miércoles, 15 de octubre de 2014

EL RITUALISMO DEL GRADO DE MAESTRO

La Retrogradación

Cuando el Compañero ha sido juzgado digno de la suprema Iniciación, es conducido a la entrada de un lugar tenebroso en donde es invitado a meterse gradualmente, pero volviendo las espaldas a la oscuridad, la que, haciéndose más y más espesa, envuelve finalmente en una negrura absoluta al temerario adepto, ávido, sin embargo, de luz integral. Como todo lo que se hace en Masonería, ésta marcha al revés es un símbolo susceptible de múltiples interpretaciones. Hace pensar desde luego en el Sol que, llegado al meridiano: región del Compañerismo, desciende poco a poco hacia la noche del Occidente. Debe verse ahí también una alusión al renunciamiento que conduce a la Maestría, la que exige el sacrificio de toda ilusión, aunque ésta sea el fruto de luces adquiridas iniciáticamente. Para pasar a ser Maestro es, en fin, necesario, poseer a fondo toda la enseñanza de los dos primeros grados; de ahí la obligación de repasar todo el curso ya recorrido.

Se trata, pues, para el Compañero de volver sobre sus pasos, partiendo de la Estrella Radiante, asimilada al rosetón que en las catedrales se ilumina a la caída de la tarde por encima del portal, entre las torres emblemáticas de las columnas J:. y B:.

Este astro de la comprensión ilumina solamente al Compañero en su retroceso que se efectúa sobre el recorrido del quinto viaje, consagrado a la contemplación. Pero esta vez ya no son las impresiones de afuera las que se trata de recoger. Entrando en sí mismo el iniciado medita sobre el valor de sus propias concepciones. Se da cuenta del abismo que separa a la realidad de las imágenes mentales por las cuales procuramos figurárnoslas. Con relación a la Verdad que encubren, nuestras ideas no son sino groseros ídolos: nos engañan, lo mismo que las palabras, si nos detenemos en la expresión, sin discernir lo que está expresado. En todos los dominios todo es símbolo; no seamos, pues, burlados y penetremos hasta lo simbolizado.

Plenamente edificado en lo que concierne a la imposibilidad de poseer la Verdad, la cual no se deja contener en ninguna fórmula, el Compañero debe, no obstante, obrar con certidumbre. Es por esto que él vuelve a encontrar retrocediendo, los útiles de su cuarto viaje: Escuadra y Regla. Cualquiera que sea su perplejidad desde el punto de vista puramente intelectual, el Iniciado no duda jamás, en efecto, en cuanto a la conducta que debe observar. Ésta se encuentra infaliblemente determinada por las exigencias constructivas que reclaman piedras talladas en ángulo recto. El constructor humanitario y social sabe, pues, siempre cómo debe conducirse con relación a los demás, porque aplica en todas las cosas la medida de la equidad (Escuadra). Por otra parte, él está cierto de la dirección inmutable que debe seguir, porque está animado del deseo profundo y constante de obrar bien (Regla).

Pero no es suficiente que el futuro Maestro sea ejemplar en su disciplina personal. Realizando la Piedra Cúbica, influye sin duda en su ambiente que lleva a una cristalización análoga a la suya; pero es preciso que obre a menudo con vigor para levantar las masas más pesadas y quebrantarlas por lo menos en su inercia. Le es preciso con este objeto la Palanca que se coloca en sus

manos, desde que la retrogradación lo trae sobre los rastros de su tercer viaje de Compañero. Si nada resiste a la energía del querer (Palanca) aplicado con una rectitud absoluta de intención (Regla), importa en estas materias que lo abstracto y lo concreto no sean confundidos; por eso el segundo viaje se rehace inspirándose en la Regla y el Compás, en la línea recta y el círculo. La teoría más rigurosamente lógica permanece estéril, si no se aplica teniendo en cuenta las contingencias y las relatividades. El compás es, por excelencia, el instrumento del Maestro, porque sólo el sentido de la realidad puede conducir a la Maestría.

Es preciso también, que el futuro Maestro aprenda a mandar, manejando el Mallete que golpea al cincel. No vacila, pues, en rehacer su primer viaje de Compañero, sabiendo muy bien que no deberá jamás cesar de trabajar en su propio perfeccionamiento. ¿Cómo, por lo demás, mandaría a otros si no hubiera alcanzado a dominarse a sí mismo?. Toda Maestría comienza por sí: ser su propio Maestro abre la vía a todas las soberanías.

Las Iniciaciones Profesionales

Si, adaptada al ingenio moderno, la intelectualidad de los antiguos Misterios revivió en la Franc-Masonería, ésta debe sus tradiciones inmediatas a una confraternidad constructiva de la Edad Media. En esta época, la talla de las piedras fue llevada hasta el refinamiento, gracias a un estudio profundizado de la esteorometría práctica. Sabios cálculos presidieron, por otra parte, a la agrupación de los materiales, cuya masa debía ser sistemáticamente reducida al mínimum, sin perjuicio para la solidez del edificio. Pero gravitando en torno de la geometría, su ciencia maestra, el saber de los maestros de obra fue de lo más extenso. Les estaba aún recomendado si es preciso creer a un antiguo manuscrito inglés , instruirse de omni re: sciibili et quibusdam aliis, según la fórmula de Pico de la Mirandola.

En todo caso, la astronomía les era indispensable, cuando más no fuese sino para orientar exactamente en el terreno los ejes del edificio por construir. El ritual agrega, por otra parte, tal importancia a las horas supuestas de apertura y clausura de los trabajos, que es inadmisible que la primera piedra de un edificio haya podido ser colocada a una hora no reconocida como propicia por la astrología. Los zodíacos y otros símbolos de las catedrales atestiguan preocupaciones astrológicas de los constructores, cuya ciencia del simbolismo debía extenderse, además, al hermetismo y a la Alquimia. El texto ya citado, cuyo estilo y ortografía cuadran con el siglo XV, se expresa a este respecto como sigue:

“Los Masones ocultan el arte de alcanzar maravillas y de predecir las cosas futuras, a fin de que los mal intencionados no puedan abusar de él. Asimismo se callan sobre el arte de las transmutaciones y sobre los métodos que conducen a la facultad de la Abrac (Kábala, Magia, Preparación de los Talismanes), pero su gran secreto enseña a hacerse bueno y perfecto, sin temer ni esperar nada. Poseen, en fin, un lenguaje universal que les es propio”.

Se puede lamentar, con Locke, que el conjunto de la humanidad no goce del gran secreto de los masones, que reside en una concepción particular de la vida a la que se le considera una. Ella anima toda la creación cuya obra, lejos de haberse detenido el sexto día bíblico, se prosigue indefinidamente. Es el objeto de la actividad constante del Grande Arquitecto del Universo, de la cual todos los seres son los obreros conscientes o inconscientes.

Lo que distingue a los Masones es que colaboran en la Gran Obra con pleno conocimiento de causa, porque han sido iniciados en el plano de la inteligencia constructiva del mundo y quieren trabajar bien. Su entusiasmo por la grandeza y la belleza de la obra los lleva aún por encima de toda preocupación de salario, pues trabajan por amor al arte, inaccesibles al temor de un castigo como a la esperanza de una recompensa. No siendo asalariados se elevan al rango de asociados del Patrón: trabajan por su cuenta y alcanzan así a la Maestría, que equivale a una divinización o a una apoteosis.

El lenguaje universal reservado a los Masones fluye de la clarividencia adquirida en la interpretación de las alegorías y de los símbolos. Aprendices y Compañeros se ejercitan en deletrear y descifrar más o menos penosamente las palabras sagradas, mientras los Maestros, que han transmontado las dificultades del extremo, poseen la clave de todos los simbolismos.

Para hacerse accesible al vulgo, el pensamiento demasiado sutil se reviste de imágenes groseras, ante las cuales se detiene el común de las inteligencias, mientras que el iniciado se aficiona a discernir lo que lo hablado quiere decir, guardándose de tomar al pie de la letra las fábulas, los mitos, el dogmatismo de las religiones o la terminología figurada de las antiguas escuelas filosóficas; el pensador verdadero se remonta hasta las nociones generadores, madres del saber humano.

Se inicia también en el secreto del pensamiento rebelde a toda expresión y penetra el alcance de todas las tradiciones misteriosas, llegadas hasta nosotros bajo la forma de leyendas desconcertantes, de poemas que cantan a héroes inverosímiles, de obras de arte enigmáticas o de síntesis filosóficocientíficas extravagantes a primera vista. El verdadero iniciado no se emociona con nada, no se espanta de ninguna apariencia y sondea con sagacidad los más turbadores misterios, persuadido de que importa ponerlo todo en claro, porque el polvo de oro de la verdad exige se le aísle laboriosamente del barro de las edades y de los escombros del pasado.

Es de observar que los antiguos Masones honraban a Pitágoras como el iniciado que ha contribuido más a hacer esparcir en Occidente la luz del Oriente. Nada más característico a este respecto que el texto del manuscrito ya citado, en que el nombre del filósofo se encuentra cándidamente inglesado.

“Peter Gower, un griego, se ha dicho, viajó para instruirse, por Egipto, Siria y por todos los países donde los Venecianos (léase Fenicios) habían implantado la Masonería. Admitido en todas las Logias de los Masones, adquirió una vasta sabiduría, después volvió a la Gran Grecia donde trabajó, aumentando sus conocimientos, tanto que llegó a ser un sabio poderoso, de una fama muy extendida. Fundó en esta región una Logia considerable, en Groton (Crotona), donde hizo muchos masones. Entre ellos algunos vinieron a Francia, donde hicieron, a su vez, numerosos Masones, gracias a los cuales, a continuación, el Arte pasó a Inglaterra”.

No veamos, en estas líneas sino un homenaje rendido a las doctrinas pitagóricas, sacadas de especulaciones sobre las propiedades intrínsecas de los números e inspiradas por las sugestiones de las figuras geométricas. Esta filosofía numeral y simbólica guió a los Masones en el trazado de sus planos y en la elección de las proporciones de cada detalle de sus edificios.
La Retrogradación
Cuando el Compañero ha sido juzgado digno de la suprema Iniciación, es conducido a la entrada de un lugar tenebroso en donde es invitado a meterse gradualmente, pero volviendo las espaldas a la oscuridad, la que, haciéndose más y más espesa, envuelve finalmente en una negrura absoluta al temerario adepto, ávido, sin embargo, de luz integral. Como todo lo que se hace en Masonería, ésta marcha al revés es un símbolo susceptible de múltiples interpretaciones. Hace pensar desde luego en el Sol que, llegado al meridiano: región del Compañerismo, desciende poco a poco hacia la noche del Occidente. Debe verse ahí también una alusión al renunciamiento que conduce a la Maestría, la que exige el sacrificio de toda ilusión, aunque ésta sea el fruto de luces adquiridas iniciáticamente. Para pasar a ser Maestro es, en fin, necesario, poseer a fondo toda la enseñanza de los dos primeros grados; de ahí la obligación de repasar todo el curso ya recorrido.
Se trata, pues, para el Compañero de volver sobre sus pasos, partiendo de la Estrella Radiante, asimilada al rosetón que en las catedrales se ilumina a la caída de la tarde por encima del portal, entre las torres emblemáticas de las columnas J\ y B\.
Este astro de la comprensión ilumina solamente al Compañero en su retroceso que se efectúa sobre el recorrido del quinto viaje, consagrado a la contemplación. Pero esta vez ya no son las impresiones de afuera las que se trata de recoger. Entrando en sí mismo el iniciado medita sobre el valor de sus propias concepciones. Se da cuenta del abismo que separa a la realidad de las imágenes mentales por las cuales procuramos figurárnoslas. Con relación a la Verdad que encubren, nuestras ideas no son sino groseros ídolos: nos engañan, lo mismo que las palabras, si nos detenemos en la expresión, sin discernir lo que está expresado. En todos los dominios todo es símbolo; no seamos, pues, burlados y penetremos hasta lo simbolizado.
Plenamente edificado en lo que concierne a la imposibilidad de poseer la Verdad, la cual no se deja contener en ninguna fórmula, el Compañero debe, no obstante, obrar con certidumbre. Es por esto que él vuelve a encontrar retrocediendo, los útiles de su cuarto viaje: Escuadra y Regla. Cualquiera que sea su perplejidad desde el punto de vista puramente intelectual, el Iniciado no duda jamás, en efecto, en cuanto a la conducta que debe observar. Ésta se encuentra infaliblemente determinada por las exigencias constructivas que reclaman piedras talladas en ángulo recto. El constructor humanitario y social sabe, pues, siempre cómo debe conducirse con relación a los demás, porque aplica en todas las cosas la medida de la equidad (Escuadra). Por otra parte, él está cierto de la dirección inmutable que debe seguir, porque está animado del deseo profundo y constante de obrar bien (Regla).
Pero no es suficiente que el futuro Maestro sea ejemplar en su disciplina personal. Realizando la Piedra Cúbica, influye sin duda en su ambiente que lleva a una cristalización análoga a la suya; pero es preciso que obre a menudo con vigor para levantar las masas más pesadas y quebrantarlas por lo menos en su inercia. Le es preciso con este objeto la Palanca que se coloca en sus
manos, desde que la retrogradación lo trae sobre los rastros de su tercer viaje de Compañero. Si nada resiste a la energía del querer (Palanca) aplicado con una rectitud absoluta de intención (Regla), importa en estas materias que lo abstracto y lo concreto no sean confundidos; por eso el segundo viaje se rehace inspirándose en la Regla y el Compás, en la línea recta y el círculo. La teoría más rigurosamente lógica permanece estéril, si no se aplica teniendo en cuenta las contingencias y las relatividades. El compás es, por excelencia, el instrumento del Maestro, porque sólo el sentido de la realidad puede conducir a la Maestría.
Es preciso también, que el futuro Maestro aprenda a mandar, manejando el Mallete que golpea al cincel. No vacila, pues, en rehacer su primer viaje de Compañero, sabiendo muy bien que no deberá jamás cesar de trabajar en su propio perfeccionamiento. ¿Cómo, por lo demás, mandaría a otros si no hubiera alcanzado a dominarse a sí mismo?. Toda Maestría comienza por sí: ser su propio Maestro abre la vía a todas las soberanías.
Las Iniciaciones Profesionales
Si, adaptada al ingenio moderno, la intelectualidad de los antiguos Misterios revivió en la Franc-Masonería, ésta debe sus tradiciones inmediatas a una confraternidad constructiva de la Edad Media. En esta época, la talla de las piedras fue llevada hasta el refinamiento, gracias a un estudio profundizado de la esteorometría práctica. Sabios cálculos presidieron, por otra parte, a la agrupación de los materiales, cuya masa debía ser sistemáticamente reducida al mínimum, sin perjuicio para la solidez del edificio. Pero gravitando en torno de la geometría, su ciencia maestra, el saber de los maestros de obra fue de lo más extenso. Les estaba aún recomendado si es preciso creer a un antiguo manuscrito inglés , instruirse de omni re: sciibili et quibusdam aliis, según la fórmula de Pico de la Mirandola.
En todo caso, la astronomía les era indispensable, cuando más no fuese sino para orientar exactamente en el terreno los ejes del edificio por construir. El ritual agrega, por otra parte, tal importancia a las horas supuestas de apertura y clausura de los trabajos, que es inadmisible que la primera piedra de un edificio haya podido ser colocada a una hora no reconocida como propicia por la astrología. Los zodíacos y otros símbolos de las catedrales atestiguan preocupaciones astrológicas de los constructores, cuya ciencia del simbolismo debía extenderse, además, al hermetismo y a la Alquimia. El texto ya citado, cuyo estilo y ortografía cuadran con el siglo XV, se expresa a este respecto como sigue:
“Los Masones ocultan el arte de alcanzar maravillas y de predecir las cosas futuras, a fin de que los mal intencionados no puedan abusar de él. Asimismo se callan sobre el arte de las transmutaciones y sobre los métodos que conducen a la facultad de la Abrac (Kábala, Magia, Preparación de los Talismanes), pero su gran secreto enseña a hacerse bueno y perfecto, sin temer ni esperar nada. Poseen, en fin, un lenguaje universal que les es propio”.
Se puede lamentar, con Locke, que el conjunto de la humanidad no goce del gran secreto de los masones, que reside en una concepción particular de la vida a la que se le considera una. Ella anima toda la creación cuya obra, lejos de haberse detenido el sexto día bíblico, se prosigue indefinidamente. Es el objeto de la actividad constante del Grande Arquitecto del Universo, de la cual todos los seres son los obreros conscientes o inconscientes.
Lo que distingue a los Masones es que colaboran en la Gran Obra con pleno conocimiento de causa, porque han sido iniciados en el plano de la inteligencia constructiva del mundo y quieren trabajar bien. Su entusiasmo por la grandeza y la belleza de la obra los lleva aún por encima de toda preocupación de salario, pues trabajan por amor al arte, inaccesibles al temor de un castigo como a la esperanza de una recompensa. No siendo asalariados se elevan al rango de asociados del Patrón: trabajan por su cuenta y alcanzan así a la Maestría, que equivale a una divinización o a una apoteosis.
El lenguaje universal reservado a los Masones fluye de la clarividencia adquirida en la interpretación de las alegorías y de los símbolos. Aprendices y Compañeros se ejercitan en deletrear y descifrar más o menos penosamente las palabras sagradas, mientras los Maestros, que han transmontado las dificultades del extremo, poseen la clave de todos los simbolismos.
Para hacerse accesible al vulgo, el pensamiento demasiado sutil se reviste de imágenes groseras, ante las cuales se detiene el común de las inteligencias, mientras que el iniciado se aficiona a discernir lo que lo hablado quiere decir, guardándose de tomar al pie de la letra las fábulas, los mitos, el dogmatismo de las religiones o la terminología figurada de las antiguas escuelas filosóficas; el pensador verdadero se remonta hasta las nociones generadores, madres del saber humano.
Se inicia también en el secreto del pensamiento rebelde a toda expresión y penetra el alcance de todas las tradiciones misteriosas, llegadas hasta nosotros bajo la forma de leyendas desconcertantes, de poemas que cantan a héroes inverosímiles, de obras de arte enigmáticas o de síntesis filosóficocientíficas extravagantes a primera vista. El verdadero iniciado no se emociona con nada, no se espanta de ninguna apariencia y sondea con sagacidad los más turbadores misterios, persuadido de que importa ponerlo todo en claro, porque el polvo de oro de la verdad exige se le aísle laboriosamente del barro de las edades y de los escombros del pasado.
Es de observar que los antiguos Masones honraban a Pitágoras como el iniciado que ha contribuido más a hacer esparcir en Occidente la luz del Oriente. Nada más característico a este respecto que el texto del manuscrito ya citado, en que el nombre del filósofo se encuentra cándidamente inglesado.
“Peter Gower, un griego, se ha dicho, viajó para instruirse, por Egipto, Siria y por todos los países donde los Venecianos (léase Fenicios) habían implantado la Masonería. Admitido en todas las Logias de los Masones, adquirió una vasta sabiduría, después volvió a la Gran Grecia donde trabajó, aumentando sus conocimientos, tanto que llegó a ser un sabio poderoso, de una fama muy extendida. Fundó en esta región una Logia considerable, en Groton (Crotona), donde hizo muchos masones. Entre ellos algunos vinieron a Francia, donde hicieron, a su vez, numerosos Masones, gracias a los cuales, a continuación, el Arte pasó a Inglaterra”.
No veamos, en estas líneas sino un homenaje rendido a las doctrinas pitagóricas, sacadas de especulaciones sobre las propiedades intrínsecas de los números e inspiradas por las sugestiones de las figuras geométricas. Esta filosofía numeral y simbólica guió a los Masones en el trazado de sus planos y en la elección de las proporciones de cada detalle de sus edificios.

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