miércoles, 9 de febrero de 2011

La Francmasonería Jacobita

John Theophilus DesaguliersFuente: "El Otro Imperio Cristiano"
De la Orden del Temple a la Francmasonería
EDUARDO R. CALLAEY

John Theophilus Desaguliers

 

Hacia 1730, las tensiones entre la francmasonería hannoveriana y la escocesa se habían acrecentado. Londres trataba de mantener su tutela sobre las logias francesas, a la vez que observaba de cerca la actividad de los numerosos estuardistas exiliados en Francia. Se sabía que al menos desde 1728 las logias masónicas bajo control jacobita mantenían una fuerte presencia en el litoral marítimo francés y en algunas ciudades importantes del interior. En estas logias seguía en aumento la constitución de nuevos capítulos de «Elegidos», un grado masónico no previsto en los rituales oficiales de la masonería inglesa reorganizada en 1717. La principal preocupación de los ingleses era que en estos capítulos se urdía la trama de la conjura estuardista.
Los ideólogos de la Gran Logia de Londres habían promulgado en 1723 una «Constitución para los masones aceptados» en las que se había evitado minuciosamente cualquier referencia a las antiguas tradiciones escocesas acerca de un vínculo «cruzado» o «templario» en la francmasonería. Con la misma minuciosidad se había suprimido cualquier referencia a la religión católica, a la Santísima Trinidad, y a la Virgen María, referentes habituales en los centenares de reglamentos escritos por las antiguas corporaciones de masones. Todas aquellas advocaciones habían sido eliminadas y reemplazadas por una fórmula más simple que sólo hacía referencia a la «religión que todos los hombres aceptan». De este modo, el espíritu protestante de los redactores de aquellas Constituciones adecuado a las múltiples expresiones que el cristianismo tenía en Inglaterra y, principalmente, a la religión de los príncipes gobernantes de la casa Hannover había desplazado la antigua tradición romana de los canteros.
En cambio, los masones de Escocia e Irlanda, así como muchos masones ingleses, mantenían aquella tradición, a la que habían sumado la conciencia de una antigua herencia que se remontaba a los tiempos de las cruzadas. A ello hay que incluir la acción de los rosacruces que habían agregado no pocos elementos provenientes de su propia doctrina. Estos hombres constituían en su conjunto la elite jacobita exiliada en Francia.
James Anderson es el paradigma, junto a Jean Theophile Désaguliers, de la masonería hannoveriana de principios del siglo XVIII. En su visión, la Fraternidad tenía un origen inmemorial. Sobre aquella pretérita organización de noble linaje se habían organizado luego las logias operativas medievales, antecedente directo de la Gran Logia de Inglaterra que constituía, por derecho propio, la verdadera y única francmasonería. (James Anderson, autor de las «Constituciones de los libres y aceptados masones de Inglaterra» de 1723 y la modificación de 1738.) y (Portada original de las «Constituciones» de 1738).
Imposibilitados por los acontecimientos políticos y transplantados desde sus propias tierras insulares al continente, nada podían hacer para imponer su visión de la tradición masónica en Inglaterra. Allí, la batalla había sido ganada por lo que Bernard Faÿ denomina «La conspiración de los pastores», en obvia alusión al carácter protestante de la cúpula política de la Gran Logia de Londres.
En Francia, en cambio, habían encontrado el camino abierto para sus tradiciones y un suelo fértil. Se podría decir más que eso: Un campo arado. La masonería hannoveriana había actuado rápidamente y ya hacia 1725 funcionaban logias en París bajo los auspicios de la Gran Logia de Londres. El éxito había sido rotundo. Pero no pudo evitar la presencia y la influencia de la francmasonería jacobita, que había logrado gran ascendencia en la nobleza francesa y cierta sintonía en la supervivencia de algunas antiguas tradiciones en la masonería operativa gala, similar en algunos aspectos a la antigua tradición insular.



A L:.G:.D:.G:.A:.D:.U:.
Or:.de Oaxaca, de Juárez, Oaxaca a 28 de Enero del 2011 EV
REAL LOG:.HERMÉTICA MIXTA SRIVASTA No. 9
SALUD FUERZA UNIÓN
Ven:.M:.Juan José Cruz Mendoza
HH:. Todos

La cita
La cita fue exacta, la invitación estaba hecha siglos atrás, pero uno de los dos no había llegado a cumplir su mandato; ella en la oscuridad permanente, en el silencio, casi olvidada por todos; el olvido es la muerte, la ausencia es la muerte, destinada a ser solo una sombra; a ser junto a él olvidada; su cercanía es la ausencia y la luz naciendo su olvido. Ese fue su destino, él, amándola y ella, muriendo por no poder tocarlo, ese es el precio que tuvieron que pagar por su eternidad, solo la luz y la oscuridad son los vínculos que los han unido de manera inseparable.
El éxtasis en la contemplación y la angustia de perderse cada día y cada noche; el deseo del reencuentro eterno e inmutable, había el acompañamiento de millones de seres que con su propia luz iluminan el sendero de su paso en el firmamento.
Esta noche la cita fue un deseo incontenible, cósmico y esperado por voluntades llenas de fe y esperanza; volteando al cielo a ver reunirse a las almas de sus dioses antiguos, un reencuentro, una comunión con ellos, un ciclo largamente esperado por todos. Muchos, viendo desde el mismo firmamento ese reencuentro entre seres que fueron despertados de su más larga espera, fueron solo instantes para satisfacer sus almas en este sueño aletargado, otros, despiertos aún, pero muertos de espíritu en sus vidas cotidianas, enajenados con el quehacer diario, pudieron despertar unos instantes para atestiguar este maravilloso encuentro. Todo fue perfecto, el señor colibrí, el del viento fugaz, el barredor de caminos, todos hicieron su trabajo, la noche fue limpia, serena, oscura, los invitados estuvieron ahí. Presentes, haciendo una cortina de luz.
Millones de ojos en la bóveda celeste cubrieron el manto de nuestra señora de la oscuridad, fue perfecto. Abajo como siempre un mundo olvidado de si mismo, empastado en sus propios libros de tintas avejentadas y polvorientas, estacionadas sus ambiciones y búsquedas en las cocheras de sus lujosas casas, sus sueños y esperanzas atesoradas en las bóvedas frías de algún banco central.
Ahí esta nuestro mundo, soñando con encaramarse en la otra luna, la del artificio y el oropel; no, esta vez no fue así, la señora del conejo en el rostro fue descubierta, aceptando su cita eterna, esta vez estuvo ahí, en silencio, solo oyendo el canto del firmamento bellamente decorado de negro y oro, como en la mas remota antigüedad.
La tierra, nuestra madre querida fue encargada de entregar a su adorada hija, primero mostrando su autoridad y celo de madre, interponiéndose ante ellos en una muestra de su poder amoroso; él, en espera, con la luz en los ojos, feneciendo, avergonzado por el tiempo olvidado, ella impaciente de su andar, con las huella del tiempo en su rostro, huellas de tantas citas olvidadas, ausente de esperanza en sus incansables encuentros, desechos en instantes de luz y sombra, ahora están ahí, en un instante unidos . La madre cumple su última tarea de entrega, lavando con sangre ese adormecido rostro, sangre de la ofrenda cotidiana, sangre vertida en el sacrificio espiritual de almas santas y fieles que sostienen los cielos con su voluntad de darse en alimento.
Las mujeres que caminan de noche envueltas en sus rebozos de luto, también estuvieron ahí, tomando la sangre de los dioses mortales que enseñan el camino de la verdad, seres que ofrecen su carne como alimento a sus hermanos, esta sangre que alimenta y amamanta a esta bella dama de la noche, sangre cósmica y eterna que abrillanta y cubre de luz nuestros pasos en la oscuridad.
Se cumple el rito, lavado el rostro, al fin ella esta ahí; esperando a que él renazca de su eternidad, una eternidad hecha de millones de instantes encadenados en su andar entre la luz y la sombra; el viejo péndulo que va de la espera al olvido, de sus ojos a su ausencia; el péndulo de la vida que acerca y aleja lo que se quiere, el péndulo de la esperanza y la realidad.
Adormecido en su andar por tanto espacio, esta ahí, en el instante mismo de su aniquilación, con la esperanza del amor y la nueva vida, llegando puntual a la cita; en el cenit de su vida se lleva a cabo la renovación de su fuego interior que todo lo alimenta, el fuego eterno levantado de los escombros de sus vidas pasadas; ocultos por ultima vez, alejados esta vez, por solo instantes. La distancia esta ahí, como un puente de unión de su eterno amor, distancia que en su movimiento solo es cuestión de tiempo, están ahí, ella ennegrecida, desaparecida instantáneamente, él, con su luz, no podrá tocarla; la espera es la muerte, la ausencia es la muerte. El dolor de no ver mas a su eterna compañera, él sabe que esta ahí en espera, pero… ¿Dónde esta? ¿Quien ha ocultado su esperanza?, de repente intuye su presencia y la inquietud abraza su corazón, todo su ser se agita y en un estallido de desesperación, hace brotar de la oscuridad un pequeño has de luz, que como un diamante corona el anillo de unión largamente acariciado, ¡ella esta ahí!
Aparece aún somnolienta del cansado andar y renace junto a él, al fin, viéndolo frente a frente. El estallido de luz es él, renaciendo al encuentro, la unión al fin es una realidad, juntos al fin reinician su andar en la velada oscuridad.
La bóveda cubierta de hermosas flores de luz, que como estrellas, volverán a caminar sus mismo sendero de amor y esperanza. Monte Albán, cerro de luz, montaña del tigre, tierra sagrada del encuentro, polvo sobre polvo, tierra sobre tierra, sostenedor de esperanzas; estuvimos ahí, acurrucando el frio y la esperanza, despertando de mi obscuridad interna a la luz de mi propio corazón; la cita se realizó en lo alto del cielo inmaculado y en lo alto de la montaña sagrada llenando de luz el polvo de la eternidad.

Es cuanto:
M:.M:.Edgardo Villanueva Cuevas

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