jueves, 24 de enero de 2013
Salvador Allende: presidente y masón
Texto leído el 26 de junio de 2010, en ocasión del 102 aniversario de su nacimiento, organizado por la Asociación Salvador Allende Gossens (ASAG), en la librería “El juglar” de la ciudad de México.
Lila Lorenzo Soto–Aguilar
Maestra Masona del Rito Francés
R.•.L.•. “La Fayette” Nº10
Grande Oriente Ibérico
Miembro del Círculo de Estudios del Rito Francés "Roëttiers de Montaleau"
Queridos Compañeros todos:
En esta ocasión en que homenajeamos a Salvador Allende en un aniversario más de su cumpleaños, quiero referirme como miembro de su guardia personal (GAP) que fui, a una faceta poco conocida por todos; la del presidente masón. Como Hermana suya que soy ahora, quisiera mostrar cómo su coherencia entre el político y el masón se unieron para hacer de él un gran hombre, respetado y querido por todos nosotros, su pueblo. Es mi deseo participar hoy con vosotros, para contar mi experiencia junto a él, sus enseñanzas, su sabiduría, que me hicieron crecer interiormente como masona, como mujer y políticamente como militante.
Expresar con palabras nuestros sentimientos a más de treinta años del golpe militar de Augusto Pinochet, es —a pesar del dolor por los sueños perdidos, los compañeros y hermanos muertos y desaparecidos—, un acto de profunda melancolía, porque como dijera un poeta, la melancolía no es sino la alegría de la tristeza. Así, las vivencias junto al presidente de Chile, Salvador Allende, son hoy para mí una enseñanza plena de alegría, de cómo se ejerce la libertad con responsabilidad, y como esa responsabilidad debe llevarse siempre hasta las últimas consecuencias. Hoy, como masona, comprendo de dónde provenía la fuerza de valores que ostentaba día a día Salvador Allende y que así, en la cotidianeidad, compartía con nosotros.
El cuatro de septiembre de 1970 Salvador Allende gana las elecciones presidenciales con el apoyo de buena parte de los partidos políticos de izquierda, agrupados en la Unidad Popular. El 25 de octubre de ese mismo año, antes de que Allende asuma la Presidencia, es asesinado el comandante en jefe de las fuerzas armadas René Schneider. Es una macabra advertencia a Allende para que no lleve a cabo su programa político y económico, que traerá a Chile fundamentales reformas sociales. Para el nóvel y pequeño aparato de seguridad del todavía presidente electo de Chile, es también la afirmación de que no se puede confiar en unas fuerzas armadas históricamente ligadas a la aristocracia y a la oligarquía económica y social; alejada por ende de los intereses de los más necesitados.
Es en este contexto que uno de los partidos políticos que si bien no forma parte de la Unidad Popular, pero que sí apoya abiertamente el proceso hacia el “socialismo a la chilena”, el Movimiento de Izquierda Revolucionaria, (MIR), propone al todavía presidente electo la conformación de un cuerpo de seguridad presidencial conformado por militantes de izquierda, garantizando de esa manera una lealtad a prueba de todo. Es así como nace en 1970 el “Grupo de Amigos Personales”, conocido popularmente por sus siglas como GAP. Formado en un principio por militantes del MIR y del grupo chileno del Ejército de Liberación Nacional (ELN). Tradicionalmente los presidentes estaban protegidos por una guardia escogida entre las Fuerzas armadas y de Carabineros, pero dadas las características de los altos mandos, éstas no eran garantes de la vida de un presidente que defendía por primera vez los derechos del pueblo, enfrentándose inevitablemente a los intereses que la alta oficialidad defendía. De este grupo de miembros del GAP cabe destacar una vez mas, que todos ellos se enfrentaron a los que quebrantando la ley por la fuerza, derrocaron el gobierno elegido por el pueblo. Todo esto es ya sabido por todos nosotros, pero vale la pena recordarlo para aquellos que eran muy pequeños o aun no habían nacido y que nacieron en el exilio. De esos compañeros, muchos cayeron en la lucha, y algunos otros lograron sobrevivir.
Allende asume la Presidencia. Su programa de gobierno era un programa abierto a la libertad en todos los aspectos, libertad de expresión, de prensa, libertad económica para las empresas privadas, siempre y cuando ello no significara mercar la soberanía nacional. Asimismo su programa implicaba la igualdad de todos los civiles ante la ley, algo nuevo en un país acostumbrado a aplicar la justicia a los más pobres, mientras que las clases económicamente poderosas se valían de la corrupción para esquivar la ley. Cuestión que podría producirse hoy día nuevamente, como se produjo durante la dictadura.
El programa económico implicaba también igualdad frente a los recursos económicos. En el fondo de la aplicación práctica de estos dos valores, la libertad y la igualdad, residía la fraternidad. Allende entendía que sin fraternidad —traducida profanamente como solidaridad—, era imposible alcanzar la igualdad civil y económica, pasos previos para vivir en plena libertad. Eso era para Allende el “socialismo a la chilena”. Valga decir que hoy en día los grandes recursos del país están siendo nuevamente vendidos al mejor postor, el de siempre, perdiendo el país nuevamente los recursos que le pertenecen legalmente por estar en su suelo patrio.
Por indicaciones de la dirección del partido en que yo militaba, el MIR, fui asignada a la residencia en la callede Tomás Moro en el año de 1970, para integrarme al GAP en el área de comunicaciones. Inmediatamente pude constatar que la relación del presidente Allende con los miembros del GAP era siempre como la de un padre, no sólo por la diferencia de edad —la mayoría no alcanzábamos los treinta años—, sino porque nos aconsejaba con cariño y respeto. Conocía y trataba a cada uno por su nombre de batalla, entonces el único nombre propio que ostentábamos. Dejé así de ser Lila Lorenzo para llamarme entre mis compañeros Antonia Guerra. Ese nombre, simplemente Antonia, era el que recibía lleno de cariño por parte de mi presidente.
Allende aconsejaba a cada uno de nosotros cuando lo creía necesario, incluso haciendo razonar a quienes habían abandonado sus carreras profesionales para estar junto a él. Les hacía sopesar dónde eran más útiles a la Patria; si allí junto a él o desempeñando su profesión, pues el país necesitaba también de profesionales conscientes, capaces de luchar por el bienestar y la libertad del pueblo. Era como un sabio Venerable Maestro que sabía aprovechar las virtudes de todos sus hermanos, al tiempo que bajaba el perfil de nuestros defectos pasando cariñosamente la cuchara de albañil. Se preocupaba así por todos y cada uno de nosotros. En mi caso, como militante del Movimiento de Izquierda Revolucionaria —el MIR—, y a pesar de las diferencias con el Partido Socialista, el partido político al que pertenecía el presidente, nos sentíamos identificados con él íntima y plenamente.
Formalmente y de cara al pueblo era el presidente, pero en su vida diaria nos expresaba como un amigo su capacidad pedagógica en política, nos escuchaba y nos aconsejaba. Su sencillez en el trato le permitía algo que siempre nos sorprendió; siendo el presidente de Chile era capaz de escucharnos, de crear el diálogo con nosotros, con quienes trabajábamos con él.
Pero Allende se comportaba del mismo modo en las asambleas con el pueblo, y aún con quienes se consideraban sus enemigos políticos. La palabra era su verdadera arma, porque creía en ella, porque así lo había aprendido también en su última logia masónica Hiram nº65 de la Gran Logia de Chile. Así como el poeta español Gabriel Celaya dijo “la poesía es un arma cargada de futuro”, Allende usaba la palabra como un arma cargada de futuro. Esta capacidad suya, era realmente un don que lo hacía tan querido y tan cercano para nosotros, y para todos quienes le conocían de cerca. El respeto hacia la figura presidencial con la que llegábamos a la residencia de Tomás Moro, pronto se convertía en cariño y admiración. Así, dejó de ser el “señor presidente” para convertirse en nuestro “compañero presidente”, como le llamábamos cotidianamente. Tal era la confianza ganada por él, que a veces le decíamos cariñosamente “Doc”, abreviatura de doctor, por su profesión de médico. La política que Allende nos enseñaba convertía a la fraternidad en solidaridad, y a los hermanos en compañeros, todos libres en conciencia e iguales en el trato.
El gobierno legítimo y democrático de Salvador Allende demostró que la Libertad no era sólo un concepto abstracto, sino una realidad que se materializaba todos los días por la voluntad del pueblo. Con Allende el pueblo recuperó su dignidad, dejó de ser víctima del poder arbitrario de la oligarquía para convertirse en sujeto actuante, protagonista soberano, constructor de su propio destino. El pueblo ya no padece la historia, el pueblo hace su historia.
Para comprender de dónde provenían estas ideas, es preciso partir de ciertos datos que rodearon la vida de Allende. El medio en que crece Salvador Allende, es desde su infancia influida por los resabios de las revoluciones burguesas del siglo XIX, de los levantamientos de 1838 y 1848, cuando se consolida lo que hoy para nosotros los masones es nuestra divisa: “Libertad, Igualdad y Fraternidad”.
Alrededor de 1850 empieza la emigración europea a América de quienes han participado en estas revoluciones y deben exiliarse. El por entonces presidente de Chile, Vicente Pérez Rosales, abre las puertas a esta emigración, compuesta entre otros por presos políticos anarquistas y socialistas de diverso cuño. Su abuelo materno, padre de Laura Gossens, su madre, había emigrado desde Bélgica. Influyen en él también amigos de su padre y su abuelo, ambos masones ilustres en el siglo XIX chileno.
Su abuelo paterno, Ramón Allende Padín, apodado “el rojo” por sus ideas liberales, llegó entonces a ser Gran Maestro de la Gran Logia de Chile, destacándose en la cruenta e inútil guerra entre Chile, Perú y Bolivia como médico militar. Su padre, Salvador Allende Castro, también masón, se convierte en importante jurista. Es así como Salvador Allende Gossens materializa dos valores fundamentales de la masonería heredada de sus ancestros; la solidaridad y la tolerancia por medio del diálogo, herramienta fundamental venerada en cada logia masónica. Estas se materializan en su formación como médico y en las leyes como marco referencial del diálogo para resolver las diferencias. Salvador Allende estudia medicina, una profesión que le acerca al pueblo y a los duros problemas que aquejan a éste. Así, denuncia lo que hasta el día de hoy es una cruel realidad en América Latina, que el origen de enfermedades hoy de sencilla cura, se convierten en alta tasa de mortalidad debido a la explotación e injusticia sociales.
De este modo, su independencia de criterio, sostenida por sus convicciones masónicas y políticas, así como la educación humanitaria aprendida en el hogar, influyen en él como médico y como político. Sus ideas sociales lo convierten en un hombre consecuente, coherente en el sentir, el pensar y el hacer. Todo ello lo convierten en un hombre admirado por su honestidad como político que jamás claudicó para alcanzar lo que para él era simplemente justicia.
Salvador Allende sabía que con claridad en los principios y la práctica constante del diálogo podía lograr lo que anhelaba para su país. Nunca fue agresivo en la discusión porque su palabra convencía y no necesitaba agredir, ni lo hubiera hecho nunca. Nunca hizo diferencias sociales. Siempre se comportó con cortesía y caballerosidad, su afecto y gentileza eran excepcionales. Directo en el trato, estas características le convertían en un hombre imponente. Esa era la fortaleza que trasladó a la política. Fue inclaudicablemente un negociador. La derecha no quiso escucharle, porque sabía que tenía poderosas razones que sustentaban sus posiciones, tal como si fuesen las columnas del Templo de Salomón. La derecha nunca le dejó hablar, no fueron capaces de escucharle porque le temían, porque sabía exponer sus ideas y convencía a sus interlocutores con argumentos válidos, nunca por la fuerza. Su capacidad de negociación le permitió convivir con todos los políticos de diferentes grupos, porque sabía acercarse, sabía ser un amigo por encima de las diferencias políticas. Esta actitud le permitió construir el prestigio que lo llevó a la Presidencia de la República. Escuchaba, dialogaba, tenía ideas claras en lo social y en lo político. Destacaban en el valor humano y la tolerancia que como buen masón tuvo hasta con sus enemigos. Fue tolerante con quienes fuimos los primeros GAP; el MIR y los compañeros del ELN, que diferíamos políticamente en algunos aspectos, pero la fraternidad que él inspiraba permitía que trabajásemos junto a él con profundo respeto, admiración y un leal cariño nacido de esa convivencia.
Si bien no compartía para Chile la revolución armada cubana, pudo hacer de Cuba un amigo incondicional. De igual modo no compartía la defensa armada del estado socialista, pero a pesar de ello apoyó sin tapujos la lucha del pueblo vietnamita frente al imperialismo estadounidense, expresando su admiración por quien fuera también su hermano masón, Ho Chi Minh, iniciado muchos años antes en París.
Ahora sabemos que históricamente, tras el ejemplo de la Revolución cubana, los Estados Unidos nunca más volvieron a permitir en América Latina un gobierno con un proyecto diferente y verdaderamente soberano. De este modo, desde el día mismo en que Allende gana las elecciones presidenciales en septiembre de 1970, comienza como hemos visto el plan de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) para derrocarlo.
Sabemos bien que el golpe de Estado se materializó el 11 de septiembre de 1973. Igualmente, sabemos que ello se debió a que Allende osó tocar los intereses de la oligarquía chilena y del capital extranjero. Eso le costó la vida a él y a buena parte de quienes formaban el Grupo de Amigos Personales (GAP). El combate del palacio presidencial de La Moneda es hoy un icono por diversas razones, todas ellas enraizadas en sus principios masónicos y en la lealtad y valentía de los componentes del GAP que se encontraban allí luchando junto a él.
Esa calidad masónica vivida como algo inherente a su propia naturaleza es la que traducirá en camaradería con sus compañeros del GAP. Los valores de la masonería son universales, y por lo mismo no son tampoco monopolio de los masones. Es por eso que sus guardaespaldas y compañeros del GAP supieron retribuirle la fraternidad incondicional que él les otorgaba, aún hasta la muerte.
Como masones sabemos que la vida es lo más importante, pero también sabemos que es efímera. La leyenda sobre la muerte masónica nos muestra igualmente la importancia, hasta la muerte, de la coherencia inherente a la responsabilidad del conocimiento y la sabiduría. Hoy conmemoramos el día en que nació, su cumpleaños, pero no olvidemos el día en que murió y que como decimos nosotros los masones, pasó a ocupar su lugar de trabajo en el Templo que sostienen los astros sobre las nubes, bajo las estrellas Detrás del sacrificio de Allende aquél lejano 11 de septiembre de 1973, cuesta no ver los símbolos que nos son propios como masones.
Mucho se ha hablado y escrito sobre su muerte. Se sabe hoy día que se suicidó. Recordemos un poco la historia. El período de consolidación político-social de Chile se da entre la mitad del siglo XIX y la mitad del siglo XX. Sólo dos personajes destacan por su importancia histórica frente al poder de la todopoderosa oligarquía chilena: Manuel Balmaceda y Salvador Allende. Ambos sufrieron la negación de su papel histórico y la traición del ejército y la oligarquía nacional. Ambos murieron con dignidad. Tras perder la guerra contra quienes representaban a la vieja aristocracia, Balmaceda se asila en la embajada argentina y se suicida un 19 de setiembre, justo cuando acaba su mandato presidencial. Esta espera hasta finalizar su mandato hace que quienes usurparon el poder permanecieran en situación ilegítima, pues mientras el viviera, sólo Balmaceda era el legítimo presidente del país.
Allende es el símbolo del Estado constituido, es la expresión de la soberanía nacional frente a los intereses extranjeros, es el derecho constitucional y democrático el que se expresa en él, porque fue electo por voto universal y aprobado por unanimidad de los representantes del Congreso al entregarle la presidencia. De haber entregado el poder a los golpistas, ya fuese renunciando, o aceptando el exilio, traicionaba la legítima confianza que su pueblo había depositado en él y habría dado el espacio político legal para que las fuerzas golpistas adquirieran la legitimidad. En caso de que su muerte ocurriése, habría de ser sucedido legítimamente por el Ministro del Interior, entonces José Tohá, también asesinado por la dictadura en el Hospital Militar donde se encontraba recluido y enfermo.
Existe un derecho inalienable sobre nuestra vida, reconocido en algunos países europeos a través de la Eutanasia. Así como todos tenemos derecho a la vida, a una vida digna, tenemos derecho también a decidir nuestra muerte en defensa de la dignidad del ser humano. Es el derecho que ejerció Allende al decidir terminar con su vida, para demostrando así la ilegitimidad de los golpistas, la injusticia social, política y moral que se cometía al atropellar la Constitución.
Como masón era un hombre libre, con absoluta libertad de conciencia, y como tal tenía derecho a ejercer esa libertad. En este caso, el suicidio es un recurso político de dignidad que representa el final coherente de un proyecto de vida político y social.
Esa fecha, 11 de septiembre de 1973, hoy en día no es más que una entre miles para el conjunto de la humanidad, pero nosotros como hermanos suyos reconocemos esa semilla que fructificará en las espigas que recogerá la Historia.
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