sábado, 26 de enero de 2013
‘La cámara de reflexiones: Temor y Temblor’
Hablar de la Cámara de Reflexiones, es hablar tanto de un espacio físico, con ciertas características propias, así como de una experiencia sobre lo que ahí se desarrolla. En este escrito, abordaré lo segundo.
Siguiendo esta perspectiva, encontramos que dentro de este espacio, que debiera simular una bóveda o caverna, se sumerge al iniciado en un estado de confusión, de cierto temor, pero sobretodo en un ambiente de introspección.
Los elementos de los que se ve rodeado el iniciado, como lo es el color negro, la sal, el agua, el pan, la plancha triangular, entre otros, hacen que el sujeto comience con un trabajo hacia dentro de sí. En medio del misterio, la persona acude a sí mismo, pues es lo único que creer conocer y lo único sobre lo que cree tener control.
Las declaraciones que se le presentan “la conciencia es el espejo del alma, es tu juez”, “si tienes miedo o tiemblas ante la verdad, abandona el recinto”, “si eres débil o no tienes voluntad propia, retírate”, son señalamientos claros de que es el individuo quien debe observarse y ser auténtico. No puede salir y preguntar a los demás “¿tengo lo necesario?”. Es ejercicio de uno.
Es aquí, donde encuentro una de las características que me llaman la atención de lo que se vive en la Cámara de Reflexiones: el valor frente a la tiniebla.
Soren Kierkegaard, en el libro “Temor y Temblor”, hace una reflexión sobre el dilema filosófico y moral del sacrificio de Issac. Como sabemos, Abraham es llamado a ofrecer en sacrificio a su hijo. Sin embargo, la interrogante es cómo saber quién te llama ¿dios, o el demonio? Frente a esto, a quién acudir, a quién preguntar, a quién buscar que te diga que lo que haces es lo correcto. Esta duda, solo se resuelve acudiendo a uno mismo.
De la misma forma, la cámara de reflexiones, es un llamado a resolver tus dudas acudiendo únicamente a tu propio ser.
Otra de las características claves que cumple la Cámara, es el rito de paso.
En este caso, el rito que se hace, es una muerte simbólica. Al confrontarse consigo mismo, el individuo debe contestar las preguntas del triangular, “¿qué deberes tiene el hombre para con Dios, para con sus semejantes y para consigo mismo?”, así como elaborar un testamento.
La muerte es un misterio que se afronta solo. Simbólicamente, lo que ocurre cuando se da respuesta al triangular, es que el individuo está depurándose, está realizando un desapego de lo material y de su voluntad. El plasmar su testamento y su última voluntad, es una metáfora de su muerte.
Muerte de quien fue, nacimiento del que viene. Muerte de la ignorancia, nacimiento de la búsqueda del conocimiento.
El rito de paso que significa transitar por la cámara de las reflexiones, es que el individuo despertará a una realidad que aspira a la verdad. Es dejar en manifiesto que quien vive, es un ser dispuesto a la virtud.
Es cuanto.
Diego Torreón
Publicado en RED MASONICA
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