lunes, 5 de noviembre de 2012


Vida después de la vida ¿Una realidad científica?

Aunque el tema de la supervivencia tras la muerte nunca ha dejado de generar interés, es evidente que ocasionalmente se producen repuntes en la atención mediática del mismo, desempolvándose al efecto viejos debates y preguntas aún por resolver sobre las sugerentes experiencias descritas por personas que han estado en el umbral de la muerte y por sus acompañantes. Desde hace unos meses uno de estos picos en el interés por este tema se registra en Estados Unidos, y los efectos de esa ola de curiosidad que ha barrido más de una veintena de países comienzan a dejarse sentirtambién en España. La culpa de este revival recae en el éxito editorial del libro Heaven is for Real -El Cielo es Real-, publicada en castellano este año por Zenith, una conmovedora obra que hasta la fecha ha vendido la friolera de seis millones de ejemplares.
En ella y de forma bastante emotiva se describe la experiencia de Collón Burpo, un niño de 4 años que experimentó durante una operación de apendicitis una singular experiencia cercana a la muerte. Pasados unos meses de aquella intervención de urgencias, el pequeño comenzó a narrar a sus padres lo que había vivido durante aquel trance, asegurando no solo que unos ángeles le habían visitado en el quirófano, sino cómo, tras verse flotando sobre su propio cuerpo, les había visto a ellos mismos rezando en una habitación cercana mientras le operaban. Fue el comienzo del desconcertante y colorido relato de Collón sobre una visita al cielo que, según sus propias palabras, duró apenas tres minutos, una experiencia que ha logrado despertar en un tiempo récord el interés de millones de personas por este tipo de casuísticas.
Lo que sabemos de las ECM
Más allá del efectismo actual de libros como El Cielo es Real, y del revulsivo fenómeno social y académico que supuso el éxito en 1975 de Vida después de la Vida de Raymond Moody, con toda probabilidad la obra más ambiciosa y precisa que se ha ocupado de esta fenomenología sea El retomo del silencio, del riguroso investigador de lo psíquico Scott Rogo. Publicada en 1989 y apoyada en las encuestas y estudios realizados por decenas de investigadores, este metódico trabajo se convierte en una suerte de metaanálisis de las principales investigaciones efectuadas hasta aquel momento, con conclusiones que estudios posteriores no han hecho más que ratificar.
Rogo cruzó los datos de escépticos y partidarios de la realidad de estos fenómenos, ofreciendo comparativas entre los clásicos episodios de experiencias próximas a la muerte, los reportes dejados por moribundos en el lecho de muerte, las visiones escatológicas del misticismo, y la imaginería descrita en estados alterados de conciencia inducidos por drogas como la ketamina. Además del componente transcultural de las experiencias, su riguroso conocimiento de la fenomenología PSÍ le permitió evaluar los casos también desde ese ángulo, pres-
tando atención a los episodios protagonizados por niños y a aquellos casos en los que la ECM fueron vividas como algo desagradable.
Una de las primeras consideraciones de este autor es la de delimitar las fronteras de lo que debe ser etiquetado correctamente como una ECM y lo que, aun con rasgos en común, ha sido clasificada como tal pero responde a otro tipo de fenómenos. En la ECM genuina deben concurrir indefectiblemente, según Rogo, estas dos circunstancias: “El testigo debe estar o bien cerca de la muerte física, amenazado por la muerte, o percibirse en un peligro semejante.
La persona debe tener o bien una experiencia extra-corpórea durante algún momento del episodio, o sus observaciones dar a entender que está funcionando en semejante estado”.
A ello se añade además una clasificación muy simple de las ECM en simples, consistente en la experiencias extracorpórea, y escatológica, en la que además de describe algún tipo de viaje a otro mundo. La cuestión no es en absoluto baladí en la medida en la que contribuye a poner orden delimitando el objeto de estudio, y consecuentemente, definiendo lo que realmente resulta interesante y extraño. No hay que olvidar que la experiencia prototípica deducida por Moody entre 1975 y 1977 incluye hasta una quincena de fases -ver recuadro-, aunque no exista el caso perfecto que las aglutine todas. Esa mezcla de experiencias dispares bajo el paraguas de la ECM explicaría estadísticas tan abrumadoras como las del psiquiatra Bruce Greyson, quien en un artículo publicado en 1998 en la revista Med Psychiatry, estimaba que entre un 9 y un 18% de quienes han estado en situaciones de muerte inminente, experimentan una ECM.
Por su parte, en una célebre macroecuesta de Gallup sobre este tema publicada en 1982, se concluía que el 15% de los estadounidenses habían vivido una ECM. El problema ante porcentajes tan elevados está, precisamente, en delimitar la citada experiencia.
En un ejercicio de síntesis, las investigaciones de autores como el psicólogo social y doctor en Filosofía Kenneth Ring, el cardiólogo Michael Sabom o la investigadora británica Margot Grey, redujeron las fases de la ECM a cinco rasgos nucleares: sensación de serenidad, abandono del cuerpo, entrada en un túnel u oscuridad, percepción de una luz brillante y entrada en la luz. Pero incluso en estas fases secuenciales se incluyen fenómenos que aunque concomitantes, a juicio de Rogo pueden no tener nada que ver con la ECM, como sería el caso de la placidez frente al trance de la muerte o la vivencia espiritual del encuentro con la luz.
Del trabajo inicial de Ring en la Universidad de Connecticut(EEUU), que le permitió reunir 102 informes procedentes de diferentes hospitales del Estado, se sacaron en claro varias cuestiones sobre las ECM que estudios posteriores han ido corroborando. Según Ring, “casi todas las experiencias próximas a la muerte parecen desplegarse de acuerdo con un modelo único, casi como si la perspectiva de la muerte sirviera para liberar un “programa” común almacenado de sentimientos, percepciones y experiencias”. Con ello, además de hablar de la experiencia nuclear de las cinco fases, hace hincapié en su estructuración, tras comprobar que cuanto más profunda es la ECM, más fases se experimentan, de manera que en experiencias cercanas cortas es muy infrecuente que los protagonistas vivan la percepción de la luz o la fusión con la misma. De igual manera, las experiencias eran más profundas cuando se generaban en un entorno de enfermedad grave y prolongada, frente a las experiencias más superficiales recogidas en casos de accidentes y de supervivientes de suicidios. Estos últimos, los suicidas, pocas veces comunicaron los aspectos profundos y teóricamente más espirituales de las experiencias, mientras que en los accidentados era mucho más frecuente que en cualquier otro supuesto que el sujeto experimentara una revisión panorámica de su vida.Tal vez esta última diferencia tenga que ver con el hecho de que en situaciones de patología crónicas o intentos de suicidio, esa revisión panorámica ya ha sido realizada de forma escalonada y consciente por el sujeto.
Por primera vez, también se atrevió a realizar una estimación estadística acerca de la probabilidad que tiene un sujeto que sufre una muerte clínica de vivir una ECM, cifrándola entre el 22 y el 40%, demostrando que las creencias religiosas no parecían determinantes y, más importante aún, que el conocimiento previo que los pacientes podían tener sobre las ECM a través de la prensa o libros, ejerce un efecto inhibidor. Es decir, que las ECM fueron menos frecuentes en quienes sabían de su existencia.
Años más tarde, el neurofisiólogo Peter Fenwick, analizando retrospectivamente todas las investigaciones realizadas, llegaría a una conclusión semejante al escribir: “No parece haber muchas dudas acerca de que las ECM se producen en todas las culturas y hay constancia de ello en todas las épocas de la historia escrita. Ocurren a jóvenes y viejos, a personas en
todas las etapas de su vida, a aquellos que creen que la vida tiene una dimensión espiritual y a aquellos que no profesan ninguna fe. Hay numerosos ejemplos de personas que tuvieron una ECM en épocas en que ni siquiera sabían que tales fenómenos existían”
Finalmente, otro descubrimiento de Ring sobre el que luego volveremos fue el de comprobar que la ECM había generando un cambio, una profunda transformación espiritual en un elevado número de sujetos. Este dato también fue observado por Greyson en sus estudios, quien detectó un giro hacia el cultivo de valores y una pérdida de interés por lo material en los sujetos que habían vivido estas experiencias -ver recuadro-.
Más cosas que sabemos: pesadillas, niños, y escatología
Con el paso de los años las investigaciones en este terreno han revelado otros detalles interesantes. Por ejemplo, las ECM vividas por niños como el pequeño Collón han permitido a estudiosos como el pediatra Melvin Morse, del Children’s Orthopedic Hospital de Seatle (EEUU), poner de relieve que los menores casi nunca comunican en sus ECM fases como la de la visión retrospectiva de su vida o los “encuentros” con seres fallecidos. Además, partiendo de que tienen un desconocimiento de la literatura sobre estas experiencias y una conceptualización de la muerte muy diferente a los adultos, sus relatos anulan la hipótesis de la contaminación social, cultural y religiosa, reforzando el componente objetivo que parece subyacer en el conjunto de las ECM. Otro interesante enfoque fue abordado en 1987 por la doctora Carol Zaleski, por entonces profesora de religión de la Universidad de Harvard. En su libro OthemoridJouneys, Zaleski realiza un pormenorizado estudio comparativo entre las experiencias visionarias y la narrativa es-catológica medieval, de los siglos IV al XIV, y las ECM, poniendo al descubierto similitudes muy interesantes y diferencias igual de reveladoras.
Esencialmente, los relatos medievales de quienes aseguraron haber vislumbrado el más allá, presentan como gran diferencia un rico componente dogmático, con elementos muy coloristas que refuerzan la teología cristiana vigente. No se narran por ejemplo revisiones panorámicas de la vida, mientras que los relatos son muy elaboradosy ricos en alegorías que requieren de una interpretación, frente a la estructura diáfana y breve de las ECM. Además, los mensajes recibidos no son personales sino colectivos. Entre las similitudes está la salida del vos. Entre las similitudes está la salida del cuerpo, la contemplación de un límite “físico” entre los dos mundos, la transformación espiritual que experimentan de visionarios y “resucitados” y el sentimiento de nostalgia al regresar a la realidad cotidiana. Mientras que para Zaleski todo ello se explicaría si se considera a las ECM como una evolución hasta nuestros días de la experiencia escatológica grabada en nuestra psique, para Rogo la respuesta es algo más prosaica. Las piezas encajan a la perfección si se consideran los relatos escatológicos conservados y publicitados por el clero como una manipulación de las ECM reales que comunicaban eses. A partir del sustrato base, sacerdotes, monjes y teólogos incorporaban adornos literarios y teológicos.
Finalmente, otro rasgo destacable detectado en la casuística y menos estudia-tectado en la casuística y menos estudiado es el de las visiones infernales, las ECM negativas. Al igual que en las positivas, el sujeto está ante un peligro de muerte real y se ve fuera de su cuerpo, pero las sensaciones no son agradables. Ansledad, temor, inquietud, colores oscuros y en las fases más profundas, encuentros con presencias inquietantes y angustiosas escenas de infierno Iconográfico judeocristiano. Moody cita varios casos en Reflexiones sobre Vida después de la Vida, centrando este tipo de casuística una discutida monografía de 1978 del especialista en medicina interna Maurice Rawlings, de la Universidad deTennessee. Este experto en cardioreanimación relacionó las ECM negativas con este tipo de procedimiento médico, asegurando que la incidencia estadística podía ser mucho mayor.
La razón de la ausencia de datos la encontraba Rawlings en dos factores: el silencio por vergüenza de los protagonistas y el bloqueo del recuerdo por el trauma y el bloqueo del recuerdo por el trauma de la experiencia. Según este autor, las ECM Infernales eran muy frecuentes en suicidas, lo que en primera instancia nos habla de los sentimientos de culpa y de la carga que el suicidio lleva implícita en la cultura occidental cristiana. En la encuesta Gallup antes citada estas vivencias alcanzaban el 1%, mientras que en los estudios de Margot Grey de 1985 subían al 12%. Otros autores como Bruce Greyson junto a Nancy Evans Bush, o la doctora R M. H.Atwater, publicaron sus propias monografías al respecto. Para esta última e influyente Investigadora, que ha vivido en sus propias carnes nada menos que tres ECM y recogido varios miles de testimonios, la frecuencia de las experiencias cercanas a la muerte negativas alcanza el 15% en adultos y el 3% en niños, frente al 47% y el 19% respectivamente de las visiones celestiales.

Cirujanos extracorpóreos y la evidencia física
Sabemos muchas cosas de las ECM. Mientras algunas apuntan a la desnuda objetividad de una parte de la experiencia, otras parecen corresponderse con un rico fondo de armario con el que se viste de forma muy subjetiva la vivencia base. Partiendo desde la obviedad de que nunca sabremos realmente si estos casos nos hablan realmente de un tránsito frustrado a otra vida, o de experiencias que nos muestran un modelo de conciencia diferente, lo más prometedor desde el paradigma científico actual sería indagaren la verificación de la información suministrada.
En este sentido, varios han sido los in-En este sentido, varios han sido los intentos. Una treintena de casos protagonizados por Invidentes, investigados por Ring y Sharon Cooper, experta en religiones y espiritualidad oriental de la Universidad de Nueva York, apuntarían en esa dirección. Catorce sujetos eran ciegos de nacimiento y el 80% de los entrevistados hablaron de experiencias visuales, no encontrándose semejanzas significativas entre sus vivencias y las comunicadas por personas sin discapacidad visual. ¿Se explican estás escenas visuales a partir de recreaciones elaboradas con los datos conocidos?, o por el contrario, ¿hay una percepción consciente ajena al cuerpo?
Un centenar de casos fue la primera remesa que lograron reunir el cardiólogo Michael Sabom, y la asistente social especializada en psiquiatra Sarch Kreutziger. Los informes procedían de Florida y Georgia, confirmando de forma independiente muchos de los hallazgos ya mencionados, como la nula influencia de la cultura y las creencias, la pérdida del miedo a la muerte en quienes las habían experimentado, la probabilidad media de vivir una ECM en episodios de muerte clínica, o el hecho de que quienes sabían del tema las experimentaron en menor grado. Uno de los datos más significativos aportados por sus pacientes fue el relativo a la correlación entre las ECM y la mayor o menor gravedad de los fallos cardiacos. A mayor gravedad, con pérdidas de la conciencia que podían superar el minuto de duración, mayor frecuencia en las ECM, y cuanto más largos fuesen esos procesos, mayor profundidad en las fases de la ECM. A todo lo anterior Sabom ofreció un enfoque muy valioso de cara a reforzar la objetividad de estas experiencias, especialmente de las observaciones comunicadas en estados extracorpóreos. Algunos de sus pacientes aportaban descripciones aparentemente muy precisas de las intervenciones quirúrgicas a las que habían sido sometidos cuando experimentaron la ECM, por lo que decidió centrar sus esfuerzos en estos casos.
Su detallado análisis le llevó a plantear que, efectivamente, sus pacientes comunicaban con desconcertante precisión los procedimientos médicos a los que habían sido sometidos. Sabom descartó en algunos casos la posibilidad de que los sujetos reconstruyeran las intervenciones a partir de lo que podían haber escuchado, incluso bajo anestesia, en la sala de operaciones.Ypara eliminarla posibilidad de una alucinación realista elaborada por los pacientes, a partir de un conocimiento hipotéticamente preciso de su enfermedad y de los protocolos terapéuticos, pidió a un considerable número de enfermos con cardiopatías que, tras observar una operación, reconstruyeran lo observado. El resultado fue revelador, el 80% de los sujetos presentó numerosos errores que contrastaban con la precisión demostrada por los que habían visto su operación durante la ECM. Indiscutiblemente el rasgo extracorpóreo continúa siendo, hoy por hoy, el más susceptible de ser explorado científicamente para una verificación objetiva de la experiencia cercana a la muerte. Que los pacientes sean capaces de reconstruir escenas y conversaciones con detalles precisos que pueden es-tarsucediendo en otros lugares distantes, es sin duda sobrecogedor, y se entiende que sea la fase más impresionante en la medida en la que también hace participar a los demás de la situación.
La cuestión por tanto es, ¿cómo eliminar la posibilidad de que lo que teóricamente ha observado extracorpóreamente un paciente no sea realmente una vivida reconstrucción realizada a partir de lo que pudo oír o percibir inconscientemente? El protocolo de Sabom fue cuestionado ya que no acotaba de forma fehaciente todas las probabilidades. Es posible que el cardiólogo Sam Parnia pensara en ello cuando diseñó el Proyecto Aviare.
El Efecto Lázaro
Cuando Parnia puso en marcha el Proyecto Conciencia Humana y su estudio Aviare en 2008, ya acumulaba una destacada experiencia en la investigación del fenómeno. Junto a un vehemente y combativo Peter Fenwick, neuropsiquiatra y neurofisiólogo del Roya/ College of Psychiatrists, había analizado en 2002 sesenta casos de paradas cardiacas con ECM incluida. Ambos se percataron de que los protagonistas revelaban “detalles específicos relacionados con las técnicas de resurrección, verificados por el personal del hospital, que no pueden, sencillamente, explicarse de esta forma”. La gran pregunta sobre la objetividad de la experiencia seguía en el aire y Parnia no parecía dispuesto a dejarla sin respuesta. Por eso puso en marcha a través de la Universidad de Southampton, en Reino Unido, un experimento que entre otras cuestiones permitirá verificar si más allá de toda duda razonable, hay una percepción extracorpórea objetable en estas experiencias.
En 25 hospitales colaboradores de Reino Unido, Estados Unidos y varios países europeos, se han instalado en zonas elevadas e inaccesibles de las habitaciones dispositivos generadores de imágenes aleatorias. De esta forma, es imposible predecir las imágenes que se generan en las pantallas, que tampoco están al alcance de pacientes, familiares y personal médico. De esta manera, si se da una ECM genuina, es decir, con salida de la conciencia, el sujeto podría contemplar lo observado, lo que estaría muy cerca de la máxima deseable del “más allá de toda duda razonable”. La comunidad científica internacional espera con interés los resultados de su estudio, anunciado para antes de 2012 bajo la forma de un libro que ya tiene título, El Efecto Lázaro. Tal vez, para cuando usted tenga este artículo entre sus manos, Parnia sea noticia de portada.
Un problema de conjunto en torno a las ECM
Aunque se hace necesario delimitar con precisión la ECM y distinguirla de otros estados, no deja de ser cierto que estas experiencias están íntimamente relacionadas con otros episodios de corte paranormal o inexplicable que se dan al borde de la muerte. Episodios que sugieren trascendencia y, por qué no, supervivencia. De esta opinión ya era Rogo, quien admitiendo las diferencias se muestra proclive a buscar una suerte de “teoría del todo” en Retorno del Silencio. “No podemos separar el estudio de la Experiencia Próxima a la Muerte de los fenómenos de muerte con ella relacionados. La cuestión primordial que plantea la ECM es si esas experiencias demuestran la existencia de otra vida. No podemos enfrentarnos a esta cuestión sin estudiar otras formas relacionadas de experiencias psíquicas que tienen relación con ella o se le asemejan. Cualquier modelo conceptual que formulemos para explicar la ECM debe ser capaz también de explicar las visiones en el lecho de muerte”, expone.
El periodista Michael Tymn, comparte de forma algo más ambiciosa ese punto de vista: “Creo que ni un solo caso o fenómeno es convincente en sí mismo. Lo realmente convincente es la acumulación de evidencias, lo mejor de la investigación sobre me-diumnidad, lo mejor de las visiones en el lecho de muerte, los mejores casos de reencarnación y los mejores estudios sobre viajes astrales y ECM. Cuando se contemplan globalmente, vamos un paso más allá de la ase-
veración legal de ‘más allá de toda duda razonable”.
En esa dirección ha transitado con pie firme y sin timidez Raymond Moody en las últimas décadas, dando como resultado libros tan reveladores como Destellos de Eternidad, donde habla de las experiencias de muerte compartida en las que moribundos y acompañantes experimentan este tipo de vivencias. De forma valiente también lo había hecho bastante antes el
pediatra Mervin Morse, quien se interesó por las ECM vividas por niños allá por 1983. Diez años más tarde publicaría Últimas Visiones, una obra en la que pone en relación las ECM con las vivencias de moribundos en el lecho de muerte y las visiones de familiares y personal médico que con frecuencia le eran comunicadas. Parece inevitable que todos los expertos que se aproximan al fenómeno terminen tomando contacto cercano con esas otras vivencias. Aunque la temática y el contexto inducen fácilmente a relacionarlas, también la estadística fría acude en auxilio de ese vínculo.
Cuando el para psicólogo Karlis Osis publicó en 1961 sus detalladas investigaciones sobre medio millar de visiones de moribundos en el lecho de muerte, los expertos en ECM se percataron de la existencia de algunos elementos en común con estas, como es el caso de la visión de amigos, personas fallecidas o guías espirituales durante el desarrollo de ambas experiencias, y el atisbo de reconfortantes escenas del “más allá”.
Entre las diferencias Rogo destacó dos: que el moribundo está conciente y lúcido mientras que el protagonista de ECM está en muerte clínica; y que la conciencia está situada para el moribundo en su cuerpo mientras que se percibe como fuera en las ECM.
Experiencias que cambian la vida
Víctor J. Zammit fue durante décadas uno de los nombres propios de la justicia en Australia. Su interés por las ECM le llevó a sumergirse en su investigación tras jubilarse, convirtiéndose en una de las voces más autorizadas sobre la materia, con un enfoque jurídico del problema muy peculiar. En 2001, emulando al pseudoes-céptico James Randy, creó un premio de un millón de dólares a quien demostrase, más allá de toda duda razonable, que el “otro lado” no existe. Ese argumento lo combate alegando que se trata de “una objeción inadmisible porque el objetor está haciendo una suposición, que no hay otra vida sin producir ninguna evidencia objetiva de que no hay otra vida. Nadie en la tierra ha producido prueba que demuestre que no hay otra vida, por lo tanto, la objeción no puede ser aceptada y técnicamente la objeción es
inadmisible sobre todo cuando hay universal mente una enorme cantidad de pruebas expresamente -en gran parte objetiva y repetible- para la existencia de la otra vida”.
En su web www.victarzam-mft.com, entre otros muchos contenidos, recoge la investigación de la experta australiana Cherie Sutherland, socióloga y también ella protagonista de una ECM, quien entrevistó a medio centenar de supervivientes
con su misma experiencia, ratificando el cambio vital que supuso su encuentro con la muerte.
Los efectos descritos, que coinciden con otros estudios, los esquematiza así:
• Creencia universal en la vida postuma.
• Una proporción elevada (80%) creen en la reencarnación.
• Ausencia total de temor a la muerte.
• Cambio dramático de la religión organizada a la práctica espiritual.
• Aumento estadísticamente significativo de la sensibilidad psíquica.
• Visión más positiva de sí mismo y de los demás.
• Aumento del deseo de soledad.
• Aumento del sentido de propósito.
• Falta de interés en el éxito material aunado o marcado aumento en el interés del desarrollo espiritual.
• El cincuenta por ciento experimentaron mayores dificultades en sus relaciones íntimas como resultado del cambio de prioridades.
• Aumento en el sentido de la salud.
• La mayor parte pasó a tomar menos alcohol.
• Casi todos dejaron de fumar.
• La mayor parte dejó de usar las medicinas de la industria farmacéutica.
• La mayor parte pasó a ver menos programas de televisión que con anterioridad.
• La mayor parte leyó menos diarios.
• Aumento del interés por las curas alternativas y otras terapias.
• Aumento del interés de aprender y del autodesarrollo.
• El 75% experimentaron un gran cambio en sus carreras hacia áreas en las que se ayuda a los demás.

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