COSMOGONÌA MASÒNICA: Símbolo, Rito, Iniciación
LA DUALIDAD. EL NÙMERO DOS.
Fernando Trejos
En nuestros trabajos anteriores hicimos algunos comentarios referentes al aspecto simbólico y cualitativo de los números. En el último, nos referimos en particular al número uno y observamos el profundo significado de la Unidad aritmética y el punto geométrico. Describíamos esa Unidad, al no haber palabras para expresarla, en términos negativos, superlativos o interrogativos. Y veíamos cómo el alcanzar la Unidad metafísica como un estado en la conciencia, constituye la meta última de todo proceso iniciático bien entendido.
En este trabajo y los siguientes, nos proponemos hacer un esfuerzo para describir cómo la unidad va progrediendo simbólicamente en los siguientes números naturales hasta producir la manifestación; trabajo que ya han realizado de mucho mejor manera, sabios de todos los tiempos, con el objeto de que nosotros, seres manifestados, obtengamos a través de estos signos un “mapa de ruta” que nos conduzca nuevamente a la unidad, que es nuestro origen y fin, el alfa y el omega.
Aunque es obvio que la Unidad, principio inmanifestado, se basta a sí misma, pues lo contiene a todo y nada está fuera de ella en la simultaneidad del Eterno Presente, por razones misteriosas produjo toda la manifestación como un reflejo de sí misma.
“Kether, la única realidad, por una parte permanece oculta en sí misma, en su trascendencia absoluta, y por la otra se manifiesta a sí misma como inmanencia increada, en medio de su propio reflejo transitorio: la creación”. (Leo Schaya, El Significado Universal de la Cábala, pág. 42).
Es esta la primera dualidad: lo inmanifestado y la manifestación; el creador y la creación; el No Ser y el Ser.
Siendo, como veíamos, la Unidad inmóvil, sin embargo contiene el principio de todo movimiento. En ella se producen, según la cábala, los “primeros estremecimientos del Ser”. Es el motor inmóvil o la causa primera.
El primer movimiento que se produce a partir del punto o número uno es de polarización. El punto se polariza en una línea recta o la Unidad produce al binario. Lo indimensionado produce una primera dimensión. A partir de este primer movimiento, todo la creación obedecerá a esta ley del binario. En efecto, todo lo que se manifiesta tiene sexo: vida y muerte; bien y mal; placer y dolor; luz y oscuridad; macho y hembra. En la unión de los contrarios se encierra el gran misterio.
Tenemos la tendencia a observar únicamente una de las caras de la moneda y por lo tanto nos perdemos la visión de la totalidad. En general queremos conocer lo que es la vida sin conocer la muerte; y desconocemos que solo mediante el conocimiento de los misterios de la muerte (razón de ser de la muerte iniciática) podremos conocer los misterios de la vida y la inmortalidad. Sólo conociendo el supremo dolor encontraremos el supremo placer. Sólo descendiendo a los infiernos podremos ascender a los cielos. Hay algo que une a los contrarios, puesto que sin este algo no podrían oponerse. Y es por esto que no podemos comprender al número dos aisladamente; y necesariamente lo tenemos que ver íntimamente relacionado con el uno que lo produce y con el tres que une los opuestos. La línea recta contiene en sí misma un punto central a partir del cual la polarización se produjo. Este punto central es la Unidad, que se hace manifiesta en el binario, produciendo al ternario.
En la filosofía hindú, al binario se le expresa con los términos sánscritos Purusha y Prakriti, que podrían ser traducidos como “esencia” y “sustancia”; y también con los términos Sattwa y Tamas, las energías ascendentes y las descendentes. En el taoísmo chino, el Tao se polariza en Yang (principio masculino) y Yin (principio femenino).
Y se ve expresado también en los dos primeros trigramas y hexagramas del I Ching, denominados Ch’ien, Lo Creativo, el Cielo, compuesto de líneas rectas masculinas, y K’un, Lo Receptivo, la Tierra, simbolizada con líneas partidas femeninas. El budismo considera que la dualidad (expresada, entre otras formas con los términos Pingala e Ida), es el origen de todo sufrimiento, y que sólo mediante la unión de los contrarios se logra encontrar el camino que conduce a la supresión de la causa de todo sufrimiento.
En la tradición hebrea vemos como Adán, originariamente andrógino (macho y hembra), es separado en dos mitades; y se expresa la idea de que el pecado original del hombre fue el comer de la manzana del árbol del bien y del mal (la dualidad), lo que lo alejó del árbol de la Vida (unitario).
En el cristianismo, esta dualidad se expresa como el Padre y el Hijo, el creador y la criatura.
En los simbolismos griegos y romanos, esta dualidad se manifiesta en el carácter andrógino de muchos de sus dioses. Por ejemplo, Saturno, Cronos, siendo el Padre de los Dioses, se le ve también como la Madre Mayor. Y Jano, el dios romano por cierto comparable a los dos Juan del cristianismo, se le simboliza con un doble perfil, uno que mira al pasado y el otro al futuro, representando el primero al solsticio de verano o “puerta de los hombres” y el segundo el solsticio de invierno o “puerta de los dioses”.
El número dos, se expresa también con el símbolo del eje. El axis mundi o eje de la tierra (que se extiende simbólicamente en el espacio, más allá de la atmósfera terrestre y sirve también como símbolo de unión entre los mundos), es una línea recta, invisible e inmóvil alrededor de la cual se produce el movimiento de rotación. El centro de la tierra se ve así polarizado en una dirección ascendente (norte) y una descendiente (sur).
Aplicando este simbolismo a lo humano, podemos observar que también hay un eje invisible que atraviesa al hombre desde la base de la columna vertebral hasta la coronilla, produciendo la idea del Zenit, que se extiende hacia lo alto (lo que vuela) el Nadir, que se extiende hacia lo bajo (lo que repta). Esto nos habla también de una doble naturaleza en el hombre, animal y divina. En la dirección ascendente, el hombre tiende hacia lo divino, pudiendo alcanzar su identidad suprema que es precisamente la identificación con el Uno; pero en su dirección descendente, el hombre también se identifica con la bestia, y en este sentido es no sólo el más débil de los animales, sino que es el único ser capaz de alterar el orden de la naturaleza y destruirla.
Esta dualidad se expresa en el simbolismo general, en el doble aspecto de todos los símbolos, que podríamos definir en principio como benéfico y maléfico. Y en el caso del simbolismo numérico, podemos observar que todo número contiene a la dualidad, siendo pasivo con respecto al anterior y activo con respecto al siguiente. De esta manera, el número dos es pasivo con respecto al uno (que lo produce), pero activo con respecto al tres (al que engendra); y lo mismo si observamos cualquier número.
También se expresa la dualidad en el doble movimiento de todas las cosas, el aspir y el expir del hombre y el universo; el flujo y reflujo de la tierra y de los mares; la creciente y la menguante de la Luna; la parte ascendente y la parte descendente del ciclo solar o año; la diástole y la sístole del corazón; el solve et coagula de la alquimia, etc.
Y específicamente en el simbolismo masónico, encontramos esta dualidad expresada en las dos columnas del templo, que corresponden de manera exacta a las dos columnas del árbol sephirótico de la cábala: la columna B y la columna J; columna de la construcción y columna de la destrucción; de la fuerza y de la forma; del amor y la misericordia, y del rigor y la justicia.
También está expresado en el símbolo de la regla, con la que construimos la línea recta. En el compás, con que construimos el círculo, observamos también dos puntas: una que señala al centro o la inmanifestación, y la otra a la circunferencia o la manifestación. Y puede ser visualizada esta dualidad en la doble dirección horizontal y vertical de la escuadra. Por ahora no nos resta más que repetir que el número dos lo comprenderemos más adecuadamente si lo analizamos con relación al tres.
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