lunes, 17 de mayo de 2010

LA INICIACIÓN HEBRAICA Y SU RELACIÓN CON EL HOMBRE




LA INICIACIÓN HEBRAICA

Y SU RELACIÓN CON EL HOMBRE

Dr JORGE ADOUM

El Tabernáculo en el desierto es el símbolo del cuerpo físico en el desierto de la materia. Cuando el hombre fue dotado de mente perdió la vista espiritual porque dedicó todos sus pensamientos al mundo externo. Entonces el Señor reveló a los guías de la humanidad (los maestros internos) la manera de volver al mundo espiritual por el camino de la mente o el pensamiento. Así el Tabernáculo o cuerpo le fue dado al hombre para hallar a su Dios.

La Pirámide de Egipto se asemeja al Tabernáculo diseñado por Jehová: ambos eran la representació n del cuerpo humano, ambos entrañaban la incorporación de grandiosas verdades cósmicas ocultas tras el velo del simbolismo, cuyos objetivos son la unión del hombre con el Íntimo mediante el pensamiento. Esa idealización divina le es dada al hombre que hace alianza con Dios, comprometiéndose a servirle y ofrecer la sangre de su corazón, llevando una vida de servicio sin buscar provecho alguno para sí.

El Tabernáculo estaba orientado del Este al Oeste; el Este del hombre es su frente o parte anterior; el Oeste es la parte inferior. El aspirante entraba por la puerta oriental, siguiendo el camino del astro del día, y continuaba andando hacia el frente, hacia el Occidente: tocaba el Altar de las Ofrendas o Altar de los Sacrificios (que está en el bajo vientre), donde ellas eran quemadas; después llegaba al Lavabo de Bronce (el hígado y la purificación por el servicio o prueba del agua) para penetrar, en seguida, en el vestíbulo, estancia oriental llamada Lugar Santo y, por fin, en la parte occidental, el Sancta-sanctó rum, donde se hallaba el Arca de la Alianza, el símbolo más grandioso de todos.

De la misma manera anduvieron también los Tres Magos de Oriente (los tres cuerpos del hombre) guiados por el pensamiento, la Estrella del Cristo Interno, hasta llegar a Bethleem-Belé n, casa de carne, donde reside el punto central de la Divinidad nacida en forma humana.

La puerta del Tabernáculo se hallaba en la fachada oriental. Estaba cubierta con una cortina de lino de tres colores - azul, escarlata y púrpura - que representan los tres aspectos o Personas de la Divinidad. “Dios es Luz”, dice San Juan, pero la luz blanca se refracta en tres colores primarios, en la naturaleza y en el hombre. El rojo corresponde al Espíritu Santo: en el hombre, está en la sangre, cuando se pone en contacto con el aire; el amarillo es el color del Hijo que fulgura en el corazón, mientras que el azul es el color del Padre, que flota, como bruma, en las quebradas de las montañas lejanas, en la cabeza. El amarillo del Hijo mezclado con el azul del Padre da el color verde vegetal de la naturaleza; es el color de la vida y la energía. El amarillo con el rojo producen la sangre purpúrea de las venas como consecuencia del error y el pecado.

En aquellos tiempos no aparecía aún el amarillo puro en el velo del Tabernáculo porque Cristo no se había manifestado en el Hombre para tejer el “traje dorado de la boda” del alma humana que fue la novia de Cristo en lenguaje místico. Esos tres colores significaban también las tres religiones consecutivas del hombre: el rojo, la religión del Espíritu Santo en épocas pasadas; el amarillo, la del Hijo, en la actual; y el azul, la del Padre, en el futuro. Vendrá el día en que los tres colores del hombre, emancipado de las restricciones de la ley, se entre mezclarán y, girando en torno del Íntimo, formarán, con la Unión, la luz blanca, síntesis de todos los colores.

El altar de Bronce estaba colocado a la entrada Este del Tabernáculo, en el vientre del hombre. En aquel altar sacrificaba algo de la propiedad material que poseyó, para que sea consumido por el Fuego; así como el sacrificante sentía la pérdida del animal de su propiedad, así también, con el mismo dolor y la misma pena, sentimos hoy el sacrificio de un hábito o vicio animal caro a nuestros sentidos (tal es la prueba del fuego).

La primera lección dada al candidato es el sacrificio de sus propios instintos animales. El animal era sacrificado por su amor, por su propio bien en el Altar de Bronce; el candidato debe también sacrificar todo su bienestar, por amor a los demás, en el altar de su instinto (el vientre).

El Tabernáculo en el desierto era una sombra o proyección de las cosas mayores que habían de venir, dice San Pablo. Y todas esas cosas están dentro y no fuera del hombre. Todo hombre debe construir su propio Tabernáculo, o sea su Cuerpo-Templo; debe convertirse en Altar del Altísimo y ser el sacerdote y la hostia a la vez; debe ser, al mismo tiempo, el sacrificante y la oblación o sacrificio que en él se ofrece. Y como Sacerdote debe degollar allí al animal y quemarlo por amor a los demás.

El fuego con densa nube de humo que flotaba sobre el Altar de Bronce y que consumía a la víctima es nuestro remordimiento que consume nuestros yerros y faltas. El fuego del remordimiento está escondido por la Divinidad Interna; es el único purificador de nuestros vicios. Sin embargo, aunque al principio nos moleste su humo, en él se refleja la Luz que puede servirnos para llegar al mundo de la Unidad, mundo de la pura luz de la Verdad.

Tenemos que sacrificar nuestros instintos en el altar de nuestro Dios Íntimo, quemarlos con el remordimiento para que seamos perdonados y que se cumpla en nosotros lo que dice el salmista: “Aunque sus pecados sean tan rojos como la escarlata, quedarán tan blancos como la nieve”. Después de la purificación por fuego en el Altar de Bronce y de quedar limpio de los instintos animales, caros a sus sentidos, el aspirante debía lavarse en el Lavabo de Bronce, gran pila que se mantenía siempre llena de agua.

El hígado es el Mar Rojo - el de los deseos -; los hebreos tuvieron que cruzarlo durante su éxodo hacia la tierra de promisión, hasta Jerusalén (ciudad de la paz, el cuerpo humano limpio de los deseos inferiores); es el Altar de Bronce donde los instintos animales, situados en la parte inferior del vientre, deben ser quemados por el fuego del arrepentimiento. El Lavabo de Bronce es la depuración de los deseos inferiores en la región del hígado; es la santificación y consagración por el servicio para poder construir el verdadero templo del Dios Interno. Y cuando salga del agua, sobre él bajará el Espíritu Santo en forma de paloma y se oirá la voz del Padre diciendo: “Este es mí hijo bien amado”.

Cuando el aspirante, en su viaje mental, ha pasado por el charco de los instintos en el bajo vientre y por el fuego de los deseos en el hígado, encuentra el velo que oculta la entrada del Templo Místico, ante el corazón. Al correr el velo, el aspirante entraba en la estancia oriental llamada Lugar Sagrado o Lugar Santo, que no tenía abertura alguna por donde pudiese pasar la luz exterior, por lo cual día y noche estaba iluminado por una luz interna.

Coloque el aspirante su cuerpo en disposición para comprender esos símbolos sagrados y procure penetrar con el pensamiento en la parte interior del pecho, tratando de ver lo que hay adentro. Igual que en el Tabernáculo, verá mentalmente los objetos, único mobiliario del Lugar Santo o pecho: el Altar del Incienso (el corazón), la Mesa de los Panes de la proposición (los pulmones) y el Candelabro de Oro del que provenía la Luz (los siete centros luminosos, llamados chakras, en la espina dorsal del hombre).

Únicamente el sacerdote (Iniciado) podía cruzar el velo exterior y entrar.

En el Lugar Santo se encuentra, al lado izquierdo, el Candelabro de Oro de las siete luces. Son los siete Ángeles ante el Trono del Señor y con esas luces iluminan el mundo interno del hombre.

En la mesa de la proposición (pulmones) había doce panes (que corresponden a los doce signos zodiacales) elaborados por las doce facultades del Espíritu o doce glándulas internas que participan en la preparación del pan de la vida para desarrollo del alma. El propio Íntimo nos las dio por medio de los doce departamentos bajo el dominio de las doce jerarquías. Esos panes deben alimentar el alma de cada hombre al servicio de los demás.

El Altar de Oro del Incienso es el corazón donde el Iniciado Sacerdote debe quemar el Aroma del Servicio y del Amor en el Lugar Santo, antes de poder penetrar en el Sanctasanctórum.

El animal (el error) fue quemado en el Altar de Bronce; el incienso (el servicio) se quema en el Altar de Oro o del Incienso, ante el Señor. El error es quemado por el remordimiento, el servicio es quemado por el fuego puro del Amor Impersonal. El olor del fuego del arrepentimiento es nauseabundo y el olor del servicio es fragante.

Una vez ofrecido su servicio, como incienso, en el Altar del Corazón, ya puede el aspirante levantar el segundo velo para penetrar, en su ascenso, en la estancia occidental llamada el Sanctasanctórum.

El Sanctasanctórum es la cabeza del hombre, saturada de una grandeza Divina. Nadie podía entrar en esa habitación sino el Sumo Sacerdote y el Hierofante Mayor, una sola vez al año. Todo el Tabernáculo es Santuario de Dios, así como el cuerpo físico del hombre es la residencia del Íntimo; sin embargo, en la cabeza o Sanctasanctórum se manifiesta la gloria de Shekinah. Por eso, nadie más que el perfecto Hierofante puede penetrar en él, una vez al año, el día de la Propiciación.

En el extremo occidental del Sanctasanctórum (la cabeza), es decir en la parte extrema al Oeste del Tabernáculo, descansaba el Arca de la Alianza. Era un receptáculo cóncavo que contenía el Vaso de Oro del Maná, la Vara de Aarón y las Tablas de la Ley.

El Arca de la Alianza es la forma interior de la cabeza del hombre, y representa el desarrollo de ella en todas las edades.

En el subconsciente están escritas las leyes divinas y naturales que le dictan, como dice San Pablo, la manera de trabajar con ellas sin quebrantarlas; de ese modo se convierte en servidor de las leyes por amor a las leyes.

El Vaso de Oro del Maná es la mente que bajó del cielo Íntimo al cuerpo humano que posee la mente. Ese Espíritu en la cabeza, o Arca de la Alianza, es el que da vida a los órganos y está encerrado en el Arca de cada ser humano.

La Vara de Aarón es el principio Creador del hombre, que reside en la médula desde la glándula pineal y se manifiesta en el sexo. La glándula pineal es la que comunica fuerza espiritual creadora al Árbol del Edén para que dé sus frutos. Es el origen de la fuerza creadora del hombre que quiera utilizarla para la regeneración y no para la degeneración.

Para llegar a Hierofante y poder entrar en el Sanctasanctórum, todo aspirante debe hacer florecer en él la Vara de Aarón por medio de la castidad.

A ambos lados del Arca de la Alianza (en el interior de la cabeza) había dos Querubines en actitud reverente. Adoraban el fuego ardiente de la Gloria de Shekinah, de la cual salía la Luz del Padre y comulgaba con sus adoradores.

Siguiendo mentalmente el viaje espiritual del aspirante, que ahora es Hierofante, y al llegar a la parte occidental de la cabeza (jardín del Edén, de donde fue expulsado), vemos a dos Querubines que impiden la entrada en el Edén. Son dos grandes fuerzas representadas por el Ángel de la Espada y el Ángel de la Guarda o Intercesor. El primero es terrible: nos espanta con su espada flamígera, anotando nuestras acciones. El segundo es nuestro intercesor o Custodio.

El primero obstruye nuestro paso con nuestra forma mental grosera, hecha de nuestros más bajos deseos y pasiones. El segundo reúne los átomos de nuestras más elevadas y sutiles aspiraciones, ideas y obras de servicio. En el Altar de las Ofrendas debemos quemar los átomos del instinto y en el Altar del Incienso ofrecer los de los deseos, para poder entrar nuevamente en el Reino de Dios.

El centro del Sanctasanctórum está ocupado por el Triángulo Sagrado de Shekinah, que simboliza “la presencia de Dios en medio de nosotros”. Está siempre iluminado y representa el fuego del fervor y la llama. Luz de la Divina Presencia. El Triángulo de Shekinah simboliza la Trinidad del Absoluto o Íntimo en su manifestación: el Padre en el Átomo del entrecejo, el Hijo en el de la glándula pituitaria y el del Espíritu Santo en el de la glándula pineal.

Cristo fue el primero que con su sacrificio rasgó el velo y abrió el camino al Sancta sanctórum. Cristo puso fin al santuario externo para erigir el Santuario Interno.

El Altar del Sacrificio de los instintos purga las faltas. El Candelabro de Oro debe estar encendido en ese Santuario Íntimo para que Su Luz nos guíe a la Unión con el Padre que mora dentro de nuestra conciencia Divina.

Cuando ha sido hecho Sacerdote del Altísimo y entra en el Sanctasanctórum para unirse con el Padre, el aspirante debe salir nuevamente para ayudar a sus hermanos en el mundo y, una vez terminada su misión con ellos, debe ser crucificado en el cráneo, ese punto de nuestra propia cabeza por el cual sale el Espíritu, definitivamente, al abandonar el cuerpo con la muerte. El Gólgota es la meta del desarrollo humano en la Iniciación Cristiana, mas no en la Iniciación Hebraica, porque no había llegado la hora.

Antes de la venida de Cristo, los hebreos se iniciaban en los misterios del Tabernáculo, aunque nunca llegaban hasta el sacrificio de sí mismos; por eso la Iniciación era incompleta. Desde la venida de Cristo al mundo, la Iniciación Egipcia y la Hebraica fueron completadas por la Iniciación Cristiana cuya meta es enseñarnos a imitar a Cristo, su fundador, que trazó el camino único: entrar muchas veces, espiritualmente, en unión con el Padre para volver a sacrificarnos por los demás antes de dar el salto final.

RESUMEN DE LA INICIACIÒN HEBRAICA:

El instinto de la carne debe ser consumido en el Altar del Sacrificio propio por el remordimiento; el alma debe ser lavada y purificada de sus deseos. Entonces el hombre puede buscar su Íntimo en su templo interno.

En su búsqueda está iluminado por los siete rayos de las Siete Virtudes; sus pensamientos, palabras y obras se convierten en pan de la vida para sus doce facultades del Espíritu; su servicio impersonal será como el Incienso quemado por el amor a los demás en el altar de su corazón.

En tal estado, ya puede “ir al Padre, al cielo y el cielo está dentro del hombre” y puede identificarse con el Padre, convirtiéndose en Dios-Hombre, consciente de su Omnipotencia creadora desde el cielo de su mente por la Unión con el Padre en la propia conciencia divina, en la Gloria de Shekinah.




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