domingo, 30 de agosto de 2015

LAS COLUMNAS Y LA PUERTA

Foto de Juan Avila.

LAS COLUMNAS Y LA PUERTA

Las columnas son evidentemente símbolos del eje. Están expresando la idea de ascensión vertical que une la Tierra y el Cielo. Cuando se trata de dos columnas rematadas en su parte superior por un arco o cimbra, éste último simboliza al Cielo, en tanto que el rectángulo que ellas forman simboliza a la Tierra.

La puerta es también una esquematización de la estructura completa del templo, especialmente visible en los pórticos de las catedrales y monasterios cristianos. Ese semicírculo del arco simbolizando el Cielo se encuentra en el coro del altar o ábside, que es la proyección sobre el plano de base horizontal de la cúpula o bóveda. Y el resto del templo, de la puerta al altar, representa a la Tierra.

La puerta (enmarcada por las dos columnas), con su doble función de separar y comunicar dos espacios (el espacio profano del espacio sagrado), está en relación con los ritos de “tránsito” o de “pasaje”, ligados a su vez con los misterios de la Iniciación, que constituyen los misterios de la vida y la muerte. Se trata de un simbolismo primordial que se encuentra, bajo distintas formas, en todas las tradiciones.

Las dos columnas son un símbolo de la doble corriente de energía cósmica, activa-pasiva, masculina-femenina, rigor y gracia, que articula el proceso de la creación universal en todas sus manifestaciones.
Traspasar el umbral del Templo-Cosmos es ser penetrado por esta doble energía que convenientemente armonizada nos conducirá, a través de un viaje regenerativo y por etapas, a la salida del mismo por otra puerta, esta vez pequeña (la “puerta estrecha” del Evangelio, u “ojo de la aguja” como se dice en la tradición hindú), situada en la “clave de bóveda”, y por tanto en la sumidad de la cúpula.

“Yo soy la Puerta”, dice Jesucristo, “y quien por mí pasa va al Padre”. La puerta de entrada al templo, y la que está simbólicamente en la sumidad de la cúpula, son respectivamente, y utilizando la simbología de la antigüedad greco-latina, la “puerta de los hombres” y la “puerta de los dioses”, las dos puertas zodiacales de Cáncer y Capricornio.

Por la “puerta de los hombres” se nace o entra en el cosmos; por la “puerta de los dioses” se sale de él, accediendo a la realidad supracósmica, más allá del Ser, no condicionada por ninguna ley espaciotemporal, y de la cual nada puede decirse.
Por su relación con la caverna iniciática, el templo puede asimilarse al cuerpo de la Gran Madre, bajo su doble aspecto telúrico y cósmico.
Las dos columnas son también las dos piernas de la Madre parturienta, en cuya matriz el neófito, que viene del mundo de las “tinieblas profanas”, muere a su condición anterior, renaciendo a la verdadera Vida. Se trata naturalmente de un alumbramiento en la esfera del alma, del nacimiento del Hombre Nuevo que habita en cada uno de nosotros.

Por la Iniciación, el cosmos, con todos sus mundos y planos, aparece como la auténtica casa o morada del ser humano, en la cual ya no se siente extraño o ajeno, pues ha muerto al hombre viejo, y se ha reintegrado al latir del ritmo universal, del que forma parte.

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