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El texto de los libros santos que sea redactado en una ”lengua
sagrada” (como el Antiguo Testamento) o, bien, en una lengua
“litúrgica” (como el griego del Nuevo Testamento), es siempre, al
menos en la práctica, un texto “fijado”, y las armonías internas que
pueda comportar son en consecuencia inmutables. Lo mismo ocurre para
las obras iniciáticas de los “poetas inspirados”; recordaremos que,
después del drama de los Templarios, Dante alteró voluntariamente,
algunas de las correspondencias numéricas, de las que la “Divina
Comedia” está llena. En lo concerniente a los textos litúrgicos del
Cristianismo, hay que hacer una distinción entre las Iglesias Oriental
y Occidental. Las liturgias orientales tienen el texto fijado desde
hace varios siglos. No ocurre lo mismo en las liturgias de la Iglesia
donde la lengua común es el latín, y que han visto el texto
frecuentemente modificado, mitigado o completado, en el curso de los
tiempos. Por lo cual, es un hecho digno de remarcar; estas
modificaciones -siendo algunas muy recientes, al ser la última fecha
conocida desde hace pocos años- han cambiado notablemente el número de
repeticiones de palabras y signos característicos, de los que hemos
hablado; pero, después -como antes de cada reforma-, el número de
estas repeticiones es siempre un “número simbólico” tradicional. Es
poco creíble que las autoridades religiosas que han decretado dichas
reformas, se hayan preocupado de salvaguardar los “ritmos internos” de
los textos modificados. Solamente, y queremos llamar la atención en
esto, como la revisión no constituía una modernización (es decir, una
concesión a los perjuicios modernos), sino una adaptación legítima a
las nuevas condiciones del orden cósmico, su acción no ha alterado el
“reflejo” de cierto orden cósmico en los ritos sagrados; reflejo, del
que una de sus manifestaciones -secundaria, puede ser, desde el punto
de vista exterior, pero eminentemente “parlante” desde el punto de
vista interior- consiste, precisamente, en “la armonía interna de los
números”. Recordaremos aquí lo que se escribió sobre el parentesco
etimológico de las palabras “orden” y “rito”, y también la admirable
definición que dio de la armonía: “reflejo de la Unidad principial en
el mundo manifestado”. Se hace ahora necesario volver a los ritos
masónicos. Los textos primitivos -sin duda muy diferentes según los
pueblos y las lenguas-, debían contener en abundancia armonías del
género de las que hemos hablado, porque el arte de la construcción
está estrechamente ligado a la ciencia de los números. Por otra parte,
en el segundo grado (el más “operativo” de los grados azules) se hace
un extenso comentario sobre el simbolismo de las Artes Liberales,
entre las que el trivium (Gramática, lógica, retórica) constituye la
ciencia de las letras, y donde el quadrivium (Aritmética, Geometría,
Astronomía, música), comporta las artes basadas en la ciencia de los
números. Pero, a partir del momento en que los “modernizadores”
emprenden su nefasta obra, todos estos ritmos internos deberían
alterarse y finalmente desaparecer, y, esto, mucho más fácilmente
cuando su existencia estaba “escondida” e, incluso, inconcebible a los
ojos de las gentes para las que no hay ninguna realidad fuera de las
apariencias. Pero no podemos reprochar a la tinieblas el que no puedan
“comprender la Luz”... Así, de degradación en degradación, deberíamos
llegar a ciertos ritos edulcorados, de los que estaba proscrito todo
simbolismo profundo, y adornados a veces de tiradas pseudo-científicas
-por no catalogarlas de anticlericales-, muy cercanas, en suma, a
justificar las aserciones de aquellos para los que ¡la Masonería es
una contra- Iglesia, y las Logias “Institutos superiores del Libre-
Pensamiento”! El enderezamiento debía venir de Francia, donde el mal
había sino mayor. En el primer cuarto de nuestro siglo, un pequeño
grupo de Masones, reunidos en torno a la Logia “Thébah”, habían
adoptado un ritual que ya era bastante superior a los del uso de la
época. Pero las circunstancias aun no eran muy favorables: el empleo
de la Biblia como “la primera de las tres Grandes Luces de la
masonería”, no pudo ser restablecido. Desde entonces, las cosas han
cambiado mucho. En todas las Obediencias, se han sucedido las
tentativas, que no siempre tuvieron resultado, pero que son el índice
cierto de una exigencia manifiestamente resentida, y que, con la ayuda
del Gran Arquitecto del Universo, acabará por triunfar. Algunos de los
que han participado, a veces en un total aislamiento, en esta labor
frecuentemente ingrata y que puede parecer decepcionante, nos han
dicho haber tenido la impresión de una “comunión con los Masones de
los antiguos días”. En verdad, desde el momento en que intervengan en
la obra tradicional, ninguno de sus esfuerzos será inútil. Era una
piedra aportada a un majestuoso edificio, para su acabado, en el que
no está prohibido contar con una cierta “asistencia del Espíritu”.
Incluso desde un punto de vista totalmente contingente, es natural que
las armonías, destruidas por la acción anti-tradicional de los
“modernizadores”, reaparezcan como consecuencia de una vuelta a la
Tradición. Y si llega a ocurrir, como en el caso citado al comienzo de
este artículo, que las armonías ponen en evidencia, a cualquiera de
los veintiún “Nombres divinos” tan venerados en la antigua Masonería,
nos gustaría, sobretodo, ver, en este hecho, su significación
simbólica. Los modernizadores se habían esforzado en cazar al Dios de
la Masonería. La Biblia y el “símbolo supremo” del Gran Arquitecto del
Universo, habían sido los objetivos particularmente divisados en sus
ataques. Desde el momento en que su obra esté batida -sino es
definitivamente abolida-, es natural que la Divinidad “reintegre” el
ritual; y esto, no sólo de forma “visible”, sino también de forma
“oculta”, pues la Escritura nos atestigua, en boca del rey Salomón, el
día de la Dedicatoria al primer Templo: “el Eterno quiere habitar en
la oscuridad”. A medida que los rituales masónicos devinieron más
completos, más tradicionales -y, por eso mismo, más “auténticos”-, la
armonías numéricas y otras, que constituyen su esencia, fueron más
aparentes y más numerosas. Pues todo, en el Templo, debe estar en
armonía, como, en el Arca de Noé, todos los seres vivían en paz. Para
terminar citaremos, una interesante fórmula, tomada de un elogio de
estos Artes Liberales de que hemos hablado, y que son uno de los temas
de meditación propuestos para el segundo grado: “En fin, la Música, la
más inmaterial de todas las Artes, es la expresión humana de esta
Armonía divina, que une a los acordes terrestres, con el canto de la
esferas estrelladas. Es un fuerte medio de ascesis, constantemente
asociado por nuestros antigüos Padres, al culto del Gran Arquitecto
del Universo, a quien pedimos la gracia de acceder una día, mediante
la belleza de los sonidos y la Fuerza de los ritmos, a la suprema
Sabiduría del Silencio
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