lunes, 29 de septiembre de 2014

El verdadero francmasón

En la Francmasonería yace oculto el misterio de la evolución, igual que la solución al problema de la existencia y la ruta que el estudiante debe seguir con el objeto de unirse consciente mente a aquello que realmente constituye los poderes latentes tras de los procesos nacionales e internacionales.

El verdadero estudiante comprueba, sobre todo, que la obtención de grados no convierte al hombre en un Francmasón. Un Francmasón no es el producto de un nombramiento; es un evolucionado, y debe darse cuenta de que el lugar que ocupa en la logia exotérica no significa nada en comparación con su puesto en la logia espiritual de la existencia. Debe descartar, para siempre, la idea de que puede ser instruido en los Misterios sagrados (o que le pueden ser comunicados oralmente); o que el ser miembro de una organización basta para mejorarlo en todo aspecto. Debe comprender que su deber consiste en construir y desarrollar las trascendentales enseñanzas en su propio ser: que nada, salvo su propio ser purificado, puede abrirle la puerta de los impenetrables arcanos de la conciencia humana, y que sus ritos masónicos deben ser eternamente especulativos hasta que los haga operantes, viviendo la vida del Francmasón místico. Sus responsabilidades kármicas aumentan con sus oportunidades. Los que se hallan rodeados de sabiduría y oportunidad para progresar por sí mismos y no aprovechan tales oportunidades, son obreros perezosos que, espiritual, si no físicamente, serán arrojados del templo del Señor.

La Orden Masónica no es una mera organización social, sino que está compuesta por todos cuantos se han comprometido ante sí mismos y ante sus hermanos a aprender y practicar juntos los principios de misticismos y de los ritos ocultos, no por antiguos menos eternos. Son (o deberían ser) filósofos, sabios, individuos de mente equilibrada, dedicados a la Francmasonería, y comprometidos en aquello que más quieren: trabajar para que el mundo sea mejor, más sabio y más feliz, porque ellos lo vivieron. Los que penetran el valor de estos ritos y pasan entre columnas buscando prestigio o ventajas de índole material, son blasfemos, y aunque en este mundo podamos considerarlos como gente de éxito, en realidad los fracasos cualitativos les han cerrado las puertas del verdadero rito, cuya clave es el desinterés y cuyos obreros han renunciado a los bienes tangibles del momento.

En épocas pretéritas se requerían muchos años de preparación para que el neófito lograra la oportunidad de ingresar al templo de los Misterios. De este modo, el frívolo, el curioso, el débil de corazón, y los incapaces de resistir las tentaciones de la vida, eran automáticamente eliminados por su incompetencia para llenar los requisitos de admisión. El candidato triunfante a su paso entre columnas, ingresaba al templo dándose cuenta perfecta de su sublime oportunidad, de su trascendente obligación, y del místico privilegio ganado por sí mismo en el curso de años de ardua preparación. Sólo son verdaderamente Francmasones los que ingresan al templo reverentemente, los que no buscan ni loas efímeras, ni cosas de la vida, sino los tesoros eternos, y cuyo único deseo es conocer el verdadero misterio de la Orden en donde pueden reunirse como honestos obreros con los que vivirán como constructores del Templo Universal en el futuro.

El Ritual masónico no es una ceremonia, sino una vida que vivir. Sólo son verdaderamente Francmasones aquellos que, habiendo dedicado sus vidas y fortunas al altar de la llama eterna, emprenden la construcción de un edificio universal del cual son conscientes, y su Dios, el arquitecto viviente. Cuando tengamos Francmasones así, la Orden volverá a ser operante, el flamígero triángulo brillará con redoblado esplendor, el difunto hacedor se levantará de su tumba y la Palabra perdida, tanto tiempo oculta al profano, se revelará otra vez, con el poder que renueva todas las cosas.

Manly Palmer Hall

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