lunes, 24 de diciembre de 2012

LOS MASONES Y LA NAVIDAD

Por LUÍS A. MORINIGO



Los hijos de la Luz, también festejan su navidad, pero ha diferencia de otras órdenes, se festeja al Culto de la Naturaleza, celebradas en cuatro ocasiones: los dos equinoccios y en las dos etapas del solsticio, de verano e invierno, de acuerdo al hemisferio en que uno se encuentra.

Aunque el verano sea considerado generalmente como una estación alegre y el invierno como una triste, por el hecho de que el primero representa en cierto modo el triunfo de la luz y el segundo el de la oscuridad, los dos solsticios correspondientes tienen, sin embargo, un carácter exactamente contrario. Por paradójico que parezca, es muy fácil comprenderlo si se posee algún conocimiento sobre los datos tradicionales acerca del curso del ciclo anual. En efecto, lo que ha alcanzado su máximo no puede ya sino decrecer, y lo que ha llegado a su mínimo no puede sino comenzar a crecer. Así, el solsticio de verano marca el comienzo de la mitad descendente del año, y el solsticio de invierno, el de su mitad ascendente.

Desde el punto de vista de su significación cósmica, se comprenden mejor estas palabras de san Juan Bautista, cuyo nacimiento coincide con el solsticio estival (verano): “El (Jesús, nacido en el solsticio de invierno) conviene que crezca, y yo que disminuya” En realidad, el periodo “alegre”, es decir, benéfico y favorable, es la mitad ascendente del ciclo anual, y su periodo “triste”, es decir, maléfico o desfavorable, es su mitad descendente.

El solsticio de invierno, marca un momento en que el tiempo se detiene; el presente se manifiesta en un instante de eternidad. Es un tiempo de silencio, recogimiento interior y meditación. La semilla se pudre en el interior de la tierra esperando pacientemente a que llegue el tiempo apropiado para crecer y manifestarse.

Conocemos la experiencia de la cámara de reflexiones, de este duro camino interior hacia nuestro propio infierno, aislándonos hacia adentro, penetrando el centro mismo de las cosas para entender cuál es la esencia de las cosas y cual su apariencia, así en lo más profundo de nuestra ser, en la noche más larga de nuestro viaje celeste, sólo nos queda una antorcha: nuestra razón resplandeciente, que apenas ilumina algunos restos óseos, que figuran otra realidad, la verdad brutal, privada del velo de las ilusiones, en el fondo del V.:I.:T.:R.:I.:O.:L.: alquímico “Visita Interior a Térrea Rectificando Invenies Occultum lapidem”.

Entonces en la noche más larga descubrimos la piedra filosofal, nuestra piedra cúbica francmasónica, sustento de las certezas que requiere el espíritu, roca firme, angular y cristalización salina de nuestro YO y de la construcción intelectual y moral que constituye la gran obra. Bástenos recordar de nuevo los misterios de Eleúsis y Ceres, en donde el recipiendario, el iniciado, era símbolo de la semilla en la tierra, que sufriendo la putrefacción da origen al nacimiento de la flor de oro y a su proceso de individuación nacido desde sus propios sueños arquetípicos.

QQ\HH\ ya preparados para los cantos del gallo, que anuncian el fin de la noche y el triunfo de la luz sobre las tinieblas, cumplamos nuestro proceso, a la etapa ascendente de nuestro propio invierno interior.

Esto celebramos en nuestras fiestas solsticiales a pesar de que de la oscuridad nacemos una y otra vez en la circularidad interminable de los días, los múltiples nacimientos y muertes que hemos de tener en nuestras vidas, sin más armisticio que el eterno retorno a la unidad, al todo.

Las fiestas solsticiales son el momento simbólico en que los masones nos recogemos hacia el interior de nuestro microcosmo y advertimos nuevas verdades morales y nuevas realidades espirituales, que nos permiten continuar con la gran obra. Así también se produce en el Macrocosmo el áureo proceso de los movimientos celestes de las esferas y de la armonía con que se regenera el universo, armonía que está en consonancia con nuestros propios acordes interiores, que resuenan en nuestro YO con la mística melodía de las esferas.

A medianoche en punto, en lo más profundo de la oscuridad del solsticio invernal-verano, Hiram muere, el Templo es destruido; pero esto no es sino el anuncio del nacimiento del Maestro y la renovación de los trabajos del Templo




DE LA VIDA REAL

NAVIDAD DE 1914 – LA TREGUA DE NAVIDAD (PRIMERA GUERRA MUNDIAL)
"NOCHE DE PAZ" LA CANCIÓN QUE DETUVO LA GUERRA.

CÉSAR A. PAIN Sr. PM.·. Washington D.C.


En la historia militar se produjo un hecho sin precedentes en las navidades de 1914, durante la Primera Guerra Mundial. Estos hechos, convertidos en la actualidad en un mito, apoyan la creencia de que hasta en la guerra se puede sacar lo mejor de los seres humanos. Aquellas navidades, como seguramente habían hecho todos los soldados a lo largo de sus vidas, iban las tropas alemanas a lo largo de todo el frente entonando canciones típicas navideñas y también comenzaron a colocar sobre el borde de los parapetos árboles con luces. Por orden del Káiser, los soldados habían recibido miles de árboles, salchichas, raciones extras de pan e incluso licores. Al otro lado se encontraban los soldados británicos y franceses, que no podían creer lo que estaban viendo, aquellos árboles de Navidad iluminados en las trincheras enemigas. Eran tantos árboles, que en muchos puntos del frente se veía uno cada cinco metros.

Aquellas imágenes crearon un clima irreal, los soldados aliados se fueron acercando a los alemanes acompañándolos en sus cánticos y pidiendo y cantando otras piezas. Después de esto, muchos soldados alemanes comenzaron a agitar banderas blancas y salir de sus trincheras. En un principio, los aliados no creían que fuera posible ese encuentro, pero muy pronto se dieron cuenta de que aquel acercamiento de los alemanes no tenía ningún doble sentido, eran sinceros y ese "espíritu de la Navidad" se había apoderado de ellos. Aunque días antes se mataran entre ellos, ahora se encontraban unidos compartiendo lo poco que tenían, como chocolate, alcohol o tabaco y sobre todo, acompañándose unos a otros en el dolor de tener a sus familiares lejos, mostrándose unos a otros las fotografías de sus esposas e hijos.
Aquella confraternización duraría todo el día. Aquel día de navidad, cada bando pudo recoger a sus compatriotas muertos en los combates de días anteriores para darles sepultura, incluso se celebraron ceremonias religiosas conjuntas. Fue tal la unión, que improvisaron partidos de fútbol entre los bandos. Bertie Felstead, fallecido en 2001 con 106 años, pudo dar uno de los testimonios más ilustrativos de lo que aquel día ocurrió. Era el hombre más longevo de Gran Bretaña. Este anciano recordaba que al atardecer del día de Nochebuena escucharon los acordes de unos villancicos que procedían de las trincheras enemigas, que se encontraban a escasos metros. Aquellos cánticos le transmitieron un sentimiento de esperanza y sobre todo de paz, pero no se producía comunicación entre las tropas. Por la mañana, vio a los alemanes salir de sus trincheras y caminar hacia las líneas inglesas.

Él y sus compañeros hicieron lo mismo y salieron a campo abierto para poder abrazar a sus enemigos, intercambiando cigarrillos y compartiendo muchas cosas, aunque sabían que eso duraría muy poco tiempo. "Sabíamos perfectamente que aquella situación era irreal, ya que les estábamos felicitando las fiestas ¡a las mismas personas a las que íbamos a intentar matar al día siguiente!". Entonces se les ocurrió jugar un partido de fútbol: "Fabricaron algo parecido a una pelota y comenzamos a jugar, aunque la verdad es que no se puede hablar de partido porque de cada lado había por lo menos cincuenta soldados y nadie se encargó de contar los goles...".

Frank Richards fue otro testigo de éste truce no oficial. En su diario de la guerra escribió: "Levantamos un pizarrón con 'Feliz Navidad' escrito. El enemigo también levantó uno igual. Dos de nuestros hombres arrojaron su equipo a el suelo y saltaron para afuera de su parapeto con las manos sobre sus cabezas al mismo tiempo que dos de los alemanas hacían lo mismo; los dos nuestros caminaron para encontrarse con ellos." "Se dieron las manos y entonces todos nosotros salimos de las trincheras y así mismo también hicieron los alemanes." Richards escribió en su relato.

Richards también explicó que algunos soldados alemanes hablaban inglés perfectamente bien, uno de ellos diciendo cuan harto estaba de la guerra y que estaría muy alegre cuando todo terminase. Sus contrapartes británicos estaban de acuerdo. Esa noche, soldados que hasta ese momento eran enemigos se sentaron juntos alrededor del calor del fuego. Intercambiaron pequeños regalos de sus pobres pertenencias -barras de chocolate, botones, insignias y pequeñas latas de carne de res. Hombres que hasta solamente una horas antes se disparaban a matar estaban ahora compartiendo las festividades de Navidad y mostrándose los unos a los otros fotografías de sus familias.

Aquel fue un hecho realmente sorprendente y queda perfectamente reflejado en las líneas que escribió un fusilero de 17 años llamado Walkinton: "Todo ocurrió espontáneamente, en forma muy misteriosa. Un espíritu más fuerte que el de la guerra prevaleció aquella noche".
Cuando los altos mandos militares se enteraron de lo que realmente había sucedido, dispusieron serias medidas para evitar que se siguiera propagando esa epidemia de fraternidad. La publicidad de guerra de ambos bandos había pintado al enemigo como un conjunto de monstruos capaces de las peores atrocidades. Si seguían dándose la mano los unos con los otros, iban a comprobar que eran buenas personas y eso resultaba peligroso para los grandes poderes que provocaron y que mantenían el conflicto.

¿Pudo la tregua de 1914 haber puesto fin a la Primera Guerra Mundial?

Un sobreviviente, Albert Moren, cree que sí. “Si la tregua se hubiera prolongado otra semana”, asegura, “habría sido muy difícil reiniciar la guerra”. En este caso se habrían salvado casi nueve millones de hombres que morirían antes del Armisticio en 1917. La tregua navideña de 1914 continuó en algunos sectores del frente hasta el Año Nuevo, y aún después. “tuvimos que dejar que durara todo ese tiempo”, explicó un alemán, en una carta enviada a su casa. “Queríamos ver cómo salían las fotos que ellos nos tomaron”.


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