la primera letra del alfabeto, al igual que el número uno, es la unidad madre de todos los números. Ambas figuras expresan la causa, la fuerza, la actividad, el poder, la estabilidad, la voluntad creadora, la inteligencia, la afirmación, la iniciativa creadora, la originalidad, la independencia, el Absoluto que abarca todo y del cual emanan todas las posibilidades. Es el hombre rey de la Creación, que une el cielo y la tierra, la supremacía, la actividad enervante, el deseo incansable de llegar a su fin, etc.
16°. Todos esos atributos, y muchos más, pertenecen a la letra A. Los iniciados, conscientes del poder de la letra, separada de otra o unida a ella para intensificar su fuerza, la entonaban según un rito especial, para producir una vibración y un color apropiados, que ayudaban a obtener el resultado deseado en su propia mente y en la de los demás. De acuerdo a lo ya dicho, que cada hombre tiene una nota particular, aquel que modula la pronunciación de las letras según su nota o tono personal obtendrá inmensos poderes. ¡Amados lectores! Aprended a vocalizar las letras y habrá de manifestarse el provecho en vuestros tres mundos: el espiritual, el intelectual y el físico.
Después de leer los artículos anteriores, el amado lector llega a comprender que la Masonería, las religiones y todas las escuelas son fases de la Única ley natural que rige el Universo Mayor y el universo menor que es el hombre.
De modo que la Masonería es una doctrina que tiene por objeto despertar al hombre del sueño de la ignorancia al cumplimiento del deber. Mas, como esos deberes son abstractos, el hombre tuvo que apegarse a los símbolos, emblemas y rituales a fin de que su mente objetiva pudiera sentir algo de lo que en él mora de modo latente.
Todo lo que se ha escrito sobre la Masonería es una mera explicación de ciertas ideas, pero si la idea no se manifiesta en actos, es inútil, porque sólo la acción es la que manifiesta y comprueba la existencia de la voluntad.
Los rituales de una religión son ideas expresadas por palabras que cristalizan la voluntad.
El ritual del primer grado es la realización del ideal o del espíritu masónico, es la exteriorización de una divinidad interna en el hombre o, en otros términos, es un medio de ayudar al hombre a su unión consciente con su Dios Interior, con su Íntimo, finalidad buscada por todas las religiones esotéricas del mundo e ignorada por las exotéricas.
Quienes comprenden que el cuerpo humano es la copia fiel, en miniatura, de todas las divinidades, de todo cuanto existe en el Universo, y que por eso fue llamado Microcosmo, advertirán que el ritual del primer grado es un medio, un escalón cuya finalidad es la aproximación consciente de la mente humana a su Interno Creador, puesto que, desde cuando comenzó a utilizar sus cinco sentidos físicos, esa mente dedicó toda su atención a lo externo y se olvidó de su Íntimo e Interno.
Resumiendo: el Maestro de una Logia, al llegar a comprender el espíritu masónico, entra a practicarlo por medio del ritual.
Como se ha dicho en páginas anteriores, el templo es el cuerpo humano: “Vosotros sois el templo del Espíritu Santo” y como “el reino de Dios está en vosotros”, todas las facultades del hombre deben volverse hacia el templo Interno en busca del reino de Dios.
Considerando al hombre como un templo, cuyo sacerdote es la razón iluminada por la Sabiduría Divina, el Maestro aconseja y guía a aquellas facultades hacia la adoración a Dios en el templo Interno y entra a oficiar y practicar el ritual de la adoración.
181. Toda Manifestación debe tener tres planos o tres vías por donde el hombre puede percibir y expresar la vida:
1. El plano espiritual, relacionado con el pensamiento.
2. El plano mental, relacionado con el pensador.
3. El plano físico, relacionado con la imagen del pensador.
Estos tres planos de Manifestación, inseparables entre sí, están vinculados con los tres elementos que entran en el lenguaje:
a. El plano espiritual, vinculado con la aritmética.
b. El plano mental, con la música.
c. El plano físico, con la geometría.
182. Cada letra del alfabeto tiene estas tres claves; por consiguiente, en cada palabra entran también los tres elementos mencionados:
a. Tiene un valor numérico que le es propio;
b. Tiene un sonido que la distingue;
c. Tiene una figura que la caracteriza.
Las letras del alfabeto son, en su origen, 22 ideogramas llamados las 22 puertas del saber. Las letras interpretan el saber antiguo por medio de la palabra que identifica la idea cifrada en ella.
Ahora bien, cada letra tiene dos valores para nosotros: el primero, que se relaciona con la sustancia y es trascendente, que no tiene una correspondencia inmediata con el entendimiento, puesto que lo percibimos mas no lo identificamos; y el segundo, que es relativo y se identifica con nuestra conciencia en la cual tendrá límites sobremanera reducidos.
183. En cada letra están cifrados muchos principios que tienen su correspondencia en el hombre y en todo cuanto existe en la Naturaleza, porque Todo es Uno y Uno es Todo. Cada letra interpreta principios actuantes, moldes que forman imágenes y fuerzas inteligentes que animan esas imágenes según el molde en que fueron formadas.
184. A veces en un alfabeto hay más de 22 letras, pero en el alfabeto latino las principales son 22 y las demás sólo derivaciones de ellas.
Las 22 letras componen el idioma; cada letra está relacionada con un número, un sonido, una figura geométrica, un color, un aroma, un planeta del sistema solar, un signo del zodíaco, un proceso alquímico, una actividad física y una noción mental.
185. Dijimos que cada letra representa un número. Es preciso seguir la nomenclatura egipcio-fenicia en orden alfabético para facilitar al lector el estudio de las letras y aplicar la magia del Verbo a sus necesidades espirituales, mentales y físicas. Porque los principios cifrados en cada signo-letra tienen su correspondencia en el hombre, que es el símbolo supremo de la Creación y el verdadero ideograma en el cual se resume el saber contenido en todos los signos.
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