Los mitos son relatos simbólicos, lo mismo que las «parábolas», que,
en el fondo, no difieren de ellos esencialmente. No carece de interés
destacar que lo que se llama en la Masonería las «leyendas» de los
diferentes grados entra en esta definición de los mitos, y que la «puesta en
acción» de estas «leyendas» muestra bien que ellas están verdaderamente
incorporadas a los ritos mismos, de los que es absolutamente imposible
separarlas.
La palabra griega muthos, «mito», viene de la raíz mu, y ésta (que seen el fondo, no difieren de ellos esencialmente. No carece de interés
destacar que lo que se llama en la Masonería las «leyendas» de los
diferentes grados entra en esta definición de los mitos, y que la «puesta en
acción» de estas «leyendas» muestra bien que ellas están verdaderamente
incorporadas a los ritos mismos, de los que es absolutamente imposible
separarlas.
encuentra también en el latín mutus, mudo) representa la boca cerrada, y por
consiguiente, el silencio; éste es el sentido del verbo muein, cerrar la
boca, callarse (y, por extensión, llega a significar también cerrar los
ojos, en sentido propio y figurado); el examen de algunos de los derivados
de este verbo es particularmente instructivo. Así, de muô (en infinitivo
muein) se derivan inmediatamente otros dos verbos; muaô y mueô. El primero
tiene las mismas acepciones que muô, y es menester agregarles otro derivado,
mullô, que significa cerrar los labios, y también, murmurar sin abrir la
boca. Por lo demás, el latín murmur no es más que la raíz mu prolongada por
la letra r y repetida dos veces, de manera que representa un ruido sordo y
continuo producido con la boca cerrada. En cuanto a mueô, y esto es lo más
importante, significa iniciar (a los «misterios», cuyo nombre está sacado
también de la misma raíz y precisamente por la intermediación de mueô y
mustês), y, por consiguiente, a la vez instruir (pero primeramente instruir
sin palabras, así como era efectivamente en los misterios) y consagrar;
deberíamos decir incluso en primer lugar consagrar, si se entiende por
«consagración», como debe hacerse normalmente, la transmisión de una
influencia espiritual, o el rito por el que ésta se transmite regularmente.
Pero, se dirá, si la palabra «mito» ha tenido semejante origen, ¿cómo
es posible que haya podido servir para designar un relato de un cierto
género? Es que esta idea de «silencio» debe ser referida aquí a las cosas
que, en razón de su naturaleza misma, son inexpresables, al menos
directamente y por el lenguaje ordinario; una de las funciones generales del
simbolismo es efectivamente sugerir lo inexpresable, hacerlo presentir, o
mejor «asentir», por las transposiciones que permite efectuar de un orden a
otro, de lo inferior a lo superior, de lo que es más inmediatamente
aprehensible a lo que lo es mucho más difícilmente. Tal es precisamente el
destino primero de los mitos.
Nos queda atraer la atención sobre el parentesco de las palabras «mito»
y «misterio», salidas las dos de la misma raíz: la palabra griega mustêrion,
«misterio», se vincula directamente, ella también, a la idea del «silencio»;
y esto puede interpretarse en varios sentidos diferentes, pero ligados unos
a otros. Destacamos primeramente que, según la derivación que hemos indicado
precedentemente (de mueô), el sentido principal de la palabra es el que se
refiere a la iniciación, y es así, en efecto, como es menester entender lo
que se llamaban «misterios» en la antigüedad griega: mustikos, en efecto, es
el adjetivo de mustês, iniciado; así pues, originariamente equivale a
«iniciático» y designa todo lo que se refiere a la iniciación, a su doctrina
y a su objeto mismo (pero en este sentido antiguo, no puede aplicarse nunca
a personas).
Por lo demás, podemos agregar que no es una simple coincidencia el
hecho de que haya una estrecha similitud entre las palabras «sagrado»
(sacratum) y «secreto» (secretum): en uno y otro caso, se trata de lo que
está puesto aparte (secernere, poner aparte, de donde el participio
secretum), reservado, separado del dominio profano; del mismo modo, el lugar
consagrado es llamado templum, cuya raíz tem (que se encuentra en el griego
temnô, cortar, recortar, separar, de donde temenos, recinto sagrado) expresa
también la misma idea; y la «contemplación», cuyo nombre proviene de la
misma raíz, se vincula también a esta idea por su carácter estrictamente
«interior». Así pues, es etimológicamente absurdo hablar de «contemplar» un
espectáculo exterior cualquiera, como lo hacen corrientemente los modernos,
para quienes, en muchos casos, el verdadero sentido de las palabras parece
estar completamente perdido.
Finalmente, hay un tercer sentido, el más profundo de todos, según el
cual el misterio es propiamente lo inexpresable, lo que no se puede sino
contemplar en silencio (y conviene recordar aquí lo que decíamos hace un
momento del origen de la palabra «contemplación»); y, como lo inexpresable
es al mismo tiempo y por eso mismo lo incomunicable, la prohibición de
revelar la enseñanza sagrada simboliza, desde este nuevo punto de vista, la
imposibilidad de expresar con palabras el verdadero misterio del que esta
enseñanza no es, por así decir, más que la vestidura, que la manifiesta y
que la vela todo junto. De este modo, la enseñanza que concierne a lo
inexpresable no puede, evidentemente, más que sugerirlo con la ayuda de
imágenes apropiadas, que serán como los soportes de la contemplación; según
lo que hemos explicado, esto equivale a decir que una tal enseñanza toma
necesariamente la forma simbólica. La concepción vulgar de los «misterios»,
sobre todo cuando se aplica al dominio religioso, implica una confusión
manifiesta entre «inexpresable» e «incomprehensible», confusión que es
completamente injustificada, salvo relativamente a las limitaciones
intelectuales de algunas individualidades.
Tal ha sido siempre, y en todos los pueblos, uno de los caracteres
esenciales de la iniciación a los misterios, por cualquier nombre que, por
lo demás, se la haya designado; así pues, se puede decir que los símbolos, y
en particular los mitos cuando esta enseñanza se tradujo en palabras,
constituyen verdaderamente, en su destino primero, el lenguaje mismo de esta
iniciación.
Extractado de: René Guénon, Apercepciones sobre la Iniciación,
capítulo XVII
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