domingo, 21 de marzo de 2010

LA CUNA DE LA RELIGIÓN




LA CUNA DE LA RELIGIÓN (I)

MASONES DE LA LENGUA ESPAÑOLA NEW YORK.

(Carta de la Sra. Heindel a los estudiantes, de 1 de agosto de 1930)

Al mirar hacia atrás la historia del hombre y del universo, nos
esforzamos por formarnos un cuadro imaginativo
del comienzo de la religión, tal como nos lo refiere la iglesia ortodoxa basándose en el libro del Génesis.
La mente poco evolucionada se imagina a un hombre fornido, que
se sienta sobre un trono, y crea los cielos
y la tierra y todo lo que en ella se encuentra, en siete días. Y, después de haber hecho al hombre a su
semejanza, lo pone en un hermoso jardín entre las más bellas frutas y flores: "Y mandó Jehová Dios
al hombre diciendo: De todo árbol del huerto comerás, mas del árbol de la Ciencia del Bien y del Mal,
no comerás." (Génesis 2: 16-17).
Después de haber dado Dios este mandamiento a Adán, le creó, como compañera, una mujer. Más tarde,
el Espíritu tentó a la mujer para que comiera de la fruta que Dios había prohibido y ella, entonces, tentó a
su consorte, el cual también comió.
Esta historia se ha traducido y enseñado de manera literal y ha
llegado a perturbar la fe de múltiples presuntos
cristianos. Imaginémonos una mujer de nuestro tiempo en iguales circunstancias. ¿Qué haría ella si se
le prohibiera comer de determinada fruta del jardín? ¿Verdad que la desearía mucho más que la fruta
que se le ofrecía gratuitamente? Pues, debido en parte a esta afirmación del Antiguo Testamento, la
mujer, durante siglos, ha sido sometida a la autoridad del hombre.
Sin embargo, a medida que evolucionan la intelectualidad del hombre y sus facultades de raciocinio,
rehusa aceptar esa interpretació n y empieza a buscar la verdad. ¡Y qué maravillosos son los misterios
que descubre quien verdaderamente busca las cosas ocultas de Dios! Encuentra que el Jardín del
Edén es un lugar santo; que existe, hoy como siempre, un reino grande y natural, la región Etérica,
donde los hombres andaban y hablaban con Dios, donde vivía el hombre-dios, el espíritu verdadero
que se manifestó en la Época Lemúrica. Allí los humanos se comunicaban con los ángeles. Entonces
era el hombre puro y santo. No conocía el pecado. Y los cielos, para él, estaban abiertos. Pero había
sido hecho a imagen y semejanza de Dios y, para que fuera semejante al Padre, era necesario que
alcanzara gran sabiduría, el conocimiento y la comprensión de su origen. Por tanto, hubo de
manifestarse en un cuerpo compuesto de la sustancia de la tierra, la que tenía que aprender a vencer.
El hombre terrenal fue sombreado por el espíritu hasta que el cuerpo físico alcanzó tal desarrollo
que el hombre espiritual pudo emplearlo para actuar en él.
Entonces se convirtió el hombre en alma viviente.
En esa etapa, la Caída del hombre, cuando el espíritu y el cuerpo animal se encontraron, empezó el
conflicto por la supremacía. Ahora domina, a veces, el hombre animal y otras veces es más fuerte
el hombre espiritual. Esta lucha ha
ocasionado el desarrollo del alma, pues sólo por virtud del conflicto, el dolor y el sufrimiento, puede
lograrse el desarrollo espiritual. Durante esta lucha, el cuerpo va purificándose y
perfeccionándose de modo paulatino.
El Jardín del Edén fue un estado en el que el hombre vivía consciente de los mundos celestiales.
Pero, a medida que se introducía en la existencia material, iba quedando de aquel estado celestial
sólo un vago recuerdo. Éste, sin embargo, esto tuvo que manifestarse en la acción. Y, cuando se
expresaba, lo hacía en forma de religión. En su gran anhelo por recordar aquel lejano hogar espiritual,
formuló un método de adoración. Los esfuerzos del hombre primitivo por dar expresión a su fe y a
su anhelo de aquella Deidad que aún podía sentir aunque no ver, fueron el origen del simbolismo y
de las ceremonias mediante las cuales lograba suscitar sus emociones. Durante aquellos tiempos de
emoción, lograba, de vez en cuando, comunicarse con los reinos superiores, que ya se le habían
cerrado. Y así, la religión se convirtió en un medio por el que recordar y darse cuenta de su divina
esencia. Sin embargo, la religión tuvo su verdadero principio en el despertar de la facultad
del raciocinio en el hombre.
El hombre primitivo tuvo necesidad de la presencia de Dios en una gran variedad de formas.
Y se manifestaba en las que mejor se acomodaban a la inteligencia del adorador. El hombre lo veía,
a menudo, en el relámpago y creía que, de esta manera, demostraba su enojo, vomitando fuego
sobre la tierra. Oía su potente voz en el rugido del trueno. También se manifestaba Dios en las estrellas.
El indio americano adoraba y oraba a su Dios poniéndose de pie en la cúspide de una colina y tomando
al sol como símbolo del Ser Supremo. Conceptuaba el fuego como señal de gran poder, como cosa
misteriosa que había que temer y adorar. Para el salvaje, era el símbolo de la Deidad. Sus bailes
espirituales se efectuaban alrededor del fuego Podía despertar en él, con mayor facilidad, la
imagen de la Deidad, por medio de los excitantes bailes de fuego y de serpientes. El Jardín
del Edén, el mundo espiritual abríase para él merced a sus emociones, que
despertaba mediante inauditos esfuerzos.
Al investigar sobre el origen de las diversas religiones del mundo, vemos que sus semillas se
plantaron por mensajeros espirituales. Hemos visto un caso semejante registrado en la Biblia
cuando el hombre, por su depravación e idolatría, había degenerado de tal manera, que se hizo
de imperiosa necesidad la venida de un redentor. Moisés fue el escogido por el Señor para
cumplir esa misión. Su vida fue planeada previamente. Una princesa lo adoptó, lo educó como
hijo adoptivo del faraón y lo preparó para ser un caudillo. Durante su visita al sacerdote Jetro,
en Madián, llegó a sentir vivo interés por los Misterios del Templo Al pie del monte Sinaí recibió
una revelación divina y Dios se le apareció en una zarza ardiente. Después, se convirtió en
libertador de su pueblo, el judío. Antes de granjearse la confianza y la lealtad de este pueblo
singular, tuvo que efectuar muchos ritos extraños. Gracias al
desarrollo de su sexto sentido, fue capaz de comunicarse
directamente con los caudillos de lo alto, que le daban instrucciones y, mediante su direción,
pudo hacer grandes señales y maravillas.


LA CUNA DE LA RELIGIÓN.(II)

Carta de la Sra. Heindel a los estudiantes, de 1 de agosto de 1930)

Los dioses, en los días de antaño, podían trabajar
libremente con la humanidad por medio de los
Espíritus de Raza, que dominaban al pueblo. Muy especialmente, así fue en el caso de los
israelitas, debido a su costumbre de casarse siempre dentro de la propia raza, pues
consideraban como un pecado muy grave el mezclar su sangre con la de otros pueblos. Esto
creó, como consecuencia natural, una aversión contra los gentiles, que aún hoy día se hace
sentir entre muchos judíos.
Los patriarcas hebreos de aquel entonces eran capaces de entrar en comunicación con los
dioses, porque su espíritu gregario los mantenía en relación con la Región Etérica. Así,
Moisés y su hermano Aarón lograron reinar sobre este raro pueblo que había sobrepasado
la conciencia de las masas. Sus antepasados fueron los Semitas Originales de la
Atlántida porque una minoría de ellos fueron leales a sus caudillos espirituales pegándose
tercamente a su raza y tribu, y así fue cómo se les empleó por los Señores del Destino
como progenitores de la presente raza aria.
Moisés, el hijo adoptivo del rey de Egipto, leal a su propia raza y sangre, mató a un oficial
egipcio que encontró maltratando a una esclava judía y, debido a este acto, tuvo que
huir al desierto. El "huir al desierto" es símbolo de una de las supremas pruebas que
deben pasar los candidatos a la Iniciación, en alguna ocasión, a lo largo del Sendero.
Estas pruebas o exámenes no son siempre de igual naturaleza, pues difieren según
el temperamento y el carácter de la persona probada.
Moisés fue preparado para la Iniciación gracias a su relación con los escogidos de Egipto.
Su madre adoptiva, la hija del faraón, era sacerdotisa de Hator y, como es natural, su hijo
adoptivo, cuya educación fue dirigida por ella durante más de cuarenta años, de conformidad
con la ley egipcia, fue Iniciado de la misma Orden. Moisés, antes de romper su relación
con los egipcios, fue sacerdote en Heliópolis, a fin de convertirse en salvador de
los hebreos. Él fue el fundador de la primera iglesia pues, en verdad, el Tabernáculo
del Desierto fue el primer esfuerzo por unir a la humanidad en una comunidad para
la adoración de Dios. Moisés hizo de esta adoración una ceremonia pública.
Antes de él, los sacerdotes adoraban en secreto y los ricos que podían mantener
el gasto, empleaban los servicios de un sacerdote, que se alquilaba para salvar
las almas de aquella familia únicamente. Los pobres, que no podían pagar estos
privilegios, eran abandonados para que flotaran dondequiera que la marea
llevase su embarcación espiritual.
Naturalmente, la idolatría abundaba entre los egipcios de antaño. Moisés pasó por
grandes dificultades después de guiar a los israelitas a la Tierra de Promisión, al
cuidar de que no se dedicaran a la adoración de ídolos, puesto que siempre estaban
dispuestos a renegar de su Señor y regresar a las prácticas idolátricas.
A fin de apartarlos de estas tendencias, resultó necesario someterlos a
una ley muy rigurosa y, bajo la direción de las Jerarquías Divinas, se estableció un
sistema de ritos y ceremonias que, cual una cerca, les brindaba protección y
nunca dejaría de ser fuente de continuo progreso. El gobierno entero y sus leyes
fueron establecidos para que rigieran de acuerdo con la iglesia. Había una ley
moral y una ley ceremonial. Ésta se guardaba escrupulosamente y tenía por fin
conservar la verdadera religión.
Esa religión se fundó con el propósito de preparar el cambio hacia el Evangelio
de Cristo, el Gran Maestro pues, ¿no nos dijo Pablo que el Tabernáculo era la sombra
de las buenas cosas por venir? Los profetas imprimieron en las mentes del pueblo
el hecho de que tenían que prepararse para la liberación y esperar en el futuro la
gran salvación, y que ese estado feliz les sería proporcionado a los judíos por
un liberador, un Mesías, el Ungido, cuyo advenimiento sería como el de un gran
rey, un gobernador que vestiría regias túnicas y vendría a la cabeza de un
enorme ejército de guerreros que derrotaría completamente al enemigo.
El ideal de un reino temporal y terrenal estimulaba la imaginación de este
pueblo. Se esperaba que el Mesías elevara a la nación judía a la gloria material.
Su advenimiento fue pronosticado en fecha temprana Los acontecimientos
relacionados con Moisés acontecieron, según la crónica, hacia el año 600 antes de Cristo.
Este pueblo no podía creer en un Redentor Espiritual, un Salvador de
almas. Los israelitas solían dividir la historia del mundo en dos grandes
épocas: La primera abarcaba desde el principio del tiempo hasta el
advenimiento del Mesías e incluía el período en el que vivían a la sazón.
La segunda época, que ellos esperaban, sería una edad en que
la rectitud y la paz reinarían triunfantes.

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No hay paredes




LA CUNA DE LA RELIGIÓN Y(III)

(Carta de la Sra. Heindel a los estudiantes, de 1 de agosto de 1930)


El tiempo de Moisés, cuando los israelitas fueron unificados, es considerado como el período creador
en la historia de la religión occidental. Fue éste el fundamento de una época religiosa nueva y, después,
grandes profetas aparecieron en el mundo, dando a este tiempo mayor distinción y edificando sobre las
formas mosaicas de la religión. Bien pudiéramos decir que ayudaron a construir la carne alrededor de
los huesos o esqueleto, que fueron, en verdad, formados por Moisés y sus seguidores inmediatos.
Moisés no fue el primero que dio a conocer la religión del Dios Jehová, pero edificó en derredor de ese
Dios una nueva fórmula de adoración. Se construyó un santuario primitivo, que Jehová usaba
como trono, y los diez mandamientos constituyeron el fundamento sobre el cual descansó la instrucción
religiosa de aquel Dios. Para los israelitas, Jehová era un Dios viviente, belicoso y vengativo, que todos
hacían bien en temer. Esta raza pueril, un pueblo primitivo que era cual
niño en sus creencias y comprensión de los asuntos superiores, no poseía una historia escrita de la
religión. No tenía Biblia, tal como la que hoy tenemos, pero recibía instrucciones por vía de la palabra
hablada. La religión se les enseñaba por inspirados sacerdotes y profetas, por medio de
canciones, salmos, antiguas inscripciones encontradas en las losas, etc. La historia de la creación
se completó con fragmentos, un hilo de aquí y otro de allá que, paulatinamente, fueron
entrelazados para formar la historia de la creación, tal como se da en el Génesis.
Parece que Abraham y sus descendientes fueron destinados a hacer una colección de verdades
espirituales. Isaac y Jacob merecen especial honor por la loable labor que realizaron en el
establecimiento de la religión aria. Este conocimiento religioso se impartió a sus descendientes
mas, debido a la apostasía y a las prácticas idolátricas, la fe en un solo Dios había casi desaparecido
cuando Moisés empezó a reunir los fragmentos de estas antiguas verdades. Mandó edificar un
santuario material para darle morada, pues sólo lo que los ojos podían ver y las manos tocar,
alcanzaba a hacer impresión duradera en la mente infantil de aquella primitiva raza. La mayoría
de los hebreos no creían en un Dios. Sus dioses les eran conocidos únicamente por medio de sus
ídolos, de los que había muchos y de varias índoles. La Biblia registra el hecho de que Aarón hizo
un altar y puso sobre él un becerro de oro, que fue objeto de adoración por parte de los hebreos,
mientras su caudillo, Moisés, recibía la Ley en comunión con el Dios de la raza, Jehová, en el Monte
Sinaí. Sin embargo, éste era el pueblo escogido, destinado a ser el portador de la nueva religión,
la religión del cordero, Aries. Se les destinó a ser la raza-raíz de la Época Aria, pero la religión antigua,
la del becerro, del toro, de Tauro, de vez en cuando surgía, entre los
más rezagados de este pueblo de antaño.

Cada vez que el sol, por precesión, entra en un nuevo signo del zodíaco, lo que tiene lugar,
aproximadamente, cada 2.065 años, una raza-raíz se escoge para introducir una nueva forma de
religión; pero estos períodos se solapan y los pueblos, así como las formas de religión, mudan
de manera paulatina, como bien nos damos cuenta al leer el Antiguo Testamento. Cuando el mundo
empezaba a prepararse para la época de Piscis, profetizó Isaías ese cambio, más de seiscientos
años antes de Cristo y, ya en aquel tiempo tan temprano, predijo el advenimiento de la Virgen y
del Niño, el ideal religioso de la nueva época que habría de venir. Profetizó respecto del
nuevo Mesías que reinaría por siempre jamás:
"Y saldrá una vara del tronco de Isaí, y un vástago retoñará de sus raíces. Y reposará sobre él el
espíritu de Jehová; espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu
de conocimiento y de temor de Jehová. Y harále entender diligente en el temor de Jehová. No juzgará
según la vista de sus ojos, ni argüirá por lo que oyeren sus oídos, sino que juzgará con justicia a los
pobres y argüirá con equidad por los mansos de la tierra; y herirá la tierra con la vara de su boca
y con el espíritu de sus labios matará al impío. Y será la justicia cinto de sus lomos, y la fidelidad,
ceñidor de sus riñones. Morará el lobo con el
cordero, y el tigre con el cabrito se acostará, el becerro y el león y la bestia doméstica andarán
juntos y un niño los pastoreará."


La Biblia, las enseñanzas de cuyos cinco primero libros se atribuye a Moisés, fue ampliada, de
vez en cuando, por los profetas, que iban agregando los conocimientos que iban recibiendo de fuente
divina por medio de la Iniciación. En aquel entonces, la mente del hombre estaba más propicia, más
cercana al reino espiritual, que ahora, y más capaz, por tanto, de entrar en relación con los Maestros
Divinos. Por eso el Antiguo Testamento nos habla de tantos profetas, sinceros y fervorosos, que
recibían dirección de lo alto. Estos profetas, se nota fácilmente, se mencionan menos a medida que
se acerca el fin del Antiguo Testamento. Gradualmente, se añadieron libros y la Biblia se ampliaba
cuando estos inspirados profetas aparecían para preparar el advenimiento del Señor, aquel Señor
Jesucristo que habría de ser el pilar verdadero de la religión de la venidera Época de Piscis.
La Virgen y su Niño representan el sigo opuesto a Piscis, es decir, Virgo; y, durante el período de la
religión pisceana, el ideal de la maternidad habría de ser elevado y reverenciado. Así pues, durante
todo este período pisceano, observamos que la mujer es la verdadera inspiración y potencia de
la iglesia. Podemos, pues, notar un diseño religioso que pasa por el entero sistema de religiones,
y por virtud del cual, la preparación de una nueva religión se incluye en la antigua, preparando y
acomodando la vieja religión a la nueva, a fin de que se adapte
a los cambios que se efectúen en el cosmos.
Con los grandes cambios mundiales, ocasionados por la peregrinación precesional del sol
al pasar de un signo a otro, tienen lugar transformaciones importantísimas en la propensión
mental de la gente, que requieren, naturalmente, una variación paralela en la forma de adoración.
El astrólogo describe el temperamento de los diversos tipos de
individuos que nacen bajo la influencia de los
diferentes signos del zodíaco, describiendo al tauriano, por ejemplo, como una persona estólida, terca,
malhumorada, pero muy amante de la familia. La gente que vivió durante la última parte de la época
Atlante fue gobernada por el signo de Tauro, cuando imperaba la adoración del toro y del becerro.
Luego, vino el signo del cordero, Aries, y encontramos a los agresivos y bélicos arios, gobernados
por Marte. Fueron los semitas originales que, por medio de la guerra y el derramamiento de sangre,
lucharon por la libertad. El ario es siempre caudillo, nunca un simple seguidor, y así
encontramos que la paternidad de la religión occidental puede atribuirse al antiguo
pueblo ario. Y veremos dos tipos distintos de hombres, representando las influencias de
los dos signos, Tauro y Aries, tipos que aparecen a lo largo de todo el Antiguo Testamento.
En él podemos, en verdad, seguir el sendero evolutivo de la religión y ver cómo todo se
entrelaza con las influencias astrológicas ocasionadas por el paso del sol, por precesión, a
través de estos dos signos. Podemos observar las mentes y las vidas, así como las leyes
y la religión, cambiando y amoldándose, de conformidad con el temperamento del signo
que domine en cada período concreto.

Durante la Época Aria, los seguidores de Moisés, y también los caudillos espirituales que ayudaron
en la formación de la religión posterior, comprobaron que era sumamente difícil hacer que la
gente siguiera bajo su dirección, pues parecía que siempre andaba en busca de otros dioses
y caudillos. Mas, un cambio radical se observa después de que el sol, por precesión, entró en
el orbe del negativo y acuoso signo de Piscis. No fue hasta el primer siglo después de Cristo,
menos de cien años antes de que fueran aceptados oficialmente los recopilados libros del
Antiguo Testamento y que la Biblia Judía aumentada fuera aceptada pro la iglesia hebrea, que
el historiador Josefo (38 a 100 después de Cristo) ocupó algunos años estudiando con los esenios
en el desierto. Después, cuando se adhirió a los fariseos, hizo una colección de historias
hebreas, que más tarde tradujo al griego. Esta historia ha sido usada en el canon.
La recopilación de libros que forman el Antiguo Testamento y que fueron aceptados por la iglesia
cristiana, no constituyen todos los libros sagrados. Lo cierto es que esta colección del Antiguo
Testamento no está del todo completa, pues se han excluido buen número de valiosas profecías.
Algunos de los escritos más inspirados se encuentran entre los libros apócrifos que las iglesias
protestantes desdeñan. Estos escritos apócrifos se encuentran pletóricos de hermosas y útiles
verdades espirituales. Mucha historia valiosa, por ejemplo, está escrita en los Macabeos, historia
que llena un vacío entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. No obstante, algunas iglesias aún
amenazan a sus fieles con el pensamiento de temor: "Dude usted cualquier cosa de la Biblia y se
condenará, porque la Biblia es la palabra de Dios." Además, reclaman que la Biblia es la palabra
literal de Dios y que es infalible. Esto ha tenido como consecuencia directa el que muchos sinceros
y devotos estudiantes se decepcionasen y se sintiesen instados a repudiar las enseñanzas de
su iglesia, quedando así enemistados con la Biblia. Mas si, por ventura, se les hubiera enseñado
que aceptasen la Biblia como una historia preciosísima del hombre, escrita por profetas santos e
inspirados y conteniendo múltiples verdades esotéricas de alto valor, no cabe duda de que
la hubieran aceptado con mayor beneplácito.
Si la Biblia se lee con estos pensamientos in mente, proporciona al buscador el ánimo y el ímpetu
para buscar esas joyas de verdad que se ocultan en las páginas de este inspirado libro. Tomemos,
por ejemplo, la parte desechada de la historia de los judíos, el apócrifo libro segundo de Esdras,
que nos brinda algunas profecías veladas, cuya luz no han comprendido nuestros exégetas
modernos. Estudiemos dichos sabios del Eclesiástico, especialmente el útil capítulo segundo,
y recibiremos, tal vez, tanto auxilio y consuelo como nos suministran los escritos de Pablo
en el capítulo doce de su Epístola a los Romanos.

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