El Magisterio de la Maestría Masonica .•.
Gerard Lambert Elenes.
La edad del Maestro es de siete años y más. Muchos preguntan: ¿Qué significa este número de años y qué representa? Hemos explicado antes el significado y aquí nuevamente repetimos, para mejor comprensión del Iniciado y del profano.
El cuerpo humano renueva su estructura cada siete años; de manera de que las células, moléculas y átomos que tenemos ahora, después de siete años no quedará vestigio alguno, porque se hallarán transformados completamente en otros distintos y diferentes.
Así, tal como sucede con el cuerpo físico, acontece también en los demás cuerpos, vital, astral, mental, etc. Para regenerarse y convertirse en superhombre, el hombre debe practicar también durante siete años consecutivos, a fin de eliminar de sus cuerpos internos todos los átomos negativos y densos, transformándolos en sutiles y positivos. Por ese motivo, el Maestro Masón debe entregarse a las prácticas espirituales para llegar al verdadero magisterio. Debe estudiar y practicar los Misterios del Siete, del Ocho y del Nueve, haciendo de ellos sangre de su sangre, carne de su carne.
En manos del Maestro Masón colocamos el material para llegar a la realización de sus deseos y anhelos. Este material comienza con el Septenario y la Unidad.
El Septenario y la Unidad
El Septenario es el número más sagrado, porque contiene la Trinidad y el Cuaternario y porque representa el poder divino en toda su plenitud. En el Septenario encontramos el Yo Soy actuando y ayudado por todos los elementos.
Cuando el Iniciado llega a desarrollar sus siete centros magnéticos y a actuar en los siete mundos, el Querubín le entrega la espada flamígera para que abra la puerta del Edén, como lo vimos en otra parte, y obtendrá el signo de la victoria mencionado en el Apocalipsis de San Juan.
La edad del Maestro, en la Masonería, es de siete años, lo que equivale al desarrollo de los siete centros magnéticos, llamados las siete iglesias regidas por los siete ángeles del Señor.
Ese número nace del seis, por la unidad central de los dos triángulos entrelazados, conocidos como Signo de Salomón o Estrella Macrocósmica.
60. En la cabala, el número siete está representado por el carro de Triunfo, porque el Iniciado, que ocupa el centro de los elementos, está armado de espada en una mano y tiene, en la otra, un cetro cuya punta termina en un triángulo y una bola, signos de poder y dominio.
Con el siete, el Iniciado domina las dos fuerzas del alma del mundo, se afirma en su trinidad, reina sobre los cuatro elementos, se corona con el Pentagrama, se equilibra con los dos triángulos, el número seis y, por último, hace la función de Dios Creador con el número siete.
61. El número siete entra en todas las circunstancias de la vida, rige el desarrollo del hombre y los acontecimientos del mundo, material y moralmente.
1o La mujer tiene, cada mes, un período de 14 días (el doble de siete), en que puede ser fecundada y otro, estéril.
2o Hasta siete horas después de nacido, no se sabe si el nuevo ser es apto para la vida.
3o A los 14 días (dos veces siete) los ojos de la criatura recién pueden seguir la luz.
4° A los 21 días (tres veces siete) vuelve la cabeza, impelida por la curiosidad.
5° A los siete meses le salen los primeros dientes.
6° A los 14 meses (dos veces siete), anda.
7° A los 21 meses (tres veces siete), expresa su pensamiento por medio de la voz y del gesto.
8° A los siete años aparecen los segundos dientes.
9° A los 14 años se despierta en él la energía sexual.
10° A los 21 años concluye la pubertad y está físicamente formado.
11° A los 28 años (cuatro veces siete) cesa el desarrollo físico y comienza el espiritual.
12° A los 35 años (cinco veces siete) llega al máximo de la fuerza y la actividad. 13° A los 42 años (seis veces siete) llega al máximo de la aspiración ambiciosa.
14° A los 49 años (siete veces siete) llega al máximo de la discreción y comienza la decadencia física.
15° A los 56 años (ocho veces siete) alcanza la plenitud del intelecto.
16° A los 63 años (nueve veces siete) prevalece la espiritualidad sobre la materia. 17° A los 70 años (diez veces siete) se inicia la inversión mental y sexual, y el hombre comienza a volverse, como se dice vulgarmente, una criatura.
Se pueden juntar muchas concordancias más, que explican la afinidad que parece haber con el número 7; por ejemplo, las enfermedades epidémicas, que están regidas por ese número - sarampión, viruela, varicela, etc. -, exigen 7 ó 14 días para su cura; la tifoidea, 21 días, y muchas más, pero consideramos suficientes las indicadas.
62. El objetivo de la Iniciación Interna es el desarrollo de los siete centros magnéticos, llamados también siete iglesias o siete ángeles. Por medio de la aspiración, exhalación y concentración, el Iniciado puede producir el hueco en la columna vertebral, para que la energía creadora vaya sacando los siete sellos de la Revelación de San Juan, hasta que su cuerpo llegue a convertirse en la Ciudad Santa que “descendió del Cielo”.
63. Los siete planetas frente al Sol se colocaron a distancias diversas, según la rapidez de sus vibraciones.
Cada uno de los siete planetas recibe la luz del Sol en diferente medida, de acuerdo con su proximidad a la órbita central y a la constitución de su atmósfera y los seres de cada uno. En armonía con el estado de su desarrollo, tiene afinidad con uno u otro de los rayos solares. Los planetas llamados Siete Espíritus ante el Trono, absorben el color o los colores, dan un sonido en congruencia con ellos y reflejan el resto sobre los demás planetas. Esos rayos reflejados llevan consigo impulsos de la naturaleza del ser con el cual estuvieron en contacto.
Como es arriba, así es abajo; por lo tanto, el Yo Soy, el Dios Intimo e Invisible, envuelve dentro de su Ser todo lo que es, como la luz blanca del Sol envuelve todos los colores. Se manifiesta en forma de trinidad, como la luz blanca se retrata en los tres colores primarios: azul, amarillo y rojo; Padre, Hijo y Espíritu Santo; Vida, Conciencia y Forma, sobre cada uno de los siete centros magnéticos del hombre, que son los “Siete Ángeles delante del Trono del Intimo”. Esos también tienen color y son como los de arriba.
Así como cada planeta puede absorber del Sol solamente determinada porción de uno o más colores, en armonía con el estado general de la evolución en él, así también cada centro magnético recibe y absorbe del Sol Espiritual, del Intimo, cierta cantidad de los diferentes rayos proyectados. Estos producen iluminación espiritual según el grado de desarrollo del mismo centro, que da al hombre la conciencia y el desarrollo moral, así como los rayos de la luna dan crecimiento físico.
Cada centro magnético del hombre vibra en color y sonido como vibra un planeta en el firmamento; esa vibración da al ser humano la energía necesaria para que la evolución pueda proseguir.
Cada centro, al igual que un planeta, absorbe unos cuantos colores y refleja otros para los demás; cada color indica un poder o virtud. La debilidad de un color, en un centro, representa el predominio de su contrario y por tanto, un vicio.
Desarrollar un centro y avivar su color propio para corresponder al llamado del Íntimo. Pero, antes de entrar en pormenores, debemos explicar los valores de los siete colores del arco iris.
Rojo: Indica pensamiento potente, sentimientos apasionados y virilidad física. La debilidad de este color se representa por el color violeta.
Anaranjado: Muestra gozo, sentimiento alegre y salud robusta. La debilidad de ese color indica predominio de azul celeste.
Amarillo: Delata lógica, intuición, anhelo de saber, sabiduría, sensibilidad. Su debilidad señala el predominio del añil.
Verde: Indica optimismo, confianza y sistema nervioso equilibrado. En su debilidad, se manifiesta como anaranjado.
Índigo (añil): Indica pensamientos concentrados, tranquilidad. En la debilidad de ese color predomina el amarillo.
Violeta: Denota misticismo, devoción, buena digestión y asimilación. En su debilidad, se acentúa el rojo.
Quede claro que, siendo débil un centro de color, en él ha de prevalecer su contrario, el cual, en sí mismo, es muy necesario, pero lo es en otro lugar y no en el centro debilitado.
Todo en el universo tiene relación entre sí y no nos cansaremos de repetir la frase hermética: “Como es arriba, así es abajo y, como es abajo, así es arriba”. Antes de que emprendamos el estudio del desarrollo de los centros del cuerpo humano, el arrancar los sellos, que es la iniciación apocalíptica, debemos conocer la relación entre las Iglesias del Hombre, sus siete ángeles, con los planetas, colores, sonidos, virtudes, vicios, etc.
Tomando como centro el Sol, el astro que verdaderamente en él se halla y según nuestra observación de la Tierra, tenemos:
7 ángeles superiores de los planetas:
Gabriel, Rafael, Asrael, Michael, Samael, Zadkiel, Zafkiel.
7 espíritus inferiores de los planetas:
Gabriel, Rafael, Anael, Michael, Samael, Tachel, Casiel.
7 virtudes:
Prudencia, Templanza, Fortaleza, Justicia, Fe, Esperanza y Caridad.
7 metales:
Plata, Mercurio, Cobre, Oro, Hierro, Estaño, Plomo.
7 vicios:
Avaricia, Envidia, Lujuria, Vanidad, Violencia, Gula, Egoísmo.
7 colores:
Verde, Amarillo, Violeta, Anaranjado, Rojo, Azul, índigo.
7 notas musicales:
Fa, Mi, La, Re, Do, Sol, Si.
7 Iglesias del Apocalipsis:
Efeso, Pérgamo, Filadelfia, Tiatira, Esmirna, Sardo, Laodicea.
7 centros magnéticos, estrellas o flores:
Fundamental, Umbilical, Frontal, Cardíaco, Esplénico, Laríngeo, Coronario. 7 sacramentos:
Bautismo, Confirmación, Matrimonio, Sacerdocio, Penitencia, Eucaristía, Extremaunción.
7 perfumes:
Ámbar, Benjuí, Almizcle, Laurel, Ajenjo, Azafrán, Mirra.
Como ya hemos dicho, se podrían enumerar muchos Septenarios más.
Todos esos Septenarios son emblemas de las virtudes y de las cualidades espirituales del alma, cuyo desarrollo tiene siete grados correspondientes a los siete planetas y a los siete centros magnéticos del cuerpo humano, que indican el progreso desde la materia hasta el mundo divino.
La inhalación, la exhalación y la concentración son condiciones del alma y de la conciencia; se manifiestan como ángeles que suben y bajan por la escala de Jacob, de la casa de Dios (tierra) a la puerta del cielo. Con la pureza de la inhalación y concentración, puede el aspirante abrir el canal de la columna vertebral, convirtiéndose en Iniciado y encontrando la escala de siete gradas, que significa el símbolo de los metales inferiores que deben ser transmutados en oro espiritual puro. Los metales son: plomo, cobre, hierro, estaño, mercurio, plata y oro. Se transforman con las siete virtudes: Prudencia, Templanza, Fortaleza, Justicia, Fe, Esperanza y Caridad.
San Juan dijo en su Apocalipsis en su mensaje a las Siete Iglesias que están en Asia: “Que la Gracia esté contigo y la paz de Aquel que es y era y ha de venir, y de los siete Espíritus que están delante de su trono”.
Eso significa que del corazón, morada del Cristo, el Yo Soy envía sus emanaciones enérgicas y divinas a los siete centros de la columna vertebral, que deben obedecer su voluntad y que, por otro lado, son expresión de los siete planetas y de las inteligencias espirituales que los animan.
El cuerpo del hombre es el verdadero libro del que habla San Juan, aunque no tenga hojas de papel ni líneas escritas con tinta. Dentro de ese libro humano están escritas las cosas presentes, pasadas y futuras. El libro de los Siete Sellos es el cuerpo humano y es el Iniciado quien debe abrirlo en la columna vertebral.
La apertura sucesiva de los sellos se efectúa por medio de la Energía Creadora que, presionando desde el sacro para arriba, forma un túnel o canal en la columna vertebral de nuestro templo individual, que posee las puertas del mundo desde el físico hasta el Divino.
Las cinco primeras puertas corresponden, respectivamente, a los cinco Tattvas o vibraciones del Alma del Mundo, siendo centros de los mismos en su expresión individual orgánica. Con el dominio interior de esos centros, el Iniciado adquiere poder exterior sobre los elementos y llega a manejar, a voluntad, todos los poderes. Los dos superiores están relacionados con los mundos espiritual y divino.
Cuando comienza la Energía Creadora a primar en el hombre, irradia varios rayos que descargan en su organismo; cada uno de esos rayos es un atributo del Yo Soy.
Cuando presiona el primer sello o centro, el primero alcanzado es el sistema simpático, que nos da la determinación de realizar lo que pensamos, en el mundo objetivo.
En nuestra conciencia íntima tenemos dos fuerzas que elevan y destruyen el pensamiento. El Yo Soy nos envía las corrientes de energía en forma de color, sonido y luz, al paso que el demonio interno trata de llenar esas corrientes de confusión, desarmonía y humo.
El Iniciado, muchas veces, se llena de energía excepcional y no percibe la fuente de sus inspiraciones; esa energía inspiradora la debe al primer Rayo del Íntimo, que forma el Alma de la Naturaleza.
De esta manera, el Iniciado acumula, con la castidad, la energía en el centro fundamental, que arranca su sello y logra, por ese motivo, el poder de la voluntad del Alma del Mundo; entonces, puede ver las cosas antes de su manifestación en el mundo físico.
El vapor que emana del semen es lo que descubre los sellos apocalípticos y da al hombre el poder de realización; pero, si ese vapor se dirige para la tierra, encadenará al hombre a la naturaleza infernal o inferior.
Esa energía ascendente infunde en el hombre los ideales del Alma del Mundo y en él abre los canales de la Divinidad, limpiando su mundo interno de los átomos creadores de la ilusión, que moran en los sentidos; sólo así podrá conocer Yo Soy.
La Iniciación interna dota al verdadero Iniciado, cuando abre el primer sello, de un cerebro poderoso y sensible para captar las enseñanzas escritas en el sistema simpático; entonces, ya puede constituir su pasado y recibir la actividad del Yo Soy para salvar sus átomos y los demás.
Esa energía otorga salud y bienestar, porque limpia el cuerpo de los residuos de la naturaleza muerta, que tratan de penetrar en el canal del semen y evaporar el contenido, para el exterior, en nubes de depresión y malestar.
Cuando llega el hombre a santificar y venerar los átomos sexuales, construye el trono del Íntimo en su sistema nervioso de la médula espinal y entra a sentir veneración a toda persona que posee esos átomos que hacen, del hombre, un santo. El joven que locamente dilapida su energía, podrá ser padre algún día, pero nunca será respetado ni por sus hijos ni por su mujer. El casto que comprende esos misterios, absorbe la consciencia del Alma del Mundo y se torna simple, poderoso y amado por todo ser.
Cuando esa energía asciende por los centros del hombre, tales centros se convierten en libros abiertos; en unos, está escrito el pasado; en otros, el presente y, en otros, el futuro; en aquellos el saber y en estos, el poder, porque cada centro posee siete puertas y, de cada una, recibe un atributo del Yo Soy. Estaremos, entonces, llenos de vida y vigor y seremos los haces de la Divinidad que iluminan a los hombres. Cuando el hombre llegue a esas etapas, podrá pensar por sí mismo y ya no seguirá los pensamientos y costumbres de los demás.
Cuando una Energía creadora asciende por el canal espinal a nuestros centros, estos quedan bajo nuestro dominio.
En el semen se encuentran los ángeles de la luz y los de las tinieblas, al mismo tiempo. La Energía Creadora luminosa posee la alta Sabiduría Divina, al paso que la tenebrosa tiene la más nociva sabiduría que haya creado la mente humana. El objetivo de la Iniciación es rasgar las tinieblas internas por la aspiración a la luz, la respiración solar y la concentración poderosa.
Cuando esa Energía invade la sangre, forma un aura pura en torno del cuerpo, que lo defiende de toda invasión externa. Entonces, la entidad angélica residente en el semen forma el canal o túnel para que la energía invada cada centro y libere sus poderes latentes. Cuando pasa de un centro a otro, nos une en el séptimo con la Consciencia del Íntimo y seremos Grandes Iniciados.
Ya se ha dicho que el demonio o bestia interna trata de empujar la mente hacia el inferior; por eso, debe vencerse la oposición de la bestia y poner una barrera entre el pensamiento y los átomos pegadizos y malignos. Sólo así podremos aplicar la concentración a la Energía seminal y hacerla subir para la Consciencia del Yo Soy.
En el centro fundamental se encuentra el Ángel de la Estrella, que atrae los pensamientos de pureza y allí los registra; después trata de abrir el canal de la espina dorsal y es él quien resguarda al hombre del demonio que está en el interior.
Las glándulas sexuales tienen secreciones que son tónicos por excelencia del sistema nervioso y muscular; favorecen el vigor físico, dan energía al carácter y penetración a la inteligencia. El valor y la tenacidad, el atrevimiento y el espíritu de iniciativa no pueden subsistir si no los mueve el vapor energético del semen. Ese vapor del semen aviva la imaginación, tonifica el sistema nervioso, estimula las funciones mentales y hace triunfar al hombre contra los átomos enemigos, en la lucha por la vida material y espiritual. Sin él, se vuelve el hombre tímido, apocado, indeciso y desiste ante la menor contingencia.
Con el desarrollo de ese centro, se liberan el vigor, la intrepidez y la constancia. Puede limpiarnos de todas las enfermedades del cerebro, porque el fuego serpentino que penetra todos los elementos, quema todas las escorias y mantiene la sangre pura e indemne.
Con el desarrollo de los siete centros internos, puede el Iniciado adquirir toda la Sabiduría que nunca antes logró y no se reencarnará inconscientemente. Por eso, dijo San Juan en el Apocalipsis: “Al que venciere le haré columna en el templo de mi Dios y jamás saldrá”.
Para obtenerlos, tenemos que elevar esa llama que está dentro de nosotros. Tenemos que ascender los varios soles y cuando brillen todos en nuestro cuerpo, podremos sentir el Solo Invisible que nos libra de la ilusión del mundo.
Por medio de la pureza, del ayuno y de la aspiración, absorbe nueva energía, un alimento muy diferente que lo nutre. Por eso, muchos santos y el propio Cristo pudieron ayunar 40 días, porque esa energía abre los conductos nasales para que absorban nueva nutrición.
Así como el Sol, en su sistema, manifiesta su energía que es, al mismo tiempo, luz, calor y magnetismo, así también el Íntimo manifiesta su energía creadora en nosotros, en fuego, luz y magnetismo por medio del semen en el sistema nervioso central.
Los átomos seminales encierran todas las sabidurías del mundo y nos acompañan desde los primeros días de la Creación. En ellos se encuentra toda la historia y son ellos los que inician al hombre en su mundo interno.
Puede el hombre ser iniciado físicamente, varias veces; pero si no fuere aprobado por la Inteligencia solar Interna y si no adquiriere la Gran Consciencia para siempre, serán inútiles sus iniciaciones.
En cuanto el Yo Soy no pueda manifestarse dentro de su sistema central, compuesto de los centros, nunca podremos llegar a la suprema Verdad.
Con la práctica del sistema yoguístico y del Sermón de la Montaña, nuestros centros abren sus puertas o sus sellos a dicha energía en todos los planos y reaccionan conforme con el aumento de su voltaje. Entonces y sólo entonces, podremos dominar la Naturaleza con sus elementos.
Cada Iniciado, en este estado, debe ser un receptor potente de esa energía y, sobre todo, debe temer el poder terrible de sus pensamientos, porque esa práctica general es, en sí misma, un poder del que antes no tenía la menor noticia. Sus mundos internos comienzan a manifestarse a través del cuerpo físico y el poder del Íntimo se convierte en bendición para la humanidad.
Esos centros, o flores, o sellos, deben girar en el hombre. Cuanto más progrese el alma en su evolución, con mayor movimiento giran ellos. En ellos se manifiesta el alma, porque son los órganos de sus sentidos y su rotación indica que están percibiendo las cosas suprasensibles.
Cada centro tiene un número de pétalos o rayos diferentes del otro; así, el Básico tiene cuatro rayos; el Esplénico, seis; diez tiene el Umbilical; doce el Cardíaco, y dieciséis el Laríngeo; noventa y seis el Frontal, y el Coronario, novecientos sesenta ondulaciones. Sin embargo, en cada uno de los centros magnéticos trabajan u ondulan solamente la mitad de los rayos que fueron obsequiados, desde un remoto pasado, como presente de la Naturaleza y sin directa intervención del hombre.
Por medio de la Iniciación interna, debe y puede el hombre hacer girar la otra mitad inerte y de ese modo terminará por hacerse todo el centro luminoso como un Sol.
En los libros de ocultismo hay millares de ejercicios, cuyo objetivo es despertar esos centros y para ello pueden ser utilizados; pero también hay el peligro de que se convierta el hombre en la bestia de San Juan, con sus siete cabezas, si el aspirante no elevó su moral y espiritualidad a niveles bastante superiores.
Existe, no obstante, un método seguro y exento de peligro, que consiste en la aspiración desinteresada a la perfección, en la respiración y en la meditación perfecta.
Por medio de las tres prácticas anteriores, sacadas del método yoguístico y del Sermón de Cristo, la energía Creadora abre el canal de la espina dorsal y eleva al hombre hasta la liberación y la Unión con el Intimo. Entonces, su cuerpo se convierte en la Ciudad Santa que “descendió del cielo”.
El aspirante que practicó todos los preceptos y consejos anteriores puede proceder y trabajar, sin peligro alguno, en la apertura de los sellos, teniendo siempre en la mira esta frase del Apocalipsis de San Juan: “Sólo el Cordero es digno de tomar el Libro y abrirle los sellos”.
Comenzando por el Centro Fundamental o Básico, que es el sustentáculo en la parte más baja de la espina dorsal y el centro de gravedad del organismo. Esa flor tiene cuatro pétalos o rayos; dos solamente vibran en el hombre profano; los otros esperan la Iniciación interna para comenzar el movimiento. El Iniciado, por medio de la abstinencia y de la castidad mental, verbal y física, obliga a esos dos pétalos a girar y brillar como el Sol.
Es la sede del Fuego Serpentino o Energía Creadora, o sea, la expresión de la Divinidad Individual, que se encuentra allí, en estado latente.
Abrir el primer sello es despertar la serpiente ígnea adormecida. El color que refleja ese centro es rojo sucio en el libertino, rojo amarillo en el Iniciado; rojo y azul púrpura en el místico devoto.
Si es clarividente o no, poco importa; lo importante es saber que el hombre, por medio de sus aspiraciones y pensamientos, abre sus centros magnéticos. Cuando sus pensamientos son puros, los colores y flores de sus centros son nítidos y puros; mas, si sus pensamientos son negativos e impuros, sus centros tendrán colores sucios e informes. Cierta es la ley de causa y efecto de los planetas; pero, esa influencia lo acompaña hasta que llegue a pensar por sí mismo y comience a dominar las estrellas. Desde entonces, el hombre traza, por medio de sus pensamientos, una senda individual, y los colores se afirman en sus centros de conformidad con el camino trazado.
El Centro Fundamental influye en todo el organismo; da fortaleza, vigoriza el ánimo y entusiasmo, estimula el sistema nervioso y otorga resistencia, esfuerzo y constancia. Su debilidad determina el abatimiento físico y moral. Los yoguis representan con un elefante la fuerza que en él mora. El desarrollo de ese centro proporciona el dominio sobre los elementos de la tierra.
El Centro Esplénico se encuentra más arriba que el anterior, en la región del bazo; los yoguis lo llaman “morada propia”. Tiene seis rayos: tres activos y tres inertes. La ascensión de la Energía Creadora hasta él activa la ondulación de los tres pétalos y otorga al Iniciado el dominio sobre los elementales del agua. Su fuerza está representada por un pez.
Su actividad manifiesta los seis colores del espectro: da salud y crecimiento; tiene relación con la glándula pituitaria; ejerce influencia equilibrada en el sistema nervioso y en la temperatura normal del organismo. Sus atributos son: el consejo, la justicia y la caridad, cualidades otorgadas por la Energía Creadora y que son necesarias para poner en movimiento los tres pétalos inactivos. Regula el proceso vital y elabora en la mente ideas sanas. El despertar de ese centro produce abundancia, salud y bienestar físico y moral. El desarrollo de sus rayos exige perfecta armonía en el cuerpo, alma y espíritu. Enfermedad, pasión y malos pensamientos son las trabas del desarrollo. El cuerpo debe ser sano para que sus órganos obedezcan las aspiraciones que favorezcan la evolución del alma y del espíritu. El alma debe ser pura de pasiones que pugnen con los pensamientos espirituales, y el espíritu no debe tampoco esclavizar el alma con leyes y deberes, tal como si fuese un amo, porque el alma debe conformarse con arreglo a las leyes y deberes por inclinación natural. En fin, no debe existir la necesidad de dominar las pasiones, porque estas, por sí mismas, se orientan hacia el bien.
La expansión de ese centro permite la comunicación con seres que pertenecen a mundos superiores, y constituye una garantía contra el error y la inestabilidad, porque el hombre ha ejecutado la armonía del cuerpo, del alma y del espíritu.
El tercer Centro se llama Solar. Gema luminosa, encuéntrase en la región lumbar y tiene diez rayos, cinco activos y cinco inactivos. Corresponde y otorga el dominio de los elementales del fuego; tiene por símbolo un cordero; preside los instintos en general y las funciones digestivas.
Cuando la energía vital llega hasta él y enciende ese candelabro, como lo llama el Apocalipsis, despierta en el Iniciado la Prudencia, le acuerda las facultades y el talento del hombre, descubre los fenómenos de la Naturaleza, influye en los intestinos, hígado y subconsciente. Ilumina la mente y da cordura. Su color es amarillo con verde en el hombre normal, física y moralmente. El desarrollo de los cinco rayos consiste en el regir y dominar las impresiones de los cinco sentidos y así puede el Iniciado penetrar en los hombres y percibir sus cualidades. Ese dominio de la ilusión se obtiene con la vida interior.
Por lo demás, han de evitarse el rencor, la envidia, la vanidad y la ociosidad.
La concentración en esa flor de loto umbilical la despierta; entonces comienza el hombre a ver las formas de pensamientos de los seres y podrá leer los pensamientos.
Encendida la energía del cuarto Centro, despierta la flor del corazón, sede del “sonido sin pulsación”, como le llaman los yoguis. Reside en el centro del pecho; es la sede de la vida física individual. Este centro tiene doce pétalos, seis activos y seis inertes.
Cuando la energía mueve estos últimos, el Iniciado impera sobre los elementales del aire. Los yoguis representan la fuerza de este centro por un antílope dentro del signo de Salomón. El fruto del Árbol de la Vida se cosecha en este centro; su color debe ser el del oro, como el del Sol.
Físicamente, estimula el proceso de la nutrición, la vitalidad y actividad mental por una influencia en el cerebro; tonifica el sistema glandular y activa la secreción interna.
Encendido este candelabro, otorga la sabiduría Divina y llega el Iniciado a percibir e identificar las cosas con sus propias cualidades. Se torna, entonces, modesto y humilde ante la grandeza de la creación.
La formación de este centro, o Iglesia, en la región del corazón se efectúa por medio de los seis atributos mentales que despiertan los seis rayos inactivos, y son: 1o dominio del pensamiento, enfocándolo en un punto solo, por ejemplo, la concentración en el átomo del Hijo, en la pituitaria o en el átomo de Nua, en el corazón; 2°, la estabilidad; 3o, la perseverancia; 4o, la paciencia; 5°, la fe y la confianza; 6o, el equilibrio mental ante el sufrimiento y el placer, la suerte y la desgracia.
El quinto Centro se halla en la región de la garganta; preside la palabra o el verbo y su manifestación física. Tiene dieciséis rayos; ocho de ellos de poca actividad. Se llama Puerta de la Liberación, porque, cuando el Iniciado despierta este centro, la Energía Creadora mueve los dieciséis pétalos y entonces domina los elementales del éter que abren la puerta para la entrada en el Edén.
Es representado por un elefante blanco dentro de un círculo, emblema de la pureza. Su color es una mezcla de plateado y azul verdoso y su atributo es la clariaudiencia.
Influye en el líquido raquídeo, estimula la combustión y actúa en todo el sistema simpático; por medio de él se descubrirán los misterios y ciencia encerrados en ese sistema desde tiempo inmemorial. Da entendimiento, esperanza, generosidad. Los dieciséis pétalos o rayos son, como los anteriores, centros correspondientes a otras tantas modalidades de la energía, la cual, al penetrar en él, despierta sus ocho facultades latentes, que son: 1o, odio e ilógica; 2°, resolución; 3o, veracidad al hablar; 4o, proceder correcto; 5o, armonía en el vivir; 6o, esfuerzo para la superación; 7°, precepto de la experiencia; 8o, poder estudiar la naturaleza interna, oyendo siempre la voz del silencio.
En el sexto Centro, que se encuentra en medio de la cabeza y se manifiesta en el entrecejo, la energía despierta la inteligencia, el discernimiento y su atributo es la Clarividencia.
En él se encuentra el ojo interno de la visión espiritual. Tiene dos divisiones compuestas cada una de cuarenta y ocho rayos; total, noventa y seis rayos. En una de las mitades predomina el rosado y, en la otra, sobresale el azul purpúreo; ambos colores corresponden a la vitalidad de esa flor o rueda.
Ese centro pertenece al Mundo del Espíritu, donde residen los superiores y permanentes principios del hombre y, por eso, requiere, para su expresión, mayores y seleccionadas modalidades de Energía. La Energía Vital, en él, produce respeto, templanza, abstinencia, en él reside el ser pensante; despierta ideas de dignidad, grandeza, veneración y sentimientos delicados. Su despertar otorga evolución espiritual y dominio del espíritu sobre la materia.
El séptimo Centro es el loto de mil pétalos. Está en el vértice de la cabeza. En él se manifiesta ampliamente la Divinidad del Hombre-Dios. Cuando el fuego serpentino, situado en el Centro Básico, se le une, en el decurso de la evolución, el Iniciado alcanza la liberación, objetivo de la Iniciación Interna y será uno con su Íntimo.
Es el más refulgente de todos cuando está en plena actividad, vibra con inconcebible rapidez y tiene colores de indescriptibles efectos cromáticos, aunque en él prepondere el violeta.
Dadas sus 960 irradiaciones, es el último que se actualiza; pero, cuando el Iniciado llega a ese adelanto espiritual, el loto va creciendo hasta cubrir toda la parte superior de la cabeza. Ese es el significado de la aureola que colocan los pintores en torno a la cabeza de los santos.
Por ese centro recibe el hombre la Energía Divina del exterior; mas, alcanzada la perfección, comienza a emanarla del interior para afuera y el centro se convierte, entonces, en verdadera corona.
San Juan habla de las coronas de los veinticuatro ancianos que las deponen ante el Trono del Señor. El significado de ese paso apocalíptico es que todo hombre que consiguió hacer salir su Energía Creadora por la cabeza, la depone a los pies de su Dios Íntimo para que la emplee en su obra.
otros; da como resultado, el transporte de las facultades internas y despierta la consciencia física. Con el despertar del Esplénico, el hombre se vuelve a acordar de sus viajes mentales. Con la actividad umbilical, puede separarse, a voluntad, de su cuerpo físico y sentir las influencias del mundo astral. La vivificación de lo Cardíaco otorga al hombre sentir el dolor y el placer ajenos; desea sacrificarse por los demás y recibe la sabiduría. El despertar del Laríngeo da el poder de la clariaudiencia; puede el Iniciado oír la voz del Silencio, la música de las esferas y conversar con los espíritus superiores. El Centro Frontal capacita al hombre, en cuerpo físico, para ver los espíritus por medio de su ojo invisible. Es el centro de la clarividencia.
Cuando el Coronario llega a su plena actividad, el Yo Soy puede salir por allí, dejando, conscientemente, su cuerpo, pues ya se halla libre de la prisión carnal; puede regresar al cuerpo, sin interrupción y estará siempre consciente, sea en el sueño físico, sea en el definitivo momento de la muerte.
Ese es el perfecto Iniciado
San Juan, en su Apocalipsis, Cap. X, vers. 6, dijo, después de que el Cordero abrió el último sello: “Y juró por el que vive en los siglos de los siglos, que creó el cielo y las cosas que hay en él y la tierra y las cosas que hay en ella, y el mar y las cosas que hay en él, que ya no habrá más demora”. (Esto es, para el Adepto que llegó a la liberación y a la unión con Dios).
En otra parte, Cap. XI, vers. 15, dijo: “Y cuando el Séptimo Ángel tocó la trompeta, hubo en el cielo grandes voces que decían: Los reinos del mundo vinieron a ser de nuestro Señor y de su Cristo y Ellos reinarán por siempre”.
La tarea del Iniciado es despertar o ascender sus siete candelabros con la luz del Espíritu Divino, para llegar a la liberación o Unión con el Dios Íntimo.
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